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Documentos y aportes en administración pública y gestión estatal

versão On-line ISSN 1851-3727

Doc. aportes adm. pública gest. estatal  no.22 Santa Fe jun. 2014

 

Interrogando la Posdemocratización: Reclamando Espacios Politicos Igualitarios 1,2

Erik Swyngedouw (•)
School of Environment and Development University of Manchester

(•) E-mail: erik.swyngedouw@manchester.ac.uk


RESUMEN

Existe actualmente un cuerpo emergente de pensamientos sobre las dinámicas de la despolitización, sobre la «desaparición de lo político», la erosión de la democracia y de la esfera pública, y la disputada emergencia de una configuración socio-espacial pospolítica o posdemocrática. Sitúo y exploro esta supuesta «posdemocratización» a la luz del reciente pensamiento político posalthusseriano. Procedo a través de cuatro pasos. Primero, discuto las debatidas configuraciones de esta pospolitización y los procesos de posdemocratización. En segundo lugar, propongo una serie de argumentos teóricos y políticos que permiten enmarcar la evacuación de lo propiamente político de los espacios de la negociación posdemocrática de políticas públicas. Este diagnóstico se relaciona con una interpretación particular de la distinción entre «lo político» y la «política». En una tercera parte, argumento cómo la política democrática-emancipatoria puede ser recuperada en base a las nociones de igualdad y libertad. En la conclusión se presentan perspectivas para revitalizar las posibilidades políticas de un proyecto emancipatorio espacializado. El punto central de estos argumentos despliega la tensión entre, por un lado, la política, que siempre es específica, particular y local; y, por otro, el procedimiento universal de lo político democrático, que opera bajo los significantes de igualdad y libertad.

PALABRAS CLAVES: Posdemocracia, Pospolitización, Democracia, Espacialidad Pospolítica, Geografías Emancipatorias, Espacio Político.


ABSTRACT

There is now an emerging body of thought on the dynamics of de-politicization, the «disappearance of the political», the erosion of democracy and of the public sphere, and the contested emergence of a post-political or post-democratic socio-spatial configuration. I situate and explore this alleged«post-democratization» in light of recent post- Althusserian political thought. I proceed in four steps. First, I discuss the contested configurations of this post-politicization and the processes of post-democratization. In a second part, I propose a series of theoretical and political arguments that help frame the evacuation of the properly political from the spaces of post-democratic policy negotiation. This diagnostic is related to a particular interpretation of the distinction between «the political» and «polic(e)y/politics». In a third part, I argue how emancipatory-democratic politics can be reclaimed around notions of equality, and freedom. In the concluding part, perspectives for re- vitalising the political possibilities of a spatialized emancipatory project are presented. The crux of the argument unfolds the tension between politics, which is always specific, particular, and «local» on the one hand and the universal procedure of the democratic political that operates under the signifiers of equality and freedom on the other.

KEYWORDS: Post-democracy, Post-politicization, Democracy, Post-political Spatialization, Emancipatory Geographies, Political space.


1. INTRODUCCIÓN

«Las democracias occidentales sólo son la fachada política del poder económico. Una fachada con colores, carteles, debates infinitos acerca de la democracia sagrada. Vivimos en una era donde podemos discutir todo. Con una excepción: la democracia. Ella está allí, como un dogma adquirido. No se toca, como una pieza de museo. Las elecciones se han convertido en la representación de una comedia absurda, vergonzosa, donde la participación de los ciudadanos es muy débil, y donde los gobernantes representan a los conserjes políticos del poder económico» (Saramago, en Saramago y Jacob, 2006:144).

El 6 de diciembre de 2008, Alexandros Grigoropoulos de 15 años de edad, fue baleado por la policía en una plaza de Atenas, hecho que desencadenó semanas de violentas protestas urbanas en todo Grecia.3 Un eslogan recurrente de los insurgentes era: «Merry Crisis and Happy New Fear».4 Menos de dos años después, el 5 de mayo de 2010, tres personas fueron asesinadas durante violentas protestas en Atenas, en el marco de las medidas de austeridad draconianas que el gobierno socialista de Grecia (PASOK) debió implementar bajo la atenta vigilancia de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacio10 nal, para restaurar el rigor presupuestario y salvar a las bancas francesas y alemanas sobreexpuestas a la deuda soberana griega (Hadjimichalis, 2011). El 17 de julio de 2010, Grenoble fue incendiada en un enfrentamiento entre manifestantes y la policía. Con el emblemático momento de las rebeliones urbanas francesas en otoño de 2004, la toma de las calles por parte de los manifestantes se extendió desde Copenhague hasta Roma, desde Londres hasta Riga, desde Bruselas hasta Atenas. Túnez, El Cairo, Madrid y Argel, entre muchas otras ciudades, han sido también el escenario de rebeliones y revueltas en los meses recientes. A pesar de sus extraordinarias diferencias y las especificidades contingentes de sus geografías propias, los insurgentes comparten el compromiso de universalizar los principios de igualdad y exigen que sus voces sean escuchadas en igualdad de condiciones a aquellos que constituyen el orden «policial» (véase Swyngedouw, 2011a). Estas formas de activismo político insurreccional, frecuentemente violento, que se dirigen hacia el orden instituido, contrastan notablemente con un cuerpo creciente de pensamientos y análisis que argumenta que las décadas pasadas se han caracterizado por procesos de despolitización, por la erosión de la democracia y el aplastamiento de la esfera pública (véase Crouch, 2004; Brown, 2005; Rancière, 1998; Badiou, 2008a; Staeheli y Mitchell, 2008; Springer, 2010). El presente paper explorará la relación entre la desaparición de «lo político» y la emergencia de las actividades insurgentes.

Aunque la «democracia» está establecida firme y consensuadamente como la indiscutible y rara vez examinada forma ideal de la vida política institucionalizada, sus prácticas parecen reducirse a la administración pública de lo que Badiou llama el «orden capital-parlamentario» (Badiou, 2008a). Un cuerpo emergente de pensamientos ha comenzado a considerar la sutura de «lo político» por un modo consensual de gobernanza que, aparentemente, ha reducido los conflictos políticos y los desacuerdos o bien a una ultra política de la negación radical y violenta, exclusión y contención, o bien a una inclusión para-política de diferentes opiniones acerca de cualquier cosa imaginable (siempre y cuando no se cuestione fundamentalmente el existente estado neoliberal de la configuración político-económica) en acuerdos de participación impotente y consensos acerca de la «buena» gobernanza técnico-administrativa (véase, entre otrosŽižek, 1999; Crouch, 2000; Marquand, 2004; Brown, 2005; Mouffe, 2005; Swyngedouw, 2005; Purcell, 2008; Rosanvallon, 2008; Agamben et al., 2009; Dean, 2009; Hermet, 2009). Sin embargo, este consenso acerca de vigilar los asuntos públicos es acompañado por toda clase de activismo insurgente, frecuentemente violento, y proliferantes manifestaciones de descontento (como los Indignados en España, o los αγανακτισμένοι -Indignados- en Grecia), junto con el gran éxito de la literatura insurreccional como The Coming Insurrection (véase The Invisible Committee, 2009; Toscano, 2009; Merrifield, 2010).

Colin Crounch y Jacques Rancière, entre otros, describieron y analizaron este proceso de despolitización como «posdemocrático». En este trabajo, me concentro en la debatida gestalt de este marco supuestamente «posdemocrático». Procederé en tres pasos. Primero, exploro brevemente el contorno de la pospolitización y el proceso de la formación institucional posdemocrática. En una segunda parte, propongo una serie de argumentos teóricos que permiten enmarcar la separación de lo político de la esfera de la negociación posdemocrática de políticas públicas. Este diagnóstico refiere a una interpretación particular acerca de la distinción entre «lo político» y «la política».5 Sostengo que la distinción teórica y conceptual entre «lo político» y «la política» arroja nueva luz en nuestro entendimiento acerca de lo «posdemocrático» y abre nuevos caminos para pensar y practicar nuevas formas de «tratar nuevamente lo político» (Lacoue-Labarthe y Nancy, 1997). Este último será el tema de la tercera parte. Allí, exploro cómo las políticas democráticas emancipatorias pueden ser recuperadas en torno a las nociones de igualdad y libertad, y discuto perspectivas para revitalizar las posibilidades políticas de un proyecto emancipatorio, articulado sobre los trabajos de Rancière, Alain Badiou, Etienne Balibar y Slavoj Žižek. El punto central de estos argumentos despliega la tensión entre, por un lado, la política, que siempre es específica, particular y local; y, por otro, el procedimiento universalista de la política democrática, que opera bajo los significantes de igualdad y libertad.

2. ¿POSDEMOCRACIA?

2.1. UNA POLÍTICA CONSENSUAL, PERO ...

En los años recientes, los cientistas políticos han lamentado el declive de la esfera pública, el «retiro de lo político», o «la colonización de lo político por lo social» (véase Lacoue-Labarthe y Nancy, 1997). David Marquand, por ejemplo, argumentó cómo el dominio público de la ciudadanía ha sido objeto de ataques en el Reino Unido, «primero desde el fundamentalismo de mercado de la Nueva Derecha, y después por parte de sus imitadores del Nuevo Laborismo, lo que resultó en un ahuecamiento de la ciudadanía, la mercantilización del sector público, los blancos desmoralizadores y las auditorías que los acompañan, la denigración del profesionalismo y la ética profesional, y la erosión de la confianza pública» (Marquand, 2004:172). Mientras el envoltorio formal de la democracia sobrevive, «su sustancia se está atenuando cada vez más» (Marquand, 2004:4). Pierre Rosanvallon insiste en cómo la política es reemplazada «por técnicas administrativas ampliamente diseminadas que dejan espacio para un solo actor en escena: la sociedad internacional, uniendo bajo la misma bandera a los campeones del mercado y a los profetas de la ley» (Rosanvallon, 2006:228). La erosión de la democracia también ha sido señalada en la geografía, particularmente en los debates sobre la privatización de los espacios públicos (Staeheli y Mitchell, 2008; Purcell, 2008), la transformación de las espacialidades de encuentro público (Barnett, 2004), la heterogeneidad de las luchas sobre de los nexos público/privado (Low y Smith, 2005; Staeheli et al., 2010) y las posibles estrategias para recapturar el espacio para fines emancipatorios (Featherstone, 2008; Staeheli, 2008; Springer, 2010).

En una publicación emblemática, Colin Crouch definió este nuevo régimen emergente como «posdemocracia», una condición que describe del siguiente modo:


«Si bien las elecciones ciertamente existen y pueden cambiar gobiernos, el debate electoral público es un espectáculo estrechamente controlado, administrado por equipos rivales de expertos profesionales en las técnicas de persuasión, donde se considera un rango pequeño de cuestiones seleccionadas por esos mismos equipos. La masa de ciudadanos mantiene un rol pasivo, inactivo, incluso apático, respondiendo sólo a las señales que les son dadas. Detrás del espectáculo del juego electoral, la política es en verdad moldeada en privado por la interacción entre gobiernos electos y élites que representan abrumadoramente intereses empresariales... Bajo las condiciones de una posdemocracia que cede cada vez más poder al lobby empresarial, existen pocas esperanzas para una agenda de políticas fuertemente igualitarias para la redistribución del poder y riqueza, o para la restricción de los intereses más poderosos» (Crouch, 2004:4).

Richard Rorty asoció la posdemocracia con la rápida erosión de los derechos y valores democráticos, y ofrece una visión aún más escalofriante: «al final de este proceso de erosión, la democracia hubiera sido reemplazada por algo bastante diferente. Esto probablemente no será ni una dictadura militar ni un totalitarismo orwelliano, sino un despotismo relativamente benévolo, impuesto por lo que gradualmente se convertiría en una nomenklatura hereditaria» (Rorty, 2004). Jacques Rancière define a la posdemocracia como una democracia consensual, «un idilio político que alcanza el bien común a través de un gobierno ilustrado apoyado en la confianza de las masas» (Rancière, 1998:93). Para él, este orden posdemocrático gira en torno a arreglos consensuales donde todos los nombrados y contados toman parte y participan dentro de una cierta distribución socio-espacial compartida/particionada de cosas y personas generalmente aceptada. Si bien puede haber conflictos de intereses y opiniones, existe un amplio acuerdo sobre las condiciones que existen y lo que hay que hacer (Rancière, 2003a:2).

Los geógrafos han comenzado a argumentar y mostrar cómo los procesos de posdemocratización se despliegan en y a través de transformaciones socioespaciales, medioambientales y escalares. Mustafa Dikeç (2007), Kevin Ward (2007), Ronan Paddison (2009), Mike Raco (2009), Alan Cochrane (2010), Phil Allmendinger y Graham Haughton (2010), Gordon MacLeod (2011), y Guy Baeten (2009), entre otros, han documentado cómo las transformaciones recientes en las dinámicas de gobernanza urbana marcan la emergencia de modos consensuados de elaboración de políticas, dentro de nuevas configuraciones institucionales articuladas en torno a las asociaciones público-privadas que operan en un marco de objetivos generalmente acordados (como sustentabilidad, competitividad, responsabilidad, participación, etc.). Swyngedouw (2007a, b; 2010a; Oosterlynck y Swyngedouw, 2010) ha argumentado cómo el debate y las políticas medioambientales reestructuran los espacios de gobernabilidad en direcciones posdemocráticas (véase también: Bridge, 2008), al tiempo que Jim Glassman ha desarrollado argumentos similares en su trabajo sobre Tailandia (Glassman, 2007). Algunos también han argumentado cómo la otra cara de la posdemocratización excluye la politización de tal modo que los estallidos de violencia persisten como una de las pocas opciones que quedan para expresar el descontento y el disenso. La violencia urbana, en particular, ha sido analizada
como un indicador socio-espacial de pospolitización (Diken y Laustsen, 2002;Žižek, 2008a; Dikeç, 2007; Kaulinfreks 2008; Swyngedouw, 2011).

La emergencia y las características de este proceso de posdemocratización combinan una serie de dinámicas interrelacionadas (Mouffe, 2005). El proceso político de neoliberalización, a pesar de sus dinámicas heterogéneas, diferenciadas y desiguales (véase Harvey, 2005; Peck et al., 2009), ha estado marcado por lo que Bronwan Morgan (2003) llamó la «economización de la política», combinado con lo que Pierre Bourdieu (2002) denominó como «la des-politización de la economía». Una fantasía particular de organización autopoiética de«la economía» ha suturado los imaginarios políticos acerca de cómo producir y organizar la distribución de la riqueza social, centrada en una práctica que aparentemente separa las dinámicas económicas de los procesos políticos. Al mismo tiempo, muchas de las preocupaciones sobre los esfuerzos de las políticas gubernamentales están orientadas a asegurar el «correcto» funcionamiento de esta fantasía en el movimiento real de la vida económica, a veces a pesar de la recurrente evidencia de ausencia de auto-regulación y estabilización económica. La historia reciente de los rescates bancarios y los abigarrados intentos para restaurar el orden financiero en el medio de una crisis profunda es un ejemplo de ello. Esta des-politización de la economía limita o circunscribe las opciones políticas ofrecidas a los ciudadanos, algo a lo que Henri Giroux se refirió como el «terror de la neoliberalización» (Giroux, 2004; véase también Purcell, 2008). Además, las opciones disponibles a veces son consideradas como muy complejas para ser comprendidas o juzgadas por los ciudadanos ordinarios (o incluso por los políticos profesionales), por lo que se requiere apelar continuamente a los expertos para legitimar las decisiones (Sloterdijk, 2005). La creciente apatía de las personas comunes con respecto a los procesos políticos democráticos se percibe, pero es banalizada como una cuestión que no es central para el «correcto» funcionamiento de las instituciones democráticas (Vergopoulos, 2001).

Se trata de un proceso profundamente paradójico. Mientras la implosión de los Estados socialistas totalitarios (o su transformación hacia capitalismos de Estado, como en el caso de China y, más aún, Rusia) marcó el fin de dos visiones competitivas acerca de qué constituye una «buena» sociedad, la victoria histórica del capitalismo «democrático» borró la preocupación acerca de la democracia como presunta igualdad de cada uno y de todos, y aceleró la transformación de un Estado político a uno administrativo, por un lado, y de una democracia entendida como el espacio instituido de encuentro agonístico a la ampliación y profundización de la elección del consumidor individual y la hegemonía del imperativo de mercado como tecnología naturalizada de asignación de recursos dentro de un orden socio-económico acordado consensualmente, por otro (Rancière, 1998; Blühdorn, 2006, Jörke, 2005; 2008).

La erosión del control político y de los mecanismos de accountability y, consecuentemente, el aumento de formas de gobierno más autocráticas, dan cuenta de un reordenamiento del nexo Estado-sociedad civil, por el medio del cual el Estado opera crecientemente a una cierta «distancia» (Swyngedouw, 2000). Esto es particularmente evidente a través de la emergencia de nuevos arreglos de gobernanza escalares e inter-escalares (en ambas escalas, subnacional y supranacional, como los organismos de desarrollo urbano, las asociaciones públicas-privadas, la Unión Europea, la Organización Mundial de Comercio, o el G-20) que reorganizan tanto las formas institucionales de gobernar como su gestalt escalar. Tales arreglos de «gobernanza-más allá-del-Estado» se han vuelto parte del sistema de gobernar, de organizar la «conducción de la conduc- ta» (Swyngedouw, 2004; 2005). Este proceso es acompañado por la extensión de los poderes de regulación e intervención de las autoridades a través de la inclusión de lo que Beck (1997) denominó «actores no-autorizados» (expertos, administradores, arreglos de gobernanza participativa, consultores, y similares). Además, su proliferación está enraizada en configuraciones geográficamente variables sistemas de gobiernos neoliberales, que combinan el deseo de construir políticamente el mercado como la institución social por excelencia para movilizar y asignar recursos, una crítica del «exceso» del Estado, una ingeniería de lo social que apunta a mayores responsabilidades individuales, y la consolidación de la «tiranía de la participación» (Cooke y Kothari, 2001), lo que frecuentemente opera a través de lo que Maarten Hajer define como «vacío institucional» (Hajer, 2003) con reglas y procedimientos opacos.

El debate agonístico6 es crecientemente reemplazado por disputas acerca de la movilización de una serie de nuevas tecnologías gubernamentales, dispositivos administrativos y formas institucionales articuladas en torno al cálculo reflexivo de riesgos (auto-evaluación), reglas de contabilidad y de disciplina basadas en la contabilidad, cuantificación e indicadores de rendimiento (Dean, 1999). «Hacer política» se reduce a formas institucionalizadas de gestión social (Beaten, 2008), por medio de las cuales los problemas son analizados mediante tecnologías de gestión y procedimientos administrativos (Nancy, 1992:389). La administración pública del consenso se apoya en la encuesta de opinión (más que en las urnas), en las campañas permanentes sobre los puntos de vistas «populares», señalando los parámetros de lo que necesita ser regulado. De este modo, los acuerdos posdemocráticos dependen de la movilización y normalización de un cierto tipo de populismo (Mudde, 2004). Estas tácticas populistas son mantenidas por el fomento del miedo, la crisis y la invocación a los espectros de las potenciales catástrofes si no se toman las acciones necesarias de modo urgente y decisivo (Swyngedouw, 2007a). Consideremos, por ejemplo, las llamativas similitudes en la movilización de los discursos de crisis por parte de los expertos en gobernabilidad en torno a cuestiones como la competitividad, el medio ambiente, la inmigración, el terrorismo, etcétera (Badiou, 2010; Baeten, 2010; Swyngedouw, 2010a).

2.2. LA INTENSIFICACIÓN DE LOS ESTALLIDOS DE LA VIOLENCIA ANTAGÓNICA.

Sin embargo, la posdemocracia como política de consenso no inaugura ni el fin de la exclusión serial, del conflicto sociopolítico radical, del antagonismo y los encuentros ocasionalmente violentos, ni tampoco una mayor inclusión política. Por ejemplo, la desterritorialización y la des-nacionalización de las relaciones bio-políticas principalmente como resultado del crecimiento del nomadismo diaspórico y la explosión de identidades multiespaciales en red, han dado lugar a derechos políticos truncos, donde algunas personas son más iguales que otras en el ejercicio de sus derechos políticos o en comandar poderes institucionales que siguen siendo principalmente territoriales (Swyngedouw y Swyngedouw, 2009). Los derechos ciudadanos políticos y sociales, diferentes y desiguales, por ejemplo, se inscriben en o son asignados a las personas de acuerdo con los lugares de origen, de destino y los patrones de movilidad (Isin, 2000). Los derechos políticos geográficamente desiguales y espacialmente fragmentados de los que diferentes individuos gozan en diferentes configuraciones políticogeográficas (como el derecho a votar) son un buen ejemplo de ello. Como Bob Jessop señaló, «el alcance de la política de consenso se amplía hacia el conjunto de la humanidad, pero la presunta identidad del individuo al descubierto como pares totales y la humanidad global universal han sido perturbadas por un fundamentalismo de identidades que erupciona en el escenario mundial» (Jessop, 2005:186). En otras palabras, los procedimientos universalistas de la política de consenso son atravesados por todo tipo de fuerzas fragmentarias que frecuentemente giran en torno al resurgimiento de la maldad «étnica»; esto es, políticas de identidad como la causa que altera el orden consensualmente establecido. Mientras las políticas identitarias son ampliamente aclamadas, crecen los movimientos xenófobos o nacionalistas, mediante los cuales los outsiders «incorrectos» son violentamente excluidos frecuentemente a través de la construcción de todo tipo de nuevas barreras materiales, legales u otras geográficas, muros y campos (De Cauter, 2004; Diken, 2004; Minca, 2005). En otras palabras, los procedimientos consensuados posdemocráticos son atravesados por todo tipo de antagonismos frecuentemente negados y recurrentes irrupciones violentas del tipo ejemplificado en la introducción.


Mientras la visión del consenso se niega a «legitimar la centralidad de los antagonismos en la política democrática, el Zeitgeist posdemocrático fuerza la expresión de estos disensos a través de canales que inevitablemente alimentarán un espiral de violencia crecientemente descontrolada [y] (...) violentas expresiones de odio que luego de ingresar a la esfera pública des-politizada, sólo pueden ser identificadas y combatidas en términos morales o culturales (o, eventualmente, militares)» (Stavrakakis, 2006:264-265). El aumento del racismo, de las erupciones violentas urbanas, de rivalidades étnicas o religiosas, etc., se convierte en arenas clave de conflicto social (Žižek, 2008a). Frente a la ausencia de la politización agonística de dichos conflictos, se expresan en estallidos de violencia o, desde una perspectiva liberal cosmopolita, en los poderes afectivos de la indignación cultural o ética. Žižek resume esta configuración emergente bajo la bandera de la pospolítica. La pospolítica refiere a la administración de cuestiones sociales, económicas u de otros tipo, que permanecen por supuesto complementamente dentro del campo de lo posible, de las relaciones sociales existentes: «el máximo indicio de pospolítica en todo los países occidentales» sugiere Žižek (2002a:303), «es el crecimiento del enfoque administrativo del gobierno: el gobierno es re-considerado como función administrativa, privado de su dimensión propiamente política». La política se convierte en algo que puede realizarse sin tomar decisiones que dividan y separen (Thomson, 2003). Frente a la ausencia de una politización adecuada de las demandas prohibidas del orden del consenso y a las que no se les permite ingresar a la esfera pública de desacuerdos agonísticos, el encuentro violento persiste como una de las pocas vías abiertas para la puesta en escena afectiva del descontento activo. Por supuesto, tal manifestación de desacuerdo y disenso señala la posibilidad de un retorno, de un re-tratamiento, de «lo político». El consenso posdemocrático y los procesos de despolitización no eliminan completamente lo político. La des-politización siempre es incompleta, deja una huella y, por lo tanto, la promesa del retorno de lo político, el retorno de los reprimidos en términos de Žižek. Y a ellos nos dirigiremos a continuación.


3. LA DIFERENCIA POLÍTICA: «(LA) POLÍTICA »Y«LOPOLÍTICO»

Una de las posibles entradas al diagnóstico y encuadre de las formas de gobierno posdemocráticas es ofrecida principalmente, aunque no exclusivamente, por un número de filósofos y teóricos políticos franceses. En vez de considerar a la «democracia» como un régimen institucional caracterizado por una serie de normas y procedimientos formales, como una esfera abierta de comunicación y deliberación y/o como un procedimiento para alcanzar el consenso en un contexto de pluralidad de posiciones, el argumento aquí desarrollado se centra en la diferencia entre «la política», por un lado, y «lo político» por el otro. A pesar de significativas disputas teóricas y políticas entre los distintos interlocutores de este debate, comparten una preocupación por pensar a través de la diferencia entre la política (la politique) y lo político (le politique). Paul Ricoeur llamó a esta distinción la «paradoja política» (Ricoeur, 1965). Lo político refiere a un espacio público ampliamente compartido, a una idea racional de vivir juntos, y señala la ausencia de un punto fundacional o esencial (en lo social, lo cultural o en la filosofía política) en la que basar un sistema de gobierno o una sociedad. Lo político expresa la no-existencia de sociedad, representa el terreno ausente de la sociedad. La política, en contraste, refiere a las jugadas de poder entre los actores políticos y las coreografías cotidianas de la formulación de políticas públicas dentro de una configuración institucional y procedimental dada, en donde los individuos y los grupos persiguen sus intereses. En otras palabras, la política refiere a las acciones, estrategias y ensamblajes de gobernanza empíricamente verificables e institucionalmente articulados, que determinan la gestión de la esfera pública. La política instituye a la sociedad, le provee coherencia y apariencia de orden. La «diferencia política» entre la fundación ontológica de lo político como terreno ausente por un lado, y las cotidianas prácticas ónticas de la política es irreducible; sin embargo existe una tendencia por parte de esta última para colonizar, suturar y negar a la primera.

Esta diferencia ontológica-óntica entre le politique y la politique ha sido el leitmotiv de gran parte del pensamiento político posfundacional, de la izquierda Lacaniana y de un número de pensadores políticos radicales como Jean-Luc Nancy, Jacques Rancière, Claude Lefort, Pierre Rosanvallon, o Alain Badiou (véase Hewlett, 2007; Marchart, 2007). Si bien existen diferencias significativas entre ellos (en particular con respecto a la importancia estratégica de estos análisis -véase, entre otros Isin, 2002; Stavrakakis, 2006; Marchart, 2007 y Dean, 2006-), comparten la visión de que lo político da cuenta de las diferencias antagónicas que atraviesan lo social, señalando la ausencia de un principio según el cual una sociedad, una comunidad política o «un pueblo» pueda ser fundado. En contraste con las perspectivas fundacionales que asumen que la política es el modo a través del cual la sociedad se realiza a sí misma, el pensamiento posfundacional insiste en la imposibilidad de lo social, la no-existencia del «pueblo». El «pueblo» no es pre-existente a la secuencia política mediante la cual es convocado a la existencia como un procedimiento de «la vida en común». Es esta falta de cimientos, el enorme vacío en lo social, lo que hace imposible su fundación e inaugura lo político. La política, entonces, en la forma de instituciones y tecnologías de gobierno, y las tácticas, estrategias, y las relaciones de poder relacionadas con la intermediación del conflicto y la profundización de determinados intereses partidarios, instituye a la sociedad de modo contingente, le da a la sociedad cierta forma (inestable) y coherencia temporal pero espacializada (y, en un sistema de gobierno «democrático», lo hace en nombre del «pueblo»). Es a través de la política que la sociedad adquiere la forma de funcionamiento, de una distribución y asignación socio-espacial de personas, cosas y actividades, tejida a través de formas de institucionalización, modos de representación del orden social, y prácticas de encuentro rutinarias o rutinizadas, relatando y ejercitando el poder. Pero es también este procedimiento el que sutura o coloniza el espacio de lo político y, a través de ello, niega los orígenes políticos de la política.

El campo de la política/lo político es entonces dividido en dos: por un lado, lo político representa la constitutiva ausencia de terreno, mientras que la política representa lo óntico, el siempre contingente, precario e incompleto intento de institucionalizar, de espacializar, lo social, de ofrecer un cierre, de suturar el campo social, de permitir que la sociedad coincida con una comunidad entendida como un todo cohesivo e inclusivo. Por consiguiente, este nivel óntico siempre alberga momentos totalitarios, operaciones exclusivas, marginalizaciones y silencios; la política implica el «retiro de lo político». Este retiro está marcado por la colonización de lo político por la política o la sublimación de lo político mediante su reemplazo por la «comunidad» (como unidad imaginaria coherente), un determinado imaginario sociológico del «pueblo» (como nación, grupos étnicos u otra categoría social), «organización», «administración», «buena gobernanza». Como Marchart afirma, la colonización de lo político por parte de la política opera a través de «la fusión de lo político con diversos discursos autoritarios, entre ellos [Lacoue-Labarthe y Nancy] cuentan los discursos socio-económicos, tecnológicos, culturales o psicológicos. En dicho proceso, lo político se convierte a sí mismo (...) en formas «tecnológicas» de gestión u organización; proceso que conduce al silenciamiento efectivo de cuestiones genuinamente políticas» (Marchart, 2007:66). La política se reduce a la gestión social institucionalizada, por medio de la cual todos los problemas son tratados a través de medios administrativos, organizacionales y técnicos, y donde el cuestionamiento como tal desaparece (Nancy, 1992:389). La posdemocratización es un procedimiento particular de colonización de lo político basado en la negación del antagonismo a través de la inauguración progresiva y el arreglo institucionalizado del consenso, en un orden liberal pluralista y la despolitización de la esfera de lo «económico» entendida como los procedimientos de creación y distribución de riqueza.


Conclusiones similares, aunque desde posiciones teóricas distintas, son propuestas a través de lo que Stravakakis denomina la Izquierda Lacaniana. Para los Lacanianos (véase Stavrakakis, 2006) la política siempre opera en y a través de un orden simbólico, el armado de una cadena de significantes que asigna a cada uno y a cada cosa un lugar determinado y una función dentro del edificio social.7 En otras palabras, el orden simbólico (o la ley) en el que vivimos y mediante el cual entendemos nuestro lugar en el mundo (y el de los demás), instituye a la sociedad (Castoriadis, 1987). La política (como un orden simbólico instituido) invoca y construye un modo de vida en conjunto, un todo, que se ve (re)presentado en la interacción entre las fuerzas políticas, programas, partidos, organizaciones, etc. Existe una variedad de modos posibles mediante los cuales una comunidad, como «vida en común», se instituye a través del marco simbólico de la política. Consideremos, por ejemplo, cómo las fantasías colectivas étnicas, religiosas, nacionales o de otras formas (como clases u otras divisiones del trabajo naturalizadas) se convierten en un terreno imaginario para la institución de la sociedad políticamente (Kaika, 2011). Tales formaciones simbólicas fallan inherentemente en suturar completamente el orden social. Siempre existe un espacio, un vacío, una falta o un exceso que resiste la simbolización, un núcleo duro que no es tenido en cuenta por el orden simbólico. Este resto o excedente (lo que los lacanianos llaman lo«real») -eso es, lo que no puede ser simbolizado mediante la interacción de las fuerzas políticas existente- perturba y desestabiliza y se erige como garantía para el retorno de lo político. Lo político, entonces, es la afirmación de lo no-simbolizado en el orden de la política, y va acompañado de una perturbación en el orden de lo sensible, la transformación del registro estético, y la institución de nuevos imaginarios «radicales» (Castoriadis, 1987; Kaika, 2010). Esta perspectiva lacaniana también considera que lo político señala el terreno vacío de lo social, la inherentemente dividida condición del ser que impide que un vivir-juntos emerja fuera de un orden simbólico adecuadamente constituido. Sin embargo, el orden simbólico siempre está incompleto; existe un obstinado remanente que resiste la simbolización. Por ejemplo, cuando una forma democrática se institucionalizó en Francia luego de la Revolución Francesa, sobre la base del principio de igualdad universal entre los ciudadanos (iguales), esta simbolización negaba la existencia de la mayoría de los no-ciudadanos, privados de cualquier derecho político. En el siglo XIX, ellos se constituirían como el sujeto político proletario, el Demos, cuyas luchas y procesos de subjetivización se desplegaron precisamente a través de la intromisión en este orden constituido simbólicamente, frente al cual ellos eran los excesos anónimos y no-simbolizados. Reclamaron el derecho a ser parte del orden; exigieron el derecho a tener derechos declarados en la Constitución, pero negados en la política real. Aquellos ignorados por el orden instituido se convirtieron en los sustitutos de la universalidad del «pueblo». Los inmigrantes ilegales actuales, que reclaman inclusión, son un ejemplo contemporáneo de la paradoja política; es decir, la promesa de equidad que es negada en la vigilancia, categorización y denominación de algunos como fuera del orden simbólico de la ley. Sin embargo, si este núcleo duro es refutado, como en la configuración posdemocrática presente, este «retorno de lo Real» es desplazado desde la política hacia el dominio de la indignación moral o la compasión y la preocupación ética del «otro» subalterno, o hacia el dominio ultra-político de la represión, exclusión y violencia sin mediación (véase Žižek, 2008a, b).


La teorización señalada evade la cuestión acerca de qué constituye lo político democrático. Para Claude Lefort (1988), el gesto político inaugural fundacional, pero contingente, de la democracia es el «espacio vacío del poder». Esto encaja con la presunción de igualdad -igualdad como axiomáticamente dada y presupuesta, y no como un concepto sociológicamente verificable- sobre la cual la invención democrática está contingentemente fundada. Esta presunción de igualdad se erige en estricta oposición a las desigualdades sociológicamente verificables que caracterizan a cualquier orden, incluso la política «democrática» instituida. Este «vacío» no refiere solamente a la condición en la cual el lugar de poder no está trascendentalmente dado e instituido (por Dios o en la persona de un rey/emperador), sino que se encuentra fundamentalmente sin resolver precisamente debido a la presunción contingente de igualdad de cada uno y de todos los seres políticos, es decir, la igual capacidad de cada uno para actuar políticamente. Cualquiera puede reclamar el lugar del poder en la democracia: no existe ninguna autoridad (social, natural o divina) que designe el sitio de poder, no existe nada en lo social, excepto el reconocimiento de su propio terreno vacío, del entendimiento auto-reflexivo de que lo social está dividido y, entonces, es radicalmente heterogéneo. Para Lefort, la democracia como afirmación contingente de la no existencia de la sociedad (como objetivo global) requiere la institucionalización del orden social en base al antagonismo y el disenso. La democracia está «fundada en la legitimidad de un debate acerca de qué es legítimo y qué es ilegítimo -un debate que necesariamente carece de garante y de cualquier final-» (Lefort, 1988:39).

La verdad (en el sentido de ser cierto o fiel a algo) de la democracia recae en la presunción axiomática de la igualdad y la libre expresión de sus prácticas igualitarias. Etienne Balibar (1993; 2010) llama a esta fusión de igualdad y libertad égaliberté, la primera definida como la ausencia de discriminación y la segunda como ausencia de represión (Dikeç, 2001). Esta misma promesa de lo político democrático, escandalosamente pervertida en su (posdemocrática) forma institucionalizada y que necesita un reclamo continuo, inaugura el proceso universalizante y colectivo de emancipación como égaliberté. Efectivamente, la libertad e igualdad sólo pueden ser conquistadas y ocupadas: nunca son ofrecidas, aseguradas o distribuidas. Para Chantal Mouffe (2000), existe una paradoja entre la necesidad de producir algún tipo de orden a través de los arreglos institucionales (como el Estado), por un lado, y los contingentes, inherentemente cuestionables y antagonistas hechos de lo social. Lo que la invención democrática afirma, sin embargo, es la traducción del odio antagonista en adversarios antagonistas, la invocación axiomática de la igualdad, la posibilidad de producir acuerdos que simultáneamente reconocen los antagonismos inherentes en lo social, y permiten sus expresiones a través de instituciones u otras formas de organización.

4. PONIENDO EN ESCENA LOS ESPACIOS IGUALITARIOS.

En lo que sigue, exploraré un poco más la noción de lo político que pone en primer plano a la igualdad como la presunción contingente sobre la cual descansa la democracia y sus implicaciones, para pensar a través de las articulaciones entre lo político y las políticas hoy en día. Mientras se apropian sintomáticamente de elementos de las perspectivas mencionadas sobre la diferencia política, y a pesar de las diferencias significativas, los pensadores posalthusserianos como Jacques Rancière, Alain Badiou, Etienne Balibar, y Slavoj Žižek rechazan el intento de re-fundar la filosofía política sobre la base de las «diferencias políticas» articuladas arriba. Su conceptualización es impulsada por la fidelidad a la posibilidad de un revivido proyecto político emancipatorio que vaya más allá de los intentos de re-inscribir la democracia política en el pensamiento filosófico (Bosteels, 2005; Badiou y Žižek, 2010). La suya es una visión que entiende lo político como un momento retroactivamente revelado de erupción, un evento, la apertura de un procedimiento que altera cualquier orden socio-espacial dado, que se refiere a un «mal»8 en nombre de la igualdad axiomática y presumida de cada uno y de todos9 (Bassett, 2007). Este «mal» es una condición en la cual la presunción de igualdad es pervertida mediante la institución contingente socio-espacial de un orden oligárquico policial. Lo político surge, entonces, en el acto de poner en escena performativamente la igualdad, un procedimiento que simultáneamente hace visible lo «malo» de la situación dada. Por ejemplo, cuando en 1955 Rosa Parks se sentó en el lado «equivocado» del colectivo en Montgomory, Alabama, simultáneamente puso enescena la igualdad y expuso las prácticas desigualitarias de un orden racialmente institucionalizado, a pesar de la presentación constitucional de igualdad de este último (May, 2008). Una secuencia política se despliega a través de la universalización de tales lugares-momentos, cuando otros declaran«fidelidad», en términos de Badiou, al hecho igualitario inaugural y, al hacerlo,se divulgan y universalizan. El Movimiento por los Derechos Civiles de EE. UU. fue exactamente tal proceso de universalización de una práctica desigual geográficamente específica. Este es el momento en que una condición socioespacial particular (segregación racial en el transporte público) se convierte en la representante de una demanda democrática generalizada («todos somos Rosa Parks»), un representante para el conjunto del Pueblo.

Las teorizaciones de tales retratamientos y remergencias de lo político varían a medida que los diferentes interlocutores invocados aquí (Rancière, Badiou,Žižek, y Balibar) van localizando estas modalidades en diferentes registros. Por ejemplo, mientras Rancière mantendrá una disyuntiva radical entre la espacialidad«disensual» de políticas democráticas y el orden consensual de la policía y, así, una posición agonística con respecto a la posible institucionalización de una verdadera democracia (para un argumento detallado véase Maym, 2008; 2010), Badiou y Žižek insisten en que la secuencia democrática opera bajo el nombre genérico de «comunismo» (véase Badiou, 2008a; Žižek 2008b) como una posibilidad práctica e inmediatamente realizable (véase Bosteels, 2011). Mi argumento, sin embargo, se concentrará en las similitudes, las que giran en torno a las nociones de políticas emancipatorias e igualitarias, una crítica del orden pospolítico, la presunción de igualdad, y verdaderas políticas democráticas como afirmando/presentando la igualdad dentro de un marco desigualitario geográficamente específico.

Déjenme comenzar considerando la conceptualización de Rancière respecto de la política y lo político. Explora si la política puede seguir siendo pensada en un contexto donde el acuerdo de las políticas públicas de consenso posdemocrático ha reducido notablemente la política a la «vigilancia», al gobierno administrativo consensual (Rancière 1995a; 1998). Rancière distingue conceptualmente entre «la policía», «lo político» y «la política». Siguiendo a Foucault, la policía refiere a un dispositivo gubernamental que emergió en el siglo XVII, que señala un cambio en el poder de Estado desde la soberanía hacia el bio-poder. La policía refiere a todas aquellas actividades, intervenciones y regulaciones que nutren y sustentan la vida. Si bien incluye la institución formal de la policía como fuerza represiva, abarca todas las actividades estatales y no-estatales que afectan la continuación de la vida (la distribución de cosas y personas en el espacio social y físico, la comida, la salud, la administración, el bienestar social para los merecedores, etc. (para detalles véase Foucault, 2004a, b; Elden, 2007; Dikeç, 2005). Rancière la define como el orden existente de cosas que es garantizado como una cierta «partición de lo sensible» (Rancière, 2001:8) y una distribución de lo perceptible: la policía refiere a «todas las actividadesque crean orden a partir de la distribución de lugares, nombres, funciones» (Rancière, 1994:173). La policía se compone simultáneamente de una serie de reglas y procedimientos formales e informales que son compartidos, al distribuirse, por todos los miembros de un gobierno en lugares específicos, en torno a actividades específicas (Levy et al., 2008). Lo «sensible» refiere tanto a lo que es aceptable y está naturalizado, como a los registros «estéticos» de lo que es visto, oído y hablado, lo que está registrado y es reconocido. Esta partición de lo sensible «hace visible quién puede ser parte de lo común en función de lo que hace, de las veces y los espacios en que esas actividades son ejercitadas (...) esto define el hecho de ser visible o no en un espacio común (...) es una partición del tiempo y los espacios, de lo visible e invisible, de las voces y los ruidos que definen el lugar (locación) y la arena de lo político como una forma de experiencia» (Rancière, 2000a:13-14). La policía refiere tanto a las actividades del Estado como al ordenamiento de las relaciones sociales y «controla que aquellos cuerpos sean asignados por nombre a un lugar y a una tarea particular; es un orden de lo visible y de lo decible que controla que una actividad particular sea visible y otra no, que estos dichos sean entendidos como discurso y otros como ruido» (Rancière, 1998:29). Para regresar al ejemplo de Rosa Parks, ella hubiera permanecido invisible si hubiera tomado el asiento «adecuado» en el autobús. Rehusándose a hacerlo, y representando teatralmente la igualdad, su acto se volvió visible; atravesó la «partición de lo sensible». La policía clasifica, ordena, distribuye. Como sostiene Dikeç, la policía «depende de una organización del espacio social simbólicamente constituido, una organización que se convierte en la base de y para la gobernanza» (Dikeç, 2007:19). El gesto básico de la policía, entonces, no es el poder sino la distribución, la distribución de cosas y personas, la organización temporal y espacial de actividades, asignar funciones y su interacción: «La policía es una norma que gobierna la aparición de cuerpos, que configura una serie de actividades y ocupaciones, y arregla las características del espacio donde estas actividades son organizadas o distribuidas» (Rancière, 1998:29).


El orden policial está basado en la saturación, en la sutura del espacio social: «la esencia de la policía es el principio de saturación; concebida por la policía, la sociedad es una totalidad compuesta por grupos que desempeñan funciones específicas y ocupan espacios determinados» (Rancière, 2000a:124). No reconoce ausencia, exceso o excedentes. Este impulso a suturar, a instituir una sociedad completamente inclusiva, por supuesto nunca es enteramente realizado. Los antagonismos constitutivos que rompen la sociedad previenen la saturación; siempre habrá un afuera, una falta o un excedente constituidos; aquello que no es controlado por el orden simbólico de la policía (Dikeç, 2005). Esta falta o exceso abre la posibilidad -si no la necesidad- para el retorno de lo político. Tales momentos pueden ser entendidos como eventos temporales-espaciales materiales y simbólicos que destrozan la distribución oligárquica de lo sensible, afectan lo perceptible, y moldean las coordenadas de lo que constituye lo social, exponiendo las rupturas que atraviesan el cuerpo social. La forma «subjetiva» de la violencia que encarnan revela la violencia«objetiva» sostenida por un orden policial que niega lo «malo» que queda al descubierto a través de la intervención (Žižek, 2008a). La espacialización de eventos como estos, señalan, para Rancière, la afirmación de lo político, es acerca de enunciar el disenso y la ruptura, literalmente expresar un discurso que reclama un lugar en el orden de las cosas, demandando «la parte de aquellos que no tienen parte» (Rancière, 2001:6). Este es el arena en donde el Ochlos se vuelve el Demos, donde el ruido anárquico de la muchedumbre (la parte que no es parte, esto es, aquellos que no poseen registro en el orden policial) se vuelve la voz reconocida del pueblo, los espacios en donde lo único que está registrado como ruido por la policía se vuelven voces. Este Demos, aquellos sin una parte que demuestre su igualdad, se convierten en el núcleo de representación del conjunto del Pueblo. Momentos eventuales como estos son invariablemente vistos como insurgencias para la policía y adoptan formas geográficamente específicas.

En La Noche de los Proletarios, por ejemplo, Rancière estudia cómo los trabajadores en la Francia del siglo XIX, trabajando duro, tomando y produciendo su tiempo y espacio, se convirtieron en sujetos políticos bajo el nombre de proletarios (Rancière, 1989). Documentó cómo los trabajadores en sus tiempos libres (en la noche, por ejemplo, antes o después de trabajar) formaron sus propios espacios de escritura, imaginando nuevos sistemas sociales y modos de ser. La emancipación fue, entonces, acerca de lograr el derecho a su propio tiempo y su propio espacio, a producir su propia geografía, a pensar, jugar, derecho a alcanzar el terreno que estaba designado a la burguesía. La política emancipatoria es el rechazo a estar restringidos a los lugares asignados a ellos en el orden policial (la fábrica, sus hogares); interrumpe y desclasifica, y reclama lo que no está autorizado. Este ejemplo también ilustra el despegue radical respecto otras teorías y perspectivas de cambio emancipatorio. No existe ni una teorización sociológica o filosófica privilegiada que llame a los sujetos políticos a existir (como las clases para Marx, las mujeres para los feministas, etc.) ni sujetos políticos producidos a priori (como los proletarios). La subjetivización política se despliega en y a través de la puesta en escena/larepresentación de la igualdad, que expone lo «malo» en la distribución desigual de lo sensible. Al realizar esto, el sujeto aparece en escena y se transforma a sí mismo y a la configuración socio-espacial a través de prácticas performativas de espacialización disensual. Este proceso implica, como señala Davis (2010:84)«demostraciones argumentativas, dramatizaciones teatrales y desidentificaciones heterológicas». La subjetivación «nunca es simplemente la afirmaciónde una identidad, masel rechazo a una identidad impuesta por otros, por el orden policial» (Davis, 2010:88). Demostrando la igualdad como publicidad teatral, la subjetivación suponeun proceso de presentación insurreccional de diferencias igualitarias radicales, que hace visibles y sensatas las prácticas censuradas (por parte de la policía) de igualdad y libertad.

Este es el punto de encuentro de la policía y lo político que Rancière define como «política». Para él, la política siempre es disruptiva, emerge con el «rechazo a obedecer el «lugar» designado a las personas y a las cosas (o, al menos, a un grupo particular de personas y cosas)» (Robson, 2005:5). La política ocurre como una confrontación friccional entre la configuración socioespacial específica, por un lado, y la expresión universalizante de la igualdad, por el otro. Peter Hallward lo resume:


«Si la supervisión de lugares y funciones es definida como la «policía», una secuencia política real comienza, entonces, cuando esta supervisión es interrumpida para permitir una verdadera alteración anárquica de la función y el lugar, una abarcadora desclasificacióndel discurso. La voz democrática es la voz de aquellos que rechazan la distribución social de roles prevaleciente, quienes niegan la forma en que una sociedad reparte el poder y la autoridad» (Hallward, 2003a:192).

La política surge cuando el orden de cosas dado es cuestionado; cuando aquellos cuyas voces sólo son reconocidas como ruido por el orden policial reclaman su derecho a hablar, adquieren el habla y producen la espacialidad que les permite el ejercicio del mismo. Tal des-clasificación perturba todas las representaciones de lugares, posiciones y sus pertenencias (Rancière, 1998:99-100) y desestabiliza los órdenes socio-espaciales y los principios de su distribución:

«Al final, todo en la política gira en torno a la distribución de espacios. ¿Cuáles son estos espacios? ¿Cómo funcionan? ¿Por qué están allí? ¿Quiénes pueden ocuparlos? Para mí, la acción política siempre actúa sobre lo social como distribución litigiosa de lugares y roles. Es siempre el problema de saber quién está calificado para decir qué es un determinado lugar y qué hacer allí» (Rancière, 2003b:201).

La política es un asunto inherentemente público, se despliega en y a través de la transformación del espacio, material y simbólicamente, redefine lo que se constituye como espacio público o privado y sus límites, y re-organiza las relaciones socio-espaciales. Esta visión de la política como espacio disensual se encuentra en agudo contraste con la pospolítica consensual que se está consolidando en la «buena» gobernanza neoliberal contemporánea y sus contrapartes posdemocráticas institucionalizadas. Por supuesto, también se evade la cuestión de qué hacer. ¿Cómo recuperar lo político, como se discutió arriba, desde los restos de la posdemocracia pospolítica autocrática consensual? Este es el tema que trabajaré en la próxima sección.

5. DESAFIANDO LA POSDEMOCRATIZACIÓN: DESDE LA PUESTA EN ESCENA DE LA IGUALDAD A LA PRODUCCIÓN DE ESPACIOS IGUALITARIOS.

«La actividad política es cualquier cosa que desplace a un cuerpo desde su lugar asignado, o cambie el destino de un lugar. Hace visible lo que antes no era visible, y hace escuchar un discurso donde alguna vez hubo lugar sólo para el ruido»
(Rancière, 1998:30).

«La política gira... en torno a las propiedadesde los espacios y las posibilidades del tiempo»
(Rancière, 2006b:13).

Como se señaló anteriormente, gran parte de la literatura geográfica sobre espacios democráticos, empoderamiento y esfera pública, se articula en torno a procesos de privatización/cerramiento y vigilancia de espacios públicos materiales o simbólicosbajo la neoliberalización, las prácticas y configuraciones de los «espacios» públicos, y las modalidades de encuentro no opresivas y ético-hospitalarias. No obstante la importancia de estas perspectivas, las teorizaciones analizadas anteriormente invocan articulaciones diferentes entre el espacio y la política/lo político. Se focalizan en cómo los espacios políticos igualitarios pueden ser reclamados, puestos en escena, planificados y materializados (en sentido físico y simbólico) (Merrifield, 2011). Se despliegan en torno a las metáforas centrales de emergencia, insurrección, igualdad y puesta en escena teatral a través de la actuación performativa, y pone en primer plano al acto político como una intervención/interrupción ubicada y a los procedimientos de espacialización igualitaria (Springer, 2010). Para SlavojŽižek la política se lleva a cabo.

«con la emergencia de grupos que, aunque sin un espacio determinado en el edificio social (o, en el mejor de los casos, ocupando lugares subordinados), demandan ser incluidos en la esfera pública, ser escuchados en pie de igualdad con la oligarquía o aristocracia gobernante, esto es, ser reconocidos como socios del diálogo político y ejercicio del poder... La lucha política verdadera, por lo tanto, no es un debate racional entre múltiples intereses, sino la lucha de la voz de cada uno para ser reconocida como la voz de un socio legítimo. Además, al protestar por el mal que sufrieron, también se presentan a ellos mismos como la personificación inmediata de la sociedad como tal, como la representacióndel Conjunto de la Sociedad en su universalidad... De este modo, la verdadera política siempre supone un tipo de cortocicuito entre lo Universal y lo Particular: la paradoja de lo singular que aparece como la representación de lo Universal, desestabilizando el orden funcional «natural» de las relaciones en el cuerpo social» (Žižek, 2006:69-70).

La emergencia de la politización es siempre específica, concreta, particular, pero se mantiene como la condensación metafórica de lo universal. Este procedimiento implica la producción de nuevas espacialidades materiales y discursivasdentro de y a través de las espacialidades existentes de la policía. Afirma el disenso como la base adecuada para la política. Como testifica Rancière: «la principal función de la política es la configuración de su espacio propio. Es revelar al mundo sus sujetos y sus operaciones» (Rancière, 2001, Tesis 8). La política no posee, así, espacio fundacional o locación, no puede ser aceptada teoricamente o localizada socio-espacialmente a priori; emerge, es una propiedad emergente. Puede surgir en cualquier lugar: «los espacios se vuelven políticos en cuanto se convierten en un elemento integral de la interrupción del orden «natural» (o, mejor aún, naturalizado) de dominación, a través de la constitución de un lugar de encuentro poraquellos que no tienen parte en dicho orden. Lo político es signado por este encuentro como un momento de interrupción, y no por la mera presencia de relaciones de poder e intereses en competencia» (Dikeç, 2005:172). Una ruptura importante se abre aquí entre Rancière, por un lado, y Badiou, por el otro. Rancière insiste en la imposibilidad de la institucionalización de la democracia y, consecuentemente, en el abismo entre cualquier orden instituido (la policía) y la presunción democrática de igualdad (lo político):

«La comunidad de iguales siempre puede lograrse, pero sólo bajo dos condiciones. Primero, no se trata de un objetivo a alcanzar, sino de una suposición a ser aceptada desde el principio e infinitamente repensada... La segunda condición... puede ser expresada como sigue: la comunidad de iguales nunca puede lograr una forma sustancial como institución social... Una comunidad de iguales es una comunidad insustancial de individuos comprometidos con la creación continuadade igualdad. Cualquier otra cosa que haya marchado bajo esta bandera es o bien un truco, una escuela o una unidad militar» (Rancière, 1995b:84).

La institucionalización, por lo tanto, es siempre necesariamenteincompleta; los terrenos de lo político y de la policía permanecen para siempre alojados en diferentes registros. El activismo insurgente y la puesta en escena de las prácticas igualitarias, el anarquismo de principios de los arquitectos insurgentes de las luchas emancipatorias, agotan el horizonte de las políticas egalibertarias. Badiou no comparte esta visión de la política democrática como meramente perturbación anárquica. Un procedimiento político verdadero, según Badiou, es iniciado cuando en el nombre de la igualdad se declara fidelidad militante a un evento, una fidelidad que, aunque siempre particular, aspira a convertirse en pública, a universalizarse. Es una apuesta a la verdad de la secuencia política igualitaria y a la posibilidad de su realización (Badiou, 2008b), una verdad que sólo puede ser verificada ex-post. Los ejemplos preferidos de Badiou y Žižek son Robespierre, Lenin, o Mao en su declaración de fidelidad al procedimiento de la verdad comunista en el evento revolucionario. Para Badiou, el comunismo es una idea relacionada con el destino humano genérico y articulado con la hipótesis de que otra organización colectiva (distinta a la presente desigualitaria) es practicable e inmediatamente realizable (Badiou, 2010). Si una secuencia de la verdad política (comunista) se despliega a través de la declaración de fidelidad a un evento inaugural, que puede ser discernido retroactivamente como tal, es el despliegue de la producción teórica y práctica de este procedimiento de la verdad el que decidirá su realización histórica-geográfica. Esto último requiere de formas de organización política que operen a «cierta distancia del Estado», y no como parte del «estado de situación» (u orden policial) (véase Swyngedouw, 2010b).

Independientemente de estas diferencias teóricas, los espacios políticos democráticos son momentos activos de construcción de nuevas espacialidades igualitarias dentro de y a través de las geografías existentes (públicas y privadas) del orden policial. Tales producciones operan mediante la (re-)apropiación del espacio, la producción de nuevas cualidades espaciales y nuevas relaciones espaciales, materiales y simbólicas, y expresan lo que Castoriadis hubiera llamado un imaginario radical en juego (Kaika, 2010; 2011). El ya mencionado caso de Rosa Parks y el Movimiento por los Derechos Civiles es un ejemplo de ello. Otro ejemplo de tales secuencias políticas erupcionó cuando, en 1981, las demandas de Solidarnosc por mejores condiciones de trabajo en los astilleros de Gdansk se trasladaron a las demandas universales por los derechos civiles en contra del orden oligárquico-burocrático del capitalismo de Estado y de los oficiales comunistas en Polonia; cuando estos últimos reconocieron las demandas de los activistas, el edificio simbólico del orden policial y el orden constituido se desmoronó y revelóel vacío de poder. Los insurgentes lanzaron una secuencia política adecuada que derrocarían el orden simbólico y la distribución de funciones y lugares a él asociado. Su historia subsecuente, por supuesto, también señaló cómo la fidelidad a la igualdad se desmoronó a través del proceso colonizador de incorporación a un orden policial europeo pospolítico. Es dentro de las inconsistencias entre Rancière y Badiou donde las prácticas espaciales insurgentes pueden ser situadas. Si lo político es negado cada vez más a medida que se va desplegando la posdemocratización, re-emergiendo esporádicamente en la forma de estallidos de violencia irracional e insurrección como la única forma de mostrar el disenso, ¿qué debe hacerse? ¿Qué diseños pueden pensarse para la puesta en escena igualitaria del espacio político?¿Cómo y de qué modo puede movilizarse el coraje del intelectual colectivo para pensar a través de los espacios disensuales o polémicos? Me gustaría situar las respuestas tentativas a estas preguntas en una serie de registros de pensamientos interrelacionados.

Primero, más que aceptar la multitud de singularidades y la pluralidad de modos posibles de transformarse, más que disfrutar la inmanencia de la transformación imperial, una inmanencia que no posee un «afuera» (Hardt y Negri, 2001), más que la micro-política de las resistencias dispersas, prácticas alternativas, y efectos (Holloway, 2002 o Critchley, 2007), la visión explorada en esta contribución pone en primer plano las divisiones y exclusiones, y enfatiza«el acto político» y la fidelidad a un procedimiento político de verdad que exige tomar partido (véase Dean, 2006:115). Las actuaciones insurgentes igualitarias que Rancière y otros reclaman, si se pretende que sean efectivas, transgredenla fantasía de untipo de acción que sustenta el orden pospolítico y que llama a la «resistencia» como un mandato positivo. El acto de resistencia («debo resistir el proceso de, por ejemplo, la neoliberalización, la globalización o el capitalismo sino la ciudad, el mundo, el medio ambiente, los pobres sufrirán») sólo responde al llamado del poder en su disfraz posdemocrático. El acto de resistencia es lo que de hecho se invita a hacer, pero deja el orden policial intacto. El entendimiento de la política meramente como rituales de resistencia, de acuerdo con Žižek, condena al fracaso político:

«La misma práctica política radical es concebida como un proceso interminable que puede desestabilizar, desplazar, etc. la estructura de poder, sin si quiera tener la capacidad para socavarlo efectivamente -el objetivo máximo de la política radical es, básicamente, desplazar el límite de la exclusión social, empoderando a los agentes excluidos (minorías sexuales y étnicas) creando espacios marginales en donde éstos pueden articularse y cuestionar su identidad» (Žižek, 2002b:101).

dirigido hacia el Estado y demanda inclusiónen los registros institucionales, no hace nada más que mantener el estado de situación intactoy contribuir a la solidificación del consenso pospolítico. La resistencia como el último horizonte de movimientos sociales y políticos (véase Featherstone, 2008) se ha convertido en un subterfugio que enmascara lo que realmente está en juego: cómo garantizar que nada cambie realmente. La planificaciónde la resistencia ya no está preocupada por transgredir los límites de lo posible, aceptable y representable, sino que es más bien un síntoma de la profundización del cierre del espacio de la política. El problema con semejantes tácticas no es que dejen el orden simbólico intacto y, a lo sumo, «apenas molesten» a la policía; son una parte activa del proceso de posdemocratización. Como dice Žižek, «estas prácticas de reconfiguración/desplazamiento performativo en última instancia apoyan lo que intentan subvertir, dado que el mismo campo de estas «transgresiones» ya fue tenido en cuenta, incluso engendrado por la forma hegemónica» (Žižek 1999:264).

La tentación de actuar dentro y sobre la policía, como rituales de resistencia, debe ser vista con sospecha. Sin embargo, el retorno actual de lo político bajo la forma de violentos estallidos urbanos con los que inicié esta contribución, estallidos que parecen no tener visiones, proyectos, sueños o deseos, sin una simbolización apropiada, también es sospechoso. No es más que la otra cara de la negacióna la violencia de la gobernanza consensual (Swyngedouw, 2010c). Son el contragolpe maniqueísta a los rituales de resistencia. El retorno de lo reprimido o de lo real de lo político bajo la forma de insurgencias urbanas violentas, se redobla en el encuentro violento que resulta del orden policial, por lo que los manifestantes reunidos se localizan, literal y simbólicamente, por fuera de orden consensual, son contraatacados y acorralados por la violencia de la policía; no son nada más que, en palabras de Sarkozy, escoria, personas sin un lugar apropiado dentro del orden de lo dado.

Segundo, la atención debe focalizarse en las modalidades de re-politización. Re-politizar el espacio como una intervención en el estado de la situación que transforme y transgreda los órdenes simbólicos de las condiciones existentes marca una división entre una situación vieja y una nueva, que ya no puede seguir siendo pensada en términos de los viejos marcos simbólicos. Para Žižek, tal acto político no surge «del arte de lo posible, sino del arte de lo imposible» (Žižek, 1999). La verdadera política refiere, de este modo, a las prácticas que van más allá del orden simbólico de la policía; a demandas que no pueden ser simbolizadas dentro del marco de referencia de la policía y, así, necesitarían de la transformación de la policía para permitir que la simbolización se lleve a cabo. Sin embargo, estas son demandas y reclamos eminentemente razonables y factibles cuando el marco del orden simbólico es redireccionado, cuando la brecha de paralaje entre lo que es (el orden simbólico constituido de la policía) y lo que puede ser (la reconstitución del orden simbólico, hecha posible mediante un cambio en las posiciones estratégicas, cambio que comienza a partir del principio partidario universalizante de la igualdad) es reconstituido. Este es el proceso político democrático a través del cual la igualdad es afirmada y que requiere la transformación del espacio socio-físico y la institución de una partición radicalmente diferente de lo sensible (Žižek, 1999). La forma de la politización predicada sobre universalizar las demandas egalibertarias, atraviesa directamente la política radical que caracteriza varias formas contemporáneas de resistencia. Esto puede observarse en los estallidos de democratización en las calles de Tunes, Atenas o Madrid en 2011. Es también una suerte de demanda expresada cuando los indocumentados y otros inmigrantes en Europa o EE. UU. reclamaron sus espacios egalibertarios.

Tercero, la respuesta apropiada al mandato para llevar a cabo acciones, para diseñar lo nuevo, para ser diferente (pero que ya ha sido tenido completamente en cuenta dentro del estado de situación), es seguir la modesta aunque radicalmente transgresiva respuesta de Bartleby a su Amo: «Preferiría no hacerlo...»: rehusarse a actuar, dejar de preguntar qué quieren de mí, dejar de querer agradar. El negarse a actuar es también una invitación a pensar o, más aún, pensar dos veces. Existe una tarea urgente que requiere de la formación de nuevos imaginarios/fantasías igualitarias y la resurrección del pensamiento que ha sido censurado, borrado del guión, suspendido. En otras palabras, la cuestión clave a ser planteada hoy en día es si aún es posible pensar el diseño de espacios libres en común, democráticos, polémicos, justos, en el siglo XXI. ¿Podemos aún pensar a través de las metáforas censuradas de igualdad, comunismo, vida en común, solidaridad, democracia política real? ¿Estamos condenados a depender de nuestros sentimientos humanitarios y obligacioneséticas, para cuidar y gestionar socialmente -a lo máximo de nuestras capacidades tecno-administrativas- las perversidades de la espacialidad capitalista pospolítica, o puede pensarse una inscripción política y geográfica diferente del proceso de vivir-en-común?

Si ambos, el análisis crítico socio-espacial del estado de la situación, del orden policial, y el llamado a la re-inscripción ética de la política, fallan en su deseo emancipatorio, los pensamientos deben re-dirigirse hacia una re-inscripción de lo político que gire en torno al espacio re-centralizado y re-diseñado como un campo político egalibertario de disputas/desacuerdos, literalmente abriendo espaciosque permitan actos discursivos que reclaman un lugar en el orden de las cosas (véase Swyngedouw, 2011b). La lección clave que hay que aprender de esta intervención es que la política no surge de la planificación de lo social, sino que se mantiene como el punto de encuentro de la policía y lo político. Lo político configura su propio teatro, que abre una nueva espacialidad aunque dentro de la distribución de tiempos y espacios dado, dentro de las configuraciones histórico-geográficas específicas que marcan el orden socio-espacial existente. Surge dentro del orden policial, pero actúa a una cierta distancia del estado de la situación. La emergencia de lo político bajo el nombre de igualdad y libertad denota una aspiración universalizante y, así, siempre opera a una cierta distancia mínima del Estado y la policía10: emerge no desde dentrodel dispositivo policial, sino desde donde se supone que no debe estar, esto es, en el espacio público. Lo político es montado teatralmente y representado en el acto de transgredir laconfiguración socio-espacial, de modo que simultáneamente la igualdad es actuada y lo «malo» (las prácticas desigualitarias inscriptas en la policía) queda expuesto. Sin embargo, el despliegue de un procedimiento político, a su vez, se articula con y queda enredado en las complejas configuraciones espaciales y geografías desiguales, que marcan su localización eventual. La política se lleva a cabo cuando las aspiraciones universalizantes del evento político se encuentran con las especificidades loca- les del orden policial. Si bien en los ejemplos utilizados en este paper pueden distinguirse ciertos procedimientos universalizantes, siempre se enredan con las geografías específicas y complejas que la misma emergencia de lo político pretende transformar. La política, entonces, es precisamente el procedimiento mediante el cual nuevas geografías son instituidas.


Todo esto se centra en repensar la igualdad políticamente; esto es, pensar la igualdad no como un concepto o procedimiento sociológicamente verificable que permita la apertura de una arena de políticas que remediará las inequidades observadas (utópicas, normativas, morales) en algún futuro utópico (esto es, la receta estándar de las prescripciones de la política urbana liberal de izquierda), sino como la condición de la democracia axiomáticamente dada y presupuesta, aunque contingente. La emergencia del espacio político como el espacio para la institucionalización de lo social (de la sociedad) y la equidad como el gesto fundacional de la democracia política (una base presumida, axiomática, pero contingente), requiere diseños extraordinarios (tanto teóricos como materiales) que atraviesen los significantes más importantes de la gobernanza consensual. Los elementos de tales rediseños metonímicos transgresivos incluyen pensar en las espacialidades de la oposición/disenso, de las polémicas, del relato agonísticoy puesta en escena performativade la igualdad. Los imaginarios radicales de las utopías espacio-temporales concretas como inmediatamente necesarias y realizables, y su articulación con las prácticas emergentes de puestas en escena egalibertarias, necesitan promoción y apoyo.

La última obligación, y tal vez la más importante, es atravesar la fantasía de las élites, una fantasía que está sustentada e incentivada por el imaginario de un mundo autopoiético, la mano invisible del mercado que auto-regula y auto-organiza, sirviendo al mismo tiempo a los intereses de Unos y de Todos, a los privados y a los comunes. El socialismo para las élites (Virillo, 2008) que sutura el espacio de la política contemporánea, en realidad moviliza a los comunes en interés de las élites, a través de los registros movilizadores y disciplinarios de la política posdemocrática. Es una fantasía que se sustenta aún más en una doble promesa fantasmagórica: por un lado, la promesa de un eventual disfrute -«créannos y nuestros diseños garantizarán su disfrute»-. Se trata de un disfrute siempre pospuesto, que se convierte en una utopía real. Por otro lado, está la invocación recurrente del espectro de la catástrofe y desintegración si las fantasías de las élites no son realizadas, que es predicada sobre la incesante cultivación del miedo (desintegración ecológica, migración excesiva, terrorismo, crisis económico-financieras, etc.), un miedo que sólo puede ser gestionado mediante el conocimiento tecnocrático-experto y mecanismos de gobernanza de las élites. Este miedo a la catástrofe posee efectos de debilitamiento y des-empoderamiento -sostiene la impotencia de nombrar y designar verdaderos lugares alternativos, verdaderas espacialidades y urbanidades emancipatorias diferentes.

Atravesar las fantasías de las élites requiere coraje intelectual y político para imaginar la producción colectiva del espacio, la inauguración de las nuevas trayectorias políticas de vida en común y, lo más importante, el coraje de elegir, tomar parte, declarar fidelidad a las prácticas egalibertarias ya prefiguradas en algunos de los eventuales lugares-momentos que marcan las insurgencias contemporáneas. Lo más importante, atravesar la fantasía de las élites, significa reconocer que la catástrofe social y ecológica que es anunciada diariamente como una amenaza del mañana no es una promesa, no es algo que vendrá, sino que ya forma parte de la realidad del presente. En este sentido, debemos recuperar utopías espaciales egalibertarias como una necesidad actual primordial. Como el Invisible Committee señala en The Coming Insurrection:

«Es inútil esperar -por un avance, por la revolución, el Apocalipsis nuclear o un movimiento social. Continuar esperando es unalocura. La catástrofe no está llegando, está aquí. Ya estamos situados dentro del colapso de una civilización. Es dentro de esta realidad que debemos tomar partido» (138).

NOTAS

1. Artículo publicado originalmente como: Swyngedouw, E. (2011) «Interrogating Post-Democracy: Reclaiming Egalitarian Political Spaces», Political Geography, 30 (7), pp. 370-380. Re-publicado aquí con permiso del editor y autor. Traducción Emilia Ormaechea y Julia Pingsdorf.
2. Reconocimientos: este paper se ha beneficiado enormemente de una amplia gama de discusiones, encuentros y presentaciones de seminarios. En particular, me gustaría agradecer a Maria Kaika, Andy Merrifield, Noel Castree, Stijn Oosterlynck, Nik Heynen, y a los evaluadores de sus comentarios, sugerencias y consejos. Soy elúnicoresponsabledelargumento final.
3. Para un análisis detallado de estos eventos, véase el especial de The International Journal of Urban and Regional Research, Marzo 2010.
4. Nota de traducción: refiere a un juego de palabras en inglés con relación a los saludos de Navidad y Año Nuevo: «Feliz Crisis y Próspero Miedo Nuevo».
5. Esta distinción es ampliamente discutida en el pensamiento político continental de la posguerra, bajo la forma de la diferencia política entre «le politique» y «la politique» en Francia, y «die Politik» y «das Politische» en alemán (véase Barnett, 2004; Marchart, 2007).
6. Una perspectiva agonística es escéptica acerca de las posibilidades políticas de trascender o eliminar las profundas divisiones y conflictos dentro de la sociedad. Los desacuerdos y las tensiones son una parte integral de lo social. Chantal Mouffe, por ejemplo, distingue «entre dos tipos de relaciones políticas: las de antagonismo, entre enemigos, y las de agonismo entre adversarios.Podríamos decir que el objetivo de las políticas democráticas es transformar los «antagonismos» en «agonismos»... Lejos de poner en peligro a la democracia, la confrontación agonística es de hecho su condición elemental de existencia (Mouffe, 1999:755-756). El agonismo parte de la posición antagónica entre amigo-enemigo propuesta por la teorización política schmittiana (véase Schmitt, 1996), pero «identifica la dimensión constructiva de contestación» (Honig, 1993:15).
7. Para una excelente reseña espacializada, véase Gunder y Hillier (2009).
8. Hago uso aquí, en particular, de la presunción axiomática de igualdad en la política emancipatoria (o democrática) (como exploran Badiou y Rancière). Para Claude Lefort también la igualdad es una condición axiomáticamente dada de la invención democrática, que por supuesto es histórica y geográficamente contingente. Etienne Balibar también insiste en que la igualdad es el axioma en el cual se funda la democracia, en conjunto con la libertad (lo que él llamaégaliberté) (véase Dikeç, 2003). Badiou es más escéptico con relación al uso político de«libertad» -teme que se ha convertido en un término demasiado infectado y apropiado por el «liberalismo» o, en palabras suyas, el «orden capital-parlamentario».
9. Los eventos recientes en Egipto y Túnez son casos ejemplificadores de esto.
10. La «Organisation Politique», de la que Alain Badiou ha sido miembro fundador y activista, ejemplifica tales tácticas de distancia mínima al tiempo que se mantiene una absoluta fidelidad al principio de igualdad como gesto fundacional (véase Hallward, 2003b). Para Badiou, el pasaje a la acción, el proceso de subjetivización política emerge en los márgenes del vacío del estado de situación, es la parte supernumeraria que no puede ser completamente explicada desde el interior del estado de situación, aunque anuncie la transformación del estado de situación.

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