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Mundo agrario

versión On-line ISSN 1515-5994

Mundo agr. v.7 n.14 La Plata ene./jun. 2007

 

La modernización en el devenir de la producción familiar capitalizada

Albanesi, Roxana P.1

1Grupo de Estudios Agrarios, Facultad de Ciencias Agrarias
Universidad Nacional de Rosario
ralbanes@unr.edu.ar

Resumen
En el artículo se analizan los cambios que la modernización provocó en la producción familiar del sur de Santa Fe desde sus inicios hasta finales de la década de 1990. Los productores debieron incorporar capital de manera constante y creciente. El cambio tecnológico implicó modificaciones en la superficie y tenencia de la tierra, el uso productivo del suelo y la necesidad de mano de obra. La producción familiar evidencia capacidad de resistencia pero -a su vez- el proceso significó desaparición de explotaciones, concentración productiva y exclusión social en la región.

Palabras claves: Producción familiar. Modernización. Cambio tecnológico. Exclusión social.

Abstract
In the article are being analysed the changes that modernisation has made in South Santa Fe family production since its beginning till the end of the nineties. The farmers had to incorporate capital in a constant and growing way. The technological change involved modifications in both area and tenure of land, the productive use of the soil and the necessity for labour. The family production shows the capacity for resistance to these changes but - at the same time - the process meant the disappearance of farms, productive concentration and social exclusion in the region.

Keywords: Family production. Modernisation. Technological changes. Social exclusion.

1. Introducción

   En los inicios de la segunda mitad del siglo XIX las políticas de ocupación productiva de la tierra en la provincia de Santa Fe propiciaron procesos de colonización -tanto públicos como privados- que dieron origen a una estructura agraria en la que pequeños y medianos productores, con una organización laboral familiar y trabajando tierras arrendadas o propias, se consolidaron como los actores sociales mayoritarios en el sur santafesino (Cortes Conde, 1969; Gallo, 1983; Scobie, 1983; Bonaudo y Sonsogni, 1990). La flexibilidad ecológica, es decir, la posibilidad de obtener una alta productividad de la tierra y de combinar actividades, y la flexibilidad propia de este tipo de unidades, posibilitaron el desarrollo de estrategias que permitieron su permanencia como tales a través de los diferentes períodos del desarrollo agrario argentino.
   Hacia 1960 se inicia en la región una etapa signada por el aumento de la producción y la productividad basada en la aplicación del modelo tecnológico de base industrial. La transformación tecnológica se centró en el mejoramiento de semillas, la mecanización total de las labores y el aumento de la potencia por hectárea, un alto grado de difusión y adopción de nuevos herbicidas y la incorporación de fertilizantes en algunos cultivos. Como resultado de este proceso de 1962 a 1984 la producción agrícola pampeana se triplicó, la productividad de la tierra se duplicó y la productividad de la mano de obra se cuadriplicó (Obschatko, 1989). Es en estos años que se inició el proceso conocido como "modernización" de la producción agropecuaria, especialmente de la agricultura. Proceso que se caracteriza por la subordinación de la naturaleza al capital en la medida que la producción tomó distancia, parcial y gradualmente, de las condiciones naturales dadas (Graziano da Silva, 1994).
   El impacto de la modernización no debe medirse exclusivamente bajo los parámetros de producción y productividad puesto que la incorporación de tecnologías implicó una profunda transformación de la estructura de las explotaciones agropecuarias y de las relaciones económicas y sociales en el agro. A partir de este momento se profundizó el carácter capitalista del régimen de producción agrícola (Gómez y Pérez, 1985). En el seno de la producción familiar se dieron profundas transformaciones. Los productores para permanecer debieron incorporar capital en maquinarias e insumos, esta incorporación impactó fuertemente en la necesidad de mano de obra y en la distribución de la tierra, iniciándose un proceso de concentración productiva y exclusión social en la región.
   El objetivo del presente trabajo es analizar las transformaciones de la producción familiar en el sur de Santa Fe vinculadas a la necesaria incorporación de tecnologías y las consecuentes modificaciones en los factores de producción durante dos etapas: fines de la década del '70, cuando ya habían ocurrido los principales cambios tecnológicos del proceso y se encontraba masivamente incorporada la soja, cultivo central durante toda la etapa, y fines de la década del '90, momento de profundización de las tendencias iniciales.  

2. Producción familiar

   Toda referencia a la producción familiar remite a la existencia de universos de productores con características comunes pero también con importantes diferencias. Se trata de una tipología amplia dentro de la cual es necesario acotar subconjuntos determinados por cómo el trabajo familiar se relaciona con la tierra, la tecnología y los mercados, y cómo estas producciones se vinculan con la economía global en cada tiempo y espacio. Desde una perspectiva histórica es innegable su permanencia y, a la vez, la existencia en su seno de procesos de descomposición ascendente y descendente (Murmis, 1991). Constituye una forma de producción en la que la mayor parte del trabajo es realizado por los productores y sus familias y la categoría salario no desplaza al trabajo familiar.
   Los diferentes tipos de productores familiares se diferencian según las características de sus relaciones de producción: unidades campesinas y sus subcategorías -comunitarias; capitalizadas y semiproletarizadas- y unidades familiares capitalizadas (Murmis, 1991). En este trabajo se aborda el análisis de esta última forma, típica de los chacareros del área, cuyas relaciones con el exterior son mayormente mercantiles.
   Al igual que en la empresa capitalista la unidad familiar capitalizada debe renovar los elementos de producción a una escala ampliada, pero no se da en su seno la división del producto neto entre consumo personal e inversión. La familia como trabajadora, pero también como propietaria, puede ajustar su consumo. Es así como sus relaciones internas le otorgan ventajas al prescindir de la categoría ganancia como condición de reproducción y al reemplazar la inflexibilidad del salario por el costo flexible del consumo familiar (Friedman, 1981). La producción familiar capitalizada logra permanecer en contextos de mayor dominio del capital, lo que está en juego es la comprensión del proceso de transformación que ello implica.
   La cientificación (1) crea una estructura que permite al capital obtener un control más directo sobre el proceso de trabajo agrícola. Sin embargo, tal proceso no logra una subsunción plena de los agricultores en tanto actores capaces de coordinar los dominios de producción y reproducción, no sólo en términos económicos sino también sociales (a nivel familiar y en ámbitos más amplios: locales, institucionales, financieros, entre otros) (Ploeg, 1993). Desde esta perspectiva puede analizarse a la modernización como un límite impuesto externamente que aumenta las exigencias para lograr las condiciones de producción y reproducción pero a la vez resulta un dispositivo capaz de generar nuevas estrategias para permanecer, con presencia de relaciones mercantiles y no mercantiles.

3. Metodología

   El presente trabajo se basa en el análisis de dos investigaciones diagnósticas sobre producción familiar capitalizada en el área sur de Santa Fe. La primera de ellas: "Limitantes al aumento de la productividad agropecuaria en el sur de Santa Fe" (Cloquell, et al, 1982) caracteriza la estructura y dinámica de estas unidades en 15 distritos de características ecológicas homogéneas del sur de Santa Fe. El relevamiento de la información, basado en una muestra estratificada al azar, fue realizado en la campaña 1979/80. Se realizaron 155 encuestas estructuradas a propietarios de tierras. A partir de la cantidad de hectáreas asociadas a la variable independiente "organización laboral", la investigación identificó diferentes modelos de explotaciones.
   En esa misma dirección "Las unidades familiares del área agrícola del sur de Santa Fe en la década del '90" (Cloquell, et al, 2003) estudia las estrategias construidas por estos actores como respuesta al contexto neoliberal imperante en la década. La base de datos fue construida con la información obtenida de encuestas estructuradas efectuadas a 141 productores al frente de explotaciones familiares radicadas en 8 distritos del sur santafesino durante la campaña 1999/2000 (2). La selección de las unidades encuestadas se realizó sobre la base de un muestreo probabilístico estratificado con asignación proporcional al tamaño del estrato.
   En la primera investigación la unidad de análisis seleccionada fue el propietario de la tierra. A partir de la variable independiente "organización laboral" se construyeron 4 modelos: 1 . Organización familiar : tareas físicas y administrativas ejecutadas por miembros de la familia hasta un porcentaje mayor o igual al 80%; 2 . Organización familiar contractual : tareas físicas delegadas a contratistas de producción. Sobre el total del trabajo físico un 80% se halla a cargo del contratista. Tareas administrativas realizadas por el propietario o miembro de la familia; 3 . Organización familiar empresarial : tareas físicas realizadas por personal asalariado en una proporción mayor o igual al 80%. Tareas administrativas realizadas en su totalidad por miembros de la familia y 4 . Organización empresarial : tareas físicas y administrativas realizadas por personal asalariado en una proporción mayor o igual al 80%.
   El segundo trabajo tomado como referencia, determina como unidad de análisis al productor familiar capitalizado y se lo clasifica en función de la superficie total operada: Estrato I de 0 a 50 hectáreas ; Estrato II de 51 a 200 hectáreas ; Estrato III de 201 a 500 hectáreas y Estrato IV de 501 y más hectáreas. A su vez, al interior de cada estrato se categorizó a los actores en: Propietarios puros y Propietarios arrendatarios .
   La comparación para el análisis de las tendencias es pertinente por cuanto los modelos de organización familiar (53% de la muestra) y de organización familiar empresarial (18% de la muestra) pertenecientes a la primera investigación son asimilables a la categoría productor familiar capitalizado de la segunda. Además, el modelo familiar contractual (25% de la muestra) cuya tierra es trabajada por contratistas de producción es equivalente a la figura de propietario que cede sus tierras en arrendamiento y puede brindar una aproximación acerca del fenómeno de toma y de cesión de tierras en el área. Finalmente, el modelo empresarial (sólo un 4% de los casos encuestados) queda excluido en el análisis.

4. En los inicios del proceso

   La expansión del capitalismo en la agricultura se desarrolla históricamente de dos formas diferentes: por extensión y por intensidad. El proceso de extensión se dio en la región pampeana desde mediados del siglo XIX hasta 1920 aproximadamente, etapa en donde se incorporó toda la tierra de la región a la producción. El desarrollo intensivo implica mayores inversiones de capital sobre suelos ya cultivados bajo relaciones capitalistas, lo que supone mayores volúmenes de producción sobre una misma superficie (Folladori, 1985). Este fue el proceso iniciado a partir de 1960 en el área.
   Hasta 1930 e l aprovechamiento de las condiciones agroecológicas de la región pampeana cimentó la economía de la Argentina. A lo largo del período la producción evolucionó en forma sorprendente, desde fines del siglo XIX hasta comienzos de la Segunda Guerra Mundial tuvo un crecimiento importante, con características parecidas y niveles de productividad similares a los que se daban en las grandes praderas norteamericanas y canadienses. Pero aproximadamente a partir de 1940 se produjo una fuerte divergencia: mientras en los EE.UU. y en Canadá se asistía a una segunda etapa de gran crecimiento de la producción, gracias a la adopción masiva de nuevas tecnologías, en la pampa argentina, paralizado el progreso técnico, la producción se estancó y aún retrocedió durante dos décadas. Recién hacia 1960 comenzó a observarse una recuperación suave, seguida luego por un aumento acentuado de la producción que se basó en el uso de nuevas técnicas (Sábato, 1980).
   En efecto, a principios de la década del 30 y previo a la gran crisis internacional, el 25% del trigo, el 65% del maíz y el 38% de la carne vacuna comercializados internacionalmente provenían de la Argentina. A mediados de los años '70, esos porcentajes habían descendido al 4% para trigo, al 12% en el caso de maíz y al 13% con respecto a la carne vacuna (Sidicaro, 1982).
   Una vez que, desde los finales de la década del '70, el rumbo económico adoptado fue el de desindustrialización y dinamización de la producción de materias primas, el estancamiento productivo y la caída en los saldos exportables verificado en las décadas anteriores (Sábato, 1980; Barsky y Murmis; 1986; Obschatko y Piñeiro, 1985) aparecían como problemas estructurales a resolver a nivel nacional. La adopción de tecnologías se presentaba como el camino imprescindible para aumentar la productividad de manera de superar la caída de los saldos exportables de los productos tradicionales y/o ampliar la capacidad exportadora e importadora. A nivel internacional existía una amplia gama de tecnologías disponibles y potencialmente utilizables por el sector productor de América Latina. Los países receptores aceptaban plenamente la idea de que resolverían sus deficiencias tecnológicas adoptando la tecnología disponible y consideraron que el Estado debía asumir la iniciativa y la responsabilidad de la acción directa. (Piñeiro y Trigo, 1982).
   La necesidad de generar crecimiento en el sector agropecuario pampeano, eje vertebral de la estructura agroexportadora, llevó a la implementación de políticas activas para propiciar los cambios tecnológicos necesarios. En 1956 se creó el Instituto Nacional de Tecnologías Agropecuarias para resolver la forma de transferir la tecnología desde los países generadores hacia el agro argentino. Con la finalidad de satisfacer la demanda interna de maquinarias se llevaron a cabo políticas activas de fomento directo a la industria (exención de impuestos a la importación de bienes de capital, desgravaciones, exención de impuestos a las ventas, restricciones a la importación de tractores terminados) y medida de fomento a la compra de maquinarias como desgravaciones y créditos a largo plazo ampliamente utilizados por los productores. Además, la investigación estatal en el desarrollo de semillas mejoradas y su consideración de "utilidad pública" y la exención de impuestos para la importación de agroquímicos fueron otras de las políticas que favorecieron la difusión y adopción de nuevas tecnologías (Piñeiro y Trigo, 1982).
   En este proceso se expresaron los intereses del Estado nacional de forma convergente con los de un contexto internacional signado por la maduración de la fase transnacional, una nueva división internacional del trabajo y la consolidación de nuevos mercados para tecnologías incorporadas en bienes de capital y de consumo. El escenario de partida de este análisis se ubica a finales de los años '70, en los comienzos de la agriculturización en la región pampeana como respuesta obligada a una serie de profundas modificaciones tecnológicas que aumentaron la productividad agrícola de forma impensada hasta entonces.

4.1 Cambios tecnológicos y en el uso del suelo

   Plenamente alcanzada la mecanización, con importante dominio de las nuevas técnicas agronómicas, incorporación de semillas mejoradas y nuevos plaguicidas (herbicidas, fertilizantes) irrumpe la posibilidad del doble cultivo trigo-soja y con él la posibilidad casi automática de incrementar la producción a partir del doble uso del suelo. Con la flexibilidad históricamente demostrada, las explotaciones pampeanas modifican sus estructuras productivas
   A tres años del llamado boom de la soja en la región (1977) el uso del suelo en el área mostraba el siguiente panorama: del total de la superficie muestreada el 74% se dedicaban a la agricultura y el 26% restante a ganadería. El cultivo de trigo representaba el 33% del suelo destinado a la agricultura, soja de segunda el 28%, la soja de primera el 13% y el área sembrada de maíz ocupaba el 26% de la superficie agrícola. El resto era sembrado con arveja y/o lenteja. Las rotaciones de mayor importancia en el área eran las agrícolas-ganaderas tanto por la cantidad de lotes que ocupaban (el 42%) como por la superficie ocupada (el 36% del total de hectáreas), le seguían en orden de importancia las rotaciones agrícolas y se registraba que la secuencia de "monocultivos" ocupaba el 7,7% de la superficie de la muestra.
   En síntesis, el 41% del suelo estaba ocupado por soja pero incluida en rotaciones agrícolas con persistencia de cultivos tradicionales como el maíz y/o rotación con ganadería. El análisis de los manejos en la actividad agrícola evidencia la incorporación de cambios tecnológicos. Las semillas mejoradas fueron rápida y masivamente adoptadas. Todos los productores encuestados declararon usar híbridos de maíz. Por la autogamia de las especies, la semilla de soja y la de trigo tienen la característica de poder ser multiplicadas sin modificar sustancialmente sus características varietales, por lo que las semillas utilizadas para la siembra eran normalmente de origen propio o bien la combinación propia y comprada.
   En cuanto al uso de herbicidas el 56% de la muestra manifestó utilizarlos. Sin embargo su adopción resultaba diferencial según modelo. En el familiar lo más frecuente era el control de malezas en forma mecánica con escardillo y de manera complementaria el control químico. En cambio, este último resultaba prioritario en los modelos empresarial-familiar y empresarial. No se verifica para esta etapa una incorporación importante de fertilizantes. La fertilización nitrogenada para trigo y maíz era escasamente practicada. Entre los no adoptantes, la mayoría (52% de los casos) aducía que no fertilizaba "porque por las condiciones de sus campos lo consideran innecesario" o bien "porque restituyen el nivel de N 2 a través de rotaciones con ganadería" . Sólo un 13% expresaba que no adoptaba por problemas económicos. Sin embargo, a medida que aumenta la complejidad del modelo (familiar empresarial y empresarial) se incrementaba la práctica de fertilización. Lo mismo ocurría con el tratamiento de las semillas de trigo contra hongos.
   El parque de maquinarias, necesario y acorde al modelo tecnológico vigente, estaba compuesto por tractor, arado, rastra rotativa, rastra de discos, rastra de dientes, rabasto, sembradora de grano fino y grueso, equipo de herbicidas y cosechadoras. Sin embargo no todos los productores poseían el parque completo de maquinarias existiendo también diferencias en cuanto a la antigüedad y potencia. A modo de ejemplo la menor cantidad de tractores, los más antiguos y pequeños se encontraban en manos del modelo de organización familiar, aumentando el número y la potencia en el modelo de organización empresarial familiar. La alta proporción de cosechadoras en propiedad entre los productores de organización familiar (0,56 cosechadora/propietario) se vinculaba a la cosecha en campo no propio, percibiendo en concepto de ingreso una tarifa por la labor realizada o bien cierta participación del volumen físico obtenido.
   La investigación consignaba que la siembra directa era el sistema de labranzas con los porcentajes de adopción más bajos en todos los modelos. Sólo un 3,2% de los encuestados la realizaba, mientras que un 2% la experimentó abandonándola, motivados fundamentalmente por problemas de "enmalezamiento y piso". Un 31% de los productores respondía que no hacía siembra directa "por falta de conocimiento y difusión de la técnica". Le seguían en importancia las siguientes menciones: "los altos costos de herbicidas y maquinarias" y "que no ha dado buenos resultados en la zona" (Cloquell, et al, 1982).
   Las explotaciones familiares incorporaron el modelo tecnológico con el consecuente mayor requerimiento de capital. La inversión en maquinarias fue privilegiada por la posibilidad de aumentar la superficie trabajada y por ampliar la autosuficiencia del trabajo familiar, elemento clave en la dinámica de este tipo de unidades. Con relación a los insumos se dio también un adopción masiva aunque no homogénea, las diferencias -aunque puedan ser consideradas como irrelevantes en términos de tendencia regional- evidencian respuestas diferentes vinculadas al grado de mercantilización que se puede o se está dispuesto a llevar adelante dentro de cada unidad.

4.2 La tierra y el trabajo

   La toma de tierra en arrendamiento fue un hecho histórico en la región desde el momento mismo en que ésta se insertó en el mercado internacional con el rol de proveedora de materias primas. Sin embargo, el aumento de la superficie a través del arrendamiento se constituyó en un hecho con características diferentes a partir de la modernización. Desde sus inicios la disponibilidad de un capital en maquinarias permitió la expansión en superficie bajo la forma de arrendamiento.
   La investigación confirmaba la tendencia en los modelos de organización familiar a expandirse mediante la toma de tierra para su explotación. Las razones más generalizadas para ello eran a) para aumentar ingresos y/o ampliar la explotación (57%), b) porque se trataba de explotaciones familiares o vecinas (19%), c) porque tenían maquinarias suficientes para mayor superficie (17%). En el caso del modelo familiar empresarial agregaban como razones válidas "ocupar al personal en el tiempo que quedó sin trabajo" o bien "porque es un negocio válido". Del total de casos encuestados el 43% de los mismos (67 casos) tomaban tierra de terceros trabajando bajo el régimen de tenencia precaria, una superficie total de 9.953 hectáreas . Si se compara la superficie en propiedad de los casos en estudios ( 75.848 hectáreas ) con la superficie controlada bajo el régimen de tenencia precaria ( 9.953 hectáreas ) se obtiene una relación de 13,12 hectáreas tomadas en alquilar cada 100 hectáreas en propiedad.
   Sin embargo la relación entre superficie tomada y superficie en propiedad era diferente de acuerdo al modelo de organización. Así el modelo familiar presentaba la relación más elevada con 44,36 hectáreas tomadas en alquiler por cada 100 hectáreas en propiedad, le seguía el modelo familiar empresarial con una relación de 37,77 hectáreas .
   La forma de arrendamiento predominante era el contrato accidental de hasta un año de duración, por lo general se trataba de una relación contractual de tipo informal, con acuerdos verbales. La relación del productor con el lote era precaria y su continuidad estaba asegurada más por relaciones interpersonales (de amistad o confianza) que por aspectos puramente jurídicos y económicos. No obstante, cabe señalarse que ya existía una fuerte competencia mercantil entre productores por tomar superficies en arrendamiento, lo cuál condujo a aumentar los cánones de arrendamiento y, consecuentemente, a elevar el precio de la tierra en la región.
   Se verificaban dos modalidades de pago: un porcentaje de la producción o una suma fija (pautada en dinero o producto). La modalidad más común era la de participación en la producción, por la cual el productor debía entregar un porcentaje de la cosecha al finalizar el ciclo productivo. Los porcentajes oscilaban desde 22-25% hasta 40-45% según la calidad de los suelos, la demanda zonal por tierra y la ubicación de las parcelas La modalidad a quintal fijo era evitada pues agregaba un importante componente de riesgo económico (Cloquell, et al, 1982).
   La incorporación de tracción y equipo simplificó, facilitó y amplió la capacidad de trabajo de los productores. La mecanización provocó un descenso abrupto en la necesidad de mano de obra en los establecimientos. En primera instancia, la reducción de la necesidad de trabajo impactó en la disminución de asalariados temporarios otorgando, en este sentido, una cierta flexibilidad. Además incrementó la autosuficiencia de la mano de obra familiar permitiendo la incorporación de nuevas fracciones en arrendamiento, lo que significó una adecuación de este tipo de explotaciones a los cambios de contextos. Sin embargo, el proceso no estuvo exento de exclusión de aquellas unidades de producción que no se encontraron en condiciones de incorporar capital.

5. Dos décadas más tarde

   La aplicación del modelo neoliberal en los años '90 implicó una profunda apertura de la economía. Aunque las políticas aplicadas expresaron la decisión estatal de perder ingerencia directa en algunos sectores de la economía, el Estado estableció un tipo de cambio fijo con sobrevaluación de la moneda local (Ley de Convertibilidad). Hasta 1997 se verificó un crecimiento económico en el sector primario y también en el industrial. La mayoría de las exportaciones de la década son intensivas en recursos naturales (productos primarios, manufacturas de origen agropecuario -MOA- y combustibles). Por otra parte, el tipo de cambio y la apertura indiscriminada de la economía favorecieron un incremento de las importaciones de bienes de consumo y de capital, concentrándose en bienes de mayor valor agregado de tipo industrial.
   La nueva estructura de precios relativos internos, surgida de la implementación del Plan de Convertibilidad, generó tendencias antagónicas entre precios y costos en la agricultura. En el período 92/98 el resultado neto de la agricultura ajustado a precios minoristas cayó a la mitad del obtenido en el período 82/88 (Peretti, 2002). Este indicador evidencia el descenso del ingreso real del productor agropecuario, situación que explicaría la desaparición de numerosas explotaciones en la etapa, el incremento del endeudamiento y la necesidad de aumentar la producción y la productividad como estrategia necesaria para la permanencia de las explotaciones familiares. Se constatan en el período cosechas récord con procesos de concentración productiva y exclusión social.
   Los procesos reseñados desde los inicios de la modernización se profundizaron y modificaron la ocupación del territorio, el uso productivo del suelo y la participación de diferentes actores sociales en condiciones de captar el excedente generado en el área en estudio.

5.1 Cambios tecnológicos y en el uso del suelo

   La investigación desarrollada en los años '90 daba cuenta que el 83% de la superficie en la campaña analizada era agrícola. Además, el 7% de la superficie destinada a ganadería se realizaba sobre pasturas naturales evidenciando limitantes edáficas para la realización de la agricultura. Sólo en un 10% de la superficie se llevaban a cabo rotaciones agrícolo-ganaderas.
   La presencia de ganadería se daba mayormente entre los propietarios puros siendo ínfima la tierra arrendada para actividades ganaderas. En la superficie propia, la mayor superficie destinada a la ganadería correspondía al Estrato IV (38,5%) y la menor al Estrato I (3,4%) (GER-GEA, 2001). En cuanto a los cultivos agrícolas más del 90% del total de productores realizaba soja de primera. En promedio el 71% de los productores sembraban trigo-soja de segunda, variando por estrato y tenencia, siendo mayor la opción por el doble cultivo en el caso de los propietarios arrendatarios. La superficie destinada a soja de primera y segunda registraba el 80% de la superficie agrícola. Con respecto al maíz, los estratos más grandes (III y IV) realizaban la mayor superficie de maíz (23,3%), en cambio los estratos que trabajan menor superficie (I y II) cultivaban sólo un 15% promedio de la superficie con maíz. El sorgo prácticamente desaparece en la secuencia de cultivos (GER-GEA, 2001).
   Este nuevo panorama en el uso del suelo evidencia la transformación hacia la agriculturización de la región y la especialización productiva de la mayoría de las explotaciones familiares quedando la ganadería relegada a zonas marginales para la agricultura o como posibilidad de aquellos productores de mayores recursos y por ende, con mayores posibilidades de sostener una diversificación productiva. La profundización de la agriculturización con preeminencia del cultivo de soja se asocia al comportamiento favorable de los precios relativos de las oleaginosas sobre los pecuarios y al aumento de la productividad de la agricultura como resultado del cambio tecnológico.
   A mediados de la década de 1990 la adopción masiva de la soja transgénica (88% de la soja sembrada en la muestra) permitió la organización de un paquete tecnológico simplificador del manejo técnico y por lo tanto menos demandante en mano de obra. Simultáneamente su incorporación implicó ajustes permanentes en requerimientos de capital que restan gradualmente autonomía a las explotaciones familiares. La aceptación de soja las variedades transgénicas fue amplia porque simplifica y reduce el espectro de herbicidas necesarios, con un control más eficiente de las malezas. El crecimiento sostenido de la siembra directa se asocia también a la rápida adopción de la semilla transgénica en soja que posibilitó realizar un manejo menos demandante en cantidad y variedad de herbicidas; disminuyó el número de labores necesarias y, en consecuencia, el tiempo de trabajo.
   Pese a la simplificación en el uso de herbicidas (básicamente reducido al glifosato) que implicó la adopción masiva de soja transgénica, se verificó un incremento en el volumen de incorporación de agroquímicos. Se registró en esta etapa un uso generalizado de fertilizantes, que se observó en tres aspectos: en el número creciente de productores que lo utilizaban, en los cultivos fertilizados y en la variedad de fertilizantes aplicados. Aumentó el número de productores que fertilizan trigo y maíz y se incorporó la fertilización con fósforo y azufre en soja (Cloquell, et al, 2003).
   Promediando la década de 1990 la necesidad de maquinarias se simplificó. La sembradora de siembra directa, la pulverizadora (3) y la cosechadora se constituyeron en el núcleo básico, aún cuando se constató que la siembra directa no era el único sistema de labranzas utilizado en el período. El estrato que en menor porcentaje adoptó la siembra directa fue el I. En las explotaciones más pequeñas las posibilidades de capitalización fueron escasas y la contratación de la labor no resultó indiferente dado el estrecho margen de rentabilidad en el período. Por esta razón, fue también importante la presencia de labranza mínima o la combinación de ambos sistemas. A medida que aumenta la superficie total trabajada, fueran o no propietarios de la tierra trabajada, se incorporó la siembra directa. Más allá del sistema de labranzas posible de realizar, los productores abandonaron la percepción vigente en la primera etapa de la modernización acerca del trabajo necesario y/o adecuado para el suelo.
   Al analizarse la dotación de sembradoras de todo tipo (convencional y siembra directa) por estrato y tenencia se observaba una fuerte ausencia en el estrato I. En el estrato II el 63% de las explotaciones poseían sembradoras tradicionales y el porcentaje bajaba a 32% con relación a la sembradora de siembra directa. En el estrato III el 38% poseía sembradoras tradicionales y el 42,5% sembradoras de siembra directa. Este valor ascendía a 63,5% en el estrato IV (GER-GEA, 2001).
   La ausencia de pulverizadora era mayor entre los propietarios puros. Con independencia del estrato de pertenencia el 64% contratan la labor. La mayor posesión de pulverizadoras por parte de los propietarios arrendatarios era coherente con su estrategia de incorporar más tierra pues para ello se tornó necesario incorporar maquinarias para bajar costos de producción y ser competitivos en el mercado de tierras. A su vez, se reducía la antigüedad de las pulverizadoras a medida que aumentaba el tamaño de las explotaciones por arrendamiento de tierras. También la posesión de cosechadoras era mayor entre los propietarios arrendatarios. El mayor porcentaje de cosechadoras con menos de 10 años de antigüedad se encontraba en posesión de propietarios arrendatarios de los estratos III y IV (GER-GEA, 2001).
   La decisión de ampliar las posibilidades de la unidad a través del arrendamiento implicó obligadamente la incorporación de maquinarias pertenecientes al núcleo básico de los años '90. En un contexto de caída de los ingresos esta estrategia permitió la permanencia de un número considerable de unidades familiares, pero a la vez, la necesidad de pagar renta y de incrementar el capital con el consecuente pago de interés, incorporó un grado de riesgo mayor.

5.2 La tierra y el trabajo

   Durante la década del '90 fueron mayoría los productores que ampliaron la superficie trabajada incorporando tierras en arrendamiento (65% de la muestra). Tal estrategia se encontró presente en todos los estratos. Puede considerarse su importancia analizando la superficie total operada por los propietarios arrendatarios: el porcentaje más bajo se dio en la campaña 1999/00 en el estrato II, con el 69% de la superficie total operada por el estrato y el más alto se dio en el III, con el 88% de la misma (GER-GEA, 2001).
   El 63% de los productores de los estrato I y II arrendaban tierras pero sólo ocupaban el 30% del total de la tierra tomada de la muestra condicionados por su estructura de capital en maquinarias y la menor capacidad económica y financiera para el pago de renta y de insumos. Sobre el total de propietarios arrendatarios el menor porcentaje se encontraba en el estrato IV (16%) pero manejaban más del 50% de la tierra tomada total (Albanesi, et al, 2003) expresando la tendencia a la concentración en el manejo del suelo posibilitado por su mayor disponibilidad de capital y mayor capacidad económica y financiera.
   La mayoría de los propietarios arrendatarios manifestaron voluntad de ampliar la superficie tomada. Mantener la misma superficie o disminuirla respondió mayormente a la incidencia del pago de renta en sus economías que a elecciones de los productores. La necesidad del incremento de la escala generó una demanda de tierras que, en un mercado de tierras sumamente competitivo, aumentó aún más el peso de la renta. El 56% de las menciones sobre la disminución de la superficie operada fundamentaban la misma en el alto precio del canon de arrendamiento y por ende, en el aumento del riesgo. Entre las razones de aumento de la superficie, el argumento principal (46% de los casos) fue la necesidad de incrementar el ingreso de la unidad (GER-GEA, 2001). Además, tal estrategia se encontró facilitada por un modelo tecnológico de menores costos de insumos y simplificador del trabajo. Por otra parte, al igual que en los inicios de la modernización , la cantidad de miembros de la familia o de familias involucradas en la explotación también influye en la decisión de tomar tierras.
   La mayor demanda de tierras incidió en la modificación de la modalidad de pago de la renta. En los '90 la forma predominante fue la de pago en quintales fijos. Si bien no resultaba la preferida por los tomadores de tierras al no compartirse el riesgo de la producción, fue condición aceptada por cuanto posibilitaba el acceso a mayor superficie en un mercado de dificultoso acceso. Con relación al pago de renta se corroboró que a medida que aumentaba la superficie total operada disminuía la cantidad de quintales pagados por hectárea. Así los estratos de mayor superficie y sobre todo en el IV, se observa que el 20% de los casos se ubica en menos de 7 quintales y el 60% de los casos en el rango que va de 8 a 10 quintales. Mientras que en el extremo opuesto, en el Estrato I, el 61,5% de los casos está ubicado entre 11 a 14 quintales (GER-GEA, 2001), evidenciándose nuevamente el escenario mayormente desfavorable para los pequeños productores en la etapa (Albanesi, et al, 2003).
   Como ya se ha manifestado, el modelo tecnológico de la agricultura de los años '90 llevó a profundizar aún más el escaso requerimiento de mano de obra. El abandono de las actividades ganaderas y de autoconsumo y el alejamiento del espacio rural como hábitat cotidiano disminuyó la necesidad de trabajo. Sin embargo, la coordinación de las tareas, el trabajo administrativo, las actividades de mantenimiento y gran parte o la totalidad de las tareas productivas siguieron a cargo de los productores titulares de las explotaciones con participación menor de otros miembros de la familia.
   Con relación a los asalariados , la tendencia fue diferente según se tratase de propietarios puros o de productores tomadores de tierra. El 76% de los propietarios arrendatarios contrataban asalariados y el porcentaje descendía a un 38% en el caso de los propietarios puros (GER-GEA, 2001). La estrategia de tomar tierras que conlleva a la necesidad de realizar las labores en el menor tiempo posible y de la manera más eficaz, conduce a la necesidad de constituir un fondo de salario que -sumado al pago de renta- resta flexibilidad y suma riesgos a la producción familiar (Albanesi, et al, 2003).

6. Las tendencias: producción y reproducción en clave de modernidad

   El proceso de modernización del sector agropecuario trajo implícito la paulatina y constante desaparición de explotaciones familiares, el surgimiento de nuevos actores y un formidable proceso de concentración de la producción. En este contexto de mayor incidencia del capital, la forma de producción familiar capitalizada volvió a expresar su capacidad de resistencia. Considerando los dos momentos descriptos (inicios del proceso y su maduración) pueden señalarse tendencias generales de las transformaciones acaecidas.
   Con relación al tipo de producción se constató abandono de la diversificación productiva como estrategia dominante, disminución de la superficie ganadera y crecimiento de la superficie ocupada con soja en detrimento de los otros cultivos tradicionales de la región. Ello implica una disminución drástica tanto de las rotaciones agrícolas-ganaderas como agrícolas, con el consecuente incremento de deterioro en los suelos.
   La producción, a la vez que se especializa, tiende a la homogeneización tecnológica que implica una incorporación permanente y creciente de capital. Esto puede apreciarse en la necesaria adopción, a lo largo del tiempo, de nuevos tipos de semillas, plaguicidas y fertilizantes y en la conveniencia de disponer del parque de maquinarias considerado adecuado en cada momento (con arados e implementos para roturar el suelo en los años '70 y sembradora de siembra directa en los '90). Ambos imponen una importante inversión de capital a la unidad para poder ampliar la superficie trabajada, condición fundamental para la permanencia en un contexto de caída de precios de las materias primas y aumento de costos de producción.
   La toma de tierras en arrendamiento se generaliza. Se verifica que es mayor la cantidad de productores que en la década del '90 deciden tomar tierras como una manera de garantizar su ingreso. A fines de los '70, la relación superficie en propiedad y en arrendamiento es favorable a la primera, veinte años después se invierte dicha relación.
   La disminución de la modalidad de pago de renta "a porcentaje" y el aumento de la forma en "quintales fijo de soja" ponen en evidencia la disputa por la tierra en la región. La capitalización de la agricultura provoca un incremento del precio de la tierra y de la renta y fortalece la posición de los propietarios en la negociación del alquiler.
   A lo largo del período es permanente el aumento de la productividad del trabajo. Los miembros de la familia que trabajan en la unidad disminuyen y el trabajo asalariado rural decrece. La agriculturización, bajo las pautas tecnológicas de la modernidad, prescinde del trabajo permanente, cotidiano y lo estacionaliza. Como consecuencia la población rural desciende abruptamente, productores y asalariados no encuentran razones para vivir en el espacio rural. El despoblamiento del campo es uno de los grandes impactos de la modernización.
   Las transformaciones señaladas expresan cambios en la relación de los factores de producción, éstos generan mayor productividad pero también aumento de las relaciones mercantiles y una profunda pérdida de autonomía de la producción familiar, tornándola más vulnerable e inestable en el tiempo.
   Sin embargo las tendencias señaladas no impactan de manera uniforme en la producción familiar pampeana. Dentro de este universo pueden identificarse situaciones diversas: las explotaciones que no pudieron asimilar estos condicionamientos externos; aquellas que lograron incorporar estrategias para permanecer y las que, asumiendo mayores riesgos, adoptan un perfil más empresarial.
   Dentro del primer grupo se encuentran las explotaciones a las que la descapitalización en maquinarias, los altos costos financieros, el endeudamiento y la baja rentabilidad propician su retiro de la actividad productiva. Estos productores se transforman en cededores: propietarios que ceden sus tierras en arrendamiento a otros productores más capitalizados. La estrategia rentística fue y es la dominante entre las explotaciones que desaparecen como tales en la región.
   Dentro del grupo de unidades familiares que logran permanecer pueden ubicarse las correspondientes al modelo familiar , asimilables a su vez con las comprendidas en los estratos más pequeños de la investigación de los años '90. La capacidad para aprovechar pequeños márgenes de autonomía, para evitar una inversión en capital que resulte condicionante de su ingreso y para disminuir -en lo posible- el grado de mercantilización fueron espacios de flexibilidad que posibilitaron la permanencia. Tales estrategias se hacen presentes desde los inicios de la modernización. En los años '70 la producción de la propia semilla, el control mecánico de malezas para no comprar herbicidas, la contratación de labores para evitar inversiones muy costosas en maquinarias y la cautela en la cantidad y modalidad de alquiler de tierras, son claros ejemplos de estas conductas. Y aún en los '90, donde se constata un mayor grado de cientificación y de mercantilización de la producción, se mantienen -dentro de los límites impuestos por el contexto- prácticas que intentan atenuar los condicionamientos, como la producción de la propia semilla y la realización de sistemas de labranza reducido combinando con siembra directa según la oportunidad.
   Finalmente, el tercer grupo señalado comprende al modelo familiar-empresarial de fines de los '70 y a los estratos III y IV de los años '90. Las estrategias del grupo anterior también pueden estar presentes aquí coexistiendo con otro tipo de decisiones que permiten una cierta diferenciación. Ya desde fines de los '70 se constata en estas unidades una adopción masiva de herbicidas, presencia de fertilización (en una etapa donde no se consideraba necesaria la inclusión de tal práctica) y mantenimiento de rotaciones agrícolas con mayor presencia de maíz (de mayor costo de implantación y riesgo climático que la soja). También en maquinarias es alto el grado de inversión. La capitalización es mayor en este grupo y por ende, las posibilidades de ampliar su escala de producción.
   En los años '70 los productores correspondientes al modelo familiar-empresarial tomaban tierra pero en menor proporción que la propia, esta relación se invierte en los años '90 en los estratos III y IV. Ya desde los inicios del proceso consideraban que la toma de tierras en arrendamiento se realizaba no sólo para garantizar un ingreso, sino porque era evaluada como "un negocio válido". Puede inferirse que ésa es la razonabilidad que subyace entre quiénes profundizan la estrategia del aumento de la escala asumiendo estrategias de mayor inversión y riesgo.

Notas

(1) Entendida como "la reconstrucción sistemática de las actuales prácticas agrícolas según las pautas marcadas por diseños de carácter científico" (Ploeg van der, J, 1993: 153)

(2) Base de datos construida por el Grupo Estudios Rurales. Instituto Gino Germani. U.B.A y el Grupo Estudios Agrarios Fac. Cs. Agrarias. U.N.R. En adelante GER-GEA, 2001

(3) Implemento agrícola utilizado para asperjar con agroquímicos los cultivos.

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Fecha de recibido: 25 de octubre de 2005.
Fecha de publicado:
12 de julio de 2007.

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