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La aljaba

versión On-line ISSN 1669-5704

Aljaba v.10  Luján ene./dic. 2006

 

El otro centenario: La ciudad de las damas y la construcción de las mujeres como sujeto político

The other centenary: The city of ladies and the construction of women as political subjects

Montserrat Cabré Pairet

Universidad de Cantabria

Resumen

Este artículo busca revalorizar la obra de Cristina de Pizán, La ciudad de las damas, escrita en 1405,  entendiéndola un hito en la historia del pensamiento político. En el marco de su sexto centenario, busca reconocer y mostrar la actualidad de su aportación. Considera la construcción del sujeto político mujeres como su contribución más significativa.

Palabras clave: Cristina de Pizán; Pensamiento político; Historias de mujeres; Feminismo

Abstract

This article intends to reevaluate Christine de Pizan's 1405 work, The city of ladies, as a landmark in the history of political thought. In the context of its sixth centenary, it acknowledges the extent and actuality of its contribution. It considers the construction of the political subject women as its most significant contribution.

Key words: Christine de Pizan; Political thinking; Women's histories; Feminism

Yo he querido construir para vosotras un refugio de altas
murallas para proteger vuestro honor, una fuerte ciudadela
que os albergará hasta el fin de los tiempos
.

Cristina de Pizán,  La ciudad de las damas  (1405), II, LXIX

Acercar una obra medieval al público actual suele considerarse una tarea oscura, difícil y poco agradecida, como si la enorme distancia temporal y cultural que nos separa supusiera una barrera infranqueable para el aprendizaje, el diálogo y la comunicación. Este es el primero de los muchos tópicos que rompe La ciudad de las damas, que como las grandes obras clásicas, no ha perdido la capacidad de enseñar y de asombrar a través de los siglos.1

No se trata de algo casual. Trascender la coyuntura inmediata que llevó a Cristina de Pizán a escribir esta obra, fue voluntad explícita de la autora que la concibió como un legado valioso que debía ser ampliamente conocido y difundido. Lo fue durante los siglos XV y XVI,2 para entrar después en un largo letargo hasta que a finales del siglo XX el feminismo impulsara con ahínco su revalorización.3 En un mundo que conmemora con gran ahínco la universalidad de los valores de antiguos libros, parece inexcusable reafirmar la riqueza de la historia del pensamiento político femenino.

Cristina de Pizán compuso La ciudad de las damas con la intención de intervenir directamente en un debate social importante de su época. El libro es una respuesta a la postura abiertamente misógina que defendían algunos hombres religiosos, académicos universitarios y oficiales reales, que denigraban a las mujeres y a lo femenino con todo tipo de argumentos filosóficos, morales y fisiológicos. Ante esas opiniones, Cristina elaboró un discurso político de defensa de la valía de las mujeres. Pero percibió también, que ese discurso, importante y necesario en su época, debía ser custodiado para hacerlo heredable al futuro. Cristina entendió como imprescindible que toda sociedad humana conociera y valorara la experiencia femenina del mundo, y puso su inteligencia al servicio de ese objetivo.

Cristina de Pizán nació en 1364 en Venecia, aunque siendo muy pequeña, a los cuatro años, se trasladó con su familia a París, donde su padre Tommaso da Pizzano fue contratado como consejero y médico del rey Carlos V de Francia. Había sido profesor en la Universidad de Bolonia y fue él quien se encargó personalmente de dirigir la  educación de su hija. Ella recibió una formación exquisita, mediante tutorías privadas, en el mejor espíritu del movimiento humanista que dinamizó el panorama intelectual de la época. Además del italiano materno y del francés adoptivo, Cristina aprendió el latín, la lengua culta del momento y en la que se escribían los textos universitarios y eruditos. Gracias a la posición de su padre, primero, y de su esposo después, tuvo acceso a la magnífica biblioteca de la corte real francesa.4

A los quince años Cristina se casó con Etienne Castel, notario al servicio del monarca, por lo que el estatus marital la mantuvo en el mismo círculo social y cultural. Para las mujeres de la época, esa era una edad habitual para contraer matrimonio, que ella misma describe como deseado y feliz. Pero a los veinticinco años, cuando habían nacido y sobrevivido dos hijos y una hija, su marido fallece y la situación económica familiar se vuelve muy difícil. Su padre había muerto unos años antes y Cristina tenía a su cargo también a su madre y a una sobrina, hija de un hermano, que le había sido encomendada. Fue entonces, poco después de enviudar, cuando Cristina inicia su trayectoria como escritora.

En esa época, había tres opciones para quienes querían dedicarse a la vida intelectual sin disponer de recursos propios: la opción religiosa, la dedicación universitaria y la financiación a través de mecenas. En la edad media, los monasterios se revelaron como espacios que favorecieron la creación femenina,5 pero la carrera académica estaba completamente vedada a las mujeres.6 En el mundo laico, grandes nobles y personas de la alta burguesía patrocinaban la composición literaria y de todo tipo de tratados, encargándolos, comprándolos o haciendo donaciones económicas que sustentaran a sus autores.7 Esta última fue la vía que Cristina adoptó, consiguiendo mantener a su familia con su trabajo y convirtiéndose, de ese modo, en la primera mujer en la historia que vivió del oficio de escritora.

A su favor tenía una magnífica formación y gran familiaridad con las personas vinculadas a la corte francesa, donde se había criado de pequeña. Su matrimonio con un oficial real le facilitó mantener y reafirmar esos contactos con la más alta nobleza, y de ese entorno surgieron sus mecenas.  

A partir de la década de 1390, Cristina de Pizán inicia una prolífica carrera como escritora. Fue protegida por la monarquía francesa; recibió diversos encargos del rey Carlos V y de la reina de Francia, Isabel de Baviera.8 Cristina escribió en francés una veintena de obras, que incluyen epístolas o cartas públicas, pensadas para ser leídas y discutidas en público, y colecciones de poemas. Empezó escribiendo baladas, la forma poética más apreciada en la corte francesa de la mano del gran músico y poeta Guillaume de Machaut (1300-1377), quien ha sido considerado su maestro en este arte. En 1405, cuando Cristina escribe La ciudad de las damas, era ya una autora conocida y prolífica.9

Además de cultivar diversos géneros literarios, Cristina abordó temas muy diversos, como la biografía política, el amor cortés, los manuales de conducta o la mitología. Todos ellos, temas bien asentados en el humanismo, el movimiento que irradiado desde Italia, impregnaba ya la vida de muchas cortes europeas. Ese movimiento cultural de carácter laico, desarrolló un proyecto educativo específico para las mujeres. El proyecto educativo humanista preveyó que algunas mujeres laicas de las clases dominantes se instruyeran en los saberes que desde la época clásica, se dividían en las siete disciplinas de las artes liberales: el trivium (que comprendía la gramática, la dialéctica y la retórica, las así nombradas artes del lenguaje) y el quadrivium (que comprendía la geometría, la astronomía, la aritmética y la música). Para el humanismo, la retórica era una materia central en su teoría de la educación, ya que se estudiaba para alcanzar competencia en la elocuencia pública, lo que para este movimiento cultural era objetivo básico de una trayectoria educativa ideal.10

 Los ideólogos humanistas, sin embargo, insistieron en que el currículum formativo de las  niñas debía diferir del de los niños en un punto fundamental: no debían estudiar retórica, ya que para ellas era una enseñanza innecesaria. En 1405, Leonardo Bruni lo expresaba con estas palabras:

"Para qué cansar a una mujer con las ... mil dificultades del arte de la retórica, si ella nunca tendrá un foro? [...]
Porque si una mujer mueve sus brazos mientras habla, o incrementa el volumen de su voz con gran intensidad, aparecerá como amenazantemente insensata y necesitada de constricción. Estas cuestiones pertenecen a los hombres; como la guerra, las batallas, las confrontaciones y las controversias. Una mujer no estudiará pues para hablar en contra o a favor de testimonios, a favor o en contra de la voz común, ni se ocupará  de los asuntos públicos, ni dedicará su atención a preguntas y dilemas ni a las respuestas ingeniosas; ella dejará, finalmente, la dureza del ámbito público a los hombres."11

La educación de las niñas debía ser funcional a un modelo de género femenino que condenaba a las mujeres al silencio público. Un silencio que Cristina rompió, ya que tempranamente en su carrera literaria, intervino en ese duro ámbito público, para que la experiencia femenina tuviera allí su voz.

Fue hacia 1399, cuando Cristina empezó a escribir abiertamente en defensa de las mujeres. Una actividad a la que no renunció ya nunca puesto que su última obra, escrita poco antes de morir, después de años de silencio y de retiro en Poissy, la dedicó a la defensa de Juana de Arco, una mujer que hizo una importante intervención en la vida política y a la que Cristina quiso defender. Su primera obra en defensa de las mujeres fue la Epístola del dios del Amor, un largo poema de más de ochocientos versos con el que se lanzó exponiéndose a la vida literaria. Cristina contesta los desprecios, ofensas y engaños que damas y doncellas reciben de quienes dicen amarlas:

"Donde antaño tan bien defendían de las mujeres la honra,
hoy en cambio, en este mismo reino,
más que en cualquier otra parte, se les acusa en falso."12

En los círculos políticos e intelectuales más elevados de Francia que Cristina frecuentaba, se estaba produciendo un importante debate social que acabó por afectar también a la mayor parte de países del Occidente europeo, y que tomó por nombre Querella de las mujeres. Querella es una palabra que indica tensión, combate, lucha; de las mujeres, porque lo que se discutía eran las capacidades de las mujeres y su valía. El debate, de hecho, duró siglos, pero el episodio más conocido fue el que tuvo lugar a finales del siglo XIV y principios del siglo XV.  Se discutía entonces sobre la naturaleza femenina, rebatiendo o apoyando una antigua tradición misógina que repoblaba entonces la Europa culta y letrada. Una tradición misógina que despreciaba la fisiología femenina y negaba las capacidades morales e intelectuales de las mujeres. El cuerpo femenino era descrito como fuente de malignidad y de impureza; las mujeres, como seres engañosos e incapaces de acciones benefactoras para la sociedad.

Cristina intervino en el debate de diversas maneras; escribiendo obras en defensa de las mujeres y también promoviendo la recopilación de los textos que defendían y atacaban a las mujeres, llevándolos de ese modo a la arena pública, especialmente los generados por el debate entorno al Libro de la rosa, un largo poema que influyó notablemente la lírica misógina europea.13

Se trataba pues de un debate en gran medida erudito, que se dirimía en textos filosóficos, religiosos y científicos. Y fue, además, de gran alcance puesto que en el participaron personajes de alto nivel e influencia como Gontier Col, secretario del monarca francés y defensor de las posturas misóginas, o Jean Gerson, teólogo nominalista que apoyaba la causa de las mujeres. La intervención de Cristina, primera mujer cuya voz sonó con fuerza en ese debate, aportó elementos nuevos e inéditos en la historia del pensamiento político: "Si las mujeres hubiesen escrito esos libros" afirmó con rotunda seguridad Cristina,  "los habrían hecho distintos, porque ellas saben que se las acusa en falso."14

En La ciudad de las damas y, en general, en toda su obra, Cristina pone en juego en primer lugar, su ser mujer. Se trata de un cambio fundamental en el punto de vista, en el lugar de enunciación de quien elabora y emite un discurso, un cambio de perspectiva que convierte el cuerpo sexuado en fuente legítima de conocimiento. La experiencia femenina se dota de autoridad para rebatir argumentaciones como las que presenta un famoso libro anónimo, el De secretis mulierum (Sobre los secretos de las mujeres), que compuesto en latín a finales del siglo XIII se convirtió en un clásico de la misoginia bajomedieval:

"...las mujeres están tan llenas de veneno en el tiempo de su menstruación que ellas envenenan animales con su mirada; infectan a los niños en sus cunas; ensucian el más limpio de los espejos; y cuandoquiera que los hombres tienen contacto sexual con ellas se convierten en leprosos y a veces cancerosos. Y porque un demonio no puede ser evitado a menos que sea conocido, aquellos que quieran evitarlo deben abstenerse de este coito impuro, y de muchas otras cosas que son enseñadas en este libro."15

Estas ideas, que hoy parecen increíbles e incluso pintorescas, formaban parte del pensamiento científico de la época y se han ido modificando, no como resultado de una evolución "natural" de la ciencia, que ni entonces ni hoy es neutra, sino como resultado de las transformaciones que, lentamente, han ido provocando las mujeres al decidir confiar en su propio criterio.

Y sin embargo, La ciudad de las damas no sólo responde a la contingencia de una misoginia recurrente; es una planificada arquitectura política, pensada para que emerja y permanezca aquello de valor que en la historia, y en el presente, hacemos las mujeres. Cristina comienza su libro precisamente explicarndo su propio proceso de distanciamiento del saber heredado:

 "Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados. [... Y]o, que he nacido mujer, me puse a examinar mi carácter y mi conducta y también la de otras muchas mujeres que he tenido ocasión de frecuentar, tanto princesas y grandes damas como mujeres de mediana y modesta condición, que tuvieron a bien confiarme sus pensamientos más íntimos. Me propuse decidir, en conciencia, si el testimonio reunido por tantos varones ilustres podría estar equivocado. Pero, por más que intentaba volver sobre ello, apurando las ideas como quien va mondando una fruta, no podía entender ni admitir como bien fundado el juicio de los hombres sobre la naturaleza y conducta de las mujeres. Al mismo tiempo, sin embargo, yo me empeñaba en acusarlas porque pensaba que sería muy improbable que tantos hombres preclaros, tantos doctores de tan hondo entendimiento y universal clarividencia -me parece que todos habrán tenido que disfrutar de tales facultades- hayan podido discurrir de modo tan tajante y en tantas obras que me era casi imposible encontrar un texto moralizante, cualquiera que fuera el autor, sin toparme antes de llegar al final con algún párrafo o capítulo que acusara o despreciara a las mujeres. Este solo argumento bastaba para llevarme a la conclusión de que todo aquello tenía que ser verdad, si bien mi mente, en su ingenuidad  e ignorancia, no podía llegar a reconocer esos grandes defectos que yo misma compartía sin lugar a dudas con las demás mujeres. Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer."16

Cristina inicia pues su obra describiendo su desconcierto con lo que le enseñan los libros, explicando cómo se siente una mujer que vive rodeada de un mundo patriarcal. En el primer capítulo de La ciudad de las damas, Cristina explica su sentimiento de extrañeza y aturdimiento ante tantos inexplicables desprecios, un sentimiento que a lo largo de la historia han compartido muchas mujeres. Explícita y abiertamente menciona algunos libros, como el famoso De secretis  mulierum al que me he referido anteriormente y del que dice: "Ese libro es un puro disparate, una verdadera antología de la mentira, y para quien lo haya leído queda bien claro que no encierra ninguna verdad."17 En esos pasajes iniciales, Cristina describe la tristeza y la dificultad que conlleva afrontar todo proceso de activación de la conciencia:

"Hundida por tan tristes pensamientos, bajé la cabeza avergonzada, los ojos llenos de lágrimas, me apoyé sobre el recodo de mi asiento, la mejilla apresada en la mano, cuando de repente vi bajar sobre mi pecho un rayo de luz como si el sol hubiera alcanzado el lugar, pero, como mi cuarto de estudio es oscuro y el sol no puede penetrar  a esas horas, me sobresalté como si me despertara de un profundo sueño. Levanté la cabeza para mirar de dónde venía esa luz y vi cómo se alzaban ante mí tres Damas coronadas, de muy alto rango. El resplandor que emanaba de sus rostros se reflejaba en mí e iluminaba toda la habitación. "18

Pero ante esa tristeza y esa dificultad, Cristina no permanece sola. Una luz la rescata de su tristeza y aletargamiento: la que ilumina la aparición ante ella de tres mujeres, que vienen a poner orden en su desazón. Llegan para ofrecerle respuestas claras a su confusión y a sus dudas. Esas tres Damas coronadas no son mujeres reales, sino figuras alegóricas que representan, corporeizándola, la autoridad femenina.19 Las Tres Virtudes: Razón, Derechura y Justicia llegan para tranquilizarla: "Sea lo que fuere lo que hayas podido leer" le dice Razón , "dudo que lo hayas visto con tus propios ojos, porque no son más que habladurías vergonzosas y palpables mentiras."20

Y enseguida le explican el porqué de su visita. "Durante mucho tiempo las mujeres han quedado indefensas, abandonadas como un campo sin cerca, sin que ningún campeón luche en su ayuda."21 Las Tres Virtudes llegan para acompañar a Cristina en su búsqueda, para que disponga de interlocutoras que le aclaren sus dudas y le colmen de argumentos a favor de las mujeres. No se le aparecen sólo para ayudarla a ella: vienen para asegurarse que el espacio que Cristina conquista y coloniza, trascienda y permanezca firme a lo largo del tiempo. Le conminan a levantar una ciudad donde las mujeres puedan sentirse a resguardo, y ellas mismas se implican en el empeño.

La ciudad que levanta Cristina es un espacio simbólico para ser habitado por mujeres dignas e ilustres. Con la palabra ancla cimientos, construye edificios, torres y murallas. Y todo ello solidificará, porque los materiales constructivos son el buen juicio y la experiencia de vida de tantas y tantas mujeres del pasado y del presente.

Porque la ciudad que Cristina construye, con la ayuda de las Tres Virtudes, va tomando forma con las historias de mujeres. En los diálogos entre Cristina y Razón, Justicia y Derechura, aparecen mencionadas 140 mujeres reales, legendarias y también figuras femeninas mitológicas, mujeres de quienes se narran sus hazañas y sus positivas contribuciones a la historia de la humanidad. Son ellas las que, con sus acciones, proveen a una Cristina arquitecta de ladrillos y cemento para sus edificaciones.

La ciudad de las damas está llena de nombres e historias de mujeres sabias, inventoras y pacificadoras, pero también de mujeres anónimas cuyas acciones Cristina dota de significado como ejemplos concretos que contrarrestan los argumentos difamadores. Algunas mujeres de su entorno aparecen en el libro, entre otras, su propia madre, Margarita de la Rivière o Anastasia, una miniaturista con la que ella misma trabajó. Cristina creyó firmemente en la importancia de conocer la historia de las mujeres y también, en la necesidad de vincular esa historia con el presente.

Cristina buscó las historias de esas mujeres en la tradición clásica y erudita. Su principal aunque no única fuente fue el De mulieribus claris que Giovanni Boccaccio terminó en 1362 y que inauguró un género de literatura conocido por el nombre de "catálogos de mujeres". Se trataba de compilaciones de historias de mujeres ilustres que alababan determinadas acciones femeninas, poniéndolas al servicio de una visión patriarcal del mundo. En estas colecciones de historias ejemplares, se ofrecían apuntes biográficos de virtud femenina, casos de mujeres excepcionales sin vínculos con otras y presentados como modelos aislados, extraños al común de la experiencia de las mujeres. Cristina, en cambio, contó las mismas y otras historias de otro modo, poniendo a unas y otras en relación. Su objetivo era el de escribir una historia de mujeres, pero no cualquier historia sino una que expresara la subjetividad femenina.22

Un buen ejemplo de ello es el de Lucrecia. Boccaccio le dedica un capítulo de su De mulieribus claris, donde la trágica historia de ella queda subsumida en el protagonismo masculino. Lucrecia se suicidó ante sus familiares después de ser violada por un amigo de su marido que gobernaba entonces Roma, pero Boccaccio desplaza el interés del relato se desplaza hacia las rivalidades entre hombres. Éste destaca la belleza de Lucrecia y sugiere que su suicidio es un castigo autoimpuesto. Para él, la violencia contra las mujeres acaba siendo funcional a la política de los hombres, ya que permite la liberación de Roma de la tiranía de Tarquinio, su violador, que es depuesto como consecuencia del trágico acto de Lucrecia.23 La versión de Cristina, en cambio, difiere de ésta en su objetivo, y por lo tanto, también en su forma. Para Cristina, la historia de Lucrecia es importante para mostrar que las mujeres rechazan la violencia sexual y que su sufrimiento íntimo se agrava con la humillación pública a la que se ven sometidas. En La ciudad de las damas, los debates entre hombres sobre las virtudes de sus esposas ceden todo el protagonismo a la perspectiva de Lucrecia, a la víctima de la violación. En la versión de Cristina, el suicidio de ella no es autocastigo sino una forma necesariamente extrema con la que dotarse de credibilidad, para que la verdad sea públicamente conocida y reconocida. Lucrecia recupera su honor y con ella, todas las mujeres.24

En Europa, la tradición icónica fundada por Boccaccio convivió, durante los siglos XV y XVI, con la  iniciada por Cristina. Los dos influyeron en intelectuales de ambos sexos que escribieron innumerables tratados en defensa de las mujeres; a Cristina, le siguieron un buen número de mujeres humanistas y eruditas que, con mayor o menor fortuna, levantaron su voz para apoyar lo que ella misma había denominado como "la causa de las mujeres".25 Que finalmente perviviera como socialmente hegemónica la perspectiva masculina de la historia de las mujeres, no debe borrar el recuerdo de la influencia de Cristina en su tiempo y en épocas inmediatamente posteriores. No es casualidad que sus obras se tradujeran muy pronto al inglés y al holandés.26

En los reinos hispánicos, no conocemos que se hicieran traducciones de La ciudad de las damas antes del siglo XX. Sin embargo, sí es conocida una traducción portuguesa del siglo XV de otra obra de Cristina, El tesoro de la ciudad de las damas o Libro de las Tres Virtudes, que encargó Isabel de Portugal yhoy conservada en la Biblioteca Nacional de Madrid.27 Un ejemplar de este libro, aunque en versión original francesa, estuvo en posesión de Isabel la Católica, según figura en el inventario de su biblioteca. 28

Si la influencia de un autor o autora puede medirse en número de ediciones, traducciones, plagios y citas explícitas o implícitas, también se manifiesta por otros medios que divulgan, con gran eficacia, sus opiniones. En Castilla, las ideas de La ciudad de las damas gozaron de otro medio de difusión. Sabemos que en 1558 estaba en Madrid un enorme tapiz compuesto por seis paneles llamado "Çiudad de damas" y que al parecer medía un área de más de 200 metros cuadrados.29 Había llegado procedente de los Países Bajos de la mano de María de Hungría, quien en 1530 lo heredó de su tía, Margarita de Austria.30 Formaba parte de una serie de tapices que pertenecieron a algunas reinas de Francia, Inglaterra y Flandes a finales del siglo XV y durante el siglo XVI. Las ideas de La ciudad de las damas se propagaron también a través de un arte no librario, probablemente imitando los programas iconográficos que, desde 1405, ilustraron algunos de los manuscritos de esta obra.

Cristina fue muy consciente del poder de las imágenes para transmitir aquello que pensaba y sugerir visualmente un mensaje que acompañara a sus palabras. En un mundo donde los libros se realizaban completamente a mano, la posibilidad de que fueran ilustrados estaba reducida a los volúmenes financiados por grandes mecenas, que podían sufragar el trabajo de miniaturistas, además de a quienes copiaban el texto. Cristina no desperdició este privilegio y lo utilizó para enriquecer la capacidad de comunicar de sus libros.

Ella trabajó estrechamente con varios talleres parisinos para elaborar un programa iconográfico apropiado para sus obras. Su decisión de autorrepresentarse en ellos nos permite admirarla en muchas de sus funciones como intelectual: escribiendo, ofreciendo sus libros, viajando o enseñando.  Por fortuna, todavía se conservan algunos manuscritos con esas imágenes que Cristina también pensó y que fueron posteriormente copiadas e imitadas en otros estilos. 31 Las ilustraciones dan luz, como ella misma quiso, a las palabras de Cristina.

Cristina de Pizán fue una autora responsable y comprometida con su oficio. Conscientemente buscó las mejores formas de hacer llegar sus ideas al mundo, convencida que su aportación contribuiría a hacer de él un lugar mejor. Por ello, tomó la palabra pública para hacer una defensa elaborada y abiertamente política de las mujeres. A  ella le debemos los cimientos de un pensamiento político femenino, que lógicamente presentó en los términos y a la manera del lenguaje de su tiempo.

Las historias de mujeres que nos cuenta La ciudad de las damas, permiten a Cristina situarse, como mujer, en una posición de autoridad en el mundo: un mundo del que formamos parte hombres y mujeres. Ella quiso intervenir en ese mundo entero no a pesar de ser mujer, sino como mujer: en su cualidad de mujer, una cualidad que afirmó con vehemencia y con inteligencia. Reconoció valor a su experiencia y a su cuerpo, convirtiendo una y otro en guía y en criterio.

En La ciudad de las damas, Cristina crea un espacio simbólico donde las mujeres, por el hecho de serlo, son fuente y origen de autoridad en el ámbito de lo público. Es la experiencia femenina la que se dota de valor, como fuente de conocimiento y por encima de cualquier otra consideración. A través del diálogo con las figuras femeninas de autoridad que ella misma ha creado, Cristina consigue respuestas firmes a aquello que intuye, y puede enfrentarse con señorío a los muchos tópicos y necedades que circulaban sobre las mujeres.

Que el lugar que construye con palabras sea una ciudad, no es una cuestión banal. Aunque en el mundo de Cristina el concepto y el sentido de la ciudadanía no existían como los entendemos hoy en día, la ciudad sí simbolizaba el espacio social de convivencia y su gestión, la política. No hay más que recordar a Aristóteles en el pensamiento político clásico, y en la tradición cristiana, a San Agustín y a su ciudad de Dios.32

La ciudad de las damas, con las heroicas y benefactoras acciones de sus protagonistas, realiza una gran hazaña: la de construir a las mujeres como sujeto político. No se trata de un lugar para esconderse del mundo ni desde el que luchar en su contra. Se trata de un espacio simbólico que resguarde la presencia viva y significante de la autoridad femenina en el mundo. Sus murallas quieren proteger y asegurar el reconocimiento de lo que las mujeres han hecho y hacemos en él. Y es esa presencia viva de la autoridad de la experiencia femenina en el mundo, la que nos hace a las mujeres sujetos políticos, ciudadanas. La ciudad que Cristina construyó simboliza el espacio público, la polis, recuperando para la política su sentido originario. Pero en ese espacio las mujeres estamos con, y por, nuestra historia propia, con señorío, no como invitadas ajenas a su definición y a su diseño.

Pienso que la mayor grandeza de Cristina fue escribir con la conciencia de saber la importancia de su creación, y también, escribir con la seguridad de que la tarea no terminaba allí. El mismo año 1405, justo después de terminar La ciudad de las damas, Cristina escribió otro libro, El tesoro de la ciudad de las damas o libro de las tres virtudes, con el objetivo de ayudar a las mujeres nobles a actuar y a vivir en su mundo.33

Con Cristina, conmemoramos la construcción del sujeto político femenino, sabiendo que no es el final sino el inicio del camino. Un camino del que ella, hace ahora seis siglos, nos mostró la entrada y nos emplazó a acoger y a proteger. Pero sobretodo, nos llamó a disfrutarlo de manera literal, con ese grito que todavía oímos:

"vosotras... las que habéis muerto, las que vivís todavía y las que vendréis en el futuro, alegraos todas."34

Notas

1 Este artículo se basa en el estudio que acompaña el catálogo de la exposición La ciudad de las damas, 1405-2005 (CABRÉ, 2005 a y b), así como en las conferencias pronunciadas con motivo de diversos actos celebrados en España en conmemoración del VI Centenario de La ciudad de las damas. Concretamente, los organizados por la Dirección General de la Mujer del Gobierno de Cantabria en el Paraninfo de la Magdalena de Santander el  8 de marzo de 2005, por la Universidad de Jaén el 19 de enero de 2006 y por la Universidad Complutense en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 23 de marzo de 2006. Agradezco a Ana Isabel Méndez, Helena Martínez, Carmen Rísquez, Manuela Ledesma, Josemi Lorenzo y Ana Sabaté las oportunidades brindadas para dar a conocer mi trabajo.

2 La difusión de la obra en sus diversas tradiciones en las épocas moderna y contemporánea puede verse en McLEOD, ed., 1991 a.

3 En España, ha sido traducida al catalán, castellano y gallego, respectivamente en los años 1990, 1995 y 2004 (PIZÁN, Cristina de). Recojo en la bibliografía las distintas versiones al francés moderno, inglés, alemán e italiano (PIZAN, Christine de, 1982 a y b, 1986, 1999, 1999). En un número significativo de casos, fueron las editoriales creadas por los movimientos feministas quienes publicaron estas primeras traducciones.

4 Ver GREEN 1998, 147.

5 MARTINENGO et al. 2000.

6 Un análisis de las implicaciones de esa exclusión en CABRÉ  y SALMÓN 2001.

7 Una valoración del mecenazgo femenino en el contexto de la querella de las mujeres, en VARGAS 2000.

8 Una miniatura ricamente orlada refleja de manera muy viva esta relación de mecenazgo con la reina, Londres, British Library, Harley 4431, ca. 1410; sobre la composición de este manuscrito ver HINDMAN 1983. En la ilustración, Isabel de Baviera aparece en sus aposentos acompañada por las damas de su corte que presencian como la autora, arrodillada, le ofrece un volumen que contiene sus obras. Se trata de un motivo iconográfico que muy comúnmente representa el mecenazgo de libros, sin embargo, se trata en este caso de una escena hasta entonces inédita, porque intervienen en ella exclusivamente personajes femeninos, mujeres históricas que actúan en todos los roles. 

9 Para los datos generales sobre su vida y el marco contextual de su obra, pueden consultarse las introducciones de Marie-José Lemarchand a las versiones castellanas, en PIZÁN 1995, 2005.

10 JARDINE 1986.

11 Cita y traducción en CABRÉ 1996, 81.

12 PIZÁN 2005, 40.

13 GUILLAUME DE LORRIS y JEAN DE MEUN 1986.

14 PIZAN 2005, 53.

15 LEMAY 1992, 60.

16 PIZÁN 1995,  6-7.

17 PIZÁN 1995, 22.

18 PIZÁN 1995, 8.

19 QUILLIGAN 1991.

20 PIZÁN 1995, 10.

21 PIZÁN 1995, 11.

22 Sobre estas tradiciones ver McLEOD 1991 b.

23 BOCCACCIO 2001, 194-197.

24 Sigo la lectura de QUILLIGAN 1991, 155-159.

25 Para una historia de tipo general sobre la elaboración de discursos en defensa de las mujeres, ver LERNER 1993.

26 La difusión de La ciudad de las damas en  McLEOD, ed.,  1991 a.

27 WILLARD 1963.

28 RIVERA 2003, 21.

29 BELL 2004, 168.

30 BELL 2004, 95.

31 MEISS 1974, I, 7-40, 292-296.

32 FORHAN 2002; ALLEN 2002, 541-658; GREEN y MEWS, eds., 2005.

33 PIZAN 1989.

34 PIZÁN 1995,  202.

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