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La aljaba

versión On-line ISSN 1669-5704

Aljaba v.11  Luján ene./dic. 2007

 

Acción y discurso de Santa Catalina de Siena. Una Mujer que hizo historia en un tiempo de hombres

Action and speech of Saint Catherine of Siena. A Woman who made history in a time of men

Javier Rufino

Universidad Nacional de Luján

Resumen: Analizaremos la acción y el discurso religioso-político de Santa Catalina de Siena, este último en relación directa con la acción pública que ella desplegó. Para comprender discurso y acción debemos reconstruir la primera etapa de la vida de Catalina y recurrir a las fuentes directas –los escritos de la santa, en particular los Diálogos (Santa Catalina de Siena, 1996)1–, y a las fuentes indirectas –las hagiografías escritas por aquellos que la conocieron (Raimundo de Capua, 18922)–, como así también a las biografías modernas3.

Palabras Claves: Crisis; Mujeres; Movilidad; Laicidad.

Abstract: We will analyze the action and to the monk-political speech of Santa Catherine de Siena. This one last one in direct relation with the criminal action that it unfolded. In order to include/ understand speech and action we must reconstruct the first stage of the life of Catherine and resort to the direct sources –the Caterine's writings, in individual the Dialogues–, and to the indirect sources –the [hagiografías] written by which they knew her–, like thus also to the modern biographies.

Keywords: Crisis; Women; Mobility; Laicism.

— 1 —
Una mujer andariega: Santa Catalina de Siena

En el presente trabajo proponemos acercarnos a la acción y al discurso religioso-político de Santa Catalina de Siena. Este último está en relación directa con la acción pública que ella desplegó. Para comprender discurso y acción reconstruiremos previamente el contexto en el que se desenvolvió la primera etapa de la vida de Catalina. Luego entraremos en materia –su relación con Papas, clérigos y príncipes; y lo que pedía de ellos–, para finalmente sacar las conclusiones respectivas.

— 2 —
La santa en su contexto histórico

En primer lugar, Catalina Benincasa es una mujer que creció en medio de una situación histórica muy particular que determinó toda la trayectoria de su vida4. Es muy importante comprender tres aspectos fundamentales de su tiempo. En primer lugar, la situación de la Iglesia. El Papado en Avignon marcó toda una época. Es un período de centralización administrativa de la Iglesia, con una creciente burocracia "cortesana", en cuyo seno Catalina conoció–desde dentro, durante el tiempo que permaneció en el palacio papal– la corrupción, la avaricia y la lujuria que se vivía en ese ambiente5.
Por otra parte, es un período en el que el poder de los monarcas, en proceso de centralización y burocratización, comienza a competir con el de la Iglesia, a la que procura someter invirtiendo las relaciones. Esto va acompañado de una construcción discursiva justificadora de los nuevos poderes6 de los príncipes. Una nueva voluntad de verdad, dirigida al dominio –sobre la naturaleza y sobre la sociedad– está en proceso de elaboración, desarticulando las antiguas construcciones de orden metafísico, edificadas sobre una visión sacra del cosmos coronada por la Majestad divina reflejada en la autoridad de la Iglesia.
Por su parte, Italia se ve dividida por las luchas internas y externas, producto de los enfrentamientos de partidos –güelfos y gibelinos–, de los confl ictos en el seno de los mismos, de los enfrentamientos sociales –entre nobleza y patriciado urbano, entre patriciado y pueblo7–. Pero lo más grave es que estas luchas internas también dirimen conflictos externos. Las ciudades italianas se deciden a favor o en contra del Papa, viéndose amenazadas por ejércitos mercenarios, muchas veces al servicio del papado de Avignon, o dedicados, simplemente, al pillaje.
Siena no es ajena a la situación del resto de las ciudades italianas.

"En los Estados-ciudades de Toscana, los popolani –comerciantes, artesanos y las personas de profesión liberal–, ya en la Edad Media, habían exigido y conquistado el derecho a participar junto con los nobles –gentilhuomini– en el gobierno de la República (...;) los bandos y grupos rivales, dentro de los partidos, mantenían una lucha casi continua y con frecuencia sangrienta, y (...;) las (...;) guerras con Florencia, el Estado vecino de Siena y su competidor más poderoso, eran frecuentes" (Undset, 1984:18).

Durante este período, Siena alcanzó una gran prosperidad. Es la época de las grandes edificaciones. Se hicieron los planos de la nueva catedral que debía aventajar a la de Florencia. En il Campo, plaza entre tres colinas sobre las que Siena se hallaba edificada, se levantó, entre 1288 y 1308, el edificio del Ayuntamiento, gótico, y entre 1338 y 1348, el campanario –la Torre del Mangia–. Las salas y la capilla del Ayuntamiento fueron decoradas con las pinturas de Simone Martini y de Ambrosio Lorenzetti. Se destacan los frescos de este último que representan los efectos del mal y del buen gobierno, y las consiguientes virtudes que deben poseer los que dirigen a un pueblo. Estas pinturas hablaban a los sieneses del siglo XIV. Muchísimos conceptos, representaciones y todo un universo simbólico entraban por los ojos de quienes contemplaban aquellas obras8.
Si bien el efecto principal del buen gobierno debía ser, de acuerdo con aquellas representaciones, la paz, ésta era lo que más faltaba en la Siena de los años 1300. Los hermanos de Santa Catalina estaban involucrados en las luchas intestinas de la República (Jörgensen, 1984:126-135).
El proceso de nuestra argumentación nos lleva, por lo tanto, al círculo familiar en el que se desarrolló la primera infancia y juventud de Catalina9. Cuando Catalina nació, el 25 de marzo de 1347, el matrimonio Benincasa ya había tenido veintidós hijos. Una influencia fundamental en sus primeros años fue el contacto frecuente con los frailes dominicos10. Esto es trascendental para comprender la forja de su personalidad. Varias familias religiosas hacían sentir su presencia en la Siena de la segunda mitad del siglo XIV; pero entre todas se destacaba la de los Hermanos de la Orden de Predicadores. La iglesia de Santo Domingo dominaba Fontebranda, y era fácil a los Benincasa acudir a algunas de las numerosas misas que allí se celebraban por día. Por otra parte, a la familia Benincasa se había agregado un hijo adoptivo, Tomasso della Fonte, sobrino huérfano –tras la peste del '49– de Giacomo. Era un joven que aspiraba a hacerse dominico, y que ejerció una gran influencia sobre los primeros años de Catalina. Toda esta situación familiar y social tuvo una enorme influencia sobre Santa Catalina. También se vio marcada por el ambiente de exaltación mística. Muy pronto comenzó a desarrollar una vida de experiencias y visiones interiores, centradas en la devoción al Cristo sufriente. Podemos apreciar aquí la influencia del franciscanismo, con su exaltación del aspecto humano y doloroso de Cristo, que tanto peso tuvo en estas mujeres místicas.
El tema del Puente y la sangre están en el centro del discurso religioso de Santa Catalina. Para comprender el peso que estas expresiones tenían en aquella sociedad podemos recurrir al concepto de "categoría medieval", desarrollado por Guriévich en su obra Las categorías de la cultura medieval. Nos señala el autor que entiende por categoría aquellos "enfoques mentales", "orientaciones generales", "hábitos de conciencia", que se relacionan con "los modos de percepción del mundo", y que "no son formulados claramente" ni "explícitamente" (Guriévich, 1990:15-16). Si bien no podemos aplicar en su totalidad el concepto de categoría como lo entiende Guriévich, sobre todo en lo referente a su aspecto de asimilación casi inconsciente, sí nos sirve la primera parte de su definición. Palabras como "sangre" o "puente" determinan toda una mentalidad, una "orientación" de la misma, un "hábito mental" desde el que se percibe el mundo y se actúa sobre él, y forman parte, además, de un "lenguaje" que permite la comunicación entre las personas religiosas de este período, en particular aquéllas que más se vieron influenciadas por toda la corriente que exaltaba al Cristo sufriente. Este "lenguaje" no sólo transmite ideas, sino sobre todo sentimientos. La antropología cultural, en particular la definición de cultura que nos brinda Geertz, viene a reforzar nuestro análisis. En efecto, Geertz (1987:20) considera que "el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido". Con respecto a la religión, la define como "un sistema de símbolos que establece vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres" (Geertz, 1987:89). Cuando observamos la infl uencia que pudo ejercer Catalina sobre las ideas, los sentimientos, las motivaciones de los que la rodeaban constatamos la asimilación en nuestra protagonista y en sus interlocutores de todo un sistema de símbolos y de categorías que ejercían una fuerte motivación sobre aquellos estados anímicos.
La Sangre de Jesús es un tema recurrente en sus escritos. Royo Marín (1979:138-139) considera que "la Sangre (...;) tiene una importancia capital en la vida y en la doctrina de la gran santa". Y los hombres tienen acceso a los efectos "santificadores" de dicha sangre a través del ceremonial sacramental de la Iglesia: "he elegido a mis ministros para vuestra salvación, a fin de que por ellos os sea administrada la sangre del humilde e inmaculado Cordero, mi Hijo unigénito" (Diálogo N° 110: 257-258).
El valor que Catalina concede al culto divino, celebrado por los miembros del orden sacerdotal, la lleva a colocar a la jerarquía eclesial en el centro de su universo simbólico. Aquí podemos observar la influencia sobre la santa del proceso de centralización que se da en el seno de la Iglesia a partir del siglo XI. Vauchez en su obra Saints, prophètes et vissionaires (1999:35) nos muestra cómo en este período se resignifica la santidad como mediación de lo divino. El clero pasa a controlar dicha santidad, que se presentaba en personajes místicos y visionarios, a través de los procesos de canonización y del examen minucioso de la ortodoxia de los mismos, además de la administración de los sacramentos y la celebración del culto, que actúan como mediadores principales de lo santo. En santa Catalina santidad, Iglesia jerárquica y culto se suponen mutuamente. El orden de los clérigos es el encargado de celebrar el culto divino –la liturgia sacramental–, fuente de santidad. De esta concepción se desprende la dignidad en la que Catalina coloca a los miembros del orden sacerdotal y, en primer lugar, al Papa, "bodeguero" de la sangre de Cristo. Esta dignidad coloca a los miembros del clero por encima de los poderes civiles, ya que éstos no pueden juzgar a aquéllos:

"¡Oh hija querídisima! Te he dicho todo esto para que conozcas mejor la dignidad en que he colocado a mis ministros (...;) Ellos son mis ungidos y les llamo mis 'cristos', pues les he concedido que me administren para vuestro bien y, como flores fragantes, los he colocado en el cuerpo místico de la santa Iglesia (...;) Así (...;) pues por la excelencia y autoridad que les he dado, los he eximido de la servidumbre, esto es de la sujeción al dominio de los señores temporales. La ley civil nada tiene que hacer en cuanto a su castigo" (Diálogo N° 113-115: 264-268).

Todo esto es clave a la hora de intentar comprender la construcción de la visión del orden social que tiene Catalina.
Por otra parte, no podemos pasar por alto el hecho de que Catalina fue una santa que escribió. En su obra La letra y la voz de la literatura medieval Paul Zumthor señala la fuerza que tenía la oralidad en la cultura del Medioevo. Por otra parte, los nuevos movimientos religiosos que surgen a partir del final de la Edad Media, y que proponían nuevas formas de espiritualidad, fueron un medio a través del cual muchas mujeres, de una vivencia muy personal e íntima de lo divino, se hicieron escuchar. Y muchos eran los que se integraban a los nuevos círculos y oían la voz de estas mujeres. Catalina enseñó a sus discípulos, y habló. Y esta voz se desbordó, y para hacerse oír con más fuerza y llegar a los rincones más lejanos, se convirtió en escritura –cartas, escritos espirituales, oraciones, soliloquios–. Por otra parte la escritura significaba, para Catalina, una forma de desahogo, de poder comunicar sus experiencias11.
Cuando la acción de Catalina comenzaba a extenderse más allá de los estrechos límites de su familia espiritual –las mantellatas– y de su ciudad –Siena–, fue llamada a comparecer ante el capítulo general de la Orden dominica. Y, en dicha circunstancia, debió escuchar las acusaciones misóginas de uno de los frailes:

"mujer vana, orgullosa, que se glorifica a sí misma, que trata de dominar a la gente ignorante con sus falsas manifestaciones de piedad; una mujer de la que se dice que hace milagros con la ayuda y gracia de Dios cuando seguramente son obra del diablo; que tiene una pésima reputación, que se rodea de hombres y mujeres a toda hora y desprecia la Regla de su Orden; una mujer que anda en lengua de todos y escandaliza a muchos" (de Wohl, 1988).

Sin embargo, el Capítulo no encontró nada condenable en ella. A pesar de ello se encomendó a Raimundo de Capua el control sobre la santa.

— 3 —
Acción política y discurso de Santa Catalina

Lo dicho hasta ahora nos puede ayudar a entender un poco mejor la acción política que desempeñó Catalina de Siena a partir del año 1370. Debemos situarnos, por tanto, en el escenario en el que se desarrolla el drama, e ir conociendo a los actores. Éstos presentan conductas aparentemente contradictorias: el fervor religioso junto a la más refinada crueldad e hipocresía eran parte de aquel particular paisaje humano. Jacques Leclercq, después de referirse a los actos despiadados y blasfemias de Bernabé Visconti, señala que dichas acciones "no le impedían tener sus horas de devoción. Funda iglesias y colma de larguezas a los monasterios" (Leclercq, 1955:73). Su hermano Galeazzo había inventado

"el suplicio de la 'Cuaresma', que consistía en hacer arrancar a sus enemigos los ojos, las manos y los pies con un día de descanso (...;) de manera que la víctima reposada sintiese mejor el sufrimiento, llegaba a prolongar el suplicio durante cuarenta días".

En este mundo, "mezcla de fe y de corrupción", actuó y habló Catalina (Leclercq, 1955:74).
Justamente, las relaciones eran tensas entre Bernabé Visconti –señor de Milán– y el Papado de Aviñón. Bernabé contaba con el descontento de las ciudades italianas vasallas del Papado, que eran gobernadas por legados franceses. A partir de 1371, las repúblicas de la Toscana se fueron sublevando una tras otra, y de algún modo dieron su apoyo a Bernabé. En medio de esta situación comienzan a circular las cartas de Catalina12, quien ya era bastante conocida. Detrás de las cartas se hace más visible o expresión semejante, también, la figura de la Santa, quien comienza a movilizarse en forma ininterrumpida para lograr sus objetivos religiosos y políticos.
Sintetizaremos el discurso y la acción política de Catalina a través de un cuadro (ver Cuadro 1).

Cuadro 1. Discurso y acción política de Santa Catalina de Siena.

Los dos últimos años de su vida los dedicó a escribir a Príncipes y Cardenales defendiendo la legitimidad del Papa romano –ya se había producido el cisma de Occidente–. En este proyecto encontró la muerte el 29 de abril de 1380. Tenía treinta y tres años de edad.
Saquemos algunas conclusiones parciales sobre la acción de Santa Catalina. Lo primero que se puede observar en el Cuadro 1 es la movilidad de la santa. En efecto, una vez que Catalina salió al espacio público ya no se detuvo. De enfermera en los hospitales de Siena, pasó a ser guía espiritual de un grupo de frailes y laicos que buscaban nuevas formas de expresión de la vida religiosa. A medida que el número de sus discípulos aumentaba, su fama superaba los límites de su ciudad. Por otra parte, los problemas que aquejaban a la Iglesia y a la Cristiandad la preocupaban sobremanera, y el reconocimiento que fue ganando le sirvió para comenzar a intervenir en la política europea llegando a hacerse presente en los centros de poder más importantes de la Europa de su tiempo13. Evidentemente, los nuevos movimientos de vida religiosa y las nuevas formas de espiritualidad fueron los medios a través de los cuales la santa pudo salir de la intimidad de su hogar y actuar
Otro aspecto de su acción a tener en cuenta es, como ya se señaló más arriba, el hecho de que Catalina habló. Luchó por hacerse oír, y la escucharon los grandes de su tiempo –Papas, reyes y cardenales fueron conminados por su voz–. Y la voz, como hemos señalado, se convirtió en escrituran14. Fueron menos de diez años –desde 1372 hasta 1380, o sea desde sus veinticinco hasta sus treinta y tres años de edad– en los que no dejó de ir y venir, de un lado para otro, hablando, denunciando y escribiendo ininterrumpidamente.
Por otra parte, podemos observar, por el tono con que habla –por ejemplo, cuando le exige a Gregorio XI, ya instalado en Roma, que no sea negligente en la gran tarea de la reforma de la Iglesia– la autoridad que se le reconoce. Catalina exhorta, con un lenguaje que podríamos calificar de atrevido, al mismo Papa. Su pasión religiosa, propia de la espiritualidad de la época, y sobre todo de los movimientos de mujeres, que tantos discípulos le habían ganado –la llamaban su "mamma", dándole a este título una particular significación–, la revestía de autoridad incluso delante del Papa.
Profundicemos el análisis de su discurso. En primer lugar, queda claro que Catalina tiene un concepto ético del Orden socio-político15. La noción de justicia propia de la escolástica, en particular del gran maestro dominico Santo Tomás de Aquino se halla presente en sus escritos16. La justicia se debe establecer en primer lugar en el interior del hombre. Catalina habla de "flores nauseabundas" y "flores odoríferas", refiriéndose a las obras justas e injustas. Por otra parte, siguiendo la misma línea de pensamiento, Catalina es tributaria del aristotelismo que concibe a la ciudad como el ámbito propio en el que el ser humano alcanza su perfección por medio del desarrollo de una vida virtuosa acorde con la razón17. El primero que debe practicar la virtud –la justicia–, en el interior de la ciudad, es el gobernante. El que no es "señor de sí", difícilmente podrá ser "señor de otros"; el que no es virtuoso "mal podrá (...;) ver y corregir el defecto del súbdito suyo". Es más, "castiga los defectos allí donde no los hay", y no castiga "a aquéllos que son malos e inicuos".
Su experiencia religiosa, tan femenina y tan ligada al cuerpo y a la experiencia del dolor, se encuentra presente en su concepción de la justicia. Les repite una y otra vez a sus interlocutores: "Yo deseo veros bañado y anegado en la sangre de Cristo crucificado". La ética de Catalina, que no es más que la justicia de Tomás interpretada desde su particular experiencia religiosa, supone los deberes y compromisos propios del estamento que a cada uno le toca ocupar en el cuerpo social de acuerdo a una concepción organicista18. Por otra parte, la justicia que el príncipe debe administrar e impartir es vista como una prolongación de la justicia y el amor divino.
Queda claro, por otra parte, que en la concepción que tiene la santa de la vida mística, la Iglesia jerárquica y todo su ceremonial litúrgico, así como su autoridad dogmática, ocupa un lugar central. Si la vida religiosa brota de la Iglesia, y la religión incluye al orden socio-político, es obvio que la actividad política, y los señores temporales, aparecen subordinados, en sus escritos, a la autoridad de la Iglesia. En las cartas que hemos analizado es permanente el llamado que hace a los príncipes y gobernantes a comportarse como "hijos fieles" de la Iglesia y del Papa, y a subvenir al Pontífice en sus necesidades. Para que la Iglesia pueda imponer "suavemente" –y no en forma violenta– su autoridad, que es, en primer lugar, de orden religioso, era necesaria una auténtica reforma de la Iglesia, ideal por el que tanto luchó la santa. En realidad, lo que ella quería era una reforma de toda la sociedad, en coherencia con su visión ético-religiosa del hecho socio-político. Esta sociedad reformada espiritualmente debería tener al frente no sólo buenos ministros de la Iglesia –que tanto exigió, ella–, sino también buenos gobernantes, "que aprendan a gobernarse a sí mismos". Si bien la reforma que ella exige es, en primer lugar, espiritual; lo institucional no ocupa un papel menor: Catalina pide el regreso del Papa a Roma, y cuestiona el modo de elección de los cardenales y obispos. Una verdadera reforma es el paso previo para que la Iglesia recupere su papel rector en la sociedad, y para que el Papado se ponga al frente de una gran empresa común: la Cruzada contra el avance turco. El Papado aparece, pues, como el poder unifi cador en Italia y en toda la Cristiandad. Sin embargo, para Catalina la misión de la Iglesia no se agota en los límites de la Cristiandad. La misión de la Iglesia es universal, y el objetivo último de la cruzada no es la destrucción de los infieles sino librar "al pueblo infiel de su propia infidelidad".
Queda claro que Catalina defiende un régimen de Cristiandad, constituido en torno a la Iglesia, pero distingue a ésta de aquél. Una cosa es, en los escritos de la santa, la Iglesia y su misión espiritual; y otra, el orden sociopolítico creado en torno a ella. Distingue entre el fin de la Iglesia, de orden espiritual, y el fin de los señoríos temporales, imponer la justicia. Desea que los poderes políticos sirvan a la Iglesia, pero no los confunde con la jerarquía eclesial. No hay, en sus escritos, ninguna unificación de la elite político-eclesial en un gran estamento señorial. Esta distinción de los órdenes y de los fines está en la línea del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, quien, frente al averroísmo dualista de Síger de Brabante, distinguió los órdenes –natural y sobrenatural–, aunque sostuvo el ordenamiento del primero al segundo, y el de ambos a Dios (Wilson, 1958:319 y ss). Catalina ha construido, por tanto, una visión del orden sociopolítico acorde con los antiguos planteos teológicos y metafísicos. Su pensamiento nada tiene que ver con las nuevas formas secularizantes del poder de los príncipes que estaban en proceso de gestación. No obstante, como ya lo hemos señalado más arriba, Catalina siempre utiliza un lenguaje acorde con su situación, a partir del cual reelabora los conceptos, ideas e imágenes que tiene incorporados. Nos corresponde, pues, analizar las formas de expresión que utiliza en sus escritos "políticos".
Por todo lo dicho hasta aquí, queda claro que Catalina era una persona de una gran cultura. Aunque en sabiduría podía competir con los hombres más doctos, su lenguaje no es el de ellos. Catalina no se ha formado en las sutilezas expresivas de la teología y de la filosofía, pero tiene asimilados sus grandes principios, que expresa a su modo. Ella es una mujer ciudadana, de nivel medio, que ha tenido acceso a la lectura, y que se ha contactado con eminentes personalidades, y con muchos sacerdotes –sobre todo de la Orden de Santo Domingo–. En el discurso de Catalina aparecen múltiples "imágenes", que desbordan lo meramente conceptual y aparecen cumpliendo más una función "icónica" que una letrada –ella es una mística, y muchas veces, en el lenguaje de éstos una palabra expresa más de lo que dice–.
Analizaremos, pues, algunas de las figuras literarias que utiliza19. Hemos dicho que Catalina parte, en su análisis de la realidad, de un concepto ético-religioso de la vida. Siguiendo los principios de la escuela dominica, fuertemente influenciada por el tomismo, Catalina afirma la primacía de la inteligencia sobre las otras potencias humanas. Se refiere, repetidas veces, al "ojo del intelecto", de "luz y tinieblas" habla en otros lugares. Dejando de lado la connotación evangélica de esta última expresión –sobre todo en el Evangelio de San Juan–, lo cierto es que cuando Catalina hace referencia a la inteligencia como ojo, piensa en una inteligencia saturada por la luminosidad de las verdades de la fe. Catalina vivió su ascetismo como un esfuerzo por alcanzar un conocimiento interior.
La voluntad, por su parte, debe seguir, libremente, lo que la inteligencia le muestra. Para referirse a este aspecto de su "antropología", habla, en sus cartas de la voluntad como "un hortelano y cultivador", que trabaja la tierra para que dé "buen fruto" –el fruto de las virtudes–. Nuevamente podemos encontrar reminiscencias evangélicas. Sin embargo, parece que se trate más de realidades familiares a Catalina y a sus interlocutores –el jardín de una casa, por ejemplo–, que la influencia de la parábola del sembrador. Los grandes conceptos asimilados por Catalina son expresados con una gran fuerza y energía –se percibe un carácter arrollador en la acción y en los escritos de la santa– de una manera sencilla y a través de imágenes de la vida diaria, como se puede ir observando en los ejemplos utilizados.
Catalina, mujer fuerte, sin embargo, tenía muy asimilada la idea de la fortaleza como atributo masculino. Por este motivo, a más de un interlocutor lo llama a ser "hombre viril". Más allá de la redundancia, queda claro que la fortaleza de carácter que es necesaria para hacer frente a las exigencias de la ética se identifica, en los escritos catalineanos, con la virilidad.
Frente a los que "virilmente" se esfuerzan, por obrar conforme a lo que el "ojo del intelecto" ve cuando se anima a mirar a la "luz", se encuentran los que obran movidos por el "amor propio de sí", o, también, el "amor propio sensitivo". Con esta expresión la santa quiere diferenciar al amor propio "auténtico", que posee aquél que busca su perfeccionamiento espiritual, del amor que se tiene aquél que sólo busca satisfacer su sensualidad. Dicho "amor propio sensitivo" es la causa de los vicios que descarriaban a los hombres de su época: la "crecida soberbia", la "codicia y avaricia" y la "inmundicia"–figura que utiliza para referirse a lo que en lenguaje escolástico sería la lujuria–. A este amor propio, lo llama también "amor mercenario", figura, por otra parte que decía mucho a los italianos de su época –recordemos el horror que sembraban en Italia las bandas que se dedicaban a asolar los campos y las ciudades en busca de botín y de algún señor, que pague bien, a quien servir20–.
La ética de la santa es producto de su experiencia mística. Invita a sus interlocutores a "comer en la mesa de la Cruz". Por medio de una figura tan común como es la acción de alimentarse indica que la fuente de la vida cristiana brota de la pasión de Jesucristo, o, como gustaba repetir, de la "Sangre". La administradora de dicha sangre era la Iglesia. Por este motivo llamaba a los destinatarios de sus cartas a "nutrirse de los pechos de la Iglesia". Si bien Catalina no fue madre, la imagen de la maternidad tenía una fuerza muy importante en la Italia del 1300, sobre todo por el papel que jugaban las madres en el seno del hogar. Por otra parte, la Iglesia muchas veces se presentaba a sí misma bajo la forma materna. Además, rinde culto a la Virgen María, Madre de Dios. Catalina vivió un modo especial de "maternidad espiritual" –al que ya nos hemos referido en varias ocasiones– entre sus discípulos, ya que éstos se identificaban como hijos suyos y la llamaban "mamma". La palabra madre, que se aplicaba a mujeres como Catalina expresaba una forma particular de autoridad femenina que se estaba imponiendo en muchos de los nuevos movimientos religiosos.
Sus imágenes de la ética se nutrieron, por otra parte, de las realidades del feudalismo. Habla de "señorío-servidumbre-libertad", para referirse a la "ciudad del alma". El hombre debe liberarse de los vicios a los que sirve para poder ser señor de sí.
Estas exhortaciones están dirigidas, sobre todo, a quienes eran realmente señores. Aparte de referirse a sus deberes éticos "privados", les señala su misión como gobernantes: establecer la justicia –término caro a la escolástica de su tiempo–. Al Rey de Francia lo llama a ser "padre de los pobres". Nos encontramos nuevamente con figuras tomadas de la vida doméstica y familiar. Las imágenes paterno-filiales aparecen permanentemente en los escritos de la santa. A los señores temporales les señala que deben ser "hijos fieles del Papa"; en otras oportunidades se refiere al Papa como "vuestro padre", a la Iglesia como "vuestra madre".
Hemos señalado, también, la importancia que tiene la figura de la "Sangre" en su lenguaje místico. En la liturgia eucarística es sabido que se utiliza vino. Por este motivo llama al Papa "bodeguero", ya que él está encargado de administrar la bodega de Cristo. Imágenes, por otra parte, tomadas, al igual que muchas de las anteriores, de la vida hogareña y familiar, ya que muchas de las casas de las familias ciudadanas italianas de clase media contaban con su despensa y su bodega. También con su jardín. La imagen aparece cuando habla de la Iglesia. Al referirse a la necesidad de realizar una reforma en el interior de la misma, insiste en que hay que "arrancar las flores pútridas" –los miembros corruptos de la jerarquía eclesial–, y plantar "flores odoríferas", esto es, cardenales y obispos que produzcan "flores y frutos de virtudes". Tal vez el tema de las flores también pueda ser influencia de la escuela franciscana, tan presente en la Italia de aquel tiempo. Renovación religiosa, formas de acción y de voz propias de estas nuevas experiencias a través de las cuales se expresaban las mujeres, nuevas formas de autoridad femeninas, la experiencia ordinaria de la labor femenina doméstica, todo esto servía a Catalina cuando debía recurrir a imágenes para expresar sus vivencias y sus exigencias.

— 4 —
Conclusiones

De acuerdo con lo analizado a lo largo de nuestra exposición podemos concluir que Catalina de Siena ha sido una mujer que ha construido y vivido su espiritualidad ascético-mística, y producido su discurso, desde su condición femenina en medio de las circunstancias en las que le tocó desenvolverse. En efecto, señalábamos al comienzo que todo discurso nunca está acabado, y que está, por otra parte, en permanente gestación. Sin embargo, lo gestado en la primera etapa de la vida de Santa Catalina tuvo una influencia muy grande posteriormente. Durante su infancia, adolescencia y juventud Catalina vivió una religiosidad "interna", en su casa. Allí, dedicada a duras prácticas ascéticas y a la oración tuvo la experiencia del dolor, y desde el dolor la identificación con el Cristo crucificado y la experiencia mística. A partir de dicha experiencia hay algo que quedó fuertemente grabado en Catalina: el valor de la "Sangre". Esta experiencia, más lo aprendido –en sus lecturas, de boca de sus confesores, en la participación del culto–, la llevó a valorar enormemente la misión religiosa de la Iglesia, "administradora" de la sangre de Jesucristo, y tener una estima especial por la figura del Papa, el "bodeguero" de la Sangre.
Por otra parte, en un momento de su vivencia religiosa sintió que debía salir fuera del marco del hogar, superando los estrechos marcos en que se movían las mujeres y que las circunscribían al encierro, el silencio y la subordinación. Integrada a uno de los tantos movimientos de religiosidad laical que renovaron la espiritualidad de la Baja Edad Media, comenzó a practicar la caridad en los hospitales de su ciudad. Comenzó, asimismo, a transmitir sus experiencias y sus conocimientos a quienes comenzaban a rodearla. De este modo, Catalina empezó a hablar y a ser escuchada. El círculo que la rodeaba fue creciendo y pronto se convirtió en la "mamma" de quienes la seguían. Evidentemente este título expresaba la autoridad que la santa estaba ganando entre sus seguidores.
La fama de la santa pronto desbordó los muros de su ciudad. Pisa, Florencia, Aviñón fueron algunos de los lugares que le tocó recorrer. Y habló, entonces, a los grandes de la Cristiandad. El Papa fue uno de sus interlocutores. A éste le reclamó que vuelva a Roma, que reforme la Iglesia y que emprenda la Cruzada. Por otra parte, a otros reyes y príncipes les exigía fidelidad al Pontífice y decisión para seguirlo en el anhelado proyecto de la Cruzada.
En este ir, venir, hablar, insistir, escribir, Catalina fue elaborando su discurso político, con un lenguaje cotidiano, pero teniendo en cuenta, además, las circunstancias en las que le tocaba actuar. Dicho discurso presenta una gran densidad teológica. El análisis de su discurso demuestra el conocimiento de autores importantes, como por ejemplo Santo Tomás de Aquino. Lo recibido a través de la lectura –directa e indirecta–, de las voces, de las imágenes, del culto, había sido perfectamente asimilado. Y lo que fue asimilado fue reelaborado y expresado en un lenguaje propio, con figuras tomadas de la vida diaria.
Pero una cosa es la sencillez y otra la hondura del mensaje, y, sobre todo, la fuerza y la convicción con que lo propuso. Es una convencida de la misión de la Iglesia en el seno de la Cristiandad. Quiere que esta última se funde sobre la justicia, y eso es lo que exige a los soberanos temporales. Pero para que esto se haga afectivo considera necesaria la acción santificadora de la Iglesia. Reconoce a los dos órdenes –temporal y espiritual–, pero estima que el primero se debe subordinar al segundo: los príncipes son "hijos" del "Padre santo". Es evidente que frente a las nuevas concepciones del poder, en autores como Marsilio de Padua o Guillermo de Ockham; y frente a la realidad de las nuevas prácticas que estaban comenzando a imponer los príncipes de su tiempo, Catalina se jugó por una concepción sacra del cosmos y del orden socio-político. Y se jugó, particularmente, por el pontificado romano, a quien consideraba el sostén de todo aquel ordenamiento. El Papa era, como ya indicamos, el "bodeguero" que mediaba la regeneración de la humanidad traída por la sangre de Cristo. Siguiendo la lógica de Catalina era la máxima autoridad que puede haber en la tierra. Salvo que un día alguien, que accediese directamente a lo divino, asumiese la actitud de decir a esa máxima autoridad cómo gobernar a la Iglesia y a la Cristiandad.

Notas

1 También nos es de mucha utilidad su correspondencia, en particular las cartas de orden político. Ver Santa Catalina de Siena (1950).

2 Tuvimos acceso a la edición italiana de esta obra, editada en Siena en 1934.

3 Sobre todo seguiremos a tres autores: Jörgensen (1984), Louis de Wohl (1992) y Sigrid Undset (1984). También nos será de utilidad el artículo de Claudio Leonardi referido a la santa (1989).

4 Justamente, comienza sus Diálogos implorando a Dios "por la reforma de la Santa Iglesia (...;) por la pacificación de los cristianos rebeldes, con gran falta de reverencia y persecución de la santa Iglesia" (Diálogo N° 1, p. 56). Estas inquietudes, motivadas por la situación de la Iglesia y de la Cristiandad de su tiempo, se manifestaron en toda la acción y el consiguiente discurso de la santa, como iremos viendo a continuación.

5 Toda esta situación es perfectamente descripta por Catalina en el Diálogo entre los números
121 y 135, pp. 285-334 (ver Santa Catalina de Siena, 1996). Por ejemplo en el N° 130 dice: "estos miserables de que te he hablado no tienen refl exión, puesto que, si la tuvieran, no caerían en tan grandes pecados ni ellos ni otros, sino que obrarían como los que viven virtuosamente (...;) estos desgraciados, por hallarse privados de la luz, no se preocupan sino de ir de vicio en vicio hasta que caen en la fosa. Y del templo de su alma y de la santa Iglesia, que es un jardín, hacen un corral para animales (...;) ¡Qué abominable (...;) sus casas, que deben ser refugio de mis servidores y de los pobres, sean cobijo de personas malvadas e inmundas! Debiendo tener por esposa al breviario, y a los libros de la Sagrada Escritura por hijos, y deleitarse en ellos para impartir las enseñanzas al prójimo para que emprendan santa vida, la esposa de éstos no es el breviario –más bien, lo tratan como a esposa adúltera–, sino una miserable concubina, que vive con él en inmundicia; sus libros son la caterva de hijos, y con ellos, tenidos en tanta deshonra y maldad, se deleitan sin vergüenza alguna (...;) se entregan al juego y solaz con sus mancebas, y se juntan con los seglares para cazar y coger pájaros como si fuesen seglares o señores de corte (...;) presumes de tu posición en el mundo, de tener una hermosa familia y una manada de hijos; y si no los tienes, intentas tenerlos para que hereden tus bienes. Eres ladrón y salteador, porque sabes que no los puedes dejar, porque tus hijos son los pobres y la santa Iglesia (...;) los cuernos de tu soberbia no te dejan comprender tu situación" (pp. 317-318).

6 El siglo XIV es el tiempo de la elaboración de discursos que procuran desplazar el poder de la Iglesia en benefi cio de los príncipes. Los máximos representantes de esta postura fueron Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham.

7 Se puede consultar al respecto la obra de Lacarra-Reglá (1979).

8 Un concepto de mucha fuerza en el discurso circulante en la época es el de Justicia, como virtud que edifica la vida pública. La escolástica hizo girar su filosofía política en torno de la misma. En la Suma Teológica Santo Tomás dedica las cuestiones 57 a 122 a esta virtud. El fundamento de un buen gobierno era, por tanto, la vieja virtud platónico-aristotélica de la justicia. Ella mueve a los miembros de la comunidad política, y en primer lugar a sus dirigentes, a obrar aquello que conduce al Bien Común: "es propio de la justicia, entre las demás virtudes, el que ordene al hombre en su relación con los demás" (Suma Teológica, cuestión 57). Los hermanos Lorenzetti, por su parte, se encuentran en la transición hacia el Renacimiento. Influenciados por el "realismo naturalista" de Giotto representan en sus frescos la vida ciudadana del 1300, pero con una fuerte dosis de alegorismo, ya que lo que procuran no es tanto mostrar cómo es la vida en una ciudad, sino reflejar el orden que en ella impone el buen gobierno fundado en la virtud de la Justicia (al respecto se puede consultar la obra de Johan Huizinga, 1960). La pintura, por tanto, asumía una concepción del mundo presente en aquella cultura y, al mismo tiempo, la mostraba y "la ponía en circulación". Señala, al respecto el historiador ruso Guriévich: "eran incontables las generaciones que se expresaban por boca del artista (...;) Los elementos más importantes de la obra artística formaban una especie de jeroglífico religioso" (1990:63). Un ejemplo de la influencia que ejercía sobre el universo simbólico las cosas que rodeaban a aquellas gentes, es la doctrina del "Puente", que ocupa un lugar tan importante en la obra de Catalina: Cristo es el puente que "va del cielo a la tierra" (Diálogo 26, p. 100). Anota, al respecto, José Salvador y Conde: "Esta doctrina del 'puente' es característica de Catalina (...;) La imagen material la vivió ella, sin duda, al contemplar algunos antiguos puentes italianos de su época; por ejemplo, el 'ponte Vecchio' de Florencia" (ídem, nota al pie).

9 Para reconstruir el marco social en el que se desarrolló la infancia y juventud de Catalina, con el condicionamiento que significaba su condición de mujer, se puede consultar el artículo de Claudia Opitz "Vida cotidiana de las mujeres en la Baja Edad Media (1250-1500)", en la obra dirigida por Duby-Perrot (1993). La autora señala allí la inferioridad legal de las mujeres determinada por la institución de la tutoría, aunque aclara que a finales de la Edad Media dicha institución comenzó a desaparecer en algunas regiones de Europa. Lo cierto es que la situación de la mujer está determinada por su papel en el seno de la institución familiar, si bien existía la otra posibilidad que era el monasterio. Los matrimonios eran producto de una concertación entre las familias, y las mujeres llegaban a ellos sin posibilidad de elegir, a pesar de la doctrina cristiana que sostenía lo contrario. El matrimonio y la vida de familia tenían como principal fin la maternidad. Ésta "era un factor tan importante para la vida cotidiana y la posición de la mujer dentro de la sociedad medieval (...;) (que) concebir y educar a los hijos era una de sus principales tareas" (p. 343).

10 En el Diálogo N° 158 se refiere a los dominicos, a su fundador y a sus santos: "Y si te fijas en la navecilla de tu Padre Domingo, mi amado hijo, él organizó la Orden con perfecto esmero, pues quiso que los suyos atendieran sólo a mi honor y a la salvación de las almas por medio de la ciencia (...;) Mira al glorioso Tomás, que con los ojos de su relevante inteligencia se veía en mi Verdad como en un espejo (...;) Fue una antorcha brillantísima que ilumina a su Orden y al cuerpo místico de la santa Iglesia" (403-405).

11 "Las razones por las que las mujeres escriben son, en apariencia, rara vez literarias, sino más serias y urgentes de lo que es habitual entre sus colegas varones; responden a una necesidad interior (...;) lo que habían conseguido para sí les parecía tan valioso que estaban dispuestas a ofrecerse en cruel sacrificio antes que echarse atrás o rechazar el patrimonio espiritual que había dado sentido a sus vidas" (Dronke, 1994). Esto que señala Dronke se pone muy de manifiesto en las cartas de Catalina, en las que la Santa parece obsesionada por transmitir a sus interlocutores lo que ella siente, haciendo depender todo el orden sociopolítico de esa situación particular. Con respecto a esto, señala el mismo Dronke más adelante: "su rasgo común (el de estas escritoras pertenecientes al grupo de beguinas) más característico es un grado de subjetividad muy acrecentado" (1994:280).

12 Utilizaremos la edición a la que nos hemos referido cuando tratamos acerca de las fuentes: Santa Catalina de Siena, 1950.

13 La imagen de la mujer como pacificadora se encuentra muy difundida en el imaginario de las sociedades tradicionales (Cándida Martínez López, 1998:239-261). Ángela Muñoz Fernández afirma: "Un papel, el de la mediación, desde el cual es posible intervenir en el mundo común, ese mundo que construyen las relaciones personales, de las cuales, las mujeres, madres, hijas, esposas, hermanas (...;), participaron plenamente" (1998:263-276). La autora añade a continuación la acción caritativa de las mujeres a favor de los menesterosos así como una profunda devoción religiosa.

14 Refiriéndose a Hildegarda de Bingen, y a la fuerte impresión que sobre estas mujeres ejercen sus visiones –las que las llevan a hablar y a escribir–, señala Cirlot en la obra ya varias veces citada: "La visión estuvo acompañada de una voz potentísima" (p. 61); "La revelación sucede en la visión que es instantánea, fuera del tiempo, pero después acontece esa hermenéutica de la visión que se realiza en la escritura (...;) Es ella quien escribe al dictado de la voz" (p. 60). Esto se relaciona con lo que señala Dronke (1994:280) sobre las escritoras del final de la Edad Media, cuyo "rasgo común es un grado de subjetividad muy acrecentado". En efecto, toda la acción que realiza Catalina hacia el exterior, y todo lo que escribe, está profundamente cargado de sus experiencias subjetivas.

15 La concepción descripta en la nota anterior, y que es la defendida por Catalina, se contrapone con el imaginario en formación que acompañó al proceso de construcción del Estado moderno: "Con Marsilio de Padua empezamos a oír sistemáticamente el uso de la palabra'legislar' en un sentido que, si bien es semimoderno, aún conserva connotaciones medievales (...;) Cuando dos siglos más tarde Bodino afi rma que cada comunidad independiente debe ser gobernada por una autoridad mediante la cual las leyes sean establecidas, el ciclo se completa y nos encontramos dentro de la etapa defi nitiva de la soberanía política. El primer y principal carácter de la maiestas bodiniana es el poder que tiene para dar leyes" (Weckmann, 1993:86-87).

16 Santo Tomás, siguiendo a San Isidoro de Sevilla, define a la justicia como el "hábito que conduce a obrar cosas justas", y señala que el derecho "es objeto de la justicia". De acuerdo con Aristóteles, señala, además, que la justicia es una virtud que no sólo perfecciona al hombre en sí, sino sobre todo en su contacto con los demás; por este motivo se relaciona, como indicábamos precedentemente, con el derecho –según la noción medieval de ley como expresión de una realidad metafísica anterior a su sanción por el legislador humano– (Suma Teológica, cuestión LVII, artículo I, p. 108).

17 El profesor Antonio Alegre Gorri, de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, afirma en el prólogo que hace a la Ética a Nicómaco (1984:19-20): "Las reflexiones éticas de Aristóteles arrancan de las socrático-platónicas (...;) La virtud es enseñable dirá Sócrates (...;) (Para Platón) la virtud consistiría el conocimiento y realización del Bien (...;) Aristóteles arranca de estas refl exiones (...;) Para Aristóteles, el fin último del hombre es la consecución de la felicidad (...;) el bien consiste en obrar bien, y el bien obrar produce felicidad. La función especial o específi ca del hombre actuante es la razón (...;) La ética se completa en la política. Hay que posibilitar una polis que proporcione a una amplia capa de hombres (...;) condiciones de tranquilidad, recursos materiales, es decir ocio, para que sea efectiva la vida intelectual teorética".
Al final de la Ética, afirma Aristóteles: "es dificultosa cosa (...;) alcanzar vida encaminada a la virtud, no criándose uno debajo de leyes que inclinen a lo mismo (...;) para esto tenemos necesidad de buenas leyes (...;) Por esto les parece a algunos que los que hacen leyes deben convidar y exhortar a la virtud" (Libro X, capítulo IX, T. II: 151).

18 Hemos hecho referencia a la visión "organicista" de Catalina. Acerca del organicismo medieval puede consultarse también la obra de Paolo Grossi (1991): "Ordo, ordinare, ordinatio, son términos repetidos hasta la saciedad en páginas teológicas, místicas, filosóficas, en la literatura de los specula principum", señala Francisco Tomás y Valiente, en el prólogo que hace a la obra de Grossi.

19 Las imágenes en las que nos detendremos están tomadas de su correspondencia. El Diálogo está lleno de figuras, muchas de las cuales también aparecen en las cartas. Existen estudios literarios sobre los escritos de la santa, por ejemplo, Francisco de Sanctis, en su Storia della letteratura italiana (1965), dedicó importantes páginas al estudio del estilo de la santa: "Catalina de Siena (...;) tiene la visión de lo abstracto y lo hace corporal (...;) Utiliza un lenguaje figurado y metafórico; muchas veces tedioso" (citado en "Introducción" al Diálogo: 33).

20 Recordemos, por ejemplo a Hawkwood, con el que la misma santa se entrevistó (Jörgensen, 1984:292-299).

Bibliografía

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