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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.17 no.1 Bernal jun. 2013

 

ARTÍCULOS

Socialistas en Manhattan
La Revolución Cubana en Monthly Review

 

Rafael Rojas

Centro de Investigación y Docencia Económicas, México

Fecha de recepción del original: 8/11/2012
Fecha de aceptación del original: 31/3/2013

 


Resumen

El artículo analiza el debate sobre la Revolución Cubana en la izquierda newyorkina a través de la revista Monthly Review, fundada y dirigida por los marxistas Paul M. Sweezy y Leo Huberman en 1949. Se reconstruye el estado de la reflexión marxista sobre la economía capitalista, especialmente para los países en desarrollo, en la obra de Paul Sweezy y Leo Huberman y en Monthly Review, en la primera década de la publicación, de 1949 a 1959. Y se aportan elementos a la historia de las relaciones de Monthly Review y sus directores con la Revolución Cubana, para inscribir esas relaciones dentro de la historia mayor de los encuentros y desencuentros entre la izquierda newyorkina y el socialismo cubano durante la década de 1960.

Palabras clave: Monthly Review; Revolución Cubana; Izquierda neoyorquina

Abstract

Socialists in Manhattan. Cuban Revolution in Monthly Review

The article analyzes the debate on the Cuban Revolution in New York Left through Monthly Review, the journal founded and run by Marxists Paul M. Sweezy and Leo Huberman in 1949. It reconstructs the state of Marxist reflection on capitalist economy, especially for developing countries, in the work of Paul Sweezy and Leo Huberman and in Monthly Review in the first decade of its publication, from 1949 to 1959. And it brings some items to the history of relations of Monthly Review and its directors with the Cuban Revolution, to register those relationships within the larger story of encounters and disagreements between New York Left and Cuban socialism during the '60s.

Keywords: Monthly Review; Cuban Revolution; New York Left


 

El debate sobre la Revolución Cubana en la izquierda newyorkina de los sesenta es incomprensible sin la revista Monthly Review, fundada y dirigida por los marxistas Paul M. Sweezy y Leo Huberman en 1949. Sweezy fue alumno en Harvard del economista liberal, de origen austríaco, Joseph Schumpeter (1883-1950), y de Francis Otto Matthiessen (1902-1950), historiador de la cultura norteamericana del siglo xix. Del primero, autor de Imperialism andSocial Classes (1919), heredó la disciplina analítica. Del segundo, autor de American Renaissance.Art and Experience in the Age of Emerson and Whitman (1941), erudito, gay y suicida, la vocación de izquierda. Fue Matthiessen quien legó a Sweezy la inversión inicial para una publicación socialista, crítica del capitalismo y distante, sin embargo, del comunismo prosoviético.
Ese fue el noble origen intelectual, asegurado por dos presencias tutelares como Schumpeter y Matthiessen, fallecidos ambos en 1950, de Monthly Review, la revista que por más de veinticinco años Sweezy dirigiría con su amigo, Leo Huberman, hasta la muerte de este en 1968. Nacido en Manhattan en 1910, en una familia de banqueros –su padre fue por muchos años ejecutivo del First National Bank de Nueva York–, Sweezy se inclinó desde muy joven por las visiones críticas de la economía moderna, por el estudio de las mutaciones del capitalismo industrial y por la ponderación de las diversas alternativas de políticas económicas y financieras que circulaban dentro de la izquierda norteamericana y europea desde mediados de la década de 1930.
La formación de Sweezy en Harvard coincide con la reorientación de la política social y económica norteamericana tras el crack del '29, que propició la aplicación del paradigma keynesiano a la economía política y los intentos de articulación de una política social de Estado en las dos últimas administraciones de Franklin Delano Roosevelt. Fueron esos también, fines de los '30 y principios de los '40, años del impulso a los frentes amplios de la izquierda en Europa, América Latina y los Estados Unidos y a las alianzas entre los partidos comunistas y otras fuerzas progresistas, con el fin de combatir el ascenso del fascismo en Europa y de respaldar a la Revolución Mexicana y a la República Española, acosadas por enemigos internos y externos.
Durante una estancia en Londres, a mediados de los '40, Sweezy dio forma definitiva a un manuscrito en que venía trabajando desde los años de sus estudios en Harvard, que aparecería bajo el título de The Theory of Capitalist Development (1946). Desde entonces el marxismo de Sweezy abría un campo de interlocución fundamental con el pensamiento de la izquierda teórica latinoamericana. Al colocar en el centro la reflexión sobre el desarrollo, desde la teoría económica de lo que hoy podríamos entender como un keynesianismo radical, este socialista newyorkino iniciaba uno de los diálogos más fecundos entre las izquierdas de los Estados Unidos y América Latina en el siglo xx.
Desde el primer editorial de Monthly Review, en mayo de 1949, Paul Sweezy y Leo Huberman defendieron un socialismo más derivado de la aplicación directa de las ideas de Marx a realidades concretas del capitalismo mundial, como las de los países coloniales o poscoloniales, que de la adopción acrítica de la línea ideológica o política de Moscú. No deja de ser significativo que en aquel primer número, luego del editorial que presentaba la revista como una publicación socialista independiente, se insertara un artículo de Albert Einstein, en el que el científico apostaba por un socialismo humanista y pacifista. Einstein no citaba en su escrito a Marx, a Engels o a Lenin, sino al sociólogo norteamericano Thorstein Veblen (1857-1929) –que curiosamente había sido duramente criticado por Sweezy tres años antes en The NewRepublic–, quien había llamado a dejar atrás "la fase depredadora del desarrollo humano".1
Cuatro años después de Hiroshima y Nagasaki, Einstein sostenía que, en la era de la bomba atómica, la ciencia y la ética debían auxiliarse mutuamente en la creación de un modo de desarrollo social que preservara a la especie humana. Su artículo no carecía de llamados al mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y a la reversión de la pobreza y el desempleo, pero así como veía algunas ventajas para la distribución del ingreso en la implementación de principios de la economía planificada, temía por las libertades individuales bajo un Estado totalitario. Más cerca de Weber o del propio Veblen que de Marx o de Lenin, Einstein pensaba que la democracia seguía siendo el mecanismo mejor dotado para contrarrestar el aumento de la burocracia y el incremento del rol regulador del Estado sobre la economía y la sociedad:

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada aún no es socialismo. Una economía planificada como tal puede ser acompañada por una completa esclavización del individuo. Para alcanzar el socialismo es necesario resolver algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: en vista de la centralización extensiva del poder político y económico, ¿cómo es posible evitar que la burocracia se vuelva todopoderosa y arrogante? ¿Cómo proteger los derechos de los individuos de manera a asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?2

Una lectura de los ensayos reunidos por Sweezy en el libro Socialism (1949), el mismo año de la fundación de la revista, nos persuade de que su concepto de socialismo era distinto al de Einstein.3 Las simpatías de Sweezy y de Huberman por los modelos de planificación de la economía y sus objeciones a las democracias representativas de Occidente eran, desde luego, mayores que las del científico alemán. La conceptualización del socialismo del legendario creador de la teoría de la relatividad servía, sin embargo, a los editores de Monthly Review para colocar el espacio de legitimación teórica e ideológica de la revista fuera de la subordinación directa a Moscú. Ese descentramiento, que se vería reforzado por un marcado interés por China y otras zonas de conflicto para la urss estalinista y postestalinista, como América Latina y el Caribe, acentuaron el comunismo no prosoviético de estos socialistas newyorkinos.
Aunque, como veremos, el socialismo de Monthly Review no sostuvo una relación acrítica con las "democracias populares" de Europa del Este, tampoco es correcto identificarlo con el socialismo liberal y democrático que defendían algunos intelectuales de Nueva York en los años iniciales de la Guerra Fría, como Irving Howe, Lionel Trilling y los grupos de PartisanReview y, posteriormente, Dissent, que impugnaron abiertamente el totalitarismo comunista. Había en estos sectores de la izquierda liberal una resuelta aproximación al trotskismo y a la socialdemocracia que no se encuentra en Monthly Review, publicación que, en resumidas cuentas, fue respaldada por el Partido Comunista de los Estados Unidos.
En las páginas que siguen quisiera reconstruir el estado de la reflexión marxista sobre la economía capitalista, especialmente para los países en desarrollo, en la obra de Paul Sweezy y Leo Huberman y, desde luego, en Monthly Review, en la primera década de la publicación, de 1949 a 1959. Luego me gustaría aportar algunos elementos a la historia de las relaciones de Sweezy, Huberman y Monthly Review con la Revolución Cubana. Me interesa, sobre todo, inscribir esas relaciones dentro de la historia mayor de los encuentros y desencuentros entre la izquierda newyorkina y el socialismo insular durante los años '60. El respaldo de Sweezy y Huberman a la Revolución Cubana durante aquella década fue decisivo, pero no libre de conflictos.

¿Qué socialismo?

La directa relación de Paul M. Sweezy y otros intelectuales de la izquierda newyorkina con el Partido Comunista de los Estados Unidos, del que no siempre fueron miembros, es insuficiente para explicar el tipo de socialismo que se defendía en Manhattan en aquellos años. A la peculiaridad de un Partido Comunista como el norteamericano, que desde los tiempos de Earl R. Browder había experimentado una de las variantes más flexibles de las tesis del "frente amplio" y la "alianza de clases" y que debió defenderse, además, del macarthysmo y el anticomunismo en los años '50, habría que agregar, en el caso de Sweezy y otros marxistas norteamericanos de su generación, el contacto fluido con economistas y sociólogos liberales y funcionalistas y el apego a los modos heterodoxos del marxismo occidental, especialmente del británico.
Discípulo de Schumpeter, Sweezy debatía con las ideas económicas de este último y de los keynesianos de la generación anterior, sin desechar del todo las propuestas liberales, como era de rigor en la ortodoxia soviética. Ya en The Theory of Capitalist Development (1942) era perceptible el interés de Sweezy en impugnar la economía política liberal en su punto de mayor aproximación al marxismo que, a su juicio, se había producido con autores como John Maynard Keynes y el propio Schumpeter.4 Los keynesianos y los schumpeterianos habían logrado los mayores avances en la teoría económica liberal desde los tiempos de Smith y Ricardo, pero, a juicio de Sweezy, se resistían obtusamente a aceptar la teoría del valor de Marx.
De los estudios de Matthiessen sobre el pensamiento y la literatura de Walt Whitman, Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson y los trascendentalistas norteamericanos de fines del siglo xix, Sweezy retuvo la importancia de la diversidad ideológica del pasado y de la perspectiva histórica del presente.5 Puso esos dos principios en función del estudio del capitalismo en los Estados Unidos, a mediados del siglo xx, desde un socialismo democrático y americano, en el sentido que Matthiessen, desde su cristianismo, daba a estos adjetivos. Sin la religiosidad de Matthiessen y con una visión más positiva de la urss y de Europa del Este, Sweezy intentaba defender un socialismo capaz de debatir y dialogar con el liberalismo progresista de Keynes o Schumpeter, de A. C Pigou o de Alvin H. Hansen. Hay una diferencia sustancial en el tono amistoso con que Sweezy polemizó con estos últimos y el estilo confrontativo que adoptó al enjuiciar, por ejemplo, The Road to Serfdom (1944), de F. A. Hayek.6
Como muchos marxistas británicos de su generación (Raymond Williams, E. P. Thompson, Eric Hobsbawm), Sweezy apostó desde un inicio por la lectura directa de los textos de Marx y Lenin, sobre todo, prescindiendo de las mediaciones del marxismo soviético. La distinción entre una teoría "marxian" y otra "marxist" le sirvió para privilegiar la interlocución con las fuentes clásicas, sin verse forzado a pasar por la aduana ideológica de los manuales moscovitas. Esa elección lo acercaba al marxismo como teoría económica y política y lo distanciaba de la idea del marxismo como filosofía o, incluso, como materialismo dialéctico e histórico. Esa manera de entender a Marx y a Lenin, que lo aproximaba a otros pensadores norteamericanos como Charles Wright Mills y Edmund Wilson, le aseguraba un contacto plural con la tradición marxista en la que las posiciones de Edward Bernstein y Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo y Rudolf Hilferding, eran repasadas sin las habituales excomuniones de la ortodoxia.7
La aproximación de Sweezy al pensamiento de Wright Mills y su crítica a la teoría de Oskar Lange sobre el fascismo como "imperialismo popular" son indicativas de los límites de aquella flexibilidad teórica.8 Así como valoraba positivamente el desplazamiento de un weberiano como Wright Mills hacia el análisis posfuncionalista de las clases sociales, desconfiaba de las interpretaciones del fascismo como una modalidad de imperialismo sustancialmente distinta del imperialismo liberal o democrático. Como Lenin o como Rudolf Hilferding, a quien usa como apéndice en The Theory of Capitalist Devlopment (1942), Sweezy pensaba que el imperialismo estaba ligado al fenómeno global del desarrollo del capitalismo financiero. 9 Un fenómeno que, a su juicio, después de la Segunda Guerra Mundial haría crisis, fundamentalmente, en el Tercer Mundo colonial o poscolonial.10
Sin dejar de ser una publicación comunista, Monthly Review logró mantener una línea editorial con distancias notables con el dogmatismo soviético durante una década como la de 1950, caracterizada por el ascenso del anticomunismo en la esfera pública que propiciaron las campañas del senador Joseph MacCarthy y la Smith Act. Sweezy, personalmente, se opuso a la aplicación de esta última contra líderes comunistas, como Carl Marzani, y fue un crítico tenaz del macarthysmo y las cacerías de brujas contra las izquierdas socialistas. Aun así, MonthlyReview no dejó de cuestionar los elementos imperiales de la política soviética, la "era de Stalin", la política de Moscú hacia la comunidad judía o el rechazo del dogmatismo marxista-leninista al psicoanálisis.11
A mediados de la década de 1950, tras la muerte de Stalin y las denuncias de sus crímenes en el xx Congreso del pcus, Sweezy reafirmó la idea de un "socialismo marxiano", directamente relacionado con la teoría del capitalismo de Marx, que provocó un debate sobre el futuro de la izquierda comunista en los Estados Unidos en las páginas de la revista.12 La fórmula del "socialismo marxiano" le permitía, además, deshacerse cómodamente del legado del marxismo soviético, de Nicolai Bujarin a los manualistas de los '50 (Afanasiev, Constantinov, Nikitin...), que no tienen la menor presencia en su obra, pero también librarse de las disensiones provocadas por el trotskismo que, a pesar de su fuerza entre los intelectuales de Nueva York, tampoco logró abrirse campo en Monthly Review.
La importancia creciente que Sweezy dio a los problemas de los países subdesarrollados, en los '50, preparó, en buena medida, su rápida inserción en el debate sobre la Revolución Cubana y el socialismo en América Latina. Llama la atención que en 1959, mientras otras publicaciones de la izquierda newyorkina celebran ese evento revolucionario en el Caribe, Monthly Review no dedique un solo artículo al proceso cubano. El tema fundamental de la revista en 1959 fue China: las dinámicas económicas y sociales del comunismo chino en el momento del Gran Salto Adelante, impulsado por Mao.13 El interés en China, en un momento de claro distanciamiento entre Moscú y Pekín, tenía que ver tanto con el rechazo de Sweezy y Huberman a la ortodoxia soviética como con la importancia que ambos daban al socialismo en el Tercer Mundo.
Aunque no dedicaron ningún número a Cuba, en 1959 los editores de Monthly Review abrieron algunas discusiones teóricas que serían de la mayor importancia para la izquierda newyorkina.
En el número del verano, aparecieron los ensayos de Ralph Miliband sobre el "nuevo capitalismo" y de William Appleman Williams sobre el "nuevo estilo imperial", que reforzaron la perspectiva tercermundista del debate sobre el capitalismo y el imperialismo.14 En esa misma línea se colocó el interesante estudio de Hobert P. Sturm y Francis D. Wormuth sobre la "élite del poder internacional", en el que aplicaban el conocido concepto de Wright Mills al sistema corporativo del capitalismo financiero mundial.15 La redefinición teórica del capitalismo, en Monthly Review, se hacía acompañar por una redefinición de la propia teoría marxista.
En los últimos números del '59, Paul Baran, figura clave de la revista, impulsó dos debates que describen algunas aristas de esa redefinición. Uno sobre marxismo y psicoanálisis y otro sobre la teoría marxista misma, con la intervención de Joseph Starobin y Stanley Moore, en el que predominó la crítica al estatuto doctrinal de la filosofía marxista-leninista en la Unión Soviética y a la burocratización del socialismo en Europa del Este.16 Sin suscribir posiciones de la socialdemocracia o del trotskismo, como la que podría asociarse a Max Shachtman en su The Bureaucratic Revolution. The Rise of the Stalinist States (1962), en aquellos años MonthlyReview también reflejaba la deserción que dentro de las filas comunistas prosoviéticas produjo la invasión a Hungría y la disputa entre Mao y Kruschev.
Es en este clima ideológico y teórico que Sweezy y Huberman comienzan a interesarse en Cuba. El interés surge, precisamente, en el momento en que se producen las primeras aproximaciones entre Moscú y La Habana, se acelera el conflicto con los Estados Unidos y los líderes revolucionarios empiezan a posicionarse a favor del socialismo. Mientras la Revolución Cubana se mantuvo dentro del horizonte liberal democrático, no interesó a los editores de Monthly Review, pero en cuanto la agresiva política de nacionalización abrió la puerta a un modelo de planificación económica y a una afectación de los capitales de las grandes empresas norteamericanas, se convirtió en un tema central de la revista.
El tema cubano se introduce en el número de mayo de 1960 con un interesante ensayo del crítico literario cubano, aunque nacido en Canarias, Manuel Pedro González, profesor de la Universidad de California, en Los Ángeles. González era un estudioso de la obra de José Martí, especialmente de las crónicas escritas por el poeta cubano en Nueva York, a fines del siglo xix. En esa época, González reunía los ensayos sobre Martí que incluiría en sus Indagaciones martianas (1961), publicadas por la Universidad Central de Las Villas, en Cuba. El artículo de González publicado en Monthly Review se titulaba "Why Cubans Resent the us" e intentaba ofrecer una explicación histórica simple al creciente "antiyanquismo" de Fidel Castro y otros líderes de la Revolución Cubana.17
El resentimiento de los cubanos hacia los Estados Unidos estaba justificado por datos de la historia como la intervención militar de 1898 y las ocupaciones de la isla desde ese año hasta 1902 y de 1906 a 1909, por la Enmienda Platt (1901-1934), por la acumulación de la propiedad territorial en manos de las compañías comercializadoras de la agricultura y por el respaldo de Washington al régimen inconstitucional de Fulgencio Batista en la primera etapa de su último gobierno. González sugería, como Chales Wright Mills y Waldo Frank, que la Revolución Cubana era centralmente nacionalista, no comunista, por lo que si los Estados Unidos toleraban la recuperación de la soberanía por parte de los cubanos las relaciones entre los dos países podrían reencauzarse más temprano que tarde.
La política de los Estados Unidos hacia la isla, históricamente, había tenido dos caras, como Jano. La democrática, de la Enmienda Teller, y la imperial, de la Enmienda Platt. Ante la Revolución Cubana debía predominar la primera y evitar que a esta última se la castigase como se había castigado al movimiento de Jacobo Arbens en Guatemala en 1954.18 Washington, según González, debía comprender que mientras más hegemónicas fueran sus políticas
hacia América Latina más dictaduras de izquierda o derecha se reproducirían en la región y más resentimiento nacionalista contra los Estados Unidos habría en los países del sur del hemisferio. En contra de la línea editorial de Monthly Review, el ensayo de González presentaba la radicalización comunista de las izquierdas nacionalistas como un mal evitable por medio de una política no imperialista.
Lo nuevo de la Revolución Cubana no era el nacionalismo, que podía encontrarse ya en las izquierdas populistas latinoamericanas del siglo xx: lo nuevo era la aparición de un Estado que convertía en prioridad la distribución equitativa del ingreso, la igualdad económica y la justicia social. A eso Sweezy y Huberman lo llamaban "socialismo", sin entrar en excesivas disquisiciones terminológicas y extendiendo al proceso cubano el sentido que habían dado a ese concepto en los primeros años de Monthly Review y en el ya citado ensayo de Sweezy de 1949. Encontraban ese socialismo, incluso, desde el alegato de Fidel Castro La historia me absolverá (1954) y el programa inicial del Movimiento 26 de Julio, luego del asalto al cuartel Moncada, a pesar de que los referentes doctrinarios de los mismos no eran marxista-leninistas sino liberal-democráticos.19
Huberman y Sweezy aprovechaban algunos de los primeros reportajes y libros sobre la Revolución Cubana, producidos por la prensa norteamericana entre mediados del '59 y mediados del '60, como los de Ray Brenan y Jules Dubois, para insistir en el "empobrecimiento" de la economía cubana, generado por la dependencia de los Estados Unidos.20 Más allá de que la historiografía económica de Cuba, dentro y fuera de la isla, ha caracterizado las últimas décadas republicanas como de crecimiento, no de recesión, lo que interesaba a los marxistas newyorkinos era destacar el aumento de las brechas sociales en un capitalismo subdesarrollado y dependiente como el cubano. De ahí que, si los líderes revolucionarios eran conscientes de esta última condición e intentaban enfrentarla con políticas concretas, no podían sino ser llamados socialistas.
A diferencia de la mayoría de los intelectuales de la izquierda newyorkina, que sostenían, como Jean Paul Sartre, que la Revolución Cubana carecía de ideología, o que, como Carleton Beals y Waldo Frank, afirmaban que la ideología revolucionaria cubana era humanista, agraria, nacionalista o antiimperialista, pero no marxista, Huberman y Sweezy defendían la identidad socialista del proceso cubano. Criticaban directamente la idea de Sartre e impugnaban la tesis del "humanismo", que atribuían a Joseph Newman, redactor de The New York Herald Tribune.21 Como Wright Mills, Huberman y Sweezy defendían el derecho de Cuba a aliarse con la Unión Soviética y utilizaban un concepto de socialismo no totalmente desconectado del marxismoleninismo o de los comunismos de Europa del Este. Sus advertencias recurrentes sobre la fase "transitoria" de ese socialismo cubano, como paso previo a una mayor estatalización económica, remitían directamente a la experiencia de la urss y de las "democracias populares":

De nuestra parte, no dudamos en responder: la nueva Cuba es una Cuba socialista. Esto no significa que todos o siquiera que la mayoría de los medios de producción hayan pasado a ser de propiedad pública. Sin duda no lo son. Pero, como seguramente han dejado claro capítulos anteriores, el sector dinámico, y en ese sentido abrumadoramente decisivo, es ahora el sector público. Más aun, aunque aún no ha sido formulado un plan económico exhaustivo, no caben dudas de que, lejos de ser aleatorias o descoordinadas, las políticas y acciones económicas del gobierno son dirigidas por una autoridad suprema central –ahora en proceso de institucionalización en la Comisión de Planeamiento y su Secretariado– con el objetivo de optimizar sus efectos en la economía como un todo.22

Esto escribían Sweezy y Huberman en el verano de 1960, cuando ni siquiera se habían roto las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba y cuando la mayoría de los dirigentes revolucionarios, empezando por el primer ministro, Fidel Castro, y el presidente de la República, Osvaldo Dorticós, se cuidaban de no presentarse como marxistas o socialistas. La visión de Huberman y Sweezy, construida en varios viajes a la isla y en entrevistas con los principales líderes del país, reflejaban, con bastante fidelidad, la visión del proceso cubano que tenían viejos dirigentes del Partido Socialista Popular, como Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez, Aníbal Escalante, Joaquín Ordoqui o Edith García Buchaca, quienes conocían a los comunistas de Nueva York desde los años '30 y '40.
La idea de que el gobierno revolucionario había iniciado un "cambio estructural" del orden social y económico de la isla, asimilable a una transición socialista, no encabezado por el Partido Comunista, sino incluyendo a este en un proceso de unidad de fuerzas políticas, que manejaron Sweezy y Huberman, aparecía ya en textos y declaraciones de los viejos dirigentes comunistas de la isla.23 De hecho, los editores de Monthly Review se apresuraban a descartar los tópicos de la "revolución traicionada" y de la "infiltración de comunistas en el gobierno", manejados por la primera oposición cubana, con el argumento de que el tránsito socialista, deliberadamente impulsado por Fidel Castro, llevaría a la plena incorporación del Partido Comunista al liderazgo de la Revolución y, por tanto, a la creación de una nueva institución política única.24
La interpretación de Huberman y Sweezy, como sostendría Theodore Draper, tenía varios aspectos cuestionables desde el punto de vista histórico,25 casi todos relacionados con la conceptualización "socialista" del programa revolucionario del Movimiento 26 de Julio y de los principales líderes de la Sierra y el Llano hasta 1960, por lo menos. Sin embargo, como reconocía el propio Draper, la tesis de Sweezy y Huberman, aunque ideológicamente reprobable desde su perspectiva liberal democrática, tenía la ventaja de coincidir con las declaraciones de los propios dirigentes de la Revolución entre la segunda mitad de los '60 y la invasión de Bahía de Cochinos.26 La intervención de Sweezy y Huberman fue lo suficientemente eficaz, por su colocación en el centro del debate público newyorkino sobre la isla, como para abrir un capítulo cubano dentro de Monthly Review.
Pocos meses después de la edición de Anatomy of a Revolution, los editores insertaron el artículo "A Real Democracy", de Fidel Castro, en el que este posponía indefinidamente las elecciones democráticas en Cuba con el argumento de que antes de cualquier competencia electoral era necesario distribuir derechos sociales básicos entre la población.27 Poco después apareció el artículo de Nancy Reeves "Women of the New Cubans", que inscribió el fenómeno cubano dentro de uno de los temas del repertorio ideológico de la Nueva Izquierda de Nueva York: la emancipación de la mujer.28 Tal vez ninguna otra revista de la Nueva Izquierda anglófona –piénsese, por ejemplo, en New Left Review, donde el editor Stuart Hall defendía que la Revolución Cubana debía radicalizar su humanismo originario, su color verde-olivo, y evitar enrojecerse bajo el manto del Comintern– cubrió tan consistentemente el socialismo cubano.29
A principios de 1961, cuando las tensiones entre los Estados Unidos y Cuba aumentaron, al punto de manejarse públicamente el proyecto de una invasión organizada por la cia, la revista comenzó a concentrar su crítica en la política de los Estados Unidos hacia la isla. John Fitzgerald Kennedy arribaba a la Casa Blanca y los socialistas de Manhattan no descartaban la posibilidad de que el nuevo presidente abandonara la política hostil heredada de la administración anterior. En enero de ese año, Monthly Review insertó un artículo de Carl Marzani, viejo militante comunista, amigo de Paul M. Sweezy y editor del libro de Waldo Frank sobre Cuba, en el que, a partir de los casos de Guatemala y Cuba y, a la vez, de las posibilidades de entendimiento entre Kennedy y Kruschev, hacía un llamado a la coexistencia pacífica.30
El debate sobre la identidad "socialista" que Huberman y Sweezy atribuían a la Revolución Cubana continuaba, sin embargo, y Monthly Review insertó opiniones que, aunque no cuestionaran la tesis, la matizaban o la desarrollaban aun más. En sus "Reflections on the Cuban Revolution" Paul A. Baran llamó a flexibilizar las nociones con que la izquierda occidental categorizaba los procesos políticos de los países subdesarrollados y Herbert Mattews y Adalgisa Nery reseña ron, no sin objeciones, Anatomy of a Revolution.31 Cuando, en abril de 1961, se produjo la incursión militar de los exiliados cubanos y Fidel Castro anunció el "carácter socialista" de la Revolución y confesó que siempre había sido marxista-leninista, los editores de Monthly Review confirmaron su tesis. El editorial de mayo, titulado "The Criminal Plan", era una denuncia del respaldo del gobierno de Kennedy al proyecto de la cia, y en el número de verano la revista volvió al tema de la ideología de la Revolución Cubana, desde el contexto posterior a Bahía de Cochinos. En su artículo "Cuba and Communism" J. P. Morray iba más allá que Sweezy y Huberman en su libro o que Paul Baran en sus "Reflections" y sostenía una tesis que luego se volvería recurrente en la izquierda newyorkina: aunque la Revolución Cubana no fuera originalmente comunista, la radicalidad del proceso social en la isla y, sobre todo, la desleal oposición de los Estados Unidos la habían puesto en el camino del comunismo.32 A un lado del artículo de Morray, que sería el punto de partida de su contundente libro The Second Revolution in Cuba (1962), publicado por la editorial de Monthly Review, la revista reproducía el clásico ensayo del Che Guevara, "Cuba, excepción histórica o vanguardia de la lucha anticolonialista" (1961), aparecido en abril de este año en la revista Verde Olivo, en el que la explicación del carácter socialista de la Revolución se colocaba en una perspectiva más amplia, no determinada por la tensión Este-Oeste o por el escalamiento del conflicto entre los Estados Unidos y Cuba sino por la lucha de los pueblos del Tercer Mundo contra el colonialismo y el imperialismo. Era esta, según Guevara, la contradicción fundamental del mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial, observación que Sweezy, Baran y Huberman compartían en sus propios estudios sobre el capitalismo monopolista global.33
Desde fines de 1961, el Che Guevara comienza a desplazar poco a poco a Fidel Castro, como figura central del proceso cubano, en las páginas de Monthly Review. Las célebres intervenciones de Guevara en Naciones Unidas y en Punta del Este sumaban el socialismo insular a una revolución tercermundista mayor, que adquiría sentido teórico desde las propias investigaciones económicas de Sweezy, Huberman y, sobre todo, Baran, cuyo gran estudio sobre el "capitalismo monopolista" como "orden social y económico americano", que sintetizaba de algún modo las tesis de sus ensayos previos, The Political Economy of Underdevelopment (1952) y The Political Economy of Growth (1957), comenzó a publicarse en Monthly Review, precisamente, en 1962.34 A fines de ese año, cuando la crisis de los misiles aceleró la inserción de la isla en el bloque soviético, Sweezy y Huberman parecieron comprender que Guevara personificaba la idea de la Revolución Cubana más cercana al horizonte global de la izquierda newyorkina.

De Keynes a Guevara

Llama la atención que mientras el capitalismo norteamericano se adentra en un largo ciclo de desregulación sostenida, desde los años '60, que provoca en marxistas como Paul Sweezy y Paul Baran una reconsideración del legado de John Maynard Keynes, las opciones de la izquierda latinoamericana defendidas por esos mismos marxistas sean, a la vez, las más radicales del continente. El discernimiento entre distintas reacciones de la nueva izquierda newyorkina ante la fuerte localización del socialismo cubano en la órbita soviética, que acompañó a la operación de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, y a la crisis de los misiles en octubre de 1962, ayuda a comprender los encuentros y desencuentros entre la Revolución Cubana y el pensamiento progresista occidental.
La revista Harper's Magazine, por ejemplo, que había publicado un adelanto de Listen, Yankee de Charles Wright Mills en diciembre de 1960, a partir de la primavera del año siguiente se distanció claramente de todo respaldo al gobierno revolucionario cubano. En mayo de 1961, a pocas semanas de la invasión de Bahía de Cochinos, Harper's Magazine, donde publicaban escritores como Norman Mailer y Tom Wolfe, inició una serie de colaboraciones críticas sobre la represión a los intelectuales disidentes en la Unión Soviética. El experto en temas soviéticos, Richard Pipes, inició la serie con "The Public Mood", donde se cuestionaba el antiamericanismo de la propaganda soviética.35 La revista publicaba un largo reportaje sobre jóvenes universitarios disidentes de la urss que denunciaban el control del Partido Comunista sobre la Academia de Ciencias soviética.36
Ese mismo número de mayo de 1961 de Harper's Magazine incluía una entrevista póstuma de Patricia Blake al escritor Boris Pasternak (1890-1960), Premio Nobel de Literatura en 1958, en la que el autor de Doctor Zhivago confesaba que no había "respirado con facilidad" durante sus últimos años de vida.37 Una importante voz del liberalismo newyorkino, Alfred Kazin, hacía por entonces un recuento de las relaciones del poder soviético con la comunidad judía rusa y llegaba a la conclusión de que tras la muerte de Stalin la persecución contra la cultura y la religión hebreas no había desaparecido ni amainado.38 Como su amiga Hannah Arendt, Kazin pensaba que el antisemitismo era uno de los componentes irreductibles que el totalitarismo soviético compartía con el totalitarismo nazi.
Harper's Magazine continuó publicando a poetas disidentes rusos en números siguientes –en septiembre, por ejemplo, editó una breve antología de poemas de Pasternak y Ajmatova, traducidos por Robert Lowell– y poco a poco se desplazó hacia una visión crítica de la influencia soviética en América Latina. El artículo de Peter Ferdinand Drucker, en septiembre de ese año, "A Plan for Revolution in Latin America" (1961), era un claro respaldo a la Alianza para el Progreso anunciada por el presidente Kennedy y una advertencia contra las simpatías que despertaban los movimientos de la izquierda radical en América Latina.39 Esas simpatías, según Drucker, aunque bien intencionadas, corrían el riesgo de avalar la introducción de regímenes comunistas y el reforzamiento de la hegemonía de la Unión Soviética en el hemisferio.
La localización de Cuba en el centro de la tensión de la Guerra Fría, entre 1961 y 1962, generó un replanteamiento del debate sobre el compromiso intelectual en la izquierda newyorkina. Para la mayoría de la influyente opinión liberal de la ciudad, la Revolución Cubana era defendible como un rescate de la soberanía perdida de la isla y una política de Estado a favor
de la justicia social, pero no como introducción de un régimen político de partido único e ideología marxista-leninista, similar al soviético, y mucho menos como una vía de incremento de la influencia de Moscú sobre América Latina. Por medio del elocuente ensayo de Paul Baran, "The Commitment of the Intellectual" (1961), Monthly Review se colocó de manera singular en ese debate. La función del intelectual crítico, en una fase de monopolización financiera del capitalismo mundial, no podía estar puesta al servicio de la "libertad" en abstracto sino a favor de políticas que enfrentaran ese nuevo ordenamiento del mundo:

Por lo tanto, el deseo de decir la verdad es sólo una condición para ser un intelectual. La otra es coraje, disposición para llevar adelante la indagación racional a donde sea que lleve, para emprender "críticas despiadadas de todo lo que existe, despiadadas en el sentido de que la crítica no retrocederá, sea frente a sus propias conclusiones o frente a los poderes vigentes" (Marx). Por lo tanto, un intelectual es esencialmente un crítico social, alguien con la preocupación de identificar, analizar y de esta manera ayudar a superar, los obstáculos que se interponen en el camino hacia un orden social mejor, más humano y más racional. Como tal, se convierte en la conciencia de la sociedad y en el portavoz de las fuerzas progresivas que pueda contener en cualquier período de la historia. Y como tal es inevitablemente considerado un "agitador" y un "fastidio" por la clase gobernante que pretende mantener el statu quo, así como por los intelectuales a su servicio, que acusan al intelectualde ser, en el mejor de los casos, utópico o metafísico, y en el peor, subversivo o sedicioso.40

Junto al respaldo a todos los movimientos radicales de la izquierda norteamericana a favor de los derechos civiles de la población negra, la paz en Vietnam, la liberación de la mujer o la lucha sindical y universitaria, Monthly Review proyectó una idea del compromiso intelectual desde Nueva York, uno de cuyos elementos centrales era la solidaridad con los procesos descolonizadores de Asia, África y América Latina: la llamada "revolución tricontinental". La teoría económica sobre el capitalismo financiero y monopolista global, de Baran, Sweezy y Huberman, encontró terreno fértil en nuevos intelectuales de la izquierda latinoamericana o latinoamericanista, como el argentino Adolfo Gilly y el alemán André Gunder Frank, quienes escribieron con frecuencia en la revista a mediados de los años sesenta.
Mientras Gunder Frank introducía el diálogo con los postuladores de la naciente Teoría de la Dependencia (Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra, Celso Furtado, Enzo Faletto, Fernando Henrique Cardoso...), Gilly reforzaba el interés por las guerrillas latinoamericanas y la interlocución con las izquierdas libertarias, trotskistas y maoístas. Tan representativas de este último giro fueron las colaboraciones de Isaac Deutscher como la propia interpretación de la Revolución Cubana propuesta a fines de 1964 por Gilly, quien había viajado a la isla antes de involucrarse en el proyecto de la guerrilla guatemalteca, a la que no pudo sumarse porque fue encarcelado en el penal de Lecumberri, en la ciudad de México, en 1966.
A mediados de los '60, el joven trotskista argentino percibió a la Revolución Cubana atravesada por un conflicto entre dos ideas irreconciliables de socialismo, que reflejaban en la isla la pugna sino-soviética.41 Una opción gravitaba hacia el modelo de una economía centralizada, cuyo eje era la industrialización, que, a la manera de la Unión Soviética y las democracias populares de Europa del Este, mantenía el rol de las relaciones monetario-mercantiles a la vez que ejercía un rígido control sobre las asociaciones obreras y campesinas. Frente a esa "tendencia", como la llamaba, defendida por los líderes prosoviéticos del viejo Partido Comunista, intentaba articularse otra, encabezada por el Che Guevara, que quería erradicar las relaciones monetario-mercantiles, impulsar las cooperativas agrarias y la autonomía obrera, y que, a juicio de Gilly, tenía puntos de contacto con el trotskismo y el maoísmo.42
El ensayo de Gilly reflejaba con bastante fidelidad el debate que, dentro de la isla, tenía lugar entre el Che Guevara y Carlos Rafael Rodríguez sobre distintas maneras de conducir la política económica del socialismo cubano, y el cisma producido, en la cúpula dirigente de la Revolución, entre el ala prosoviética (Aníbal Escalante, Joaquín Ordoqui, Edith García Buchaca...) y los críticos de esta, provinieran del Movimiento 26 de Julio, del Directorio Revolucionario o de la nueva corriente guevarista.43 Aunque el mensaje final de Gilly estaba, resueltamente, a favor de la continuidad de la Revolución y de la capacidad del liderazgo de Fidel Castro para mantenerla, el ensayo en Monthly Review no dejaba de observar señales inquietantes que favorecían la burocratización del socialismo insular y que podían ahogar la iniciativa nacional o regional de Cuba bajo el esquema internacional del bloque soviético.
Cuando en 1965 el Che Guevara desaparece de la clase política de la isla y reaparece poco después en el Congo y, más tarde, en las selvas bolivianas, los socialistas de Manhattan interpretaron que había llegado la hora de integrar a todas las guerrillas latinoamericanas bajo un mismo proyecto político que, además de llevar a la Nueva Izquierda latinoamericana al poder, permitiría conjurar definitivamente las tendencias burocratizantes dentro del socialismo cubano. Monthly Review fue la editorial anglófona que publicó, en 1967, en Nueva York y en Londres, el ensayo Revolution in the Revolution? (1967), del marxista francés Régis Debray, editado ese mismo año en París por François Maspero y en La Habana por Casa de las Américas.
Así como Roberto Fernández Retamar, en la edición cubana, señalaba la condición de Debray como discípulo de Louis Althusser, Sweezy y Huberman destacaban, en la edición en inglés, el respaldo de Jean Paul Sartre a las ideas del joven socialista francés, por entonces recluido en una cárcel boliviana.44 Debray llegaba al debate de la Nueva Izquierda newyorkina con fuertes autorizaciones de la izquierda occidental. Sweezy y Huberman no vacilaban en presentar la tesis del foco guerrillero, defendida por el marxista francés, como un desarrollo teórico de las ideas de Fidel Castro y el Che Guevara: "tenemos aquí, por primera vez, una presentación exhaustiva y fiable del pensamiento revolucionario de Fidel Castro y del Che Guevara".45 Los editores de Monthly Review suponían que la defensa de Debray de una "tercera vía" de socialismo en América Latina, diferente a la soviética y la china y personificada por la Revolución Cubana, estaba en consonancia no sólo con el pensamiento del Che, quien peleaba en Bolivia, sino con el de Fidel Castro, que gobernaba en La Habana.
Más allá de que Debray había sido apresado como colaborador de la guerrilla del Che y llevaba más de cinco años viajando a Cuba, Revolution in the Revolution? no era más que una aplicación latinoamericana de las ideas de Guevara, plasmadas en textos como La guerra de guerrillas, Cuba, excepción histórica o vanguardia de la lucha antiimperialista o El socialismo y el hombre en Cuba. Su punto de partida era la impugnación del tópico de que la Revolución Cubana había sido un fenómeno excepcional e irrepetible de la historia política latinoamericana.
En todos los países de la región era posible un triunfo similar al de enero de 1959 en Cuba, por medio de un foco guerrillero rural que extendería la lucha hacia todas las regiones geográficas y sociales del país. Aunque ni Debray ni el Che excluían a los partidos comunistas de esos procesos –como el propio Castro no había excluido al psp cubano de la lucha en la Sierra Maestra–, ambos pensaban que dados los prejuicios de Moscú hacia la lucha armada en América Latina no eran esas viejas instituciones sino nuevos liderazgos de izquierda los que debían encabezar las guerrillas.46
Sweezy y Huberman, desde Monthly Review en Nueva York, lo mismo que Robin Blackburn y Perry Anderson desde la New Left Review, en Londres –quienes publicaron, además de varios ensayos de Debray entre 1965 y 1967, una de las reseñas más elogiosas de Revolution in the Revolution?– respaldaron la tesis del marxista francés.47 La crítica de este a los partidos comunistas latinoamericanos, pensaban los cuatro, venía avalada no sólo por la autoridad del Che mismo sino de Fidel Castro, quien en el discurso de clausura de la conferencia de la olas en La Habana, en agosto de 1967, había cuestionado la indiferencia o el rechazo de los soviéticos hacia las guerrillas latinoamericanas.48 La apuesta de ambas publicaciones por la tesis de Debray provocó múltiples reacciones adversas desde los más variados sectores de la Nueva Izquierda. Al año siguiente de la publicación de Revolution in the Revolution?, Sweezy y Huberman se vieron obligados a editar el volumen Régis Debray and the Latin American Revolution (1968), con una docena de críticas a la tesis del foco guerrillero, que se multiplicarían luego de la muerte del Che en octubre de 1967.
André Gunder Frank, por ejemplo, quien hasta entonces había sobrellevado la línea teórica del dependentismo en diálogo con la izquierda guevarista, reprochó a Debray que recayera en la tesis del carácter feudal de la economía latinoamericana que la Teoría de la Dependencia había refutado desde principios de la década, y que se desentendiera de la estructura económica y social de los diversos capitalismos de la región a la hora de proponer una misma estrategia revolucionaria para todos.49 El sociólogo brasileño Cléa Silva encontró "errores" similares en la teoría del foco guerrillero de Debray y el sociólogo de Manchester Peter Worsley recordó, a partir de textos de Marx, Engels y Lenin, que los contextos históricos locales eran básicos para la formulación de la teoría revolucionaria mundial, y presentó injustamente a Debray como un vulgarizador de Guevara.50
No faltaron, sin embargo, defensores del marxista francés en medio de aquel clima tenso y emocionalmente crispado, luego de la muerte del Che en Bolivia. El revolucionario dominicano Juan Bosch y el historiador marxista William Appleman Williams reivindicaron la valentía de Debray al destacar la evidencia de que el movimiento socialista muchas veces avanzaba sin una vanguardia comunista, como demostraba el caso cubano. Bosch reiteraba la misma tesis de Huberman y Sweezy en Anatomy of a Revolution (1960), aunque agregaba el matiz de que los líderes revolucionarios cubanos produjeron una revolución socialista siendo ellos mismos no socialistas, sino nacionalistas radicales.51 Appleman Williams, por su lado, reconoció la importancia del enfoque de Debray para entender la movilización de una izquierda no marxista-leninista, como la del movimiento estudiantil del '68 o la de los jóvenes radicales afroamericanos.52
Tal vez, lo que nunca sospecharon Sweezy y Huberman es que una de las críticas más severas a la teoría del foco guerrillero de Debray provendría directamente de La Habana. Dos revolucionarios cubanos de nombres Simón Torres y Julio Aronde, que el historiador argentino Néstor Kohan identifica como "pseudónimos" de colaboradores de la oficina de Manuel Piñeiro, el comandante Barbarroja, en el Partido Comunista de Cuba, enviaron a Monthly Review una refutación detallada en la que juzgaban como "sectaria" la tesis de Debray.53 El nuevo giro ideológico que en 1968 emprendería el gobierno de Fidel Castro, con la llamada "Ofensiva Revolucionaria", que generó la casi absoluta estatalización de la economía de la isla y aceleró la plena inserción en el bloque soviético, tenía como una de sus primeras señales la crítica, en círculos oficiales, al voluntarismo de Guevara y el respaldo de La Habana a la invasión soviética a Checoslovaquia.
Sweezy y Huberman viajaron a la isla en febrero y marzo de 1968, con el fin de actualizar su visión del proceso cubano, siete años después de Anatomy of a Revolution (1960) y en un momento de visible reorientación ideológica y política. Durante el proceso de redacción de un nuevo manuscrito sobre Cuba murió Leo Huberman y Paul Sweezy debió concluir el texto solo, a principios de 1969, que tituló Socialism in Cuba (1969). Desde el punto de vista de la historia intelectual y política, la visión de Sweezy seguía siendo fiel a la pauta establecida en el primer libro: las seis demandas fundamentales del programa del Moncada, planteadas por Fidel Castro en La historia me absolverá (1954) –"tierra, industrialización, vivienda, desempleo, educación y salud"– constituían el proyecto de una sociedad socialista en Cuba, que ya había sido edificada.54
En educación y salud, sobre todo, el avance había sido extraordinario, pero en economía y política, la "Ofensiva Revolucionaria" introducía elementos inquietantes. Con una economía ya plenamente integrada al sistema de inversiones, créditos y comercio del campo socialista, la productividad cubana no superaba los números de antes de la Revolución y en algunos indicadores los retrasaba. A mediados de los '60, las zafras azucareras habían quedado por debajo de los 5 y hasta de los 4 millones de toneladas y la producción de níquel crecía muy lentamente y, a veces, decrecía.55 Huberman y Sweezy insinuaban ya el fracaso de algunas políticas económicas hipercentralizadoras, como la aplicada a la ganadería, con la drástica reducción de la producción de leche en la primavera de 1968.56
Los marxistas newyorkinos suscribían la visión del debate sobre las políticas económicas en la isla propuesta por el trotskista Ernest Mandel en la revista Partisans, que reiteraba, a su vez, la idea central de Adolfo Gilly. Ante la discusión entre el financiamiento presupuestario de las empresas estatales, defendido por Guevara, y la autonomía financiera de las mismas, defendida por Carlos Rafael Rodríguez, Mandel parecía simpatizar con este último. Sin embargo, cuando el debate se desplazaba a la pregunta sobre qué tipo de incentivo al trabajo debía predominar, Mandel daba la razón al Che en que los estímulos morales eran más importantes que los materiales.57 Sweezy y Huberman advertían, sin embargo, que el Che Guevara estaba fuera de la clase política cubana desde 1965 y que su influencia, todavía perceptible en algunos aspectos de la Ofensiva Revolucionaria, tendía a debilitarse.
El mensaje final de Socialism in Cuba (1969), un libro dedicado al Che y que, sin embargo, arrancaba con un exergo del clásico del liberalismo, Principles of Political Economy, de John Stuart Mill, era un conjunto de interrogaciones críticas sobre el futuro de la política y la economía socialistas en Cuba. El peor efecto que, a juicio de los marxistas newyorkinos, podía tener la ausencia de Guevara y de otras voces críticas del sistema soviético en la esfera pública de la isla era una estatalización indiscriminada de la vida económica, social y cultural, que, en la práctica, produciría la burocratización del socialismo que temía el Che. Sweezy y Huberman deseaban que el gobierno revolucionario se mantuviera siempre girando a la izquierda, en una variante caribeña de la revolución permanente que evitaría ese desenlace, pero admitían que, desde el punto de vista institucional, el punto de partida no era favorable:

El sistema de gobierno cubano es claramente de cuño burocrático. El poder se concentra en el Partido Comunista, dentro del Partido en el Comité Central, y dentro del Comité Central en el Líder Supremo. La estructura ha sido construida de arriba hacia abajo: primero el Líder, después el Comité Central, luego los organizadores regionales y locales, y finalmente los afiliados.58

La forma habitual de compensar esa racionalidad burocrática a la que recurría la dirigencia cubana no era la autonomía de los trabajadores sino el reforzamiento del vínculo carismático entre Fidel Castro y las masas:

Los líderes revolucionarios pueden haber visto en esta situación una oportunidad para intentar la difícil tarea de traer al pueblo más directamente hacia dentro del proceso de gobierno, forjando institucio nes de participación y control popular, y estimulando a las masas a que las usaran, a que asumieran responsabilidades crecientes, a que participaran en la toma de grandes decisiones que moldean su vida. En la práctica, sin embargo, la relación entre el gobierno y el pueblo continuó siendo paternalista.59

A diferencia de Anatomy of a Revolution (1960), Socialism in Cuba (1969) de Leo Huberman y Paul Sweezy no se editó en la isla. La única edición en castellano del libro apareció en la editorial Nuestro Tiempo, en México. Los temores de los marxistas newyorkinos en relación con la sovietización del socialismo insular se confirmaron en los años siguientes, cuando al fracaso de la zafra de los diez millones, en 1970, sobrevino el ingreso de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica [came] y el inicio de una institucionalización inspirada en el modelo soviético. Junto con la sovietización de la isla, el tema cubano perdió centralidad en los debates teóricos e ideológicos de Monthly Review y la izquierda newyorkina, en general. En la década de 1970, la revista fundada por Paul M. Sweezy y Leo Huberman discutió más los casos de la Unidad Popular y de Salvador Allende en Chile, las guerrillas urbanas en la Argentina y en el Uruguay y la Revolución Sandinista en Nicaragua, que el del socialismo cubano.

Conclusión

La atención que Sweezy y Huberman dedicaron a Cuba en la década de 1960 contribuyó enormemente a la modernización de la Nueva Izquierda en Nueva York, a la ampliación de su perspectiva global y a su incorporación de valores críticos como el rechazo a la hegemonía de los Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe y la oposición a los modelos centralizados y jerárquicos del Estado socialista. La experiencia cubana, a pesar de su desenlace soviético en los '70, ayudó, paradójicamente, a perfilar la imagen crítica de la urss y del socialismo real entre los marxistas de Manhattan. No era en esa Meca o en esa Roma donde, según Paul M. Sweezy, debían encontrarse las respuestas a los grandes interrogantes de la izquierda latinoamericana. La localización de Sweezy, Huberman, Baran y Monthly Review en la izquierda de Nueva York produjo una visión heterodoxa de la Revolución Cubana, distinguible de la propia heterodoxia marxista que, trabajosamente, se abría paso en la isla. Aquel lugar de enunciación evitó, por ejemplo, que los marxistas newyorkinos suscribieran rígidamente cualquiera de las dos corrientes enfrentadas en el debate sobre la política económica cubana de los sesenta.60 La distancia y, sobre todo, la inscripción del proyecto cubano en el marco de la izquierda latinoamericana concedieron a los marxistas de Monthly Review una autonomía intelectual que les permitió, a la vez, acompañar y criticar el experimento socialista en la isla.

Notas

1 Albert Einstein, "¿Why socialism?", Monthly Review, vol. 1, nº, 1, mayo de 1949. Para la crítica de Sweezy a Veblen véase Paul M. Sweezy, The Present as History. Essays and reviews on Capitalism and Socialism, Nueva York, Monthly Review Press, 1953, pp. 295-301.

2 Ibid. [Traducción de los editores; texto original: "Nevertheless, it is necessary to remember that a planned economy is not yet socialism. A planned economy as such may be accompanied by the complete enslavement of the individual. The achievement of socialism requires the solution of some extremely difficult socio-political problems: how is it possible, in view of the far-reaching centralization of political and economic power, to prevent bureaucracy from becoming all-powerful and overweening? How can the rights of the individual be protected and therewith a democratic counterweight to the power of bureaucracy be assured?"]

3 Paul M. Sweezy, Socialism, Nueva York, McGraw-Hill Company, 1949, pp. 12-32.

4 Paul M. Sweezy, The Theory of Capitalist Development. Principles of Marxian Political Economy, Nueva York, Oxford University Press, 1942, pp. 51-52.

5 Paul M. Sweezy y Leo Huberman (eds.), F. O. Matthiessen. A Collective Portrait (1902-1950), Nueva York, Henry Schuman, 1950, pp. 3-20.

6 Paul M. Sweezy, The Present as History..., op. cit., pp. 253-290.

7 Paul M. Sweezy, The Theory of Capitalist Development..., op. cit., pp. 192-206.

8 Ibid., p. 47; Paul M. Sweezy, Modern Capitalism and Other Essays, Nueva York, Monthly Review Press, 1972, pp. 92-109.

9 Ibid., pp. 375-378.

10 Ibid., pp. 15-24.

11 Paul A. Baran, "On Soviet Themes", Monthly Review, vol. 8, nº 3, julio de 1956; Anna Louise Strong, "Critique of Stalin Era", en ibid.; Joshua Kunitz, "Krushchev and the Jews", en ibid.

12 Paul M. Sweezy, "Marxian Socialism", Monthly Review, vol. 8, nº 7, noviembre de 1956.

13 D. D. Kosambi, "China's Communes", Monthly Review, vol. 10, nº 10, marzo de 1959, pp. 369-378; Charles Bettelheim, "China's Economic Growth", ibid., pp. 429-458; Keith M. Buchanan, "The Many Faces of China", ibid., vol. 11, nº 1, mayo de 1959, pp. 8-18; Paolo Sylos Labini, "Chinese Economy and Economics", ibid., vol. 11, nº 3, julio-agosto de 1959; Keith M. Buchanan, "South from China", ibid., vol. 11, nº 4, septiembre de 1959, pp. 149-154.

14 Ralph Miliband, "The New Capitalism. A View from Abroad", Monthly Review, vol. 11, nº 3, julio-agosto de 1959; William Appleman Williams, "Empire, New Style", ibid.

15 Hobert P. Sturm y Francis D. Wormuth, "The International Power Elite", Monthly Review, vol. 11, nº 7, diciembre de 1959.

16 Joseph Starobin, Stanley Moore y Paul Baran, "Marxism", Monthly Review, vol. 11, nº 4, septiembre de 1959, pp. 136-138; Paul Baran, "Marxism and Psychoanalisis", ibid., vol. 11, nº 5, octubre de 1959, pp. 186-200.

17 Manuel Pedro González, "Why Cubans Resent us", Monthly Review, vol. 12, nº 1, mayo de 1960, pp. 18-23.

18 Ibid., pp. 19 y 21.

19 Leo Huberman y Paul Sweezy, Cuba. Anatomy of a Revolution, Nueva York, Monthly Review Press, 1961, pp. 25-55.

20 Ibid., pp. 3-16.

21 Leo Huberman y Paul Sweezy, Cuba. Anatomy..., op. cit., p. 145.

22 Ibid., p. 146. [Traducción de los editores; texto original: "For our part, we have no hesitation in answering: the new Cuba is a socialist Cuba. This does not mean that all or even the majority of the means of production are now publicly owned. Undoubtedly, they are not. But, as previous chapters have surely made clear, the dynamic and in this sense overwhelmingly decisive sector in the Cuban economy today is the public sector. Furthermore, while no comprehensive economic plan has as yet been formulated, there can be no question that the government's economic policies and actions, far from being haphazard and uncoordinated, are directed by a supreme central authority –now in the process of being institutionalized in the Planning Commission and its Secretariat- with a view to optimizing their effects on the economy as a whole."]

23 Ibid., pp. 107-133.

24 Ibid., pp. 149-157.

25 Theodore Draper, Castro's Revolution. Myths and Realities, Nueva York, Frederick A. Praeger, 1962, pp. 3-11. Véase también Theodore Draper, "Cuba", New Left Review, i/11, septiembre-octubre de 1961, pp. 49-61.

26 Ibid., pp. 115-136.

27 Fidel Castro, "A Real Democracy", Monthly Review, vol. 12, nº 4, septiembre de 1960, pp. 305-310.

28 Nancy Reeves, "Women of the New Cubans", Monthly Review, vol. 12, nº 6, noviembre de 1960.

29 "The Siege of Cuba", New Left Review, i/7, enero-febrero de 1961, pp. 2-3.

30 Carl Marzani, "Reflections on American Foreign Policy", Monthly Review, vol. 12, nº 8, enero de 1961.

31 Paul A. Baran, "Reflections on the Cuban Revolution" i y ii, Monthly Review, vol. 12, nº 8, enero de 1961, y vol. 12, nº 9, febrero de 1961.

32 J. P. Morray, "Cuba and Communism", Monthly Review, vol, 13, nº 3, julio-agosto de 1961, pp. 236-242. Véase también J. P. Morray, The Second Revolution in Cuba, Nueva York, Monthly Review Press, 1962, pp. 163-173.

33 Ernesto Che Guevara, "Cuba, exceptional case", Monthly Review, vol. 13, nº 3, julio-agosto de 1961, pp. 222-224. Véase también Ernesto Che Guevara, Obras, La Habana, Casa de las Américas, 1970, vol. ii, pp. 403-419.

34 Baran murió de un ataque cardíaco en 1964 y Paul Sweezy completó la edición de su obra, que lleva por título Monopoly Capital. An Essay on the American Economic and Social Order (1966).

35 Richard Pipes, "The Public Mood", Harper's Magazine, mayo de 1961, pp. 107-112.

36 Robert B. Silvers, "The Voice of a Dissenter", ibid., pp. 121-131.

37 Patricia Blake, "We don't breathe easily", ibid., pp. 118-121.

38 Alfred Kazin, "Among Russia's Jews", ibid., pp. 135-139.

39 Peter Ferdinand Drucker, "A Plan for Revolution in Latin America", Harper's Magazine, julio de 1961, pp. 31-38.

40 Paul A. Baran, "The Commitment of the Intellectual", Monthly Review, vol. 13, nº 1, mayo de 1961, p. 32. [Traducción de los editores; texto original: "The desire to tell the truth is therefore only one condition for being an intellectual. The other is courage, readiness to carry on rational inquiry to wherever it may lead, to undertake 'ruthless criticism of everything that exists, ruthless in the sense that the criticism will not shrink either from its own conclusions or from conflict with the powers that be.' (Marx) An intellectual is thus in essence a social critic, a person whose concern is to identify, to analyze, and in this way to help overcome the obstacles barring the way to the attainment of a better, more humane, and more rational social order. As such he becomes the conscience of society and the spokesman of such progressive forces as it contains in any given period of history. And as such he is inevitably considered a "troublemaker" and a "nuisance" by the ruling class seeking to preserve the status quo, as well as by the intellect workers in its service who accuse the intellectual of being utopian or metaphysical at best, subversive or seditious at worst."]

41 Adolfo Gilly, Inside the Cuban Revolution, Nueva York, Monthly Review Press, 1964, p. 1.

42 Ibid., pp. 2-13

43 Ibid., pp. 26-33 y 83-88. Sobre los debates económicos entre guevaristas y viejos comunistas véase Carmelo Mesa Lago, Breve historia económica de la Cuba socialista, Madrid, Alianza, 1994, pp. 43-81.

44 Régis Debray, Revolution in the Revolution? Armed Struggle and Political Struggle in Latin America, Nueva York, Monthly Review Press, 1967, pp. 7-12.

45 Régis Debray, Revolution in..., op. cit., p. 7. [Traducción de los editores; texto original: "we have here for the first time a comprehensive and authoritative presentation of the revolutionary thought of Fidel Castro and Che Guevara".]

46 Ibid., pp. 104-116.

47 Régis Debray, "The Long March", New Left Review, 1/33, septiembre-octubre de 1965, pp. 17-58; Régis Debray, "Problems of Revolutionary Strategy in Latin America", New Left Review, 1/45, septiembre-octubre de 1967, pp. 13-41.

48 "The Marxism of Régis Debray", New Left Review, i/45, septiembre-octubre de 1967, pp. 8-12; Robin Blackburn y Perry Anderson, "The Marxism of Régis Debray", en Leo Huberman y Paul Sweezy (eds.), Regis Debray and the Latin American Revolution, Nueva York, Monthly Review Press, 1968, pp. 63-69.

49 André Gunder Frank, "Class, Politics, and Debray", en Leo Huberman y Paul Sweezy (eds.), Régis Debray..., op. cit., pp. 12-17.

50 Cléa Silva, "The Errors of the Foco Theory", en Regis Debray..., op. cit., pp. 18-35; Peter Worsley, "Revolutionary Theory: Che Guevara and Régis Debray", en ibid., pp. 119-138.

51 Juan Bosch, "An Anti-Communist Manifesto", en Régis Debray..., op. cit., pp. 96-105.

52 William Appleman Williams, "Black Power and Student Power", en Régis Debray..., op. cit., pp. 84-87.

53 Simón Torres y Julio Aronde, "Debray and the Cuban Experience", Régis Debray..., op. cit., pp. 44-62. Néstor Kohan, De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, Buenos Aires, Biblos, 2000, p. 273.

54 Leo Huberman y Paul Sweezy, Socialism in Cuba, Nueva York, Monthly Review Press, 1969, p. 22.

55 Ibid., pp. 89 y 99.

56 Ibid., pp. 102-103.

57 Ibid., pp. 162-166.

58 Ibid., p. 219. [Traducción de los editores; texto original: "Cuba's governing system is clearly one of bureaucratic rule. Power is concentrated in the Communist Party, within the Party in the Central Committee, and within the Central Committee in the Maximum Leader. The estructure was built from the top down: first came the leader, then the Central Committee, then the regional and local organizers, and finally the membership."]

59 Ibid., p. 204. [Traducción de los editores; texto original: "The revolutionary leadership might have seen in this situation an opportunity to attempt the difficult feat of bringing the people more directly into the governing process, forging institutions of popular participation and control and encouraging the masses to use them, to assume increasing responsibility, to share in the making of the great decisions which shape their lives. In practice, however, the relationship between government and people continued to be a paternalistic one."]

60 Carmelo Mesa Lago, Breve historia económica de la Cuba socialista, Madrid, Alianza, 1994, pp. 43-59.

Bibliografía

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