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Cuadernos del Centro de Estudios en Diseño y Comunicación. Ensayos

versión On-line ISSN 1853-3523

Cuad. Cent. Estud. Diseñ. Comun., Ensayos  no.78 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene. 2020

http://dx.doi.org/10.18682/cdc.vi78.3659 

Artículo

La permanencia en el cambio. El poncho como bandera de libertad

Ximena González Eliçabe* 

*Diseñadora Textil (UBA). Artista e investigadora de las tradiciones textiles americanas. Es Profesora de la Universidad de Palermo en el Departamento de Diseño de Modas de la Facultad de Diseño y Comunicación. Es consultora y capacitadora en temas de diseño y artesanía, trabajando en programas de instituciones públicas como el Ministerio de Turismo de la Nación, el Consejo Federal de Inversiones y otras. Realizó exposiciones y obtuvo diversos premios y menciones. Es directora académica del Centro de Estudios Latinoa-mericanos La Abadía, Bs. As. Curó la muestra “Ponchos en el Bicentenario”, en el Museo de Arte Popular José Hernández, Bs. As. Es Directora de contenidos de ArgentinaXplora. com. En su actividad en la Universidad de Palermo publicó: Arte, Diseño y artesanía. La metáfora textil como signo de identidad (2005), Experimentación, innovación, ciencia y diseño (2006), Diseño, educación y preservación del patrimonio cultural (2006), Introspección, el cuerpo (2009). Arte Textil y Tradición en la Prov. de Catamarca, Noroeste argentino (2012). Arte sartorial, de lo ritual a lo cotidiano (2013), El Tiempo y la materia, atributos del nuevo lujo (2016).

Resumen

El poncho ha sido desde tiempos remotos un elemento presente, un objeto imprescindible en la vida cotidiana del hombre americano. A través de los siglos y con distintos aportes culturales se ha convertido en símbolo de nuestra identidad.

Participó de la historia de las Naciones de América del Sur, tanto desde las Misiones Jesuíticas donde se producían para comercializarse, como en tolderías y fortines, donde brindaban protección y abrigo.

El poncho fue protagonista de una floreciente industria textil en la Argentina a comienzos del siglo XIX. Al estudiar la producción de materias primas y manufactura de estos textiles, así como las rutas comerciales desde los centros productivos hacia las metrópolis, se comprenden aspectos sociales y económicos de épocas que consolidaron la construcción de la República, acrecentando la identidad nacional.

Actualmente aparece en las más importantes pasarelas internacionales y la moda en la calle también da testimonio de su aceptación como tendencia. Jóvenes diseñadores argentinos se proyectan en el mundo del diseño global, orgullosos de su identidad, incorporando ponchos en sus colecciones, con materias primas y tejidos novedosos, buscando nuevos usos posibles para esta tipología que no reconoce rubros ni protocolos.

Palabras clave: cultura; identidad; historia; República; economía; política social; evolución; tendencias; diseño.

Abstract

The poncho has been a present element since ancient times, an essential object in the daily life of the American man. Over the centuries and with different cultural contributions, it has become a symbol of our identity. The poncho participated in the history of the Nations of South America, both from the Jesuit Missions where they were produced to be marketed, and in tolderias and pillboxes, where they provided protection and shelter. The poncho was the protagonist of a flourishing textile industry in Argentina at the beginning of the 19th century. When studying the production of raw materials and manufacturing of these textiles, as well as the commercial routes from the productive centers to the metropolis, we can understand social and economic aspects of the times that consolidated the construction of the Republic and enhanced the national identity. It currently appears in the most important international catwalks and street fashion also testifies to its acceptance as a trend. Young Argentine designers are projected in the world of global design, proud of their identity, incorporating ponchos in their collections, with raw materials and novel fabrics, searching for new possible uses that does not recognize categories or protocols.

Keywords: Culture; identity; history; Republic; economics; social policy; evolution; trends; design.

Resumo

O poncho tem sido um elemento presente, um objeto desde os tempos antigos essencial na vida cotidiana do homem americano. Através dos séculos e com diferentes contribuições culturais tornaramse um símbolo da nossa identidade. Ele participou da história das Nações da América do Sul, tanto das missões jesuítas onde foram produzidos para serem comercializados, como em tolderias e pillboxes, onde les deram proteção e abrigo. O poncho foi o protagonista de uma florescente indústria têxtil na Argentina no início do século XIX. Ao estudar a produção de matérias-primas e fabricar essas têxteis assim como as rotas comerciais dos centros produtivos para as metrópoles, compreender os aspectos sociais e econômicos dos tempos que consolidaram a construção da República, aumentando a identidade nacional. Atualmente aparece nas mais importantes passarelas e moda internacionais do país e também atesta sua aceitação como uma tendência. Jovens designers argentinos somos projetados para o mundo do design global, orgulhosos de sua identidade, incorporando ponchos em suas coleções, com matérias-primas e tecidos novos, procurando novos possíveis usos para esta tipologia que não reconhece itens ou protocolos.

Palavras chave: Cultura; identidade; história; república; economía; política social; evolução; tendencias; design.

El poncho ha sido desde tiempos remotos un elemento presente, un objeto imprescindible en la vida cotidiana del hombre en América del Sud. A través de los siglos y con distintos aportes culturales se ha convertido en símbolo de nuestra identidad.

El contexto en el que esta prenda se afianza y se difunde en América incluye diversos factores, varios de los cuales aún continúan presentes entre las preocupaciones sociales y políticas de nuestros tiempos, como, por ejemplo, la inmigración; diásporas; aumento de nacionalismo; y la disparidad económica.

Para esta publicación se nos pidió examinar, cuestionar y proponer nuevas miradas sobre el estado global de flujo o transición del mundo en que vivimos. A través de esas reflexiones surge la pregunta: ¿Cómo se reflejan en la historia estos momentos inciertos de transición en el arte y en el diseño?

Es por eso, que me propuse encontrar un hilo conductor entre los diferentes momentos de la producción textil y los hechos históricos y sociales relevantes que dieron por resultado la amalgama cultural de la Argentina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Nuestro país y Estados Unidos de América son repúblicas que nacen poco tiempo después de la Revolución Francesa. Su organización política como naciones del Nuevo Mundo, su conformación social, a partir de ciudades productoras de materias primas en grandes territorios; habitadas por nativos, colonos e inmigrantes de diferente origen y religión. El deseo de sus líderes de vivir en paz y libertad, aunque haya costado tiempo y sangre conseguirlas, es otro de los factores comunes. Este paralelo, tiene la intención de adentrar al lector en una época en donde las identidades nacionales se fueron forjando.

En estos procesos, las artes y el diseño suelen ser los elementos que aglutinan las características comunes, evidencian las costumbres y usos populares, los elevan a un estatus reconocido a través del tiempo y la memoria colectiva.

Desde la literatura, previamente al siglo XVIII aparecen crónicas como las de Ulrico Schmidl, y recién en el siglo XIX grandes obras de la literatura gauchesca como el Santos Vega (1885) de Rafael Obligado o el Martín Fierro (1872) de José Hernández, así como el poema épico La cautiva (1837) de Esteban Echeverría. En el teatro, en la pintura, se retratan personajes, batallas y costumbres. En la música y las danzas se encuentran elementos de origen clásico occidental y prehispánico, con la influencia africana que hace su gran aporte al tango y el jazz a mediados del siglo XIX. En el diseño de muebles se fusionan los estilos europeos con los motivos y materiales disponibles en América. En la indumentaria de las clases urbanas hay muy pocas diferencias con las modas europeas, pero en la áreas rurales, donde las mercancías del exterior no abundan y deben procurarse su propia producción de insumos, las cosas son diferentes.

Gran parte de la población del interior de Argentina se dedicó a la labor textil, ya sea para autoabastecerse o para comercializar. El caso es que numerosas familias criollas y mestizas de provincias como Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Salta, Jujuy, San Luis, San Juan, Mendoza, Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, fueron quienes de manera silenciosa pero constante contribuyeron a la producción doméstica que luego derivaría en algunos casos en pequeños centros productores de tejidos, fundamentalmente realizados en telar. La imagen que muchos argentinos tenemos de esta época es la que nos contaron nuestros maestros de la escuela primaria, que fuera descripta por Domingo Faustino Sarmiento en su libro Recuerdos de Provincia (1850). Su madre, Doña Paula Albarracín, aparece en la narración como un símbolo de entrega, laboriosidad y paciencia, siendo el sostén del hogar a partir de largas horas de trabajo frente al telar en el patio de su casa familiar de la ciudad de San Juan.

A poca distancia de la puerta de entrada, elevaba su copa verdinegra la patriarcal higuera que sombreaba aún en mi infancia aquel telar de mi madre, cuyos golpes y traqueteo de husos, pedales y lanzadera nos despertaba antes de salir el sol para anunciarnos que un nuevo día llegaba, y con él la necesidad de hacer por el trabajo frente a sus necesidades (Sarmiento, D. F., 1850, p. 181).

En la Patagonia o el Chaco las características de la producción de tejidos son diferentes ya que esas grandes extensiones semi desérticas fueron los últimos territorios anexados a la Nación Argentina. En el caso de la región pampeana y la Patagonia es notable la gran producción textil de grupos indígenas, fundamentalmente de origen mapuche o pampa. La denominación Pampa, que hoy está en desuso, o al menos es cuestionada por las líneas de investigación más recientes, se utilizó para nombrar a una gran variedad de grupos étnicos que habitaban desde el Sur de la Provincia de Buenos Aires -la frontera con la civilización se situaba en el límite natural del río Salado- hasta la Patagonia norte. Pero estos grupos no eran simples parcialidades, sino complejas composiciones, producto de años de desplazamientos migratorios y procesos de aculturización, especialmente luego del fenómeno conocido como la araucanización, donde grupos procedentes del lado chileno de la cordillera de los Andes se desplazaron conquistando territorios que eran habitados por otros grupos como los tehuelches, ranqueles, puelches.

Los araucanos tenían razones políticas y económicas para esta migración transcordillerana. Los incas primero y luego los españoles realistas y los criollos republicanos ejercían presión sobre sus territorios. La búsqueda de alimentos, en un principio los animales de caza pero más adelante el ganado cimarrón (vacas u ovejas) y especialmente caballos. Comercializaban con éxito ganado en pie, cueros, plumas, sal comestible, tejidos y los intercambiaban por monedas de plata u otros insumos.

La incorporación del caballo a partir del siglo XVIII colaboró con la gran dispersión de estos grupos, sus actividades económicas y estrategias territoriales. Hacia mediados de este siglo (1735-1750) la lengua de los mapuches (llamados araucanos del otro lado de la cordillera) había reemplazado o convivía con las lenguas originales de Patagonia. Es por esos años también que su presencia física de este lado de la cordillera se hace más evidente, en coincidencia con el fin de las vaquerías (redadas de ganado libre), ya que los colonos comenzaban a asentarse en las estancias para practicar la ganadería, y a su vez la incursión de los malones de indios que las asediaban se vuelve más frecuente. Son los mapuches quienes aportan también un alto valor técnico a la tejeduría patagónica, dada la influencia de culturas andinas con las que tuvieron contacto. La producción de ponchos y otros textiles gana una excelente reputación en los centros urbanos como Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Salta, donde eran muy apreciados. El comercio de estos textiles se vio favorecido por el intercambio de mercaderías con comerciantes viajeros y sacerdotes misioneros católicos, en particular jesuitas, franciscanos y salesianos.

En cambio en el Chaco (actuales provincias de Chaco, Formosa, Noreste de Salta y Norte de Santa Fe), por sus características climáticas y geográficas, altas temperaturas, montes de difícil acceso y sin caminos, la producción textil fue mayormente dirigida por los misioneros, tanto católicos como anglicanos, para cubrir mayormente las necesidades puntuales de la población local, aunque hilados y lienzos de algodón hechos por los indígenas se intercambiaban o comercializaban en otras regiones. Los grupos étnicos chaquenses no tenían los mismos hábitos vestimentarios que los occidentales ni que las comunidades andinas. De origen amazónico, la vestimenta era más bien una ornamentación del cuerpo a partir de tejidos de red con fibras vegetales y plumas. La incorporación del ganado ovino por parte de los misioneros y el contacto con tejedores andinos llevados ex profeso dio como resultado tejidos en telar con diversas técnicas cosntructivas, que utilizan los motivos tradicionales de las bolsas y redes chaqueñas, en tipologías como ponchos y fajas. Es necesario mencionar también la influencia que tuvieron en la textilería del Noreste argentino las misiones guaraníes que la Compañía de Jesús tenía en el Paraguay (1609-1767). En toda la zona litoral, a lo largo del río Paraná, los ponchos de algodón y seda de origen paraguayo fueron tanto usados como imitados por los tejedores locales. Un poncho a rayas, llamado de sesenta listas, de origen jesuítico y realizado con seda y algodón, fue utilizado por Justo José de Urquiza, quien fuera gobernador de la provincia de Entre Ríos y luego Presidente argentino (1854-1860), al entrar victorioso a Buenos Aires tras la batalla de Caseros en las guerras internas de 1852, grabados de la época dan testimonio de ello.

La presencia del poncho en momentos históricos, de gran importancia para la construcción de la Nación Argentina, se evidencia tanto en las crónicas históricas y literarias, como en las artes visuales y en los registros o asientos comerciales de las economías regionales desde la época colonial hasta fines del siglo XIX.

De acuerdo con las investigaciones de la historiadora Felicitas Luna, fuentes documentales aportadas por Felipe Cárdenas y Víctor Barrionuevo Iposti a la revista Todo es Historia (s/f), de la que es editora, afirman que durante la guerra de la independencia, el General José de San Martín y su ejército, utilizaron ponchos en los días previos al combate de San Lorenzo, para observar al enemigo sin ser reconocidos. Al realizar el épico cruce de los Andes, en la gesta libertadora de América del Sur, San Martín sostenía que la salud de sus soldados era una de las fortalezas que los llevarían a la victoria. Conociendo las dificultades climáticas que atravesarían y con espíritu práctico recurrió a la producción artesanal del Río de la Plata para equipar a la tropa.

Sin duda, el abrigo más preciado, la indumentaria fundamental que cobijó el heroico cruce no fue la elegante capa azul que aparece con mayor frecuencia en la iconografía. La prenda que a nadie faltó durante la monumental hazaña fueron los ponchos andinos, pampeanos y arribeños provenientes de los telares indígenas y criollos. Desde el mismo General San Martín, los altos oficiales, los soldados de tropa, hasta el más humilde baqueano del Ejército de los Andes, todos ellos se cubrieron con el poncho, la prenda ancestral de los Andes que fue bandera de Libertad.

El poncho estuvo presente en la historia de las Naciones de América del Sur, tanto desde las Misiones Jesuíticas donde se producían para comercializarse, como en tolderías y fortines, donde brindaban protección y abrigo. En las guerras de la independencia jugó un papel fundamental, convirtiéndose en un ícono. Por ejemplo, la tropa del General Güemes en la provincia de Salta estuvo conformada por gauchos, pobres y oprimidos, que con coraje decidieron defender la independencia con los recursos que tenían a mano, su caballo, sus lanzas y sus ponchos. El poncho rojo que usara Güemes, con agregados de dos listas y flecos negros en señal de luto por la muerte del general, es actualmente el símbolo de la provincia de Salta. Hoy se conservan como patrimonio histórico los ponchos que fueron usados por muchos de próceres, como San Martín, Bolívar, O’Higgins, Santa Cruz, Las Heras, etc.

De sus orígenes a su expansión

Como es sabido, el poncho es una prenda de forma rectangular que mide aproximadamente 1,80 x 140 cm, con una abertura en el centro (llamada boca) que sirve para poderlo pasar por la cabeza. Fue usado en distintas partes del mundo: África, Oceanía, Asia y América, con diferentes características y tamaños.

Entre nosotros, es decir en América, es de origen precolombino. Se conocen como sus antecesores tipologías similares, los unkus o camisas incas en la zona andina, así como los quillangos de cuero de los tehuelches en Patagonia. Esta prenda que combina simplicidad con refinamiento fue rápidamente adoptada por los criollos, hasta llegar a ser un símbolo de la tradición.

Al referirse al origen del poncho Ruth Corcuera, la principal investigadora que se dedicó su estudio nos dice:

El poncho tejido, tal como lo conocemos tradicionalmente hoy, se encuentra difundido por la mayor parte de los países de América, con más presencia sobre ambos lados del macizo andino, y conforma el patrimonio cultural de nuestros pueblos. Tiene diferentes antecedentes: ponchos trabajados con corteza de cedro entre los indios de los grandes bosques norteamericanos; ponchos de los esquimales, confeccionados con las pieles de los animales que tenían a su alcance; camisas de cuero tipo poncho, empleadas por los cazadores de búfalos de las grandes llanuras norteamericanas y realizadas con los cueros de los animales desollados. Estas últimas constituyen el estadio cultural más avanzado de esta prenda. Se las puede encontrar desde la Baja California hasta la Patagonia, y sobre todo en las proximidades de la cordillera de los Andes (Montandon, 1934, p. 340).

Respecto de la americanidad del poncho, debemos remitirnos a los trabajos de la investigadora Mary Elizabeth King (1965), quien considera que la prenda existía en la primera gran cultura andina, Paracas (700 a.C.-200 d.C.), al sur de la actual República del Perú. En estos últimos años se están revisando con nuevos criterios las grandes colecciones de

textilería depositadas en museos de Estados Unidos, y como consecuencia han surgido otros conceptos con respecto al poncho (Corcuera, R. 2017).

De acuerdo a las crónicas de los primeros españoles que se adentraron en la región del Plata, ya en 1529 el explorador Sebastián Gaboto encuentra indígenas con ponchos al remontar el Río Paraná.

Al finalizar el siglo XVI el actual territorio argentino estaba organizado en tres distritos administrativos. Cuyo y las Gobernaciones del Tucumán y del Río de La Plata…La única fuente de riqueza que hallaron los conquistadores en ese gran espacio fue la fuerza del trabajo del indígena y su tributo, en el cual el tejido representaba uno de los elementos más importantes (Nardi, R. y Rolandi, D., 1978, p. 16).

Desde épocas virreinales los ponchos formaron parte del intercambio comercial entre regiones, más allá de los límites políticos. Fue así que en las actuales provincias del Norte argentino, eran muy comunes los llamados ponchos arribeños, realizados en los obrajes del Perú y Alto Perú (Bolivia). Muchas de estas piezas eran confeccionadas respetando la tradición jesuítica, en tiras de tejido que luego se unían para formar una prenda de anchura. Esto respondía a motivos económicos más que de diseño, ya que los misioneros habían introducido telares europeos con pedales y enjulios o plegadores en sus extremos, lo que facilitaba la realización de manera más veloz de largas piezas de tela, que luego podían cortarse y confeccionarse. Los telares utilizados antes de la llegada de los españoles -telares horizontales, verticales y de cintura- tenían algunas limitaciones respecto del tamaño del tejido, debían adaptarse según la pieza requerida. Esta manera de tejer no tenía que ver con la técnica sino más bien con una cuestión cultural, ya que según la concepción andina el tejido no debía cortarse, y es por eso que todas las tipologías prehispánicas corresponden a formas geométricas básicas, ensamblando rectángulos y cuadrados.

Esta simplicidad morfológica que caracteriza al poncho es parte del secreto de su practicidad, de allí su rápida adopción por los jinetes. Así lo consignaba Alfredo Taullard en una de las primeras publicaciones impresas sobre tejidos y ponchos indígenas de Sudamérica:

El poncho lo utilizó tanto el indio como el hombre blanco, porque sirve no sólo para protegerse de las inclemencias del tiempo, de la lluvia y del sol. Fue útil al gaucho para improvisar con él su cama al aire libre. Otras veces le servía de tapete para jugar a los naipes en sus ratos de ocio, para defender su vida en duelo criollo a cuchillo, y según un antiguo dicho campero, “hasta en los entreveros cuando se acababan las balas, a ponchazos se ganaban las posiciones” (Taullard, A., 1949, p. 95).

Evolución y aceptación

Su funcionalidad y versatilidad han hecho del poncho un elemento estratégico para el paisano, la tropa, viajeros y misioneros. No obstante, la calidad técnica y estética de su manufactura denota un universo simbólico, que perdura hasta nuestros días, no sólo como código vestimentario sino como registro de antiguas tradiciones ágrafas, como indicador de roles y jerarquías sociales.

La prenda que hoy conocemos como poncho y que tuvo gran difusión en el continente americano, es fruto de los aportes que realizaron las distintas sociedades, culturas y tecnologías. No sólo su practicidad es la razón por la que fue adoptada por indígenas y criollos, gauchos e intelectuales, ricos y pobres, modernos y tradicionalistas.

Otro aporte lo dan la nobleza de las materias primas locales, como el pelo de la preciada vicuña (camélido silvestre que vive a más de 4000 msnm), la seda silvestre recolectada en algunas regiones de monte espinoso, que puede devanarse como la de morera y es de un color ocre rojizo similar a la vicuña, la lana de las ovejas criollas cruzadas con ovejas “pampas”, el algodón catamarqueño (hoy desaparecido), del Chaco y del Paraguay.

Según Corcuera (1998) el poncho fue protagonista de una floreciente industria textil en la Argentina en los albores del siglo XIX. Al estudiar la producción de materias primas y manufactura de estos textiles, así como las rutas comerciales desde los centros productivos hacia las metrópolis, se comprenden aspectos sociales y económicos de tiempos que consolidaron la construcción de nuestro país, acrecentando la identidad nacional.

La presencia del poncho en momentos históricos, de gran importancia para la formación de la nación, se evidencia tanto en las crónicas históricas y literarias, como así también en las artes visuales y en los registros o asientos comerciales de las economías regionales desde la época colonial hasta fines del siglo XIX.

Nardi y Rolandi (1978) aportan datos respecto del declinamiento de estas pequeñas industrias regionales, destacando que en 1778 los reyes de la Casa de Borbón reglamentaron el comercio libre entre España y sus colonias.

Con la intención de proteger la manufactura española en creciente decadencia, permitieron la introducción de materias primas americanas, pero vendiendo gran cantidad de productos españoles y europeos que competían con la producción artesanal local. Luego de la independencia, las políticas librecambistas siguen desfavoreciendo a las manufacturas artesanales de las provincias.

A principios del siglo XIX, y producto de la revolución industrial que venía desarrollándose desde mediados del siglo XVIII, el mercado local se vió inundado de ponchos industriales de origen inglés, confeccionados con lana merino llevada de la Patagonia argentina y de las colonias inglesas como Australia y Nueva Zelanda. Es frecuente encontrar en fotografías de la época gauchos en sus quehaceres cotidianos, usando ponchos ingleses. Su diseño es notablemente diferente en cuanto a los patrones y colores utilizados a los ponchos tejidos a mano, además de ser evidentemente más económicos. Las familias y pequeños talleres continuaron tejiendo sus ponchos, con mayor calidad, diseños tradicionales y materias primas locales, los que convivían en los boliches o almacenes de campo junto a estos nuevos productos importados. No obstante, siempre se mantuvo un comercio interprovinciano de tejidos, con productos característicos de cada región.

Figuras de la política y de la cultura argentina lucieron ponchos en numerosas ocasiones. Las agrupaciones tradicionalistas1 desfilaron en sus galas los atesorados ponchos de sus antepasados y siguen haciéndolo con orgullo en la actualidad, desde el pueblo más humilde hasta la Sociedad Rural de Palermo.

En 1935 muere en Medellín, Colombia Carlos Gardel, después de un largo viaje hacia Buenos Aires, el artista icónico del tango llevaba sobre su féretro el poncho que usara en sus viajes y que lucía su nombre bordado en uno de sus ángulos. El poncho caló tan hondo en las costumbres y el sentir del pueblo que también se cristalizó en metáfora. Gardel fue autor junto a Andrés Cepeda del Tango del olvido cuyos versos -entre otros- dicen:

Aunque el poncho del olvido sobre mi lomo has echado los recuerdos del pasado deben haberte seguido… Nada tiene duración en este mundo mezquino en desparejo camino cualquiera da un tropezón vos me distes una lección que la supe aprovechar me enseñastes a olvidar, y como lo he aprendido con el poncho del olvido también te quiero tapar. (Cepeda, A. 1912).

Los ponchos pueden dar testimonio, como síntesis del pensamiento y de la cultura popular, así como de los acontecimientos históricos de relevancia en la formación nuestra Nación.

Integración y perspectivas

La idea de Nación implica una historia común, así como una identidad política imaginada, no sólo por la dominación territorial, sino por la suma de voluntades de pertenencia a un ideal colectivo, donde la noción de comunidad supone solidaridad y fraternidad. El deseo de constituirse en unidad y autonomía trae finalmente en 1853 la sanción de la Constitución Nacional de la República Argentina, que en su artículo 25 decía:

El Gobierno Federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir y enseñar las ciencias y las artes

Como resultado de estos procesos que conforman una nueva sociedad, más diversa y en apariencia disímil y atomizada, se pone en marcha un cambio económico y social. Los primeros ensayos de colonización en el país comienzan bajo el gobierno de Urquiza. La primera colonia se establece en Santa Fe, en 1865 con el nombre de Colonia Esperanza, donde la mayoría de los colonos eran de origen suizo, alemán y francés.

Las colonias de galeses se instalaron en la Patagonia, llegando a Puerto Madryn, en 1865.

En 1878 se fundaron colonias en Resistencia (provincia del Chaco).

Hacia 1880 el aluvión migratorio se acentúa, como producto del contexto mundial y de las políticas de la llamada generación del 80 (los presidentes Mitre, Sarmiento, Avellaneda) con sus teorías acerca de la importancia del poblamiento del país. Entre 1886 y 1870 el país recibió 160.000 inmigrantes mientras que entre 1881 y 1890 la cantidad de inmigrantes fue de 841.000, estos últimos de origen español e italiano mayoritariamente, pero también ingleses, polacos, rusos, sirios, libaneses y armenios.

Las magníficas posibilidades de la República Argentina, las guerras y dificultades europeas atrajeron una fuerte corriente inmigratoria. Este poblamiento no fue seguido de una asimilación inmediata.

La Argentina necesitaba mano de obra, como consecuencia del proyecto de expansión del sector agropecuario; y Europa liberaba mano de obra, como consecuencia de la tecnificación del agro y la Segunda Revolución Industrial.

La construcción del ferrocarril creó una importante fuente de trabajo para los inmigrantes y desencadenó un cambio radical en la economía del país.

No obstante, los inmigrantes necesitaban trabajar e integrarse a la sociedad. Si bien al comienzo no fueron aceptados socialmente en los círculos criollos, su gran capacidad de emprender y fuerza de trabajo, fueron herramientas para conseguir una esforzada prosperidad, y ganar prestigio social en la próximas generaciones, que tuvieron acceso a una mayor educación. La cultura de los inmigrantes hizo también sus aportes, no solo al lenguaje y las costumbres, sino también a las técnicas y estilos en las artes y el diseño. Con reciprocidad, la cultura nativa se fusionó con estos nuevos elementos, generando un nuevo estilo mestizo o criollo. Los ejemplos más notables se observan en la platería y la textilería.

Ponchos en la exposición del Bicentenario

En 2017 se cumplieron 200 años del Cruce de los Andes realizado por José de San Martín y el Museo de Arte Popular José Hernández de la ciudad de Buenos Aires, decidió festejar este acontecimiento histórico con la exposición Ponchos en el Bicentenario.

En el salón principal y con una nueva puesta museográfica se exhiben más de 20 ponchos del patrimonio de esa institución, a los que se suman piezas pertenecientes al acervo del Museo Histórico Nacional y, de coleccionistas particulares.

La gran mayoría de estos ponchos fueron adquiridos a fines del siglo XIX y principios del XX por Carlos Guillermo Daws (1870-1947), un coleccionista apasionado por lo criollo y el mundo del campo. Descendiente de irlandeses y empleado del ferrocarril, Daws seleccionó con buen ojo y criterio, ponchos, platería, trabajos en cuero, asta, aperos y cientos de mates. Al morir -y no dejar descendencia-, su colección fue comprada en la década del 50 por la municipalidad para dar prestigio al recién creado Museo de Motivos Argentinos. Convocada por la directora Felicitas Luna, para hacer la curaduría y selección de los ponchos para esta exposición, abordé una tarea compleja, dada la gran calidad y cantidad de los mismos; Me propuse encararla con una mirada crítica y didáctica pensando en el visitante y en sus diferentes edades y maneras de relacionarse con el tema.

La investigación, -al igual que las tareas de conservación-, comenzaron en el 2015. Se relevaron, estabilizaron y pusieron en valor todas las piezas textiles. Se contó con especialistas en conservación2 restauración y consolidación de los ponchos3. También se encaró un plan de conservación textil, algo que, hasta entonces nunca se había realizado profesionalmente. Se reubicaron las piezas, limpiaron, clasificaron, fotografiaron, protegieron y guardaron con material de conservación.

Durante la investigación y producción de la muestra tuvimos el acompañamiento entusiasta de Ruth Corcuera, con su manantial de conocimientos y generosidad intelectual, que nos aportó valiosa información y comentarios.

En paralelo, trabajé en los criterios museográficos y el guión curatorial.

En él no debía perder de vista la importancia de llegar a nuevos públicos, con un mensaje renovado que incluyera la presencia del poncho en la moda actual, tanto en los usos de la juventud argentina como en las principales pasarelas del mundo.

El concepto de la exhibición era celebrar el Bicentenario de la Independencia en 1816 y del Cruce de los Andes 1817, gestas que marcaron el destino de la Argentina como república. En el salón central del museo, pintado el de color lacre y gris, e, iluminando el acceso, se lee un cartel introductorio con el texto curatorial que reproduzco parcialmente:

Este símbolo de nuestra identidad que es el Poncho, narra la historia de caciques y paisanos, de próceres y gauchos, de jesuitas y de arrieros, de tejedores e hilanderas, ...es decir, también de todo lo que hay detrás del poncho, tanto de los personajes como de los hacedores, del paisaje natural e indómito donde nace y de los motivos que acreditan su vigencia (González Eliçabe, X., 2017).

Los núcleos temáticos de esta exposición los agrupé en función de distintas vertientes históricas, técnicas y productivas, con sus diversos aportes culturales, que se difunden con el poncho. Su uso asociado a lo indígena y a lo criollo revela una sociedad mestiza, enriquecida por lenguajes provenientes de distintas cosmovisiones, por los materiales nobles de la tierra, por la abundancia de formas y diseños.

En esta muestra se observan ponchos del Sur, tejidos en telar vertical con técnicas de laboreo, ikat o lista atada; ponchos de tradición jesuítica de origen peruano, tejidos en franjas en telar de cintura y otros en telar horizontal. Incluso uno de 60 listas, de seda y algodón proveniente de Paraguay, colección del museo. También los hay de vicuña y seda, de chin-chilla y alpaca del siglo XVIII, ponchos ingleses tejidos a máquina y estampados. Si bien la mayoría se realizaron entre el siglo XIX y principios del XX, se exponen ponchos actuales, como el blanco (crudo) que proviene de la remota localidad puneña de Laguna Blanca, de Catamarca, íntegramente hilado y tejido en panza de vicuña, que empleó la mano de obra de varias personas y 4 años para su elaboración, dada la escasez de esta preciada fibra. Durante la inauguración, el Correo Argentino presentó una serie filatélica de sellos postales de colección con ponchos del museo. Posteriormente se organizaron visitas guiadas para niños y adultos, performance con diseñadores emergentes que incluyen ponchos en sus colecciones, fotografías contemporáneas y de moda4 fueron algunas de las actividades que se hicieron paralelamente a esta exhibición.

A través de esta muestra, podemos acceder a un patrimonio valioso, pocas veces reunido con anterioridad, hacer una lectura de material, forma y color, adentrarse en su simbolismo, apreciar la exquisitez de sus técnicas. Hoy el poncho está de moda y su valoración nos lleva a pensar la importancia de nuestro pasado y a resignificarlo para el futuro.

Conclusión

En estos tiempos fluctuantes, hay elementos, producto de la cultura, que resultan eficientes para lograr la integración social, mirarse en el espejo del otro, reconociéndose como un grupo de pertenencia a ciertos valores, maneras de ser y de elegir. El poncho ha sido y es uno de ellos; no sólo resistió airoso el paso del tiempo, adaptándose a la dinámica de las épocas políticas y económicas por las que atravesó, soportando los embates en su atávica forma de producción, sino que se enriqueció con aportes de diferentes vertientes culturales. Se fortaleció y logró la permanencia en el cambio, reinventándose continuamente.

Protector y compañero, arquetipo de la contradicción entre lo salvaje y el refinamiento, el poncho es bandera, símbolo de unión y libertad.

Bibliografía

Anderson, B. (1991). Imagined communities: Reflections on the origins and spread of nationalism”. 2da Ed. Londres: Verso. [ Links ]

Corcuera, R. (2017). Ponchos de América. Buenos Aires: Fundación CEPPA. [ Links ]

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1 La investigadora Cecilia Pissarello define al Tradicionalismo o “Movimiento Social Gaucho”, como también es llamado por sus propios actores, como un fenómeno que re-presenta la voluntad de transmitir la tradición nacional, en manifestaciones culturales referidas a la cultura ecuestre y expresiones de la música folklórica, las danzas nativas y la artesanía criolla. Sus agrupaciones organizan ceremonias en conmemoración de las fechas patrias y de quienes conforman el panteón de héroes, reivindicando la lucha por la independencia y la construcción de la nación.

2Equipo liderado por María José Cabal.

3La restauración estuvo a cargo de Nolia Ganame.

4El fotógrafo Gustavo Dimario expuso en la muestra fotografías de moda y documenta-les del uso del poncho en la actualidad.

Recibido: Abril de 2019; Aprobado: Octubre de 2019; : Marzo de 2020

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