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Revista argentina de cirugía

versión impresa ISSN 2250-639Xversión On-line ISSN 2250-639X

Rev. argent. cir. vol.115 no.1 Cap. Fed. mayo 2023

http://dx.doi.org/10.25132/raac.v115.n1.disprescac2022.rac 

DISCURSO| PRESIDENTIAL ADDRESS

Discurso del Presidente del Congreso Argentino de Cirugía

Fernando M. Iudica

Es un honor ocupar este lugar. Gracias a la Asociación Argentina de Cirugía por depositar en mí la confianza para organizar uno de los Congresos de Cirugía más importantes del mundo. Cuando se recorre la lista de los cirujanos que tuvieron esta oportunidad, los que escribieron la historia quirúrgica de nuestro país, le da todavía más valor: Armando Marotta, el primero, 17 de noviembre de 1928, pasando por… Enrique Finochietto, Mario Brea, Juan Michans, Andrés Santas, Wolfgang Lange, Enrique Beveraggi, Vicente Gutiérrez, Frutos Ortiz, los que nos acompañan hoy en forma presencial, y los que se han ido, Alejandro Oría, y especialmente mi querido amigo y ejemplo de vida: Leonardo McLean. Gracias a los invitados extranjeros que aceptaron venir desde los lugares más lejanos para compartir sus experiencias y conocimientos, con humildad y generosidad. Ustedes elevan el nivel académico de este evento. Gracias a todos los cirujanos del país que eligieron estar hoy acá para reencontrarse con compañeros y amigos de manera presencial, volver a darse ese abrazo tan argentino que nos permite transmitir verdaderamente nuestros sentimientos. Venir a esta ciudad viviendo el federalismo y en medio de otro evento algo menor: el campeonato mundial de fútbol. Gracias especialmente a María Inés Boquete, Maine, a la Licenciada Ornela Normanno, y a Natalia Ingani, gran diseñadora. Con total convencimiento les digo que, sin ellas no podríamos haber salido de Buenos Aires, y mucho menos armado este programa científico. Mi reconocimiento al Comité Organizador, Dres. Daniel Pirchi, Pablo Cingolani, Ignacio Maffassanti, Emilio Quiñonez, Lucio Uranga, Francisco Barragán, Pablo Medina, Mauricio Linzey, Arturo Rodríguez Palermo y Patricio Mon Fara; al Director, José Luis Tortosa, y a la Comisión Directiva.

Quienes nos acompañan van a poder disfrutar, en estos cuatro días, de los temas más diversos e interesantes de cada especialidad, que se abordarán en mesas redondas, simposios, conferencias magistrales, mesas de discusión, sesiones de video y temas libres, cursos hands on de laparoscopia, endoscopia y cirugía percutánea; dos Relatos oficiales “Innovaciones en cirugía” y “Videolaparoscopia como primera elección en la patología quirúrgica del tubo digestivo”, así como también temáticas transversales y actuales planteadas por los principales invitados internacionales: innovación, cirugía robótica, educación, liderazgo… Se ha programado, además, un simposio para conmemorar los 40 años de la Guerra en las Malvinas Argentinas. Quiero felicitar a los 146 nuevos miembros de la Asociación. Sin duda con ustedes seguiremos marcando el rumbo de la cirugía argentina. Les digo que esta decisión que han tomado los va a distinguir, y encontrarán en la Asociación las herramientas que los ayudarán a desarrollarse en su carrera profesional. Pero a la vez esperamos ansiosamente sus ideas e iniciativas que favorezcan los cambios necesarios para seguir creciendoy constituyendo una institución en la que se sientan representados con orgullo todos los cirujanos del país. Quiero agradecer a mis maestros, los que han orientado mi vida hacia la cirugía como servicio a los demás. Me enseñaron a pararme frente al paciente, tener empatía, compasión y adquirir las habilidades manuales, imprescindibles en nuestra profesión, para realizar un procedimiento quirúrgico con idoneidad, seguridad y destreza, siempre pensando en los beneficios para el paciente. En primer lugar a mi padre, Eduardo, un médico de los que ya quedan pocos, quien ‒siendo un semiólogo brillante, amado por sus pacientes‒ me explicó por primera vez los pasos para hacer una apendicectomía. Él inspiró mi vocación médica. Al Dr. León Herszage que, con una paciencia como pocos, nos enseñaba a operar en primer año las primeras hernias, a nosotros los jóvenes todavía incapaces de tomar una pinza. “La cirugía es cortar y hacer nudos, andá a practicar”, nos decía. Al Dr. Juan Aníbal Viaggio padre (¡al hijo también!), jefe del Servicio del Hospital General de Agudos Dr. Ignacio Pirovano, quien me inculcó la técnica quirúrgica delicada, limpia y segura: “Yo te voy a enseñar que no se te afloje un nudo, lo demás leelo en los libros”. A los doctores Eduardo Trigo, Juan Carlos Olaciregui, Adolfo Badaloni, Raúl Ymaz, Cataldo Acri, Roberto Bonelli, Alfredo Bargnia, Mazzaro padre, Ernesto Bavio, Pablo Sisco, Baena, Nora Perrone, Gerardo Raffo Magnasco, a todo el Servicio de Cirugía del Hospital Pirovano, donde pasé unos años que marcaron mi vida quirúrgica. Un recuerdo especial a la residencia del Pirovano, un grupo humano con el cual aprendí a trabajar en equipo, compartir responsabilidades y divertirnos en medio del cansancio; a Jorge Urbandt, mi jefe de residentes, mis respetos por su trayectoria; a Viaggio, Olaciregui, Gianatiempo, Arcos, Dimasi, Laura Linares, mis compañeros de año, a todos ellos y a la lista interminable, mi más sincero agradecimiento, pues dejaron una huella indeleble en mi vida de cirujano.

Mi recuerdo también en esta oportunidad a los que me dieron otra visión de la práctica médica habiendo desarrollado su carrera en el exterior: el Dr. Carlos Pellegrini, un ejemplo de emprendedor y líder en una sociedad que tuvo que conquistar, y el Dr. Raúl Rosenthal, cirujano del que aprendí a tener inquietudes de investigación.

En 1995 golpeé la puerta de una oficina en la Universidad Austral, por idea de mi madre, ya que los Dres. Juan Carlos Di Luca y Marcelo Pellizzari, estaban diseñando un hospital, el sueño de unas de las personas más nobles que he conocido, el Dr. Leonardo McLean. Ese hospital que amo es hoy es una realidad, y le he dedicado 20 años de mi vida. Soy allí cirujano, Director Médico ahora, y he sido cuidado como paciente muchas veces. Entré en el Comité de Obra, encargado del equipamiento médico. En la Universidad me inicié en el estudio de la Gestión en Medicina e ingresé como cirujano en el año 2000, junto a los Dres. Marcelo Terrés, De Rosa, Pedro Saco, e Ignacio McLean, para poner en marcha el Servicio de Cirugía del Hospital Universitario Austral. La motivación de poner en marcha un hospital en la Argentina fue inigualable, poderosa, y traspasaba el alma. Toda la energía y concentración estaban puestas en un crecimiento armonioso y sostenido, recibiendo a cada paciente, trabajando en forma interdisciplinaria. A medida que se llenaban los pisos abríamos otro, y prendíamos silaíticas de más quirófanos. Se incorporaron gradualmente los Dres. Pablo Cingolani, Gustavo Lemme, Mario Acosta Pimentel, Guillermo Rosato, Andrés Colombatti para consolidar el Servicio. En 2004 comenzamos la residencia de Cirugía. Y luego los fellows se incorporaron como staff juniors, esos motores que, junto con los residentes, nos empujan a seguir creciendo. Cada residente que termina integralmente formado me genera mucha satisfacción, como hijos que salen con herramientas a enfrentar la vida. Un grupo humano maravilloso, con los que aprendimos a tener al paciente en el centro de nuestras obligaciones sin dejar de vivir el compañerismo, la ayuda mutua, y forjar amistades con lazos basados en la confianza y experiencia compartidas. Pasamos momentos malos, con angustia otros, pero siempre caminando hacia adelante, con las ideas fundacionales claras. A la Asociación Argentina de Cirugía siempre la sentí como parte de mi vida quirúrgica, un lugar para trabajar pensando en los cirujanos de todo el país. En mi tercer año de residencia, cuando ya era Presidente de la Asociación Argentina de Médicos Residentes, el Dr. Wolfgang Lange me convocó para formar parte del Comité de Residencia; así comenzó mi vida en esta legendaria institución, donde trabajé durante varios años. El Dr. Leonardo McLean nuevamente me invitó para ser colaborador de su Congreso y conocí otra parte del trabajo que se realizaba allí, mientras soñaba en organizar alguna vez un Congreso. Tuve luego el honor de liderar el Comité Colegio por cuatro años, donde aprendí mucho cómo se evalúan los Servicios de Cirugía de todo el país, cómo acreditar y reacreditar especialistas, establecer estándares de cuidado, y armar el Curso Anual de Cirugía. Hasta que ingresé por Asamblea como Presidente de este Congreso.

Hemos elegido como idea rectora “Equidad y agregar valor en Cirugía, temas que hoy están vigentes en las diferentes profesiones, pero en Cirugía tienen una aplicación especial y directa. Vivimos en un mundo que avanza a ritmo tan acelerado que no nos permite llegar a pensar dónde estamos y ya tenemos que mirar hacia adelante para adaptarnos a los cambios, manteniendo la calma en medio de la vida vertiginosa. Las herramientas de liderazgo clásicas no alcanzan. Hoy a la gente se la contrata por el coeficiente intelectual y se la despide por el déficit en inteligencia emocional. Estamos sepultados por información. En este tiempo que llevamos de conferencia se han subido más de 1500 nuevos de videos en YouTube, se cargaron más de un millón de tweets, decenas de millones de Whats Apps. En los últimos 50 años pasamos del desafío de encontrar información relevante por un acceso limitado y difícil al gran desafío de seleccionar la información relevante, porque es tan grande el volumen de datos que se hace muy complejo encontrar lo que buscamos. Para recibirnos de médicos tuvimos que incorporar nuevas palabras, más de 1000 en primer año, leyendo cientos de páginas de libros. Pero, por la magnitud de las publicaciones que intentamos conocer para mantenernos actualizados, deberíamos volver a cursar la carrera completa cada pocos días. A la dificultad de lidiar con un mundo tan veloz, Alvin Toffler la llamó “shock del futuro”, que aludiría a un estrés despedazador y a la desorientación que se genera en las personas cuando se ven enfrentadas a mucho cambio demasiado rápido. Ya no es un riesgo sino una enfermedad real. ¡Y él lo escribió en 1965!

En medicina, el avance de la genómica, la medicina de precisión, el estudio del cerebro y los trastornos cognitivos, el advenimiento de la telemedicina, la digitalización de los procesos hospitalarios y la biotecnología van abriendo nuevos caminos inexplorados, solo descubiertos por aquellas personas con mentes que se atreven a ir mas allá de los límites, investigando, haciendo realidad ideas que no se pueden llevar adelante sin una cuota de audacia, exigidas por la razón de los escépticos que solo aceptan evidencias tangibles y lógicas. Esto genera avances científicos tan acelerados que los sistemas de salud no los pueden incorporar a su menú prestacional, ni financiar para que esas realidades puedan formar parte del arsenal terapéutico del médico. Este conoce tales adelantos y alternativas, los indica como nueva línea de tratamiento, generando luego reclamos y litigios de los pacientes, que confían en el médico, tienen acceso pleno y veloz a la información, exigiendo a las coberturas, públicas y privadas, el uso de las nuevas terapias o métodos diagnósticos.

Ya conocemos los desarrollos actuales como la cirugía robótica, la inteligencia artificial aplicada a la medicina, la realidad virtual, la realidad aumentada, la impresión 3D, el robot endoscópico, todas herramientas que favorecen la precisión en las técnicas quirúrgicas. Nadie puede ser ajeno a estos adelantos en nuestro medio. “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.” Esta cita de Arthur C. Clarke resume bastante bien el futuro de la cirugía. Hace 20 años que se usa este abordaje con el robot Da Vinci, y se espera que se sigan difundiendo en el mundo muchas otras marcas que ya están en el mercado. Hoy conocemos las bondades de la cirugía robótica, aunque se aplique solo en el 3% de los procedimientos quirúrgicos en todo el mundo. En este Congreso tendremos un curso de robótica aplicada a la cirugía, con referentes mundiales en el tema, que explicarán los beneficios para los pacientes y el cirujano. Ya son realidades que debemos conocer y aprender nosotros y también los integrantes de nuestros grupos quirúrgicos. No sabemos qué pasará en el futuro; una máquina no nos va a reemplazar, pero sí nos reemplazarán aquellos que tengan esos conocimientos.

Esto contrasta con la realidad que se vive en cuanto a la accesibilidad a la medicina de la población en el mundo. Solo basta mirar algunos indicadores para ver las asimetrías que existen entre los habitantes de un mismo país, o cuando se comparan diferentes Estados. Ya hemos estudiado en la facultad que las condiciones de vida de la sociedad son un factor determinante para la aparición y prevalencia de enfermedades. El agua potable, los desagües cloacales, las viviendas precarias, el mal acceso a la educación, la falta de urbanización y la mala alimentación son algunos de los factores que inciden en esto. Mirar los indicadores como el porcentaje del PBI per cápita, la mortalidad infantil, la expectativa de vida, la tasa de inmunizaciones, la tasa de natalidad y la mortalidad por cáncer nos da una idea acabada de las prioridades de los gobiernos. En medio de estas realidades, la pandemia por COVID-19 nos hizo dar cuenta de que nuestro sistema de salud es frágil, desequilibrado, asimétrico, que no está preparado para soportar una enorme cantidad de pacientes complejos al mismo tiempo. Ningún pronóstico, ni aun el más preciso, pudo adelantarse a esta catástrofe mundial que mató a miles de personas, sin darnos tiempo para reaccionar debidamente, una verdadera turbulencia, como señaló hoy la Dra. Patricia Turner. Los que pudimos hacer una gran transformación pudimos hacer frente a la pandemia y mantener la atención de la población general. Es aquí donde los cirujanos desempeñamos un papel fundamental para ocupar lugares al frente del campo de batalla, pero sin el bisturí en la mano, nuestra mejor arma. Tuvimos que aplicar nuestras virtudes de trabajo en equipo pero esta vez cambiando de roles, pasando a ser clínicos, médicos de guardia, terapistas, kinesiólogos. Fuimos ejemplo de resiliencia, que entrenamos en toda la carrera, como cuando volvemos a operar después de una complicación.

Entonces nos preguntamos: ¿Cómo se puede pensar en equidad en este contexto? ¿Es posible el desarrollo tecnológico, mirar al futuro, sin atender este presente? La palabra equidad proviene del latín aequĭtas. Este término se encuentra asociado a los valores de igualdad y de justicia. La equidad intenta promover la igualdad, más allá de las diferencias en el sexo, la cultura, los sectores económicos a los que se pertenece, la religión, etc. Es por ello que suele ser relacionada con la justicia social, ya que defiende las mismas condiciones y oportunidades para todas las personas, sin distinción, solo adaptándose a los casos particulares. La equidad lucha contra la pobreza, la discriminación, el racismo, la xenofobia, la homofobia, entre otras cuestiones que fomenten la distancia y las diferencias entre los individuos. Cuando se habla de políticas de equidad social se hace referencia a cuestiones de salud, es decir que esta sea accesible para todos los habitantes de un país. Teniendo en cuenta este concepto, no hay que confundir el fin del desarrollo de las nuevas tecnologías. Ayudan a realizar el acto quirúrgico de manera más precisa, disminuyendo la posibilidad de error, aunque no siempre marcan el estándar del tratamiento. Sin desmedro de estos avances tecnológicos, se debería ayudar para que toda la población acceda a los estándares de salud definidos por la autoridad sanitaria competente, que se pueda responder en tiempo y forma a sus necesidades, con profesionales competentes, hacer los controles periódicos, diagnósticos adecuados, atención de urgencias, tratamientos eficaces, farmacológicos o quirúrgicos. No se trata de llevar un robot a cada hospital de la Argentina como estándar en el cuidado de la salud. Hay que redoblar los esfuerzos dirigidos a avanzar hacia la integración del sistema de salud para reducir las desigualdades en el acceso, la calidad y la equidad, algo que debe ser hecho de manera transversal e integrar a los sectores público y privado de la salud, así como a la seguridad social. Existen amplias e inexplicables diferencias en costos y calidad entre proveedores y áreas geográficas. Las preguntas que nos hacemos en cuanto responsabilidad como Institución es: “¿falta de cirujanos?, ¿falta de cirujanos formados, actualizados, entrenados? ¿o falta de equipamiento?”.

El otro aspecto por abordar es el significado de “agregar valor a la cirugía”. Esto fue definido por Micheal Portter en 2006 como la ecuación “calidad a menor costo”, en beneficio del paciente. Hoy se paga por acto médico, sin tener en cuenta los resultados. “Los médicos están cambiando en cómo tratar a sus pacientes, no conocen a sus enfermos. En la medicina moderna a ellos les va muy bien, pero no sé cómo les va a sus enfermos”, decía el Dr. Vicente Gutiérrez cuando lo nombraron ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Se puede ser eficaz, pero no eficiente, al usar insumos más costosos, más tiempo de quirófano o hacer uso innecesario de camas de internación. Para poder cambiar esta modalidad, los servicios médicos de los hospitales deberían tener los datos del impacto que ejercen en los pacientes las terapéuticas realizadas. En nuestra práctica quirúrgica no solo debemos tener medidos los resultados relacionados directamente con el procedimiento sino también hay que tener en cuenta la incapacidad física y psicológica que ocasionamos, la reinserción en la sociedad y el mundo laboral de los pacientes. Los cirujanos somos piezas clave para agregar valor en ese ciclo, aplicando técnicas adecuadas, proporcionadas, al menor costo y con buenos resultados. Para esto hay que tener en cuenta tres factores: cirujanos formados, entrenados, con competencias adecuadas. Deben ser certificados por Asociaciones respetadas por sus miembros, integradas por profesionales con experiencia, que demuestren por su trayectoria en la asistencia, docencia e investigación que son capaces de acreditar las competencias adquiridas durante las diferentes etapas en la formación y la idoneidad en el manejo de las patologías que se encuadran en la especialidad correspondiente. Los prestadores de salud, los hospitales que cuenten con Servicios de Cirugía acreditados, que cuenten con la infraestructura necesaria, equipos de salud competentes, áreas de apoyo, servicios complementarios, con los estándares de calidad determinados por la autoridad nacional o evaluadores internacionales. En estos, la medicina basada en la evidencia y centrada en el paciente y su familia, justificando el uso de nuevas técnicas y tecnología, debe ser una condición excluyente. En cuanto al financiador, público o privado, quien paga los procedimientos efectuados, debe en primer lugar acordar honorarios justos y contratos adecuados con los prestadores, antes de exigir cambiar el pago por servicios a pago por resultados. Si cada parte actora de esta ecuación cumple con sus obligaciones llegaremos a tener una medicina más equitativa, que agregue valor al acto médico, en la que realmente se tenga en cuenta el esfuerzo de la formación profesional y de las instituciones por mantener a su personal capacitado y sus instalaciones provistas con equipamientos actualizados. Los organigramas irán migrando de departamentos a la agrupación de distintas especialidades orientados a problemas por patología, haciendo más eficiente el manejo de los pacientes, favoreciendo el trabajo interdisciplinario y en equipo, logrando mejores resultados. Y estos podrán ser publicados para que los pacientes puedan elegir con más conocimiento a qué Servicio acudir o a qué profesional consultar.

Dijimos que se necesitan profesionales competentes. El Dr. Carlos Pellegrini afirma en su discurso ante Sociedad Española de Cirujanos: “El cirujano inteligente del futuro dedicará una gran parte de su tiempo al estudio del liderazgo, al desarrollo de inteligencia emocional, y al perfeccionamiento de habilidades no técnicas”. O sea que ‒si bien se deben adquirir las habilidades técnicas, aquellas referidas a la capacidad de realizar tareas específicas del cirujano, con idoneidad, cuidadosa atención y buenos resultados‒ también es necesario desarrollar aquellas cualidades no técnicas, que también se aprenden o terminan de desarrollar durante la residencia, esto demostrado en varias publicaciones. Compartir años de nuestra vida en grupos de cirujanos que integran un Servicio hace que uno vea e incorpore comportamientos de la práctica diaria, especialmente aquellos vinculados con el trato directo de los pacientes y las relaciones con los compañeros y colegas de otras especialidades: empatía, escucha activa, compasión, profesionalismo, trabajo en equipo. Para poder vivirlas se necesitan virtudes humanas, las cuales se van incorporando durante toda la vida, hábitos operativos buenos con diferentes períodos sensitivos para adquirirlas más fácilmente a distintas edades: profesionalismo, honestidad, sinceridad, afabilidad, orden, resposabilidad, solidaridad, generosidad, magnanimidad, humildad. Estas permiten desplegar actitudes que marcan los límites de la excelencia del ser humano, que nos permiten poner realmente al paciente en el centro de nuestra práctica quirúrgica, ante cualquier decisión. Según Peabody: “Al paciente no le importará cuánto sabes de medicina hasta que no sienta cuánto te importa como persona”. Excelencia, espíritu innovador, capacidad de reflexión, e inclusiónson las diferencias que existen entre un cirujano “competente” y un “excelente” cirujano, que no son sinónimos. Hay muchos profesionales competentes, capaces de realizar cirugías perfectas, pero pocos son excelentes. Saber transmitir confianza, tranquilidad en la adversidad, empatía, escucha activa, compasión, compartir criterios, tomar buenas decisiones, integridad, hacen a la excelencia. Esa mezcla de arte y actitud en un mismo ser humano es el regalo que nos hace nuestra profesión, que debemos entender como una vocación.

Vocación es la inclinación que una persona siente para dedicarse a una forma de vida, ya sea relacionada con lo profesional (trabajo, carrera) o con lo espiritual. El término viene del latín “vocatio” que significa llamar. Todos tenemos una vocación que debemos descubrir para ser felices y hacer nuestro trabajo diario con pasión, satisfación, encontrando sentido a nuestra vida. Pero hoy la vocación está en crisis. No es fácil encontrarla, por una falta de visión y capacidad de vivir. La gente se pregunta poco por el sentido de la vida. En la cirugía se ve en el aumento de la tasa de deserción y la disminución de inscriptos en los programas de residencias en las distintas provincias. Hay mucha dificultad en el país para sostenerlas económicamente, como hemos visto en la última huelga de 12 días para conseguir el inicio de un salario digno. Antes era un tiempo ilimitado dentro del hospital, desde la época de William Halsted en la Clínica Mayo, teniendo como único objetivo la formación supervisada. Hoy, si bien es la única herramienta de formación, es considerada por muchos jóvenes como un trabajo más, con todas sus leyes. Pasan muchos años hasta poder empezar a ejercer como especialista, sin contar el tiempo que implica una subespecialización. Y en este largo camino actualmente aumenta la probabilidad de perder esa vocación, al encontrar satisfacción de nuestras necesidades trascendentes en otros caminos más cortos y saciedad inmediata de nuestras aspiraciones personales. Es nuestra responsabilidad mostrar con nuestro ejemplo que este es un camino duro, largo y difícil, pero que nos da una inigualable oportunidad de ser felices viendo los frutos de nuestro trabajo bien hecho. Hice una pregunta a 20 médicos, la mayoría cirujanos que habían marcado mi vida: “Después de tanto tiempo de profesión ¿qué es lo que te da paz y alegría?”. La mayoría contestó: mi familia, mis hijos, mis nietos (“Le robé tiempo a mi familia, estuve poco con ellos”), y la confianza en Dios. Alguno dijo “la cirugía”. Pero claro, nuestra ancla, lo que nos hace fuertes frente a la adversidad, lo que nos sostiene, es lo que al final del día más sufre para poder encontrar el equilibrio entre el trabajo y la familia. La conciliación de familia y trabajo es una deuda pendiente que tenemos en nuestra profesión.

Enumeramos muchas virtudes y actitudes que debemos desarrollar para ser cirujanos de excelencia, todas finalmente impactan en la relación y trato con el paciente. Pero el gran problema que tenemos para vivirlas es el tiempo. La variable de ajuste en la profesión para poder hacer rendir económicamente la profesión médica es atender más pacientes, operar más en menos tiempo, que se resta de ese valioso instante de recibir a un paciente, mirarlo a los ojos, escuchar sus dolencias, miedos, inceridumbre con empatía y compasión, conocerlo. El momento sublime en que generamos la confianza, la entrega plena que hace el enfermo en nuestras manos. Ese tiempo para mirar un estudio, consultarlo, tomar decisiones en forma intredisciplinaria sobre la indicación quirúrgica, y definir en equipo la táctica quirúrgica. Y el posoperatorio: hablar con la familia, los médicos que van a recibirlo, las enfermeras que van a cuidarlo, siguiendo de cerca la evolución. Nada ni nadie nos tiene que hacer perder esos momentos. Ese es el principal valor de nuestro tiempo. Ninguna tecnología de la era robótica ni la inteligencia artificial van a reemplazarlo; tenemos el privilegio de poder servir al prójimo haciendo lo que más nos gusta y aprendimos a hacer, usando no solo nuestras manos sino también nuestro corazón. Es lo que nos da felicidad también. Que ningún interés externo se interponga en ese momento, entre el paciente que se entrega con confianza plena y nosotros, los cirujanos.

Bueno, para resumir, vuelvo al comienzo y dedico simplemente unas palabras de agradecimiento, en especial primero a Dios, quien en verdad nunca me ha soltado la mano en ningún momento de la vida y me puso adelante a mi esposa, Débora, con la que pudimos formar una maravillosa familia (allí están todos sentados con sus novios y novias). En el año 2005 le tuve que decirle al doctor Pellegrini que no iba a rotar en su Servicio porque tenía un linfoma; él pensó que era un argentino más que le mentía, pero le dije que cuando me curara del linfoma iría a rotar con él. También estaba Rosenthal y me dijo que me iba a ayudar con el taco de la patología.

Pero lo más importante en todo esto es el agradecimiento que les debo a los profesionales, a los colegas, a la comisión directiva, a los pacientes, pero fundamentalmente a la familia. Lo más importante es la familia. Es muy difícil transitar el camino de la cirugía y llegar a que un paciente nos tenga confianza, es muy largo ese camino y a veces el tiempo que uno necesita para dárselo al paciente, lo saca de la familia. Así que yo simplemente les quiero pedir perdón, porque los privé de un montón de tiempo a ustedes en las cosas más chiquitas; por ejemplo tal vez conté menos cuentos de los que tenía que haber contado y compartí menos juegos de los que podría haber jugado, pero tuvieron una madre muy buena que fue capaz de ocupar todos esos lugares y apoyar para que hoy sean las personas íntegras que son.

La verdad es que, cuando se nos complica un paciente, uno está en la mesa o en la casa, pero tiene la cabeza en otro lado; sin embargo, cuando un hijo falla o cuando sufre, eso nos hace sentir peor. Cuidemos a nuestra familia, cuidemos a nuestros hijos y queramos mucho a nuestros pacientes. Muchas gracias.

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