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Memoria americana

versão On-line ISSN 1851-3751

Mem. am.  no.20-2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dez. 2012

 

ARTÍCULO

Aportes de los "intermediarios culturales" en la conformación de los paisajes fronterizos del norte de la patagonia a fines del siglo XVIII

 

Laura Aylén Enrique *

* Becaria de Doctorado de la Universidad de Buenos Aires. E-mail: aylenle@yahoo.com.ar

Contribution of "cultural brokers" in shaping border landscapes of northern patagonia, late eighteenth century

 


Resumen

A fines del siglo XVIII la Corona española envió expedicionarios a reconocer el norte de la Patagonia, un territorio dominado por grupos indígenas pero de importancia estratégica para los hispanocriollos. Los funcionarios del Virreinato del Río de la Plata que llevaron a cabo dichas exploraciones registraron sus impresiones en diarios de viaje que analizamos con el objetivo de examinar los modos en que el paisaje norpatagónico fue construido simbólicamente. Consideramos que dicho paisaje se constituyó en base a las luchas desplegadas tanto por hispanocriollos como por indígenas buscando dar sentido al territorio. Sostenemos que, en este contexto, los personajes que se desempeñaban como intérpretes ejercían un rol fundamental en la configuración del territorio, dada la ambigüedad de su posición de intermediarios en las relaciones interétnicas.

Palabras clave: Intermediarios culturales; Conformación del paisaje; Frontera sur; Contexto tardocolonial

Abstract

By late eighteen century the Spanish Crown sent expedition to recognize north Patagonia, a territory dominated by indigenous groups but also of strategic importance to the Hispanic-Creole population. River Plate Viceroyalty officials in charge of the above-mentioned explorations registered their impressions in travel diaries that are thoroughly analyzed in order to discover the ways this landscape of north Patagonia was symbolically constructed. We think this mestizo landscape was the result of struggles maintained between Hispanic-Creoles and natives searching to convey meaning to the territory. Moreover, we state that in this context, the actors who served as interpreters developed a key role in the territorial configuration, given the ambiguity of their position as intermediaries of interethnic relations.

Key words: "Cultural brokers"; Territorial configuration; South border; Late-colonial context


 

Introducción

A fines del siglo XVIII la zona del norte de la Patagonia se encontraba bajo control indígena pero era relevante también para la sociedad hispanocriolla. En 1779 los españoles instalaron el Fuerte del Carmen sobre las márgenes del río Negro como punto de avance y control recóndito, es decir poco después de la creación del Virreinato del Río de la Plata (1776). Hasta el momento este territorio había sido únicamente abordado por mar, pero las autoridades virreinales intentaban conocer su interior razón por la cual enviaron expedicionarios a registrar lo que encontraban a su paso. Paralelamente, la región de las sierras de la Ventana se constituyó en una especie de centro estratégico de intercambio interétnico y cría de ganado indígena, vinculándose al circuito mercantil que se conectaba con Buenos Aires por el este, con Chile por el oeste y con los tehuelches por el sur (Mandrini 1992).

En este contexto, abordamos el concepto de"frontera" como espaciode interrelaciones, teniendo en cuenta los aportes de White (1991) sobre la noción de "middle ground", los planteosde Weber (1990, 1998) y Quijada (2002a, 2002b) que lo consideran un lugar compartido por hispanocriollos e indígenas donde ambos grupos actúan y lo transgreden. Estas perspectivas complejizan los planteos que tomaban a la frontera como frente de avance militar. También retomamos la propuesta de Boccara (2005) de pensar la frontera como una construcción retórica, material e ideológica, ya que los funcionarios hispanocriollos estudiados ingresaban a los territorios indígenas traspasando el río Salado, pensado entonces como límite entre las sociedades de indios y de españoles.

En relación con lo anterior, planteamos que los actores sociales que interactuaron en las expediciones gubernamentales al norte de la Patagonia a fines del siglo XVIII no pueden ser catalogados únicamente como "blancos" o "indios". Diversos trabajos de los últimos años (Nacuzzi 1998, 2007; Irurtia 2002; Roulet 2004; Bechis 2008) han mostrado la relevancia de los análisis de fuentes documentales a nivel micro pues es una metodología que permite replantear ciertos etnónimos generalizados por la historiografía y aproximarse a una multiplicidad de grupos indígenas, y a sus estrategias de acción. En este sentido, sostenemos que es preciso atender no sólo la cuestión de la heterogeneidad indígena sino también observar quiénes fueron homogeneizados como "blancos", "españoles" e "hispanocriollos".

Además, como las sociedades que interactuaban no pueden verse como mundos aislados entendemos que las significaciones que los grupos humanos otorgaban al medio geográfico circundante eran reformuladas continuamente, como construcciones sociales inmersas en contextos determinados al vincularse entre sí. Por tal motivo, consideramos que las representaciones sobre el paisaje se hallaban estrechamente ligadas a las percepciones acerca de los grupos sociales que lo habitaban (Enrique 2010a).

Nos proponemos reflexionar aquí acerca de los modos en que el paisaje era construido simbólicamente en el norte de la Patagonia a fines del siglo XVIII. Pensamos que el adentrarnos en las formas en que los funcionarios del Virreinato del Río de la Plata conocían e interpretaban a dicho territorio y a sus habitantes nos permitirá mostrar la relevancia de la participación de los intermediarios culturales en las interpretaciones de los hispanocriollos sobre el paisaje.


Figura 1. Mapa de la región estudiada con los recorridos por vía terrestre de los viajeros mencionados. Adaptado de Martínez Sierra (1975)

Los diarios de viaje en el contexto tardocolonial

Dado que el Virreinato del Perú comprendía una superficie demasiado extensa como entidad administrativa en 1776 Carlos III independizó a Buenos Aires, como la capital del nuevo Virreinato del Río de la Plata, a fin de mejorar la defensa frente a los probables avances de las potencias extranjeras y de vigilar el creciente desarrollo de dicha ciudad como centro comercial y vía de acceso al continente. En el marco de esta política borbónica se modificaron los modos tradicionales para intentar controlar a los indígenas mediante agentes militares y religiosos, propiciando administraciones basadas en el comercio semejantes a las inglesas y francesas. No obstante, como explicara Weber (1998: 169), tanto los españoles como los indios "atravesaban las porosas líneas que los separaban y residían dentro de la sociedad del otro"1.

En dicho contexto se llevaron a cabo las primeras expediciones por vía terrestre al norte de la Patagonia, ya que hasta ese momento sólo se habían efectuado por mar. Los funcionarios gubernamentales que se aventuraban a traspasar el río Salado utilizaban como fuentes de información los documentos redactados por los jesuitas, quienes ya habían pretendido reducir a los pueblos indígenas de la pampa (Martínez Martin 2000, Irurtia 2007). El legado de los jesuitas José Cardiel y de Thomas Falkner se añadía a la experiencia de contacto hispano-indígena 2. El primero realizó dos viajes en 1747 y 1748, y un mapa en 1746; el segundo, continuador del trabajo cartográfico de Cardiel, dio cuenta de los recursos de interés económico y los sitios aptos para colonizar. Así, por ejemplo, Villarino ([1782] 1972) comparaba asiduamente lo que veía con los registros de Falkner

Los nombres de los parajes, que jamás pudieron entender otros indios leyendo a Falkner, estos los nombran del mismo modo que su diario, y convienen con él en las noticias, diferenciándose solo en la distancia de Huechun a Valdivia, que dicho diario pone dos jornadas, y estos indios dicen cuatro (Villarino [1782] 1972: 1017).

Aunque los datos para finales del siglo XVIII son escasos, hallamos información relevante para nuestra problemática en los relatos de Francisco de Viedma, Basilio Villarino y Pablo Zizur, escritos entre 1778 y 1783 mientras estaban destinados a misiones militares en el norte de la Patagonia. El relato de Viedma más extenso comienza en diciembre de 1778 y culmina en septiembre de 1780, refleja las vicisitudes de la instalación del Fuerte del Carmen sobre el río Negro y el abandono de la comitiva, realizado por Juan de la Piedra quien había sido comisionado como superior al mando. Luego de esa deserción, Viedma adoptó el cargo de superintendente del citado establecimiento y como tal recibió información sobre otras expediciones por la zona, en particular las realizadas por Villarino y Zizur, cuyos viajes fueron relatados por los mismos expedicionarios durante sus respectivas travesías. Por su parte, en las narraciones de Viedma de 1781 es posible encontrar el testimonio de uno de los recorridos de Villarino: "quedó listo don Basilio Villarino, con el bergantín de su mando, el Carmen, y las Animas, y la chalupa San Francisco de Asís, para hacer viaje al reconocimiento de la bahía de Todos los Santos y río Colorado" (Viedma [1781] 1938: 504). El propio Viedma advertía esta complementariedad de los documentos porque reseñaba que el 15 de julio se había embarcado "en el bote con don José Pérez Brito, y don Basilio Villarino, para reconocer la boca del río: omito tocar sobre este punto por cuanto con otra claridad puede comprenderse del plan y diario de este piloto a que me remito" (Viedma [1781] 1938: 528). Mientras, Basilio Villarino, piloto de la Real Armada, navegaba la desembocadura del río Colorado, la Bahía de Todos los Santos y otras zonas aledañas, sobre lo cual ya había presentado informes en 1779 y 1780.

El diario más antiguo de Villarino que hemos trabajado no ha sido publicado aún y corresponde a uno de sus viajes de reconocimiento al río Colorado desde el Fuerte del Carmen (1779), donde Viedma se desempeñaba como su superior. Las otras dos fuentes firmadas por Villarino fueron publicadas por De Angelis, la de 1781 es una narración sobre su travesía desde el Fuerte del Carmen hacia el río Colorado mientras el relato de 1782-1783 detalla la navegación de este piloto por los ríos Negro y Limay, buscando una vía de comunicación con Valdivia -Chile- e intentando verificar la posibilidad de avances extranjeros por ese curso fluvial. Los diarios de Villarino ofrecen abundante información acerca de la aptitud de las tierras para la agricultura y la ganadería, las rutas indígenas, la presencia de recursos naturales, asentamientos y sitios estratégicos -como la zona de Choele-Choel y la confluencia del río Negro con el Limay y el Neuquén 3. A pesar de la profusión de datos sobre la presencia o no de agua para la comitiva y las cabalgaduras, las facilidades/ dificultades para el tránsito, la existencia de leña, pastizales y sus respectivas calidades, ningún autor ha sido tan minucioso con respecto a las mediciones de latitud como Pablo Zizur.

Zizur no sólo debía inspeccionar la campaña entre Buenos Aires y el Fuerte del Carmen, también debía negociar la devolución de los cautivos en manos de los indígenas y tratar las paces con el cacique de las sierras de la Ventana, Lorenzo Calpisqui. Por ser uno de los primeros hispanocriollos en transitar esos parajes, en su relato explicita constantemente la ubicación geográfica y las características climáticas y de los suelos por donde avanza, resaltando la presencia de agua, dato útil tanto para los expedicionarios como para futuros viajeros o para el ganado. Durante el trayecto, en reiteradas ocasiones su comitiva se vio perjudicada debido a las acciones del indio Chanchuelo, ambiguo personaje que habría pedido unirse a la expedición para asesinar a Lorenzo -aunque se mostraba sumamente amigable con el mencionado cacique generando confusiones poco propicias para la seguridad de los viajeros. Zizur estableció además relaciones con el cacique Negro, quien habitaba al sur del Río Colorado y mantenía vínculos con los pobladores del Fuerte del Carmen.

Estos documentos históricos nos permitieron examinarlos aspectos del paisaje norpatagónico que eran destacados por los expedicionarios y los modos en que estos los interpretaban y utilizaban.

Usos y percepciones sobre el paisaje

En este trabajo buscamos articular la perspectiva etnohistórica con los aportes teóricos de la Arqueología del Paisaje, procurando evitar que el estudio se circunscriba meramente al uso de los recursos disponibles -lo cual ha ocurrido en otros estudios centrados sólo en los aspectos materiales. En este sentido, es posible que el concepto de paisaje dé lugar a malentendidos al vincularlo únicamente a lo geográfico, dejando de lado las cuestiones culturales producto de las interacciones humanas que lo conformaron; pero tampoco puede restringirse a cuestiones puramente estéticas.

Partimos de la idea según la cual las modalidades de uso de los territorios se encontraban íntimamente relacionadas con las percepciones sobre el mismo, en este caso ambas se evidencian en los relatos trabajados. Siguiendo a Bender (1993), consideramos que el paisaje es polisémico y que esos distintos sentidos se conforman a medida que la gente cuestiona, re-trabaja y se apropia del paisaje.

Entre los autores que han adscripto al marco teórico de la Arqueología del Paisaje aparecen diferencias con respecto al uso de los conceptos de "espacio" y "territorio", aunque todos se refieren a un proceso semejante de construcción social de la zona objeto de estudio. Desde este enfoque se ha postulado que el territorio y las representaciones sobre el mismo reflejan procesos sociales condicionados históricamente. Aplicamos a la noción de "paisaje" la definición dada por Criado Boado (1995) para espacio, como un concepto contextual que daría cuenta de un sistema histórico y político que se construiría socialmente, recuperando la unidad naturaleza-cultura. Sin embargo, restringimos la utilización del término "espacio" a las menciones del espacio geográfico en sus aspectos físicos. Así, entendemos el paisaje como la manifestación de las percepciones y usos de los territorios que los actores sociales llevan a cabo, lo cual implica la interrelación de aspectos tanto "naturales" como "culturales". En este sentido, Curtoni (2000, 2004) sostuvo que el ordenamiento diferencial del paisaje -surgido a partir de ciertas conexiones emocionales dadas en el espacio con el pasado personal y colectivo- generaría determinadas relaciones entre los grupos y su entorno. Por su parte, Bayón y Pupio (2003) han propuesto que la organización espacial expresa el esquema cognitivo y el sistema de significados de los actores sociales. Dichas autoras afirmaron que el estudio del paisaje permitiría articular los registros de la historia y la arqueología. Teniendo en cuenta esto, consideramos que el marco teórico de la Arqueología del Paisaje resulta de utilidad para abordar aspectos vinculados a la construcción del espacio norpatagónico plasmada en las fuentes históricas.

Abordamos el estrecho vínculo entre los relatos y sus descripciones sobre los espacios recorridos teniendo en cuenta la propuesta de Potteiger y Purinton (1998) de considerar al paisaje como una red de narrativas, mediante las cuales los mencionados paisajes podrían conocerse de modos no típicamente reconocidos. Según estos autores, los lugares configurarían narrativas mediante las cuales la gente interpretaría esos sitios. Así, partimos de la idea de acuerdo a la cual las modalidades de utilización de los territorios se encontrarían íntimamente relacionadas con las percepciones sobre el mismo, siendo ambas evidenciadas en los documentos históricos. Consideramos también que las relaciones de poder entre los grupos se traslucían en las actividades desarrolladas en el territorio y en los modos de representar el paisaje. En relación con esto, retomamos el trabajo de Villar (1993) quien estudió las pugnas entre los patrones de ocupación del espacio de indígenas e hispanocriollos centrándose en el siglo XIX. Pensamos que resulta necesario reformular este esquema teniendo en cuenta el aporte de Roulet (2006), relativo a que el espacio fronterizo hasta las campañas militares de 1880 era concebido de manera tripartita: la tierra adentro controlada por los indígenas, los pueblos hispanocriollos, y la frontera como "umbral de transición donde cristalizaban los contactos interétnicos".

Examinaremos los relatos de viaje con el objeto de reconocer los modos en que las comisiones de hispanocriollos percibían los territorios, en función del conocimiento sobre el mismo, por observaciones previas o por medio de informantes. Resulta interesante destacar la importancia de los propios saberes e intereses en las percepciones de los funcionarios coloniales; luego señalaremos cómo estas se encontraban mediadas también por el sesgo de los intermediarios culturales. En sus relatos los expedicionarios aludían, repetidas veces, a lo que conocían de España, tierra natal de la mayoría, pues aspiraban a que sus potenciales lectores pudieran interpretarlos. Tanto Zizur como Villarino se refirieron a especies vegetales y animales propias de Europa: retamas (Zizur [1781] 1973), perdices y dátiles (Villarino [1782] 1972). Villarino ([1781] 1972: 661) describió que había hallado "perdices, leones, jabalíes y liebres. Se tendió la red y se pescaron pejerreyes, sollas, y bacalao". Poco después, detallaba que le había encargado al yerno del cacique Chulilaquin la entrega de dos docenas de piñas con piñones para verlas y luego enviarlas al fuerte del río Negro, desde donde podrían remitirse al Virrey y la corte, "porque me parecen serían dignas de verse por su extraordinario tamaño, según me dicen, y según la proporción que tiene los piñones de España, pues me parece que un piñón de estos excede a uno de aquellos en tamaño" (Villarino [1782] 1972: 1119). Retomamos aquí lo expuesto por Rose (1995) acerca de cómo los sentidos de lugar se formarían a partir de diversos sentimientos personales y sociales, implicando referencias a otros sitios. Notamos también que los funcionarios coloniales designaban con nuevos nombres a ciertos lugares por considerarlos carentes de ellos y, frecuentemente, estas denominaciones se basaban en el santoral católico y sus festividades. Por ejemplo, la expedición de Zizur denominó "Cerro de la Navidad" a un sitio por donde pasaron el 24 de diciembre de 1781. En este sentido, observamos una estrecha relación entre este modo de nominar y el interés de los naturalistas de fines del siglo XVIII por clasificar el mundo que los rodeaba. Esto nos permite destacar la relevancia del contexto de producción en los diarios de viaje, donde se plasma el esfuerzo de la Corona española por "aprehender" los territorios que reclamaba como propios.

Asimismo, los viajeros aludían a aquello que no les resultaba familiar y captaba su atención. Ciertos elementos ajenos al espacio norpatagónico fueron incluidos en los informes debido a la ignorancia de los autores sobre los recursos autóctonos de la zona. Como mencionamos, y a fin de hacerse entender mejor, los funcionarios coloniales aludían a animales y plantas que los lectores podían reconocer por su acervo en común; por ejemplo, Villarino ([1780: f. 2v]) señala que no había visto en una isla ningún animal "cuadrúpedo ni volátil sólo dos perdices de Martinete". Además, a lo largo de los relatos pueden observarse diversas conjeturas acerca de los elementos desconocidos encontrados en el territorio, y cómo buscan adivinar sus nombres y procedencias. Por ejemplo, Viedma ([1781] 1938: 521) da cuenta de su desconcierto al intentar infructuosamente conocer la denominación nativa de un vegetal de madera muy dura presente en las sierras, cuyas matas generalmente crecían "tendidas en el suelo, no tiene espinas y las hojas son como las de sauce poco más anchas y largas, que no saben cómo se llama por no darle nombre los indios, y no haberla en los campos de Buenos Aires y Montevideo".

Además, muchas veces los expedicionarios se referían a los sitios y recursos, mediante topónimos y otros términos indígenas, lo cual entendemos se corresponde con los intereses puestos en juego y las relaciones de poder subyacentes (Enrique 2011). Por ejemplo, Zizur ([1781] 1973: 71) utilizaba varios de los nombres con los cuales los indios llamaban a diversos sitios para ubicarse en el territorio: la "Sierra de la Mesa" era también llamada "Másanaguida". Mientras Viedma ([1781] 1938: 543) describía "una sierra, que llaman Pillaguenco", y una sierra "que llaman el Calegal, cuya punta está unida a la del Catandil" (Viedma [1781] 1938: 544).

Ahora bien, ¿por qué resulta relevante que los funcionarios del Virreinato del Río de la Plata utilizaran términos indígenas para referirse al paisaje? En el momento que pasaban los expedicionarios quienes estaban en determinado territorio eran asociados más estrechamente a ese lugar y se tomaban los topónimos que utilizaban, independientemente de que otros grupos indígenas llamaran de modo diferente al mismo sitio. Los hispanocriollos recurrían a hitos en el paisaje para orientarse y como generalmente eran guiados por indígenas, los funcionarios aprendían esos nombres o apelaban a nombres que aludieran a rasgos físicos característicos del terreno. Resulta relevante el hecho de que los viajeros se refiriesen a los sitios mediante nombres indígenas ya que consideramos que se veían forzados a usarlos para poder orientarse debido a que ellos desconocían el terreno.

Los expedicionarios también comparaban las denominaciones que había utilizado Falkner, usándolas como referentes a pesar de que no siempre coincidían con las que empleaban los indígenas con los que trataban. Por ejemplo, Villarino ([1782] 1972: 1135) señalaba que había conocido

el árbol, de quien sacan los indios aquella goma o resina, semejante a nuestro incienso, citado por Falkner, del que dice que lo tienen los indios por sagrado: y así en esto como en otras muchas cosas, padece este inglés bastantes equivocaciones, las que puede que yo manifieste al fin de este diario. Y la causa de ellas me parece que es, el no haber dicho Falkner andado estos parajes, y sí, haber adquirido noticias de ellos por los indios y por el cacique Cacapol, que habitaba en el Choelechel, cuando se retiraba de robar en las pampas de Buenos Aires.

Observamos aquí el impacto que tuvo la obra de Falkner en la configuración de las interpretaciones sobre el paisaje, especialmente en las de Villarino quien comparaba sus apreciaciones con los dichos del jesuita explicitando que, por ejemplo, sus sospechas acerca de la ubicación y desagüe de los cursos de agua contrastaban con lo registrado por Falkner, algo observable en expresiones tales como:

Los campos que siguen tierra adentro de las barrancas, no producen pastos, ni árboles, ni están llenos de espeso bosques, como quiere Falkner: antes bien, en lo que he visto, por lo contrario, se hacen estos campos intransitables, a excepción de las orillas de los ríos, porque en ellos falta el agua, la caza y el pasto para las bestias. (Villarino [1782] 1972: 1035, el destacado es nuestro).

Dada la relevancia que adquirió Villarino como autoridad en materia de conocimientos geográficos sobre la Patagonia, los efectos de sus deducciones y las conclusiones vinculadas con la obra de Falkner incidieron en gran medida en la conformación de concepciones erróneas que se transmitieron a las generaciones posteriores.

A raíz de lo expuesto, sostenemos que el uso de términos indígenas por parte de los funcionarios coloniales, en referencia a lugares y recursos clave tanto para los hispanocriollos como para indígenas, daba cuenta de las relaciones de poder plasmadas en el territorio. En tal sentido, Villarino informaba que al enterarse de que dos marineros no habían regresado al campamento debido a que, según la versión de un grupo de indígenas, habían perdido sus caballos, les habría advertido

que si en el día no me traían los dos hombres, que no solo convertiría y reduciría todos aquellos toldos, sus indios, chinas y muchachos a cenizas, sino que no quedaría cerro ni montaña en todo aquel distrito que no deshiciese y allanase a cañonazos. Diciendo esto, di una voz de embarcar toda la gente y a prolongar los costados de las chalupas con los toldos, con la artillería prevenida, y las mechas en las manos. Se ejecutó esto con tanta prontitud, que se quedaron asombrados todos los indios: y llenos de terror [... corrieron] todos asustados a donde yo estaba, disponiendo las embarcaciones, suplicando que me sosegase un poco, que mi gente no pasaría daño alguno, y que primero perderían ellos todos sus vidas (Villarino [1782] 1972: 1112).

Por su parte, este tipo de asimetrías de poder también se veían reflejadas en las arengas y discursos que los expedicionarios registraban adjudicándoselas a los indígenas. Villarino relataba lo que le habría dicho el cacique Chulilaquin al enterarse de que se marchaba el grupo de expedicionarios que se encontraba acampando junto a él y su gente, razón por la cual temía ser atacado por los aucas en venganza por la muerte de uno de sus jefes.

¡Ah, hermano! que Ud. no sabe la indiada que hay entre estas sierras, que son más que hierbas que tiene el campo, y me la están jurando para la hora que de mí se aparten los cristianos. ¿Pues qué, le parece a Ud., que ellos por mi gente dejan de venir? No: que ellos mismos lo dicen, y me están mandando a decir, que a mí no me tiene miedo, sino a los cristianos. (Villarino [1782] 1972: 1115; el destacado es nuestro)

Aunque en menor medida hallamos indicios más explícitos de demostraciones de fuerza por parte de los indígenas, como provocaciones directas a los hispanocriollos. De este modo, Villarino ([1782] 1972: 1108) señalaba que había llegado un indio "con la noticia de que decían los aucaces, que los cristianos eran buenos esclavos".

Por último, consideramos necesario tener en cuenta no sólo la disponibilidad de los recursos sino también el modo en que se utilizaban los mismos y su territorio. Las alusiones de los hispanocriollos a otros elementos de uso indígena también apuntarían a esclarecer diversas modalidades de interacción indígena en el paisaje, vinculadas a aspectos de consumo, de intercambio, de uso ceremonial, etc. Pensamos que las percepciones de los expedicionarios sobre los saberes de los indios acerca de la disponibilidad de los recursos y las diversas modalidades de su manejo evidenciaban el conocimiento diferencial del territorio que experimentaban los distintos grupos 4. Este conocimiento constituyó una herramienta estratégica de poder que los grupos indígenas aprovecharon para obtener beneficios de los hispanocriollos, mientras los expedicionarios elaboraban pormenorizados informes donde buscaban dar cuenta de datos que condicionaban la accesibilidad y disponibilidad de recursos y sitios (Enrique 2010b). Así, aunque no fuera conocido, cada elemento del territorio que pudiera resultar útil en el futuro era cuasi inventariado y objeto de detalladas descripciones por parte de los expedicionarios. En contraposición con la ignorancia de los comisionados, los indígenas conocían el paisaje y no sólo podían escapar fácilmente de los hispanocriollos, encontrar gente y lugares, sino también prever las mejores rutas para avanzar. Por ello, la existencia de ciertos personajes que actuaban como intermediarios entre ambas sociedades resultaba de suma importancia tanto para unos como para otros, dado que brindaban la posibilidad de acceder a información restringida entre los grupos.

Los lenguaraces y otros "intermediarios" en la interpretación de los paisajes

Como personajes capaces de moverse entre "mundos" distintos, los lenguaraces ejercían un rol fundamental en las relaciones interétnicas y en las representaciones sobre los "otros". Al respecto, retomamos los aportes de Ratto (2005a, 2005b) en relación con los intermediarios culturales que habitaron en el espacio fronterizo bonaerense durante la primera mitad del siglo XIX. La autora distingue entre los intermediarios que actuaban a nivel institucional, por un lado, y a un nivel más informal, por el otro. En nuestro caso, Zizur relata diversos sucesos vinculados a un personaje llamado Chanchuelo que, en reiteradas ocasiones, se desempeñó como intermediario, "institucionalizado" hasta cierto grado, ya que era aceptado tanto por los hispanocriollos como por los indígenas. Este individuo se habría incorporado a la comitiva de expedicionarios que pretendía llegar hasta el Fuerte del Carmen "a fin de demarcar su camino, para cuyo efecto venia el indio, Chanchuelo, para que nos sirviese de baqueano" (Zizur [1781] 1973: 78). También los indígenas recurrían a él ya que "no se fiaban del indio Luis (que nos servía de lenguaraz) y así que determinaban llevar al Chanchuelo a Buenos Aires para que le sirviese a Lorenzo de lenguaraz" (Zizur [1781] 1973: 84). Progresivamente, a lo largo del relato se incrementan las buenas relaciones de Chanchuelo con el grupo liderado por el cacique Lorenzo Calpisqui y Zizur ([1781] 1973: 83) advierte que "observaba en él [Chanchuelo] mucha amistad con Cayupilqui, y una gran indiferencia, y desvío hacia nuestra parte".

Como señalara Ratto (2005a), este personaje adoptaba una clara pertenencia étnica a pesar de su convivencia con diversos grupos sociales y de sus confusos intereses. Sin embargo, este tipo de distinciones no resultaban trasparentes para los exploradores hispanocriollos y, pese a que Zizur aludía a él como al "indio Chanchuelo", no resulta comprensible a qué grupo lo adscribía. En este sentido, observamos una caracterización que Ratto (2005a) efectúa sobre los intermediarios más informales, a quienes su procedencia étnica difusa les permitía "apelar a elementos de una u otra cultura para obtener un mejor posicionamiento cambiando su rol de acuerdo con las circunstancias". Así, Chanchuelo le había insinuado a Zizur que

se hallaba de mala fe con el cacique Lorenzo; pues éste deseaba cogerlo para matarlo; y en prueba de ello, se empeñó con nosotros cuando llegamos a los primeros toldos, para que interesásemos con el cacique Lorenzo, para entrar en su gracia, lo que así hicimos; y ahora lo hallamos tan uno con ellos, y en particular con Cayupilqui [el hermano de Lorenzo Calpisqui] que parecen todos unos; bien que aquí no se diferencia el cacique de otro cualquier indio. (Zizur [1781] 1973: 84, el destacado es nuestro)

En particular, con relación a la percepción y utilización de los territorios estos "intermediarios", actuando como baqueanos, eran quienes -generalmente- proveían a los viajeros de información sobre el territorio, permitiéndoles superar las dificultades de la travesía producto del desconocimiento del espacio. Por ello consideramos relevante tener en cuenta las influencias que los intermediarios culturales podían ejercer en las interpretaciones de los expedicionarios sobre el paisaje. Por ejemplo, Villarino ([1782] 1972: 1087) advertía que un grupo, conformado por un indio y cuatro chinas, entre las cuales se encontraba una "lenguaraza", había llegado hasta donde estaban acampando y había repartido manzanas entre los marineros y que cuando él los interrogó acerca de las causas de su presencia le

dijeron que a ver, y que las mandaba el cacique Francisco. Les pregunté ¿por qué se habían venido de Choelechel, habiendo quedado conmigo en que me esperarían en aquel sitio, para desde allí mandar un chasque al pueblo, y en trayendo la respuesta seguir juntos río arriba? Dijo que el marinero Miguel Benites les había dicho que yo llevaba la determinación de avanzarlos, y que esto lo había dejado de hacer antes con Francisco, y algunos indios, porque los quería prender a todos con los toldos, caballos y lo que tuviesen, y que por esto habían venido dos indios del Colorado, a decirle de parte del cacique Negro a Francisco que no se fiase de nosotros, pues traíamos intentado prenderle y matarle.

Villarino ([1782] 1972: 1136) también pretendía que una "lenguaraza" lo informase sobre los terrenos, la distancia a Huechum o Valdivia, ciertas maderas, frutos y ganado.

Estos caminos me los enseñó la lenguaraza, como también los del Choelechel para el Colorado; y el dicho Choelechel tiene varios caminos, en cuya inteligencia no estuvimos hasta ahora, ni tampoco Choelechel se entiende como un solo paraje determinado.

Incluso el piloto habría aprovechado un día en que el cacique Chulilaquin y su hermano estuvieron a bordo gran parte de la jornada para preguntarles sobre las características del territorio a través de la "lenguaraza". En este sentido, destacamos la necesidad de contar con lenguaraces para poder entenderse en las interrelaciones entre distintos grupos, teniendo en cuenta los aportes de Roulet (2004) sobre el valor diferencial asignado por los indígenas y los hispanocriollos a la escritura y la palabra empeñada. Los intermediarios no sólo resultaban útiles para los funcionarios virreinales y los indígenas, unos y otrosmuchas veces los llevaban en sus viajes a fin de disponer de gente de confianza en las interpretaciones. Por ejemplo, Villarino ([1781] 1972: 682) señalaba que varios indios y chinas que encontraron "no se pudieron entender por no haber traído lenguaraz".

Hallamos diversos casos en los cuales los expedicionarios dieron cuenta de la ausencia de lenguaraces, en el mismo relato Villarino ([1782] 1972: 1083) sostenía que:

como es tan fácil engañarse con las noticias de los indios, motivado por no entenderlos, ni ellos bien entenderme, no escribo aquí las noticias que me han dado hasta que pueda hallar lenguaraz, para por este medio escribirlas con más verosimilitud o certeza.

Además, podemos observar las ventajas que contar con este tipo de intermediarios le proporcionaba a los expedicionarios en las interacciones. En el caso de Zizur ([1781] 1973), recurrió al lenguaraz Medina que viajaba con ellos para explicar que se dirigían a hacer las paces cuando unos indios, en actitud amenazante, le quitaron el poncho de encima del caballo al propio Zizur. Según el grupo de indígenas pretendían asesinarlos porque habían matado a sus parientes, pero habrían desistido al observar que Zizur iba acompañado por otros indios. En cuanto a Villarino, luego de informarle acerca de los parajes de los alrededores y sobre la presencia de indígenas, la "lenguaraza" Teresa le habría rogado por Dios que la llevase con él para que no la mataran los aucas 5 porque

no quería andar más entre los indios; y porque tiene una niña que dice ser cristiana. Me pareció obra de caridad el admitirla, y también interesante, porque sabiendo ella los designios de los indios, se puede por su medio conseguir el saber alguna cosa que convenga, por lo cual la admití a bordo (Villarino [1782] 1972: 1101, el destacado es nuestro).

De esta manera, el trato con los lenguaraces les facilitaba a los expedicionarios la obtención de información extra sobre las estrategias indígenas, o acerca de potenciales avances extranjeros. Además, subrayamos la relevancia del rol desempeñado por los baqueanos, sin los cuales los hispanocrillos se encontraban en una situación de absoluta desventaja con respecto a los grupos indígenas debido a su desconocimiento del territorio como mencionamos previamente. Por ejemplo, Villarino ([1782] 1972: 982) relataba que "habiéndole dado a la lenguaraza bastante aguardiente, me confesó que Francisco se había ido de miedo, pero a juntar indios, y que el viejo no había caminado con ellos porque estaba tan enfermo que no podía montar a caballo". Luego, el mismo autor indicaba que un muchacho lenguaraz le había dicho que

en Chile había tenido la noticia de que nosotros teníamos establecimiento en el río Negro, y muchos indios que frecuentan a Valdivia, he visto y conocido en el establecimiento; por esto y por otras razones, creo que todos los habitantes de este continente, así españoles como indios, tienen noticia de nuestra población en el río Negro (Villarino [1782] 1972: 1020).

Zizur ([1781] 1973: 84-85) sostenía que los indios de las sierras de la Ventana habían entregado regalos a su cacique porque, según el lenguaraz, el indio Chanchuelo los habría convencido de que los cristianos no daban cautivos sin paga a cambio y "que los cristianos éramos ricos, y que todo lo que pidiese le daríamos".

De modo semejante, el hecho de que los lenguaraces contaran con información relevante para los distintos actores sociales implica que, según su conveniencia, podían advertirles tanto a los viajeros como a los indígenas sobre los planes del otro. En este sentido, retomamos la propuesta de Bechis ([1989] 2008) según la cual durante el siglo XIX los caciques de la zona pampeana funcionaban como nodos de información. Al respecto en nuestro caso de estudio observamos que cuanta mayor cantidad y calidad de información manejara el intérprete, mayores ventajas podría obtener.

Al mismo tiempo, por disponer de información los lenguaraces podían generar temores en los distintos grupos, por ejemplo Villarino ([1782] 1972: 1102) escribía que la "lenguaraza" Teresa le había dicho que "el número de aucaces era grandísimo, y que estos indios que paraban junto a nosotros, no eran nada en comparación de los que vendrían a buscarlos". Así, los comentarios de estos informantes condicionaban el accionar de los expedicionarios; en el ejemplo citado anteriormente después de las advertencias de la "lenguaraza" Villarino hizo alejar las embarcaciones de la orilla del río lo más posible para que nadie pudiera salir ni subir a bordo.

Aunque Ortelli (2000: 193) señaló que el rol desempeñado por los lenguaraces los colocaba en una posición de privilegio dentro de las dos sociedades pensamos que esa ambigüedad los convertía, paralelamente, en objeto de desconfianza, tanto en el mundo indígena como en el hispanocriollo. En tal sentido, Villarino ([1779: f. 11]) comentaba que al descubrir que el lenguaraz que llevaban había desertado determinó regresar a los toldos en el bote de noche para advertirle a los indios que el prófugo "era un mal hombre que no se fiasen de él, que si llegase por allí lo prendieran y lo entregasen al cacique Julián para que lo llevase asegurado a San Julián". Según el piloto, era una medida precautoria para evitar que este individuo fuera "a los indios con algunas mentiras, y darles parte de nuestros establecimientos, armas, víveres, gentes y fines a que nos dirigíamos, y prevenidos los indios ya no le darían tanto crédito a lo que el quisiese forzar con ellos" ([Villarino 1779: f. 11v]).

De lo expuesto, resulta quelos lenguaraces eran considerados individuos que no pertenecían completamente ala sociedad indígena ni a la hispanocriolla. En relación con esto, retomamos lo expuesto por Ortelli (2000) acerca del marginalismo en la frontera rioplatense y reflexionamos sobre los lenguaraces como parte de esos individuos marginales. La autora sostiene que los "individuos marginales en la sociedad blanca, se convertían en marginales en la sociedad indígena, aunque cumplían una función central como articuladores de las relaciones interétnicas" (Ortelli 2000: 196). Consideramos que esta ambigüedad de pertenencia hizo que no pudieran ser clasificados dentro de mundos distintos, que se intentaba mantener "puros" y separados. Así, la posibilidad de disfrazarse de indios o de españoles les permitía a estos personajes híbridos atravesar fronteras sociales pero los teñía de cierta falta de autenticidad. Por ello es interesante observar cómo son nombrados los lenguaraces y otros intermediarios en los relatos consultados, las expresiones utilizadas son: "china lenguaraza" (Villarino [1779]), "mulata lenguaraz" (Villarino [1781] 1972), "indio esclavo de Francisco6" (Viedma [1778] 1938).

Además, en los documentos vislumbramos evidencias de que los indios contaban con individuos que les ayudaban a obtener beneficios en cuestiones que no manejaban completamente. Por ejemplo, Viedma ([1781] 1938: 522) relató que unas cautivas habían afirmado que en los toldos de Lorenzo Calpisqui había un cristiano de aproximadamente veintiocho años

de buen cuerpo, buen parecido, y rubio el que está actualmente bombeando y bicheando en todos los pagos de las fronteras de Buenos Aires donde tienen más ganado, donde hay más descuido, y buenas mozas, y en fin es el único confidente y baqueano que tienen los indios para su entrada y robos, sin el cual no pueden hacer nada con acierto. Que lo más del tiempo está ocupado en esta diligencia, y cuando les avisa a los indios, inmediatamente van a dar el golpe, pero con tanta inteligencia, acierto y seguridad que no sucede contratiempo alguno [...] Que tiene los mejores caballos, que los indios le quieren en extremo, y no hacen nada sin él, y que hacía cinco años que estaba entre ellos.

Según lo que había podido averiguar Viedma ([1781] 1938: 536), este personaje "usaba vestido completo de cristiano con lo que no lo echan de ver ni es conocido entre los nuestros". Quizá para los expedicionarios resultaba más pavoroso lo que fuera semejante a ellos que un otro totalmente distinto. Nos preguntamos cómo era percibido ese sujeto "vestido de cristiano": ¿se lo trataba como si fuera miembro de un grupo indígena o como a un traidor por prestar su colaboración? En el relato sobre este personaje, Viedma ([1781] 1938: 536) agrega que utilizando dicho disfraz "este mal hombre nos hace más daño que todos los indios juntos, pues si les faltara [a los indígenas] no habían de dar sus avances tan seguros". Como mencionamos anteriormente, Ortelli (2000) sostuvo que los individuos marginales funcionaban como articuladores de las relaciones con los grupos indígenas en los espacios fronterizos y ese "marginalismo" resultaba "fundamental para el desarrollo de las relaciones interétnicas y para el establecimiento de contactos que generaron influencias mutuas y facilitaron el mestizaje, la integración de algunas pautas" 7. Al respecto, retomamos lo expuesto por Roulet (2006) acerca de que las sociedades indígenas estaban más abiertas que la sociedad hispanocriolla a incorporar individuos, dentro de una lógica mestiza que les brindaba determinados bienes utilitarios, de intercambio y de prestigio entre otros, así como conocimientos sobre los españoles.

Sin embargo, los hispanocriollos que vivían entre los indios no siempre eran colaboradores voluntarios sino que debían atenerse a las circunstancias a fin de salir airosos. Sobre este tema particular, Viedma ([1781] 1938: 520) rememora que dos hombres habían sido perseguidos por los indígenas, quienes al apresarlos, habían matado a uno "y al otro llevaron tierra adentro, no se sabe en qué paraje, que éste que quedó vivo tenía una pistola y enseñaba a los indios, cómo se tiraba". Al respecto, no sólo perduraron registros de los cautivos en poder de los indígenas sino que también pueden vislumbrarse datos sobre ciertos indios que habían vivido entre los hispanocriollos, sobre quienes no siempre queda completamente claro el grado de elección que habrían tenido o la obligación o no de permanecer allí.

Consideraciones finales

En este estudio hemos presentado al espacio geográfico como paisaje construido mediante su utilización, interpretación y apropiación, dejando de lado la perspectiva más generalizada que lo presenta como un desdibujado escenario de las acciones de los grupos étnicos.

Procuramos mostrar que los "intermediarios culturales" resultaron de suma importancia en la configuración del paisaje del norte de la Patagonia, cuyos sentidos eran puestos en juego y reelaborados continuamente por los grupos sociales involucrados (Enrique 2010b). El abordaje etnohistórico nos permitió examinar la cuestión reconociendo una diversidad de actores sociales que comúnmente fue "invisibilizada" por categorías históricas tradicionales, que homogeneizaron a los individuos desdibujando las diferencias específicas. Al respecto, es preciso subrayar que los documentos trabajados fueron escritos por los expedicionarios para ser presentados a las autoridades del Virreinato, de quienes dependían sus cargos, por lo cual la participación de intermediarios como los lenguaraces se encuentra mediada no sólo por las interpretaciones de los propios lenguajes sino por el interés de los autores en condicionar las percepciones de sus superiores. Además, es importante recordar que cada uno de los actores sociales respondía, en última instancia, a sus propias intenciones más allá de los objetivos de las expediciones (Nacuzzi y Enrique 2010). En este sentido, resultó interesante reflexionar acerca del modo en que las interpretaciones sobre el paisaje de cada uno eran mediadas por la visión de los intermediarios culturales.

La perspectiva de la etnohistoria nos resultó de utilidad para reflexionar sobre los contextos histórico y político en que fueron escritos los relatos. Por su parte, la consideración del marco teórico de la Arqueología del Paisaje nos posibilitó pensar en el paisaje como un concepto contextual que da cuenta de un sistema histórico y político (Criado Boado 1995). En este sentido, coincidimos con Hirsch (1995) quien propone que el contexto histórico-cultural reviste una importancia fundamental en el análisis del paisaje, ya que éste surgiría de un proceso cultural -muchas veces negado debido a su conceptualización como algo estático.

De este modo, subrayamos la importancia del contexto socio-histórico para comprender las referencias brindadas por los expedicionarios y los efectos de su relación con los "otros". En base a esto, analizamos los modos en que los viajeros percibían y utilizaban el territorio y reconocimos aquello que interpretaban como "familiar" o asociaban a algo que conocían y aquello que distinguían como ajeno a su propio entorno. Con este fin, recurrimos a las contribuciones de Rose (1995) referidas a los vínculos entre las impresiones sobre los lugares y la configuración identitaria.

Además, destacamos la necesidad de los viajeros de contar con baqueanos para sobrevivir, otros que conocían la región y pertenecían a los grupos indígenas -aunque podían ser hispanocriollos refugiados entre ellos. Ciertos intermediarios culturales como los lenguaraces y los baqueanos resultaban figuras clave para los hispanocriollos, tanto para sobrevivir como para conocer los paisajes ajenos. Particularmente, es preciso tener en cuenta la relevancia de los lenguaraces con respecto a sus identificaciones con los distintos grupos en función de compartir un lenguaje en común. En relación con este tema, consideramos sugerente reflexionar sobre el planteo de Navarro Floria y Nacach (2004) quien expresa que "la frontera constituía un mundo realmente desconocido, o conocido pero invisibilizado en la escritura de sus visitantes como estrategia de construcción de un orden diferente". Además, sería interesante profundizar el análisis abordando las dinámicas propias de "fronteras interiores", teniendo en cuenta el cuestionamiento de Roulet (2006) a esta adjetivación como modo de descalificar las fronteras entre los distintos grupos indígenas.

Por último, este análisis nos permitió exponer la influencia que han desempeñado los intermediarios culturales en las percepciones y usos del paisaje de los hispanocriollos. Mostramos que las representaciones sobre el territorio de los autores de los documentos estaban condicionadas también por las percepciones de otros actores sociales participantes. Incluso, algunos de estos personajes que afectaban las interpretaciones de los funcionarios coloniales permanecían "desdibujados" en su situación ambigua, al no pertenecer completamente a la sociedad hispanocriolla ni a la indígena. Resulta indispensable superar el análisis dicotómico e incorporar la diversidad de personajes que funcionaban como "intermediarios culturales", teniendo en cuenta los aportes de Gruzinski (2000) sobre la necesidad de trascender el sesgo biologicista para entender el mestizaje y el planteo de Ratto (2005a) acerca de si existe algo en la frontera que no sea mestizo. Consideramos que es preciso pensar estos territorios como espacios de negociación interétnica, reconociendo los modos en que eran construidas las representaciones sobre el paisaje en las fronteras mestizas tardocoloniales a través de las interrelaciones entre las distintas sociedades.

Agradecimientos

A la Dra. Lidia Nacuzzi por su atenta lectura y los comentarios críticos sobre el manuscrito. Agradezco también las cuidadas sugerencias de los evaluadores. Este trabajo fue realizado con el apoyo de los subsidios otorgados por la Universidad de Buenos Aires (UBACyT F105) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET PIP 0026).

Notas

1. Al respecto, según Quijada (2002a) la frontera bonaerense, autoritaria y militarizada, también se caracterizaba por una movilidad escasamente disciplinada, un débil control estatal y un acceso directo a los medios de subsistencia.

2. José Cardiel y Thomas Falkner fueron contemporáneos pero los escritos de este último recién fueron publicados en 1774, pese a que las referencias habían sido obtenidas dos décadas atrás.

3. En este sentido, Luiz (2006) plantea que Villarino aportó a la geografía de la época una imagen del río Negro perfeccionada con respecto a la brindada por Falkner pues describe ciertas redes económicas del norte de la Patagonia y sus articulaciones con el mercado colonial.

4. La relevancia de estos distintos grados de conocimiento sobre el territorio ha sido abordada en trabajos previos (Enrique 2010a, 2010b, 2011).

5. El término "aucaces" -o "aucas"- se ha interpretado asociado a la idea de "rebelde" o "alzado" y en relación con los indígenas de la región pampeano-patagónica. No obstante, Nacuzzi (1998) cuestionó el uso de estos términos de modo generalizado, señaló que los rótulos de "pampas" y "aucas" eran usados indistintamente en los documentos del siglo XVIII. Por esta razón, dicha autora consideró que los gentilicios adjudicados por los viajeros no eran completamente confiables, ya que no constaba la procedencia de los mismos -es decir, de un miembro del grupo, de un tercero o del propio autor. Por ejemplo, para los españoles, los grupos de las sierras de la Ventana eran "pampas" o "aucas" indistintamente; para los indios, "auca" aludía al peligro que esa gente representaba para los españoles y eran los amigos del cacique Calpisqui del oeste de las sierras. Además, Nacuzzi sostuvo que los autores de los diarios de viaje trabajados buscaban facilitar la convivencia y el trato pacífico con los indígenas, más que delimitar las agrupaciones. Así, los distintos narradores organizaban de maneras diferentes a los grupos indígenas, sus caciques y localizaciones respectivas, teniendo en cuenta el grado de conocimiento acerca de los mismos que poseían.
Por su parte, la "lenguaraza" citada utilizaba el vocablo "auca" siendo ella misma de procedencia indígena, aunque posiblemente el uso de ese término presentaba estrecha correspondencia con el hecho de que sus interlocutores fuesen españoles. Consideramos que la "lenguaraza" aludía a un grupo de indígenas identificándolos como "peligrosos" en relación con la comitiva de expedicionarios a fin de obtener ciertas ventajas personales, como lograr la protección de Basilio Villarino.

6. En este ejemplo se explicita que el cacique Francisco tenía como esclavo a otro indígena, lo cual hecha luz sobre las relaciones de poder y desigualdad al interior de los grupos de indios, la cuestión de la autoridad puede profundizarse en el trabajo de Bechis (2008).

7. Al respecto, Ortelli (2000: 194) sostuvo que durante la segunda mitad del siglo XIX, "los cautivos eran empleados como esclavos, como parte del comercio intertribal, como rehenes, mensajeros y ofrendas de paz y eran muy valorados a la hora de obtener rescates". En relación con el siglo XVIII, Nacuzzi (2011) dio cuenta de las dificultades metodológicas para conocer el devenir de la mayoría de los desertores, debido a las intenciones de los funcionarios coloniales de desdibujar las fugas y la escasez de mano de obra frente a sus superiores.

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Fecha de recepción: 13 de octubre de 2011.
Fecha de aceptación: 20 de abril de 2012.

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