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Sociohistórica

versão On-line ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.28 La Plata dez. 2011

 

ARTÍCULOS

Las acciones colectivas de protesta y el conflicto social en la Argentina de 1990. Apuntes sobre sus caracterizaciones

Matías Artese

Sociólogo, becario posdoctoral CONICET. Instituto de Investigaciones Gino Germani, FCS, UBA.


Resumen: El presente artículo tiene por objetivo revisar algunos de los conceptos principales de las corrientes teóricas de la protesta y el conflicto social aplicadas al caso argentino durante la década de 1990. Los ejes principales de estudio giran en torno a cómo fueron caracterizados los sujetos, las identidades y las metodologías de la protesta por parte de la bibliografía sociológica local. Finalmente, el artículo propone al enfrentamiento como unidad histórica de análisis, como intento de abarcar los tres ejes de estudio mencionados.

Palabras clave: Protesta social; Movimientos sociales; Conflicto social; Caracterizaciones.

Abstract: This article aims to review some of the main concepts of the theoretical currents of social protest and conflict applied to the case of Argentina during the 1990's. The main areas of study will be how subjects, identities and methods of protest have been characterized by the local sociological literature. Finally, the article proposes confrontation as the historical unit of analysis and as an attempt to cover the three above mentioned areas of study.

Key words: Social protest; Social movements; Social conflict; Conceptual characterizations.

Protest collective action and social conflict in Argentina in the 1990s. Notes on their conceptual characterizations.


 Introducción

¿Qué relaciones se pueden tejer entre la producción teórica relativa a la protesta y el conflicto social, y los casos que efectivamente sucedieron en el país? Esta es la pregunta principal que motiva y atraviesa el presente artículo, en el que se pretende exponer y discutir algunas de las principales características con las que fueron estudiadas las acciones colectivas de protesta durante la década de 1990.
En una primera parte expondremos algunos de los rasgos de las corrientes teóricas contemporáneas en el estudio de la protesta y el conflicto social. En seguida se tratarán, en tres apartados, lo que consideramos los ejes principales de análisis en la producción sociológica local. En esos ejes iremos discutiendo las conceptualizaciones específicas provenientes de las teorías de la acción colectiva y los movimientos sociales aplicadas al escenario del conflicto social nacional. Así, en la exposición interpondremos consideraciones que intentarán integrar a los hechos de protesta, tratados en un proceso amplio de conflictividad, como partes de una totalidad en movimiento antes que como ciclos aislados.

Las perspectivas teóricas en cuestión

A distancia de las teorías de la sociología funcionalista, a partir de la década de 1960 se pueden reconocer dos grandes ejes en el estudio de la acción colectiva. Siguiendo la distinción hecha por Schuster (2005), Rebón (2006) y Viguera (2009), encontramos la escuela europea que coloca el acento en el estudio de la construcción de identidades y de redes de relaciones solidarias en torno a esas acciones colectivas, y que conforman un sujeto colectivo que trascienden a esas mismas acciones. En palabras de Munck (1997: 3), "los teóricos europeos de los 'nuevos' movimientos sociales, al contrario de los americanos, se caracterizaron por basar sus análisis en una noción más estructural de la identidad colectiva o de la identidad". De modo que estas investigaciones tratan de dar respuesta al por qué de las acciones colectivas, en un período que comienza a dejar atrás un "viejo paradigma" en el que la clase obrera era considerada sujeto protagónico del conflicto y el cambio social.
Así, los nuevos movimientos sociales son caracterizados por la espontaneidad y por objetivos de movilización que integran "nuevos problemas" por los cuales movilizarse: género, derechos humanos, ecología, etcétera. El eje del análisis se traza sobre la conformación particular de identidades que, mediante el involucramiento personal y afectivo, se constituyen como organizaciones –identidades colectivas– con cierta continuidad en el tiempo y extensión en el espacio (Schuster, 2005: 48).
Por otra parte, la escuela norteamericana retoma las acciones colectivas de protesta propias de la sociedad postindustrial, como formas racionales impulsadas por individuos organizados que gestionan una "movilización de recursos" humanos, materiales, logísticos, etcétera. para obtener un fin. Se coloca en primer plano las redes construidas entre movimientos sociales e instituciones, y las características operativas que emplean dichos movimientos en relación a sus fines. Según Jenkins (1983) y Munk (1997), esta perspectiva pone el foco en la ejecución de acciones racionales capaces de adaptarse a diversas coyunturas, cuyos logros están supeditados al conflicto de intereses que se plasman en relaciones de poder institucionalizadas. Además, la intención es examinar la variación de los recursos utilizados por los movimientos, el grado de condicionamiento del apoyo de diversos sectores de la sociedad y la relación establecida por las autoridades en su pretensión por controlar o incorporar a aquellos movimientos (McCarthy y Zald, 2002: 1213). Esta lectura utilitarista –en cuanto a la maximización conciente de elementos que se desplegarían para obtener un fin beneficioso para la totalidad de un grupo– se aplica fundamentalmente en aquellas organizaciones con fuerte centralización en su estructura interna.
Posteriormente se introdujeron otras variables como "los cambios en la 'estructura de oportunidades políticas', la existencia de estructuras previas de movilización, la creación de 'marcos de acción colectiva' y la conformación de repertorios estables de acción" (Viguera, 2009: 12). En conjunto se trata de análisis centrados en conocer cómo se organizan esos movimientos y así consiguen respuesta a sus reivindicaciones, dejando en un plano secundario el contexto histórico en el que se desarrollan.1
El concepto de estructura de oportunidades políticas es un intento de explicar la acción colectiva más allá de las condiciones estructurales, ya sea la pobreza o el nivel de necesidades insatisfechas; es decir, los movimientos no se constituirían como mera reacción automática a situaciones socioeconómicas desfavorables. Tarrow (1997: 148) dirá que "lo que varía ampliamente con el tiempo y el lugar son las oportunidades políticas, y los movimientos sociales están más íntimamente relacionados con los incentivos que éstas ofrecen para la acción colectiva que con las estructuras sociales o económicas subyacentes". Para el autor los primeros teóricos en estudiar estas dimensiones se inscriben en el materialismo histórico –advertencia que no suele ser común en la bibliografía local–: fueron Marx, Engels, Lenin y Gramsci los que se dedicaron a estudiar sistemáticamente la movilización mediante la teoría de la lucha de clases, introduciendo el concepto de estructura de oportunidades políticas (36-40).2
En el espectro local, existe una amplia gama de trabajos que retomaron y aplicaron los conceptos mencionados a las acciones de protesta a lo largo de la década de 1990. Detenernos en ese período no es una decisión aleatoria: es allí cuando se registra una alta frecuencia de diversas acciones de protesta en todo el país: un total de 7643 hechos entre 1993 y 2001, según estudios de Cotarelo e Iñigo Carrera (2004). Además, se trata del período sobre el cual se volcaron muchos de los conceptos mencionados.
Diferenciamos tres ejes conceptuales que aquí desglosamos con fines analíticos: los dos primeros concernientes a la constitución de un sujeto colectivo en el desarrollo de la protesta social, en particular en los Movimientos Trabajadores Desocupados y en el Movimiento Piquetero –quizás dos de los principales protagonistas del esquema de conflicto en ese período–; y el tercero referido a los recursos y repertorios desplegados en aquellas acciones. A saber: I- Acerca de los actores involucrados en la protesta. El concepto de "nuevos movimientos sociales" fue aplicado para dar cuenta de un conjunto de actores y de objetivos heterogéneos y multifacéticos en el reclamo, en contraste con las movilizaciones populares precedentes –en particular con el movimiento obrero organizado y la movilización sindical–. II- Estrechamente relacionado al punto anterior, los sujetos con motivaciones y objetivos similares y con la construcción de determinados lazos sociales habrían plasmado una identidad que los definió en las protestas. Dimensión tomada para rastrear el por qué de ciertas acciones colectivas de protesta. III- Por último, se ha focalizado sobre lo novedoso de los repertorios, formatos o herramientas utilizadas en las manifestaciones, en particular el corte de rutas. Este aspecto se rescata para elucidar el cómo de la acción. Veamos.

Acerca de los nuevos sujetos y objetivos de la protesta

Autores como Schuster y Pereyra, (2001); Scribano y Schuster (2001); Svampa y Pereyra (2003); Schuster et al (2006), consideran a los manifestantes de las protestas de los años en cuestión como sujetos que renovaron el escenario político nacional. Coinciden en que la figura sindical en el reclamo frente al Estado fue cediendo ante el surgimiento de una nueva red diversa de movimientos sociales. Las protestas pasaron a estar protagonizadas por un abanico heterogéneo de inequidades y desigualdades que dieron cuenta de una diversificación y de una "singularización de la protesta, una multiplicación de actores y desarticulación de las identidades tradicionales" (Schuster et al, 2006: 10). Así, fueron caracterizadas como provenientes de una "matriz cívica", escindida de los reclamos sindicales o clasistas de décadas pasadas.3Esos reclamos, además, se habrían desperdigado en grandes movilizaciones que sin embargo no pudieron poner en jaque al orden económico imperante durante el menemato (Scribano y Schuster, 2001).
El avance de las medidas neoliberales y la explosión del hiperdesempleo habrían influido en la desarticulación de la presencia de trabajadores asalariados como núcleo de los reclamos sociales. En ese plano, Javier Auyero considera que surgieron "nuevos actores (desempleados) y nuevas demandas (puestos de trabajo o subsidios de desempleo), y cambia el blanco de las demandas: de reclamarle al Estado nacional la protesta se traslada al ámbito provincial".4 En este marco que menciona el autor, los Movimientos de Trabajadores Desocupados y luego el Movimiento Piquetero habrían renovado el arco de la protesta social al conformar las fracciones más movilizadas de los sectores subordinados.
Pero, ¿son tan nuevas estas personificaciones en el conflicto social?, ¿cuán diluidas quedaron las contradicciones consideradas clásicas?, ¿qué tan desplazados quedaron los sindicatos o los trabajadores ocupados en el período que nos convoca?, ¿debemos referirnos a una renovación real de esa escena, y del ingreso de actores absolutamente nuevos?5
Desde ya, la superpoblación relativa no es una novedad en el capitalismo, sino parte integrante de su desarrollo. Lo que sí debe destacarse es la organización política en torno a esta condición eventual que adoptan los trabajadores en épocas de crisis, es decir, su condición de expulsados del mercado de trabajo. Sin embargo, debemos mencionar que la organización de los trabajadores desocupados ya ha tenido experiencias en el país en la década de 1930, de la mano de militantes anarquistas y comunistas que impulsaron la organización de los desocupados frente a la crisis capitalista de entonces.6 Más allá de esto, obviamente la organización de trabajadores desocupados en la década de 1990 tiene particularidades que es necesario destacar, como por ejemplo su constitución política autónoma e independiente de partidos políticos o sindicatos en muchas de las agrupaciones que constituyeron el movimiento. El problema, entendemos, es que se vincula estas organizaciones con el resto del arco de "nuevos" movimientos sociales que habrían dejado atrás el paradigma "clásico" de conflicto, al tiempo que se lo ubica como uno de los sectores más movilizados. Contrastemos estas apreciaciones.
A partir de las alianzas gestadas en los sectores populares movilizados, Cotarelo e Iñigo Carrera (2004) realizan una periodización del conflicto social dividida en: un período ascendente de luchas (de diciembre de 1993 a agosto de 1997), uno descendente (septiembre de 1997 a diciembre de 1999) y uno final y nuevamente ascendente (diciembre de 1999 a diciembre de 2001). En estos tres períodos la intervención de organizaciones sindicales es de un 51%, 31% y 33, 5% respectivamente. Mientras que las manifestaciones protagonizadas por agrupaciones vecinales, étnicas, religiosas, villeras, de Derechos Humanos, de pequeños propietarios, de familiares de víctimas, profesionales, ecologistas, etcétera. representan el 6%, 9% y 6,5% respectivamente. Entre esos años (1993-2001) los autores observan que el 55 % de los hechos de protesta están protagonizados por asalariados, tanto ocupados como desocupados. Dentro de estos, los trabajadores ocupados representaron más del 65%, mientras que el 17 % refiere a trabajadores desocupados. A su vez, casi el 40% de los hechos fue convocado por organizaciones sindicales (Iñigo Carrera, 2005: 2). De modo que el sector sindical lejos está de haber quedado desplazado del amplio arco de la protesta social, confirmándose como una de las organizaciones con mayor convocatoria en relación al resto de las organizaciones. De hecho su presencia se tradujo en 9 huelgas generales durante la década de 1990 –de un total de 38 realizadas desde 1979 a 2002–, y una de ellas en 1996 "reunió a 70 mil personas en Plaza de Mayo, en lo que fue considerada por el diario La Nación, la segunda más numerosa movilización política de la década" (Iñigo Carrera, 2007: 92). Debemos aclarar sin embargo que las huelgas convocadas por la CGT fueron cinco, y ninguna incluyó movilización; mientras que tres de esas huelgas se dieron a lo largo de 2001 (Piva, 2009: 35).
En una investigación dirigida por Schuster (2006: 37) se arrojan datos similares en lo que respecta a la participación sindical: los gremios y sindicatos que intervienen en las protestas entre 1989 y mayo de 2003 representa el 49%, mientras que entre los años 1998 y 2002 dicha marca baja al 26% del total. Luego se menciona en segundo lugar a un heterogéneo conglomerado caratulado como "organizaciones civiles", con un 35% de acciones de protesta.7 Sin embargo, si nos referimos a los objetivos de aquellas acciones encontramos que las demandas económicas, laborales, salariales y políticas suman el 64% sobre el total.8 Se trata de valores que difícilmente podrían calificarse como "residuales".
Entonces, si bien es posible y necesario reconocer la diversidad de los conflictos y de los sujetos que allí participan –que ciertamente existe–, pretendemos revisar el carácter que se les otorga. En tal sentido, Gómez (2007) relativiza lo novedoso de las formas de incursión social de los movimientos de desocupados de Argentina, sus objetivos y su estrategia en los conflictos de la década de 1990:

"es necesario reintegrar la historia de los movimientos de desocupados en la historia de los cambios de las luchas de clases en la década del '90. La perspectiva de largo plazo permite ver procesos de constitución menos 'puros' y lineales pero más precisos en la detección de los pasajes, en los aprendizajes y adaptaciones continuas al contexto". (Gómez, 2007: 135)

El movimiento piquetero entonces sería inconmensurable sin considerar la influencia del movimiento obrero en su conformación y en el co-protagonismo en la arena pública. Insistir en una supuesta frontera que divide "nuevos" de "viejos" movimientos implica hacer al menos dos consideraciones. La primera, siguiendo a Seoane et al (2009: 10), se tiende a establecer un paradigma de explicación en el cual se relativizan las contradicciones del sistema económico social imperante, pues los objetivos centrales de la protesta se alejarían de los "viejos paradigmas". Así, el foco en la entrada en escena de una diversidad y multiplicidad de actores sociales y objetivos "camuflaría" el proceso de degradación y desigualdad social propios de la economía capitalista. Subrayamos, además, que los sectores postergados también han planteado cuestionamientos a las contradicciones sistémicas y han bregado por la construcción, en diversas coyunturas, de una fuerza social con objetivos –seguramente disímiles– de cambio social.9
En segundo lugar, se corre el riesgo de eludir el hecho de que las protestas, los sujetos que en ellas participan y sus objetivos son parte inalienable del desenvolvimiento histórico-concreto del conflicto social. Allí donde se observan manifestaciones en espacios y tiempos diversificados o desconectados, es posible rastrear mediante una lectura holista un mismo camino de experiencias, formas y magnitudes de las luchas que abarcaron todo un período. Es decir, episodios que forman parte de un proceso de resistencia heterogéneo pero al mismo tiempo contínuo. Iñigo Carrera y Cotarelo (2001 y 2003) y Klachko (2008) observan esta característica al afirmar, lejos de la idea de atomización, que existe una "evolución" en el ciclo de protestas durante la década de 1990: de las manifestaciones cercanas a la figura del motín o de formas espontáneas de lucha a acciones más organizadas, constituyéndose en instancias de lucha más sostenidas y sistemáticas.

Acerca de la conformación identitaria de los sujetos que protestan

El ciclo de protestas a lo largo de la década de 1990 habría sido, para una parte de la producción sociológica, el marco de renovación del arco de identidades de los sujetos que se manifestaron. El corte de rutas y calles, una de las características principales que se adoptó en la protesta social reciente, es quizás el eje principal de esa conceptualización: esa acción por sí misma trascendió cualquier otro tipo de condición previa de los sujetos que los llevaron a cabo: la condición social (o estructural) del desocupado se transformó en la identidad política del piquetero (Schuster, 2005: 52). Es lo que Massetti (2004b: 1) llama "hipótesis del reemplazo": "la disolución del Estado de Bienestar se convierte en dinámicas positivas de encuentro social", habilitando un viraje identitario de quienes se movilizan centrado en la figura del desocupado y del piquete como forma predominantes de la protesta. Esto se aplica al caso de las protestas neuquinas de junio de 1996 y marzo de 1997, considerados "hitos" en las luchas populares recientes. A partir de allí, siguiendo al autor, se expandió una "identidad piquetera" fundada en una serie de acciones en un nuevo teatro de operaciones: la calle en vez de los lugares de trabajo.
De manera similar, Barbetta y Lapegna (2001: 241) señalan que los primeros cortes de ruta acontecidos en el norte salteño a partir de 1997 fueron posibles gracias a "una acción que involucra una identificación colectiva, un 'nosotros' en tanto se dio un proceso de solidaridad, [...] como una construcción interactiva y compartida". Svampa y Pereyra (2003) remarcan esta idea al afirmar que los piqueteros surgieron como definición alternativa a la indignidad que presentó la figura del desocupado, adquiriendo "un poder desestigmatizador que facilitó la inclusión de esos sectores en las organizaciones" (32). Representaron "un elemento de identificación positivo para quienes cortan rutas como recurso para hacerse visibles y para recuperar algún medio de presión y de negociación" (135). En esta línea Scribano (1999) habla de una "demanda de subjetividad" y de identidad, es decir, la presencia activa en el espacio público de los sectores subordinados que en sus prácticas y discursos resumen el reclamo de una igualación de derechos.
Esta activación de redes y de conformaciones identitarias plasmada en el corte de rutas determinó que las organizaciones se autodefinan como piqueteros. Ese carácter identitario llegó a consolidarse con la formación del "movimiento social piquetero" integrado por numerosas agrupaciones de trabajadores desocupados en distintos barrios y ciudades del país, con una organización interna específica y con una red inter-agrupaciones que logró diversos mítines y congresos nacionales a lo largo de un desarrollo que llevó varios años.
Pero la personificación del piquetero responde a una coyuntura particular que no excluye dos aspectos que creemos importantes considerar: el primero es relativo a su forma, o la influencia de otras identidades previas; y segundo es relativo a su contenido, o el carácter negativo y no sólo reivindicatorio que operó durante su formación.
En primer lugar es posible rastrear una militancia partidaria o sindical en la inscripción política de la historia de vida de muchísimos de los integrantes de este nuevo movimiento. Salvo en aquellos jóvenes que se insertaron a los movimientos y que carecían de una historia previa de activismo político, es el caso de los numerosos Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) del conurbano bonaerense, en donde muchos de sus integrantes poseen un camino previo en la militancia territorial, política y gremial a lo largo de las décadas de 1970 y 1980. Si nos detenemos en la provincia de Salta, la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD) de General Mosconi –organización usualmente retomada como "paradigma" para aplicar el concepto de nuevo movimiento social– fue y es impulsada por miembros con militancias sindicales y partidarias previas que incluso trascendieron su activismo en el movimiento de trabajadores desocupados, logrando un lugar importante en la representación de trabajadores en relación de dependencia. Es el caso de trabajadores de la construcción, la energía eléctrica, saneamiento público o el petróleo, que canalizaron sus reclamos laborales mediante esta organización antes que con sus propios sindicatos. Teniendo en cuenta el carácter disruptivo de la UTD tanto con el gobierno local y con las multinacionales que operan en la región, podríamos decir que adquiere "rasgos que sin dejar de ser originales, se asemejan más a los de una organización sindical combativa que a un nuevo movimiento social" (Benclowicz, 2009a: 2). De modo que, si tenemos en cuenta la multiplicidad de sujetos y experiencias involucradas en la alianza de asalariados ocupados y desocupados que impulsaron este tipo de protestas, deberíamos hablar de una "mixtura de identidades".
En segundo lugar, este espacio de significaciones y representaciones está inmerso en un carácter relacional, es decir, identidades construidas en una matriz social y política determinada por el conflicto.10 Por lo cual, esas identidades no sólo están en constante construcción e interacción dentro de los mismos espacios en donde se gestaron, sino que también entran en perspectiva con las representaciones generadas fuera de las propias agrupaciones, en un espacio de permanente fricción con sectores antagónicos.11 De allí que la imagen "exitosa" del entonces naciente movimiento piquetero hacia mediados de la década de 1990 (Massetti, 2004a), o la "identificación positiva" y "desestigmatizadora" (Svampa y Pereyra, 2003) entre los manifestantes, permanentemente fuera "puesta a prueba" por una simbología dominante que se encargó de revertir y estigmatizar esos significados.12
¿Fue posible la sistemática penalización de manifestantes sin ese bagaje de identidades negativas que apuntó a deslegitimar y condenar a los sujetos protagonistas de las protestas? Los miles de procesamientos a militantes sociales en los primeros cinco años del nuevo siglo (Svampa, 2005; Svampa y Pereyra, 2005), dan cuenta de la expansión de la reconversión de figuras que emparentaron de manera maniquea a la protesta social con el delito.13La penalización y represión de las fracciones insubordinadas de la sociedad y la caracterización negativa de las identidades sociales y políticas de sus portadores representan la construcción de un otro peligroso en el que recaen figuras relacionadas a la vagancia, el activismo rentado, lo delictivo, lo foráneo o infiltrado. Figuras que incluso exceden las esferas judiciales, que han sido profusamente difundidas en medios masivos de información, y que por cierto no son novedosas en la historia del conflicto social en el país. Las mismas constituyen parte esencial del enfrentamiento ideológico en el que se inserta la construcción de identidades, y que también debe ser tenido en cuenta.
Reconocemos entonces que las identidades constituidas al calor de las protestas recientes deben considerarse en un contrapunto en el cual intervienen tanto identidades de militancias y organizaciones previas, como una representación construida desde otros sectores de la población en contraposición a la generada por los mismos movimientos. Ambos aspectos sugerirían una reconfiguración del espectro de subjetividades en conflicto, antes que una renovación o surgimiento de nuevas identidades.

Acerca del carácter novedoso en las formas de lucha

El concepto de repertorio de la acción colectiva propuesto por el estadounidense Charles Tilly fue rescatado en las lecturas de la protesta social en Argentina para constatar una serie de elementos disponibles y efectivos como los saqueos, cortes de ruta, asambleas populares y demás modalidades no institucionalizadas, provenientes de sectores subordinados movilizados. Metodologías que contrastarían con otras que quedaron en el pasado, como las huelgas o tomas de fábrica, concerniente a la acción sindical predominantemente.
El corte de rutas en particular fue una metodología "protagónica" durante la década de 1990, pero que se sumó a otras manifestaciones consideradas "clásicas" (marchas, huelgas, paros, tomas de edificios, etcétera). Para Cotarelo e Iñigo Carrera, (2004) estuvo presente en el 28% de las manifestaciones durante todo el período 1993-2001, mientras que para Schuster et al (2006), representaron el 10 % del total de hechos de protestas registrados entre 1989 y mayo de 2003. Constituyeron así un repertorio de acción colectiva que dio forma a específicas rutinas de beligerancia (Auyero, 2002); o dispositivos que salieron a la luz dentro de una estructura de oportunidades políticas en el marco de la crisis económica imperante. De modo que "las huelgas en las fábricas dejan su lugar como forma predominante de protesta, a los cortes de rutas nacionales y provinciales" (Auyero, 2003: 46).
Esta metodología también fue considerada un "nuevo formato [combinada con] una nueva modalidad organizativa –la asamblea–" (Svampa y Pereyra, 2005: 347). Auyero reconocerá la influencia del movimiento obrero o del movimiento de tomas de tierras de fuerte raigambre en la zona suburbana en torno a la ciudad de Buenos Aires: "estas 'nuevas formas' no reemplazan a otras, como la huelga y la manifestación callejera, ni pueden ser asociadas simplemente a una demanda en particular como el reclamo de empleo" (2002: 192; 2003: 49).
Pero, ¿qué tan nuevas son estas formas, o repertorios de protesta? Los autores mencionados no escinden diametralmente estas formas de resistencia con otras pasadas: "se centran en los hábitos de beligerancia adoptados por los distintos actores, en las formas que toma la acción colectiva como resultado de expectativas compartidas e improvisaciones aprendidas" (Auyero, 2002: 189). Así se plantea que una situación de descontento social, de marginalidad o pobreza no es suficiente para explicar una acción colectiva de protesta, sino que es necesario rastrear una serie de experiencias socialmente compartidas para que puedan ser dispuestas como herramienta de lucha. 14 En tal sentido, Giarraca y Bidaseca consideran que debe tomarse en cuenta la permanencia de una "memoria colectiva" de los reclamos. Las autoras se remiten al llamado "Grito de Alcorta", la rebelión agraria de 1912 en el sur de la provincia de Santa Fe que diera origen a la Federación Agraria Argentina. Esta protesta que también se materializó en la interrupción de caminos se suma a otras experiencias para ser "actualizadas en años recientes a través de la memoria generacional" (2001: 34).15
Las apreciaciones de los autores se inscriben en la idea de que existe una persistencia de herramientas de lucha, premisa señalada por Tarrow (1997: 51): "los trabajadores saben cómo hacer una huelga porque generaciones de trabajadores la han hecho antes que ellos; los parisienses construyen barricadas porque las barricadas están inscritas en la historia de las revueltas de esta ciudad". Sabemos que la barricada o piquete fue utilizado reiteradamente en los últimos años por trabajadores desocupados y ocupados, y que dicha "herramienta de lucha" no se origina en sentido estricto en la década de 1990, como tampoco es propio solamente de los sectores populares de Argentina. Sin embargo, buena parte de la bibliografía revisada elude una genealogía en la historia del conflicto social a nivel nacional –en particular de aquellos episodios de conflicto de la década de 1960 y 1970, considerados "clasistas"–, presentando a las protestas recientes como obra de nuevos sujetos que disponen de repertorios carentes de una historia previa concreta.
Barbetta y Lapegna (2001: 238) consideran que una de las diferencias fundamentales entre las herramientas de lucha dispuestas en la década de 1990 con respecto a las realizadas en décadas anteriores en el país (particularmente la década de 1970) está basada en un factor de permanencia: los cortes se realizan durante varias jornadas y no sólo una, en hechos masivos que toman forma de "puebladas", adjudicadas al movimiento piquetero (Svampa y Pereyra, 2005: 354).16 Sin embargo, aquellas manifestaciones populares hoy conocidas con el sufijo "azo" también involucraron a decenas de miles de personas, en ocasiones durante varios días. Podríamos referirnos a otros episodios ocurridos a lo largo del siglo XX, pero remitámonos sólo a aquellos que consideramos más significativos en la historia reciente. La interrupción de vías de comunicación, además de ser un dispositivo de posicionamiento territorial y combate presente de manera sistemática desde fines de la década de 1960 y en la primera mitad de la década de 1970 –fundamentalmente durante los Cordobazos, los Rosariazos, el Mendozazo y los Tucumanazos–, fue también utilizada en pugnas gremiales y laborales. 17 Durante las tomas de fábricas, los piquetes impidieron el acceso a las plantas e interrumpían el proceso productivo, o también eran utilizados como barrera de contención en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.18 Tanto en aquellas insurrecciones populares como en las luchas gremiales mencionadas, la toma de la vía pública como campo de contienda –las barricadas, cortes de calles y rutas– también estuvieron presentes.
Se podría advertir con razón que en aquellos episodios los sujetos principales que invocaban a las manifestaciones eran organizaciones partidarias o pertenecientes al movimiento obrero y estudiantil agremiado, diferenciándose de las manifestaciones acontecidas en la década de 1990. Sin embargo, en las puebladas de principios de los setenta también se registró una intervención plural y heterogénea de distintos sectores de la población con diversos intereses.19 Mientras que por otra parte, muchos de los cortes de ruta de la segunda mitad de los noventa también se debieron a la participación de sindicatos y agrupaciones partidarias (es el caso del sindicato de trabajadores de la educación en Neuquén en 1997, de trabajadores del Estado en Jujuy en ese mismo año, o de sindicatos de la administración pública, de docentes y de judiciales en la ciudad de Corrientes durante todo el año 1999). Lógicamente, también participaron diversos y heterogéneos sectores de la población en esas protestas como en las acontecidas en el norte salteño de 1997 a 2001, o en el conurbano bonaerense en igual período.
Izaguirre y Aristizábal (2002) también sostienen que las formas de lucha de las fracciones obreras durante aquellas puebladas de la década de 1970 fueron las asambleas, las marchas, movilizaciones y la ocupación de rutas y calles. Esto se extiende incluso luego de las dictaduras de Onganía y Lanusse: si bien la abrumadora mayoría de las acciones fueron en lugares de trabajo y sedes sindicales, la ocupación de la vía pública representa un 9% en el total de hechos de conflicto desde la asunción de Cámpora (25/5/1973) hasta mediados de julio de 1975. Un registro prácticamente equivalente al obtenido por Schuster et al (2006) sobre el período 1989-2003.
Incluso en el período comprendido entre los meses de julio a octubre de 1973 (presidencia Lastiri), las movilizaciones en rutas y calles ocuparon el 12,3 % del total de hechos de ese período (Izaguirre y Aristizábal 2002: 48, cuadro 6). Si bien estrictamente no hablamos de piquetes, en esta coyuntura también existieron territorios sociales que incluyeron "no sólo la 'toma', sino también el paro, la asamblea, la reunión, el petitorio. [...] Por ello, la definición 'social' de la posesión de un espacio es un dato insustituible cuando se trata de comprender las luchas entre clases o fracciones" (Izaguirre y Aristizábal, 2002: 47-48).
Podemos destacar, sin embargo, dos aspectos en el corte de rutas como método de enfrentamiento que se diferencia de aquellas luchas precedentes: 1) con respecto a la frecuencia de su utilización y el uso dado en los conflictos, y 2) el carácter que adquiere en distintas coyunturas.
1) Se han registrado miles de cortes de ruta en pocos años, condicionados por una etapa de masiva destrucción de puestos de trabajo. Con la utilización de la interrupción de caminos se marcó el posicionamiento territorial como medida de presión más efectiva, y así muchos de los conflictos pasaron a estar determinados por ese dispositivo. Frente la lucha en las calles de fines de 1960 y comienzos de 1970, en el que la barricada o piquete estaba supeditado a un recurso táctico dentro de un arsenal mayor de tipos de enfrentamiento (huelgas, ocupación de establecimientos, marchas e inclusive el enfrentamiento armado).
2) Lo que nos señala, en segundo lugar, la diferencia con respecto al carácter político que adopta la metodología usada. Los cortes de ruta más recientes se presentaron como herramienta en una serie de luchas defensivas: de las condiciones de vida, por la recuperación de bienes materiales básicos para la supervivencia y de inclusión a un modelo expulsivo del mercado de trabajo. Frente a las metodologías de lucha de décadas anteriores llevadas a cabo durante dictaduras militares en un período de alza del conflicto político, sindical y estudiantil; en un posicionamiento contestatario a las burocracias sindicales, a las patronales, a la persecución política y al modelo económico que imponían las Fuerzas Armadas aliadas a la burguesía local e internacional.
En tal sentido, el carácter "novedoso" del piquete sólo es concebible en una lectura "parcelada" de la historia, o si no se tienen en cuenta los procesos de lucha precedentes en el marco del orden capitalista local. Su novedad radica no en el método en sí mismo, sino en todo caso, en su recuperación y reconfiguración utilizada en una coyuntura política y económica distinta.

El enfrentamiento como unidad histórica de análisis

Hasta aquí hemos expuesto y discutido lo que consideramos los elementos principales en la explicación del ciclo de protesta en la historia reciente del país. Las numerosas protestas registradas durante la década de 1990 –que en algunos casos dieron pie a verdaderas revueltas populares– han sido caratuladas como parciales, aisladas, novedosas. Además de estas coincidencias, los trabajos que abrevan en las escuelas europeas y norteamericana para el estudio los conflictos sociales recientes coinciden implícita o explícitamente en las acciones contenciosas como unidad de análisis. Es decir, en los enfrentamientos.
Sin embargo, los enfrentamientos por sí mismos no nos permiten adoptar un marco teórico en especial para conceptualizar los estadios de conflictividad social. Tanto las teorías de la acción colectiva, de los movimientos sociales o de la lucha de clases no pueden ser determinadas a partir de la clasificación o categorización de una serie de enfrentamientos en un recorte temporal estrecho. Ejemplo de esto lo dan los estudios de la protesta social provenientes de la escuela norteamericana –en particular los trabajos de Tilly y Tarrow–, quienes desarrollan sus ejes conceptuales a través de un análisis historiográfico de largo alcance. Sin embargo, los estudios locales que retoman estas teorías resultaron en análisis tendientes a la atomización de las formas, contenidos y los sujetos que conformaron los hechos de protesta durante la década de 1990.
Podemos referimos al enfrentamiento como unidad de análisis, si se integra a una noción de proceso que no sesgue el análisis del desenvolvimiento de luchas con un carácter histórico. Es decir, que permita eludir obstáculos epistemológicos al considerar a los enfrentamientos como momentos de síntesis histórica, a través de los cuales los conflictos pueden ser comprendidos como parte de una totalidad, de un proceso de lucha más extenso en el cual interviene una historia de enfrentamientos precedente. En el enfrentamiento o encuentr 20 se resumen los intereses en pugna y las personificaciones político-sociales que los impulsan, las acciones, las estrategias adoptadas y las diversas magnitudes y estadios de confrontación.
Adoptar este eje de análisis supone un presupuesto epistemológico: Izaguirre y Aristizábal (2002: 9-10) consideran al enfrentamiento como "el eje heurístico más importante de la vida social. [...] Las diversas versiones vulgares sobre la teoría de la lucha de clases ignoran la mirada dialéctica, y tienen en cambio un sesgo positivista que ha tendido a cosificarla, como si primero existieran las clases y luego su movimiento". Desde otra perspectiva teórica pero refiriéndose también al carácter histórico de la acción colectiva, Tarrow (1997: 142) llega a una conclusión similar: "la acción colectiva ha caracterizado a la sociedad humana desde que existe el conflicto social. Esto es, desde el momento en que puede decirse que existe una sociedad humana".
Es posible sugerir que la dinámica de los conflictos del período revisado expresa una instancia particular de un proceso histórico de lucha de clases; y para ello abandonamos de plano el prejuicio que se suele tener –y se suele atribuir vulgarmente a la teoría marxista del conflicto–: aparentemente sólo habría lucha de clases cuando las "masas de obreros movilizados" se enfrenta a un régimen de dominación burgués impulsando el cambio social. Siguiendo esa imagen reduccionista de la teoría, se habilita "el comentario displicente de que 'la clase obrera ha desaparecido'. [...] [Así,] la presencia ilusoria de los ciudadanos que se movilizan, de un modo que se presenta como 'nuevo', ha sustituido toda referencia a la lucha de clases" (Izaguirre, 2006: 114-115).
Desde ya que al rescatar este concepto no pretendemos descifrar de manera economicista el eslabón que ocupan esas clases en la cadena productiva. En su análisis de las clases sociales en el capitalismo, Poulantzas (1998: 13-16) dirá que "las clases sociales cubren prácticas de clase, es decir, la lucha de clases, y no se dan sino en su oposición [...]. El aspecto principal de un análisis de las clases sociales es el de sus lugares en la lucha de clases: no es el de los agentes que las componen". Es decir, cómo se articulan entre sí en un proceso de enfrentamientos –o de aquellas acciones contenciosas–, el cual permite hablar de un proceso de lucha de clases.

Consideraciones finales

¿Entramos a una renovación del esquema del conflicto social en el período trabajado, en el cual surgen "nuevas" formas, actores e identidades en torno a la protesta? ¿Está definitivamente agotada una perspectiva clasista del problema?
Debemos tener en cuenta que en el período en el que nos detuvimos, la dinámica de la protesta y los sujetos que participaron en ella estuvieron signadas por las contradicciones entre capital y trabajo; que lejos de diluirse, constituyó el eje preponderante del enfrentamiento y de la movilización. De modo que los diversos y heterogéneos episodios de conflicto no escaparon de un sistema de configuración político, económico e ideológico de carácter histórico, en el cual se hace necesario tener presente una genealogía de esas manifestaciones. En tal sentido los entendemos como la expresión de un extenso proceso de resistencia a una expropiación social y económica, en el que el Movimiento Piquetero –uno de los movimientos surgidos del ciclo de conflictividad revisado– se presentó como una de las fracciones más movilizadas de los sectores asalariados en un estadio particular de luchas en el desarrollo concreto del capitalismo en el país.
Como formas de resistencia y organización de los sectores subordinados en la etapa del modelo de acumulación capitalista neoliberal, el análisis sociológico exige no escindir el método de lucha de una historia de luchas precedentes. Tanto el eventual surgimiento de "nuevos actores", como el enfrentamiento de subjetividades y la construcción de identidades a partir de las protestas y la permanencia o reformulación de métodos o "repertorios" de confrontación, nos plantean un escenario de pugna entre sectores con intereses sociales y políticos antagónicos que no está separado de un período más extenso de conflictos y que es necesario revisar.
Es innegable la verificación de un espectro más diverso de objetivos y sujetos en las luchas recientes, pero tanto las movilizaciones menos organizadas hasta las más sistemáticas están condicionadas por los acontecimientos de lucha precedentes. Entendidos así, los episodios de enfrentamiento a los que nos referimos son parte de una historia de disputas en la que es posible adentrarse y comprender la sociogénesis de las fuerzas sociales que en distintas etapas protagonizan el conflicto. El período analizado y las coyunturas políticas y económicas concretas que operaron sobre el mismo, evidencian una diversidad en los grados de desarrollo, en los objetivos y en las personificaciones sociales que formaron parte del ciclo de conflictividad, que no excluye considerarlos como parte de una totalidad y de un proceso más amplio de lucha de clases.

Notas

1 Siguiendo a Galafassi (2007) podríamos decir que tanto la motivación por entender el cómo de las acciones colectivas como el por qué de la constitución de movimientos sociales surgen de entender la realidad social como estable o armoniosa. Las situaciones disruptivas o de enfrentamiento son consideradas foco de atención en la medida en que sean consideradas excepciones en el desarrollo de la vida social, y no como parte elemental del desenvolvimiento de la historia.

2 En el clásico Manifiesto Comunista de 1848, Marx y Engels (1998: 36) señalan que "en general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente, al principio contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y arrastrarle así al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella misma". Análisis que hoy podría tomarse como un ejemplo del estudio de la estructura de oportunidades políticas.

3 Denis Merklen (2005: 38) si bien sigue la lectura que indica la disminución de la intervención sindical en el escenario político, relativiza el carácter dicotómico entre una matriz "cívica" de la protesta frente a otra "sindical", que paulatinamente fue diluyéndose. Ante estos axiomas que colocan al sindicalismo escindido de la ciudadanía y de la lucha por derechos universales, el autor señala que "este tipo de visión deja desnuda a la sociología frente al poder que una teoría de la democracia y de la ciudadanía 'puras' tiene sobre sus autores" (38).

4 Entrevista realizada al autor sobre su trabajo "La protesta". Diario La Nación, 29-06-2002.

5 Retomamos a Marx para advertir sobre las personificaciones sociales que adoptan los sujetos en el capitalismo, y las categorías que pueden llegara incluir esas personificaciones. Considera a las personas "en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase" ("El Capital", Prólogos, p. XV, 1, Fondo de Cultura Económica. Itálicas del autor). En el marco de las relaciones sociales que prevalecen en el capitalismo, el trabajador –desocupado– estará obligado a vender su fuerza de trabajo para subsistir aunque la coyuntura económica y política lo encuentre en una situación de eventual desempleo. Es desocupado como categoría o condición de esa personificación.

6 Ver Iñigo Carrera y Fernández.

7 Es menester señalar que la categoría "vecinos" (que ocupa el 28% dentro de aquel conglomerado), resulta de difícil conceptualización pues, como señala Piva (2009: 39-41) la extracción social y los objetivos de sus demandas condiciona la inscripción política de sus acciones.

8 Desde ya, el cambio en los sindicatos que se movilizan están acordes a la evolución del patrón económico durante el menemato: los otrora poderosos sindicatos industriales no superan en el período analizado el 8% de acciones, mientras que son los sindicatos de trabajadores estatales, de servicios y educativos los que encabezan las movilizaciones con el 79% del total (Schuster et al, 2006: 40).

9 Marín (1981: 23) señala que "la existencia de una fuerza social de carácter antagónico no es un presupuesto, sino que es algo que se constituye históricamente, y uno de los elementos de la definición de estrategia hace precisamente referencia a la constitución de esa fuerza social". Las fuerzas sociales se conforman en torno al enfrentamiento o lucha de clases en tres grandes procesos articulados entre sí: a) el proceso de su constitución, génesis y formación de una fuerza social –que no necesariamente está integrado por un solo sector social sino por una alianza de distintas fracciones de clase-, b) su desplazamiento espacio-temporal y c) su enfrentamiento con otras fuerzas antagónicas. Al respecto, Iñigo Carrera y Cotarelo (2003: 213) consideran que los hitos más importantes de protesta durante la década de 1990 "constituyen momentos de articulación nacional. Tanto el desarrollo de las formas de lucha como el proceso de formación de fuerza social indican [...] un ciclo de enfrentamientos sociales que recorre de lo local a lo nacional [...] El desarrollo de este ciclo no es lineal y contiene momentos ascendentes y descendentes".

10 Como es sabido, los "piqueteros" y "fogoneros" neuquinos (1996-1997), los piqueteros salteños o del conurbano bonaerense (1997-2002), o los "autoconvocados" correntinos (1999) se autodenominaron así a partir de asumirse en conflicto con diversas dirigencias políticas.

11 Massetti (2007: 67) reconoce esto al afirmar que la "identidad es un proceso: no es un producto estático, sino relacional". Esta "representación piquetera", según el autor, se ha ido institucionalizando o cristalizando, no permitiendo una mayor profundidad en el debate sobre las políticas que generan pobreza, etc.

12 En otros trabajos (Artese, 2009 y 2010) verificamos que desde los primeros cortes de ruta existieron estigmatizaciones de tipo moral, política e ideológica provenientes una extensa alianza política y social. El corte de rutas de 1996 fue inmediatamente calificado como una insubordinación popular al margen de la ley, definido por una jueza como delito de sedición. Estas interpretaciones negativas aumentaron de tenor casi de manera directamente proporcional a la expansión geográfica de los episodios de protesta y a la magnitud de los enfrentamientos, llegándose a adjudicar a los manifestantes imágenes vinculadas a la subversión, la infiltración política y las actividades guerrilleras.

13 -Svampa y Pandolfi (2004) señalan que la centralidad que ha venido adquiriendo la problemática de la "inseguridad ciudadana" se ha traducido en una política de criminalización de la pobreza, como aparece ilustrado por el llamado Plan de Protección Integral de los Barrios, que comenzó en noviembre de 2003 con la ocupación por parte de las fuerzas de seguridad de tres grandes villas de emergencia del conurbano bonaerense y que pretende extenderse a otras diez villas más. Esta avanzada conlleva una naturalización de la asociación entre "pobreza" y "delito", categorizando a las poblaciones pobres como "clases peligrosas", distinguiéndolas del resto de la sociedad y señalando sus núcleos habitacionales como mera fuente del delito" (290-291).

14 Esta explicación hermanada al concepto de estructuras de oportunidades políticas es aplicada en el análisis de los ciclos de protesta durante la década de 1990. Pero es posible de utilizar en conflictos de décadas anteriores, e incluso a diversos conflictos desarrollados en la historia del capitalismo (ver cita 2).

15 Agregamos que mucho antes de este hecho acontecido en un territorio estrictamente rural y nacional, las barricadas obreras en la Francia del siglo XIX –en un espacio urbano y en una etapa capitalista industrial ya desarrollada– fueron reiteradamente utilizadas como método de lucha/resistencia contra las fuerzas armadas de la burguesía durante revoluciones y revueltas obreras. Marx hace una detallada descripción de la utilización de esta metodología en las revoluciones de 1848 y 1871 en "Las luchas de clases en Francia (1848 a 1850)", "El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte" y en "La guerra civil en Francia".

16 La caracterización difiere de la realizada en otro de los primeros trabajos que abarcaron estos problemas. Aunque con similares herramientas teóricas, Farinetti (1999) considera que los estallidos y cortes de ruta se distancian de las acciones sindicales –que comandaron el arco de protestas en décadas precedentes– justamente por su baja organicidad y poca permanencia. Lectura cercana a lo expuesto en el apartado sobre el análisis de nuevos actores en el conflicto social.

17 Ver "Lucha de calles, lucha de clases" de Beba Balvé, Miguel Murmis, J. C. Marín et al; "El '69. Huelga política de masas: Rosariazo - Cordobazo - Rosariazo", de Beba y Beatriz Balvé; y "El Tucumanazo" de Emilio Crenzel. Son algunos de las investigaciones que analizan exhaustivamente las rebeliones populares y sus métodos de lucha en Córdoba, Rosario y Tucumán respectivamente.

18 solo como algunos ejemplos, ver Flores, G. (2007): "Lecciones de batalla. Una historia personal de los '70", sobre el proceso de huelgas y tomas de fábricas en el complejo industrial de Córdoba desde 1966 a 1970. También en la entrevista realizada por Néstor Kohan a Antonio Alac, dirigente gremial durante el "Choconazo", la huelga de los obreros de la represa hidroeléctrica del Chocón en la provincia de Neuquén durante los meses de febrero y marzo de 1970. En "Antonio Alac, el Choconazo y las enseñanzas del clasismo", www.rebelion.org.

19 Por solo dar un ejemplo mencionamos al "Rocazo", ocurrido en la localidad de General Roca, Provincia de Río Negro, en julio de 1972. Esta revuelta popular no comenzó teniendo objetivos sindicales o económicos, sino que su raíz se encuentra en un conflicto político entre fracciones de la pequeñoburguesía urbana y de los sectores dominantes locales con el gobierno nacional. La protesta derivó en la incursión del Ejército y en un posterior enfrentamiento durante varios días, al cual se sumaron estudiantes, asalariados y población de los barrios pobres adyacentes.

20 Retomamos nuevamente a Marín (1981: 26): "En toda relación social hay un encuentro, se puede percibir o no, pero se lo debe buscar. [...] Se los ve sólo cuando se ejecutan entre fuerzas sociales, y es sólo en forma muy relativa que los alcanzamos a ver a nivel de las fuerzas sociales".

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