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Revista de la Asociación Geológica Argentina

Print version ISSN 0004-4822

Rev. Asoc. Geol. Argent. vol.68 no.3 Buenos Aires Sept. 2011

 

ARTICULOS

Fósiles de novela: paleontología y literatura en la argentina de fines del siglo XIX y principios del siglo XX

 

Eduardo G. Ottone1

1 Departamento de Ciencias Geológicas, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. E-mail: ottone@gl.fcen.uba.ar

 


RESUMEN

La literatura argentina de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX refirió la presencia de mamíferos fósiles cenozoicos en las pampas. Gliptodontes y megaterios devinieron en personajes de los textos de Eduardo Ladislao Holmberg, William Henry Hudson, Eduarda y Lucio Victorio Mansilla, Leopoldo Lugones, Geoffroy François Daireux, Horacio Quiroga, Hugo Wast, Ezequiel Martínez Estrada, Leopoldo Marechal y Manuel Mujica Lainez. Estos autores contextualizaron a los vertebrados fósiles en escenas humorísticas o realistas, como iconos de la grandeza de la Pampa y la nación o parodia de estereotipos culturales locales.

Palabras Clave: Mamíferos; Cenozoico; Letras argentinas.

ABSTRACT

Fossils as fictional characters: Argentine paleontology and literature in the late 19th century and the beginnings of the 20th century.
Argentine literature from the second half of the 19th century and the early 20th century referred to the presence of Cenozoic fossil mammals in the pampas. Glyptodons and megatheriums became characters in the texts of Eduardo Ladislao Holmberg, William Henry Hudson, Eduarda y Lucio Victorio Mansilla, Leopoldo Lugones, Geoffroy François Daireux, Horacio Quiroga, Hugo Wast, Ezequiel Martínez Estrada, Leopoldo Marechal and Manuel Mujica Lainez. These authors contextualize the fossil vertebrates in humoristic or realistic scenes, as icons of the greatness of the nation and the Pampa, or as a parody of local cultural stereotypes.

Keywords: Mammals; Cenozoic; Argentine literature.


 

HUESOS EN CONTEXTO

Los grandes huesos del Cenozoico argentino y en especial de la región pampeana, encontraron su lugar en la literatura de la época colonial a partir de citas de diferentes autores desde el siglo XVII (Tonni et al. 2007, Ottone 2008, Pasquali y Tonni 2008). Sin embargo, la primera descripción e ilustración de fósiles de la región es de fin del siglo XVIII y pertenece a Georges Cuvier (1769-1832), quién caracterizó según parámetros taxonómicos modernos el Megatherium, un perezoso gigante hallado cerca de la ciudad de Luján (Vedoya 1977, Ramirez Rozzi y Podgorni 2001, Mones 2002, Tonni et al. 2007). En la primera mitad del siglo XIX, más allá de los hallazgos puntuales de Alcide d'Orbigny (1802-1857) y de algunos coleccionistas que atesoraron fósiles en sus cabinets de curiosités privados (Asua 2010), los primeros en realizar colecciones sistemáticas de vertebrados del Cenozoico de nuestro país fueron Charles Darwin (1809 -1882), Woodbine Parish (1796-1882) y Pietro de Angelis (1784-1859) quienes luego las habrían de remitir a Inglaterra donde serían estudiadas por Richard Owen (1804-1892). Otro tanto harían Francisco Javier Muñiz (1795-1871) y Aimé Bonpland (1773-1858), aunque sus colecciones partirían mayormente hacia Francia (Simpson 1984, Podgorny 2000, 2007, Bond 2001a, Ottone 2002, 2009). En la segunda mitad del siglo XIX, Auguste Bravard (1803-1861) y François Séguin (1812-1878) colectaron fósiles que, en parte, fueron vendidos a Francia e Inglaterra (Podgorny 2000, 2001a, 2009, Tonni et al. 2008). En la misma época, Georges Claraz (1832-1930) remitió al Musée d'Histoire Naturel de Genève, Suiza, restos de megaterios y gliptodontes (Kradlofer 2003). Hacia fines del siglo, Carlos Ameghino (1865 -1936) colectó la mayor parte del material que luego estudiaría su hermano Florentino Ameghino (1854-1911), en tanto que John Bell Hatcher (1861-1904) haría por su lado lo propio (Simpson 1954, 1984, Bond 2001b, Haller 2004, Podgorny 2009).
Otros coleccionistas de vertebrados fósiles del siglo XIX fueron Manuel Eguía (1810?-1880), agrimensor de importante actuación en la provincia de Buenos Aires y en el sur de nuestro país, Estanislao S. Zeballos (1854-1923) y Francisco P. Moreno (1852-1919) (Farro 2009). Con la creación del Museo de La Plata a fines del siglo XIX y la consolidación institucional del Museo Nacional de Ciencias Naturales en la primera mitad del siglo XX, las colecciones de vertebrados fósiles pasarán a realizarse, fundamentalmente, por mediación de estas instituciones.
En un país que intentaba, hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX, afianzar su cultura nacional sin dejar por ello de insertarse en la modernidad, la paleontología, con su búsqueda de los seres que habitaron esta tierra en un pasado remoto, brindaría a la sociedad elementos para elaborar un renovado imaginario social y afianzar una cultura moderna nacional (Rodríguez Pérsico 2001, 2008). El sabio naturalista, el paleontólogo y, en particular, Florentino Ameghino, habría de ser considerado como arquetipo de vida moral, dedicación y entrega al ideal del progreso (Podgorny 1997, 2001b, Farro y Podgorny 1998), un ejemplo a seguir para las generaciones futuras (Márquez Miranda 1951). La paleontología contribuiría entonces a la formación de una nueva épica para un país en busca de identidad. Ciencia y literatura son subsistemas de un sistema cultural único (Catalá 2006). La literatura nunca es ajena a los contextos históricos y culturales sino que por el contrario los recrea y se nutre de ellos (Coseriu 1989, Montserrat 2000). En este sentido, la literatura argentina de fines del siglo XIX y principios del siglo XX no constituye una excepción. La influencia de la ciencia en algunos géneros literarios cultivados en nuestro país, como es el caso de la literatura fantástica, resulta innegable (Boiero de De Ángelo 2006). Así mismo, la recepción en Argentina de una idea científica como el Darwinismo, en todas sus facetas y con todas sus implicancias, se produjo en estrecha vinculación con la literatura (Marún 1998, Asúa 2004). De este modo, si se analiza la interacción entre ciencia y literatura para el caso particular de la paleontología, puede verificarse que este proceso se plasmó principalmente en la utilización que hicieron cuentistas, ensayistas y novelistas de la imagen de los fósiles cenozoicos.
En este artículo se han de analizar obras literarias y no trabajos científicos. Quedan desde ya fuera de análisis los textos paleontológicos o bien aquellos de disciplinas relacionadas, como es el caso de Supersticiones y leyendas de Juan Bautista Ambrosetti (1865-1917), un texto antropológico donde el autor cuenta como los huesos fósiles, y principalmente los restos de gliptodontes, aparecen relacionados en el imaginario local con el origen de los arroyos (Ambrosetti 2001). Del mismo modo, no se han de considerar ensayos biográficos como Vida y escritos del coronel D. Francisco J. Muñiz de Sarmiento (1885), o las reseñas biográficas a Ameghino de Leopoldo Lugones (1874-1938) (Lugones 1915) y José Ingenieros (1877- 1925) (Ingenieros 1919), obras en las que se hace referencia explícita a los mamíferos fósiles de la pampa, o bien un texto sociológico como El hombre mediocre de 1913 (Ingenieros 1956) en el que se sugiere que en ninguna otra parte del mundo habría existido una fauna de mamíferos fósiles comparable a la hallada en nuestro país.

LOS MAMÍFEROS FÓSILES EN LAS LETRAS

El evolucionismo tuvo una recepción dispar en la Argentina de fin del siglo XIX (Orione y Rocchi 1986). Entre los que apoyaron abiertamente las ideas de Charles Darwin se destacaron Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937) (Montserrat 1995, 2000, Marún 1998, Miranda 2002, Reggini 2007) y William Henry Hudson (1841-1922) (Montserrat 1995, 2000, Reggini 2007). Holmberg dejó plasmado su ideario evolucionista en textos específicos sobre Darwin y la evolución (Holmberg 1882, 1918) y en una obra literaria como Dos partidos en lucha. Fantasía científica de 1875 (Holmberg 2005), un texto donde, al igual que otros del autor, ciencia y fantasía se mezclan en la trama (Gasparini 2000). Hudson escribió, en tanto, Far away and long ago, obra originalmente publicada en 1918, donde el autor cuenta, luego de relatar su infancia y juventud en los campos bonaerenses, como su hermano lo introdujo en la lectura de Darwin (Hudson 1997). Florentino Ameghino también acogió con entusiasmo al evolucionismo (Ameghino 1915a), aunque su visión de esta teoría, principalmente plasmada en sus obras Filogenia de 1884 (Ameghino 1915b) y Mi credo (Ameghino 1906), estuvo un poco apartada de la concepción darwinista (Márquez Miranda 1951, Babini 1986, Simpson, 1984, Salgado y Azar 1998, Scillato-Yané 2001, González 2007). Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) aceptó el evolucionismo pero sus ideas sobre el pensamiento de Darwin son contradictorias (Sarmiento 1882, Camacho 1971, Marún 1998, Montserrat 2000, 2010, Asúa 2004, Reggini 2007). Lucio Victorio Mansilla (1831 -1913) tuvo también conceptos favorables hacia Darwin y su teoría en un texto publicado hacia 1889-1890 (Mansilla 2000). En este escenario entonces, Dos partidos en lucha. Fantasía científica de Holmberg (Fig. 1) nos ilustra sobre la realización de un gran congreso científico llevado a cabo en una convulsionada Buenos Aires decimonónica, a fin de dilucidar la verdad científica del Darwinismo. La obra remite de algún modo a las confrontaciones políticas de la época (Rodríguez Pérsico 2008, Farro 2009, Gasparini 2010). El autor toma en la trama el rol de narrador. El enfrentamiento se plantea fundamentalmente entre dos personajes, Pascasio Grifitz, darwinista, y Francisco P. Paleolítez, rabianista, cuyos nombres recuerdan a un reconocido hombre de ciencias, Francisco Pascasio Moreno (1852- 1919). Hasta el mismo Darwin se hará presente en la ficción durante la segunda sesión del congreso, en tanto que el líder de la ''oposición'', el enigmático Rabián, se mantiene en general en un segundo plano (Montserrat 2000, Gasparini 2005, 2010, Rodríguez Pérsico 2008). En este escenario, ocupan su lugar los vertebrados fósiles del cenozoico, y en especial aquellos alojados en el Museo Público de Buenos Aires dirigido por Hermann Burmeister (1807-1892), porque, en palabras del narrador: ''Buenos Aires, triste es decirlo, no sabía apreciar aquel tesoro. ¿Cuál? ¿El sabio o el museo? Los dos. No faltaba quién preguntara si teníamos museo y si Burmeister era sabio: muchos de los que sabían ambas cosas solían decir que al penetrar en él (en el museo) sentían que un secreto pavor los dominaba. ¡Almas pusilánimes! ¿Acaso los gliptodontes movidos por invisibles músculos abrirían sus bocas formidablemente fuertes o los Megaterios, con iguales resortes, sacudirían la prodigiosa cola sobre el atrevido visitante? ¿Acaso el terrible tigre fósil de nuestra Pampa, el Machaerodus naeogenus -como le llaman los señores sabios-, sintiendo renacer en sus petrificados colmillos el vigor penetrante que los animaba, saciaría su respetable y vetusto apetito…? ¿Acaso…? Pero ya veo que si entramos en el terreno de la hipótesis tendremos que aventurar ideas demasiado atrevidas sobre algunos otros animales bravos que hay en el Museo de Buenos Aires. Muchas personas pretendían que habiéndose dedicado demasiada atención al culto de Belona no había sido posible desarrollar en el espíritu nacional un sentimiento de admiración por las obras de la naturaleza./ Quizás tenían razón los que tal cosa pensaban, pero de ninguna manera admitimos que la tuvieran los que pretendían que los megaterios y los gliptodontes, animales científicamente inofensivos, pudieran devorarse a los curiosos./ Si fuera el otro tigre, ¡pase!/ Simples narradores de lo ocurrido, sólo emitiremos nuestro juicio cuando sea indispensable, sin que tratemos de dar razón ni a los unos ni a los otros'' (Holmberg 2005: 52-53).



Figura 1: Eduardo l. Holmberg, 1874. Fotografía reproducida en Holmberg (2006: 4).

La labor de Burmeister como director del Museo Público de Buenos Aires entre 1862 y 1898 fue muy importante, sin embargo, su manejo de esta institución fue netamente personalista, dando poco espacio en la misma a personajes del calibre de Ameghino y Moreno. Holmberg valoraba a Burmeister como científico, aunque lo criticó por su aislamiento y falta de interés en abrir la difusión de las ciencias naturales hacia la sociedad (Holmberg 1878), llegando incluso a recrearlo en su novela corta El Tipo más original de 1878 (Holmberg 2001), con un personaje que representa en gran medida un antimodelo de hombre de ciencia, el profesor Burbullus (Gasparini y Román 2001, Gasparini 2010). Por otro lado, el prusiano no aceptaba el evolucionismo! (Salgado y Navarro Floria 2001). Desde esta perspectiva, pueden apreciarse mejor las dudas que expresa Holmberg narrador sobre el saber de Burmeister, un personaje identificado con su museo, un personaje/museo que amedrenta, y un miedo que se materializa en gliptodontes y megaterios que vuelven a la vida en la trama ficcional. El narrador reflexiona luego sobre la poca afición de sus connacionales por las obras de la naturaleza relacionándola con un apego desmedido al culto de Belona, una imagen que remite al belicismo imperante en la sociedad de entonces (Gasparini 2005). En definitiva, la conclusión sería que los vertebrados fósiles no muerden, a no ser que se trate del ''otro tigre'', el fósil originalmente nominado Muñifelis bonaerensis por Francisco Javier Muñiz y que luego pasaría a conocerse de acuerdo a ''como le llaman los señores sabios'', o sea luego que Burmeister, cuando no!, le cambiara el nombre, como Machaerodus naeogenus, y que más tarde Ameghino denominara Smilodon bonaerensis (Onna 2000, Gasparini 2005). Ese ''otro tigre'', Muñiz, de no haber perecido combatiendo a la fiebre amarilla, quizás se sintiera incómodo con el hecho de ver su trabajo ignorado y tuviese ganas de morder, aunque no precisamente a los visitantes del museo. Más adelante en el texto, los vertebrados fósiles vuelven de la mano de los antidarwinistas:
''A la manera de un helecho que crece a la sombra de un corpulento roble, Paleolítez había crecido a la sombra de un gran sabio [Rabian], cuyos principios, lo sabía todo el mundo, eran los mismos de Burmeister y de Cuvier: ''invariabilidad de la especie''.
Con semejante maestro, no era de extrañar que el discípulo llegara a ser un naturalista consumado; que estudiara los megaterios y los gliptodontes… ''
(Holmberg 2005: 61).
Queda implícito en la frase un hecho que resulta insoslayable para la época y que representa además, más allá del tono humorístico del relato, todo un reconocimiento de parte del narrador. Para ser un ''naturalista consumado'' como Georges Cuvier (1769-1832) o Burmeister no es necesario ser evolucionista.
Otro aspecto del uso literario de los fósiles puede verse en Ralph Herne de Hudson (Fig. 2). Esta obra fue publicada originalmente en inglés como folletín para la revista Youth en 1888, siendo recientemente traducida en Buenos Aires por Alicia Jurado (n. 1922). Se trata de una novela corta que narra la historia de un médico inglés que luego de pasar una serie de vicisitudes a su llegada a Buenos Aires, logra hacerse de un lugar en la sociedad por su destacada labor durante la epidemia de fiebre amarilla. Ralph, quién habiendo sido atacado por la fiebre estaba en plena recuperación, le confiesa al padre de su enamorada que siente vergüenza por ''ciertas locuras de que fue culpable al empezar su carrera'', obteniendo por respuesta una frase comprensiva, conciliadora y por demás paleontológica: ''Herne, hay diez mil personas en Buenos Ayres ahora, con la salud destruida como usted y en tres o seis meses no tendrán vestigios de fiebre amarilla. Cuando yo tenía su edad -hace unos treinta años, pero por favor no me pida que sea exacto en eso- era casi tan pobre como usted esta noche. No había estudiado tanto y estoy seguro que nunca tuve su energía. En cuanto a las locuras de que fue culpable al empezar su carrera, ahora están con el gliptodonte y el megaterio, volviéndose polvo en los depósitos del post-terciario. Si tiene inclinaciones paleontológicas, desentiérrelos y dé conferencias sobre ellos, pero pronto verá que, salvo dos o tres señoras viejas desesperadamente científicas, nadie se interesará por el tema'' (Hudson 2006: 99).



Figura 2: William H. Hudson, 1867. Fotografía reproducida en Jofre Barroso (1972: 32).

Los vertebrados fósiles del cenozoico ayudaron también a componer imágenes reflejando la grandeza de la Pampa. Eduarda Damasia Mansilla (1834-1892) (Fig. 3) plasmó en Pablo ou la vie dans les Pampas la vida, amores y desventuras de un gaucho, que luego de ser llevado por la fuerza al ejército se hace desertor y es finalmente capturado y ultimado. Eduarda y su hermano, Lucio Victorio, eran hijos de Lucio Norberto (1792-1871), héroe del Ejército de los Andes y del combate de la Vuelta de Obligado, y de Agustina Ortiz de Rozas (1816-1898), hermana de Juan Manuel de Rosas (1793-1877). Los hermanos Mansilla fueron escritores excéntricos y transgresores, que fundieron en su prosa lo indígena, lo criollo y lo europeo, con textos que reivindican una sociedad sin marginados y excluidos, como lo eran entonces las clases populares, las minorías étnicas y, en especial para Eduarda, las mujeres (Lojo 2003, 2004, 2005).



Figura 3: Eduarda Mansilla, 1870. Fotografía reproducida en Mansilla, E. (1996: 6).

Pablo ou la vie dans les Pampas fue originalmente publicada en 1869 en Paris por E. Lachaud y un año más tarde apareció en Buenos Aires como folletín en el diario La Tribuna, con traducción de su hermano Lucio (Lojo et al. 2007, Mizraje 2007). Eduarda recrea en Pablo al hombre de la pampa, esa extensión inconmensurable donde cielo y tierra se confunden, un territorio hecho a la medida de los gigantes prehistóricos: ''El contraste entre aquel suelo inmenso y las bestias que lo habitan, tiene algo de singular. Todas esas creaciones parecen, y lo son en realidad, raquíticas y mezquinas para el vasto cuadro en que se mueven. Esas sábanas abiertas, esos horizontes sin límites, que la vista abarca con dificultad, os hacen soñar involuntariamente con el mastodonte gigantesco y con el colosal megaterium. Y a pesar suyo el hombre que se halla empequeñecido, anonadado por la inmensidad que le rodea, siente que aquella tierra tiene necesidad del reposo de los siglos'' (Mansilla, E. 2007: 98-99).
Lucio Victorio Mansilla (Fig. 4), hermano de Eduarda, además de escritor fue militar, político y periodista de destacada actuación en la Argentina de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX (Popolizio 1985, Luna et al. 1999). Entre otros textos publicó, en 1870, en distintos números del diario La Tribuna, Una excursión a los indios ranqueles donde relata su viaje hacia las tolderías de Mariano Rosas (1818?-1877) en la actual provincia de La Pampa. Después de una jornada de marcha, Mansilla se recuesta bajo la noche estrellada, apoya su cabeza sobre una pequeña elevación del terreno y entreteje un extraño sueño de glorias y conquistas, recuperando en el plano onírico el lugar central del que lo tiene relegado la política del presidente Sarmiento (Featherston 2009). Poco dura el descanso porque su almohada improvisada resulta tener pelos y patas de mulita. Más tarde, Mansilla logra conciliar nuevamente el sueño para despertar transido por ensoñaciones paleontológicas: ''En el instante mismo en que me desperté, el desorden, la perturbación, la incompatibilidad de las imágenes del delirio, llegaban al colmo. Había vuelto a tomar el hilo del sueño anterior -no sé si al lector le suele suceder esto-, y montado, no ya en la mulita que se me escapara de la cabecera, sino en un enorme gliptodón, que era yo mismo, y persistiendo mi espíritu en alcanzar la visión de la gloria, cabalgando reptiles, discurría por esos campos de Dios murmurando...'' (Mansilla 2006: 115).



Figura 4: Lucio V. Mansilla, 1855. Fotografía reproducida en Priamo et al. (1995: 41).

Mansilla publicó en 1904 sus memorias, donde pinta la Buenos Aires de su niñez (Contreras 2010) y se reconoce en una edad en la que suele ser difícil evocar el pasado de modo preciso, culminando su reflexión de manera por demás sugestiva: ''El que sea capaz de reconstruir reconstruirá la situación, el hecho tal cual fué, -á la manera que Cuvier, con un molar, reconstruía un megaterio, guiado, como sus sucesores, por la uniformidad de las leyes naturales…'' (Mansilla 1904: 10).
Leopoldo Lugones (1874-1938) (Fig. 5) fue poeta, prosista y una de las figuras más destacadas del movimiento literario conocido como modernismo (Borges y Edelberg 1998, Jitrik 2009a, b). Socialista en su juventud, adhirió en su madurez al nacionalismo antidemocrático y fue uno de los ideólogos del golpe de estado que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933) en 1930. Su texto La hora de la espada de 1924 (Lugones 2010) es tristemente conocido en este sentido. Lugones fue además un gran hacedor de cuentos fantásticos, entre los que se destacan los reunidos en Las fuerzas extrañas de 1906 y Cuentos fatales de 1926 (Arán 2000, Depetris 2000, Zbudilová 2007, Lugones 2009). Kabala Práctica, publicado en 1897 (Barcia 1988), es un texto breve donde esoterismo y ciencias experimentales tienden a confluir esbozando una crítica al positivismo a ultranza (Perea Siller 2004), un relato en el que lo diabólico se cuela en la amistad entre un joven con veleidades de poeta y otro aficionado a la ciencia, quién brega por obtener algo por demás interesante para su gabinete de curiosidades: ''Fue durante el primer período de nuestra amistad cuando Eduardo adquirió el esqueleto, que suspendido en luciente armario de cristales, daba el toque maestro a la fisonomía científica de su gabinete./ Ciertos ejemplares paleontológicos, algunas piedras raras, entre las cuales dos geodas uruguayas, preciosas, una redoma con lava pulverulenta del Vesuvio, unas estalactitas de Cosquín y un trozo de concha de gliptodonte, sobre la cual hacíamos expediciones a las más remotas capas geológicas, componían el caudal científico de mi amigo'' (Lugones 1988: 98).



Figura 5: Leopoldo Lugones, 1922, en un detalle de la tapa de Borges y Edelberg (1998).

La grandeza de la Pampa también encontró un lugar en la obra de Geoffrey François Daireaux (1839-1916), un francés acriollado que vivió en nuestro país desde 1868 en la campaña bonaerense y en las provincias de Santa Fe y Córdoba, donde desarrolló interesantes ideas tendientes a modernizar la explotación ganadera (Posada y Luliano 1995), recalando finalmente con los años en la ciudad de Buenos Aires. Daireaux pintó como pocos el paisaje rural, aunque en una prosa que remite a la fábula y lo fantástico, donde se mezclan tradiciones universales y locales. En Los Dioses de la Pampa de 1902 (Fig. 6), una obra que contiene ''fantasías de perfecta inutilidad… pretexto de ensueños amenos y poética diversión'' (Daireaux 1945: 12), los ''Dioses Desvanecidos'' vuelven a la vida: ''¿qué imaginación habrá, bastante audaz para soñar jamás con un rodeo de megatheriums, al lado de los cuales los elefantes de hoy serían hacienda despreciable por su pequeñez? Inmensos rebaños de mastodontes y de milodontes pacían, enormes, pesados y lerdos, …víctimas, a menudo, de la ferocidad del smilodon, el tigre gigante… Cubiertos de corazas indestructibles, pues han resistido durante miles de años las que todavía se encuentran, los gliptodontes, esos peludos de entonces…'' (Daireaux 1945: 50-51).



Figura 6: Detalle de la tapa de los Dioses de la pampa, Ediciones Agro, de Geoffroy Daireaux (1945).

Esplendor de un tiempo remoto que Daireaux evoca en tono risueño y ligeramente ''evolucionista'' en Mucho ruido y pocas nueces, una de sus fábulas originalmente publicada en El hombre dijo a la oveja…: Fábulas argentinas de 1905: ''Recordando sus grandezas pasadas, aquellos tiempos en que eran gliptodontes, las mulitas, los peludos y los matacos, indignados de que todos los despreciaran, convinieron en formar un gran partido, que acabaría por derrumbar, literalmente el edificio político'' (Daireaux 2008: 77).
Horacio Silvestre Quiroga Forteza (1878-1937) (Fig. 7) nació en Salto, Uruguay, pero pasó gran parte de su vida y desarrolló casi toda su actividad literaria en nuestro país. Quiroga fue un escritor de frontera, de un espacio físico y simbólico como la selva donde locura y muerte juegan con los hombres (Duarte 2005). Quiroga escribió novelas y cuentos fantásticos (Olea Franco 2008), ocupándose especialmente de la literatura infantil. Cuentos de la selva de 1918, un texto para niños que ofrece además una mirada interesante sobre la dicotomía civilización y barbarie (Lolo 2006), es un hito en este sentido (Cresta de Leguizamón 1987). A este título se le suma Cartas de un cazador, serie de cuentos publicados en su versión definitiva en 1924 en la revista Billiken, donde el autor explica a los más pequeños el modo de cazar fieras bravas como tigres o animales no tan peligrosos como el tatú carreta: ''Hoy día el tatú carreta escasea bastante. Se dice que hay ejemplares más grandes aún, y que pesan centenares de kilos. Estos tatús son nietos de otros tremendos tatús carreta que existían en otras épocas, llamados gliptodontes, cuya cáscara o caparazón se puede ver en el museo de Historia Natural'' (Quiroga 2009: 11).



Figura 7: Horacio Quiroga, ca. 1925, en un detalle de la tapa de una reciente edición bilingüe español- francés de sus cuentos en Proyecto Larsen (Quiroga 2010).

Gustavo Adolfo Martínez Zuviría (1883- 1962), más conocido en el mundo literario por su seudónimo, Hugo Wast, fue abogado, profesor universitario, director de la Biblioteca Nacional entre 1931 y 1955, y ministro de justicia y educación pública del presidente de facto Pedro Pablo Ramírez (1884-1962) en los años 1943 y 1944. Martínez Zuviría profesó un antisemitismo repudiable, además fue un simpatizante activo de Francisco Franco (1892- 1975) y un anticomunista militante. Escribió una treintena de obras de exaltado realismo costumbrista entre las que se destacan Flor de Durazno de 1911 y Desierto de Piedra de 1925. La corbata celeste de 1921 (Fig. 8) es una novela histórica que recuerda en su trama a Amalia, un clásico de la literatura argentina publicado por José Mármol (1817-1871) en 1855 (Hespelt 1924). uno de los personajes de La corbata celeste colecciona huesos en los ''terrenos terciarios'', por lo que era común verlo ''…cavando en las barrancas y buscando el Mammuth'' (Wast 1977: 11). Otro que aparece en la ficción es Francisco Javier Muñiz, quién juega el papel de un velado conspirador unitario (Bond 2001 a) y es también descripto como un gran buscador de restos óseos: ''…alguien que desenterraba fósiles en las barrancas de Luján. Había descubierto el Megaterio y el Gliptodonte de las Pampas, cuyos huesos regaló don Juan Manuel después del bloqueo franco-inglés al almirante francés Lepredour'' (Wast 1977: 20). Juan Manuel de Rosas obsequió efectivamente los fósiles colectados por Muñiz al comandante de la flota francesa Fortuné Leprédour (1793-1866) quién, en 1850, acordó con el ministro Felipe Arana (1786 -1865) el levantamiento de las hostilidades entre Francia y la Confederación Argentina.



Figura 8: Detalle de la tapa de La corbata celeste, editorial Plus Ultra, de Hugo Wast (1977).

La Pampa es grande y el país más aún. La Argentina de principios del siglo XX supo tener un alma compleja y contradictoria que sería magistralmente plasmada por Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) (Fig. 9) en Radiografía de la Pampa de 1933. Esta obra, que fue escrita en un contexto de depresión económica, inestabilidad política y creciente autoritarismo, puede leerse como una novela o texto sociológico de profundo trasfondo crítico que indaga el origen del país a fin de entender el comportamiento social de sus habitantes (Orgambide 1997, Acree 2003). La tercera parte de Radiografía de la Pampa es un canto a las fuerzas terrestres elementales. El autor hace una semblanza de la Patagonia y entre todas sus riquezas se refiere a los fósiles, restos de organismos que vivieron en el pasado, que aparecen plasmados en su realidad física y en su proyección mítica: ''El fósil cuenta la historia de la tierra… En el fósil la tierra muestra su brutal victoria y que este ente, alzado transitoriamente contra ella, fue vencido. Tal ser fue un fugaz episodio en el largo monólogo de la materia accidentalmente viva… en el hueso petrificado se afirma todo el peso inerte de lo hundido… El fósil es un cuerpo astral'' (Martínez Estrada 2007: 138). Grandes huesos de organismos extinguidos que ''han sido absorbidos, incorporados a la tierra en que yacen'' y reflejan la existencia de condiciones de vida diferentes a las actuales: ''Es una cinta de árboles gigantes, desde el paralelo 38 hasta Tierra del Fuego. Son árboles coetáneos del proboscídeo y tipoterio, o hasta de aquellos bosques fósiles del Antártico que están bajo hielo'' (Martínez Estrada 2007: 95). ''En el fondo de los cañones [de la Patagonia] yacen ríos antiquísimos, que dejaron de correr hace millares de años, mucho antes de que el homínido buscara reparo de los vientos helados bajo los carapachos de gliptodontes'' (Martínez Estrada 2007: 145). ''En esas mesetas [de la Patagonia] no hay pájaros mayores, ni animales mayores ni árboles. Los seres que las poblaron han sido absorbidos, incorporados a la tierra en que yacen. Los fósiles indican que hace muchos siglos que terminaron en ellas las condiciones propicias para la vida… Ese paisaje… conserva su fauna dentro./ Hubo también aves, pero aves enormes, de cráneos más voluminosos que el del caballo. ''Aves corredoras y de presa, que medían sus fuerzas con los más grandes mamíferos de la época'' (Ameghino); estos colosos: Brontornis, Eucallornis, Liornis y Phoroharcos, cuyos nombres evocan los monstruos mitológicos. Aves de alas implumes, gruesas y cortas, utilizadas como timones en la carrera e inútiles para el vuelo. Eran como esos otros colosos de la pampa: megaterios, milodones, toxodones y los sólidos gliptodontes… Eran aves como mamíferos, de mandíbulas macizas, prolongadas en punta y dobladas hacia arriba en el extremo, calzando un pico sólido y triangular, que se encorvaba hacia abajo en un formidable garfio de ataque'' (martínez estrada 2007: 146).



Figura 9: Ezequiel Martínez Estrada, ca. 1950, en un detalle de la tapa de Un puritano en el burdel. Ezequiel Martínez Estrada o el sueño de una Argentina moral, editorial Ameghino, de Orgambide (1997).

Los fósiles son en definitiva para Martínez Estrada ''colosos de las pampas'' que duermen ''dentro'' del paisaje su sueño ancestral y nutren con su esencia lo más profundo de nuestro ser. No es de extrañar entonces que Leopoldo Marechal (1900-1970) (Fig. 10), en su Adán Buenosayres de 1948, durante el transcurso de uno de los tantos viajes simbólicos que delinean el itinerario espiritual de Adán (Marechal 1995), hallase en la figura de un gliptodonte al ''Espíritu de la Tierra'': ''…el fantasma de un peludo gigante cuyo enorme caparazón irradiaba cierta luz fosforescente muy viva […, era el] tan viejo como ilustre Gliptodonte de nuestras pampas./ La vejez del animal era paleontológica: su caparazón estaba lleno de resquebrajaduras, y la sal de mil siglos había cristalizado en él, formándole una segunda costra no menos resistente; del caparazón salían cuatro patas gigantescas rematadas en uñas comidas y sucias, y una testa insignificante hasta lo ridículo, que el Gliptodonte levantaba con mucha dignidad. Pero lo que más asombró a los aventureros fue la cara del monstruo, llena de costurones y provista de una boca desdentada, narices cubiertas de cierto moco antediluviano y dos ojos a través de cuyas lagañas fósiles corría un mirar sin rumbo y como extraviado en el recuerdo de bárbaras tristezas geológicas./ Interrogado… sobre si era mortal, inmortal o ser intermedio, el Gliptodonte no vaciló en presentarse a sí mismo como el Espíritu de la Tierra…/ … A continuación, y tras una pausa doctoral, el Gliptodonte afirmó que el löess pampeano tenía un origen eólico…/ [Por último, ante la pregunta de] si no quería dejar algún mensaje para las generaciones futuras… el Gliptodonte levantó su cola, dejó caer en el suelo tres grandes esferas de bosta fósil y se borró en la negrura que lo había engendrado'' (Marechal 2003: 167-170). Adán buenosayres y sus amigos, héroes clásicos en una épica de conciencia contemporánea (Asís 2004), emprenden una noche un mítico viaje hacia los arrabales de la ciudad de Buenos Aires en busca de la esencia nacional, del arquetipo de la argentinidad (Lizárraga y Salgado 2005). Bajo las estrellas del cielo austral, al invocar al espíritu de la tierra aparece entonces el gliptodonte, un ser de aspecto ridículo, aunque de gran sabiduría, que luego de explicarles el origen eólico del loess pampeano, un sedimento heterogéneo, ''mestizo'' como nuestro ''ser nacional'' (Lojo 1996, 2000), se retira altanero dejando su legado ''para las generaciones futuras''.



Figura 10: Leopoldo Marechal, fines de la década de 1920. Fotografía reproducida en Marechal (1998: 3).

Manuel Mujica Lainez (1910-1984) (Fig. 11) fue un prolífico escritor argentino, hacedor de títulos memorables como La casa de 1954, Bomarzo de 1962 o El Unicornio de 1965. En 1947 publicó en el diario La Nación el cuento Huecufú donde un duende relata los sucesos del 15 de junio de 1536 cuando los españoles enfrentaron a los nativos a orillas del río Luján en la batalla de Corpus Christi (Cruz 1997). Huecufú, el duende, describe azorado a los europeos: ''Los hombres blancos se cubrían con caparazones como tortugas fulgentes y llegaron a bordo de catorce navíos tan grandes y tan bellos que con nada se podían comparar. Junto a esas naves, una piragua indígena abultaría tanto como el esqueleto de un peludo o de un cuis puesto al lado de una de aquellas osamentas colosales de monstruos anteriores al mismo Huecufú y a su padre divino, y cuyos costillares semienterrados blanqueaban en la planicie'' (Mujica Lainez 1999: 396).



Figura 11: Manuel Mujica Lainez, fines de la década de 1970. Fotografía reproducida en Cruz (1996: 17).

En 1950 escribió los cuentos de Misteriosa Buenos Aires (Cruz 1997). En uno de ellos, Memoria de Pablo y Virginia 1816-1852, relata la vida azarosa de una edición española del libro de Berardin de Saint-Pierre (1737-1814) que desde Francia llega al Plata terminando en manos de Aimé Bonpland, quién en uno de sus viajes de São Borja a Buenos Aires lo regala a su amigo Pietro de Angelis. Antes de abandonar el anaquel que fuera su morada durante cinco años, el libro describe ese momento: ''Me despedí de mis compañeros, atlas y textos de botánica y mineralogía, en setiembre de 1837. Aimé Bonpland me conducía a Buenos Aires, repentinamente, dentro de un equipaje tan complejo que hasta comprendía huesos de gliptodonte'' (Mujica Lainez 2009: 199). Bonpland estuvo estrechamente ligado al bando unitario (Ottone 2009), en tanto que de Angelis fue vocero y publicista del gobierno de Juan Manuel de Rosas (Ruggeri 2009), sin embargo, una estrecha amistad unió a ambos hombres (Sabor 1995), la que se vio reforzada por un interés común en las ciencias y, en especial, por los fósiles de vertebrados. De ahí entonces la presencia de ''huesos de gliptodonte'' en las maletas del botánico.

GIGANTES DE LA PAMPA, DEL HUMOR A LA METÁFORA

Los fósiles habrían sido fuente de inspiración para muchos mitos y leyendas sobre monstruos y gigantes de la antigüedad (Mayor 2001, 2005). El siglo XIX dio a luz las primeras reconstrucciones de dinosaurios y otros reptiles del Mesozoico, por lo que, en una literatura que buscó inspiración a menudo en los fenómenos relacionados con las ciencias de la tierra (Asua 2004, Lyle y McCallam 2008), los animales fósiles adquirieron una representación concreta, transformándose en personajes de novela (O'Connor 2008). Así aparecen los amonites o serpientes enroscadas hechas piedra por los rezos de Santa Hilda de Whitby en Marmion de Walter Scott (1771-1832) (Scott 2006), los mamuts invocados por Lucifer en Cain de Lord Byron (George Gordon Byron, 1788-1824) (Byron 1995), por Mr. Sievers en Vivian Grey de Benjamin Disraeli (1804-1881) (Disraeli 2004) o en la extraña conversación entre el anticuario y Raphaël de Valentin en la primera parte de La Peau de chagrin de Honoré de Balzac (1799-1850) (Balzac 1972), los reptiles del mar subterráneo de Voyage au centre de la terre de Jules Verne (1828-1905) (Verne 2003), el megalosauro de Bleak House de Charles Dickens (1812-1870) (Dickens 1980), los pterosaurios de The Lost World de Arthur Conan Doyle (1859-1930) (Doyle 1998), la poética de Les Fossiles de Louis Nouilhet (1821-1869) (Nouilhet 2009) o, entre nosotros, el inquietante dinosaurio que sucumbe bajo el poder del ''hombre terciario'' en El Salvaje de Horacio Quiroga (Quiroga 1953) (Fig. 12) y las reflexiones paleontológicas de Manuel Mujica Lainez en La jurisdicción de los fantasmas, un cuento de Crónicas reales (Mujica Láinez 1999), María Rosa Lojo (n. 1954) en Historias del cielo (Lojo 2011), o bien, los poemas Toro, Camino a Iglesia, Punta de rieles y Paleontología de Jorge Leónidas Escudero (n. 1920) (Escudero 2011).



Figura 12: Detalle de la tapa de El salvaje y otros cuentos, editorial Hemisferio (Quiroga 1953), con el ''hombre terciario'' al acecho de un inquietante dinosaurio.

Los mamíferos cenozoicos fueron los fósiles mejor estudiados y por lo tanto los más citados, no sólo en el ámbito científico, sino también en los medios no académicos de nuestro país. Este hecho explicaría, al menos en parte, el lugar destacado que encontraron los gigantes pampeanos en nuestra literatura de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Los huesos de gliptodonte son para Lugones, Wast y Mujica Lainez una de las tantas imágenes de las que se valen para caracterizar y contextualizar sus personajes. Los textos de Holmberg, Hudson, Lucio V. Mansilla y Daireaux, en sus fábulas, se sirvieron de los mamíferos prehistóricos en tono fantástico o humorístico. Este aspecto aparece en especial desarrollado en Dos partidos en lucha. Fantasía científica, donde megaterios, gliptodontes y tigres dientes de sable ayudan a enfatizar el tono amablemente burlón de la trama. Sin dejar el humor de lado, Quiroga compara el tatú carreta con el gliptodonte que habita los anaqueles de nuestros museos.
Los animales del Cenozoico fueron, por otro lado, para Ameghino, manifestaciones de la majestuosa naturaleza argentina del pasado (Ameghino 1916). Los textos de Eduarda Mansilla, Martínez Estrada y Daireaux, en Dioses de la Pampa, señalaron en esta vía, de forma directa o de soslayo, la grandeza, en tamaño y edad, de los mamíferos fósiles en relación con la Pampa, una extensión geográfica inconmensurable que los resguarda en su seno desde hace milenios. Grandeza resquebrajada y polvorienta la del gliptodonte de Marechal, un animal sabio pero demasiado viejo, apenas un reflejo del que supo ser icono de nuestra naturaleza majestuosa.
L
a literatura recrea normalmente contextos históricos y culturales, a veces ignorados o poco conocidos por el lector, y a su vez se nutre de ellos. Por lo tanto, para interpretar un texto literario más allá de su mera apreciación estética es necesario reconocer el entorno en el que fue escrito (Coseriu 1989). Si bien es cierto que los mamíferos del Cenozoico se mencionan en diferentes textos de la época colonial (Tonni et al. 2007, Ottone 2008, Pasquali y Tonni 2008), el conocimiento de los mismos se hizo más notorio a partir de 1841, con la aparición de una serie de artículos de Francisco J. Muñiz en la Gazeta Mercantil de Buenos Aires (Onna 2000, Ottone 2002) y años después, con los trabajos de Hermann Burmeister y Florentino Ameghino. La transformación que sufrió la imagen de los mamíferos fósiles en nuestras letras hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX no siempre parece, sin embargo, reflejar de modo directo la evolución en las ideas y modos de apreciación que nuestra sociedad, o parte de ella, tuvo hacia los gigantes cenozoicos en todo el período analizado.
La visión fantástico- humorística de los fósiles y su grandeza en relación a la pampa se entrelazan a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX en los relatos de los hermanos Mansilla, Holmberg, Hudson y Daireaux. En la primera mitad del siglo XX, a cerca de dos décadas de la desaparición de Ameghino y su idealización como sabio arquetípico y hombre ejemplar (Márquez Miranda 1951, Podgorny 1997, 2001b, Farro y Podgorny 1998), el texto de Martínez Estrada se hace de algún modo eco de ese legado y pinta a los fósiles y al paisaje que los contiene en toda su grandeza, con expresiones que remiten directamente a las ideas ameghinianas. Hacia fines de los cuarenta, lejos del fasto al sabio, Marechal revive fantasmas grotescos que se pierden en la noche de los cuentos, esbozando una de sus tantas parodias de nuestros estereotipos culturales (Lojo 1996, Gache 2003). Lugones, Quiroga, Wast y Mujica Lainez coinciden finalmente en que los fósiles son cosas de sabios.

A MODO DE EPÍLOGO

La Argentina de la segunda mitad del siglo XX y de los años que van del siglo XXI es distinta a la del período analizado, otros son los contextos y es un hecho que hoy en día los dinosaurios son los fósiles que cobran vida con más frecuencia en cuentos y novelas. Sin embargo, los gigantes pampeanos siguen vivos en nuestras letras. Fernando Vidal Olmos, autor del Informe sobre ciegos de Sobre héroes y tumbas, novela publicada por Ernesto Sábato (1911-2011) en 1961, reflexiona, con un dejo de ironía: ''si Dios es omnipotente, ¿qué le cuesta crear el mundo en seis días y distribuir algunos esqueletos de megaterios por ahí para poner a prueba la fe o la estupidez de los hombres?'' (Sabato 1970: 271). Talita, en Rayuela, novela publicada por Julio Cortázar (1914-1984) en 1963, invocando la fuerza de su amigo Olivera y la astucia de su esposo, momentos antes de realizar la verdadera hazaña del puente, piensa enternecida: ''son realmente dos gliptodontes'' (Cortázar 2007: 326). En Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella de 1983, una ''expedición'' a la autopista llevada a cabo por Julio Cortázar y su esposa Carol Dunlop (1946-1982) a bordo de su combi ''dragón'' Fafner, una frenada es ''como el eco de terrores antediluvianos, de megaterios pisoteando los helechos del tiempo'' (Dunlop y Cortázar 1984: 185). Alberto Laiseca (n. 1941) publicó Aventuras de un novelista atonal en 1982. El segundo cuento del libro, La epopeya del rey Teobaldo, es un texto donde fantasía e historia se entrelazan en una trama onírica que da hasta para pensar que cierta carne ''es a tal punto exquisita, que supera, con mucho, a todo otro bastimento. El jamón ahumado, el gliptodonte frito o la cola de dinosaurio al espiedo, resultan por comparación desabridas viandas'' (Laiseca 1982: 123). En el libro La Mujer en la muralla de 1990, Laiseca utilizó también imágenes paleontológicas. El cuento La caída del rey Nan, relata los últimos momentos de un soberano oriental con una cama que ''constaba en la parte superior de una suerte de dosel cóncavo, de madera, como ella, semejante a la defensa de un gliptodonte'', tan grande y aparatosa que cuando ''en el extremo de su vida, el rey Nan se despertó por última vez. Como siempre le costó salir de su gliptodonte'' (Laiseca 1990: 10). Luis Benítez (n. 1956) en Pequeños cazadores del día de 1992, pintó una escena de caza en el pasado: ''Los veo en la enorme aurora/ dar caza al megaterio/ la boca humeante bajo los ojos inocentes/ implora sobre la hierba, mientras la lanza insomne/ Una y otra vez le parte las entrañas'' (Benítez 2010: 71). En el cuento Las familias del camino publicado en Amores insólitos de nuestra historia de 2001, María Rosa Lojo relató un viaje en carreta hacia el río Colorado, mencionando que, en ocasiones, ''en el lecho de lagunas que ha evaporado una seca, vuelven a la luz del sol los huesos inverosímiles de animales desaparecidos: esqueletos de pájaros tan grandes como caballos, caparazones de mulitas que tienen el tamaño de una choza'' (Lojo 2001: 251). La misma autora, al evocar en Árbol de familia su visita a una quinta de San Miguel donde había una construcción que parecía una pulpería y en la que había un ''peludo o armadillo, visible en una esquina'', recordaría a su hermano susurrándole: ''- Es un gliptodonte enano -'' (Lojo 2010: 251). De fósiles se valió Leónidas Lamborghini (1927- 2009) en Comiqueos I, poema que funde lo grotesco y lo sublime, para pintar una escena donde juegan los demonios de eros: ''Vi al espantoso, hinchado, gliptodonte/ en aquel barro ardiente resbalándose:/ trastabillaba, hacía pie, pujaba'' (Lamborghini 2004: 18). Jorge Carro López, un escritor nacido en Buenos Aires en 1933 que vive desde hace años en Guatemala, publicó en 2007 El gliptodonte, un divertimento sobre libros y librerías (Carrol 2007). Algunas citas para corroborar que a pesar de los tiempos que corren nuestros vertebrados cenozoicos siguen siendo ''fósiles de novela''.

AGRADECIMIENTOS

Al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y a la Universidad de Buenos Aires por haberme brindado las facilidades necesarias para realizar este trabajo. A Mariano Bond y María Rosa Lojo, quienes actuaron como árbitros del manuscrito enriqueciéndolo con sus valiosas sugerencias. Esta es la contribución R-07 del Instituto de Estudios Andinos Don Pablo Groeber.

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Recibido: 15 de septiembre, 2010.
Aceptado: 29 de abril, 2011.

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