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Medicina (Buenos Aires)

versión impresa ISSN 0025-7680versión On-line ISSN 1669-9106

Medicina (B. Aires) v.63 n.1 Buenos Aires ene./feb. 2003

 

¿Eutanasia? la agonía es vida

En este número, bajo la firma del Dr. Carlos R. Gherardi, aparece un artículo especial muy interesante titulado Eutanasia. Aunque el objeto confesado por el autor es sólo el intento de circunscribir la definición de eutanasia y no confrontar especulaciones éticas o filosóficas –como tampoco médicas– roza sin embargo, inevitablemente, los aspectos éticos y filosóficos que tácita o explícitamente surgen de las definiciones. La muerte no es un ente geométrico ideal creado por una definición ni una entelequia sino el cese crudo y real de una vida y, en este caso, de una vida humana.
La definición operativa de eutanasia que se propone reza: «provocar la muerte, efectuada por un tercero de un paciente portador de una enfermedad mortal, a su requerimiento y en su propio beneficio, por medio de la administración de un tóxico o veneno en dosis mortal».
Analiza el autor con cierta extensión los elementos exigidos y denotados de la definición (el orden es mío):
a) La «presencia de una enfermedad que acarree la muerte próxima» pero extiende el concepto de «proximidad» a los llamados enfermos sin esperanza, que puedan tener sobrevidas prolongadas. Refiere los casos de pacientes con una carga de sufrimiento intolerable sin distinguir entre el dolor físico, la extrema invalidez, la angustia y el horror u otras formas de «dolor psíquico».
b) «El paciente debe requerir la muerte». No se aclara a quién se dirige el requerimiento; supuestamente al médico que lo asiste, pero podría ser una autoridad judicial del fuero civil o acaso un boticario.
c) «La muerte debiera efectuarse en beneficio del paciente» que supuestamente no tolera la extrema miseria física y moral de su padecimiento o situación.
d) La muerte debiera efectuarse «por medio de la administración de un tóxico o veneno en dosis mortal» y no acelerando el proceso mórbido o suprimiendo un soporte vital. ¿Por quién?...
e) ...»Por un tercero». No es claro quién; se implica a un médico o agente de salud. Ciertamente el arte médica tiene recursos para tratar el dolor, la angustia y el horror sin llegar al extremo de quitar la vida.
Si adoptáramos la idea de la «legitimidad terapéutica» de la eutanasia «¿significaría ello la creación de una nueva especialidad médica, la «eutanasiología» o «tanatiartría» (que probablemente ya existe)? ¿O el médico que asiste al paciente sería, por un ukase bioético y obligado por una nueva conciencia social, a ser agente o testigo del procedimiento? O, ¿por qué no? entrenaríamos verdugos en los pabellones de condenados a muerte de Texas, para actuar de expertos en este menester?
El artículo enjuicia la puerilidad (¿hipocresía?) del concepto de eutanasia pasiva que suele ignorar la libre voluntad del paciente incurable, y que se identifica sutilmente, no con la eutanasia según la definición ofrecida sino con un homicidio generoso o con una eutanasia vergonzante. Sin embargo, en los Estados Unidos hay personas que llevan pendiente del cuello un medallón que indica la decisión del portador, cuando la circunstancia lo requiera y no estuviera consciente, del rechazo a recibir terapéuticas extraordinarias, por ejemplo, ser sometido a asistencia respiratoria mecánica. No veo objeción, pero sospecho que los neumonólogos actuales no considerarían a ésta como una terapéutica extraordinaria.
Hay otras perspectivas en cuanto a la eutanasia además de la ética y filosófica, que no se abordan y que vale la pena mencionar, como las perspectivas religiosa, cultural o simplemente psicológica, que apenas se sugieren o no se sugieren. Pero hay además una dimensión fundamental que no se considera y es la ley. Y no se trata sólo del aspecto médico-legal que afecta particularmente a la organización médica sino que el tipo de acción que promueve la eutanasia requiere una específica sanción legislativa que contemple una cantidad de detalles impensados (derecho de familia, herencia y disposición de patrimonios, situación conyugal, etc) que exigirían la revisión de los códigos vigentes. Aun en la definición estricta de la eutanasia, ésta no deja de ser un homicidio generoso con la complicidad de la víctima o un suicidio asistido con la complicidad del médico, aunque ello no se ajuste ni  convenga a la definición precisa del autor.
Salvando las distancias, existe en Europa una organización, Die Schierling (La Cicuta), que instruye a potenciales suicidas acerca de los medios y métodos para llevar a cabo sus intenciones mediante un procedimiento eficaz e indoloro. No veo objeción o reparo médico en el caso de los incurables que gocen aún de autonomía y tomen esa determinación. Pero esto no es eutanasia; es suicidio, y también materia de reflexión para filósofos, psicólogos, líderes religiosos y deudos.
Con todo, ninguna  definición, ninguna legislación puede obligar a un médico o agente de salud, con reparos de cualquier tipo, a actuar contra su conciencia y ser el ejecutor de la muerte de un enfermo. Una ley de eutanasia a demanda crearía una especialidad que me resisto a llamar médica, aunque la eutanasia sea convalidada como acción altruista, piadosa y posmoderna y, sobre todo, en ocasiones muy económica, aspecto que ha sido ocasionalmente explorado tomando en cuenta el enorme costo de una enfermedad terminal.
Jorge Manrique, Señor de Belmonejo y Comendador de Montizón, poeta enorme y revolucionario pequeño, dejó unas Coplas a la muerte de su padre, que comienzan:
Recuerde el alma dormida
Avive el seso y despierte
Contemplando
Cómo se pasa la vida,
Cómo se viene la muerte
Tan callando...

Manrique murió en batalla a los 39 años. La muerte estaba siempre en acecho. ¿Fue una buena muerte?...

Samuel Finkielman

Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari
Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires
e-mail: ilandri@roche.com.ar

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