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Medicina (Buenos Aires)

versión impresa ISSN 0025-7680versión On-line ISSN 1669-9106

Medicina (B. Aires) v.63 n.5 Buenos Aires sept./oct. 2003

 

Watson and DNA: Making a Scientific Revolution. Victor K. McElheny. Cambridge MA: Perseus, 2003, 379 pp

   La biografía de James Watson tiene interés especial para todo investigador dedicado a la biología molecular, particularmente en este año cuando se celebra el cincuentenario del descubrimiento de la doble hélice. Víctor McElheny, periodista científico y ex-colaborador directo de Watson, ha sabido impregnar este libro de una atmósfera novelesca entrelazada con las opiniones vertidas por los numerosos científicos de renombre que convirtieron a la biología molecular en el tema trascendente de las últimas décadas del siglo pasado.
   El prólogo retrocede a octubre 1962, el mismo día en que se anunciaba el otorgamiento del Premio Nobel, y encontramos a Jim (como lo llama el autor) entrando en la clase de biología que dictaba en Harvard recibiendo el aplauso olímpico de sus alumnos. El autor describe a este hombre de 34 años como un «adolescente arrogante» que se expresaba con una franqueza brutal, apasionado por lo novedoso, extravagante al extremo y un auténtico optimista. Estas características no se alteraron con el tiempo como puede apreciarse en los doce capítulos del libro. Así podemos repasar las distintas etapas de su vida; su formación en la Universidad de Chicago, sus estudios de posgrado sobre bacteriófagos con Salvador Luria en la Universidad de Indiana, sus veranos en Cold Spring Harbor Laboratory con Max Delbrück, hasta culminar en el famoso modelo Watson-Crick de la doble hélice en Cambridge, Inglaterra. Luego, después de una breve estadía en California con Delbrück, Watson ingresó en Harvard donde revolucionó la enseñanza de la biología. Su libro de texto The Molecular Biology of the Gene introdujo el tema en forma didáctica en 1965 y llegó a la cuarta edición en 1988, para ser reemplazado por The Molecular Biology of the Cell que alcanzó su cuarta edición en el 2001.
   En 1968, Watson publicó The Double Helix, libro catalogado como un «racconto» irreverente del descubrimiento del DNA; resultó ser el precursor de múltiples autobiografías de científicos de renombre y, gracias a su estilo revolucionario, tuvo un enorme éxito publicitario y económico. Ese mismo año fue nombrado Director de Cold Spring Harbor Laboratory (CSHL) función que abrazó con gran entusiasmo. En poco tiempo, con la ayuda de Elizabeth, su mujer, logró convertir CSHL en un Instituto de renombre mundial. Desde 1968 hasta 1993 se ocupó muy especialmente de los Simposios anuales de CSHL dedicados al tema de mayor actualidad con su correspondiente publicación del Cold Spring Harbor Symposium on Quantitative Biology. Desarrolló una gran habilidad para conseguir fondos que le permitieron ampliar sustancialmente el CSHL convirtiéndolo en uno de los mejores centros de investigación en biología molecular.
   Al influir cada vez más en la política científica de su país, Watson fue el candidato ideal para promover el Proyecto del Genoma Humano del cual fue su primer Director, renunciando en 1998 en forma explosiva durante una reunión en CSHL durante la cual Craig Venter presentó el plan propuesto por la firma Celera. Poco después Watson transfirió la dirección de CSHL a Bruce Stillman; al retirarse, fue nombrado Presidente de CSHL. Posteriormente, construyó una casa para su mujer y sus dos hijos en un predio del CSHL donándosela luego.
   Lo más relevante del libro que nos ocupa es la forma en que el autor ha conseguido proyectar la idiosincracia de su protagonista, documentándola con múltiples anécdotas. Así, por ejemplo, se puede apreciar la habilidad con la cual Watson supo identificar los problemas científicos importantes descartando los triviales. Tal vez, por eso mismo, su mayor contribución a la ciencia fue la formación que brindó a numerosas generaciones de jóvenes científicos a lo largo de los años, valiéndose de diferentes recursos para guiarlos. Así los adulaba, los criticaba e inspiraba para hacer descubrimientos (break-throughs),  muchos de los cuales los condujeron hacia un Premio Nobel. Acostumbraba a sus discípulos a trabajar en forma independiente, a elegir temas importantes (to think big), a pensar, a discutir, a interaccionar entre ellos; característicamente, nunca añadió su nombre a las publicaciones por considerar que con el Premio Nobel lo había superado todo.
   En el epílogo del libro, titulado I'm an optimist, lo vemos a Watson con sus 75 años dictando conferencias y/o entrevistas por doquier enfatizando los beneficios del conocimiento de los genes para el individuo y de su eventual manipulación a través de la terapia génica. Estos temas polémicos, que le valieron muchas críticas, están reflejados en su libro A Passion for DNA y en otro recientemente publicado, DNA. The Secret of Life cuya autoría comparte con Andrew Berry. Su lema sigue siendo I think science can improve human life and I want to use it. Por más controvertida que sea la figura de Watson –y tal vez por eso mismo– esta biografía no puede dejar de interesar y hasta de servir de guía a los que se dedican a la investigación. CDP

 

Affinity, that elusive dream. A genealogy of the Chemical Revolution. MI GYUNG KIM.
Cambridge MA: The MIT Press, 2003, 599 pp

MI GYUNG KIM, que nos presenta una genealogía basada en extenso material bibliográfico científico, no desdeña la literatura como lo demuestran el título del libro que bien podría pertenecer a un texto poético y la Introducción donde presenta el concepto de afinidad a través de una obra de Goethe.
   La autora nos remite al siglo XVII para contarnos desde allí los antecedentes del conocimiento actual de la química. Un camino estimulante, largo y complejo que pasa por determinados hitos que me permito utilizar para anticiparle al lector el contenido del texto. En ese siglo XVII la Facultad de París estaba dominada por los médicos galénicos y se oponía al uso de remedios químicos. Recién se estaba tomando conciencia de que el conocimiento de la  composición química de diversos compuestos podía llevar a preparar mejores medicamentos. Cuando Luis XIV se cura de una fiebre tifoidea con antimonio y se crea La Real Academia de Ciencias en 1666 los químicos parisinos encuentran un lugar institucional y consiguen que su arte sea considerado parte integral de la medicina.
   En el transcurso de los capítulos se siguen genealógicamente las definiciones de elementos y principios activos desde los comienzos con Boyle y hasta llegar a Lavoisier. Basados en Aristóteles, los químicos piensan que todas las cosas pueden resolverse en lo que podemos llamar sus constituyentes. En búsqueda de los elementos o «principios constitutivos» se realizan ensayos de calcinación, combustión, extracción, disoluciones en solventes adecuados. La idea que persiguen es la de encontrar sustancias homogéneas, elementos, principios o simples cuerpos que Lefèbvre define como lo que se encuentra después de resolver los compuestos en sus componentes más simples.
   La teoría de Boyle de que la materia universal está dividida en partículas de diferentes formas y tamaños, una especie de atomismo dinámico según lo define Kuhn, permite pensar en las transmutaciones con lo cual esta teoría pasa a ser parte importante aunque implícita del desarrollo de la química teórica. Los métodos analíticos presentan ciertas limitaciones, entonces se piensa en la necesidad de reconstruir lo que se destruye en el análisis, es decir en la síntesis. Se reconoce que un ácido reacciona con álcali dando una sal. Estudiando las distintas fuerzas de ácidos y bases por su saturación mutua se sienta un importante precedente de la estequiometría. Métodos de solución y precipitación permiten empezar a comprender las reacciones de sustitución y se inicia el desarrollo del concepto de «afinidad»: las sustancias químicas tienen reacciones preferenciales como sucedía con los personajes de Goethe. Entramos en la época en que se elaboran las primeras tablas de afinidades que luego se vuelven cada vez más complejas. Cambia el lenguaje haciéndose más preciso. Todos éstos son precedentes muy importantes de la Revolución química, atribuida principalmente a Lavoisier por haber sido él, el que introdujo los métodos cuantitativos. Lavoisier emerge como maestro de los químicos en la Academia de París.
   Guyton, Lavoisier, Berthollet y Fourcoy publican su Méthode de Nomenclature Chimique en 1787. El esfuerzo combinado de estos químicos que forman parte del Grupo Arsenal consolida el comienzo de la Revolución Química. Se concentran en la búsqueda de explicaciones de la afinidad. Diferencian la afinidad de la atracción Newtoniana sobre todo porque se manifiesta cuando las sustancias se ponen en contacto. Se proponen diferentes métodos para medir afinidades químicas y el camino es apasionante. Finalmente la visión de que la estructura química es el resultado de un interjuego de afinidades y flujos de energía se constituye en la visión teórica de los químicos del Grupo Arsenal. Lavoisier fue guillotinado en la época del Terror. Su trabajo se continúa con Berthollet que entiende la estructura química como resultado de fuerzas químicas y físicas, teoría que por sí sola no permite definir las proporciones en las combinaciones químicas. La teoría atómica de Dalton ofrece el conocimiento que faltaba para poder establecer la estequiometría.
   Así, reconoce la autora en el último capítulo de este libro cuya lectura recomendamos, la química moderna tiene tres padres: Robert Boyle, Antoine-Laurent Lavoisier y John Dalton. CR

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