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Medicina (Buenos Aires)

versión impresa ISSN 0025-7680versión On-line ISSN 1669-9106

Medicina (B. Aires) v.68 n.3 Ciudad Autónoma de Buenos Aires mayo/jun. 2008

 

Post Mortem: Solving History's Great Medical Mysteries. Philip A. Mackowiak. Philadelphia: American College of Physicians, 2007, 350 pp

Este es un libro ideal para regalar a un médico con quien se quiere tener una atención. Siempre que el regalado sepa leer inglés y el agradecido obsequiante encargue el libro a EE.UU. ¿Por qué es un regalo ideal? Porque uno de los ejercicios preferidos de los médicos es hacer diagnósticos: de las anormalidades físicas (también de las psíquicas) de sus colegas, vecinos, pasajeros de un tren o avión, de presentes y ausentes, de vivos y muertos. Diagnosticar, en cualquier circunstancia, es una deformación profesional o, más bien, es parte de la formación profesional. En algo nos parecemos los médicos a los detectives de la ficción. El libro propone ese ejercicio del diagnóstico de enfermedades y causas de muerte de personajes excepcionales. No faltan la erudición histórica, literaria y musical, los conocimientos médicos recientes y las buenas ilustraciones.
El autor es anfitrión, desde 1995, de las Historical Clinicopathological Conferences que se realizan, una vez por año, patrocinadas por la University of Maryland School of Medicine y el VA Maryland Health Care System. El Dr. Mackowiak es director del VA Maryland Health Care System y profesor y sub-director del Department of Medicine at the University of Maryland School of Medicine. Las conferencias, con una estructura más convencional, luego se han publicado en revistas médicas de EE.UU. (una, de varias, en Am J Med 2000; 108: 475-80). Basándose en ellas Mackowiak ha construido los 12 capítulos con las historias médicas del faraón Akenatón, de Pericles (y la peste de Atenas), Alejandro Magno, Herodes, Claudio, Juana de Arco, Cristóbal Colón, Mozart, Beethoven, Edgard Alan Poe, Florence Nightingale y, el para nosotros casi desconocido, Booker T. Washington.
Cada capítulo incluye las circunstancias históricas y los datos biográficos de los personajes, la historia de síntomas, signos, métodos terapéuticos utilizados, sólo después se dice de quien se trata. El misterio está en el comienzo, no en el final como en un ateneo anátomo-clínico convencional. Es buena técnica mantener el suspenso, pero más de un lector sabe de quien se trata unas pocas líneas después del comienzo. Hasta es una buena manera de medir nuestra ignorancia: cuando más tardamos en identificar el personaje menos sabemos de historia: ¿quién fue Booker T. Washington?
La enfermedad se discute primero con los conocimientos de la época, luego a la luz de los conocimientos más recientes. Veamos unas pocas muestras. En el caso de Akenatón y su peculiar apariencia en las representaciones visuales, estatuas y relieves, se tratan tanto las interpretaciones de los egiptólogos y estudiosos del arte como los síndromes que modifican la apariencia física de los afectados (Fröhlich, Marfan, Klinefelter). Florence Nightingale parece haber padecido de brucelosis, trastorno bipolar de la personalidad, estrés post-traumático (Post-traumatic stress disorder, PTSD) y enfermedad de Alzheimer. Así, en cada capítulo podemos ponernos al día, si eso es posible, discutir y aun disentir con el autor, sobre las presuntas enfermedades y causas de muerte del personaje tratado. Al final de cada capítulo se agregan Notas que, en el caso de Beethoven, ocupan 14 páginas e incluyen el informe de la autopsia..
En el tratamiento de los personajes el autor los desmitifica, no son héroes, calificación de la que abusamos, son personas con su correspondiente carga de virtudes, defectos y miserias. Eso sí, son personas excepcionales. El autor sostiene que la enfermedad articular que le arruinó la vida a Cristóbal Colón desde los 41 años (murió a los 55), diagnosticada por sus contemporáneos como gotte (gota), se trataba de una artritis reactiva, hasta no hace mucho conocida como síndrome de Reiter (artritis, conjuntivitis o uveítis y uretritis). Hay referencias claras de que padeció de artritis y trastornos oculares. Nada sabemos de la uretritis. Pero, ¿qué biógrafo se detiene en este detalle? ¿Imaginamos al Almirante del Mar Océano corriendo a cada rato buscando un lugar donde orinar con dolor u orinándose encima? Ocurre lo mismo con una interpretación reciente que conjetura que el general San Martín padeció del síndrome de Reiter (Rev Asoc Med Arg 2007; 120: 20-2). Cuesta imaginar, o lo hacemos con pesar, al Libertador, Santo de la espada, en las humillantes situaciones por las que debe haber pasado si este póstumo diagnóstico fuera correcto. Los autores de esta última interpretación de los males del general San Martín son discretos y nos tranquilizan: no elaboran sobre la posible trasmisión sexual de la causa primaria, mencionan que el síndrome puede ser incompleto o frustro, y que “Muchos de los componentes [...] pueden pasar desapercibidos”. Por el contrario, alguno puede imaginar y regocijarse al saber de la gangrena de las “partes privadas” que sufrió el degollador Herodes Antipas, protagonista del cuarto capítulo del libro que comentamos, gangrena mencionada por el historiador Flavio Josefo.
El libro tiene defectos, hay que buscarlos. El título es atractivo pero pretencioso, promete más de lo que consigue: no resuelve los misterios, que tal vez sean insolubles, aun a la luz de lo que ahora conocemos. Estos ejercicios caen, es tal vez inevitable, en la medicina o historia contrafáctica: ¿Qué hubiera pasado si...? Esto es explícito en la conferencia histórica clínico-patológica del 18 de mayo de 2007 cuyo título fue: Could modern trauma care have saved Abraham Lincoln? (http://www.umm. edu/news/releases/abraham_lincoln.htm).
El libro está dirigido al público general, no creemos que alcance ese objetivo, tiene un contenido y vocabulario que lo aleja de quienes no están relacionados con la medicina, habrá excepciones.
Mantenemos lo expresado al principio de este comentario: la calificación de regalo ideal para médicos a los que debemos una atención, aunque aquí la ampliamos, podemos tener la atención con nosotros mismos. Las conferencias-clínico-patológicas históricas, como las de este libro o las publicadas en alguna re-vista, son ejercicios, juegos, conferencias-clínico-patológicas de mentirita, útiles herramientas didácticas. No reemplazan a las de verdad, que tratan sobre enfermos reales a los que se ha atendido, las que descubren nuestros aciertos y nuestros errores, las que dejan dudas sobre el diagnóstico, el tratamiento, y el porqué de la evolución; conferencias o ateneos trabajosos, desordenados, caros, y cada vez más escasos.
El libro, como objeto, es casi inmejorable, es una pena que los cuadernillos no estén cosidos, porque este libro está condenado a pasar por varias manos, y los dueños deben prestarlo sólo a amigos sin manos pegajosas.

Clarisa L. Alvarez, Juan Antonio Barcat

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