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Medicina (Buenos Aires)

Print version ISSN 0025-7680

Medicina (B. Aires) vol.70 no.6 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Nov./Dec. 2010

 

COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO

Días de ciencia. Autobiografía de un profesor de Farmacia y Bioquímica de la UBA. Alejandro C. Paladini. Buenos Aires: Eudeba, 2010, 248 pp

Este libro es la contraparte de otro titulado Leloir. Una mente brillante, Alejandro C. Paladini. Buenos Aires: Eudeba, 2007, 256 pp comentado anteriormente (Medicina (Buenos Aires) 2010; 70: 396-7). Los dos libros -separados por sugerencia editorial- tienen como autor al primer becario de Leloir quien aquí relata su propia trayectoria dentro de un marco histórico de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires.
Como se detalla en el primer capítulo, dicha Facultad se creó en 1957 y según el rector Alejandro Ceballos “significó la consagración de más de cien años de ciencia acumulada”. Hasta 1946, la Universidad de Buenos Aires en su Facultad de Ciencias Médicas incluía tres Escuelas: Medicina, Farmacia y Odontología. En 1946 la Escuela de Odontología se transformó en Facultad. Dos pioneros de los estudios biomédicos se graduaron de farmacéuticos en esa Escuela de Farmacia: Juan A. Sánchez en 1896 y Bernardo A. Houssay en 1904. En 1917 Sánchez fue nombrado Profesor Titular de la Escuela de Farmacia y en 1919 como miembro del Consejo Directivo de la Facultad promovió el Doctorado en Bioquímica y Farmacia añadiendo dos años a los cuatro que duraba la carrera de Farmacia.
En 1919 el Consejo Directivo nombró Profesor Titular de Fisiología en Medicina al farmacéutico y médico Bernardo Houssay, a su vez Director del Instituto de Fisiología, incluyendo en ese contexto a la enseñanza de las materias Química y Física Biológicas, las que eran compartidas por los alumnos de la Escuela de Farmacia. Estos cursos fueron sucesivamente dictados por Narciso Laclau, Alfredo Sordelli, Venancio Deulofeu, y Raúl Wernicke.
En 1928, por iniciativa de Sánchez, se crearon cargos rentados de Profesores Auxiliares de Enseñanza para los estudiantes del Doctorado de Farmacia dentro del Instituto de Fisiología. Los primeros nombrados fueron Ciro T. Rietti, Agustín D. Marenzi y Julio J. Rossignoli. En 1939 los tres fueron designados Profesores Titulares y pasaron a integrar la Facultad en 1957. Como el nuevo edificio de la Facultad de Ciencias Médicas, que alojaba a las tres Escuelas, se diseñó y se empezó a construir en 1937, mucho antes de la creación de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, estos tres profesores quedaron alojados en el nuevo edificio dentro del Instituto de Fisiología, sobre la calle Paraguay y separados del resto de las cátedras de la Escuela de Farmacia, ubicadas sobre la calle Junín. Tal estado de cosas perdura y está oficializado por un Convenio Inter-Facultades. Según el autor, “esto ha dado origen a una 'extra-territorialidad' curiosa, que el tiempo ha demostrado ser útil, pues materias casi idénticas, en ambas carreras Farmacia y Bioquímica y Medicina, están geográficamente muy próximas lo que favoreció para crear fértiles colaboraciones”.
Este capítulo histórico se cierra con la lista de asignaturas de la Facultad de Farmacia y Bioquímica en el 2000 seguida de la nómina de los Institutos del CONICET que funcionan dentro de dicha Facultad: ININFA: Instituto de Investigaciones Farmacológicas, dirigido por Modesto Rubio; IQUIFIB: Instituto de Química y Fisicoquímica Biológicas, dirigido inicialmente por Alejandro Paladini, luego por Patricio Garrahan y ahora por Juan Pablo Rossi; LANAIS-PRO: Laboratorio Nacional de Análisis y Servicios sobre Proteínas, en el Departamento de Química Biológica organizado por José Alberto Santomé y actualmente dirigido por Mirtha Biscoglio; IDEHU: Instituto de Estudios de la Inmunidad Humoral, creado por Ricardo Margni y actualmente dirigido por Edgardo Poskus; PRALIB: Programa de Radicales Libres, dirigido por Alberto Boveris; IQUIMEFA: Instituto de Química y Metabolismo del Fármaco cuyo organizador fue Jorge Coussio.
Los catorce capítulos siguientes relatan la vida, la docencia y las investigaciones llevadas a cabo por el autor, abarcando desde su nacimiento en 1919 hasta su jubilación como Profesor Emérito de la UBA en 1984 e Investigador Emérito del CONICET en 2008. En el último Capítulo el autor presenta un resumen de lo que considera más significativo en su trayectoria desde 1947 hasta 2008.
Sin entrar en complejos detalles experimentales y técnicos, se va señalando, en capítulos sucesivos, su primer postgrado (1947-1951) con Leloir quien dirigió su tesis, parte del conjunto de trabajos que luego llevaron a Leloir al Premio Nobel en Química en 1970; su beca en el Instituto Rockefeller en Nueva York (1951-1953) donde trabajó en la separación analítica de aminoácidos y polipéptidos; su vuelta al país en 1954, primero como Profesor Titular de Matemática, luego Profesor Titular de Química Biológica convertido en 1983 en un Instituto del CONICET, IQUIFIB, que dirigió hasta el 2006.

Otros capítulos relatan su colaboración con Eduardo Braun Menéndez y con Eduardo De Robertis, incluyendo sus trabajos con la hormona de crecimiento, con flavonoides activos y con valerianas.
Se trata de una obra con su valor no sólo como autobiografía sino como historia -poco conocida- de una de las Facultades más importantes de la Universidad de Buenos Aires.
Interesante es el Epílogo que se inicia y termina con estas reflexiones: “Cuando, hace más de 70 años, comenzó a gestarse este relato, era frecuente la emigración de nuestros graduados, atraídos por las mejores condiciones de trabajo científico, hacia el exterior. Hoy la situación ha cambiado sensiblemente; y aunque la competencia mundial sigue siendo muy alta, la globalización de la economía ha puesto a nuestros graduados más cerca de las fuentes primarias en la creación del conocimiento y en su aplicación. Por ello, la emigración ha disminuido, y aunque no mucho, es más frecuente el retorno de los viajeros [...] Los hechos científicos conquistados son normalmente sólo etapas para nuevos descubrimientos que harán quienes nos sucedan, entre ellos muchos de nuestros alumnos y discípulos. Probablemente está sea nuestra contribución más importante”.
Esta valiosa obra de uno de nuestros eminentes científicos merecería difundirse ampliamente entre profesores y estudiantes, de esto debería ocuparse EUDEBA.

Christiane Dosne Pasqualini

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