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Medicina (Buenos Aires)

Print version ISSN 0025-7680

Medicina (B. Aires) vol.71 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./Feb. 2011

 

COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO

Una gloria silenciosa. Dos siglos de ciencia en Argentina. Miguel de Asúa. Buenos Aires: Libros del Zorzal, 2010. 316 pp

 

El autor del libro es Doctor en Medicina, Master en Historia y Filosofía de la Ciencia y Doctor en Historia, investigador del CONICET, ex editor de Ciencia Hoy y profesor en varias Universidades. El libro se editó con el apoyo de la Fundación Carolina de Argentina, cuyo presidente, Guillermo Jaim Etcheverry, dice en el prólogo: "Si bien no resulta posible mencionar a todos los hombres y mujeres que durante más de dos siglos han contribuido a esta empresa, […] en estas páginas se visitan las cumbres más altas de los avances científicos generados tanto en el país como por muchos investigadores argentinos que, por las circunstancias más diversas, realizaron su trabajo en el exterior".
En el Prefacio y agradecimientos, Miguel de Asúa señala los aportes (en orden alfabético) de quienes contribuyeron con capítulos o notas: Analía Busala, Diego Hurtado de Mendoza, Marcelo Montserrat, Eduardo Ortiz, Irina Podgorny y Lewis Pearson. También dice que el libro es un mosaico que no aspira a cubrir toda la ciencia argentina. Quedan excluidas la tecnología, la ingeniería y la medicina, aunque hay técnicos, ingenieros y médicos involucrados en la historia. No hay una interpretación del pasado a partir de doctrinas sociológicas actuales. Se cuentan los hechos, que al encadenarse, muestran la realidad y su desarrollo. Dice de Asúa: "A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la Argentina pudo construir el sistema científico más sólido y con mejores logros de toda Iberoamérica. Podemos mantenernos a esta altura o deslizarnos en el tobogán de la decadencia, pero lo que nos depare el porvenir no quita nada a lo que hemos logrado." Este libro muestra cómo una simple descripción de hechos puede volverse emocionante: la creación y la realización se constituyen en una epopeya… silenciosa.
No podemos dejar de hacer una apretada síntesis de esta crónica de más de dos siglos de historia de la ciencia argentina. Al mismo tiempo invitamos con fuerza a leerla.
En los orígenes fue la observación de los cielos…El jesuita astrónomo Buenaventura Suárez (1679-1750) puede considerarse el primer científico argentino, nacido en Santa Fe, llegó a hacer dos comunicaciones a las Philosophical Transactions of the Royal Society, donde describió observaciones de los satélites de Júpiter y los eclipses de la Luna y el Sol, realizadas desde las misiones situadas entre el actual Paraguay y Corrientes.
Los jesuitas cultivaron la astronomía, la óptica, el magnetismo y hasta la electricidad (experimentos con la "anguila eléctrica", Electrophorus electricus). En el Río de la Plata, la enseñanza superior se dictaba en la Universidad de Córdoba, fundada en 1620. La "ciencia" correspondía a la filosofía natural y era considerada un "arte". Cerca de 1810, el Deán Gregorio Funes (1749-1929) fue responsable de una renovación del plan de estudios, que incorporó la física experimental y un curso elemental de matemáticas.
Félix de Azara (1742-1821), un ingeniero naval formado en la Academia de Matemáticas de Barcelona, llegó al Río de la Plata en misión de demarcación de límites. Estudió aves y mamíferos y se destacó como el científico más importante de la Región.
Ya más cerca de la Revolución de Mayo Manuel Belgrano funda la Academia de Náutica del Consulado, que dirige Pedro Cerviño, donde se enseñan ciencia exactas aplicadas. La escuela de Medicina del Protomedicato es fundada por Miguel O´Gorman. Cosme Argerich y Agustín Fabre son sus profesores, siguiendo un plan de estudios tomado de la escuela de Medicina de Edimburgo, la más prestigiosa de Europa. Eran necesarios cirujanos para las campañas militares y las luchas de la independencia. La Asamblea de 1813 aprobó el plan de una Facultad Médica y Quirúrgica, y creó el Instituto Médico Militar.
Aimé Bonpland llegó a Buenos Aires en 1817, cuando era un científico de fama universal, "con multitud de semillas y 2000 plantas vivas salvadas en el viaje con grandes cuidados y fatigas". Joseph Redhead, graduado en Edimburgo, se radicó en Salta, fue el abnegado médico de Belgrano y escribió una Memoria sobre la dilatación progresiva del aire atmosférico, desde el nivel del mar hasta el Alto Perú.

La breve presidencia de Rivadavia deja fundadas la Universidad de Buenos Aires, la Academia de Medicina, la Sociedad Literaria y la de Ciencia Físico Matemática. Llegan a Buenos Aires un gabinete de física, un laboratorio de química, calcos de anatomía y material para preparaciones zoológicas, comprados por orden de Rivadavia en Londres y París. En 1823 ordena la creación de una Escuela de Agricultura y un Jardín de Aclimatación. Algunos italianos se destacan en las ciencias exactas. La Biblioteca Nacional había sido ya creada en 1812 por Mariano Moreno.
Entre 1828 y 1852 la Universidad deja de percibir aportes del Estado. Los personajes representativos de la ciencia del momento fueron Felipe Senillosa, topógrafo e ingeniero civil, y Francisco J. Muñiz, que recolectaba y clasificaba fósiles en Luján, donde ejercía la medicina.
En 1856 se fundó la Asociación Farmacéutica Bonaerense, se dictan clases en la Facultad de Medicina que se publican en la Revista Farmacéutica (1858), que es por lo tanto la publicación científica con contigüidad más antigua de nuestro país.
En 1863 se crea el Departamento de Ciencias Exactas de la Universidad, que funciona como Facultad de Ingeniería (Luis A. Huergo y Valentín Balbín fueron sus primeros egresados). Llegan al país matemáticos y naturalistas italianos contratados (Speluzzi, Strobel y Spegazzini, entre otros).
Con la presidencia de Sarmiento se crea el Observatorio Astronómico de Córdoba y llegan varios científicos alemanes contratados. Se forma una generación de naturalistas : Moreno, Holmberg, Ameghino, geólogos y botánicos que efectúan expediciones, coleccionan especimenes y confeccionan mapas. Durante las últimas décadas del siglo XIX se completó en buena medida el conocimiento geográfico del país. La Campaña del desierto incluía naturalistas de la Academia de Ciencias. Surge la Oficina Topográfica, germen del Instituto Geográfico Militar. En 1879 se crea la Oficina de Hidrografía Naval.
Francisco P. Moreno, un autodidacta, al igual que Ameghino, fundó en 1884 el Museo General de La Plata, con el modelo del Smithsonian Institute. Por su participación en el diferendo limítrofe con Chile, entre otras actividades, constituye un ejemplo del científico cívico y civilizador. José María Sobral se destacó en la exploración antártica, formando parte de la expedición de Nordenskjöld.
En 1872 Estanislao Zeballos funda la Asociación Científica Argentina, que financia exploraciones del Perito Moreno y de Ramón Lista, y en 1875 José M. Ramos Mejía crea el Círculo Médico Argentino. En 1905 Joaquín V. González establece la Universidad de La Plata y el Observatorio, donde los sucesivos directores son científicos venidos de Francia, Alemania, Italia y los EE.UU. No hubieron ingleses. Es sabido -acota de Asúa- que Gran Bretaña no hizo el mínimo esfuerzo por exportar ciencia a la Argentina.
El monumental trabajo de Ameghino llevó la geología, paleontología y antropología del territorio argentino al primer plano de la escena científica mundial. La investigación de la flora es desarrollada por E. Holmberg, C. Hicken, Miguel Lillo, Angel Gallardo y Juan A. Domínguez.

Los médicos del 80, "matriz humana de la más alta calidad", se formaron en su mayoría en la escuela clínica de París: Eduardo Wilde, Ignacio Pirovano, José M. Ramos Mejía, Emilio Coni, José Penna, Luis Guemes…
Alrededor del Centenario se fundan Institutos de aplicación de la ciencia: Oficina Química Nacional, Oficina Sanitaria Argentina y el Instituto Bacteriológico (después Instituto Malbrán), concebido con el Instituto Pasteur de Paris como modelo. Su primer director fue el bohemio Rudolf Kraus.
Llegan otros investigadores europeos. El modelo agro exportador y la promoción del campo (presidencias de Roca) determinan la creación del Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria , luego Facultad de Agronomía y Veterinaria de la UBA. En 1911 se crea la Oficina de Estaciones Experimentales, antecedente remoto del INTA.
Después de las epidemias en las décadas del 70 y 80 y con la creciente concentración urbana, Pedro Arata y otro italiano, Miguel Puiggari, pionero de los estudios de química ambiental y contaminación, se ocupan del control de la salubridad de los alimentos, del agua, de los mataderos. Se crea la Oficina Química Municipal.
Luis Agote crea el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson, donde en 1914 efectúa la primera transfusión de sangre citratada.
Enrique Gaviola, un ingeniero de La Plata, se doctora en Física en Berlín, trabaja en el Johns Hopkins sobre teoría cuántica de la espectroscopia del mercurio (con una beca obtenida por recomendación de Einstein) y vuelve al país a enseñar Física en la FCEFyN de la UBA.
Un fenómeno de este período fue el de los científicos que se ocuparon de la función pública: Angel Gallardo (1867-1934) Director del Museo de Ciencias Naturales, del Consejo Nacional de Educación y Rector de la UBA. El cirujano José Arce (1881-1968) que ocupó una amplia gama de funciones: Rector de la UBA, creador del MEPRA en Jujuy, donde descolló Salvador Mazza, embajador en China, representante argentino en las Naciones Unidas y decano de la Facultad de Medicina, durante su gestión en 1937, se comienza la construcción del nuevo edificio de esa Facultad.
Llegan científicos españoles huyendo de la guerra civil: los más destacados son el matemático Julio Rey Pastor y el patólogo Pío del Río Ortega.
Surge la escuela de Houssay. Esta parte de la historia es ampliamente comentada en el editorial que se publica en este número de Medicina (Christiane Dosne Pasqualini. La gran tradición. Houssay, Braun Menéndez, Leloir, De Robertis, Milstein. Medicina (Buenos Aires) 2011; 71: 9195).

La FCEyN se moderniza y se crea el Instituto del Cálculo (Manuel Sadosky), J.J.Giambiaggi se doctora en Física con el matemático Alberto González Domínguez, y ambos contribuyen extensamente a estas ramas del conocimiento. Se desarrollan investigaciones de física nuclear, José Balseiro crea el Instituto de Física en Bariloche, que hoy lleva su nombre. Junto con Gaviola y el Capitán de Fragata Pedro Iraolagoitía deciden aprovechar los restos del equipo del "fiasco" de Richter y fundar la Dirección Nacional de Energía Atómica, en 1950. Se construye en el país el primer reactor de investigaciones, para el que los elementos combustibles son fabricados en la División Metalurgia de CNEA a cargo del Ing. Jorge Sábato.
Las partes finales del libro se dedican a la investigación en agronomía y genética vegetal (Lorenzo Parodi y Salomón Horovitz, décadas del 50-60), y a la investigación matemática, en que descollaron los discípulos de Rey Pastor, en especial Alberto P. Calderón, considerado el matemático más brillante de la historia argentina, premiado en EE.UU. en 1991 con la Nacional Medal of Science.
Los últimos 30 años muestran un giro hacia los desarrollos tecnológicos. Decenas de empresas de bioingeniería producen todo tipo de productos químicos en las áreas de salud humana, explotación agropecuaria y en los alimentos. Esto coincide con cambios operados en escala mundial a partir de la década de 1980. Al menos en parte, ello se equilibra -explica de Azúa- con la investigación en universidades y otros centros, liderados en nuestro país por el CONICET.
Lo anterior no es más que una apretada síntesis de un libro "imperdible", que se puede leer con agrado y hasta con emoción.
Finalmente destacamos la precisión en las fechas, de las vidas de los personajes y de los hechos históricos. Sólo recomendaríamos que en la próxima edición se corrijan las fechas de fallecimiento de E. Braun Menéndez y de L.F. Leloir y algunos errores tipográficos. Nada es totalmente perfecto…

Isabel N. Kantor

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