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Medicina (Buenos Aires)

Print version ISSN 0025-7680

Medicina (B. Aires) vol.71 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./Feb. 2011

 

COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO

La ciencia argentina. Un proyecto inconcluso: 1930-2000. Diego Hurtado. Buenos Aires, Edhasa, 2010. 256 pp

 

El autor es doctor en Física de la Universidad de Buenos Aires (UBA), profesor de Historia de la Ciencia en la UNSAM, investigador del CONICET y profesor en la maestría de Política y Gestión de la Ciencia de la UBA. También conduce la serie de documentales Territorio de Ciencia en Canal Encuentro.
En la Introducción se indica que el libro intenta ser una historia panorámica de las principales instituciones argentinas dedicadas a la investigación científica y al desarrollo tecnológico en estas siete décadas que, con muy pocas excepciones, fueron universidades y establecimientos públicos. También hay una hipótesis inicial: la debilidad crucial del complejo científico tecnológico argentino es política e institucional.
En los primeros años de la década de los 30 se comenzó a perfilar una comunidad científica consciente de la necesidad de organizarse. Al mismo tiempo que, con la creciente industrialización del país, se acrecentaba el rol de la ciencia y la tecnología. En 1942 Félix Cernuschi advertía que "la poca matemática que se enseña está completamente divorciada de los problemas que plantea a los matemáticos la realidad de nuestro país" (cita p 17); y sobre la "fuga de cerebros" Eduardo Braun Menéndez sostenía en 1946: "Provocará vuestro asombro saber que la Argentina, además de exportar carne, cereales y algunos productos manufacturados, exporta también hombres de ciencia. Todos ellos fueron formados con grandes sacrificios y largos años de estudio y trabajo. Cuando se encontraban en condiciones de ser útiles a la sociedad que costeó su formación, fueron abandonados…" (cita p 18).
En el Capítulo 1, Una Comunidad Científica Incipiente, se narran los orígenes de esta organización. En 1933 se fundó la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC). Su promotor y primer presidente fue Bernardo Houssay. Una ley (12338, de 1937) otorgaba títulos de renta nacional para sus fines. Entre 1935 y 1946 la AAPC otorgó 40 becas y 87 subsidios a otros tantos investigadores. La revista Ciencia e Investigación, su órgano de difusión, comenzó a publicarse en 1945.
El gobierno militar llegado al poder en junio de 1943 se propuso aumentar la participación del Estado en la industria de base para el área de defensa. Se organiza la Secretaria de Industria y Comercio, y bajo su dependencia se crea el Instituto Tecnológico. Algunos militares, ingenieros y científicos, promueven su desarrollo. La actividad científica desde el plano oficial aparece como subsidiaria del desarrollo técnico e industrial. Por otro lado, la comunidad científica representada por la Unión Matemática Argentina (UMA) y la Asociación Física Argentina (AFA), lideradas por Enrique Gaviola, y el área de las ciencias biomédicas, por Bernardo Houssay, reclaman libertad de investigación, dentro de una confrontación ideológica "democracia versus totalitarismo". Ello lleva a la búsqueda de ámbitos de investigación con financiación no oficial. Entre 1944 y 1947 se crean los Institutos de Biología y Medicina Experimental (IByME) y de Investigaciones Bioquímicas Fundación Campomar, entre los más relevantes.
Houssay obtiene el Premio Nobel en fisiología o medicina en 1947, mientras se encontraba excluido de la UBA y se desempeñaba como director del IByME, con un notable grupo de discípulos (p 56-57).
La Ciencia como Política Pública es el título del Capítulo 2. En el primer gobierno de Perón, ciencia y técnica forman parte de un proceso planificado hacia la industrialización. Hasta inicios de los años 50 se creía en una posible "tercera guerra mundial" y en la ventaja consiguiente del ingreso del país en la era atómica. En mayo de 1950 se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) como soporte para el proyecto de fusión nuclear del físico austriaco Ronald Richter, y la Dirección Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Los físicos argentinos, nucleados en la AFA, plantean en 1951 su oposición a las iniciativas gubernamentales en el área atómica. Al mismo tiempo, la sospecha sobre el fraude Richter se torna preocupante, y se crea la Dirección Nacional de Energía Atómica (DNEA). En 1952 se cancela el proyecto Richter y la DNEA nuclea a numerosos químicos y físicos, aun opositores al gobierno, con buenas condiciones de trabajo. En ese período se crearon varios centros de investigación, entre ellos el Instituto Antártico Argentino y los Institutos de Física Nuclear y Aerofísica, dependientes de la Universidad Nacional de Cuyo, donde se realizaron los primeros estudios con radioisótopos para determinar las causas del bocio endémico, a los que se sumó la Sociedad Argentina de Endocrinología. En enero de 1954 se crea la CITEFA (Centro de Investigaciones Científicas y Técnicas de las Fuerzas Armadas).
En este conjunto el área nuclear fue la preponderante. Las instalaciones, equipos y personal que quedaron en Bariloche después del fraude Richter fueron reorientados al nuevo Instituto Físico Bariloche, a cargo del físico José Balseiro. La CNEA sobrevivió al derrocamiento del gobierno de Perón en 1955 y, como destaca Hurtado, alcanzó una continuidad de gestión poco usual en las instituciones argentinas. A ello contribuyó el que tanto los gobiernos democráticos como las dictaduras coincidieron en otorgarle al desarrollo nuclear un lugar estratégico. En 1958 se puso en marcha el primer reactor nuclear de investigación construido en América Latina. Sus elementos combustibles fueron desarrollados por la división de metalurgia, a cargo de Jorge Sábato, manifestando ya una política de colaboración con la industria local, búsqueda de autonomía tecnológica y hegemonía regional.
En 1956 se crea el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) a partir de 28 estaciones experimentales de la Secretaria de Agricultura y Ganadería, con autarquía y recursos provenientes de un impuesto del 1.5% sobre las exportaciones de productos agropecuarios y con dos objetivos fundamentales: investigación y asistencia técnica a los productores agropecuarios. Entre los logros del INTA se destacan, en los años 70, la vacuna antiaftosa de base oleosa, y más tarde variados aportes en biotecnología que han contribuido al mejoramiento de la producción agrícola-ganadera. Siguiendo ese modelo, en 1957 se creó el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), que a lo largo de años y vicisitudes, ha actuado como laboratorio nacional de ensayos, contribuyendo a crear la cultura de la medición, la normalización y la especificación técnica (p 226).
Se narra el proceso de negociaciones entre la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, algunos científicos eminentes, encabezados por Bernardo Houssay y el gobierno de Aramburu-Rojas, que culminaron en 1958 con la creación de un nuevo organismo autárquico dependiente directamente del Poder Ejecutivo. Este fue el CONICET, que desde entonces ha ido marcando los estándares de calidad para la producción científica nacional y para la asignación de recursos. En 1961 se creó la carrera de Investigador Científico y un programa de becas internas, externas, de iniciación y de perfeccionamiento, y de subsidios para proyectos aprobados por el CONICET.
El libro relata y documenta los devenires sufridos por la comunidad científica en el CONICET desde entonces, en las Universidades y en algunos casos particulares como el del Instituto Malbrán, donde a períodos con aportes científicos y líneas de investigación de excelencia (se da el ejemplo de César Milstein, entre otros) les sucedieron intervenciones con oscuros personajes y episodios de corrupción. No obstante lo cual algunos de sus laboratorios siguieron trabajando con eficiencia.
Entre los logros mayores de los años 60 se citan el Instituto del Cálculo (FCEN, UBA) a cargo de Manuel Sadosky, con la instalación de la primera computadora científica (1962), y el programa de lanzamiento de cohetes diseñados y construidos por el IIAE (Instituto de Investigación Aeronáutica y Espacial) para medir radiación cósmica, y de cohetes tripulados por mamíferos para medir el ritmo cardíaco y la presión sanguínea en vuelo (1969), programa que culminó en 1973 con el cohete Cástor siendo luego frenado, aparentemente por presiones internacionales.
En el Capítulo 3, titulado Ciencia en tiempos de autoritarismos, se ejemplifican en el gobierno de Onganía, y otros que le sucedieron, los componentes ideológicos de gobiernos de facto que ubicaban al desarrollo económico, y dentro de este a la ciencia y la tecnología, en relación a la "seguridad" entendida como lucha contra el "enemigo interno". Durante uno de esos períodos (1970) Luis F. Leloir ganó el Premio Nobel en química. Cuenta Hurtado que en ese entonces el Instituto Campomar estaba pobrísimo, y además "sospechado" por las autoridades. El mismo Leloir fue echado de la Universidad, aunque luego reincorporado por la presión internacional. En marzo de 1976 se produce un golpe de Estado devastador para las instituciones de ciencia y tecnología. Y justamente en 1976 se funda la empresa INVAP, en Bariloche, que desde entonces se ha
ido consolidando permanentemente como exportadora de tecnología nuclear a países en desarrollo.
Capítulo 4: Retorno a la democracia y recuperación de las instituciones. La vuelta a la democracia en 1983 fue seguida por crisis económicas e inflación, que hicieron difícil y lenta la recuperación en el área científica. La década de los 90, democrática en lo político, se inscribe en la globalización y el liberalismo económico, que significó para el país empobrecimiento y hasta liquidación de sus instituciones científicas públicas.
La última parte de este capítulo se dedica al mejoramiento de las condiciones de trabajo en CONICET, la SECyT, y la creación de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Se destaca la creciente cooperación Sur-Sur, especialmente en áreas de biotecnología y física nuclear, hasta el año 2000.
Este comentario, con un apretado resumen de los temas tratados, es sobre todo una invitación a leer el libro. El lector podrá así conocer el proceso institucional de este período de historia científica argentina, en un relato ágil y muy bien documentado, resultado de serias investigaciones. Mucho se ha hecho en ciencia en estos años, con gran esfuerzo y venciendo enormes dificultades. Y la hipótesis que el autor plantea al inicio aún queda abierta…

Isabel N. Kantor

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