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Medicina (Buenos Aires)

Print version ISSN 0025-7680

Medicina (B. Aires) vol.74 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Apr. 2014

 

OBITUARIO

Samuel Finkielman (1932-2013)

 

Nació en Buenos Aires, de chico vivió y creció en Parque Chacabuco, en una familia judía polaca. Fue a la escuela pública del barrio, y al Colegio Nacional Juan Martín de Pueyrredón, fue socio de San Lorenzo de Almagro. Estudió y se recibió de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Desarrolló toda su carrera en el Instituto de Investigaciones Médicas, allí fue médico residente, becario primero, luego investigador del CONICET. Solo se alejó del Instituto el año, entre 1966 y 1967, que estuvo en el Cardiovascular Research Institute, University of California School of Medicine, San Francisco, dirigido por Julius H. Comroe Jr. Allí trabajó, publicó un artículo con la Dra. Ellen Brown (J Physiol 1969; 204: 42P-43P), y concurrió puntualmente a las clases de historia de la medicina de Chauncey D. Leake. Desde el comienzo su especialidad fue la hipertensión arterial en todos sus aspectos, a la que añadía un especial interés por la historia de la medicina. Sus directores de becas al inicio de su carrera de investigador fueron Alfredo Lanari y Alberto Agrest. Publicó con Manuel Worcel un libro, Hipertensión arterial (Eudeba, 1967), y 116 artículos indizados en PubMed. Fue profesor emérito de Medicina, director del Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari (UBA), presidente de la Sociedad Argentina de Investigación Clínica y de la Fundación Revista Medicina. Esta enumeración parcial de los hechos de su vida, sostenida por el Curriculum Vitae y PubMed, inevitable y convencional, clara muestra que indica cuánto y cómo contribuyó a la medicina y la investigación clínica, poco dice de la persona y su labor cotidiana.
Finkielman era parte de la estructura del Instituto, estaba siempre. Su mujer, Betty, lo traía a las 8 de la mañana y lo llevaba a las 4.30 de la tarde, lo cual le molestaba a Lanari "¿Por qué se va tan temprano?" En el mes de enero se tomaba, riguroso, las vacaciones en Villa Gesell (a la tarde en la Librería Casa Böhm) o en su casa.
Como investigador Finkielman siempre estaba disponible para sus colaboradores. Sabía escuchar, aportaba ideas y era crítico en las discusiones. Corregía, redactaba y escribía a mano, prolijamente, las versiones finales de los trabajos en inglés eficaz; dibujaba, preparaba esquemas y diapositivas y, cuando llegaban las observaciones de los árbitros, contestaba con mesura y diligencia. No cayó en ser "autor honorario".
Finkielman era médico, atendía en el consultorio externo enfermos cuya queja primaria era la hipertensión arterial, pero nadie tiene solo hipertensión arterial, tiene muchas cosas más y se las contaban todas. Los enfermos, más bien sus devotos, eran numerosos y de variada condición: amigos de la infancia, médicos, enfermeras, mucamas, profesores, ingenieros, verduleros, monjas, empleados municipales, rabinos, un bodeguero y algún obispo. Al comienzo eran jóvenes, uno de ellos empezó siendo casi un niño, adultos y viejos. Al final eran casi todos tan viejos como él y su fidelidad era increíble, lo perseguían y lo esperaban horas y horas, se ponían pesados. Finkielman les tomaba la presión arterial, los escuchaba pacientemente, les recetaba antihipertensivos y antidepresivos y, con estilo y prolija caligrafía, anotaba sus observaciones en la historia clínica. Clínico astuto, tenía claros sus límites y derivaba con inteligencia a quienes no podía tratar, que volvían después a contarle cómo seguían. Ocasionalmente perdía la paciencia y les gritaba, sus devotos aceptaban esto como parte del tratamiento, y le pagaban con su fidelidad a toda prueba y regalos a veces incómodos.
Entró muy joven al Comité de Redacción de Medicina (Buenos Aires), corregía con cuidado y generosidad cuanto trabajo arbitraba y, en una oportunidad, tal fue su aporte que los autores originales decidieron incluirlo entre ellos. Por muchos años redactó las versiones destinadas a la imprenta de los ateneos anátomo-clínicos.
Finkielman tenía muchas mañas, era un lector insaciable, omnívoro, y una variedad de enciclopedia ambulante. Todos los domingos iba al Parque Rivadavia a comprar algún libro sobre cualquier tema, y a todos leía; si los libros estaban maltrechos los arreglaba. En una época se le dio por grabar toda, sí, leyó bien, toda, la obra de Mozart, creo que no lo consiguió. Buen dibujante y caricaturista, sabía mucho de fútbol y, como es de suponer, era un entusiasta de San Lorenzo.
Finkielman no carecía de defectos públicos, la mayoría nacidos de una virtud: la tolerancia. Se parecía al padre de Isaac Bashevis Singer, rabino en un barrio pobre de Varsovia, a quien lo consultaban como juez de un tribunal rabínico (Beth Din), habitualmente por minúsculas cuestiones de religión, liturgia, o dinero. Sus sentencias eran casi siempre de compromiso, buscaba satisfacer a ambas partes y que los litigantes llegaran a un arreglo. Esta conducta no siempre conforma, y enfurece en un litigio entre personas, en una institución, o en la función pública.
El último año fue cruel con Finkielman, la enfermedad y sus complicaciones, una tras otra, lo destruyeron. Se fue del Instituto, como de costumbre, el 31 de diciembre, pero no volverá el primer día hábil de febrero del 2014. Vivirá, como todos nosotros, hasta que se apague la memoria del último que lo recuerde.

Juan Antonio Barcat

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