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Medicina (Buenos Aires)

versión impresa ISSN 0025-7680versión On-line ISSN 1669-9106

Medicina (B. Aires) vol.76 no.6 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dic. 2016

 

EDITORIAL

Por un pelo: Charles Darwin y la medicina

 

"why believe that the favourable varieties of turnips are tending to become men"
Obispo Wilberforce, Oxford 18601

Si los antecedentes familiares sirvieran de algo, Charles Darwin (1809-1882) estaba desde su nacimiento condenado al éxito como médico. Pero los avatares de la vida son más complicados que el "destino". Un curioso periplo personal puede, en ocasiones, desafiar los escenarios históricos, familiares y sociales. Como se sabe, Darwin terminó siendo no un médico sino el científico más descollante del siglo XIX, y quizás de todas las épocas, el que dio a la raza humana como especie una nueva perspectiva y una teoría que es algo más que una teoría. Las peripecias de este abrupto cambio son el tema de esta nota.
Darwin nació y creció en una atmósfera médica. Los que la han vivido, pueden dar cuenta de su existencia: la medicina como práctica familiar, como fuente de ingresos, como responsable de largas sesiones de estudio que distraen de los juegos, como tema de los almuerzos, como modificadora de planes (una emergencia que anula un compromiso, una y otra vez) y, último pero más importante, el orgullo de una profesión imperativa, dominante y a la vez única2. Para un jovencito apacible aunque dado a las bromas inocentes, afincado en el estudio aunque no ajeno a escapadas de caza y pesca y exploración de la campiña, respetuoso y admirador de sus mayores como Charles, este ambiente, respirado desde el inicio, no debe haber sido una carga sino una participación en el sostenimiento de un legado. Ser uno más en una carrera de postas.
Esta era una familia de médicos o de merodeadores cercanos a la profesión, pasajeros de diversas distancias. El padre de Darwin, Robert, había desarrollado una práctica exitosa en Shrewsbury, aún hoy una pequeña localidad, así como en el condado circundante, consecuencias de la cual fueron un reconocido prestigio y una cierta fortuna, acrecentada por su casamiento con una Wedgwood, los de las famosas porcelanas. Su hijo lo describe muy afectuosamente, en su autobiografía, como un hombre conocedor del carácter de sus pacientes y con poderes de observación "casi sobrenaturales". Un talentoso médico de provincias, pionero enemigo de las sangrías, favorecedor de la simpatía como acercamiento al paciente (de haber existido entonces la palabra, Charles hubiera preferido "empatía"; pero no existía). Sin interés o poderes, empero, para formular leyes generales a partir de esas observaciones, apuntaba el que luego viviría proponiendo teorías y meditando acerca de cómo funciona el proceso de formularlas. Trágicamente, además, en la saga médica familiar, un hermano de Robert, tío de Charles, estudió también medicina, al parecer dueño de un promisorio futuro, pero murió muy joven de lo que llamaban "blood poisoning", una septicemia, luego de cortarse mientras realizaba una disección en un cadáver.
La historia familiar con la medicina no termina ahí, sino que en realidad empieza antes, de manera decisiva, con un personaje tan rotundo en cuerpo como en espíritu, expansivo en toda la extensión de la palabra. El padre de Robert, esto es, el abuelo de Charles, Erasmus Darwin, muerto antes del nacimiento del naturalista pero por siempre gravitante en la mente del joven, había sido un médico todavía más famoso. Su prestigio se extendió de tal manera que el mismo rey George III, históricamente recordado por su posible porfiria, solicitó sus servicios como médico personal, pero Erasmus rechazó la propuesta por estar felizmente afincado en su práctica y su condado. Erasmus Darwin fue, además, muchas otras cosas: un natural philosopher, esto es, un hombre de las ciencias naturales, inventor imaginativo, fértil poeta, y miembro fundador de la Lunar Society of Birmingham, un grupo de discusión que trascendió en la historia y cuyos miembros se llamaban a sí mismos, por supuesto, "lunaticks". Y en sus libros de poemas, además, Erasmus Darwin entrevió la idea de la Evolución ("Nurs´d by warm sun beams in primeval caves/ Organic life began beneath the waves" )3, que luego desarrollaría su nieto Charles. Sabemos que fue el insatisfecho deseo de conocer más acerca de la vida de su abuelo, lo que animó a Charles a escribir su encantadora autobiografía2, de la que muchos elementos de esta nota están tomados, para que sus hijos no padecieran esa privación.
Charles Darwin, el futuro médico, comenzó a ver enfermos y a tratarlos en la consulta de su padre. También a acompañarlo en sus visitas profesionales. No tenía más de quince o dieciséis años (¡esos eran los tiempos!). Y su padre declaró que por las evidencias Charles sería sin duda un médico exitoso. La decisión de estudiar medicina fue solo, en este contexto, natural. Comenzó sus estudios en la Universidad de Edimburgo. Señal de otra recurrencia del tema familiar, lo acompañó en el proyecto su hermano mayor Erasmus, entusiasta de la química y experimentador voraz, quien terminó por ser del contingente de los desertores, para convertirse en un londinense bon vivant no ajeno, como su abuelo, a la curiosidad científica y literaria y a los entremeses del amor. En cuanto a Charles, cursando su segundo año, ocurrió la catástrofe. La ascendencia del mandato familiar o el poder de la carga genética se esfumaron. Este giro copernicano no tuvo lugar en un instante de revelación. El gusto por la biología, el placer de explorar la naturaleza y observar su vida animal, en especial las formas más modestas (sin olvidar plantas y minerales), y sus sentimientos más afines a las ciencias naturales y sus libros y cultores que a la anatomía humana y los textos de medicina, venían de mucho antes. El convencimiento posterior de que de seguro terminaría por convertirse en un heredero lo suficientemente rico como para vivir sin obligarse a trabajar, lo ayudó a concluir que no necesitaba la medicina como medio de vida, y que cualquier esfuerzo indeseado se hacía en tal caso innecesario. Estudiar medicina lo era. Su historia futura demostraría con creces que Charles no le temía al trabajo; podía ser infatigable en aquello que lo apasionaba. Hubo sin embargo, un momento decisivo, un turning point: la obligada asistencia a dos cirugías en época previa al cloroformo, una de ellas en un niño pequeño, impresionaron vivamente al joven estudiante. A decir verdad, huyó de la sala de cirugía para no volver jamás. De hecho, Charles pasó sus dos años en Edimburgo frecuentando a zoólogos, geólogos, botanistas, disecando ostras y tratando de ver algo a través de un desvencijado microscopio. Encontró el modo, sin embargo, de hacer un par de "pequeños descubrimientos" que comunicó a una llamada Plinean Society. Esa fue la época en la que un técnico de raza negra, ("un hombre muy agradable e inteligente"), excelente embalsamador, le dio lecciones en una artesanía de la que daría buena cuenta durante el resto de su vida. La familia de Darwin había sido, huelga decir, librepensadora y antiesclavista.
En toda la admirable saga médica de la familia, como suele suceder aun en las mejores, había además un gusano en el capullo: Robert Darwin en su momento le había confesado a su hijo que, a pesar de su éxito, en un principio había odiado tanto la profesión que si su padre le hubiera dado la menor oportunidad de elección, nada lo hubiera inducido a seguirla. Evidentemente, Darwin padre no estaba dispuesto a cometer el mismo error que Erasmus había cometido con él y, habiendo percibido el disgusto de Charles con sus estudios, le propuso el abandono de la carrera. Aceptada con celeridad la oferta, Charles Darwin puso fin a su sancionado destino manifiesto.
Desaparecida la medicina de su futuro, todavía debió salvarse de recorrer otro camino equivocado. Su padre, que lo veía como una especie de niño bien, dado a perder el tiempo en vaguedades poco industriosas, inmediatamente le hizo otra propuesta: convertirse en clérigo. Después de todo, no escaseaban párrocos y hombres de la religión en ambas familias, los Darwin y los Wedgwood. Absurda, como el mismo Darwin declararía mucho después que era la idea, considerando la futura historia personal, en el momento no le pareció tanto. Ofrecía una posición, tiempo para sus verdaderos intereses y, después de todo, Charles, a los veintiún años, no sentía deseos de disputar dogma alguno, aunque más tarde comprendiera lo ilógico de "creer lo que no podía entender y en realidad era ininteligible". Con la clerecía en los planes, Charles mudó a Cambridge donde pasó cerca de tres años ocupado en desarrollar su doble vida: aburridas clases para lograr títulos, amistades con científicos de primera línea para mantener y avivar su verdadero interés. El clérigo Darwin estaba al caer cuando, simultánea pero lejanamente, un joven oficial de la Marina Real, Robert Fitz-Roy, se preparaba para hacerse a la mar utilizando un bergantín, hasta ese momento desmantelado y recompuesto para la ocasión, en un largo viaje cuyo fin a la vista era recorrer costas y trazar mapas, sobre todo de Sudamérica. El pequeño barco, de dos mástiles y veintisiete metros de eslora, se llamaba HMS Beagle. Siendo Fitz-Roy culto y amplio, y quizás deseando alguna compañía inteligente, tiró redes para llevar en el viaje a un naturalista joven con tiempo y disposición. Y también preparado para pagar su viaje. El naturalista terminó por ser Charles Darwin, que no lo era y que no viajó, oficialmente, en esa condición. Por la fuerza de tan inesperadas circunstancias, el clérigo quedó, felizmente, atrás.
El Beagle partió el 27 de diciembre de 1831 y fondeó en puerto, de regreso, el 2 de octubre de 1836. Historia legendaria, el viaje del Beagle terminó por ser memorable, un episodio trascendente de la ciencia; la presencia a bordo de Darwin lo hizo histórico. El Charles Darwin que bajó a tierra, casi cinco años después, cargado de especímenes, observaciones científicas y, quizás, algún Trypanosoma cruzii como mal recuerdo4, no era médico, por un pelo.
Es decididamente cierto lo afirmado en 1860 por el obispo Wilberforce, uno de los oponentes más severos de Charles Darwin y crítico de su recientemente aparecido The origen of the species (1859), el libro que sacudiría al mundo: no hay por qué creer que un nabo pueda tender a parecerse a un hombre1 (el hipotético camino inverso es de considerar). Pero la historia de Charles Darwin enseña que una persona moderada, cuando encuentra su vocación, puede convertirse, aun sin proponérselo, en un antes y después en la historia de la humanidad.

Héctor O. Alonso

e-mail: drhectoralonso9@gmail.com 

Bibliografía

1. Desmond A, Morrius J. Darwin. London: Penguin, 1992.         [ Links ]

2. The autobiography of Charles Darwin 1809-1882. With original omissions restores. Edited with Appendix and Notes by his grand – daughter Nora Barlow – Collins. En: http://darwin-online.org.uk/content/frameset?viewtype=text&itemID=F1497&pageseq=1; consultado el 6/6/2016.

3. Keynes RD. Fossils, Finches, and Fueguians: Darwin adventures and discoveries on the Beagle. USA: Oxford University Press, 2002, p 287. En: https://books.google.com.ar; consultado el 8/8/2016.         [ Links ]

4. Martin R. ¿Sufrió Darwin la Enfermedad de Chagas? Medicina (B Aires) 1980, 40: 726-8.         [ Links ]

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