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Medicina (Buenos Aires)

versão impressa ISSN 0025-7680versão On-line ISSN 1669-9106

Medicina (B. Aires) vol.78 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires fev. 2018

 

EDITORIAL

Hooke y Compañía. Ciencia y literatura

Aun austeros científicos pueden caer en la literatura: “Arte de la expresión verbal” (DRAE). A la expresión escrita nos referimos. Arte al cual, si juzgamos por la lectura de las revistas del género, se evita tercamente para producir artículos inmunes a la literatura.
Tomaremos ejemplos de autores que tienen en común el haber incurrido en actos de literatura en sus escritos: imágenes, descripciones, analogías o metáforas pintorescas e inolvidables que traducimos al castellano. Dice Robert Hooke (1635-1703) a propósito de los piojos:

“Hay una criatura tan entrometida que será conocida alguna vez por todos, tan ocupada, impúdica e intrusa que está en compañía con todos, y además tan orgullosa y escaladora que no tiene miramientos en despreciar a los mejores, ni a la Corona; se alimenta y vive muy arriba y esto la hace tan descarada y capaz de tirar de las orejas a cualquiera que se meta en su camino y no se quedará quieta hasta sacarle sangre: ni tan siquiera porque un hombre se rasque la cabeza y, como si supiera que está complotando y tramando alguna jugarreta contra ella, se esconde a propósito en los lugares más oscuros, y corre por la espalda, aunque más corre detrás de los cabellos; estas malas cualidades, que la han hecho más conocida que confiable, me exceptúan de seguir con mi descripción, si no fuera por mis fieles Mercurio y Microscopio”.

A este párrafo sigue la descripción minuciosa de un piojo, vivo, visto con su microscopio, y un magnífico grabado del propio Hooke1. El Mercurio al que se refiere Hooke no es el dios griego sino el mercurio que se usaba para eliminar a los piojos; aún se usa el óxido de mercurio para tratar los piojos de los párpados.
Seguimos con este ejemplo tomado de un libro de Howard W. Florey (1898-1968). Trata del omento o epiplón mayor, y dice:

“Podemos tomar esta oportunidad para tener una nueva visión del humilde omento el cual, usualmente, ha recibido escasa atención de fisiólogos y patólogos, aunque antaño se usaba para decorar las carcasas de ovejas que colgaban en las carnicerías. Fisiológicamente actúa como un depósito de grasa, y el de gatos bien alimentados y ovejas me recuerda las victorianas cortinas de encaje —principalmente por el patrón formado por la abundante grasa a lo largo de los vasos sanguíneos […]”

Luego Florey cita a un innominado cirujano que llamó al omento mayor “el policía del abdomen” porque “Recorre el abdomen con considerable actividad, y es atraído por alguna fuente de información a los vecindarios donde alguna diablura se está tramando”2.
Finalmente unas líneas de Arnold R. Rich (1893-1968) y William Boyd (1885-1979). De Rich las que siguen, citadas justamente por Boyd: “La completa ignorancia de la función de los linfocitos es una de las más humillantes y desgraciadas brechas de todo el conocimiento médico. No fagocitan bacterias ni partículas. Congregados a menudo en las partes más periféricas de la lesión, tiene la apariencia de flemáticos espectadores mirando pasivamente las turbulentas actividades de los fagocitos”3.
Dice el propio Boyd cuando trata de la gota y los excesos en la bebida: “La cerveza y los vinos tintos como el oporto son mucho más peligrosos que el whisky; tal vez por esta razón la gota es una enfermedad rara en Escocia” (Boyd era escocés y presbiteriano). Así se refiere al peso del corazón: ”El peso medio es 300 g en el hombre, 250 g en la mujer, pero estos números pueden ser considerablemente excedidos en un grande y musculoso obrero o reducidos en una frágil mujercita”. De la tromboangeítis obliterante dice: “La incidencia en los sexos es llamativa, porque la enfermedad está confinada a los hombres, aunque casos en mujeres se comunican ahora. La incidencia por raza, aunque llamativa, es menos extrema. En Norteamérica se ve usualmente en jóvenes rusos y polacos judíos, pero los gentiles también la pueden sufrir y ni los escoceses son inmunes”. Y así termina su descripción del cretino: “Lo que se intentó crear como una imagen de Dios ha devenido en lo que se llama un paria de la Naturaleza, ¡y todo por la falta de un poco de yodo!”4.
Estas imágenes y comparaciones no se olvidan, siguen impresas en las mentes de quienes las leyeron con entusiasmo, y aun con ojo crítico. Sí, debieron renovar lo aprendido, pero el efecto de estos deslices literarios persistió. Tal vez por ellos los libros de Hooke, Florey y Boyd fueron éxitos editoriales; el de Hooke es de fácil acceso; cuatro ediciones tuvo el de Florey; la primera edición de Boyd es de 1931, la novena y última, puesta al día por A. C. Richie, en 1990; el de Rich tuvo dos ediciones, una traducida al castellano3. El éxito de estos libros, y también el del recordado todavía por muchos médicos, el texto de patología de Stanley L. Robbins (1915-2003), mucho tiene que ver con sus felicidades literarias5.
¿Podemos usar un lenguaje como el de estos ejemplos en un artículo científico? Un poco. La regla insiste en que el estilo debe ser objetivo, preciso, claro, conciso y lógico. ¿Objetivo? Un ideal. No somos objetivos, queremos convencer al lector del valor de nuestro trabajo y, sin saberlo, usamos una retórica rústica6. Sí, importan las evidencias, pero usemos las herramientas elementales del “Arte de la expresión verbal” para presentarlas. No faltan libros recomendables ni notas ocurrentes y accesibles en Internet7-9. Esas herramientas sirven para amenizar la lectura y benefician a los autores, si queremos que nuestros artículos sean leídos, recordados y citados antes de caer en el pozo de la bibliografía trasegada pero no leída10.

Juan Antonio Barcat

e-mail: jabarcat@yahoo.com.ar

Bibliografía 

1. Hooke R. Micrographia (1665). New York: Dover, 1961. Observ. LIV. Of a louse, p 211-3.         [ Links ]

2. Florey H. Lectures in general pathology. London: Lloyd-Luke, 1954, p 107-10.         [ Links ]

3. Rich AR. Inflammation and resistance to infection. Arch Path 1936; 12: 229-54, Citado en 7, p.110. También en: Rich AR. Pathogenesis of the tuberculosis. Second Ed. Springfield Ill: Charles C. Thomas, 1951, p 600. Versión castellana por Oscar C. Croxatto (de la 1a. edición). Buenos Aires: Editorial Alfa, 1946.         [ Links ]

4. Boyd W. A text-book of pathology. An introduction to Medicine. Philadelphia: Lea & Fibiger, 1943. Fourth Ed, pp 4, 347, 385,742-3.         [ Links ]

5. Kumar V. Stanley L. Robbins, 1915-2003. Am J Pathol 2004; 164: 1129-30. En: http://ajp.amjpathol.org/article/S0002-9440(10)63199-9/fulltext; consultado agosto 2017.         [ Links ]

6. Shapin S. The art of persuasion. Nature 2007; 448: 751-2. En: https://www.nature.com/nature/journal/v448/n7155/pdf/448751a.pdf; consultado agosto 2017.         [ Links ]

7. Day RA, Gastel B. Como escribir y publicar trabajos científicos. 4ta. Edición en español (6ta. en inglés). Washington DC; OPS/OMS, 2006. Traducción española de Miguel Sáenz. En inglés la 8va. edición (2016) es de Gastel B y Day RA. Libre en línea Tercera edición en español, 2005. En: http://www.bvs.hn/Honduras/pdf/Comoescribirypublicar.pdf; consultado agosto 2017.         [ Links ]

8. Ness R. Writing science: The story’s the thing. En: http://www.sciencemag.org/careers/2007/04/writing-science-storys-thing; consultado agosto 2017.

9. Ruben A. How to write like a scientist. En: www.sciencemag.org/careers/2012/03/how-write-scientist; consultado agosto 2017.         [ Links ]

10. Hillier A, Kelly RP, Klinger T. Narrative style influences citation frequency in climate change science. PLoS One 2016; 11: e0167983.         [ Links ]

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