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Medicina (Buenos Aires)

versión impresa ISSN 0025-7680versión On-line ISSN 1669-9106

Medicina (B. Aires) vol.80 no.3 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2020

 

EDITORIAL

Narrar la epidemia

 

En el Museo del Prado de Madrid se encuentra el óleo sobre tabla llamado El Triunfo de la Muerte (Fig. 1), realizado por Pieter Brueghel el Viejo en 1562. El artista lo creó doscientos catorce años luego de la epidemia más terrible que se conoció, y sin dudas la Peste Negra fue su fuente de inspiración. En la escena se refleja un mundo de espanto y disolución, acabado ejemplo de las ideas de muerte de esa época, en la que se observa un todo que se desmorona sin reconocer jerarquías.


Fig. 1

La pandemia medieval que dio origen al cuadro de Brueghel se originó en la lejana Catay, hoy China, cuando en la década de 1330 hubo grandes catástrofes naturales que despertaron el flagelo. La enfermedad llegó al Mar Negro a través de la Ruta de la Seda, y de allí los barcos que zarpaban a puertos de la península itálica fueron los responsables de su propagación. La plaga se inició en 1348 y luego se extendió por toda Europa, en ese entonces sumida en fuertes turbulencias políticas, religiosas y climáticas1. La Peste Negra abre el epílogo de la Edad Media. El siglo previo a la aparición de la enfermedad se caracterizó por la falta de alimentos para una población que había crecido en Europa, y que, debido a una sucesión de inviernos crudísimos y veranos casi ausentes, transformó el continente en terreno fértil para el espanto. La pandemia mató a casi un cuarto de la población europea2.
Vivimos tiempos de otra epidemia de proporciones únicas en la historia de la humanidad, acaso no por la mortalidad, sino por su carácter globalizado, con una increíble rapidez en su propagación3. Pocas semanas después de conocerse los primeros casos, también en el “Lejano Oriente”, la enfermedad ya se había diseminado por todo el mundo. Gran diferencia con los catorce años que necesitó la epidemia para llegar a Europa desde China en la segunda mitad del siglo XIV. El aleteo de la mariposa de Wuhan (en realidad un murciélago), ha desatado una brutal tormenta mundial. Y del mismo modo que la peste medieval, el coronavirus de 2019, dejará una marca indeleble en las sociedades conmocionadas por sus efectos. La peste que marca el comienzo del fin de la Edad Media se abrió a un tiempo de progresos científicos y artísticos que será la marca del Renacimiento. El arte funcionó como vehículo de representación para grabar los sucesos ocurridos en la memoria colectiva. Trauma social, trauma colectivo. Sin dudas, también el coronavirus, culpable de esta epidemia, producirá una herida social que será preciso restañar. Vale entonces mirar algunas formas de salida de la experiencia traumática de las grandes epidemias del pasado.
Narrar una epidemia, a lo largo de la historia de la literatura, se ha constituido en uno más del catálogo de motivos literarios. Numerosos autores produjeron narraciones donde la epidemia tiene un lugar central, o es escenario protagónico. Solo a título de incompleta enumeración, y sin olvidar a la magistral novela de no ficción de Daniel De Foe, en el siglo XX el tema “epidemia” fue abordado por varios de los ganadores del Premio Nobel de Literatura como Sigrid Undset, Herman Hesse, Thomas Mann, Albert Camus, Gabriel García Márquez y José Saramago. La Peste Negra del medioevo, por su poder extermi
nador, dejó una experiencia traumática de la que fue necesario salir también colectivamente. Un ejemplo muy preparatorio para lo que ocurra con el trauma social que dejará la pandemia del coronavirus.
Se trata entonces de pensar cuáles son las herramientas de las que se disponen para tramitar un trauma social. El individuo que ha padecido una situación traumática debe narrar su experiencia, hacer que se escuche, y trabajar en ese ámbito para elaborar su padecimiento. Desde esa perspectiva, y en la necesidad de producir una narración social para la elaboración del trauma infringido por eventos que se pueden mirar como genocidios naturales, las representaciones de la cultura pasan a ser formas donde la comunidad encuentra un modo de narrar, y eventualmente elaborar lo que esas epidemias han generado.
La epidemia de 1348 se produjo en un tiempo de oscuridad. La medicina, muy poco científica, solo generó ideas con bases astronómicas, religiosas, o incluso de pura superstición. Y es entonces donde aparece un texto fundante para la prosa italiana, que toma la situación a través de una narración que escapa incluso a la idea de que la peste es el único tema posible. El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, se escribe años más tarde de los acontecimientos narrados, aunque sin dudas el autor ha estado próximo a la bella Florencia en tiempos de la epidemia. Y no por nada, será en la ciudad de Florencia arrasada por la peste, donde ese llamado Renacimiento se expresará con mayor intensidad.
Si consideramos que la literatura (se podría decir que también la pintura) cumplió el cometido de grabar estos acontecimientos de acuerdo con la ecuación hecho-texto-memoria, la pregunta que también resulta pertinente es para quién escribían los autores medievales. Si bien la existencia de lectores era muy reducida en un mundo básicamente analfabeto, es conocido que durante la baja Edad Media hubo un hito histórico constituido por la lectura silenciosa, sin pronuciar en voz alta el texto4. Esto que hoy es natural en la mayoría de la población lectora, fue un proceso muy gradual, y muchos siguieron leyendo en lauda voce, existiendo a su vez un nutrido número de personajes, como juglares y trovadores que recitaban y transmitían los textos al pueblo con sus narraciones orales. A ello se suma que el Decamerón es uno de los primeros textos en prosa escritos en lengua vernácula que no trata de temas religiosos, de modo que esa narración sin dudas fue esparcida no solo por una minoría ilustrada, sino por narradores que podían diseminarla hacia las clases menos privilegiadas.
Solo a título de ejemplo, el Decamerón se contituyó desde la literatura, del mismo modo que El Triunfo de la Muerte en la pintura. Como tantas obras similares, funcionaron como modos de tramitar el trauma, y a partir de esa representación dejaron una huella en la memoria colectiva, una forma de pensar y elaborar el espanto. Boccaccio inicia el proemio con la frase tan sugestiva “Humana cosa es tener compasión de los afligidos” y luego hace una descripción de la enfermedad, acaso de mejor calidad que la producida por los concilios médicos del momento5. Diez jóvenes huyen de la epidemia y se refugian en una villa idílica donde se cuentan historias para olvidar la amenza de la muerte que ronda, esas son las historias del Decamerón que tratan de dejar el mundo de la enfermedad para aliviarse en narraciones cargadas de amor, erotismo o cuestiones mundanas.
¿Cuáles serán los modos de narrar la epidemia del coronavirus? Sin dudas habrá novelas, cuentos, poemas escritos sobre este hecho, y probablemente un nutrido número de producciones cinematográficas, tanto documentales como de ficción. Esas creaciones culturales permitirán que las huellas dolorosas sean de menor intensidad al salir del espanto o, al menos, el modo que la sociedad tendrá para hablar de ello.

Gustavo Kusminsky

e-mail: gkusmins@cas.austral.edu.ar 

Bibliografía

1. Ziegler P. Origins and Nature. En: The Black Death. New York: Harper Torchbooks Ed., 1969, p 13-29.         [ Links ]

2. Pirenne H. Las transformaciones de los siglos XIV y XV. En Historia Económica y Social de la Edad Media. México: Fondo de Cultura Económica Ed., 1975, p 140-59.         [ Links ]

3. Fauci A, Lane C, Redfield M. COVID-19. Navigating the uncharted. N Engl J Med 2020; 382: 1268-9.         [ Links ]

4. Cavallo G, Chartier R. Introducción. En: Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Taurus ediciones, 1998; p 13-20.         [ Links ]

5. Boccaccio G. El Decamerón. Barcelona: Plaza y Janés Ediciones, 1993.         [ Links ]

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