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Medicina (Buenos Aires)

Print version ISSN 0025-7680On-line version ISSN 1669-9106

Medicina (B. Aires) vol.80 no.6 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2020

 

EDITORIAL

Lady Mary Wortley Montagu y la variolización

Juan Antonio Barcat* 

No hay libro, revista o sitio de Internet que roce la historia de la medicina que no mencione a Lady Mary Wortley Montagu como introductora en Europa de la variolización o inoculación, antecesora de la vacunación anti-variólica. Rara vez se transcribe el texto completo de su descripción del procedimiento, tal como se practicaba en el Imperio Otomano en 1717, y el texto y su autora, la excéntrica, observadora, viajera y buena escritora Mary se merecen algo más que repetir un lugar común en una revista médica.

Trataremos de reparar esa falta. Antes presentamos la persona y las circunstancias de su observación, a la que ella valoró como benéfica para prevenir los daños de la viruela, y su campaña para difundirla. Mary no era de quedarse en palabras.

En la biografía seguiremos, casi siempre, el artículo de Isobel Grundy en el Oxford Dictionary of National Biography1. Mary nació en 1689, hija de Evelyn Pierrepoint, conde de Kingston, luego marqués de Dorchester. Mary fue una autodidacta de talento. De niña “robó” su educación en la biblioteca de la casa paterna; cuando todos creían que estaba leyendo romances estaba aprendiendo por su cuenta latín. Dicen que aprendió italiano con ayuda de su padre, años después aprendió francés y algo de turco. A los 14 años había llenado álbumes con poemas, una novela y una comedia. A los 23 años, en 1712, se fugó y casó con Edward Wortley Montagu. El padre de Mary no lo aceptaba como yerno y ya había arreglado el matrimonio con otro candidato. Tuvieron un hijo poco después. A los 26 años la viruela casi la mata, le arruinó la cara y perdió las pestañas. En 1716 su marido fue nombrado embajador en Turquía, llegaron a Adrianópolis (Edirne) en abril de 1717. Cruzaron Europa por tierra, un viaje zigzagueante de no menos de 10 meses atravesando batallas y bosques con lobos (Fig. 1).

Fig. 1 Lady Mary Wortley Montagu. Óleo de Ch. Jervas, 1716 [¿1710?]. Wikimedia Commons 

La obra literaria mayor de Mary son sus Letters, los destinatarios su familia, amigos y conocidos de su mundo de nobles, políticos y literatos. Mary guardaba copias, estaban escritas para perdurar y publicar.

En una de ellas, dirigida a su hermana en junio de 1726, dice: “El último placer que cayó en mi camino fueron las cartas de Madame de Sévigné; son muy lindas, pero te aseguro, sin la menor vanidad, que las mías estarán tan llenas de entretenimiento hasta dentro de cuarenta años”. No se equivocaba, son tan entretenidas hoy como hace más de dos siglos. De esas cartas, seleccionadas y publicadas con diversos títulos, las más conocidas son las que escribió desde Turquía, entre ellas la que describe la variolización. Este es el fragmento que tomamos del original de la carta2:

LETTER XXXI To Mrs. S. C.

Adrianople, April 1 O.S. [1717] […]

A propos of distempers, I am going to tell you a thing that will make you wish yourself here. The small-pox, so fatal, and so general amongst us, is here entirely harmless, by the invention of ingrafting, which is the term they give it. There is a set of old women, who make it their business to perform the operation, every autumn, in the month of September, when the great heat is abated. People send to one another to know if any of their family has a mind to have the small-pox: they make parties for this purpose, and when they are met (commonly fifteen or sixteen together) the old woman comes with a nutshell full of the matter of the best sort of small-pox, and asks what vein you please to have opened. She immediately rips open that you offer to her, with a large needle, (which gives you no more pain than a common scratch) and puts into the vein as much matter as can ly upon the head of her needle, and after that, binds up the little wound with a hollow bit of shell; and in this manner opens four or five veins. The Grecians have commonly the superstition of opening one in the middle of the forehead, one in each arm, and one on the breast, to mark the sign of the cross; but this has a very ill effect, all these wounds leaving little scars, and is not done by those that are not superstitious, who chuse to have them in the legs, or that part of the arm that is concealed. The children or young patients play together all the rest of the day, and are in perfect health to the eighth. Then the fever begins to seize them, and they keep their beds two days, very seldom three. They have very rarely above twenty or thirty in their faces, which never mark; and in eight days time they are as well as before their illness. Where they are wounded, there remain running sores during the distemper, which I don’t doubt is a great relief to it. Every year thousands undergo this operation; and the French ambassador says pleasantly, that they take the small-pox here by way of diversion, as they take the waters in other countries. There is no example of any one that has died in it; and you may believe I am well satisfied of the safety of this experiment, since intend to try it on my dear little son. I am patriot enough to take pains to bring this useful invention into fashion in England; and I should not fail to write to some of our doctors very particularly about it, if I knew any one of them that I thought had virtue enough to destroy such a considerable branch of their revenue, for the good of mankind. But that distemper is too beneficial to them, not to expose to all their resentment the hardy wight that should undertake to put an end to it. Perhaps, if I live to return, I may, however, have courage to war with them. Upon this occasion, admire the heroism in the heart of-Your friend, &c. &c.

[A propos de enfermedades, te voy a decir una cosa que te hará desear estar aquí. La viruela, tan fatal y común entre nosotros, es aquí inofensiva por la invención del injerto, el nombre que recibe. Hay un grupo de viejas mujeres cuya actividad es realizar la operación, cada otoño, en septiembre, cuando el calor cede. Se corre la noticia de si algún familiar tiene pensado tener la viruela; se organizan reuniones con este propósito y, cuando reúnen (por lo común quince o dieciséis participantes, viene una de esas mujeres con una cáscara de nuez llena de la materia de la mejor viruela y pregunta donde prefiere el corte o incisión. En ese mismo momento lo rasga con una larga aguja que no produce más dolor que un común rasguño), coloca en el sitio elegido tanta materia como cabe en la punta de la aguja y cubre la pequeña herida con el hueco de una cáscara; de esta manera incide cuatro o cinco sitios. Los griegos tienen la superstición de elegir una en la mitad de la frente, una en cada brazo y una en el pecho, marcando la señal de la cruz; pero esto tiene un mal efecto, cada una de las rasgaduras deja pequeñas cicatrices, no lo hacen quienes no son supersticiosos, que eligen las piernas o partes ocultas de los brazos. Los niños y los jóvenes pacientes juegan juntos el resto del día y están en perfecta salud hasta el octavo. Entonces aparece la fiebre y quedan en cama dos días, raramente tres. Tienen rara vez más de veinte o treinta [erupciones] en la cara que nunca marcan, y en ocho días están tan bien como antes de la enfermedad. Donde fueron rasgados quedan llagas rezumantes durante la enfermedad que, sin duda, son un alivio. Cada año miles soportan la operación y el embajador de Francia dice, con agrado, que aquí toman la viruela como una diversión, como en otros países toman las aguas. No hay ejemplo de que nadie haya muerto en esto, y debes creerme que estoy bien satisfecha en la seguridad de este experimento, dado que intento probarlo en mi pequeño hijo. Soy lo suficiente patriota como para tomarme el esfuerzo de llevar esta útil invención y ponerla de moda en Inglaterra, y no dejaré de escribirle a nuestros médicos específicamente sobre ella, si conozco si alguno de ellos que tiene la suficiente virtud de destruir tan considerable fuente de ingresos por el bien de la humanidad. Porque esta enfermedad es demasiado beneficiosa para ellos, y, para no exponerse a todo su resentimiento, una criatura intrépida debería empeñarse en ponerle fin. Tal vez, si vivo para regresar, podría tener el coraje de hacerles la guerra. En esta ocasión, admira el heroísmo en el corazón de-Tu amiga &c, &c.]

Mary era inteligente y entusiasta, y, cuando era oportuno, encontró la criatura “intrépida”, y poderosa, y los doctores dispuestos a probar la “invención”.

“La mejor calidad de material de viruela”, era la sustancia extraída de las pústulas de un joven sano, con una viruela menor, en el día 12 o 13 de la enfermedad, cuando está declinando. Encontramos este detalle en una carta del Dr. Emanuel Timonis a la Royal Society publicada en 17143. En el mismo volumen, páginas más adelante, un extenso artículo en latín de Jacopo Pilarino, narra su experiencia similar en Esmirna; solo lo citamos, un latinista podrá leerlo4. Ambas noticias pasaron sin trascendencia, como curiosidades de virtuosi.

La misión diplomática de Edward fracasó, permanecieron en Turquía hasta 1718. Retornaron a Inglaterra con un hijo inoculado según la práctica local, supervisada por Charles Maitland, entonces médico de la embajada, y una hija nacida en Constantinopla. En los años que siguieron, Mary, en su casa de las afueras de Londres se dedicó a leer, escribir poemas en defensa de la mujer en la sociedad, al bordado, la jardinería, a cuidar la educación de su hija y tratar con los nobles, políticos y escritores de su mundo. Editó sus cartas pero no las publicó. Dice la Encyclopedia Britannica Online (2017) que la relación con su marido, ahora miembro del parlamento, pasó a ser formal e impersonal, aunque Mary escribía, es cierto, y respetaba a su marido. La 11th Edition (1910-11) es realista e impiadosa con la familia.

De sus actividades mundanas, la que nos importa, fue su batalla para divulgar la variolización. En 1721 una epidemia de viruela asoló a Inglaterra. Mary convocó a Maitland, retirado en Escocia para que inoculara a su hija de casi cinco años. Maitland, para protegerse requirió la presencia de otros dos médicos, luego visitaron a la inoculada tres médicos del Royal College of Physicians. Todo anduvo bien, la noticia se divulgó por la prensa. Se cree que Mary, amiga de Carolina, princesa de Gales, consorte del futuro George II, influyó para que Carolina decida hacer el experimento. Carolina obtuvo el permiso para que Maitland, con muchos testigos, inoculase a seis convictos condenados a muerte, si la prueba tenía éxito los liberarían. Se salvaron los seis. La cauta Carolina quería otra prueba: inocularon a seis niños de un orfanato y a cinco infantes de un hospital, éxito. Maitland publicó los experimentos, en 17225.

La inoculación fue aceptada por unos y rechazada por otros6. Mary hizo su campaña entre sus relaciones de viva voz o por carta. Su única intervención pública, en 1722, fue una nota en un periódico popular, firmada con el seudónimo de A Turkish Merchant. Repite en ella el fragmento de la carta que transcribimos y ataca a sus opositores médicos. Al final la inoculación se impuso y popularizó en Inglaterra y Nueva Inglaterra, más tarde en Francia, limitada a la aristocracia ilustrada7,8. Luego en el resto de Europa, y, por fin, en España y sus colonias. Llegó al Río de la Plata con el Virrey Cevallos en 1777. El médico de la expedición, Miguel O’Gorman (1749-1819) aprendió el método de Sutton en Inglaterra9. O’Gorman o Gorman trató de difundir la inoculación en el virreinato y Furlong menciona que el Dr. Juan Ramírez, en la epidemia de 1796, en San Borja (Misiones Jesuíticas), inoculó 124 personas y que 17 murieron “por complicaciones venéreas”10a. Páginas antes los inoculados fueron 126 y los muertos 15 “por complicaciones venéreas y otras causas´´ Furlong menciona, sin detalles, otras inoculaciones hechas en Candelaria y Concepción ( Misiones), por el Dr. Bernardo Nogué y en Cuyo por el Dr. Santiago Granado10b. La inoculación fue tan resistida aquí como antes lo fue en Europa11. Y no falta una “propuesta constructivista” sobre la materia12.

La inoculación es la primera prueba de que un germen atenuado enferma e inmuniza contra una enfermedad grave. Pasó más de medio siglo entre 1721 y 1796, año en el que Jenner probó que la viruela producida por el Vaccinia virus inmuniza contra la viruela del Variola virus, una inmunización cruzada.

En los años que siguieron a su campaña por la inoculación Mary continuó con sus actividades literarias, peleó con el poeta y antes amigo Alexander Pope, incursionó en el periodismo político, escribió sobre temas rara vez abordados por las mujeres. No faltaron contratiempos familiares, las peleas con su hijo eran públicas, su hija se casó con Lord Bute a quien su padre no quería como yerno. Y Mary escribió una comedia sobre los matrimonios resistidos por los padres.

En 1736, cuando se casaba su hija, Mary conoció y se enamoró del brillante veneciano Francesco Algarotti (1712-1764). Mary tenía 47 años, Francesco 24. Algarotti retornó al Continente, la relación siguió por carta. Tres años después reapareció en Londres, la enamorada decidió que debía irse a vivir con él a Italia.

En 1739, con la excusa de razones de salud, Mary se fue de Inglaterra. Se estableció en Venecia, fue a Florencia, viajó por Italia y finalizó en Turín para encontrarse con Algarotti. La relación terminó “probablemente sin consumarse” en 1741. Era de esperar. Federico II de Prusia, el Grande, había llamado a Algarotti y este se fue a Berlín. Las guerras la hicieron peregrinar por años de ciudad en ciudad, residió en Aviñón, luego en Brescia, allí casi secuestrada por años por los Condes Palazzi, unos bandidos. Finalmente volvió a Venecia. Edward, su marido, murió en 1761; su hija la convenció de retornar a Inglaterra, Lord Bute, su marido, era el Primer Ministro. Llegó en 1762, con un cáncer de mama avanzado. En el camino entregó el manuscrito de sus Embassy Letters a una persona en la que confió para llevarlas a un editor, pero antes de devolverlas las copiaron y se publicaron en 1793, después de su muerte y sin autorización de la familia. El regreso de Mary fue un acontecimiento social en Londres, duró poco, murió en agosto de 1762, tenía 73 años.

Agradecimientos:

A la Dra. Rosa E. Penna por sus observaciones y ayuda con la traducción

Bibliografía

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