La pandemia de COVID-19 está poniendo a prueba los cimientos de la medicina basada en la evidencia. Como sucedió en situaciones similares a lo largo de la historia, muchas personas buscan tratamientos accesibles de inmediato. Pero lo inédito es que en esta era digital la búsqueda encuentra eco en quienes multiplican las expectativas de curación con dudoso aval científico a través del acceso masivo brindado por plataformas virtuales de comunicación1. Nada más acertado que el término viralización de noticias, en la modalidad de fake news.
Son conocidos los casos graves de intoxicación y muerte por la utilización de algunas “medicinas” como el dióxido de cloro. No son considerados medicamentos ni están aprobados por la autoridad sanitaria por su toxicidad, y a pesar de las advertencias de organismos nacionales e internacionales de salud pública, se los comercializa por fuera del canal farmacéutico legal2-4.
Mientras tanto, los equipos de investigación científica y biomédica, en nuestro país como en el resto del mundo, responden al problema con rapidez y rigor intelectual, elaborando propuestas racionales para la prevención, el diagnóstico y el tratamiento del COVID-195-9.
Pero también algunos auspiciosos proyectos de investigación, aún en curso, pueden ser objeto de apresurada y engañosa publicidad, que genera falsas ilusiones y reclamos en la sociedad10-12.
La difusión de posibles curaciones casi milagrosas trae aparejada presión a las autoridades de salud para aplicarlas. Al mismo tiempo se desarrollan campañas antivacunas, que contribuyen seriamente a confundir una parte de la población en la negación de la ciencia y a favor de supersticiones y supercherías, que pueden resultar en más enfermedad y muertes13.
Vemos con preocupación estas reacciones, respuestas y actitudes que tienen, además de los riesgos individuales y colectivos mencionados, un efecto negativo sobre la medicina y la ciencia misma. Es muy peligroso para la humanidad que ese pensamiento prospere. La ciencia es un tema de interés general y nos afecta a todos sin excepción. No es perfecta, incluso puede utilizarse mal, pero debemos entender que es la mejor guía que tenemos: está siempre evolucionando de acuerdo a la mejor evidencia disponible, por eso se corrige sola, con ella la mentira tiene “pata corta”. Carl Sagan nos recuerda que “en la ciencia la única verdad sagrada es que no hay verdades sagradas”. Estas reflexiones nos atraviesan porque la ciencia es más que un simple acúmulo de conocimientos, es una manera de pensar, y cada una de sus expresiones nos invita a dudar del que no duda.
Recomendamos enfáticamente la lectura reflexiva de las siguientes pautas en estos tiempos de crisis1:
- No todas las recomendaciones de salud son igualmente confiables.
- La confianza en las pruebas es un continuo que va desde la prueba que nos deja completamente inseguros hasta la prueba que se aproxima a la certeza.
- La adopción de intervenciones basadas en pruebas de muy baja calidad conlleva un alto riesgo de daño neto.
- La prudencia sugiere la no implementación de intervenciones cuando solo existen pruebas de muy baja calidad.
- Los tratamientos sugeridos por resultados aparentemente prometedores en estudios preclínicos no necesariamente se correlacionan con éxitos clínicos.
- La adopción inmediata de intervenciones farmacológicas sin pruebas de alta calidad puede ocasionar declaraciones públicas engañosas que sugieran beneficios y desalienten a las personas a inscribirse en estudios de investigación bien diseñados, lo que socava la posibilidad de llegar a pruebas de alta calidad.
- Independientemente de los hallazgos de las investigaciones, la verdad absoluta es inalcanzable, todas las decisiones están llenas de incertidumbre, por lo que tanto los individuos como la sociedad en su conjunto tienen que decidir en base a pruebas que no son perfectas.
Un público preparado, atento, educado, difícil, auténticamente culto, se resistirá a las maniobras del manipulador. De ahí la importancia de la cultura, de ahí la importancia de la conciencia crítica de la sociedad14. La pandemia nos enfrenta a ese imperativo y también nos ofrece una oportunidad.