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Archivos argentinos de pediatría

Print version ISSN 0325-0075

Arch. argent. pediatr. vol.109 no.3 Buenos Aires May/June 2011

 

Cartas al editor

 

Una mirada al Juramento Hipocrático.

Sr. Editor:

Contemplando el Juramento Hipocrático, me hizo recordar y reflexionar sobre el compromiso que habíamos asumido como médicos. Perteneciendo a una cultura muy diferente y una historia distante, bien sigue vigente y aplicable en su generalidad, aunque en la realidad diaria pareciera lo contrario. Sin embargo muchos se suman todavía a apostar a vivirlo. ¿Qué nos llevó entonces a los actuales cambios?
Las respuestas pueden ser varias, visto las diferentes posturas que circulan habitualmente en nuestro mundo actual. Históricamente, se consideraría como el andar a través del tiempo y su vivir, cosa que nos haría más sabios, y que pareciera distamos cada vez más de ser, ante esta falsa libertad porque "todo vale si uno lo piensa". Una cosa es la tolerancia, otra lo que no produce consecuentemente un bien. Quizás habría menos violencia, fruto de la ignorancia y la falta de límites, que nos lleva al desconocimiento del valor de la vida en todo sentido y todo su sentido. Cultu-ralmente, las costumbres siguen siendo una división importante. Nos falta la inculturación para unificar criterios o saber cómo aplicarlos en determinadas personas.
Debemos parte de lo que somos a nuestros maestros, que es ese "compartir los bienes" del saber con ellos. Algunos han mantenido el arte y la solicitud de enseñar por el mero hecho de hacerlo. Actualmente esta actividad es remunerada, pero la paga no es un incentivo de riqueza propiamente dicha. El espíritu docente está en su base. Aunque, el egoísmo traducido en la competitividad muchas veces soberbia, nos ha llevado a no poner todo en pos del bien común, confundiendo el ser inteligente con el ser sabio. Considerando "la hermandad con mis colegas", admitamos que somos una familia muy particular.
Llama la atención el énfasis que pone en la mención de las prácticas sexuales como agravio intencionado, incluso la mención de los esclavos. Se reafirma y defiende la dignidad humana. Hoy sería la no discriminación de culturas, sexo, religión, saber ni condición económica. Pero se dejó de lado la "pureza" y "santidad" como valores virtuosos para la profesión. Son bienes por sí mismos que enriquecen cualquier actuar: una actitud que se da y transforma en un modo de vida.
Deja en claro el secreto médico, y la práctica conciente y prudente dentro de los propios límites. Los avances científicos y tecnológicos, sinónimo del bisturí, nos enseñan a aceptar eso nuestros límites en todo sentido. Queremos usar todo lo que existe, sin discernir, con nuestro supuesto conocimiento y experiencia, si es lícito o no hacerlo.
Se defiende como un apartado especial el derecho a la vida, desaprobando el aborto y la eutanasia. Actualmente no se considera a la unión de los gametos sexuales como comienzo de una vida humana, diferente a cualquier grupo de células de otra índole; no alcanza para quienes opinan lo contrario para considerarlos personas. No está "regularizado" el principio de la vida. Igualmente, nuestra función es ayudar al buen morir. Significa actuar mitigando y acompañando ese paso sin acelerar el proceso, por más doloroso que sea, no realizando acciones heroicas.
Nos olvidamos que no es cualquier profesión: tiene que ver con toda la persona humana, en su integridad. Esto la transforma en una vocación, porque sigue siendo un servicio, por más remunerado y desvalorizado que en nuestra realidad se viva. Cuando no se elige esta Carrera con este fin, se torna en algo comercial, un inconsistente y efímero status, cayendo en la deshumanización sin importar los medios. Tampoco nos realiza como personas. Agregando presiones de un sistema, donde trabajamos para pagar cuentas y no para vivir, vamos perdiendo el principio de beneficencia y no maleficencia.
Con el deseo de igualar a todos, la sociedad se desvirtúa en pos del ser modernos o "abiertos". No todo puede ser permisible, como la teoría del subjetivismo ético, ni tan rígido como en un pasado no tan lejano. Tampoco la omnipotencia muchas veces subyacentes en nosotros. "La coherencia es un requisito para cualquier posición ética defendible y, por lo tanto, establece un límite a la subjetividad de los juicios médicos". Ese "deber" se rige por el convencimiento basado en valores, que ojalá nos llevara a transformarlos en virtudes, que se den naturalmente en el accionar. Como dije, no es cualquier profesión. Involucra toda la vida del prójimo como la nuestra propia desde tal responsabilidad dada por tener ciertos conocimientos, asumida responsable, libre y con-cientemente por nosotros al hacer ese juramento. y tanto mejor fuera con una sana pasión. n

Dra. Flor Liliana Tobar
Pediatra.
Consultorio de Seguimiento del recién nacido
Hospital Materno Infantil Ana Goitía-Avellaneda


Sr. Editor:

Quiero agradecer la publicación de "Síndrome de desgaste profesional en médicos pediatras. Análisis bivariado y multivariado" de Archivos Argentinos de Pediatría 2011; 109 (2): 129-134, que pone de manifiesto y objetiviza un problema que se puede observar en el trato regular con colegas, especialmente los que me son contemporáneos (40 años).
Me preguntaba en qué medida las condiciones ambientales son las que causan este síndrome. Es decir, hasta qué punto el individuo con ciertas características puede ser "resistente", aun en el ambiente que más favorece este síndrome. Y lo contrario: cuántos médicos padecen el síndrome sin que el ambiente laboral sea hostil.
Pienso que se puede ir a trabajar con alegría y regresar con la satisfacción por el deber cumplido, a pesar de que se esté mal remunerado, desacreditado por pacientes y colegas, e incluso en situaciones de potencial peligro (visitas domiciliarias, ciertas unidades sanitarias, etc.). Más allá de que se deba buscar una mejor remuneración, que se comprenda la necesidad de ser estimado por la comunidad y de reducirse al máximo el peligro, siento que muchas veces el origen de la satisfacción no proviene de lo que se hace, sino de lo que se es.
Entonces, sin dejar de ver la incidencia que las malas condiciones producen en la psicología del médico -o precisamente por ello-, me atrevo a sugerir un aspecto de su formación profesional virtualmente abandonado: el trabajo con su propia psicología para perfeccionarla, acopian-
do conocimientos conceptuales pero también los procedimientos para fortalecerla, generando autosuficiencia, autoconfianza, automotivación, dependiendo cada vez menos de su entorno para lograrlo. Estas características me han parecido una constante en quienes demuestran alegría y satisfacción a la hora de trabajar (con sus lógicas pero solo momentáneas y circunstanciales flaquezas), aun en las condiciones menos favorables.
Parafraseando al Dr. Escardó: no se puede ser mejor médico de lo que se es como persona. Así, una terapia psicológica, una religión vivida de manera activa o la práctica de una disciplina de superación (como ha sido mi experiencia con la logosofía) que nos haga mejores seres humanos, sin dudas nos hará también mejores médicos. Cuando se experimentan cambios en nuestro estado de conciencia (que no es más que el aumento en el grado de sabiduría en los aspectos basales de nuestra constitución) promovidos por propia voluntad, es inevitable que esos cambios se reflejen en cada uno de los aspectos que constituyen nuestra vida, incluyendo el laboral.
Esta concepción y esta práctica presentan la notable característica de no depender de nadie más que de uno mismo. Son la posibilidad de modelar una buena porción de nuestro futuro - en el cual se encuentra en juego ni más ni menos que la propia felicidad- en vez de dejarlo librado a las cada vez más fuertes influencias externas.

Paula Alcira Pradines
Médica. pradines.paula@gmail.com

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