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Archivos argentinos de pediatría

Print version ISSN 0325-0075

Arch. argent. pediatr. vol.112 no.4 Buenos Aires Aug. 2014

http://dx.doi.org/10.5546/aap.2014.298 

EDITORIAL

http://dx.doi.org/10.5546/aap.2014.298

La tecnologia medica como objeto de la etica

 

Desde años anteriores a la segunda guerra mundial, una nueva tecnología pujante surgió en los países más desarrollados con características diferentes del pasado. Podríamos suponer que se debía a un proceso evolutivo del hombre, similar al que siempre había ocurrido, pero la evolución posterior demostró que no fue así. A medida que la tecnología avanzaba, se observó una creciente preocupación basada en el uso o aplicación de la misma, algo que se confirmaría cuando llegó la segunda guerra y el genocidio que la acompañó. Relevantes intelectuales y científicos alzaron sus voces para advertir los potenciales riesgos que se avecinaban al ser humano. Es conocida esa frase de Albert Einstein, breve pero contundente, que refleja bien lo que sucedía: "Se ha hecho espantosamente obvio que nuestra tecnología ha excedido nuestra humanidad."

Debemos destacar que los cambios producidos por la tecnología denominada moderna, no se refieren solo a la creación de nuevas herramientas, instrumentos, equipos, etc., sino también a las sustanciales modificaciones en su dinámica, en comparación con los previos desarrollos que el hombre generó a través de la historia. No es necesario remontarse a cientos de años atrás; es suficiente mirar lo que ocurría en el siglo 19 hasta las primeras décadas del siglo 20. Por entonces, aun cuando ya había comenzado la revolución industrial, las herramientas y equipos solían ser constantes y se mantenía un equilibrio entre los objetivos y los resultados obtenidos. Si estos eran adecuados, permanecían en uso durante muchos años y solo eran reemplazados cuando dejaban de funcionar o surgía una técnica más apropiada.

Por el contrario, posteriormente se observaron varios cambios sustanciales, sin duda no auspiciosos, en la dinámica de la tecnología. Entre otros, podemos mencionar los siguientes: cada paso no conduce a un punto de equilibrio; si hay éxito se multiplica en otros pasos sin límite; los nuevos "avances" tecnológicos se difunden y divulgan con una extrema rapidez, antes que podamos evaluar bien su real utilidad; la relación entre los medios y los fines no es lineal en un solo sentido, sino que es circular: la producción de nuevas técnicas hace que a su vez surjan nuevos objetivos que llevan a modificar la tecnología anterior, aunque las diferencias sean muy escasas. No creo necesario señalar que esa dinámica basada principalmente en el lucro, llevó a una era signada por un incesante consumo que hoy persiste con notable intensidad y lo observamos en varios aspectos cotidianos. Valga solo el ejemplo de que parece casi obligatorio cambiar cada vez más rápidamente los teléfonos celulares (aunque de teléfono tienen poco), que solo se diferencian del anterior por cosas de forma y no de fondo.

En la medicina, los cambios tecnológicos llegaron algo más tarde y se hicieron notables en la década del 50, donde el desarrollo de una nueva técnica fue "invadiendo" progresivamente el campo de la práctica médica. Lo que en sus inicios fue un proceso lento que permitía una aceptable evaluación de la eficacia de los nuevos equipos y técnicas, acompañado por un uso prudente y cauteloso, se fue transformando sin pausa en un proceso cada vez más vertiginoso y deslumbrante. A través de ese desarrollo, se observaron beneficios importantes en el cuidado de la salud, principalmente en métodos diagnósticos y de tratamiento. Sin embargo, a medida que los cambios iban siendo progresivamente tan rápidos como avasallantes, comenzaron a surgir nuevos dilemas que desafiaron varios de los principios éticos de nuestra profesión e influyeron negativamente en la práctica médica.

Mientras que el proceso incesante que señalamos produzca progresivamente más y nueva tecnología que siga siendo rentable, será muy difícil modificar esta dinámica que sin duda llevará a posibles perjuicios de toda índole y también a que la mercantilización de la medicina siga creciendo en forma moralmente reprochable.

Asimismo, esta actitud lleva a un aumento exorbitante de los costos en la atención de la salud, que cada vez es menos sustentable y accesible, lo cual genera mayor inequidad junto a problemas de todo orden.

Es entonces necesario que, aunque sea brevemente, veamos estos aspectos desde otros ángulos y entremos a discurrir por qué la técnica moderna es objeto de la filosofía, y por ende de su "discípula", la ética. Describo este punto con las palabras del filósofo alemán Hans Jonas que dedicó gran parte de sus estudios a los temas del principio de la responsabilidad y la influencia de la tecnología en el quehacer del ser humano, incluyendo la práctica médica, reflejado en su libro "Técnica, medicina y ética" (1997, Paidós). Jonas lo expresó así: "Dado que hoy la técnica alcanza a todo lo que concierne a los hombres -vida y muerte, pensamiento y sentimiento, acción y padecimiento, entorno y cosas, deseos y destinos, presente y futuro-, en resumen, dado que se ha convertido en un problema tanto central como apremiante de toda la existencia humana sobre la tierra, ya es un asunto de la filosofía y debe haber una filosofía de la tecnología". A estos conceptos agregó consideraciones específicas acerca de la ética: "La ética tiene algo que decir en cuestiones relacionadas con la técnica por el sencillo hecho que la tecnología es un ejercicio del poder humano, es decir una forma de actuación, y toda actuación o acción humana está expuesta a su examen moral".

En gran medida, estos conceptos nos llevan a reflexionar acerca del uso de la tecnología en la práctica médica para mirar si estamos respetando los principios éticos que rigen nuestra actividad y si somos conscientes del poder que la técnica confiere. Estas reflexiones nos puede llevar a dilucidar por qué, nosotros los médicos, nos hemos ido deslizando en forma cada vez más notoria hacia la ciencia, en detrimento del arte que es el lado de nuestra profesión que abarca el humanismo y que nos permite acercarnos como seres humanos a otro ser humano, similar a nosotros. La inclinación del péndulo de la medicina hacia los aspectos científicos y tecnológicos corre el riesgo de dejar de lado el altruismo, actitud propia y esencial del quehacer médico, que sin duda debe ser la base de las conductas y acciones que realizamos cuando un paciente se acerca a nosotros. El adecuado juicio clínico, basado en el conocimiento, la intuición y otros atributos, junto a la ayuda, la comprensión, el consuelo..., se sostienen mediante la escucha y el habla con el paciente, que forman parte de otra tecnología, la que es entendida como el lenguaje propio de una ciencia y de un arte.

Es conocido el hecho de que el mejor médico no es solo el que más sabe, es el que está provisto de un sólido conocimiento científico armónicamente equilibrado con la práctica del arte, el único camino que lo podrá llevar a conocer, mediante la empatía y la sensibilidad, la historia del paciente, sus pensamientos, sus sentimientos y sufrimientos, para así descubrir lo que realmente necesita.

Asimismo, el desarrollo avasallante de la tecnología hace que debamos ser cada vez más cautelosos en su uso, muy en especial si al comienzo es promisoria y tiene éxito. Un ejemplo de esto es la tomografía computada (TC) en los niños que durante muchos años se usó en forma innecesaria ante situaciones no justificadas, es decir se fue convirtiendo casi en una rutina. Lamentablemente, publicaciones recientes señalan el aumento del riesgo de contraer cáncer en niños expuestos a un exceso en el uso de TC y advierten que es imprescindible respetar rigurosamente las guías que señalan cuándo se deben indicar. Sin duda, miles de niños se vieron injustamente afectados por esa irresponsable conducta.

El abuso de técnicas auxiliares de diagnóstico es un mal de la medicina moderna, la brevedad o "casi ausencia" de la consulta es muy frecuente y lleva a una medicina defensiva donde por las dudas que se nos "escape algo", pedimos estudios que con una adecuada atención no serían necesarios. Esta tendencia a someterse a la tecnología, en lugar de utilizarla apropiadamente, amenazan la "figura" del médico que se va convirtiendo en un técnico al no tener en cuenta que nuestro hacer no concluye en los límites científicos.

Tenemos que mantener el concepto que la tecnología "no es un elixir mágico" y que sus efectos pueden ser perjudiciales, por lo tanto es necesario que el ser humano conozca muy bien los alcances de la técnica moderna, aunque por desgracia este es un aspecto que no suele estar muy presente en nuestra profesión.

Una dependencia desproporcionada de la tecnología sin tener en cuenta los verdaderos intereses del paciente y por el contrario solo nuestros intereses, incluyendo los espurios y pecuniarios, motiva que tengamos actitudes y conductas moralmente reprobables.

El respeto a los principios éticos de nuestra profesión no solo es ineludible porque mantiene las metas esenciales de la medicina cuyo cumplimiento es un deber, sino también porque es un bálsamo para el espíritu que es lo que nos permite que la podamos ejercer con humildad y orgullo.

José M. Ceriani Cernadas

Editor

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