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Archivos argentinos de pediatría

Print version ISSN 0325-0075

Arch. argent. pediatr. vol.113 no.6 Buenos Aires Dec. 2015

http://dx.doi.org/10.5546/aap.2015.486 

COMENTARIO

http://dx.doi.org/10.5546/aap.2015.486

Humanismo y rigurosidad científica: gemelos separados al nacer

 

El humanismo médico y la rigurosidad científica son complementarios, no opuestos; especialmente en nuestra profesión. Cualquier médico, sin importar su edad ni años de práctica, seguramente estará de acuerdo. Sin embargo, probablemente también experimentará desequilibrios a la hora de practicarlos.

El refugio en un cientificismo dogmático quizá tenga su origen en la ignorancia no sólo de la importancia de los valores que regulan la conducta del médico sino también, o principalmente, en la ignorancia de cómo fomentarlos.

¿Cómo brindar conocimientos humanísticos que luego se transubstancien en aptitudes concretas frente al paciente y frente a colegas? Diversas instituciones realizan heroicos esfuerzos en pos de brindar el ambiente y el tiempo necesarios para prevenir el síndrome de desgaste profesional. Muchas de las actividades que proponen se basan en una práctica más humanizada de la medicina.1

Más tarde o más temprano la balanza de la práctica se desequilibra hacia el platillo de la formación científica y del acopio de "know how". Pero simplemente se busca el éxito médico con las herramientas que se tienen; no necesariamente con las mejores. La actualización constante, la vida académica, la consideración de nuevas prácticas, el desarrollo del pensamiento crítico, etc., son necesarios pero no suficientes para el éxito en la atención médica (no para un éxito integral, que incluya la plena satisfacción del médico consigo mismo como ser humano y no sólo con la labor técnica realizada).

Han aparecido estudios donde se empieza a demostrar lo que la sabiduría popular afirma desde siempre: que el éxito no lleva a la felicidad3, al mismo tiempo que sentir mayor felicidad lleva a ser más eficaz y más responsable en las tareas realizadas. De ahí que se esté invirtiendo en brindar a los trabajadores compensaciones que aspiran a aportar algo a su felicidad. De todos modos, auguro que en no demasiado tiempo se comprobará que todo lo externo que se brinde (y que en nuestra profesión son factores de protección para el burn out), no va a alcanzar, ya que la felicidad no depende de lo que se tiene sino de lo que se es. En ese ser se puede invertir para que la alegría y la satisfacción con uno mismo sean la base para un trabajo que equilibre el humanismo y la formación científica.

La empatía, la capacidad de brindar afecto, la consideración, son de un valor incalculable a la hora de atender al paciente y a sus familiares. Gobernar las contrariedades o las molestias, ser capaz de tener un compromiso real con el paciente sin que implique un compromiso completo o inadecuado del ánimo, son también elementos que aportan al éxito externo y al interno, aportándonos mayor satisfacción y bienestar. Estas y otras aptitudes que no se relacionan específicamente con la resolución del problema médico, pueden llevar a experimentar gran bienestar antes, durante y luego de la atención de un niño, así como del contacto con sus padres.

Nuestra naturaleza humana se desequilibra cuando atendemos al paciente con un solo polo. La tarea que realizamos requiere tanto del trato humanitario como de la rigurosidad científica. Una atención médica desequilibrada nos perjudica y perjudica a los pacientes pero, ¿cómo mejorar lo que se es como ser humano?, ¿en dónde se fragua el equilibrio buscado? En la mente. La educación de la propia mente es un paso fundamental para el cultivo sistemático, consecuente y armónico del humanismo en uno mismo. Se ha presentado como un desiderátum desde hace muchísimo tiempo, como recuerda el pediatra y psiquiatra Daniel Siegel: «Hace más de 100 años, el padre de la psicología moderna, Williams James (1890-1981), dijo que la facultad de volver a encauzar una y otra vez la atención que divaga sería "la educación por excelencia". También dijo que el problema es que no sabemos cómo hacerlo».3 Han ocurrido avances desde entonces. Diversas disciplinas brindan claves en este sentido, entre la cuales se encuentra una argentina: la Logosofía. En 1956, el Dr. Friedenthal, quien había practicado la disciplina logosófica desde muy joven, escribió: "Los conocimientos que se traducen en el arte de curar tienen indudablemente que transitar por la estructura psicológica de quien los aplica. Allí, en ese contacto íntimo, profundo, en que se encastran ciencia y carácter, reciben influencias benéficas como también negativas y hasta pueden desnaturalizarse en su más noble esencia (...). De ahí que todo profesional del arte de curar deba ser un celoso guardián de la salud de su propia alma, pues la sociedad le ha conferido una altísima responsabilidad que deberá administrar conscientemente si es que quiere gozar de legítima tranquilidad espiritual".4 Es en la mente del médico donde confluyen la información y la formación médica; es también allí donde pueden florecer los valores y virtudes que permitan una práctica más humana.

Avanzar en pos de que la mente responda a las propias intenciones y aspiraciones (en vez de en forma automática y muchas veces contraria a nuestros propósitos más profundos) es un paso fundamental para que las conductas elevadas sean una realidad sistemática y no aleatoria. Esto es apenas una parte del proceso de superación integral que se puede encarar. En este constate proceso de superación interna (constante por la perseverancia en el esfuerzo, no porque todos los intentos sean exitosos...), implica avanzar en la realización de un nuevo humanismo que "es el ser racional y consciente realizando en sí mismo las excelencias de su condición de humano y de su contenido espiritual sobre la base de una incesante superación. Dichas excelencias deberán trascender por el ejemplo y la ensenanza a toda la humanidad".5

Como ya se dijo, todos los recursos que usemos para lograr una vida más consciente nos llevarán a ser más rigurosos en la obtención de conocimientos científicos y a querer perfeccionarnos también en ese campo. Una vida en la que trabajemos diariamente contra nuestras modalidades negativas; en la que aprendamos a dejar brotar la alegría de estar vivos; en la que sea un objetivo cotidiano la obtención de conocimientos superiores; en la que encontremos satisfacción por servir al semejante.

Pienso que en medicina la "genética"de la rigurosidad científica y del humanismo incluye los mismos elementos: hacer el bien, curar, aliviar. Sin embargo, como puede ocurrir con los hermanos gemelos, ambos aspectos pueden seguir caminos diferentes que terminen en el dogmatismo, en la falta de comunicación entre uno y otro. En nosotros mismos radica la capacidad de encontrar las herramientas para conciliarlos, para ver unidad donde antes hubo separatismo. Una de las mejores herramientas es el conocimiento de uno mismo y la superación resultante.

Parafraseando al Dr. Escardó: no se puede ser mejor médico de lo que se es como persona. Así, la práctica de una disciplina de superación que nos haga mejores seres humanos, nos hará también mejores médicos. El enunciado de la SAP "un niño sano en un mundo mejor"puede ir convirtiéndose en realidad mejorando la parte más cercana del mundo: nosotros mismos.

Dra. Paula A. Pradines

Sanatorio "Franchin"pradines.paula@gmail.com

REFERENCIAS

1. Catsicaris C, Eymann A, Cacchiarelli N, Usandivaras I. La persona del médico residente y el síndrome de desgaste profesional (burnout).Un modelo de prevención en la formación médica. Arch Argent Pediatr 2007;105(3):236-40.         [ Links ]

2. Gilbert DT. Ordinary personology. In: Gilbert D, Fiske S, Lindzey G (Eds.), The handbook of social psychology. 4th ed, Vol 2. New York: Random House, 1998: 89-150.         [ Links ]

3. Siegel DJ. Mindfulness y psicoterapia. Barcelona: Paidos. 2012:55.         [ Links ]

4. Friedenthal M. Psicología para los profesionales del arte de curar. 2° ed. Buenos Aires: Progental, 1956:3.         [ Links ]

5. González Pecotche CB. Mecanismo de la vida consciente, 7° ed. Buenos Aires: Logosófica, 2014:106.         [ Links ]

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