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Cuadernos de historia de España

Print version ISSN 0325-1195On-line version ISSN 1850-2717

Cuad. hist. Esp. vol.79 no.1 Buenos Aires Jan./Dec. 2005

 

Huerta, Arroz y Mosquitos : La Lucha Contra el Paludismo en la Provincia de Alicante

Enrique Perdiguero Gil

Universidad Miguel Hernández

RESUMEN
El objetivo de este artículo es mostrar las principales características de la lucha antipalúdica en España durante el siglo XX, hasta su erradicación a mediados de la década de los sesenta. Para ello utilizamos como estudio de caso la provincia de Alicante, situada en el sudeste de la Península Ibérica. Podemos considerar la intervención médica antipalúdica en España como un subproducto del proceso capitalista de modernización de la agricultura, ligado a proyectos de regadío. La provincia de Alicante, especialmente sus tierras meridionales, es muy buen ejemplo de uso intensivo del agua y la creación de ambientes palúdicos. Como en el resto del país, para evitar la diseminación de la enfermedad, la principal estrategia antipalúdica se centró en el diagnóstico y el tratamiento de los reservorios humanos. Para ello se establecieron dispensarios y laboratorios en el ámbito rural cuya apertura se ciñó a criterios epidemiológicos. También se luchó contra los mosquitos mediante larvicidas, y más tarde mediante insecticidas, además de vigilar las aguas peridomésticas.

PALABRAS CLAVE: Paludismo - Siglo XX - España - Alicante - Agricultura - Regadío.

ABSTRACT
The aim of this article is to illustrate the main characteristics of the fight against malaria in Spain during the twentieth century, until its eradication in mid sixties. For this purpose we use as the case of study the province of Alicante, in the Southeast of the Iberian Peninsula. We can consider the medical intervention against malaria in Spain as a by-product of the capitalistic modernization process of agriculture, linked to irrigation projects. The province of Alicante, especially its southern lands, is a very good example of intensive use of water and creation of a malaria environment. As in the rest of the country the main strategy to fight against malaria was centred in the diagnosis and treatment of human reservoirs in order to avoid the dissemination of the disease. To achieve this aim, clinics and laboratories were established in the rural areas according to epidemiological criteria. Anti-mosquito measures were also implemented, using larvicides and, later, insecticides. The surveillance of liquid collections close to housing was also part of the tasks pursued by doctors involved in the campaign against malaria.

KEY WORDS: Malaria - Twentieth century - Spain -Alicante - Agriculture - Irrigation.

1. Introducción: La acción médico-social contra el paludismo en la España del siglo XX

   Este artículo pretende mostrar, a través de un estudio de caso, la provincia de Alicante, situada en el sudeste peninsular, algunas de las características generales de la lucha palúdica a lo largo del siglo XX en España, que resumimos brevemente en los párrafos inmediatos con afán de contextualización.(1) La provincia de Alicante resulta un buen ejemplo, pues sus habitantes -especialmente en sus comarcas septentrionales (2) y meridionales- sufrieron la malaria con una intensidad sólo superada por la padecida en Extremadura.(3) Además, las características propias del regadío de estas comarcas ilustran bien las relaciones entre la explotación agrícola, el paludismo y su control. Hay que tener en cuenta que la campaña antipalúdica en la España peninsular puede considerarse como un subproducto de la modernización capitalista de la agricultura, ligada a los proyectos de puesta en regadío y colonización de diversas zonas.
   
El paludismo es un viejo conocido de los pobladores de la Península Ibérica. Sus habitantes, al igual que los residentes en otras tierras mediterráneas, han venido sufriendo de forma endémica las fiebres intermitentes y palúdicas desde la prehistoria hasta la segunda mitad del siglo XX. Están bien documentados los episodios catastróficos que se sucedieron a finales del siglo XVIII, en ocasiones mezclados con incursiones de la fiebre amarilla. Diversas obras públicas trajeron consigo exacerbaciones del endemismo en la segunda parte del siglo XIX, si bien lo que dio verdadero impulso a la presencia de la enfermedad en la España peninsular fue la repatriación de los ejércitos derrotados en las guerras coloniales libradas en Cuba y Filipinas. Los datos de mortalidad para todo el país muestran, no obstante, una disminución paulatina de la mortalidad por causa palúdica a lo largo del siglo XX, con repuntes en 1904-1906, 1914-1918 y, por supuesto, los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil.
   
Con estos antecedentes la lucha palúdica como tal, esto es, la voluntad de oponerse y tratar de erradicar la enfermedad, sólo cristalizó en España en la segunda década del siglo XX, con cierto retraso con respecto a otras experiencias llevadas a cabo a nivel internacional durante los primeros años del siglo XX. En el contexto mundial, la lucha antipalúdica fue posible una vez que se alcanzó un mayor conocimiento de las causas parasitarias de la enfermedad y del complejo ciclo epidemiológico entre el hematozoario que causa el paludismo, los vectores (hembras de mosquitos Anopheles) y los reservorios humanos, algo que sólo se logró a inicios del siglo XX, como fruto de un esfuerzo cooperativo internacional en el que la entomología aplicada tuvo un papel remarcable. Este mayor conocimiento se sumó a la existencia de un fármaco de larga tradición en la medicina occidental, las sales de quinina, que resultaba eficaz para luchar contra el paludismo, y a la cristalización de los postulados de la medicina social.
   
El esclarecimiento de la etiología y la fisiopatología del paludismo no desplazó, sino todo lo contrario, el interés por las zonas que en el ámbito de las teorías miasmáticas eran consideradas de "ambiente palúdico", es decir, por todas las colecciones líquidas que solían presentarse en las zonas de paludismo. Identificadas ahora como reservorios de las larvas de los mosquitos vectores, centraron el interés de los estudiosos del paludismo. Así, en España los paludólogos se preocuparon por las políticas de regadío y colonización, que se desarrollaron, al igual que la gran preocupación palúdica, a inicios del siglo XX. De ahí que la lucha antipalúdica pueda enmarcarse en el proceso de modernización capitalista de la economía.
   
La lucha antipalúdica, como tal, se inició en el conjunto de España en 1920, si bien en Cataluña se habían llevado a cabo estudios y actuaciones desde 1915, en el marco de la Mancomunitat de Cataluña. Al principio se organizó en torno a una comisión autónoma y en 1934 se integró en la Dirección General de Sanidad, situación que no varió tras la Guerra Civil. La lucha antipalúdica presentó algunas peculiaridades que vale la pena subrayar brevemente, antes de ejemplificarlas para el caso de la provincia de Alicante. En primer lugar se ha de tener en cuenta que la lucha se fue configurando a lo largo del tiempo en función, fundamentalmente, de los intereses de sus dirigentes, organizados antes de la Guerra Civil en torno de la figura de Gustavo Pittaluga, y posteriormente en torno a Gerardo Clavero y Álvaro Lozano, y de las influencias surgidas de las organizaciones internacionales. No hubo, en todo caso, grandes saltos cualitativos ni de estrategia. Así, la intervención médica se centró en la desaparición del reservorio humano, apoyada en la existencia de antipalúdicos eficaces y en la organización de servicios clínicos y de laboratorio en el medio rural. También se luchó contra el vector, mediante larvicidas o insecticidas según el momento, y se prestó gran atención a la vigilancia de las pequeñas colecciones líquidas situadas en el entorno de las viviendas. Debe remarcarse que la lucha antipalúdica fue la primera intervención sanitaria que se basó en criterios epidemiológicos, esto es, que se planificó a partir de los datos de la presencia de la enfermedad, aunque algo menos tras la guerra. Otra característica remarcable es que se fue desarrollando según se fue contando con personal especializado. Por último, conviene subrayar que se financió, fundamentalmente, con fondos públicos. Ante estas exigencias el desarrollo de la lucha fue lento y complejo, pero antes de la guerra fue la única campaña bien vista por la Fundación Rockefeller, interpretación que debe apreciarse como una valoración externa del sistema sanitario español. Tras la Guerra Civil, como comprobaremos, hubo una continuidad en las técnicas y estrategias, sólo matizada por el aislamiento y la poca transparencia del régimen, y las novedades que se fueron produciendo a nivel internacional, especialmente de la mano de los insecticidas. Veamos ahora cómo se plasmó todo lo comentado en el caso de la provincia de Alicante.

2. El paludismo en la provincia de Alicante durante el primer cuarto del siglo XX

   La presencia del paludismo ha acompañado a los habitantes de las tierras alicantinas, como zona ribereña del Mediterráneo, secularmente. De su importancia en la centuria dieciochesca, similar a la de otras regiones españolas, dan cuenta diversos estudios.(4) El problema siguió presente durante toda la centuria decimonónica. Según Rico-Avelló, algunos núcleos de la provincia de Alicante eran de los que presentaban mayor incidencia palúdica, junto con otros situados en Extremadura, Valencia y Murcia, lo que provocó que se dictara una Real Orden en 1877 con medidas para evitarlo.(5) En el quinquenio 1879-1884 la mortalidad por causa palúdica era la quinta en importancia para el conjunto formado por las provincias de Castellón, Valencia y Alicante, lo cual da una idea de la magnitud de la enfermedad en esa fecha.(6) La topografía médica de la ciudad de Alicante escrita por esos mismos años por el médico Evaristo Manero Mollá contiene numerosas referencias al problema palúdico de la capital.(7) Al final del siglo XIX, tanto en la ciudad como en el conjunto de la provincia de Alicante, especialmente al norte en la zona de los marjales, y al sur, en los arrozales, la malaria seguía constituyendo un grave problema que minaba la salud de ciudadanos y campesinos.(8)
   
Al iniciarse el siglo XX, Alicante, como provincia, mostraba una mortalidad por paludismo sólo superada por Cáceres, Huelva, Badajoz, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Murcia, Ciudad Real y Salamanca. La capital alicantina era la séptima del país en lo que respecta a mortalidad por causa del paludismo.(9)
   
En los años subsiguientes, como podemos ver en el Gráfico 1, Alicante siguió presentando niveles de mortalidad por paludismo más elevados que el conjunto del país. Philipp Hauser se hizo eco de esta circunstancia en su Geografía médica, encuadrando a Alicante en el conjunto de provincias con paludismo grave y poniendo de relieve la importancia palúdica de las zonas pantanosas -donde se cultivaba arroz- y de regadío de la provincia.(10) En su entorno geográfico, el País Valenciano y el sudeste español, sólo Murcia comenzó el siglo con niveles de mortalidad por paludismo superiores, pero con el paso de los años Alicante fue la provincia donde la enfermedad golpeó de manera más importante (tabla 1).

   La Junta Provincial de Sanidad, además de preocuparse por las zonas endémicas situadas al norte y al sur de la provincia, se interesó por los brotes palúdicos que se sucedieron en otras comarcas alicantinas. Así, en 1900 se detectó morbilidad elevada por paludismo en Monforte del Cid, un municipio cercano a la capital. Se achacó su presencia a la existencia de una balsa ("El caño") que se acordó desecar, mostrando la preocupación por las aguas peridomésticas que sería una de las características de la lucha antipalúdica cuando ésta se organizase dos décadas después.(11) En otra ocasión, sembraron la alerta los casos de paludismo detectados en la prisión provincial el 1 de noviembre de 1918, en este caso coincidiendo con la conocida y grave epidemia de gripe.(12)
   
También en la localidad de Calpe, situada al norte de la provincia, hubo preocupación por la enfermedad a inicios de la tercera década del siglo, antes que se organizase sistemáticamente la lucha antipalúdica en la provincia. En esta ocasión fue debido a la instalación de un criadero de peces en aguas estancadas situadas a orillas del mar. La charca se desecó a instancias del inspector provincial de Sanidad, José Gadea y Pró, que da cuenta del suceso en su informe para el Anuario de la Dirección General de Sanidad. En el informe del inspector aparecen algunos rasgos típicos de las dificultades que surgieron para llevar a cabo labores de desecación, pues el funcionario se queja del caciquismo y de la poca colaboración de las autoridades. También en la capital hubo morbilidad palúdica en abundancia durante los inicios de la tercera década del siglo XX -se contabilizaron unos 3.000 casos en el verano de 1922-, lo que motivó tensiones entre el inspector provincial de Sanidad y la Alcaldía.(13) Estos incidentes nos dan una idea de las dificultades que había para erradicar los focos palúdicos con anterioridad a la organización de la lucha antipalúdica en la provincia y de la poca autoridad que tenían los funcionarios sanitarios, prácticamente sin medios, hasta que comenzó el establecimiento de una verdadera red de servicios sanitarios periféricos.(14)
   
Ya en 1923 se declaró en la capital una epidemia de paludismo en los habitantes de la partida de La Goteta, muy cercana al núcleo urbano, debida a problemas con los sifones del abastecimiento de aguas y a la existencia de un barranco donde se encharcaban las aguas procedentes de las lluvias, particularmente abundantes ese año.(15)
   
De todos modos, las mayores preocupaciones y atenciones se centraron en los extremos septentrional y meridional de la provincia. Así, también en 1923, se puso en marcha un expediente para la higienización de la partida de Moraira -perteneciente al municipio de Teulada encuadrado en la comarca de la Marina Alta, la más septentrional de la provincia de Alicante-, donde numerosas charcas mantenían elevado el nivel de la endemia palúdica.(16) En las tierras de la Vega Baja del Segura, en el extremo meridional de la provincia, por los mismos años se aprobaron varios expedientes arroceros con el fin de sanear tierras encharcadas, que al pasar a ser productivas fueron mejoradas en sus desagües.(17) La necesidad de mejorar la productividad agrícola y luchar contra el paludismo encontró sinergias en estas actuaciones.
   
Las preocupaciones económicas también surgieron en el entorno de la capital. Se propuso la desecación de numerosas charcas cercanas al municipio para evitar la infección palúdica. Entre ellas se incluían las situadas en el Fondo de Piqueres y en la zona conocida como "Els Terrers", con fuerte implicación económica, debido a que las charcas se producían en los hoyos creados para la extracción de arcilla que usaban las industrias cerámicas instaladas en torno a la capital,(18) cuya importancia, aunque no alcanzaba el nivel de otras zonas de la hoy Comunidad Valenciana, era sustantiva.(19) Se propuso realizar obras para desaguar las lagunas creadas, especialmente una de grandes dimensiones, pero no se realizaron. Al final se zanjó el problema, acordándose que los propietarios contratasen técnicos para la extracción de las arcillas, de acuerdo con el reglamento de minas. El problema no se solucionaría hasta 1927. También se desecaron ya en 1927 las charcas de Agua Amarga situadas al sur de la capital que, también constituían un foco palúdico.(20) No obstante, todas estas medidas se llevaron a cabo al margen de la lucha antipalúdica organizada que, como veremos, se centró en el extremo meridional de la provincia, donde tanto los arrozales como la huerta eran de la mayor importancia.

3. El inicio de la lucha antipalúdica organizada en la provincia de Alicante (1924-1936)

   Al plantearse la lucha antipalúdica organizada con la creación de la Comisión Central Antipalúdica en 1924, Alicante era la tercera provincia en mortalidad palúdica, tras Cáceres y Huelva, con una tasa de 21,6 por cada cien mil habitantes.(21) De estas cifras de mortalidad dedujo Sadí de Buen -en el informe inicial que puso las bases para la actuación antipalúdica en la provincia- una morbilidad de 20.000 palúdicos al año.(22) Con anterioridad, los datos aproximativos que la fugaz Inspección de Sanidad de Campo de 1918 había ofrecido determinaban un número de palúdicos similar.

   De Buen apuntó como principales zonas palúdicas las situadas en los lugares en los que tradicionalmente venía siendo un problema:

- Pego y Denia al norte de la provincia: especialmente en el marjal Pego-Oliva, debido fundamentalmente a los arrozales;
- la zona de Moraira (Teulada), a la que ya hemos hecho alusión anteriormente;
- toda la costa (salvo raras excepciones), con especial intensidad en la partida de la capital denominada "La Albufereta", si bien otros informes también resaltaron otras partidas de la capital,(23) y
- todo el ángulo sur de la provincia, incluyendo parte del partido judicial de Elche y, especialmente, los partidos judiciales de Dolores y Orihuela -hoy comarca del Bajo Segura-, que eran intensamente palúdicos.

   La acción antipalúdica efectiva se centró en la zona más necesitada, el Bajo Segura, especialmente en toda la vega del río que da nombre a la comarca. Se muestra así cómo esta campaña sanitaria se basó en criterios epidemiológicos fundados, una característica que, como hemos señalado con anterioridad, fue común a la lucha antipalúdica en todo el país.
   
Parece que la organización efectiva de la lucha antipalúdica no comenzó hasta 1926. El 22 de mayo se trató la organización de la comisión local antipalúdica de la ciudad de Alicante, y se propuso para formar parte de ella a los médicos Evaristo Manero, José Sánchez Santana y Vicente Monfort y los farmacéuticos Juan Aznar, Remigio Romero y José Orozco.(24) La constitución de la comisión antipalúdica provincial se realizó algunos meses más tarde, el 14 de septiembre, pasando a formar parte de ella el médico Evaristo Manero y el ingeniero de Obras Públicas, tal y como estipulaba la legislación antipalúdica vigente.(25)

3.1. La campaña antipalúdica en el Bajo Segura

   Las condiciones climáticas y geográficas en las comarcas litorales y en zonas limítrofes sin altitud en la provincia de Alicante son idóneas para la presencia del vector palúdico -temperaturas suaves, baja amplitud térmica-.(26) Quizá la escasez pluviométrica, especialmente marcada en el sur, pueda dificultar su presencia, pero la existencia de colecciones líquidas se aseguraba por las condiciones del regadío a inicios del siglo XX.(27) La zona de Elche, situada algo más al norte y limítrofe con la anterior, también presentaba condiciones climáticas y geográficas favorecedoras de la endemia, aunque en ella el paludismo no fue tan intenso.(28) Menos determinantes para la génesis del paludismo, también son interesantes las características geográficas de otras comarcas como la periférica a la capital (29) y la zona norte de la provincia, en torno a la ciudad de Denia.(30) Ahora bien, lo que hizo verdaderamente importante la presencia del paludismo en el cono sur de la provincia fue la existencia de otras circunstancias específicas que facilitaban especialmente la presencia de la enfermedad, y que determinaron la actuación de la campaña.
   
Una de ellas, común para toda la Huerta del Segura, tanto en Murcia como en Alicante, era la presencia de una variedad del vector, el Anopheles labrianchae labrianchae,(31) especialmente antropófilo, por lo que aunque el anofelismo no fuese tan importante como en otras zonas (32) existían muchas posibilidades de transmisión de la enfermedad. Pero en sí, la zona presentaba, además, otras características que la hacían un lugar favorable para el desarrollo del paludismo.
   
La amplia comarca -950 km2- del Bajo Segura (a inicios de siglo partidos judiciales de Dolores y Orihuela) era la más claramente agrícola de todas las situadas al sur de la actual Comunidad Valenciana y por ello la relación entre producción agrícola y paludismo se mostró de manera especialmente interesante. Al igual que el resto de la región, y que el resto del país, tras la crisis finisecular la agricultura de la zona comenzaba una recuperación que sería gradual hasta la Guerra Civil,(33) pero con variadas crisis como la sufrida por un cultivo industrial como el cáñamo en los años 20.(34) Esta comarca acogía en el segundo decenio del siglo (1913) más del 40% de la superficie de regadío de la provincia de Alicante,(35) lo que suponía una cifra cercana a las 20.000 ha.,(36) si bien no había aumentado prácticamente sus zonas regadas desde el primer tercio del siglo XIX. No obstante, las zonas ya regadas permitían obtener una variada producción agrícola, que se basaba en el aprovechamiento intensivo de las aguas del río Segura mediante un complicado sistema de canalizaciones que atraería la atención de los encargados de la lucha antipalúdica por su importancia en la génesis de la enfermedad. Si bien el estudio detenido de este problema para toda la Huerta de Murcia y Orihuela se realizó en la década de los 40 del siglo XX,(37) como comentaremos más adelante, ya en los años inmediatamente posteriores a la apertura de los primeros dispensarios antipalúdicos se prestó atención a las canalizaciones de agua.(38) Una descripción coetánea del sistema de regadío puede darnos una idea cabal de sus características:

De cualquier modo, no podemos menos de admirar el doble sistema empleado en nuestra huerta, que permite diseminar el agua del río por todos los ámbitos de la vega, y recoger los sobrantes y las expurgaciones para darles, no pocas veces, nuevo aprovechamiento, todo ello por medio de una red de acueductos, que se entrelazan sin mezclarse, pasando en varias ocasiones los unos sobre los otros. En dos grandes agrupaciones se dividen los cauces que atraviesan la huerta, según ya se desprende de lo dicho en el párrafo anterior, los de aguas vivas, que derivan, conducen y distribuyen las del Segura a todos los terrenos que son fertilizados por ellas, y los de aguas muertas, que reciben los avenamientos de los mismos y los sobrantes de aquellos para utilizarlas de nuevo en la mayoría de los casos. Constituyen los primeros las acequias mayores, que hacen las derivaciones directamente al río, bien por medio de presas llamadas azudes, bien algunas veces, mediante artefactos denominados aceñas, ceñas, añoras o norias; las acequias menores, arrobas o hijuelas que nacen de las acequias mayores, y los brazales o regaderas que distribuyen el agua en las fincas. Constituyen la red de aguas muertas los escorredores, que reciben las expurgaciones directamente de las tierras; azarbetas o azarbes menores, que van reuniendo aquellos, y los azarbes mayores, llamadas también lanchonas, lachones o meranchos, a donde van a parar todos los avenamientos.(39)

   Este sistema, muy adecuado para el regadío, suponía, sin embargo, la posibilidad de desarrollo de larvas de Anopheles en las numerosas colecciones líquidas que se creaban, especialmente cuando la falta de limpieza en las abundantes canalizaciones creaba depósitos de aguas muertas.(40)
   Pasado el estancamiento del siglo XIX, a lo largo todo el siglo XX la superficie de cultivo puesta a riego en el Bajo Segura no hizo sino incrementarse pasando del 20% de inicios de siglo a más del 50% al inicio de la década de los 80.(41) Esta circunstancia aumentó en el corto plazo el riesgo palúdico, por lo que la necesidad de luchar contra el paludismo en este contexto de explotación capitalista de la agricultura fue muy evidente, y explica en gran medida que en el Bajo Segura se concentrasen gran parte de las actuaciones que tuvieron lugar en la provincia de Alicante.
   A mediano plazo, al producirse un mejor aprovechamiento de las aguas sobrantes, el riesgo palúdico tendió a disminuir. Pero este proceso no se inició hasta que tras la Gran Guerra se concedió la posibilidad de utilizar las aguas sobrantes del Segura -del azud de San Antonio que vertía al mar- a la Compañía Riegos de Levante, lo que posibilitó que se fueran sustituyendo cultivos de secano y aparecieran con más fuerza frutales y hortalizas.(42)
   
De entre todos los variados cultivos del Bajo Segura (43) uno de ellos, el cáñamo, tuvo también mucha importancia en el desarrollo del problema palúdico. A pesar de cierta crisis en su cultivo, causada por el empleo del yute y otras fibras importadas en la fabricación de alpargatas, continuaba siendo muy apreciado por los industriales por sus excelentes cualidades de tensión y finura.(44) Su elaboración requería que fuese macerado en balsas de agua, lo que creaba colecciones líquidas que daban lugar a la cría de larvas de Anopheles. Esta circunstancia fue puesta de manifiesto con todo detenimiento en el informe realizado por Sadí de Buen, prestando especial atención al partido judicial de Dolores, el más intensamente aquejado por la enfermedad. (45) En estas tierras también existía una pequeña zona arrocera, puesta en cultivo, como hemos señalado, en la década de los años 20, y cuya superficie iría aumentando con los años, tal y como tendremos ocasión de comentar.(46) Sus condiciones no permitían una correcta desecación y supuso un factor más a favor de la presencia de la malaria en la zona.
   
A todas estas circunstancias favorecedoras del paludismo había que unir, tal y como señaló Sadí de Buen,(47) la dispersión de los habitantes, la mayor, con mucho, de la provincia, como muestra la tabla 3.

   Esta población tan diseminada construía sus casas con un formato muy sencillo -la típica barraca huertana-(48) lo más cerca posible de las zonas que cultivaban, con el fin de estar continuamente cerca de la labor.(49) Los materiales con que se construían estas viviendas se tomaban del río (cañas, albardos, barros, troncos). Este modo de asentamiento facilitaba la exposición a la picadura de los mosquitos, especialmente debido a que las techumbres de caña suponían un lugar ideal para la estancia del vector. Los encargados del dispensario antipalúdico de San Fulgencio, el primero en abrir sus puertas, como veremos a continuación, señalaban que en años de intenso anofelismo tuvieron que recurrir a la práctica de hacer humo para ahuyentar a los mosquitos durante la cena y en los dormitorios de las barracas donde vivían los campesinos.(50)
   
A pesar de la riqueza agrícola de la zona, la estructura de la propiedad de la tierra hacía que muchos de sus habitantes viviesen en la miseria. Si en toda la provincia la propiedad de la tierra estaba repartida en mayor proporción que en el conjunto del País Valenciano, en el que no abundaban precisamente los pequeños propietarios, en el Bajo Segura la concentración era mayor que en el resto de las tierras valencianas.(51) Existían todavía a inicios de siglo grandes fincas de propiedad nobiliaria,(52) algunas de las cuales ocupaban todo un término municipal.(53) Esta distribución de la propiedad suponía que muchos habitantes de la zona sólo tenían como opción para ganarse la vida el trabajo a jornal. La presión demográfica (54) que se produjo desde comienzos de siglo agravó la situación. Muchos moradores de la comarca no podían obtener lo mínimo para vivir, como pusieron de manifiesto los informes de los médicos antipalúdicos que actuaron en la zona.(55) Durante la primera mitad de siglo, superando estancamientos anteriores, el Bajo Segura creció de 7.000 a 10.000 habitantes por censo (un índice de 169 en 1959 si se sitúa el 100 en 1900). Esto supuso el mayor crecimiento demográfico de la provincia de Alicante, con excepción de la comarca limítrofe del Bajo Vinalopó, en la que la ciudad de Elche impuso su dinámica demográfica. Varios municipios del Bajo Segura doblaron sus efectivos, entre ellos algunos de los más afectados por el paludismo como San Fulgencio, Dolores y Formentera del Segura. Esta situación de penuria hizo que los campesinos no estuviesen bien preparados para enfrentarse a la enfermedad.
   
Como en otras comarcas de la provincia, la emigración temporal suponía una posibilidad que fue muy utilizada por los campesinos con el fin de obtener durante algunos meses del año unos ingresos complementarios que los ayudasen a remediar la penuria de sus vidas, compartida por la mayoría de la clase campesina del país.(56) El destino de esta emigración era con frecuencia Argelia y fue muy importante durante el primer tercio del siglo XX. En 1900 la emigración afectó al 9,4% de la provincia de Alicante y en 1910 a un 29,2%. Disminuyó durante la Primera Guerra Mundial pero volvió a subir tras el conflicto bélico. Estas cifras, aun referidas al total de la emigración, muestran sólo parcialmente la importancia del fenómeno debido a que la proximidad de las costas africanas permitía realizar el viaje en pequeñas embarcaciones clandestinas.(57) Los estudios de este fenómeno muestran cómo la zona del Bajo Segura -especialmente el partido de Dolores, pero también la ciudad de Orihuela-, fue una importante emisora de emigrantes a Argelia desde mediados del siglo XIX.(58) La emigración tenía, como hemos señalado, carácter temporario: los emigrantes salían en abril o mayo, regresaban en julio o agosto y reemprendían la marcha entre septiembre y noviembre para volver de nuevo entre febrero y marzo. Este tipo de movimiento migratorio era especialmente adecuado para que los campesinos, en su desplazamiento a una zona especialmente palúdica como era todo el Magreb, adquiriesen allí la enfermedad y actuasen a su vuelta como reservorio. El anofelismo que favorecía el clima y las colecciones acuosas del Bajo Segura hacían el resto para mantener la endemia. Parece, no obstante, que este mecanismo actuó de manera más clara en la segunda mitad del siglo XIX, un período que había supuesto un estancamiento demográfico para la zona.(59)
   
Tampoco se puede excluir la posibilidad contraria: que el Bajo Segura fuese la creadora de reservorios, esto es, que los emigrantes llevasen a las zonas donde iban el paludismo contraído en la comarca alicantina. Esta posibilidad en lo que a las emigraciones internas de braceros concierne fue considerada por Sadí de Buen.(60) Hay que tener en cuenta, como ponen de manifiesto los primeros informes de los dispensarios antipalúdicos instalados en la zona, que había cierta inmigración temporal en las épocas de recolección del arroz, cáñamo, patatas y pimientos. Los braceros venían de pueblos próximos y provincias colindantes y estaban sujetos a la infección palúdica y a una posible extensión en sus zonas de origen, actuando el Bajo Segura como emisor de reservorios palúdicos.(61)
   
No obstante, tanto a principios de siglo como en los años en los que se estableció la lucha antipalúdica, este movimiento migratorio no tenía tanta importancia en los pueblos más afectados por el paludismo, debido a ser las zonas con mayor regadío.(62) Otra de las zonas de la provincia de Alicante afectada por la malaria, las comarcas del norte, también fueron a inicios del siglo XX importantes emisoras de emigrantes a Argelia. Pero, al igual que ocurría en el Bajo Segura, precisamente los municipios más palúdicos no fueron los mayores emisores de emigrantes, fundamentalmente porque sus cultivos de regadío requerían una agricultura intensiva que mantenía a la población ocupada y, también, enferma.(63)
   
En conjunto, un cúmulo de circunstancias físicas y socioeconómicas, típicas de su ecología cultural,(64) hacían de la Vega Baja del Segura un lugar privilegiado para el desarrollo del paludismo. Por ello concitó la atención de los paludólogos.
   
El 15 de julio de 1926 se inauguró el primer dispensario antipalúdico, dependiente de la Comisión Central Antipalúdica, en el Bajo Segura, con algo de retraso con respecto a la puesta en marcha de dispositivos antipalúdicos en zonas del sudoeste español. Se instaló en San Fulgencio, una población enclavada en una antigua zona pantanosa donde estableció en el siglo XVIII sus fundaciones el cardenal Belluga, en el centro del partido judicial de Dolores, el más afectado por la endemia. Allí, los poblados databan de 1730.(65) La instalación del dispensario en este municipio seguía las recomendaciones de Sadí de Buen que, en consonancia con la estrategia que ya había sido puesta en marcha en Extremadura, aconsejó un "servicio domiciliario en las huertas" en función de las necesidades creadas por la importante presencia de la enfermedad.(66)
   
Como en otras zonas, la principal función del dispensario, prevista por el reglamento antipalúdico del 13 de diciembre de 1924, fue la detección de los enfermos, su tratamiento, y vigilar que se siguiesen las prescripciones medicamentosas. Es decir, la estrategia se centró en la lucha contra el reservorio humano. Uno de los principales problemas de las campañas, según la percepción de los implicados en la lucha antipalúdica, era que la mayoría de los palúdicos no se consideraban enfermos y por lo tanto no buscaban asistencia. El informe que venimos citando sobre la zona es suficiente explícito al respecto: "Gran numero de palúdicos no llaman al médico". Ya detectados y tratados, el siguiente problema fue lo que los sanitarios percibían como falta de colaboración.(67) Para ayudar a esta función se pretendía que el dispensario, al actuar como consultorio gratuito, fuese también un foco de propaganda. Junto a esta preocupación fundamental, además se debía actuar sobre las causas de la endemia, especialmente sobre las colecciones de agua creadas en la huerta, en las balsas de cáñamo y en los arrozales. Veamos cómo fueron llevándose a la práctica estas tareas.
   
Para llevarlas a cabo, y de acuerdo con el esquema general de la lucha antipalúdica, el dispensario contó, al inicio, con un médico central antipalúdico, el doctor Eleizegui, perfectamente preparado para las labores que tenía que acometer, que se desplazaba a la zona en las épocas de primavera y verano. El profesional fue ayudado por José Ramos Quesada, médico titular de la zona desde 1921, y que actuaría como médico local antipalúdico durante décadas. Contaban, además, con la ayuda de un subalterno. Colaboraba también el médico de Rojales, un municipio situado en las proximidades. El dispensario fue aumentando sus servicios a lo largo de los años. Al inicio de la campaña de 1927 -el 1 de junio- se incorporó como médico central antipalúdico el doctor Perezperez y Palau, cuyos informes son la principal fuente para seguir el curso de la lucha. En la campaña siguiente, iniciada el 1 de junio de 1928, se puso en marcha un anejo al dispensario en Formentera del Segura, localidad muy cercana, financiado con fondos municipales. Funcionaba en días alternos con el personal antipalúdico de San Fulgencio. Sin embargo el presupuesto global del dispensario sufrió merma en 1929 con respecto al año anterior, como podemos comprobar en la tabla 4.

   Coincidiendo con los primeros años de lucha antipalúdica, desde el Instituto Provincial de Higiene de Alicante se llevó adelante una tarea de formación de los sanitarios locales con especial énfasis en el diagnóstico de la enfermedad, con el fin de aunar esfuerzos frente a ésta.(68)
   
El dispensario y su anejo atrajeron a gran número de enfermos de casi todos los pueblos del contorno, situados en la ribera del río Segura y con graves problemas de morbilidad palúdica. En el propio municipio de San Fulgencio la morbilidad palúdica alcanzó en 1927 la cifra de 465,2 enfermos por mil habitantes.
   
Además de la de los enfermos, el dispensario analizó la sangre de muchas otras personas que resultaron no ser palúdicas y se examinó el bazo de centenares de niños, y se determinó esplenomegalia (69) en más de un 80% de los infantes de San Fulgencio. Cifras inferiores presentaban los pueblos limítrofes, aunque hay que señalar que los niños afectados por paludismo supusieron en torno a un 50% del total de los enfermos, con variaciones según los pueblos. En San Fulgencio, al principio de la instalación del dispensario, los niños fueron el 62% de los enfermos, lo que suponía el 29% de los habitantes de la villa. Tres años después sólo un 5-6% de los niños a los que se midió el bazo presentaron esplenomegalia,(70) y se adujo que solía tratarse de enfermos que acudían de municipios muy lejanos a los dispensarios.(71) Los índices esplénicos confeccionados en las escuelas bajaron del 27,8 % en 1927 a un 1,31% en 1931 y a su práctica desaparición en los años siguientes.
   
En el dispensario y en sus anejos también se atendía a todos los que sufrían recaídas. En no pocos casos la enfermedad se presentaba por segunda, tercera y cuarta vez.(72) En 1935 los dispensarios vigilaron a 241 enfermos que habían sufrido recaídas. Esta circunstancia se producía con mucha mayor frecuencia en los enfermos tratados con quinina.(73) Además de la morbilidad, la mortalidad también suponía graves problemas. La tabla 5 muestra las tasas de mortalidad en diferentes municipios de la Vega Baja del Segura, todos ellos muy cercanos entre sí, tanto en los años anteriores al inicio de la campaña como en los inmediatamente posteriores. Las tasas nos permiten hacernos una idea de la magnitud de la mortalidad palúdica en los municipios de la Vega Baja del Segura. La importancia de la mortalidad por paludismo en el bajo Segura se deduce, además, de los datos obtenidos en algún trabajo demográfico realizado en la actualidad, que se centra en zonas diferentes de las controladas por los dispensarios en los primeros años de campaña.(74) Es de notar, sin embargo, que en los trabajos genéricos sobre la demografía alicantina no se menciona ni de pasada la mortalidad por paludismo.(75) Si bien es cierto que su peso demográfico no fue superlativo, no dejó de ser un lastre constante y esta omisión resulta esclarecedora del poco lugar que la mortalidad ordinaria suele tener en los análisis demográficos al uso. De entre los pueblos controlados por el dispensario antipalúdico, San Fulgencio presentaba cifras verdaderamente llamativas, si bien otros municipios no iban a la zaga. Hay que tener en cuenta que en los años peores la mortalidad por paludismo supuso en torno al 20% del total de la mortalidad en localidades como San Fulgencio, Formentera del Segura y Dolores, y entre un 10 y un 15% en el resto de los municipios.(76) En los años inmediatamente anteriores a la guerra de los que tenemos noticia (1932-1935) los dispensarios de San Fulgencio y Formentera no registraron muertes por paludismo. Sí hubo en el de Guardamar, al que más adelante nos referiremos, con un caso tanto en 1932 como en 1933 y dos casos tanto en 1934 como en 1935.(77)

   La gran magnitud que en los datos que venimos comentando tenía el paludismo en San Fulgencio, cuyo término municipal contenía un saladar, un coto arrocero y numerosas acequias y azarbes,(78) se vio resaltada, presumiblemente, por el hecho de ser el lugar donde estaba el dispensario, por lo que su término municipal fue estudiado con mucho más detalle que el de otras localidades.
   
En sintonía con la extensión de los dispensarios que se fue produciendo en todo el país durante el período republicano, los servicios que se prestaban en San Fulgencio y Formentera del Segura se vieron incrementados el 1 de julio de 1933 con la inauguración de un nuevo anejo al dispensario antipalúdico, el de Guardamar del Segura, municipio costero de la comarca, donde desemboca el Segura. El dispensario fue abierto a instancias del doctor Hernández Pacheco por el rápido aumento que el paludismo tuvo en la zona y la dificultad que tenían sus habitantes de acceder al dispensario sito en San Fulgencio. Se pasaba consulta tres días por semana. Así, en los años siguientes el número de municipios de los que acudían enfermos al dispensario antipalúdico de San Fulgencio, o a alguna de sus extensiones, superó ampliamente la veintena, con enfermos que acudían de lugares distantes de la vecina provincia de Murcia.(79) En opinión de los responsables de la campaña, la apertura del dispensario de Guardamar mostró cómo la existencia de los servicios servía para conocer la verdadera magnitud del problema.(80) Ésta es la explicación, en gran parte, del mayor registro de enfermos que se observó en esta localidad en la década de los 30. Si situamos el índice 100 en 1927 (primer año completo de lucha antipalúdica en la zona), se alcanzó un índice 2.562,50 en 1934. Debido a la dimensión de su tarea, en 1935 el dispensario de Guardamar se independizó y estuvo dirigido por un médico central antipalúdico, el doctor Parra. Trabajó también en él un médico agregado antipalúdico, Ángel Hernández Cuadrado. Las cifras que aporta el informe sobre la labor de este dispensario muestran el crecimiento de los casos detectados. De 110 en 1932 se pasó a 858 en 1933, 1.232 en 1934 y 1.092 en 1935, con un importante aumento de las esplenomegalias en los niños a los que se exploró el bazo.(81)
   
Otro intento de extender la labor dispensarial a la zona contigua del Bajo Vinalopó no prosperó, pues el servicio instalado en Elche con apoyo del inspector provincial de Sanidad tan sólo tuvo actividad durante el verano de 1933. En este período se comprobó que las personas que acudieron provenían de la Vega Baja del Segura, por lo que no se juzgó necesario que continuase abierto.(82) Una vez instalado todo el dispositivo antipalúdico en la zona más oriental de la comarca, a partir del inicial de San Fulgencio, en los cuatro años que van de 1932 a 1935 se efectuaron 14.598 análisis para investigar el paludismo, de los cuales 7.896 resultaron positivos, un 54%.(83)
   
Independiente del dispensario de San Fulgencio también se puso en funcionamiento uno nuevo en Orihuela, la capital de la comarca, que atendía no sólo a los enfermos de la provincia de Alicante, sino también a los que, provenientes de la Vega del Segura, vivían en la provincia de Murcia, habitantes de un espacio geográfico común. Inició sus trabajos en 1933 bajo la dirección de un médico central antipalúdico, M. González Ferradas, y en marzo de 1934 se hizo cargo de él otro médico central, F. Quintana Otero. Sirvió de base para la puesta en marcha de un Centro Secundario de Higiene dependiente de la Inspección Provincial de Alicante.(84)
   
La puesta en marcha de este dispensario atrajo población fundamentalmente del amplio término municipal oriolano, en especial de las partidas más castigadas por el paludismo. Después de la guerra se puso de manifiesto que en estos lugares había un intenso anofelismo debido al poco desnivel del terreno, que creaba más colecciones líquidas a partir de acequias y azarbes.(85) En el nuevo dispositivo asistencial también se atendió a enfermos de otros pueblos de la Vega Baja del Segura, por lo que el ámbito de actuación del nuevo servicio vino a superponerse, en cierta medida, al de San Fulgencio.
   
El dispensario de Orihuela registró casos de mortalidad por paludismo en los años en los que funcionó. En 1933 se dieron 3 casos, al igual que en 1934, en 1935 sólo hubo uno. Sin embargo en los años anteriores las cifras de mortalidad por paludismo habían sido superiores, con 6 casos en 1930, 4 en 1931 y 10 en 1932.
   
Como vemos, por todos los datos comentados, la mayor parte de la actividad de los dispensarios antipalúdicos estuvo dirigida al control de la población, con el fin de ir detectando en su justa medida la enfermedad, y al tratamiento de los casos positivos que iban creciendo según se iba sometiendo a mayor número de habitantes al escrutinio de los médicos antipalúdicos. La mortalidad, sin embargo, iba disminuyendo, fruto de una tendencia mantenida desde inicios de siglo, que no hizo sino mejorar por la actuación dispensarial.
   
Los responsables del servicio juzgaban, no obstante, que sólo tenían acceso a una pequeña parte de la realidad. En su opinión, como ya hemos apuntado, muchos enfermos no acudían al dispensario, pues no se reconocían enfermos. Otros, por el contrario, aun deseando someterse a tratamiento, preferían tomar la quinina que se les había dado a sus vecinos, compartiéndola con ellos, y evitaban así perder el tiempo que suponía acercarse hasta el servicio sanitario. Los cambios de rol que se exigía a los enfermos para ser tratados en muchas ocasiones eran considerados inaceptables por la población, lo que colisionaba con los intereses de los sanitarios, que buscaban la total sumisión de los atendidos. Aunque este sometimiento se consiguió, por ejemplo, en la mayoría de los 300 enfermos que en los meses del verano de 1927 eran vigilados por un subalterno en la población de San Fulgencio, fue necesario recurrir en una ocasión a la autoridad gubernativa durante el segundo año de funcionamiento del dispensario, para conseguir que los enfermos siguiesen el tratamiento.(86)
   
La diseminación de la población por la huerta suponía un obstáculo más para vigilar el cumplimiento del tratamiento por parte de los enfermos, lo que creaba una nueva oportunidad para que apareciesen las constantes alusiones a la rebeldía de éstos que, junto a las colecciones hídricas, eran consideradas, por parte de los que tenían a su cargo la lucha contra la enfermedad, las principales causas para el mantenimiento del paludismo en la zona. Hay que tener en cuenta que la valoración que los paludólogos hacían de los habitantes del Bajo Segura era bastante negativa, como expresa Perezpérez: "Por todo lo anterior se comprende que aun siendo una zona rica y fértil, sus moradores pueden atender malamente sus necesidades vitales y sociales, convirtiéndoles en un pueblo de costumbres bastantes primitivas".(87) Opinión contraria mostró, sin embargo, años antes Maturana Vargas: los moradores de la Vega Baja presentaban para él un nivel intelectual relativamente elevado.(88) El médico local antipalúdico, en el artículo que resume la labor del dispensario de San Fulgencio en sus primeros años de funcionamiento, también realiza muchos comentarios sobre las dificultades que suponía la conducta de los enfermos palúdicos. Nunca terminaban los regímenes terapéuticos, y guardaban la quinina que se les entregaba para cuando tuviesen de nuevo accesos febriles. Ello suponía la presencia constante de gameto-portadores, especialmente en aquellos municipios más alejados de los dispensarios, en los que la vigilancia era menos estrecha.(89) En el caso de Guardamar, ante la recrudescencia de la endemia que se produjo en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, se obligó a que todos los enfermos se personasen en el dispensario para tomar la medicación.(90) Resulta obvio, por tanto, que el conflicto con la población atendida fue un ingrediente importante de la lucha antipalúdica.
   
El tratamiento más usado al inicio de la campaña, y que tan difícil resultaba de seguir a los enfermos, se basaba en el uso de la quinina -en forma de sulfato de quinina y en arsenicales- y de la plasmoquina.(91) Se utilizaron 26 kilogramos de quinina en 1926, 35 en 1927, 41 en 1928 y 29 en 1929, además de varios miles de tabletas de plasmoquina. Las combinaciones de la quinina y la plamosquina se realizaban a través de pautas diversas. Sin embargo, parece que el uso rutinario de otros antipalúdicos de síntesis antes de la Guerra Civil, como la atebrina, fue escaso.(92) Cada enfermo tomó como término medio más de 20 gramos de alcaloide en cada uno de los tratamientos.(93) El reparto de la quinina se hacía gratuitamente, de acuerdo con el reglamento antipalúdico. Sin embargo, en ocasiones este reparto no pudo llevarse a cabo por la poca disponibilidad de quinina.(94)
   
También fue continua la confección de índices esplénicos anuales entre los niños de las escuelas, así como las labores de propaganda por medio de conferencias, carteles, postales, etc. La eficacia de estos medios para luchar con los poco colaboradores habitantes de los pueblos cercanos al dispensario fue valorada positivamente, pues los buenos resultados que estaba obteniendo la lucha antipalúdica se debían, en opinión de sus responsables, a los efectos que los vecinos veían que se producían en los enfermos que se trataban correctamente y a la labor de propaganda.(95)
   Otras tareas emprendidas por el dispositivo dispensarial de la Vega Baja del Segura tuvieron como objetivos el tratamiento de algunos casos de Kala-azar infantil (96) o las infructuosas investigaciones llevadas a cabo sobre la helmintiasis.(97)
   
Excepto en San Fulgencio (donde se vigilaba más estrechamente a los enfermos, y por lo tanto se producía mayor control de los portadores de gametos), en todos los demás lugares hubo un aumento de casos nuevos en los años 1933 y 1934, debido, según el personal antipalúdico, a que las mayores lluvias crearon mayores reservorios de Anopheles.(98) Clavero y Romeo discreparían con esta opinión años después, cuando consideraron que los años secos hacían más difícil la limpieza de los azarbes de riego, y por tanto favorecían más el anofelismo.(99) Los responsables de la lucha antipalúdica, no obstante, también culparon del rebrote de la endemia palúdica a los enfermos, debido a que, según ellos, suspendieron los tratamientos demasiado pronto.
   
Junto a esta tarea centrada en los reservorios humanos también hubo intervención preventiva que trató de contener las circunstancias favorecedoras de las principales causas del paludismo. Esta labor se centró en el control de las aguas estancadas en los terrenos dedicados al cultivo del arroz y en los azarbes, así como en las balsas que se utilizaban para reblandecer el cáñamo. Según los responsables del dispensario de San Fulgencio, esta acción encontró distintos obstáculos. Las dificultades para conseguir un cultivo del arroz ordenado y seguro sanitariamente, a pesar de la legislación sobre cotos arroceros que emanaba de la normativa antipalúdica, fue señalada con frecuencia. El reglamento antipalúdico de 13 de diciembre de 1924 planteaba la necesidad de la circulación de las aguas, la escrupulosa limpieza de todos los canales, la evitación de todo tipo de charcos, y la eliminación de plantas acuáticas. Si entre los trabajadores de las plantaciones había algún enfermo de años anteriores, se planificaba su tratamiento como si fuera un caso nuevo a partir de mayo y se preveía someterlo a tratamiento profiláctico el resto del tiempo. Los trabajadores y sus familiares, que acudían a trabajar en el arroz provenientes de zonas palúdicas, debían ser sometidos a examen previo y confinados en una vivienda protegida mecánicamente, hecho que casi nunca se produjo.(100) En cualquier caso, el reglamento preveía que todo trabajador en zona arrocera fuese vigilado sanitariamente, se prohibía pernoctar al raso o en casas no protegidas contra los mosquitos y trabajar en determinadas horas. Estas normas venían a sumarse a las que ya se aplicaban con carácter general desde 1860-1861,(101) pero parece que no fueron cumplidas.
   Al inicio del siglo la superficie arrocera en la zona era mínima, pero se fue extendiendo con sucesivas acotaciones aprobadas por la Junta Provincial de Sanidad a lo largo de la segunda y la tercera década del siglo, en la línea del crecimiento de la explotación agrícola que ya hemos resaltado. Así, se aprobó el cultivo del arroz en zonas del término de San Fulgencio en 6 de abril de 1925, en diversas zonas del Bajo Segura el 3 de marzo de 1927, en Dolores el 28 de junio de 1930 y 4 de mayo de 1931, y en San Fulgencio, de nuevo, el mismo 4 de mayo de 1931.(102) En cada una de las ocasiones, superficies entre 10 y 20 hectáreas fueron convertidas en zonas arroceras. A finales de 1927 el coto arrocero era de 173 hectáreas y 36 áreas, pero se cultivaba de hecho en casi el doble de superficie, pese a no estar permitido.(103) Sin embargo, las precauciones para evitar el estancamiento de agua no se llevaron a cabo, lo que contribuyó a favorecer el intenso anofelismo de los meses estivales. La preocupación por este tema surgió con frecuencia en el seno de los organismos provinciales tanto sanitarios como agrícolas, pero las discusiones no desembocaron en soluciones.(104) En el municipio en el que este fracaso resultó más palmario fue en las partidas arroceras de Dolores, donde las deficientes condiciones de las zonas de cultivo incidieron negativamente en la regresión del paludismo. El problema arrocero no logró solucionarse antes de la contienda civil.(105) No obstante, a pesar de la implicación que tenían en estas deficiencias los propietarios de las explotaciones, los responsables de la campaña antipalúdica no dejaron de responsabilizar a los enfermos por no cumplir adecuadamente los tratamientos prescritos.(106)
   
También se apuntaron las dificultades para asegurar una limpieza periódica de los azarbes y por lo tanto evitar el estancamiento de las aguas, un asunto que, como veremos, continuó siendo de importancia hasta el final de la lucha palúdica.(107)
   Otro obstáculo para el saneamiento de la zona lo constituían las balsas para macerar el cáñamo, muy próximas a las viviendas. Sobre este particular se ocupaba el reglamento antipalúdico en su artículo 58. De hecho, la Junta Provincial de Sanidad se hizo eco en ocasiones de problemas de este tipo, no sólo en la comarca del Bajo Segura, sino también en la vecina del Bajo Vinalopó.(108) La lucha antipalúdica se ocupó repetidamente de este problema. Sadí de Buen recomendó en su informe inicial evitar la construcción de balsas con filtraciones.(109) Posteriormente, ya iniciada la labor dispensarial, se obligó a la desecación periódica de las balsas para evitar el crecimiento de larvas de anofeles. Para ello se realizó un censo de 137 balsas situadas en los municipios más afectados por el paludismo, y se ejerció especial vigilancia sobre estas colecciones líquidas bien petroleándolas, bien vaciándolas.(110) No obstante, como casi la mitad de las balsas estaban construidas con cañas, las filtraciones que se producían de acequias y azarbes próximos hacía inútil la desecación periódica, por lo que los responsables de la lucha antipalúdica trataron de que todas se construyeran de mampostería.(111) La opinión del médico antipalúdico local es que en este aspecto no se consiguió nada.(112) A partir de 1929, dentro de la lucha contra el vector consta la utilización de gambusias, un pez depredador de larvas de mosquito, tras la construcción de un vivero,(113) aunque desde 1925 el Instituto Provincial de Higiene contaba con un acuario para la cría de estos peces.(114) Cualquier otra posibilidad de lucha contra el vector se consideró en esos momentos poco práctica.(115)
   
En resumen, y a la luz de los datos que disponemos sobre la lucha antipalúdica en la provincia de Alicante hasta el inicio de la guerra civil, podemos señalar que la campaña iniciada a mediados de los años 20 venía dando sus frutos en alguna medida. Aunque no se puede responsabilizar totalmente a las actuaciones sanitarias de la caída de las tasas de morbilidad y mortalidad que se produjo en la mayoría de los municipios sobre los que se ejerció labor dispensarial, lo cierto es que éstas alcanzaron tras la instauración de los servicios sus niveles más bajos en lo que iba del siglo.(116) De hecho, los mismos responsables de la lucha no se otorgaban todo el mérito de este dato y señalaban las oscilaciones pluviométricas como el factor de mayor incidencia en la marcha de la enfermedad, lo que explicaba el empeoramiento de inicios de la década de los 30. Según ellos, el seco final de la década de los 20 favoreció la disminución del paludismo, mientras que el aumento en el régimen pluviométrico de los años 1933 y 1934 hizo estallar una verdadera epidemia en la zona del Bajo Segura. La guerra haría que la situación empeorase notablemente.

4. El paludismo en la provincia de Alicante en la posguerra inmediata

   Tras la guerra, el problema palúdico se exacerbó de manera muy importante en todo el país. Partiendo del buen control que había en 1936, la situación se agravó em 1937 y se disparó de manera catastrófica entre 1940 y 1949.(117) Las variadas circunstancias que supuso el propio episodio bélico y, también, la paralización de las actividades antipalúdicas fueron las causas que produjeron este fortísimo agravamiento, que supuso que hasta 1949 no se volviese a cifras de mortalidad palúdica equiparables a las de 1936. Si bien esta epidemia de posguerra tuvo especial entidad en las provincias extremeñas, Huelva, Córdoba, Toledo y Jaén, la provincia de Alicante también sufrió el embate con gran crudeza. A mediados de los 40 el problema era muy grave, con años como 1943 en el que la morbilidad por mil habitantes alcanzó la cifra de 29,01 (ver tabla 6).





   Durante el conflicto Alicante vio aumentar su población por la llegada de población civil evacuada de otras zonas, flujo que continuó justo hasta el final de la guerra al ser la provincia la última en caer en manos de los insurrectos. Esta circunstancia desbordó desde 1938 todas las posibilidades de los servicios sanitarios, como se atestigua por ejemplo en el funcionamiento de los servicios de higiene infantil de la capital.(118) No tenemos datos sobre la evolución de la enfermedad durante la guerra, pero en la posguerra la situación empeoró notablemente, creciendo tanto la morbilidad como la mortalidad. Con respecto a esta última es necesario anotar que si bien en todo el país desde inicios de los años 40 hubo un aumento de los casos más graves debidos al protozoario Plasmodium Falciparum -frente a un 3,7% en 1936 se alcanzó un 8,8 en 1942-, en el Dispensario de Orihuela llegó a un 18%, situación verdaderamente sobresaliente.(119)
   
El porcentaje de enfermos palúdicos en la provincia de Alicante fue creciendo con respecto al total del España, llegando a alcanzar en 1946 cifras superiores al 10%.
   
Si abandonamos la perspectiva provincial, que resulta engañosa, puesto que varias comarcas alicantinas no presentaban prácticamente ningún problema de paludismo, y nos centramos en la perspectiva comarcal, advertimos que el Bajo Segura presentaba problemas de morbilidad equiparables a las zonas de mayor incidencia del país con tasas por mil habitantes para algunos años por encima de la cincuentena (ver tabla 7). Por lo tanto fue nuevamente la zona meridional donde el problema continuó mostrando mayor intensidad.

5. La reorganización de la lucha antipalúdica en la provincia de Alicante

   La reconstrucción de cómo se llevó a cabo la lucha antipalúdica tras la Guerra Civil resulta mucho más dificultosa que en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX. Frente a las pormenorizadas memorias que se fueron publicando de las actuaciones llevadas a cabo en aquellos años, tras la guerra la falta de transparencia del nuevo régimen, el aislamiento y la voluntad de no reconocer la magnitud del problema durante la inmediata posguerra hacen mucho más complicada la tarea. Sólo a finales de la década de los años 40 y a partir de los años 50 hemos contado con algunas informaciones que hemos tenido que completar con algunos rastros documentales salvados in extremis de la destrucción.(120)
   
Parece que no fue hasta 1943 cuando comenzaron a ponerse en Alicante las bases para la reorganización de la lucha antipalúdica. Además del dispensario de la capital del Bajo Segura, Orihuela, que pasó a ser considerado central, y otro sito en el Bajo Segura, el de Dolores, también considerado central se pusieron otros en marcha a lo largo de toda la provincia con el nombramiento de los médicos antipalúdicos de Elche, al sur de la capital, y en diversos municipios situados al norte de la ciudad de Alicante: Villajoyosa, Benidorm y Pego, en octubre de 1943.(121) La gratificación que percibía por su labor cada uno de los médicos que los atendía a tiempo parcial era de 2.000 pesetas anuales. A José Ramos Quesada, médico antipalúdico en San Fulgencio antes de la guerra, se le reconoció la percepción de estos haberes desde el 1 de enero de 1941, si bien no volvió a ocuparse del dispensario, sito ahora en un municipio cercano, Rojales, hasta el 1 de julio de 1946. Alguno de los encargados de la lucha antipalúdica era médico de Asistencia Pública Domiciliaria en su localidad.(122) Esta apertura de nuevos dispensarios se dio juntamente con el interés por intensificar la acción en el campo de la Higiene Rural y por la construcción de centros para tal fin. En el Bajo Segura se inició la construcción del de Orihuela.(123) Sin embargo, y al contrario de lo ocurrido antes de la guerra, esta apertura de dispensarios, prácticamente sin dotación, y atendidos por médicos que no tenían la especialización adecuada, no siguió criterios epidemiológicos en todos los casos. Se trató más bien de una maniobra propagandística, con el fin de dar respuesta al enorme problema que estaba suponiendo el paludismo. Sólo el Bajo Segura, al ser considerados los dispensarios de su capital, Orihuela, y de Dolores, como centrales, y al continuar trabajando José Ramos, siguió contando con personal con la suficiente preparación.
   
Para solventar estas carencias en la cualificación del personal, desde el mismo año de 1943 se produjo la asistencia de los responsables de los dispensarios a los cursos de Paludología que se organizaban cada año dentro de la Obra de Perfeccionamiento Médico, luego Sanitario, que había puesto en marcha el nuevo régimen. Habitualmente asistía uno de los responsables de los diversos dispensarios cada año, con cargo al presupuesto sanitario provincial. También se enviaron becarios a los cursos móviles de parasitología y epidemiología parasitológica y a los cursos de capataces de desinsectación.(124) Pero, como vemos, las soluciones se buscaron una vez montado el dispositivo, al contrario de lo que había ocurrido con el cuidadoso desarrollo de la campaña antipalúdica antes de la guerra.
   
Como ya hemos señalado, la actividad cotidiana de estos dispensarios es difícil de seguir durante estos años, pues al igual que ocurrió en el resto del país, la escasez de información es la norma, especialmente si la comparamos con la riqueza del período anterior al conflicto bélico.
   
La medicación antipalúdica que se facilitaba a los enfermos, tras ser diagnosticados, era sufragada por el Instituto Provincial de Sanidad que enviaba paquetes de antipalúdicos de síntesis, atebrina y plasmoquina especialmente, y quinina a los diferentes dispensarios. También se utilizó otro antipalúdico de síntesis, la mepacrina. Sobre las existencias de medicación, en un contexto de grave precariedad, los encargados de los dispensarios debían llevar un estricto control que debía reflejarse en los estadillos que debían remitirse semanalmente al jefe provincial de Sanidad.
   
En algunos casos se ensayaron otros antipalúdicos de síntesis. Así tenemos noticias de los experimentos llevados a cabo en 1947 con la paludrina. Para probar su bondad, uno de los grupos de enfermos que participó en el ensayo estuvo formado por siete del Dispensario de Orihuela, dirigido entonces por Obdulia Fons. Dado que los individuos participantes vivían dispersos en la huerta, hubo que contar con un subalterno que, desplazándose diariamente a sus domicilios, les extraía una gota gruesa de sangre para investigación de parásitos, anotaba la temperatura y recogía los datos proporcionados por los familiares, además de administrarles la medicación, que debía ser tomada en su presencia y de una sola vez.
   
A partir de la ficha que se abría a cada de los sujetos que eran atendidos en los dispensarios se organizó la confección de estadísticas semanales que los diferentes directores remitían a la Jefatura Provincial de Sanidad. El flujo de información y los envíos de material entre la Jefatura y los dispensarios fue en esos años ininterrumpido. En ocasiones los directores de los dispensarios informaban de las incidencias de los tratamientos antipalúdicos que se habían llevado a cabo.
   
Como correspondía a las directrices que se habían marcado desde el Servicio Antipalúdico, en toda la primera fase de reorganización de la lucha antipalúdica la actividad se centró en el tratamiento de los enfermos palúdicos, una estrategia que, como adelantamos, suponía una continuación de la seguida antes de la guerra. Más tarde, las tareas se extenderían a la profilaxis de los enfermos palúdicos de la campaña anterior y a la lucha antilarvaria, especialmente a través de la desecación de charcas y de la distribución de gambusias.(125) Lozano Morales, uno de los hombres clave del servicio antipalúdico franquista, consideraba en 1946 que en Alicante, como en todo el Mediterráneo, se precisaba repoblar las aguas con pececillos larvicidas, pues estaban poco extendidos, a pesar de que la Jefatura Provincial de Sanidad contaba con un criadero en un finca próxima a la capital.(126)
   
A partir de 1944 fueron ocho los dispensarios en funcionamiento en la provincia, pues a los citados con antelación se abrió uno en la propia capital, que también sufría la gravedad del problema. En la década que va desde mediados de los 40 a mediados de los 50 los dispensarios abiertos llegaron a ser diez, con algunos cambios de emplazamiento cuyas causas no hemos podido determinar por la ya aludida falta de documentación. Del dispensario de la ciudad de Alicante también se hizo cargo un médico central antipalúdico, Fernando Quintana, iniciado en las labores antipalúdicas en la provincia en el dispensario de Orihuela durante el período prebélico. Hasta la fase de erradicación del paludismo pactada con la Organización Mundial de Salud, en la que las huertas de Murcia y Alicante constituyeron una de las zonas de actuación, siguieron funcionando ocho dispensarios que se mantuvieron abiertos con funciones de vigilancia. No obstante, las diferentes fuentes discrepan en cuanto al número de dispensarios abiertos cada año, por lo que no resulta fácil de delinear la estructura de la campaña antipalúdica de la época.
   
Los enfermos atendidos en todos estos dispensarios estaban fundamentalmente afectados por Plasmodium vivax, causante de las tercianas (un día fiebre, otro no), aunque existían algunos casos de falciparum y ninguno de malariae. En cuanto a los enfermos menores de quince años, el período en el que contamos con datos tras la guerra se inicia con un 37,9% de afectados para ir disminuyendo progresivamente hasta desparecer a partir de 1952.
   
Además de la actividad de los dispensarios, sólo nos han llegado noticias sueltas de otras tareas llevadas a cabo para enfrentarse a la malaria. Así, se acometieron acciones para desecar una charca en Finestrat en la comarca de la Marina Baja, al norte de la provincia, si bien la penuria económica obligó a que se realizaran sólo las obras indispensables.(127) También se emitió un informe positivo a favor de la desecación de las marismas del río Molinell, en el marjal Pego-Oliva, en el extremo norte de la provincia, y una de las zonas ya detectadas como problemáticas por Sadí de Buen en su primer informe sobre la provincia, al que nos hemos referido con reiteración.(128)

6. De la lucha antimosquito a la erradicación

   La actividad centrada en el tratamiento de los enfermos continuó siendo la principal tarea antipalúdica en la década de los 40 del siglo XX. Sólo las novedades técnicas, de la mano del uso de los insecticidas clorados, permitieron a partir de 1948 el cambio de estrategia antipalúdica, que pasó a centrarse en la lucha contra el mosquito adulto.(129) En los años anteriores la parte más meridional de la provincia había sido, junto con el norte de la provincia de Murcia, escenario de ensayos de aplicación de los insecticidas DDT y 666.(130) Las actuaciones se llevaron a cabo tras recapitular todo lo que se conocía sobre el ambiente palúdico en la Vega del Segura, un espacio natural que abrazaba territorios de las provincias de Murcia y Alicante. Muchos de los problemas ya puestos de manifiesto antes de la guerra se resaltaron de nuevo, especialmente en lo que se refiere a la influencia del sistema de riegos en la creación del ambiente palúdico y la importancia de la variedad del mosquito. Sin embargo, la valoración que se hizo de otros factores varió bastante con respecto a los informes de los años 20 y 30, en sintonía con los presupuestos del régimen que trataban de enmascarar la realidad y actuar como medio de propaganda contra las duras condiciones en las que se desarrollaba la existencia en la España de la autarquía. Así, el nivel de vida de los huertanos del Bajo Segura se consideraba pujante en esa época debido a la muy repartida propiedad de la tierra, la alta natalidad y la revalorización de los productos agrícolas. Aunque algunas de estas circunstancias eran parcialmente ciertas, pues con el paso de los años se produjo una relativa redistribución de la tierra, que mejoró el nivel de vida, el panorama que pintó el personal antipalúdico resulta, desde luego, optimista en exceso y claramente propagandístico.(131) Otro factor concomitante que se valoró de forma positiva fue la mejora de la vivienda, lo que supuso la práctica desaparición de la barraca huertana,(132) y con ella las facilidades que presentaba para la transmisión del paludismo su peculiar estructura.(133)
   Los ensayos llevados a cabo en toda la Vega del río Segura con insecticidas no alcanzaron resultados concluyentes. Pero sí se apreció la beneficiosa acción propagandística que la desaparición de todo tipo de insectos producía entre la población. Se esperaba que esta valoración positiva ayudase a responsabilizar a los propios moradores para que emprendiesen la lucha antimosquito con cargo a su propio peculio, y eximir así al Estado del oneroso gasto que debería afrontar. No obstante, la desconfianza en la población asomó de nuevo y se consideró poco probable una colaboración "sistemática y continuada".(134)
   
La tibieza de los ensayos no tuvo, sin embargo, influencia en el cambio de rumbo que iba a tener la campaña antipalúdica a nivel nacional, y lo mismo ocurrió en la provincia de Alicante. Siguiendo las órdenes que se habían dictado para la elaboración de los presupuestos del siguiente año, en la sesión del 19 de diciembre de 1947 de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial, organismo que se financiaba a partir de los presupuestos de todos los municipios de la provincia, el jefe provincial de Sanidad propuso que con el objeto de intensificar la lucha contra el paludismo y las moscas, se formulase un presupuesto extraordinario con los remanentes existentes de años anteriores. El presupuesto formado tuvo un montante de 98.500 pesetas, según fue aprobado por el pleno de la Mancomunidad Sanitaria Provincial en sesión de 29 de enero de 1948.(135)
   
El 2 de julio de 1948 se comunicó a la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial la orden del director general de Sanidad para que se realizase durante la temporada actual el proyecto de desinsectación total y residual a los fines de lucha antipalúdica de las viviendas aisladas del Bajo Segura (Huertas de Murcia y Orihuela).(136) Los institutos provinciales de Alicante y Murcia debían hacerse cargo de los jornales del personal subalterno y de los materiales, gasto que fue calculado en un mínimo de 100.000 pesetas. Para ello se utilizó el presupuesto formulado a inicios de año cuyas partidas eran las que muestra la tabla 8:

   Según consta en la documentación de la Mancomunidad Sanitaria Provincial,(137) en pulverizadores se acabó gastando casi cinco mil pesetas más de lo presupuestado y en insecticida casi 20.000 más, por lo que ante la cantidad de gastos a acometer se solicitó ese año la exención de envío del becario habitual al curso nacional de Paludología, con el fin de utilizar todos los fondos disponibles en la lucha. Como referencia podemos señalar que ese año el presupuesto del Instituto Provincial de Sanidad fue de 830.255 pesetas, por lo que la desinsectación se consideró un asunto de primer orden dentro de las prioridades sanitarias de la provincia (ver tabla 9).

   A partir de 1948, por tanto, además de la tradicional atención al enfermo palúdico y de la más bien tímida lucha antilarvaria, se puso todo el interés en luchar con el Anopheles adulto, especialmente en la Vega Baja y en la capital. Así, en el presupuesto del siguiente año, 1949, el primero que se conserva completo tras la guerra, se aumentaron varias partidas para la lucha antimosquito y mosca: dietas -aumento en 1.280 pesetas-, gastos de viaje -se presupuestaron 8.000 pesetas más- y epidemias y luchas sanitarias -pasó de 45.000 a 145.000 pesetas-.(138) Tal aumento se justificó por el incremento de salidas que debían realizarse para llevar a cabo las impregnaciones con insecticidas, que tan beneficiosos efectos se consideraba que habían tenido durante el año anterior. Los gastos en la lucha antimosquito continuaron, por tanto, aumentando.
   
Además de las citadas, otras partidas presupuestarias suponían en parte cantidades que se usaban para la lucha contra el paludismo. Así, ese año aparecen consignadas las indemnizaciones de ocho de los médicos antipalúdicos de los dispensarios (no aparecen ni Dolores ni Orihuela directamente dependientes del Servicio Antipalúdico), más una plaza sin destino. En el documento se explicaba que se había suprimido una de las plazas que estaba presupuestada para un médico antipalúdico por la disminución de la endemia.(139)
   
El Instituto Provincial de Sanidad en su presupuesto tenía consignadas 50.000 pesetas para medicamentos, productos dietéticos, arsenicales, quinina, vacuna y hematológicos, pero no aparece en los documentos la cantidad gastada en antipalúdicos. Asimismo, en el presupuesto de la Mancomunidad Sanitaria Provincial aparece un capítulo para medicamentos y quinina de 234.900 pesetas, si bien no se establece por separado el gasto que suponía el último concepto.(140) Esta cantidad permaneció sin variaciones sensibles en los presupuestos de la Mancomunidad de años sucesivos.(141)
   
Sobre la campaña de desinsectación llevada a cabo en la provincia en 1950 se han conservado entre la documentación del Instituto Provincial de Sanidad datos muy precisos, que se muestran en la tabla 10, que traslucen el gran control que se realizó sobre tan costosas operaciones, aunque no se aportan datos sobre el montante total de la campaña. Tampoco hay noticias sobre el tipo de insecticida utilizado. En la mayoría de los casos se realizó una sola impregnación entre febrero y marzo, excepto en San Vicente del Raspeig, un municipio situado en las inmediaciones de la capital, en el que se hizo otra impregnación en mayo. Además, en algunas localidades se aportan datos sobre la profilaxia medicamentosa que se administró a los enfermos del año anterior. Como podemos comprobar en la tabla 10, los municipios más intensamente pulverizados fueron la capital y los situados en el Bajo Segura. Algunos focos palúdicos tradicionales, como San Fulgencio, recibieron gran atención, lo que muestra que seguían siendo de los más afectados, a pesar de todos los años de lucha antipalúdica transcurridos.


   Durante la primera mitad de la década de los 50 se continuaron realizando impregnaciones en la provincia. Además del material suministrado por el Servicio Antipalúdico, desde el ámbito provincial se compraron cantidades diversas de insecticidas. En todos los casos se trató de la Emulsión A (HCB) suministrada por la Casa Cóndor, concepto por el que se aprobaron pagos en casi todas las sesiones de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial de esos años.(142)
   
A pesar de que a partir de 1953-1954 se detectaron muy pocos casos de paludismo en la provincia de Alicante (ver tablas 6 y 7), el dispositivo antipalúdico continuó en su mayor parte en funcionamiento. Así, en 1954 sólo constaba como vacante la plaza de médico antipalúdico de Rojales, uno de los municipios del Bajo Segura.(143) Todos los demás médicos antipalúdicos siguieron percibiendo 2.000 pesetas de gratificación al año, más un plus de 400 pesetas por la carestía de la vida, que se elevaba a 1.000 pesetas en el caso del médico central antipalúdico, Fernando Quintana, al frente del dispensario sito en la capital de la provincia. Ahora bien, el capítulo dedicado a epidemias y luchas sanitarias que en los últimos años contaba con un presupuesto de 125.000 pesetas disminuyó a 110.000. Los documentos explican brevemente esta disminución del presupuesto apuntando al éxito de la campaña antipalúdica en su conjunto. En el Bajo Segura, se nos dice, se había acabado con el paludismo, sobre todo a través de la eliminación de los portadores de gametos y con la lucha contra el mosquito adulto casa por casa.
   
Durante los años que transcurrieron hasta la erradicación todavía se realizaron bastantes exámenes de enfermos, como se aprecia en la tabla 11.

   A pesar de la práctica desaparición del paludismo del presupuesto del Instituto Provincial de Higiene correspondiente a 1958,(144) sólo desaparecieron dos plazas de médicos antipalúdicos; siguieron constando las plazas del médico central antipalúdico y las de los médicos antipalúdicos de otros cuatro municipios. La inercia del servicio antipalúdico lo mantenía, pues, en pie, a pesar de la ausencia de casos de paludismo. En cuanto a la cantidad consignada para luchas sanitarias y epidemias, disminuyó a 90.000 pesetas.
   
El problema palúdico había, pues, desaparecido de la provincia de Alicante, pero algunas zonas del Bajo Segura quedaron incluidas dentro de los protocolos de erradicación. Las labores de erradicación en su modalidad activa no comenzaron en la zona 6, que comprendía 880 km2 de las huertas de Alicante y Murcia, hasta mayo de 1961.145 Esta tarea llevada a cabo por el personal de dos dispensarios centrales, uno sito en la huerta de Murcia y otro en Orihuela, con el apoyo de otros dos dispensarios locales, uno en Rojales, situado en la comarca del Bajo Segura, en la provincia de Alicante, y otro en Puente Tocinos (Murcia), supuso controlar 4.960 viviendas. En 1961 se vigiló a 19.548 habitantes, se hicieron 1.107 análisis y ninguno de ellos resultó positivo. Al año siguiente fueron 19.804 los habitantes vigilados, 1.353 los análisis realizados y tampoco se encontró ningún caso. Junto con el despistaje activo se realizó otro despistaje pasivo por el dispositivo antipalúdico habitual, cubriendo a un total de 60.000 habitantes.
   
Tampoco se halló ningún caso, por lo que el problema palúdico dejó de ser tal en la provincia de Alicante. Un viejo conocido de la lucha antipalúdica controló desde el cargo de inspector provincial de Sanidad estos trabajos, Francisco Perezpérez y Palau, que se incorporó a este puesto a finales de 1961, más de treinta años después de haber llevado a cabo intensas tareas antipalúdicas en el dispensario de San Fulgencio, el primero que había abierto las puertas en la provincia de Alicante. Creemos que los avatares de la lucha en este territorio sirven de cabal ilustración al modo como durante más de cuarenta años se plantó cara, de manera organizada, a esta enfermedad, que, desgraciadamente, sigue tan presente en la actualidad en muchas zonas del planeta.

Notas

1. El estudio pormenorizado de esta lucha ha sido objeto de un libro reciente: RODRÍGUEZ OCAÑA, E., BALLESTER AÑÓN, R., PERDIGUERO, E., MEDINA DOMÉNECH, R. M. y MOLERO MESA, J., La acción médicosocial contra el paludismo en la España metropolitana y colonial del siglo XX, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2003. Tomamos de este trabajo las ideas básicas que describen lo que fue la lucha contra el paludismo en la España metropolitana, así como del artículo conjunto RODRÍGUEZ OCAÑA, E., BALLESTER AÑÓN, R., PERDIGUERO, E., MEDINA DOMÉNECH, R. M. y MOLERO MESA, J., "La lucha contra el paludismo en España en el contexto internacional", Enfermedades Emergentes 5, 2003, pp. 41-52. Remitimos a estos trabajos para referencias más concretas que engrosarían de manera innecesaria estas líneas de introducción.         [ Links ]         [ Links ]

2. Sobre la comarca más septentrional de la provincia de Alicante, la Vega Baja del Segura, ya hemos publicado algún acercamiento preliminar: PERDIGUERO GIL, E., "Medio ambiente y paludismo: la Vega Baja del Segura en el primer tercio del siglo XX", en BARONA J. L., CORTELL MOYA, J. y PERDIGUERO GIL, E., Medi ambient i salut en els municipis valencians. Una perspectiva històrica, Sueca, Seminari d'Estudis sobre la Ciència. Ajuntament de Sueca, 2002, pp. 207-217; PERDIGUERO GIL, E., "La lluita antipalúdica en el Baix Segura durant el primer terç del segle XX", Quaderns de Migjorn, 4, 2003, pp. 173-182.         [ Links ]         [ Links ]

3. La zona extremeña fue la que concitó mayor interés desde el inicio de la lucha antipalúdica; RODRÍGUEZ OCAÑA, E., BALLESTER AÑÓN, R., PERDIGUERO, E., MEDINA DOMÉNECH, R. M.. y MOLERO MESA, J., op. cit., pp. 124-132.

4. Ver, como formulación más acabada de los mismos: ALBEROLA ROMÀ, A., Catástrofe, economía y política en la Valencia del siglo XVIII, Valencia, Diputació de València, 1999, pp. 236-273.         [ Links ]

5. RICO-AVELLÓ, C., "La epidemia de paludismo de la posguerra", Rev.San.Hig.Publ. 24, 1950, p. 703.         [ Links ]

6. BERNABEU MESTRE, J., "El paper de la mortalitat en l'evolució de la població valenciana. Presentació", en BERNABEU MESTRE, J. (ed.), El papel de la mortalidad en la evolución de la población valenciana, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, Seminari d'Estudis sobre la Població del País Valencià, 1991, pp. 19-20.         [ Links ]

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11. ARCHIVO MUNICIPAL DE ALICANTE -en adelante, AMA-, Sanidad, Libro 167, pp. 63 y 65.

12. AMA, Sanidad, Libro 169, pp. 208-209.

13. MINISTERIO DE GOBERNACIÓN, Anuario de la Dirección General de Sanidad, 1922, Madrid, Dirección General de Sanidad, 1923, p. 265.         [ Links ]

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15. AMA, Sanidad, Libro 16, pp. 276 y 282.

16. AMA, Sanidad, Libro 169, pp. 281 y 282.

17. AMA, Sanidad, Libro 169, p. 184.

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32. HERNÁNDEZ-PACHECO, D.; HERNÁNDEZ-PACHECO, F., op. cit., 1934, p. 8.

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34. CANALES MARTÍNEZ, G., op. cit., pp. 55-56.

35. FIGUERAS PACHECO, F., op. cit., pp. 55-59 y 265-281.

36. CANALES MARTÍNEZ, G., op. cit., p. 138.

37. CLAVERO, G. y ROMEO VIAMONTE, J. M., "El paludismo en las huertas de Murcia y Orihuela. Ensayos del aplicación de los insecticidas modernos, D.D.T y 666, en la lucha antipalúdica", Rev.San.Hig.Publ. 22, 1948, pp. 201-204.         [ Links ]

38. HERNÁNDEZ-PACHECO, D. y HERNÁNDEZ-PACHECO, F., op. cit., pp. 5 y 8.

39. GISBERT, Historia de Orihuela, t. I , pp. 569-70; Cfr. FIGUERAS PACHECO, F., op. cit., p. 1029.

40. HERNÁNDEZ-PACHECO, D. y HERNÁNDEZ-PACHECO, F., op. cit., pp. 5 y 8.

41. CANALES MARTÍNEZ, G., op. cit., pp. 401-402.

42. Ibidem, pp. 137-140 y 148-149.

43. FIGUERAS PACHECO F., op. cit., pp. 1029-1030.

44. MILLÁN GARCÍA-VARELA J., "L'economía i la societat valencianes, 1830-1911. Les transformacions d'un capitalisme perifèric", en RUIZ, P. (ed.), Història del País Valencià. Época contemporània, Barcelona, Edicions 62, 1990, pp. 39-40; MORENO SÁEZ, F., "La crisis del sistema político de la Restauración, 1900-1923", en FORNER MUÑOZ, S. (ed.), Historia de la Provincia de Alicante. Edad Contemporánea. Siglo XX, Murcia, Ediciones Mediterráneo, 1985, Vol. VI, p. 22.         [ Links ]         [ Links ]

45. DE BUEN, S., op. cit., pp. 333-335.

46. Ibidem, pp. 335-336.

47. Ibidem, pp. 332-335 y 337.

48. FIGUERAS PACHECO, F., op. cit., pp. 211-212; PONCE, G. y BONMATÍ, J. F., op. cit., pp. 172-173; SEIJÓ ALONSO, F. G., La arquitectura alicantina. La vivienda popular, Alicante, Biblioteca Alicantina, 1973, Vol I., pp. 83-130.         [ Links ]

49. HERNÁNDEZ CUADRADO, A., "Guardamar del Segura (años 1932-1935)", en Memoria de la campaña contra el paludismo (1932-1935), Madrid, Ministerio de Gobernación, Dirección General de Sanidad, 1936, p. 29.         [ Links ]

50. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., "Dispensario antipalúdico de San Fulgencio (Años 1926 y 1927)", en Memoria de la campaña contra el paludismo, Madrid, Ministerio de Gobernación, Dirección General de Sanidad, 1928, p. 338.         [ Links ]

51 MILLÁN GARCÍA-VARELA, J., op. cit., pp. 47-48.

52. GIL OLCINA, A. y CANALES MARTÍNEZ, G., Residuos de propiedad señorial en España. Perduración y ocaso en el Bajo Segura, Alicante, Instituto de Estudios "Juan Gil-Albert", 1988.         [ Links ]

53. MORENO SÁEZ, F., op. cit., pp. 20 y 36.

54. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., op. cit., 1928, p. 338; PEREZPÉREZ Y PALAU, F., "Provincia de Alicante. Servicio Antipalúdico de San Fulgencio (años 1928 y 1929)", en Memoria de la campaña contra el paludismo (1928-1929), Madrid, Ministerio de la Gobernación, Dirección General de Sanidad, 1930, p. 276.         [ Links ]

55. CANALES MARTÍNEZ, G., op. cit., p. 54.

56. HAUSER, P., op. cit., pp. 579-580.

57. MORENO SÁEZ, F., op. cit., pp. 18-19; SALOM COSTA, J. y MARTÍNEZ RODA, F., op. cit., p. 122.

58. BONMATÍ ANTÓN, J. F., La emigración alicantina a Argelia, Alicante, Universidad de Alicante, 1989, pp. 141-142, 152, 162-163 y 175; BONMATÍ ANTÓN, J. F., Españoles en el Magreb, siglos XIX y XX. Madrid, Mapfre, 1992.        [ Links ]         [ Links ]

59. OLIVARES, C. y VINAL, T., "El comportamiento de la mortalidad en los inicios de la transición demográfica (Aproximación al caso del Bajo Segura, 1850-1935)", en PÉREZ APARICIO, C. (ed.), Estudis sobre la Població del País Valencià, Valencia-Alicante, Edicions Alfons el Magnánim. Institut d'Estudis Juan Gil-Albert. Seminari d'Estudis sobre la Població del País Valencià, 1988, vol. II, pp. 650-651.         [ Links ]

60. DE BUEN, S., op. cit., p. 337.

61. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., op. cit.,pp. 338-339.

62. PEREZPÉREZ, F., op. cit., p. 276.

63. BONMATÍ ANTÓN, J. F., op. cit., pp. 159-161, 167, 170 y 175.

64. OLIVER NARBONA, M., Ecología cultural de la Vega Baja del Segura, Alicante, Departamento de Humanidades Contemporáneas de la Universidad de Alicante, Fundación CAM, 1993.         [ Links ]

65. CANALES MARTÍNEZ, G., op. cit., p. 401.

66. DE BUEN, S., op. cit., p. 337.

67. Ibidem, pp. 334 y 337.

68. SCHNEIDER, C., "Problemas prácticos de bacteriología aplicados a la clínica. Análisis de sangre: paludismo", Boletín del Instituto Provincial de Higiene de Alicante, 10, 1928, pp. 19-22; SCHNEIDER, C., RUESTA, J. y VIÑES, J., "Los cursillos de epidemiología y de análisis clínicos para los sanitarios rurales", Boletín del Instituto Provincial de Higiene de Alicante 11, 1928, pp. 15-18.         [ Links ]         [ Links ]

69. Uno de los signos clínicos del paludismo consistente en aumento del tamaño del bazo causado por la necesidad de hacer frente a la rotura de los glóbulos rojos.

70. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., op. cit., p 351.

71. RAMOS, J., "San Fulgencio (años 1932-1935)", en Memoria de la campaña contra el paludismo (1932-1935), Madrid, Ministerio de la Gobernación, Dirección General de Sanidad, 1936, p. 18.         [ Links ]

72. PEREZPÉREZ, F., op. cit., p. 287.

73. RAMOS, J., op. cit., p. 28.

74. OLIVARES. C. y VINAL, T., op. cit., p. 661.

75. GOZÁLVEZ PÉREZ, V., "Notas sobre la demografía de la provincia de Alicante", Cuadernos de Geografía 11, 1972, pp. 27-77; GOZÁLVEZ PÉREZ, V., "La población", en LÓPEZ GÓMEZ A. y ROSELLÓ VERGER V. M. (eds.), Geografía de la provincia de Alicante, Alicante, Diputación Provincial de Alicante, 1978, pp. 185-207. GOZÁLVEZ PÉREZ, V., "La población", en GIL OLCINA, A. (ed.), Historia de la provincia de Alicante. Geografía, Murcia, Ediciones Mediterráneo, 1985, vol. I.1, pp. 119-148.         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]

76. PEREZPÉREZ, F., op. cit., pp. 287-300.

77. RAMOS, J., op. cit., p. 28.

78. RAMOS, J., "Algunas consideraciones referentes a la marcha del paludismo en San Fulgencio (Alicante)", Rev. San. Hig. Publ. 10 (2), 1935, p. 40.        [ Links ]

79. RAMOS, J., op. cit, p. 23.

80. Ibidem., pp. 40-41.

81. HERNÁNDEZ CUADRADO, A., op. cit., pp. 30-32.

82. RAMOS, J., op. cit., p. 17.

83. Ibidem, p. 22.

84. QUINTANA OTERO, F. y GONZÁLEZ FERRADAS, M., "Orihuela (años 1933-1935)", en Memoria de la campaña contra el paludismo (1932-1935), Madrid, Ministerio de la Gobernación, Dirección General de Sanidad, 1936, p. 33.        [ Links ]

85. CLAVERO, G. y ROMEO VIAMONTE, J. M., op. cit., 1948, pp. 204 y 207.

86. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., op. cit., p. 349.

87. PEREZPÉREZ, F., op. cit. , p. 276.

88. MATURANA VARGAS, C., op. cit., p. 55.

89. RAMOS, J., op. cit, p.35.

90. HERNÁNDEZ CUADRADO, A., op. cit., p. 30.

91. Una visión de conjunto de los tratamientos utilizados en la lucha antipalúdica española puede verse en BALLESTER AÑÓN, R., RODRÍGUEZ OCAÑA, E. y MEDINA, R., "Manejo terapéutico y profilaxis de elección: quinina y fármacos sustitutivos", en RODRÍGUEZ OCAÑA, E., BALLESTER AÑÓN, R., PERDIGUERO, E., MEDINA DOMÉNECH, R.M. y MOLERO MESA, J., op. cit., pp. 201-263.

92. HERNÁNDEZ-PACHECO, D. y HERNÁNDEZ-PACHECO, F., op. cit., pp. 10-14.

93. PEREZPÉREZ, F., op. cit., pp. 299-300.

94. RAMOS, J., op. cit., p. 42.

95. PEREZPÉREZ, F., op. cit., p. 277.

96. Ibidem, p. 287.

97. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., "Contribución al estudio de las helmintiasis endémicas de la vega baja del Segura. San Fulgencio (Alicante)", Rev. San. Hig.Publ., 7, 1932, pp. 377-392.        [ Links ]

98. Paludismo. La Medicina de los Países Cálidos, VIII (3), 1935, p. 198.

99. CLAVERO, G. y ROMEO VIAMONTE, J. M., op. cit., p. 206.

100. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., op. cit., p. 338.

101. Orden de 10 de mayo de 1860 sobre acotado de terrenos destinados al cultivo del arroz y Orden de 15 de abril de 1861 sobre concesiones arroceras.

102. AMA, Sanidad, Libro 168, p. 184; AMA, Sanidad, Libro 169, pp. 343-344; AMA, Sanidad, Libro 169, pp. 370-371; AMA, Sanidad, Libro 169, pp. 384-385; AMA, Sanidad, Libro 169, pp. 384-385.

103. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., op. cit., p. 357.

104. Actas de la Diputación Provincial, 15 de julio de 1930, Legajo 24.500/3.

105. RAMOS, J., op. cit., pp. 41-42.

106. PEREZPÉREZ, F., op. cit., p. 282.

107. CLAVERO, G. y ROMEO VIAMONTE, J. M., op. cit., pp. 201-204.

108. AMA, Sanidad, Libro 169, pp. 341-342.

109. DE BUEN, S., op. cit., p. 335.

110. El carácter obligatorio de esta medida aparece en una circular publicada en el Boletín Oficial de la Provincia de 12 de mayo de 1927.

111. PEREZPÉREZ Y PALAU, F., op. cit., p. 357.

112. RAMOS, J., op. cit., pp. 39-40.

113. PEREZPÉREZ, F., op. cit., p. 300.

114. R.G.D. "D. José Gadea y Pro", Bol.Tec.Dir.Gen.San. 1, 1926, p. 251.

115. HERNÁNDEZ-PACHECO, D. y HERNÁNDEZ-PACHECO, F., op. cit., p. 9.

116. RAMOS, J., op. cit., p. 43.

117. Ver RODRÍGUEZ OCAÑA, E., PERDIGUERO, E. y BALLESTER AÑÓN, R., "Las consecuencias de la Guerra Civil. La epidemia de postguerra", en RODRÍGUEZ OCAÑA, E., BALLESTER AÑÓN, R., PERDIGUERO, E., MEDINA DOMÉNECH, R. M. y MOLERO MESA, J., op. cit., pp. 168-182.

118. PERDIGUERO, E. y BERNABEU, J., "La Gota de Leche de Alicante (1925-1940)", en BENEYTO, A., BLAY, F. y LLORET, J. (eds.), Beneficència i Sanitat en els municipis valencians, Alcoi, Seminari d'Estudis sobre la Ciència, 1999, pp. 291-310.         [ Links ]

119. RICO-AVELLÓ, C., op. cit., p. 713.

120. Los fondos documentales de la Jefatura Provincial de Sanidad de Alicante estaban sin catalogar, mal conservados y a punto de ser destruidos. Han sido depositados en el Archivo Municipal de Alicante para su conservación y posterior catalogación. Agradecemos a su directora María Jesús Paternina y a todo el personal del Archivo las facilidades mostradas para custodiar los legajos y permitir su consulta parcial en el estado actual de la documentación.

121. Libro de Actas de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial. Sesión de 20 de diciembre de 1944 y Sesión de 6 de octubre de 1943; AMA, Sanidad, Libro 51, p. 59 y p. 38.

122. Libro de Actas de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial. Sesión del 4 de diciembre de 1944. AMA, Sanidad, Libro 51, p. 59; Registro de Sanitarios; AMA, Sanidad, Libros 197 y 198.

123. Libro de Actas de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial. Sesiones del 16 de enero y 26 de febrero de 1946 y 17 de junio de 1947; AMA, Sanidad, Libro 51, pp. 76, 78 y 97; Libro de Actas de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial. Sesiones de 19 de diciembre de 1947 y 12 de enero de 1949; AMA, Sanidad, Libro 174, pp. 3 y 12.

124. Libro de Actas de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial; AMA. Sanidad. Libro 174, pp. 36 y 49.

125. CLAVERO, G. y ROMEO VIAMONTE, J. M., op. cit., p. 205.

126. LOZANO MORALES, A., Técnicas de lucha antipalúdica, Barcelona, Salvat, 1946, pp. 145-146.        [ Links ]

127. Libro de Actas de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial. Sesión de 6 de octubre de 1943; AMA, Sanidad, Libro 51, pp. 72-73.

128. Actas de la Comisión Permanente del Consejo Provincial de Sanidad. Sesión del 24 de julio de 1946; AMA. Sanidad. Libro 74, p. 8.

129. Para contextualizar esta fase consultar RODRÍGUEZ OCAÑA, E., PERDIGUERO, E. y BALLESTER AÑÓN, R., "La higiene ecologicida. Guerra contra los mosquitos", en RODRÍGUEZ OCAÑA, E., BALLESTER AÑÓN, R., PERDIGUERO, E., MEDINA DOMÉNECH, R. y MOLERO MESA, J., op. cit., pp. 265-322.

130. CLAVERO, G. y ROMEO VIAMONTE, J. M., op. cit.

131. CANALES MARTÍNEZ, G., op. cit.,p. 136.

132. Ibidem, p. 143.

133. CLAVERO, G. y ROMEO VIAMONTE, J. M., op. cit., pp. 214-215.

134. Ibidem, p. 226.

135. AMA, Sanidad, Libro 48, p. 66.

136. Libro de Actas de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial. Sesión de 6 de octubre de 1943. AMA. Sanidad. Libro 174, pp. 8-9.

137. Gastos del Instituto Provincial de Sanidad. Años 1943-50. AMA, Sanidad, Libro 259.

138. Presupuesto ordinario para el año 1949 del Instituto Provincial de Sanidad. Mancomunidad Sanitaria Provincial. AMA, Sanidad, Libro 390/1, pp. 2-3.

139. Presupuesto ordinario para el año 1949 del Instituto Provincial de Sanidad. Mancomunidad Sanitaria Provincial. Alicante. AMA, Sanidad, Libro 390/1.

140. Mancomunidad Sanitaria Provincial. Alicante. Presupuesto ordinario 1949. AMA, Sanidad, Libro 391.

141. Mancomunidad Sanitaria Provincial. Alicante. Presupuesto ordinario 1951. AMA, Sanidad, Libro 392. Mancomunidad Sanitaria Provincial. Alicante. Presupuesto ordinario 1953. AMA, Sanidad, Libro 393. Mancomunidad Sanitaria Provincial. Alicante. Presupuesto ordinario 1954. AMA, Sanidad, Libro 395/2. Mancomunidad Sanitaria Provincial. Alicante. Presupuesto ordinario 1955. AMA, Sanidad, Libro 397. Mancomunidad Sanitaria Provincial. Alicante. Presupuesto ordinario 1958. AMA, Sanidad, Libro 399.

142. Libro de Actas de la Comisión Permanente de la Mancomunidad Sanitaria Provincial. AMA, Sanidad, Libro 175.

143. Presupuesto ordinario para el año 1954 del Instituto Provincial de Sanidad. Mancomunidad Sanitaria Provincial. Alicante. AMA, Sanidad, Libro 395/1.

144. Instituto Provincial de Sanidad. Alicante. Presupuesto ordinario. Año 1958. AMA, Sanidad, Libro 398.

145. PLETSCH, D., op. cit.

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