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Cuadernos de historia de España

versión impresa ISSN 0325-1195versión On-line ISSN 1850-2717

Cuad. hist. Esp. v.80  Buenos Aires ene./dic. 2006

 

El rumor político. Apuntes sobre la opinión pública en la Castilla del siglo XV

Ana Isabel Carrasco Manchado

Universidad Complutense de Madrid

RESUMEN
Este estudio analiza el rumor como expresión de la comunicación política en la Castilla del siglo XV. En primer lugar, se perfilan ciertas precisiones conceptuales. El rumor es una forma de comunicación informal, extraoficial. En segundo lugar, se estudia la percepción del rumor en las mentalidades y en los discursos religiosos, morales, jurídicos, caballerescos, cortesanos... La percepción negativa en la época relaciona el rumor con formas conflictivas, desórdenes sociales, levantamientos, revueltas, tumultos. Se analiza la función del rumor, no su veracidad, las funciones políticas del rumor: su relación con los fenómenos de protesta, la influencia en la toma de decisiones políticas desde la autoridad. Se estudia también su papel en la formación de la memoria historiográfica, cronística. Finalmente, se investiga su relación con la propaganda y con la opinión pública.

PALABRAS CLAVE: Rumores - Opinión pública - Propaganda política - Castilla - Siglo XV.

ABSTRACT
This study analyzes rumour as an expression of political communication in fifteenth century Castile. In the first place, certain conceptual precisions are outlined. Rumour is a form of unofficial, informal means of communication. In the second place the perception of rumour in mentalities and in courteous, gentlemanly, legal, moral, and religious discourse is studied. The negative perception in the period relates rumour with conflicting forms, social disorders, popular movements. The function of rumour is analyzed, i.e., not its veracity but its political functions: relationships with complaints, and influence on political decision-making by the authorities. The role of rumour in the formation of historical memory is also studied. Finally, this paper researches its relationship with propaganda and public opinion.

KEYWORDS: Rumour - Public opinion - Propaganda - Kingdom of Castile - Fifteenth century.

1. Introducción

   El rumor(1) es un fenómeno comunicativo ligado a la transmisión oral de información entre grupos de personas. Por su grado de credibilidad, que suele ser, generalmente, discutida y polémica, se puede encuadrar entre las formas de comunicación informales, no autorizadas, es decir, extraoficiales. Su naturaleza es básicamente oral, pero su recepción puede ser también escrita, adoptando también esta forma de transmisión, lo cual lleva al historiador a preguntarse, cuando se encuentra ante la huella escrita de un rumor, no tanto sobre su veracidad,(2) como sobre su función.(3) Podemos, por tanto, situarnos ante el rumor político e intentar determinar su influencia en el desarrollo de los acontecimientos históricos, delimitar sus agentes difusores, sus destinatarios, el objetivo político al que se circunscribe, su influencia en las decisiones políticas oficiales, su papel en la construcción de la memoria historiográfica... Por otra parte, las alusiones a la circulación de rumores y a otras formas similares (murmuraciones, fablas, nuevas...) pueden ponernos sobre la pista de la presencia de distintas corrientes de opinión que se posicionan en la lucha política bajomedieval. Estas corrientes de opinión que son difícilmente describibles en cuanto a su contenido ideológico, pero cuyos movimientos son detectables en el marasmo de luchas de bandos, parcialidades, períodos turbulentos de minorías regias, conflictos sucesorios..., relacionan el rumor político con una variable íntimamente relacionada con la propaganda política, como es la opinión pública. En este sentido, el rumor puede ser analizado también como un indicio de actuación de la opinión pública.(4)

2. Problemas conceptuales

    En los diccionarios y vocabularios del siglo XV queda perfectamente reflejada la concepción que los coetáneos tenían de esta forma de comunicación que se encuadra bajo el nombre genérico de "rumor". En los diccionarios, el rumor se encuentra emparentado con la fama y con la opinión,(5) y también con la murmuración. La fama y la opinión recibían diversas estimaciones en el siglo XV. No se podía dejar de considerar positivamente la fama y la opinión, habida cuenta de que sobre ellas se asentaba el renombre y el prestigio de individuos, grupos sociales e instituciones. Pero, al mismo tiempo, la facilidad con que se podía caer en el descrédito y en la infamia (en ocasiones, precisamente, por la acción perversa de rumores y de murmuraciones) traía aparejada la reprobación de tales fenómenos por parte de muchos moralistas. Estas críticas recaían también sobre el rumor que, por los efectos que podía provocar, solía ir ligado a riñas, peleas, tumultos, levantamientos, asonadas.(6) En un sentido más neutro, rumor se utiliza a veces para indicar la transmisión y recepción de noticias y novedades.(7) Cuando dichas noticias se comentan en un espacio público o privado por un grupo de personas se alude a ellas con el nombre de fablas.
   Así pues, las fuentes mencionan el rumor utilizando términos afines o de forma indirecta. Su rastro comunicativo puede seguirse en expresiones indirectas como "es fama que", "llegaron nuevas", se oyeron "fablas"... Los efectos políticos que se desprenden de esos rastros textuales de los rumores se perciben en testimonios que aluden a murmuraciones, asonadas y movimientos populares que tienen alguna conexión con alteraciones de la opinión común o popular. Antes de referirnos a algunos ámbitos y contextos concretos de actuación del rumor político, revisaremos la consideración que tienen el rumor y algunos de los conceptos afines en el campo de las mentalidades bajomedievales.

3. El rumor en la mentalidad de la época

    La murmuración, punto de partida del rumor considerado desde una perspectiva negativa, se relacionaba con la envidia, uno de los vicios y pecados capitales. Se presenta en algunos testimonios como acto consecuente con la envidia y previo al desencadenamiento de la ira, lo cual genera percepciones negativas del hecho de murmurar. Pedro López de Ayala recordaba como ejemplo nefasto la murmuración envidiosa de Caín, que lo condujo a actuar con ira contra su hermano Abel.(8) En el origen bíblico del murmurar se recordaban las consecuencias, incluso asesinas, que desencadenaba la acción de divulgar rumores. Así pues, si entre personas la murmuración podía destruir los lazos familiares, tal y como revelaba la historia de Caín y Abel, en el interior de sociedades constituidas políticamente podría acarrear pésimas consecuencias a nivel colectivo. Otra historia de la Biblia recoge esta circunstancia, esta vez procedente del libro del Éxodo. El pueblo elegido de Israel se entregó a murmuraciones reprehensibles contra Moisés, su guía, razón por la cual el pueblo atrajo sobre sí la ira de Dios, siendo por ello castigado con pestes y plagas sin cuento. Los castellanos del siglo XV conocían bien la historia de Moisés, que podían también leer en romance, en las Biblias romanceadas que comenzaban ya a circular en una proporción significativa.(9)
   Estos ejemplos relativos a la condena de la acción de murmurar que encontramos en la Biblia forman parte del dispositivo ideológico de formulación religiosa que contribuyó a que las formas de opinión contrarias o críticas con la autoridad fueran prohibidas y perseguidas. La autoridad que representaba la Biblia suponía un primer nivel de garantía para conseguir retraer a la población de comportamientos similares. Tanto es así que estaba extendida la superstición de creer que la lepra era el castigo que Dios reservaba a los murmuradores.(10) Los padres de la Iglesia no fueron menos firmes en la condena de este tipo de comunicación. En el ámbito hispánico, Isidoro de Sevilla ex traía las conclusiones pertinentes de éstos y de otros ejemplos bíblicos: las acciones divinas no admiten discusión y el ser humano debe sufrir con resignación cualquier castigo aparente que le viniera del cielo:

No deve onbre murmurar ni se quexar de los castigos de Dios, ca por aquella parte que es corregido e açotado, por ´y es emendado. E cada vno más ligeramente sufre lo que padesça, si escudriñare en él los males que fizo por los quales le es dada tal tribulaçión digna e con razón. E por ende, el que tribulaçión o tal castigo le viniere, aprenda no murmurar, aunque no sepa por qué le viene esto, e tenga que le viene con razón e con derecho e con justiçia, ca juzgado es de un juez justo del qual nunca salen juyzios syno derechos. Otrosí, el que sufre e padesçe tribulaçión e murmura contra Dios, este tal acusa la justiçia de Dios, mas aquel que se conosçe que toda quanta tribulaçión le viene sufre por mandamiento de justo e derecho juez, aunque no sepa por qual razón le viene, este tal ya es en sí justificado en quanto acusa a s´y mesmo e loa la justiçia de Dios.(11)

   Es fácil suponer que esta actitud alabada de sumisión de la conciencia ante la autoridad suprema que representa Dios y su justicia divina no tardaría en aplicarse también a los reyes, considerados vicarios y lugartenientes de Dios en sus reinos, encargados de ejecutar por mandato divino la justicia en sus súbditos y vasallos. La historia de Moisés revelaba asimismo las consecuencias de murmurar contra el guía que Dios ha enviado a los pueblos. La ideología monárquica, construida sobre el modelo religioso, asociará el pecado-delito de blasfemia con el proferir palabras injuriosas contra los reyes, palabras que pueden surgir fácilmente acompañando a esas formas no controladas de comunicación provenientes de los rumores. La percepción que las autoridades tenían de esas expresiones verbales incontroladas se traducía en una condena absoluta, como cualquier acto subversivo que atentara contra la obediencia. En las Partidas de Alfonso X se legisla sobre las normas que debían regir la comunicación entre el rey y sus súbditos y vasallos. La protección del rey contra las malas palabras que pudieran atentar contra su persona sagrada se revela como una preocupación constante. El rey es el primer obligado a no dar lugar a la maledicencia, evitando, con su buen ejemplo, caer en poder de las lenguas de los omnes para dezir dél lo que quisieren, que es muy grant pena quanto a los deste mundo.(12) Por lo que toca al pueblo, recibirá los peores castigos, como quien cae en penas de aleve y traición si osan hablar mal del rey, que es tanto como infamarlo:

Deve el pueblo saber bien la fama de su señor, e dezirla con las lenguas e retraerla, e las palabras que fuesen a enfamamiento dél non las querer dezir nin retraerlas; e las palabras que fuesen a enfamamiento dél, non las querer dezir nin retraer en ninguna manera, e muy menos asacarlas nin de buscarlas de nuevo; ca el pueblo que desama su rey diziendo mal dél porque pierda buen prez e buena nonbradía, e porque los omnes le ayan a desamar e aborresçer, faze trayción conosçida, as´y commo sy lo matase.(13)

   La gravedad del delito de murmurar contra el rey es tal que no sólo merecen pena los que ponen en riesgo el buen nombre del rey, diciendo palabras supuestamente injuriosas, sino también los que escuchan tales rumores. La comunicación entre los súbditos debe ser controlada en los dos polos, en el de la emisión y en el de la recepción. Una ley de la Partida Segundade Alfonso X legisla sobre la obligación del pueblo de "querer oyr bien del rey, e non su mal":

Deve el pueblo leal querer oyr el bien que del rey dixieren. E deven aborresçer de non querer oyr dél ningúnt mal, mas pesarles quando lo oyesen, e extrañarlo mucho e vedarlo a los que lo dixiesen segúnt su poder, por mostrar que non les plaze.(14)

   La posición del rey, como vicario de Dios, situado entre Dios y su pueblo, justificaría esa inmunidad lingüística. Alfonso X condena los denuestos al rey como señal de atrevimiento y de deslealtad, en tercer lugar de gravedad después de aquéllos contra Dios y los santos.(15) La blasfemia y la injuria al rey irán de la mano, desde el punto de vista penal.(16) En el siglo XV se mantiene en los moralistas esta concepción alfonsina. Un tratadista político, Rodrigo Sánchez de Arévalo, recreaba el paralelismo entre Dios y los reyes, declarando que la murmuración es señal de desobediencia al príncipe:

Onde el sabio Salamón, en los Proverbios, fablando por el Spíritu Sancto, dize: "O fijo mío, teme a tu Dios y depués a tu rey en la tierra". E porque parte de obediencia es no fablar ni detraher del príncipe, dize adelante: "E guárdate que no te acompañes con los detractores y murmuradores dél". Así mesmo, el apóstol San Pedro, en su Canónica, amonesta a todos los cibdadanos y súbdictos a esta obediencia y reverencia de sus príncipes deziendo: "Sed todos obedientes y subjetos al rey, assí como a persona mayor y más excellente embiada por Dios en la tierra".(17)

    El rumor procedente de la murmuración se convirtió, sin discusión, en uno de los pecados de la lengua.(18) Como cualquier otro pecado, era reprobado en la predicación y penado en la confesión. En un sermón del siglo XV se pone en guardia al auditorio contra estos pecadores acusados de proferir palabras falaces:

Onde ay algunos que fazen de su boca establía, ca nunca puede salir por la boca destos sinon palabras de murmuramiento e de reprehendimiento, e de blasfemias e de caçurrías, e de vanidat e de toda suzedat. [...]Ca dize que es muy peor que el infierno, por quanto el infierno no es malo nin enpeeçe sinon aquellas almas que son condenpnadas, e estos tales murmuradores con sus lenguas malas e falsas murmuran e dizen sienpre mal e de los sanctos e buenos e religiosos e honestos; e de mejormientre oyen el murmurar e el maldezir que buena predicaçión. Son semejantes del caçador, que más se paga de oír el ladrido del can que la missa del saçerdote.(19)

   La desconfianza hacia los enunciados formulados en forma de rumor, expresado bajo cualquiera de sus manifestaciones, oralmente, cantado o por escrito, se traduce en la equiparación de estas expresiones con el maldecir. Sorprende que en el siglo XIV, en un tratado sobre la confesión, se reconozca este pecado como un peligro para la fama, teniendo en cuenta que el deseo de fama suele considerarse también reprehensible desde la moral cristiana, como manifestación del pecado de vanagloria.

Deste pecado pertenesçe quando los omnes troban cantares de los pecados agenos o los cantan por dezir el mal o por desenfamar a alguno; o quando algunos, por palabras dichas maestramente, enfaman a algunos e dizen mal dellos o por escriptos; estos todos son tenudos a cobrar los dannos por ende reçebidos e la fama que por sus descobrimientos se perdió, si puede ser sin mentira e sin peligro de sangre, como fallarás en el título de los estriones. A este pecado perteneçe murmurar e dezir mal de unos a otros por el qual pecado se suelen senbrar discordias e malquerençias e sañas e rencores e peleas e muchos males; onde conviene de todos fazer emienda al que en tales pecados cayó.(20)

   Puede verse, en este texto, cómo las preocupaciones religiosas se ven "contaminadas" por preocupaciones seculares en torno a la fama y a la opinión. Ello puede ser señal de la extensión y de la penetración, en diversos órdenes mentales, de las críticas contrarias a la circulación de opiniones diferentes bajo formas de expresión como el rumor. Esas habladurías incontroladas se ven como un peligro para la preservación de la fama y del buen renombre. Alfonso Martínez de Toledo, que consagró a la mujer como la "murmurante e detractadora" por excelencia,(21) se lamenta de la abundancia de personas que en su tiempo se dan al oficio de burlarse de los demás, constatando la evidencia de "que el mundo es oy tan malo, que byen dezir es muerte, mal dezir es gloria delectable".(22)
   Las suspicacias que levantaban los murmuradores no estaban sólo fundadas en diatribas de moralistas. La experiencia demostraba que levantar un rumor en torno a alguien podía acabar en riñas y peleas, y cuando la fama y el buen renombre andaban en lenguas, más de un caballero prefería perder la vida, incluso por defender la buena opinión de terceras personas. Diego Pacheco, sobrino del marqués de Villena, desafió a Gutierre López de Padilla "sobre ciertas palabras quel Gutierre López [de Padilla]havía dicho de çiertas damas o caballeros, de que el don Diego le afeava, e dezía que se avía de desdezir e confesar que lo avía dicho ruínmente". El desenlace del desafío resultó fatal para Diego Pacheco, que murió con un palmo de espada clavada en el pecho. El autor que cuenta esta historia, Gonzalo Fernández de Oviedo, se lamenta por una muerte tan estúpida recordando una epístola de san Jerónimo: "«Demasiada cosa es que nos enojemos contra los que de nosotros murmuran, pues siempre les damos causa para murmurar». Si desto se acordara don Diego, no parara mientes en vanas palabras e chismes para procurar su muerte".(23) Ante ejemplos como el de don Diego, no le faltaba razón a cierto caballero cortesano para lucir como invención en sus armas unos versos contra los maldicientes: "Las lenguas descomedidas, cuchillos son de las vidas".(24) Bandearse en un mundo inmerso en las habladurías de distinto orden se convirtió para el hombre prudente en una de las artes que primeramente debía poner en práctica. Alfonso de la Torre, a mediados del XV, mencionaba como segunda regla del arte de la prudencia, "Non se mover por ynformaçión dubdosa nin por credulidad ligera, ca muchos fazen por las senblantes causas cosas de que se arrepienten". La cuarta de estas reglas consistía en no dar ocasión a la murmuración, para lo cual era preciso actuar con suma cautela, aprendiendo a disimular y a ocultar los verdaderos sentimientos.(25)
   Queda, por tanto, expuesta la percepción negativa que suscitaban estas formas de comunicación informal y no controlada que podemos situar en la órbita del rumor. La desconfianza y el rechazo se reflejaba desde el discurso legal hasta el religioso, pasando por el ético y el caballeresco. La divulgación de rumores, de murmuraciones, se hacía sospechosa, pues se asociaba con lo conflictivo. Los rumores alteraban el orden social, que era tanto como alterar también el orden político.(26) El peligro de la extensión incontrolada de rumores podía, incluso, afectar gravemente la vida económica de una ciudad, por ejemplo cuando eran propalados por ciudades o territorios vecinos que competían por la venta de ciertos productos. Podemos citar el caso del concejo de Guadalcanal, cuyos vecinos de Alanís y de Cazalla divulgaron el rumor de estar contaminada la villa por la peste.(27) El concejo de Guadalcanal se defiende de este pretendido bulo acusando a dichos concejos comarcanos de haber difundido "esta fama por vender sus vinos, y han defendido la pasada a los que venían a esta villa a comprar los nuestros".(28)

4. Rumores, formas de protesta, corrientes de opinión y tumultos

   Acabamos de ver cómo, en la mentalidad de la época, la suspicacia que va unida a la extensión de rumores tiene que ver con las consecuencias nefastas que podía acarrear. Las más temibles eran las que se traducían en tumultos populares y en levantamientos. Un rumor podía provocar alteraciones populares de una fuerza irrefrenable: "Desque la gente murmura e se levanta, non la puede quedar nin amansar el principe".(29) La unión básica de rumor y manifestación popular ("offiçio es del vulgo el murmurar", decía Gonzalo Fernández de Oviedo)(30) hace de esta forma de comunicación informal y escasamente controlada uno de los métodos de expresión y de respuesta adoptada por los grupos que quedan fuera de los canales institucionalizados de relación política (canales como los concejos, en las ciudades). Aunque no siempre resulta tan clara esta atribución entre rumor y lo que puede denominarse como opinión común u opinión popular. Es frecuente en los episodios de protesta y de levantamientos observar cómo grupos que sí cuentan con participación regulada en el juego político hacen uso del rumor, instigándolo o provocándolo, como método alternativo de defensa de sus intereses. Esta estrategia es empleada cuando fallan o resultan insuficientes para la defensa de posiciones propias esos canales legales de comunicación, por ejemplo, los establecidos entre los concejos y el monarca. Podemos mencionar, a este respecto, las situaciones de conflicto que se desencadenaban en ciertas ciudades y villas como consecuencia de la concesión por parte del monarca de tierras y vasallos dependientes del realengo a miembros de la nobleza. La noticia de una posible señorialización se extendía como un rumor que provocaba en la ciudad realenga la defensa de la integridad de su territorio. Las movilizaciones comenzaban, en algunos casos, antes de que llegara al concejo oficialmente la carta real. Así ocurrió en Valladolid, en la década de 1480, cuando llegó el rumor de que los reyes habían entregado como merced los lugares de Simancas y Cabezón al almirante y a Juan de Vivero, respectivamente:

Martes de las ochavas desta fiesta de Navidad que agora pasó se sopo e sonó en Valladolid cómo el almirante tomó la posesyón de Simancas, como de logar solariego, y que repicadas las canpanas, le vinieron a besar la mano, como a su señor todos los vecinos del lugar. Y sabida esta nueva, ovieron muy grand sentymiento, e mostraron grand dolor y tristura, en público y en secreto, todos los vecinos de la dicha villa, e cada uno decía e fablava lo que se pagava, platicando sobresto con su vecino, e dicían que tenía merced el almirante de otros quinientos vasallos de la tierra de la dicha villa.(31)

   Se observa cómo la noticia llega por canales alternativos a toda la población ("todos los vecinos de la dicha villa"), siendo comentada en distintos ámbitos ("e cada uno decía e fablava lo que se pagava"), extendiendo así el rumor ("platicando sobresto con su vecino"), hasta el punto de añadir a lo sabido el dato de una nueva enajenación de vasallos ("e dicían que tenía merced el almirante de otros quinientos vasallos"). Al poco tiempo se inicia una protesta vecinal orquestada por las autoridades municipales, las cuales se quejaron del sigilo mostrado por los reyes en la adopción de esta medida ("avían hecho merced al almirante de Symancas, e al vizconde don Juan de Vivero, de Cabeçón, syn ser la villa o´yda, nin llamada, nin vençida, y contra las leyes destos reynos"). (32) La protesta se efectuó de manera no violenta, siguiendo un programa ritualizado de manifestación popular. Al término de estos actos, la población siguió comentando el suceso, extendiendo así nuevos rumores sobre las causas que motivaron la concesión de estas mercedes:

Toda la villa, así naturales como forasteros, estavan muy escandalizados, turbados y tristes, y las mugeres lloravan como en la Semana Santa se suele hazer, y otras personas muchas decían que sus alteças avían mandado hazer aquellas reclamaciones y que por necesydad avían dado aquellos lugares, no podiendo más hazer; y otros con mayor maliçia dicían otras palabras, que en otros tiempos fueran dignas de castigo, pero tolerávase entonce, por la turbación del tiempo, y porque no se decían mucho en público.(33)

   El episodio de Valladolid revela cómo son soslayados los canales institucionales de comunicación entre los monarcas y sus súbditos y vasallos cuando se dictan medidas consideradas abusivas y contrarias a las leyes y los privilegios, desde la perspectiva de los afectados. En tales situaciones es posible detectar canales alternativos de comunicación, en los que se advierte la presencia del rumor político, actuando como catalizador de ciertos debates de opiniones. Las cartas que envió Diego de Valera a Fernando de Aragón desde el Puerto de Santa María, en 1476 y 1478, recogen las quejas y protestas que motivaron ciertas medidas políticas adoptadas por el príncipe aragonés en Castilla, protestas que se transmitían en forma de murmuraciones que llegaron a oídos del maestresala del rey, Diego de Valera. En sus cartas avisaba Valera al rey de lo pernicioso de esos rumores ("se siguió alguna turbación") y de la necesidad de revocar tales medidas. La primera de ellas tenía que ver con el repartimiento de un elevado servicio que se sumaba a los males provocados por el conflicto sucesorio:

E lo que quiero desir, muy católico príncipe, con aquella reverencia que a Vuestra Real Magestad se deve, es que nuevamente he savido que Vuestra Alteza ha mandado repartir pedidos e monedas en estos sus reinos, de que soy certificado se a seguido alguna turbación e murmuración entre vuestros súbditos, mayormente en esta Andaluzía, e soy no poco maravillado quién tal consejo le dio. Según las cosas destos reinos están, e la desordenada cobdicia de los tres estados dellos, todo remedio se debiera buscar porque los pueblos dellos en todo conoscieran la mejoría que ay de vuestra governación a la de los tienpos pasados [...]. Seríe el remedio, príncipe muy esclarescido, si a vuestra serenidad paresciese, mandar graciosamente escrevir a todas las partes donde se mandó repartir, que vuestra altesa, queriendo relevar de fatiga e trabajo a sus súbditos e naturales, ha querido buscar otros remedios más convenientes a su servicio e al bien común.(34)

    Fernando de Aragón envió respuesta a Diego de Valera, reafirmándose en la conveniencia de repartir el servicio. Es preciso anotar que las resistencias a las medidas tributarias solían iniciarse con alteraciones de la opinión pública ciudadana, como revela el caso andaluz referido por Valera.(35) Otra causa de murmuración contra medidas políticas regias que Valera pudo escuchar en las ciudades andaluzas se refiere a la práctica asumida por el monarca de mandar expedir cartas reales que contenían cláusulas derogatorias de decisiones adoptadas mediante cartas anteriores:

E allende lo dicho, muy poderoso señor, Vuestra Altesa deve remediar en una cosa que mucho toca vuestro honor e servicio, la qual es, que mande que las cartas que de vuestro Consejo se dieren, o por espediente o merced Vuestra Señoría mandare dar, se den así justas que no convenga revocarlas; porque en algunas vuestras cibdades he visto desto mucho murmurar diziendo Vuestra Altesa aver enbiado cartas contrarias unas de otras, lo qual no conviene a los reyes faser sin grandes e justas cabsas.(36)

   La inclusión de tales cláusulas, que los reyes castellanos solían fundamentar en su poderío real absoluto, venía siendo puesta en entredicho en las sucesivas reuniones de cortes. El debate en torno a estas expresiones del absolutismo regio se había introducido en el discurso político sostenido por las ciudades.(37) En este caso la protesta ciudadana (que tendría lugar en la sede del concejo) se transmite por un canal no oficial, como es el del rumor, llegando a oídos del monarca a través de uno de sus colaboradores, que se hace eco del malestar provocado.
   El tumulto y el levantamiento popular sería el último escalón entre los efectos posibles desencadenados por la extensión de rumores que afectan a cuestiones sociales o políticas.(38) Un escalón anterior sería, como estamos viendo, el de la protesta en distintos grados. El rumor crítico con las autoridades podía quedar expresado por escrito, en forma de escritura anónima expuesta, o mediante cantares, en forma de coplas satíricas. En España se conocían prácticas de expresión escrita de la opinión pública que se habían hecho famosas en otros territorios. Es el caso del conocido Pasquín, del que da noticia Fernández de Oviedo, que vivió su juventud en la corte de los Reyes Católicos:

Pasquín es vna antigualla de piedra, de una así llamada que está en Roma. E quando acaesçe alguna cosa no usada e dina de reprehensión, no faltan murmuradores que lo noten, e en lengua latina o ytaliana, en verso o en prosa, dizen lo que les paresçe contra aquel que deue ser (o quieren que sea) reprehendido. E en un papel que le ponen pegado en la pierna o en su estatua, muerden al Papa e al que no tiene capa, ora sea rey o cardenal, o algún potentado, de forma que dándole la culpa a Pasquín (no la teniendo) no faltan ombres e lenguas sotiles e de ingenio que digan una maliçia o verdad notable en el caso que suçede.(39)

   También en Castilla se utilizaba la escritura expuesta para expresar quejas y protestas de contenido político. Así por ejemplo, en Murcia, en 1494, aparecieron en las paredes de la Casa del Concejo, durante los carnavales, escritos de protesta contra las repercusiones económicas de la recién terminada Guerra de Granada y de otras campañas emprendidas en Italia.(40)
   En otros escenarios en los que se establece la comunicación entre el monarca y sus vasallos es posible también detectar la acción del rumor. En un contexto de guerra, en las filas de los combatientes, podían fácilmente circular informaciones peligrosas que ponían en peligro el orden de la hueste real. Esto ocurría especialmente cuando la campaña había resultado un fracaso. El desasosiego que en las tropas suscitaba la derrota y la frustración por haber perdido las contrapartidas que acompañaban a las victorias disparaba los rumores críticos entre los combatientes, que se entregaban a la búsqueda del culpable del desastre. En la guerra por la sucesión castellana que se inicia en 1474, Fernando de Aragón tuvo que afrontar algunas campañas fallidas en los momentos iniciales, como la que sufrió ante el rey de Portugal en el verano de 1475. El príncipe de Aragón se vio obligado a alzar el real, ante el rumor creciente de las frustradas tropas:

La gente de los comunes de pie e de cauallo que estauan en aquel real, que eran en gran número, quando supieron que los caualleros consejauan al Rey que alçase el real que tenía puesto, e le facían boluer sin aver fecho obra ninguna; no mirando las causas porque el real se alçaua, començaron a murmurar, e partíanse en partes. Los unos decían que el Rey venía allí engañado, e que los caualleros que con él venían lo querían prender; otros decían que le consejauan mal, en ver tanta gente junta e la facer derramar, porque no podría juntar en muchos tiempos otra tanta, e tal gente, e con tanta voluntad de le seruir. Decían, asimismo, que los caualleros, no contentos de las diuisiones e guerras pasadas, agora de nuevo querían tener sus maneras porque esta diuisión del rey de Portogal durase en el reyno, a fin de ganar con el un rey e con el otro, por acreçentar sus estados, e amenguar e destruyr de todo punto el estado real. Este mormurio anduvo tanto entre ellos, e creçió de tal manera, que vinieron algunos dellos al Rey, e le dixeron que aquellos caualleros que con él estauan que le consejauan que alçase el real, no le consejauan bien ni como devían, e que lo facían a fin questa división durase en su reyno.(41)

   El cronista da cuenta de las dificultades de aquella campaña en la hueste real. Podemos adivinar que el conflicto que estalló debió ser mucho mayor que lo que sus palabras dejan traslucir, pues el autor es el cronista oficial de los triunfadores finales de la guerra sucesoria, Fernando del Pulgar. El tumulto estalló, efectivamente, entre las tropas, y es calificado por Pulgar de "gran alboroto" y de "escándalo". El príncipe de Aragón se vio obligado a dar una respuesta al rumor: intentó apaciguar a los descontentos ("trabajó de paçificar todo aquel escándalo"), empleando estrategias comunicativas, retórica persuasiva, con los alborotados: "habló con los prinçipales de aquellos comunes las causas que le movían alçar el real, e con buena razón satisfizo al buen deseo de los comunes, e a la ynoçençia de los cavalleros, e a la concordia de los unos y de los otros".(42)
   Durante la Guerra de Granada también se detectan en algunas campañas este tipo de condicionantes que alteraban la cohesión de la hueste. Podría pensarse que la presencia de estos rumores de descontento entre los combatientes refleja la extensión de cierto estado de opinión contraria a la finalidad de la guerra entre los que han sido llamados a luchar por su rey. Sea como fuere, durante la guerra de Granada se produjeron situaciones como las que refiere el cronista. En otros casos el rumor no estalla en alboroto, sino que provoca la desafección de ciertos combatientes que se pasaron al bando enemigo, favoreciendo, por su parte, la difusión de informaciones que podían ser utilizadas como armas de combate:

Otrosí, acaesçió algunas veces aver carestía en los mantenimientos, quando las fustas por la mar y las recuas que los trayan por la tierra tardauan en venir con ellos. E como en las grandes huestes suele acaesçer, que algunos murmuran e se quexan quando semejantes cosas ocurren, algunos malos cristianos, de livianos sesos e dañados deseos, creían quel Rey por estas causas no se podría allí sostener. E con gran daño de sus ánimas y peligro de sus cuerpos, se pasauan a los moros, e les ynformauan destas cosas, agravándolas más en dicho que eran en fecho: les dezían que las gentes del real estauan malcontentos, e que se yvan de día en día, syn liçençia del rey y de sus capitanes. E allende désto, les davan a entender que la Reyna, temiendo la pestilençia, escreuía de contino al Rey suplicándole que fiziesen luego alçar el real, e que enbiaua a mandar a los grandes que con él estauan que se lo consejasen.(43)

   Si en un contexto de guerra el rumor podía actuar como un elemento movilizador, igualmente se puede observar su presencia en los conflictos relacionados con las luchas de bandos, fenómeno tan característico de la vida política castellana del siglo XV. El ambiente enrarecido de las ciudades afectadas por las luchas de bandos resultaba propicio a la extensión de rumores que buscaban disparar el ciclo de la violencia. La conjura que acabó con la vida del condestable Miguel Lucas de Iranzo comenzó con la divulgación de ciertos rumores, según interpretación de la crónica:

E luego començaron todos entre sy a murmurar e buscar algunas novedades, e fablar del condestable, no con aquel acatamiento ni reverençia que solían. E fizose entre algunos del pueblo conjuraçión, en que se cree fuese Gonçalo Mexía, un cavallero de noble linaje, el qual tomó algunas torres de aquella çibdad, e puso en ellas gente e armas para su defensa. (44)

   Las luchas de bandos, encadenadas con la crisis sucesoria que se inicia en el reinado de Enrique IV, tan plagada de traiciones, de cambios de partido de los diferentes actores políticos, parece contribuir a la explosión de corrientes de opinión entre los implicados. Las acciones de muchos de los protagonistas son observadas, comentadas o criticadas en los círculos cercanos mediante el intercambio de opiniones que se difunden en forma de rumor. Es difícil constatar esta faceta de la lucha política, pero ciertos episodios narrados en las crónicas recrean acciones comunicativas de este tipo. En algunos episodios, los actores se ven obligados a responder empleando justificaciones retóricas. Es el caso de Pedrarias de Ávila, que entregó la ciudad de Segovia a los partidarios del recién entronizado infante Alfonso, traicionando el servicio de su señor natural, el rey Enrique. Entre los bandos de la ciudad se extendieron diversos rumores sobre su actitud, unos, criticando a Pedrarias, otros justificando su acción. Pedrarias quiso acabar con los rumores enseñando unas cartas del rey Enrique en las que éste ordenaba su muerte:

E de Pedrarias se tenían diversas opiniones, unos diziendo aver fecho trayçión conosçida, otros teniendo que según los serviçios que al rey don Enrrique avíe fecho y el desagradesçimiento suyo, e la prissión que en pago de aquellos le avía fecho, e la llaga mortal que fasta la muerte le duró, que no avíe fecho cossa dessaguisada en dar aquella çibdat al rey don Alfonso, a quien verdaderamente pertenesçía, e a quien ya avía por rey e señor natural obedesçido. El qual, como sintiesse estas murmuraçiones que dél se fazían, públicamente demostró cartas escriptas de la propia mano del rey don Enrrique, por las quales lo mandava matar.(45)

    El rumor, como arma política empleada en la lucha de bandos, o en los conflictos urbanos, va ligado a la figura del agitador. En algunos episodios tumultuosos es posible detectar su forma de funcionar. En esos casos, la violencia tiende a desencadenarse de manera inmediata, sin mediar explicación o razones que busquen desmentirlo. La naturaleza no institucionalizada del rumor favorecía el desencadenamiento de acciones difícilmente controlables. Algunos de ellos tendentes a exagerar o a extremar las informaciones y difundidos en contextos caracterizados por un alto grado de tensión podían disparar las emociones que impulsaban a los grupos implicados a adoptar las posiciones más extremas. Durante el viaje pacificador de Isabel y Fernando a Sevilla, en el contexto de la guerra motivada por el conflicto sucesorio, se produjo un amago de tumulto popular que puede inscribirse además en la particular rivalidad que la nobleza sevillana mantenía a favor o en contra del duque de Medida Sidonia, que ejercía de verdadero dueño y señor de la ciudad. Si hemos de creer a Alfonso de Palencia, gran propagador de rumores y creador de muchos de ellos, cierta noche cundió por la ciudad que el duque de Medina Sidonia había sido atacado por un grupo de cortesanos. En efecto, el duque se vio involucrado en una refriega, ya que algunos sevillanos manifestaban su rechazo a la presencia de la corte provocando altercados contra los jóvenes donceles y pajes de la corte y éstos trataban de vengarse a la mínima ocasión. El duque sufrió una lluvia de piedras e "inmediatamente corrieron por la ciudad diversos rumores: decían unos que el duque había sido ferozmente apedreado; otros, que le habían prendido a traición dentro del regio alcázar. Todos a una corrieron al punto a las armas y una gran muchedumbre voló a informarse de la duquesa [...]. La llegada del duque desvaneció los falsos rumores". No obstante, el tumulto no pudo ser refrenado: "muchos de los ciudadanos no se resignaban a no desahogar su cólera contra los huéspedes. Otros, más prudentes, censuraban que por un falso rumor hubiese tocado alarma la campana de San Miguel, suscitando nocturno tumulto, y que hombres de mala conducta, merecedores de la horca, hubiesen lanzado injuriosas expresiones en oprobio de los reyes".(46)
    El episodio relatado por Palencia muestra cómo, en un contexto particularmente hostil, un suceso fortuito puede ser aprovechado por ciertos agitadores para canalizar la violencia en su favor. El rumor es el desencadenante. Un ámbito privilegiado para la utilización del rumor como impulsor de movimientos violentos es el de la persecución religiosa. (47) La baja Edad Media castellana está jalonada por estas persecuciones que se incardinan en una trama recurrente de conflictividad. Así ocurrió en 1473, en Andalucía, coincidiendo con la crisis sucesoria que oscureció parte del reinado de Enrique IV. En Córdoba estalló un tumulto alentado por los enemigos de Alfonso de Aguilar, personaje que detentaba el poder de facto en la ciudad, del mismo modo que el duque de Medina Sidonia lo hacía en Sevilla. El tumulto canalizó el odio anticonverso presente en algunos grupos ciudadanos, para lo cual los agitadores procedieron a la extensión de rumores extremados:

Un hecho casual, considerado como deliberada injuria contra los cristianos viejos, vino a favorecer el tumulto. Marchaban éstos en numerosa procesión, cuando a una muchacha conversa se le ocurrió echar agua por la ventana sobre el palio que cubría la imagen de la sacratísima Virgen. Al punto el herrero gritó desaforadamente que eran orines arrojados en escarnio de la santa religión. Suscitaron estas palabras grandes rumores en el pueblo, pero llegaron a su colmo cuando el herrero, con estentóreas voces, les arengó.(48)

   El herrero, propagador de un bulo que incitaba al odio anticonverso, instó a los vecinos a tomar venganza y así se inició la masacre. La persecución se extendió a otras ciudades de Andalucía. En Sevilla, los agitadores intentaron levantar otra revuelta contra los conversos, empleando similares estrategias, a propósito de la llegada a la ciudad de aquellos cordobeses huidos: "Muchos cristianos viejos diéronse a maquinar, con voz de religión, algo parecido a los crímenes de Córdoba, murmurando que recibían mancilla con la hospitalidad dada a los herejes".(49) La memoria de estas masacres y persecuciones que se extendieron durante los dos últimos siglos medievales en Castilla permanecía en la población afectada, de tal manera que se volvía sensible a la recepción de cualquier rumor de tinte anticonverso. La llegada de rumores de esta naturaleza disparaba todos los resortes del miedo, provocando, en algunos casos, la marcha masiva de vecinos y el abandono de sus viviendas y negocios, la huida hacia lugares más seguros. Esto se constata al ponerse en funcionamiento los primeros tribunales de la Inquisición. En las actas municipales del concejo de Carmona se anota la preocupación por el estado de despoblamiento que sufría la villa, a causa de una epidemia y de la huida masiva de conversos, los cuales, al tener noticia de los primeros autos de fe que se organizaron en Sevilla (las "grandes quemas de muchos conversos de la çibdad de Sevilla"), abandonaron despavoridos sus domicilios.(50)

5. Rumor y memoria historiográfica

    Según venimos anotando, el rumor puede convertirse en un arma empleada en la lucha política. La invención y difusión de rumores que, siguiendo una intencionalidad política clara, pueden ser elevados a la consideración de informaciones veraces, nos introduce en el ámbito de la propaganda. Las noticias de las crisis dinásticas provocadas por el conflicto sucesorio durante el reinado de Enrique IV, que se continuaron a su muerte con la guerra entre la pareja de pretendientes formada por Juana de Castilla y Alfonso de Portugal, en el bando legitimista, e Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en el bando que discutía la sucesión, están plagadas de informaciones que se difundieron con fines claramente propagandísticos. La credibilidad que hasta hace no demasiado tiempo se otorgaba a muchas de estas noticias hizo que la historia política del reinado de Enrique IV estuviera construida sobre datos que, en realidad, procedían de fuentes dudosas que alimentaban, precisamente, los rumores. Los historiadores se dedicaban a intentar averiguar si Juana había sido realmente hija de Enrique IV o no, cuando el problema radicaba en la naturaleza de las informaciones que daban cuenta del problema de la ilegitimidad y en la función que cumplía la difusión de esas informaciones. No es la veracidad de las opiniones sobre el nacimiento ilegítimo de Juana lo interesante para el historiador sino la forma en que un rumor se elabora como sostén de un partido y cómo se transforma en materia histórica hasta configurar la memoria cronística de un momento concreto, memoria cronística que, con el correr de los siglos, es presentada como verdad histórica.
   El rumor propagandístico no sólo divulgó los argumentos que inhabilitaban a Juana de Castilla para suceder a su padre, sino que moldeó la imagen del rey Enrique IV, al ser tomado en consideración por los cronistas, que lo recogen como apoyo de sus propios juicios y le aportan credibilidad. La imagen cronística de Enrique IV permite observar cómo actúa el rumor como arma legitimadora en los procesos de conflictividad que se derivan de crisis dinásticas o sucesorias. Entre los caracteres negativos que dibujan la imagen de Enrique IV como un rey inicuo se incluye la de aquél que da pábulo a las malas lenguas. En torno a las acciones injustas de este monarca se alzaría un mar de murmuraciones. Los agentes de la propaganda alfonsina, primero, e isabelina después, pretendían así presentar el contrapunto nefasto del modelo ideal de rey amado por su pueblo. Si se levantan murmuraciones detrás de cada acto regio, este soberano ha perdido el favor de su pueblo, favor que se desplazaría hacia otros candidatos merecedores del amor popular por su comportamiento ejemplar. Enrique habría ganado el disfavor de sus súbditos y vasallos incumpliendo una de las obligaciones regias que aparecen frecuentemente en los tratados de Regimientos de príncipes y que tiene que ver con la justicia: premiar con mercedes a quien se hace merecedor de ellas por sus virtudes. Las mercedes concedidas por Enrique, en opinión de sus detractores, estaban siendo concedidas a personas despreciables, como las que propuso para ocupar ciertos obispados:

E como esto generalmente a todos paresçiese muy mal, e dello todos los discretos murmurasen e algunos oviesse que al rey dixessen que era grave cossa dar semejantes dignidades a onbres assy yndinos, aviendo en sus reynos tantos notables onbres, assy en çiençia como en costunbres e linajes, e que desto resultava grande deserviçio a Dios e a él grande ynfamia e verguença.(51)

   También en la Crónicade Diego Enríquez del Castillo, retocada por Alfonso de Palencia al final de la guerra de sucesión que dio el triunfo final a Isabel de Castilla, se recogen situaciones que provocan el escándalo de la opinión ciudadana, traducida en rumores contrarios al rey y en malas palabras que rebajan la reverencia que debe inspirar la majestad real:

Hecho ansy el omenaje e renunçiadas las merçedes, el conde de Cabra e su yerno, Martín Alonso, quedaron no solamente descontentos, más mucho quexosos, visto quel rey, a cabsa del maestre don Juan Pacheco, favoresçía a los traydores e maltratava a los leales, que tan fielmente lo avían servido, de que sin dubda fueron muy alterados; de tal forma que otro día syguiente, estando el rey en el monesterio de San Jerónimo, que estava una legua de la çibdad, ellos se partieron açeleradamente sin tomar liçençia del rey, e se fueron a sus tierras, de que gran parte de la çibdad fue muy escandalizada e mostró sentimiento, murmurando e diziendo palabras más feas que onestas.(52)

   La concesión del maestrazgo de Santiago al hijo de Juan Pacheco, a la muerte de éste, habría supuesto el colmo de lo soportable entre los principales vasallos del monarca, de tal manera que la murmuración contra el rey iría en aumento:

Dióle el maestradgo de Santiago, syn comunicarlo con ellos, ni con los cavalleros de la orden; enbió sus suplicaciones al papa para que se lo confirmase, de que asaz indinaçiones se puso en los coraçones de todos los del reyno, murmurando del rey, porque ansy hazía tan señaladas merçedes mostrava tal amor al hijo de su capital enemigo, que le avía desonrrado e destruido, pero ni por eso él dexó de lo hazer y favoresçer y dalle mayor parte de mando y governaçión que a su padre, de donde suçedió que la mayor parte de los perlados y cavalleros del reyno se afiçionaron a la prinçesa, su hermana, poniendo gran dubda en la hija.(53)

    De todos los propagadores de rumores antienriqueños, Alfonso de Palencia es, sin duda, el más creativo y el que mayor importancia concede a la acción de las habladurías que se habrían cernido sobre la imagen del rey Enrique IV. Su crónica es importante porque ha contribuido, por encima de cualquier otra, a forjar esa memoria historiográfica ligada a la figura de Enrique IV. Para el tema que nos ocupa resulta de gran interés porque, conocedor consumado de los recursos propagandísticos,(54) hace uso del rumor cuando quiere amparar en la unanimidad general, en la vox populi, sus propias opiniones contrarias o sus juicios. Numerosísimos son los testimonios y las alusiones a la divulgación de noticias, calificadas de falaces, cuando se trata de las divulgadas por el enemigo, y de verídicas cuando coinciden con los postulados políticos de Palencia. Sin ánimo de agotar todas las referencias al rumor que se encuentran en la Gesta hispaniensia de Alfonso de Palencia, podemos citar algunas significativas:
- El rey Enrique disfruta con la invención y divulgación de rumores en la corte, apareciendo como un rey murmurador, faltando así al modelo de rey verdadero, ensalzado en los tratados políticos: "El rey, además de oír complacido los altercados de las damas y los ultrajes que se inferían, gastaba la mayor parte de su tiempo en fomentar los rumores malévolos".(55)
- El rey siembra rumores a su alrededor, concediendo dones inmerecidos, como el regalo de un caballo a su privado Miguel Lucas de Iranzo, quitándole la honra a Garcilaso de la Vega, que se lo había arrebatado a un musulmán, "hecho que provocó grandes rumores, próximos a degenerar en tumulto".(56)
- La extensión de las habladurías sobre la conducta del rey llega, incluso, a la corte de Roma: "Oída la embajada, aunque habían llegado a sus oídos ciertos rumores que hacían sospechar de la conducta de don Enrique, el Papa se decidió a prestarle su ayuda y concederle con más largueza que de ordinario, auxilios pecuniarios del tesoro de la Iglesia", para su empresa granadina.(57)
- El rumor sobre el comportamiento sexual del rey es divulgado a través de múltiples medios, entre ellos, cantares y coplas: "Empezaron, por último, a circular atrevidos cantares y coplas de palaciegos, ridiculizando la frustrada consumación del matrimonio,(58) y aludiendo a la mayor facilidad que don Enrique encontraba en sus impúdicas relaciones con sus cómplices".(59)
- El comportamiento sexual de su mujer Juana de Portugal también se presta a la murmuración: "Murmuraban sin rebozo los que conocían el rumor público, y cuando nació en Madrid doña Juana, cobró pábulo la murmuración con pretexto de sutiles inducciones, por ser el rey impotente".(60)
- Los desacuerdos entre el rey y algunos de sus vasallos, como Pedro Arias Dávila, son amplificados por Palencia exagerando la indignación que levanta su actitud en la vox populi: "Con tan injusta opresión acarreóse don Enrique grave nota de ingrato, y cuando llegaron a sus oídos las acusaciones y los rumores del pueblo, empezó a sincerarse y a hacer recaer la culpa sobre el arzobispo de Sevilla".(61)
- Cuando el rey retiró el título de princesa a su hermana Isabel, se habría elevado en el reino el desacuerdo generalizado: "surgió, sin embargo, imponente el rumor de los pueblos acusándole de injusticia y maldad y de deslealtad y desfachatez a los pérfidos magnates".(62)
- La misma estrategia de utilización del rumor en torno al rey Enrique es empleada por Alfonso de Palencia para desprestigiar y desautorizar las acciones de los adversarios de Fernando de Aragón y de Isabel de Castilla. Así, por ejemplo, Palencia acusa al maestre de Santiago de divulgar falsos rumores relativos a las promesas de matrimonio con Juana, la hija del rey Enrique: "Al [rey]portugués, confiado en las promesas del primero, no le parecía mal la divulgación de falsos rumores acerca de los diversos matrimonios en otros reinos propuestos".(63)
- La actitud veleidosa y cambiante del arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, provocaría, según Alfonso de Palencia, el disgusto de la vox populi, disgusto que se traduce en rumores críticos: "Todas estas enormidades iban de día en día dando pábulo a la murmuración, y el favor popular, antes tan a devoción del arzobispo, más inclinado ya a los príncipes, no sólo le abandonaba, sino que le combatía".(64) Aparece el arzobispo como un cizañador que siembra la discordia entre los cónyuges: "Fomentaba las murmuraciones del vulgo, a fin de que la funesta discordia trastornase el presente régimen de gobierno y se le diese luego en él la primera autoridad".(65)
- Iniciada ya la guerra por la sucesión a la muerte del rey Enrique IV, dividido ya el reino entre los partidarios de la pareja castellano-portuguesa y la pareja castellanoaragonesa, se emplea la propaganda como arma de guerra, propaganda que incluye la difusión de rumores: Alfonso de Aguilar, partidario de Juana de Portugal, "intencionadamente él y sus partidarios diéronse a propalar rumores ensalzando los triunfos de los portugueses".(66)

   Queda pues, ejemplificada, con estos testimonios recogidos de su crónica, la habilidad con que Alfonso de Palencia emplea este procedimiento que consiste en recrear la difusión de un rumor con el objetivo de cuestionar a muchos de los protagonistas del conflicto sucesorio y sus acciones. Es tal el apego que expresa Palencia por esta estrategia que no duda en utilizarla contra la propia Isabel, al enterarse de que tuvo la osadía de proclamarse reina de Castilla sin esperar a su marido, el príncipe Fernando de Aragón: "No faltaron algunos sujetos bien intencionados que murmurasen de lo insólito del hecho, pareciéndoles necio alarde en la mujer aquella ostentación de los atributos del marido, pero acalló todos los reparos la adulación de los que proclamaban lo natural del hecho".(67)
   Esta estrategia de Alfonso de Palencia aquí apuntada influyó en la cronística que se escribió reinando ya Isabel la Católica, durante el período de la guerra de sucesión y poco después de la firma de la paz. El argumento de la murmuración constante contraria al rey Enrique se focalizó en el cuestionamiento del nacimiento legítimo de su hija, bajo la forma del conocido rumor sexual que tanta polémica generó en la historiografía enriqueña.(68) Las habladurías que supuestamente habrían escandalizado a todo el reino se trasladaban a su hija, la princesa Juana. La opinión contraria del pueblo, consecuencia del escándalo que generaba el rumor, se tomó como prueba más que suficiente para invalidar la proclamación de Juana como reina de Castilla. Fernando del Pulgar, antes de ser nombrado cronista oficial, incluyó estos argumentos en una pieza retórica que escribió en torno a 1479 y que se difundió por distintos medios, el Razonamiento del doctor Maldonado de Talavera, un discurso que se presentaba como pronunciado ante el rey de Portugal, Alfonso V, que ostentaba el título de rey de Castilla por su matrimonio con la princesa Juana.(69) Pulgar pone en boca del doctor de Talavera un discurso que parece inspirado en Palencia. Talavera recreaba ante Alfonso V el penoso estado de murmuración constante que se habría cernido sobre el rey Enrique y sobre su hija:

Reduziré a vuestra real memoria las cosas que della sabe, e son notorias en toda España e fuera della que por su grand notoridad prueba el derecho de la reyna mi señora syn otra plática de juysio [...]. Las quales cosas e los actos que della proçedían, aunque se piensan, no se deven desir, e aunque se crehen, por honor de la majestad real se deven callar, como quiera que son tan notorias, que luego que naçió esta señora vuestra sobrina pareçió derramarse generalmente por los ánimos de todos los del regno de Castilla una alteraçión, un escándalo e casy terror, como de cosa muy grave e orrible de veer e de sofrir, lo qual cresçió tanto e tan comúnmente, que su persona sienpre se ovo por ajena de la estirpe real, e nunca en lo secreto fue avida por nuestra legítima señora, ni della se ynprimió en los castellanos aquella sujebçión e acatamiento que en los ánimos de los súbditos divinamente se suele inprimir para acatar e obedesçer a sus verdaderos prínçipes e señores naturales. Los actos, las reclamaçiones, las fablas públicas y secretas que de aquel engendramiento se fizieron por todo el regno de Castilla, vuestra señoría las sopo e entendió bien e vido que quanto más en días cresçía la señora vuestra sobrina, tanto más descrecía en la estimaçión de las gentes la reputaçión de su señorío.(70)

6. Rumor y propaganda política

   Dejando a un lado la recreación cronística, discursiva, de los efectos del rumor antienriqueño como argumento legitimador de la sucesión de su hermana Isabel, hemos de hacer referencia también al empleo efectivo en la guerra sucesoria del rumor con intencionalidad propagandística por uno y otro bando. Es un hecho probado que durante la guerra circularon las opiniones que apoyaban a uno u otro partido bajo diferentes formas (palabras escritas u orales). Los perdones otorgados al final de la guerra por Fernando e Isabel recogen múltiples casos referidos a la divulgación pública de opiniones contrarias a la sucesión de Isabel y de su marido, el príncipe de Aragón. Estas opiniones eran tachadas de palabras injuriosas o infamantes y durante la guerra se castigaron con penas durísimas que, como todas las de la época, expresaban, además, mensajes simbólicos ejemplarizantes. Todavía en 1495, un vecino de Bilbao, Martín Pérez de Marquina y su familia, recibía el perdón real por las palabras que había proferido en público su padre durante la guerra de sucesión, diciendo: "Que el rey de Portugal había de reinar en España y que don Fernando se volvería a Aragón". Por difundir en público estas palabras, el padre de Martín Pérez fue ajusticiado y murió con la lengua clavada en la picota de la villa.(71)
   La propaganda oral tuvo, por tanto, mucha fuerza en el conflicto sucesorio. Entre los múltiples recursos que pueden citarse, mencionaremos algunos que se centran en la difusión de rumores con la intencionalidad de confundir divulgando informaciones que susciten el rechazo en la población o algún tipo de acción que pueda ser utilizada como arma contraria a los adversarios. Así por ejemplo, en 1475, recién proclamada Isabel de Castilla, sus adversarios políticos difundieron en la ciudad de Toledo, cuyos procuradores acababan recientemente de prestarle obediencia como reina, unos rumores que aseguraban que la nueva reina se disponía a anular el perdón otorgado por Enrique IV como consecuencia de las sediciones que se habían producido en esa ciudad a propósito de su deposición. Si la reina anulaba el perdón general podría proceder contra las personas y bienes de la mayor parte de los vecinos, pues la ciudad había sido una de las rebeldes a la obediencia enriqueña. El objetivo de estos rumores era provocar la revuelta contra la nueva reina, la cual, enterada de la estrategia, hubo de escribir de inmediato a la ciudad de Toledo, desmintiendo el rumor y confirmando de nuevo el perdón general para tranquilizar a los vecinos de Toledo.(72)
   Vemos cómo la extensión de rumores con el fin de confundir a la población y orientarla hacia determinadas acciones exigía una respuesta oficial, en este caso, una respuesta oficial de Isabel y Fernando. Tales informaciones debían ser desmentidas, para evitar las consecuencias negativas que implicaban. La documentación de la época ha dejado constancia de estos desmentidos, como el que de nuevo se vio obligada Isabel a enviar a la ciudad de Murcia, en 1476, a propósito de las informaciones que estaban divulgando los partidarios en ese reino del marqués de Villena y del arzobispo Carrillo, adelantando el resultado de unas supuestas negociaciones de paz que todavía no se habían concluido. Isabel niega el pacto y ordena no dar crédito a esos rumores y seguir combatiendo a los que todavía consideraba rebeldes:

Sepan que yo soy informada que algunos cavalleros e otras personas que no zelan ni quieren el serviçio del rey mi señor e mío, a fin que no se faga la guerra e mal e daño que yo he mandado fazer al arçobispo de Toledo y al marqués de Villena y a sus secaçes e parçiales, han dicho, publicado e divulgado que están conçertados con el rey mi señor e conmigo, e que están a nuestro serviçio e obidiençia, los quales fasta agora se an substraidos e relevados del dicho nuestro serviçio e obidiençia.(73)

   Por su parte, también el partido de Juana de Castilla empleó la difusión de rumores como arma propagandística en la guerra sucesoria. Citemos un testimonio que abre un tema relacionado con el rumor político: las acusaciones (más o menos fundadas) de asesinato, acusaciones que suelen ir asociadas con el envenenamiento.(74) Juana de Castilla acusó a sus adversarios, Fernando e Isabel, de haber envenenado a su padre y se apoyaba en rumores que procedían de ciertos partidarios isabelinos, quienes, en un arrebato de soberbia, habrían anunciado la muerte del rey.

Por cobdicia desordenada de reynar, acordaron e trataron ellos e otros por ellos e fueron en fabla e consejo de lo facer dar e fueron dadas yervas e ponçoña, de que después fallesció, el qual fallecimiento algunos mensageros fattores suyos fiables a ellos, dixeron e publicaron en siete o ocho meses antes que el dicho rey mi señor falleciese a algunos cavalleros en algunas partes destos dichos mis reynos, afirmándoles e certificándoles que sabían cierto que avía de morir antes del día de Navidad e que non podía escapar.(75)

   Pero ése no fue el único rumor asociado al envenenamiento que circuló por Castilla en esos tiempos turbulentos. La Crónica incompleta se hace eco del rumor que se escuchaba en ciertos ámbitos sobre un posible envenenamiento de la propia madre de Juana, la reina Juana de Portugal, que murió el 13 de junio de 1475, a los seis meses cumplidos desde la muerte de su esposo el rey:

Sin la desafiar larga dolençia, en el término de tres días, la reyna doña Juana, madre de doña Juana, por quien los fuegos de Castilla arden, fue muerta de ascondida enfermedad, muchos creyendo que para dar fin a las culpas de su fama por la pérdida que de aquello a la hija vernía, le dieron yerbas; otros afirmavan que de esquinençia muriese.(76)

   Rumores en torno al envenenamiento, sobre todo de personas reales que murieron en los momentos álgidos de sus reinados, permanecían en la memoria colectiva, sobre todo de círculos letrados, transmitiéndose a la memoria cronística. En el siglo XV todavía se especulaba sobre la muerte de Alfonso XI. El recuerdo de la gran peste que acabó con su vida parecía haberse extinguido, pero no el de su repentina muerte, que un cronista de Juan II atribuía al envenenamiento por parte de los musulmanes.(77) Del mismo modo, otro cronista se hace eco de otro rumor sobre la muerte del rey Enrique III como consecuencia de la ingesta de veneno suministrado por sus médicos judíos.(78) Es posible vislumbrar en el mantenimiento de estos rumores sobre envenenamientos regios una intención de alimentar el recuerdo de unos enemigos potenciales de la monarquía.
   La inopinada muerte de algunos de los protagonistas de los grandes conflictos que vivió Castilla en el siglo XV se prestaba, ciertamente, a la circulación de múltiples versiones sobre las causas y las circunstancias de tales fallecimientos. Las habladurías daban pie a la divulgación de escenas que gustaban de la ridiculización y del escarnio del difunto, contribuyendo así a alimentar las imágenes de la propaganda. Es conocido el caso de la "mala forma de morir" y del mísero funeral del rey Enrique IV, según el relato de Alfonso de Palencia, que nuevamente se hacía eco de rumores malintencionados,(79) pero existen otros casos notables que sirven para observar la presencia del rumor difamador. Resulta interesante el relato que aporta Gutierre de Cárdenas, partidario del bando isabelino y leal colaborador castellano de Fernando de Aragón, sobre la muerte del polémico maestre de Santiago, Juan Pacheco. Tal y como la describe, su agonía y su muerte resultan casi burlescas. El maestre muere a tres leguas de Trujillo, cuyo alcázar debía serle entregado. El alcaide, Gracián de Sese, no quería entregar el alcázar sino a Pacheco personalmente. Conocida la noticia de que el maestre se encontraba en un lugar que llaman Santa Cruz, enfermo en cama, comienzan a difundirse los rumores: "E dizen que en Trusillo se supo la nueva cómo era muerto antes que muriese, dos o tres días".(80) Finalmente muere el maestre. Gutierre de Cárdenas cuenta con sumo detalle el proceso de su enfermedad, los intentos de sus médicos por salvarle de la muerte y su final, y lo que hicieron con el cuerpo posteriormente para mantener en secreto el fallecimiento, hasta que se entregara el alcázar. Es evidente que Gutierre de Cárdenas no se hallaba presente, pero los detalles aportados hacen pensar en la mezcla de informaciones procedentes de diversas fuentes de dudosa credibilidad, fuentes que no nombra y de las que él mismo parece sospechar. Aun así, se complace en narrar el grotesco relato al príncipe de Aragón:

E tuviéronlo el miércoles fasta anochecido secreto, y él hedía tanto cuanto estava vivo, que no había persona que estuviese en la cámara, que era en un mesón a donde murió, que murió en mesón en pena de cuantos ha fecho andar por mesones en pos dél en pena en este mundo; e tomáronlo e envolviéronlo en un repostero e en unas alhombras, e por tenerlo más secreto aquel día, metiéronle entre unas cubas aquel día. Mire vuestra alteza quál estava el Maestre, que más era maestre de cubas que Maestre de Santiago aquella ora.(81)

   Como no podía ser de otro modo, siendo fiel al tópico de la "mala muerte", el maestre murió sin confesar. Gutierre de Cárdenas, sin reconocer abiertamente que todo son rumores, trata de desvincularse de las informaciones que le han contado: "Con todo, fue el prior de Guadalupe, que estuvo siempre con él, y esta companya me face a mi creer que non murió tan mal como cuentan, salvo como todo el mundo lo quería mal, dicen que ni confesó ni comulgó, ni fizo testamento".(82) Las causas de la muerte, tema tan apropiado para los chismorreos, circulaban en diferentes versiones:

Las senyas que dan de su muerte dicen que murió de tres secas que le dieron en la garganta, otros dicen que de squinencia: otros dicen que el otro maestre de Santiago don Álvaro de Luna fue degollado por mandado del rey don Juan y este que fue degollado por mandado de Dios, que como le abrieron aquellas nacidas, que dicen que le degollaron de oreja a oído, como dicen aquá en Castilla, pero porque no me va mucho en ello, no curo de facer la pesquisa [...]Ans´y que deste buen hombre no creo que ay más que decir, puesto de muchas maneras he o´ydo contar su muerte, y esto he tomado por más cierto. Si algo no fuera verdat, sea el cargo a quien lo ha contado, no a mi que lo escrivo, que esto he havido por lo más cierto, para screvirlo a vuestra alteza.(83)

   Esta aparente falta de credibilidad reconocida por el propio Gutierre de Cárdenas hace suponer que por Castilla debieron circular relatos aun más inverosímiles sobre la muerte del maestre. Una última información recoge Cárdenas, tomada de otro rumor, pero consignada en la carta al príncipe de Aragón por el interés legitimador que aporta en la lucha sucesoria: la especulación sobre las últimas palabras pronunciadas por el maestre: "Y que diz que dixo que la verdadera heredera destos reinos no era otra sino la senyora prinçesa [Isabel], e que diz que dixo muchas cosas buenas". Pero esto último, a pesar del interés propagandístico, tampoco resulta muy digno de crédito: "De muchas maneras cuentan esto; lo que es, Dios y él y el fraire lo saben".(84)
   El rumor sobre la muerte de personajes políticamente destacados en el transcurso de algún período conflictivo puede ser, como vemos, utilizado de una manera propagandística. En contextos de aparente estabilidad, rumores como éstos podían propiciar la extensión de corrientes de opinión consideradas potencialmente peligrosas. Es entonces cuando se activan los mecanismos de la propaganda oficial. De todo esto era perfectamente consciente la reina Isabel cuando tuvo que afrontar un suceso terrible que a punto estuvo de provocar un giro de ciento ochenta grados en un reinado que se prometía venturoso en la rueda de la Fortuna, ese año de 1492. Se trata del atentado que sufrió en Barcelona su marido el rey Fernando, estando la reina y sus hijos en la ciudad. El rey, saliendo de una audiencia concedida a las autoridades barcelonesas en el salón del Tinell, fue atacado por un hombre llamado en las fuentes castellanas Juan de Cañamares. Al tiempo que subía a su cabalgadura, recibió el rey una cuchillada terrible por la espalda que puso en grave peligro su vida. Los rumores se extendieron por la ciudad de inmediato y algunos de ellos daban por muerto al rey:

El qual, como estubiese en el estado que hemos dicho, en la ciudad començó aver grande rumor de que el Rey estaba herido, y que lo tenían en el palacio real. Y con esto todos los más de la ciudad andavan, y acudieron al palacio con sus armas; y como hallaron las puertas cerradas, començaron a dar grandes gritos, como si la ciudad se entrara por los enemigos, unos diciendo que el Rey hera muerto, otros que lo avían acuchillado por matalle. Y ninguno sabía lo que abía pasado.(85)

   Andrés Bernáldez también constata la pesadumbre generalizada que cundió, a causa de esta confusión: "Se llenó la corte de luto al difundirse el rumor de que el rey estaba para expirar y no llegaría al día siguiente". Parece que la noticia voló rápidamente por mar, llegando en poco tiempo el rumor, incluso, a Nápoles, en donde provocó todo lo contrario, manifestaciones de júbilo.(86) El día del atentado, la reina no pudo saber de inmediato cuál era la situación, sino que llegaron a sus oídos las noticias de tintes más negros. La primera reacción, antes de conocer la verdad, fue poner al heredero y a las infantas a salvo, alejándolos de Barcelona.(87) La reina temía, ciertamente, que estallara una revuelta en la ciudad, para lo cual atrincheró el palacio en el que se encontraba.(88) Nadie sabía a ciencia cierta, ni la reina, ni los cortesanos, cuál era el estado de salud del rey. Sólo cuando llegó Fernando de Granada a las puertas del palacio en el que residía la reina tuvieron la certeza de que el rey estaba vivo.(89) El caso del atentado al rey Fernando de Aragón ilustra cómo el rumor discurre siempre más rápido que la información oficial. No sólo se extendieron por la ciudad y por el reino las especulaciones sobre el estado de salud del rey, sino también sobre las causas del atentado y sobre la persona del regicida: "Unos decían: «Francés es el traidor»; otros decían,«Navarro es el traidor»; otros decían, «No es sino Castellano»; otros decían, «Catalán es el traidor»". Las especulaciones surgían de los motivos políticos que unos y otros atribuían al atentado.(90) Tales habladurías resultaban peligrosas para el mantenimiento del orden. Ante el temor de que se produjeran levantamientos, la reina Isabel se ocupó personalmente de enviar cartas a las ciudades del reino de Castilla con el objetivo de atajar tales rumores. La reina, con el envío de estas cartas, aportaba la versión oficial sobre la identidad del regicida y sobre las causas que motivaron su terrible acto. Es lógico pensar que intentara ocultar los motivos reales del atentado, si éstos habían sido realmente de índole política. El mismo día del suceso, el 7 de diciembre, llegaban a las ciudades castellanas la primera versión oficial sobre la identidad del regicida y las causas del atentado:

Oy viernes siete de diciembre, saliendo el rey mi señor de la abdiencia real, e viniendo hablando con su señoría uno de aquí, un hombre que dis que es enemigo de aquel que hablaba con su señoría, vino por la espalda, e no se sabe si conoció al rey mi señor, e tiró una cuchillada que alcanzó a su señoría un poco en el pescuezo. A Dios sean dadas muchas gracias, e a su bendita Madre, de ser ello muy poca cosa [...]. Acordé de vos lo facer saber, porque de semejantes cosas se dice más de lo que son y sepais que esto es lo cierto.(91)

   "Y sepáis que esto es lo cierto": esta frase revela la voluntad de control regio sobre las noticias. Las opiniones que se viertan sobre el suceso quedan deslegitimadas tras la expedición de la carta real, que instituye la única verdad. No es posible que la reina consiguiera toda la información sobre las motivaciones del atentado el mismo día en que se producen los hechos, y más considerando el ambiente de confusión y de incertidumbre en el que la misma reina se vio inmersa. La versión que se comunica a las ciudades castellanas parece claramente inventada para la ocasión e incluso se observa la voluntad de la reina de minimizar el riesgo de la herida del rey. Se trata de una versión transmitida a Castilla con el objetivo de prevenir cualquier tipo de posible conflicto que pudiera estallar si se extendía el rumor de la posible muerte del rey. Hubo una pesquisa posterior y el regicida fue sometido a un duro interrogatorio, en el que no faltó la tortura de rigor. Tras la condena, se reelabora esa primera versión oficial, quedando escrita definitivamente la final para la posteridad: el regicida fue un loco iluminado que quería matar al rey para reinar en su lugar.
   El episodio del atentado real muestra, por tanto, cómo, ante la difusión de informaciones que circulan al margen de los canales oficiales, elevándose como peligrosos motores incontrolables de insospechadas consecuencias, la autoridad responde a la mayor rapidez posible aportando la "buena información", la información oficial, institucional, que se presenta como la única verdadera. El poder soberano del rey se presenta como la fuente de la que debe manar toda la credibilidad. Es sobre esta legitimidad sobre la que se apoya la propaganda oficial que combate el rumor.

7. Conclusión

   A partir de esta breve aproximación hemos intentado perfilar la presencia del rumor y algunas de sus funciones en la dinámica política castellana del último siglo medieval. El rumor, comunicación informal, extraoficial, es considerado desde la mentalidad de la época y desde los diversos discursos (religioso, caballeresco, jurídico...) como una práctica condenable y peligrosa, por los efectos que se le atribuyen, a nivel personal y colectivo, unos efectos ligados a la violencia, ya sea esta simbólica o real. Se observa en las mentalidades bajomedievales una creciente valoración de la importancia de proteger al rey de la perniciosa influencia de los rumores. La incontestabilidad de la figura del monarca se apoya en la condena de cualquier tipo de expresión lingüística que rebaje la imagen de soberanía que irradia en claro paralelismo con la imagen de soberanía representada por Dios. Esa preocupación se hace extensible al resto de los grupos sociales. Hay que tener en cuenta que, a finales de la Edad Media, se ha extendido una preocupación generalizada entre las elites por atesorar fama y buena opinión, buscando con ello preservar o aumentar el nivel de influencia en la sociedad. El rumor, como estrategia de contestación pública, se erige como una de las potenciales amenazas contra la imagen representativa de la que se revisten los grupos de poder, imagen sobre la que pretenden fundamentar parte de su influencia social y política. La corte en el siglo XV y, más en concreto, el palacio real, es el primer espacio en el que se alienta el rumor como una de las vías para conseguir mayor influencia política. En este hervidero de murmuraciones, el rey es el primero que debe aprender a dominar el rumor.(92)
   El rumor se configura, así pues, como un instrumento de la lucha política,(93) no sólo utilizado por los grupos que quedan fuera de los canales de comunicación institucional con la monarquía, y que utilizan el rumor como vía para expresar o legitimar el descontento, la reacción, generando a veces revueltas y levantamientos. El rumor es también utilizado, y en ocasiones de forma eficaz, por los grupos que disponen de esos canales institucionales de comunicación política (las oligarquías ciudadanas), como una vía alternativa para lograr sus objetivos. Es posible entonces analizar la reacción que suscita en la autoridad real y las medidas que ésta adopta para evitar la protesta o el desencadenamiento de posturas más violentas.
   Sin agotar las propuestas de análisis que quedan abiertas,(94) hemos pretendido, por tanto, estudiar el rumor como una forma de comunicación política cuya acción, ligada a las relaciones de poder, puede denotar la presencia de fenómenos más complejos, tales como la propaganda y la opinión pública.

Notas

1 El presente estudio sobre el rumor se encuadra dentro de las investigaciones del Grupo de Investigación consolidado de la UCM, Nº 930369: Sociedad, Poder y Cultura en la Corona de Castilla, siglos XIII al XVI.

2 No se puede definir el rumor en función de lo verdadero y de lo falso. Se ha estudiado el rumor, desde el punto de vista de su génesis, como la puesta en común de recursos intelectuales de un determinado grupo para llegar a encontrar una interpretación satisfactoria a un hecho importante y ambiguo. Kapferer define el rumor como la emergencia y la circulación en el cuerpo social de una información, ya sea no confirmada públicamente por las fuentes oficiales, ya sea desmentida por ellas. El rumor no es necesariamente falso, pero sí es necesariamente no oficial. Contesta a la realidad oficial y propone otras realidades (KAPFERER, J., "Rumeur", en Sfez, L. (dir.), Dictionnaire critique de la communication, París, 1993, t. II, pp. 1004-1005; véase, además, de este mismo autor, Rumeurs: le plux vieux média du monde, París, 1987).        [ Links ]

3 Así lo sugiere C. Gauvard, historiadora que ha analizado la función del rumor en varios trabajos. Véase, entre otros, GAUVARD, C., "Rumeur et stéreotypes à la fin du Moyen Âge", La circulation des nouvelles au Moyen Âge, París, pp. 157-177.         [ Links ]

4 Nos remitimos a otros trabajos de la autora mencionada en la nota anterior: GAUVARD, C., "De grace especial". Crime, État et Société à la fin du Moyen Âge, París, 1991, pp. 201-216; "L'Opinion publique aux confins des États et des Principautés aux début du XVe. siècle", Les Principautés au Moyen Âge, Burdeos, 1979, pp. 127-52. Véase, asimismo, BEAUNE, C., "La rumeur dans le Journal du Bourgeois de París", La circulation..., pp. 191-203. Los estudios sobre la presencia de la opinión pública en la Edad Media se han multiplicado en las últimas décadas; a título de ejemplo: MADDICOTT, J. R., "The County Community and the Making of Public Opinion in Fourteenth-Century England", Transactions of the Royal Historical Society, 5- 28, 1978, pp. 27-43; CONNELL, C. W., "A neglected aspect of the study of popular culture: «public opinion» in the Middle Ages", Medieval perspectives, 3, 1988, pp. 38-65; GUENÉE, B., L'opinion publique à la fin du Moyen Âge d'après la "Chronique de Charles VI" du Religieux de Saint-Denis, París, 2001.        [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]

5 En el vocabulario de Alfonso de Palencia, impreso en 1490, se recoge el rumor y su relación con la fama y la opinión, conceptos afines pero de distinta consideración: "Fama, rumor e opinión son diferentes: la fama descubre, y el rumor alborota e la opinión faze sospecha. Opinio, rumor, fama nomen e aura popularis", PALENCIA, A. de, Universal vocabulario en latín y en romance, trans. Gracia Lozano López, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1992, voz "Fama". Ha analizado esta relación entre rumor y fama GAUVARD, C., "La Fama, une parole fondatrice", La Renommée, Médiévales, 24, 1993, pp. 5-13.        [ Links ]

6 En el Vocabulario de Rodrigo Fernández de Santaella, impreso en 1499, se observa el aspecto sedicioso del rumor: "Tumultuor-aris, deponens; por fazer tumulto o roydo o rumor o por dar bozes o fazer sedición o conjuración» y «tumultuosus»... lleno de tal rumor o roydo o leuantador y reboluedor dél". FERNÁNDEZ DE SANTAELLA, R., Vocabulario eclesiástico, trans. Gracia Lozano, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1992, f. 182v.        [ Links ]

7 El rumor como transmisor de noticias se recoge en Antonio de Nebrija, en su diccionario bilingüe impreso en 1495: "Fama de nuevas: rumor .oris. fama .ae. [...]Nuevas, nuncius-ij, rumor-oris". NEBRIJA, A. de, Vocabulario español-latino, trans. John O'Neill, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1992, voz "Fama".         [ Links ]

8 "La ira, segunt leemos, de la enbidia començara; / en ésta pecó Caim quando a su hermano matara, / porque del su sacrefiçio, con enbidia murmurara, / teniendo que era mejor, e por ende así errara". LÓPEZ DE AYALA, P., Rimado de Palacio, ed. Germán Orduna, Madrid, 1987, p. 442.        [ Links ]

9 Una de estas Biblias, conservada en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, traduce el texto del Éxodo sobre las quejas de los hijos de Israel contra Moisés y los castigos que recibieron por ello: "Cómo los fijos de Ysrrael murmuraron contra Moysén e contra Aarón, por lo qual se ençendió la saña del Señor en ellos por los estroyr. [...]E murmuraron toda la gente de los fijos de Ysrrael de madrugada contra Moysén e contra Aarón, diziendo: «Vosotros matastes el pueblo del Señor. Et commo se ayuntaron la gente contra Moysén e Aarón, boluieron a la tienda del plazo; e ahe que la cubrió la nuve, e paresçió el honor del Señor; e vinieron Moysén e Aarón delante la tienda del plazo». E fabló el Señor a Moysén, diziendo: «Alçadvos de entre esta gente, e destruyrlos he en vn punto; e echáronse sobre sus rostros». [...]E ahe que avía començado la pestilençia en el pueblo". Biblia, Escorial I-j-4, ed. O. H. Hauptmann, Filadelfia, 1953, pp. 242-243.

10 "Dizen los del Talmud que esta lepra avía de ser en pena del murmurar e dezir mal unos de otros, que ello que avía de encomençar en las casas, e si se arrepintiese de su pecado, que esto era propósito que estonçes no se estendería la lepra". Enrique de Villena, que recoge esta creencia, la interpreta en clave metafórica: "E lo que dixeron de los del Talmud, que esta lepra era pena del murmurar, significa por la magnitud del daño, la magnitud de la culpa de la murmuraçión, que es comienço de munchos males e barajas, como dixo Aristotil en el quinto libro De los animales: «Susurraçion est principius pugne»" (VILLENA, E. de, Tratado de la lepra, ed. J. Soler, París, 1917, pp. 200 y 211).        [ Links ]

11 Traducción del Soberano bien de San Isidoro, ed. Pablo A. Cavallero, Buenos Aires, 1991, p. 133.

12 Partida II, Título IV, Ley II, ALFONSO X, Partida Segunda. Ms. 12.794 de la BN, ed. A. Juárez Blanquer, A. Rubio Flores, est. C. Torres et al., Granada, 1991, p. 57.

13 Partida II, Título XIII, Ley IV, ibidem, p. 116.

14 Partida II, Título XIII, Ley II, ibidem, p. 115.

15 Partida II, Título IV, Ley IV, ibidem, p. 58.

16 Puede comprobarse en la obra de MADERO, M., Manos violentas, palabras vedadas. La injuria en Castilla y León (siglos XIII-XV), Madrid, 1992.        [ Links ]

17 SÁNCHEZ DE ARÉVALO, R., Suma de la política, ed. Mario Penna, Madrid, 1959, p. 333.        [ Links ]

18 Según el tratamiento de CASAGRANDE, C. y VECCHI, S., I peccati della lingua: disciplina e etica della parola nella cultura medievale, Roma, 1987.        [ Links ]

19 Anónimo, Un sermonario castellano medieval, f. 150 r-a (http://corpus.rae.es).         [ Links ]

20 PÉREZ, M., Libro de las confesiones, ed. María Teresa Herrera, Nieves Sánchez y María Purificación Zabía, Nueva York, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 2003, I, f. 100r. El sacerdote deberá amonestar a los que escuchan tales palabras deshonestas, "Si se pagó de oír a los maldezidores e los murmuradores e lisongeros, e non los vedó nin castigó como deviera" (II, f. 70v).        [ Links ]

21 Dedica todo un capítulo a esta cuestión, el capítulo II, "De cómo la mujer es murmurante e detractadora", MARTÍNEZ DE TOLEDO, A., El Corbacho, ed. MarcellaCiceri, Madrid, 1990, p. 170.        [ Links ]

22 Ibidem, p. 213.

23 El suceso ocurrió en 1526. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G., Batallas y quinquagenas, ed. J. B. de Avalle- Arce, Salamanca, 1989, pp. 79-80.         [ Links ]

24 Ibidem, p. 231.

25 "El que quiere ser prudente ha menester que non sea solíçito, mas que se conforme al tiempo e a la gente, ca en otra manera verná a murmuraçión e a perseguirlo e aborresçerlo; e, sy no se pudiere con toda gente conformar el coraçón, confórmese la cara, sy la prática es neçesaria", DE LA TORRE, A., Visión deleytable, ed. J. García López, Salamanca, 1991, pp. 295-296.        [ Links ]

26 Los vocabularios de la época, como hemos visto, canonizan esta concepción ideológica: "Murmur es murmuraçión, que es comienço de discordia popular con ruydo: e querella que cunde de vno en otro". PALENCIA, A. de, Universal vocabulario..., voz "Murmur".

27 La extensión de epidemias es un fenómeno que permite observar la incidencia de la circulación de informaciones y cómo influye el rumor en la toma de decisiones. También en los lugares próximos a Toledo, en 1599, el rumor de que la ciudad estaba infectada provocó la inmediata paralización del abastecimiento de productos vecinos (MONTEMAYOR, J., "Una ciudad frente a la peste: Toledo a fines del XVI", En la España Medieval, 7, 1985, p. 1121). Los rumores en tiempos de peste aumentaban el miedo y la inseguridad.        [ Links ]

28 La protesta del concejo de Guadalcanal figura en las actas capitulares del concejo de Carmona, de 1480 (GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M., Catálogo de documentación medieval del Archivo Municipal de Carmona, Sevilla, Diputación provincial, 1981, II, doc. 161).        [ Links ]

29 Aviso a los monarcas y gobernantes en la literatura doctrinal, en torno a 1430: Floresta de philósophos, ed. R. Foulché-Delbosc, París, 1904, p. 83.

30 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G., op. cit., p. 61.

31 Publica el testimonio de la protesta que se desencadenó en Valladolid como consecuencia de la decisión real de señorializar Simancas y Cabezón, BERWICK Y DE ALBA, duquesa de, Documentos escogidos del archivo de la Casa de Alba, Madrid, 1891, pp. 12-16.        [ Links ]

32 Ibidem, p. 13.

33 Ibidem, p. 14.

34 VALERA, D. de, Tratado de las epístolas enviadas por mosén Diego de Valera en diversos tienpos e a diversas personas, ed. Mario Penna, Madrid, 1959, pp. 11-12.        [ Links ]

35 Para ciertos episodios castellanos posteriores, véase MILHOU, A., "Propaganda mesiánica y opinión pública: las reacciones de las ciudades del reino de Castilla frente al proyecto fernandino de cruzada (1510-11)", en Homenaje José Antonio Maravall, vol. 1, 1985, pp. 51-62. En el ámbito occidental: SOLON, P. D., "Tax Commissions and Public Opinion: Languedoc 1438-1561", Renaissance quarterly, 43, 1990, pp. 479-508.         [ Links ]         [ Links ]

36 VALERA, D. de, op. cit., p. 15.

37 Debate que nutrió de argumentos la ideología urbana (véase, a este respecto, NIETO SORIA, J. M., "Fragmentos de ideología política urbana en la Castilla bajomedieval", Historia Medieval. Anales de la Universidad de Alicante, 13, 2000-2002, pp. 211-217).        [ Links ]

38 La vinculación entre la extensión de rumores y los grandes levantamientos populares y campesinos que se conocieron en Europa en el último tercio del siglo XIV ha sido analizada por FAITH, R. J., "The «great rumour» of 1377 and peasant ideology", en R. Hilton y T. Aston (eds.), The English Rising of 1381, Cambridge, 1984, II, pp. 1-39.        [ Links ]

39 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G., op. cit., p. 668.

40 El concejo tuvo que reaccionar contra estos "escriptos que pusyeron en las paredes de la corte, tocando en la honrra del señor alcalde y regimiento y de algunas personas", MARTÍNEZ CARRILLO, Mª de los Ll., "Elitismo y participación popular en las fiestas medievales", Miscelánea Medieval Murciana. Área de Historia Medieval, vol. 18, 1993-1994, p. 107.         [ Links ]

41 PULGAR, F. de, Crónica de los Reyes Católicos, ed. Juan de Mata Carriazo, vol. I, Madrid, 1943, p. 141.        [ Links ]

42 Ibidem, vol. I, p. 142.

43 Ibidem, vol. II, p. 296.

44 Crónica anónima de Enrique IV de Castilla, 1454-1474 (Crónica castellana), ed. Mª Pilar Sánchez- Parra, Madrid, 1991, p. 403.         [ Links ]

45 Ibidem, p. 221.

46 PALENCIA, A. de, Crónica de Enrique IV, trad. A. Paz y Melia, t. III, Madrid, p. 59.        [ Links ]

47 Las informaciones ligadas a la propia persecución, una vez iniciada, se extienden también en forma de rumores que motivan la reacción de los grupos perseguidos. Así por ejemplo, durante las persecuciones de judíos de 1391, los rumores de la conversión forzosa llegaron hasta Valencia procedentes de Castilla. Los judíos solicitaron a los jurados de la ciudad medidas de protección (CÁRCEL ORTÍ, Mª M. y TRENCH ODENA, J., "El Consell de Valencia: disposiciones urbanísticas (siglo XIV)", En la España Medieval, 7, 1985, p. 1535).         [ Links ]

48 PALENCIA, A. de, op. cit., t. II, p. 87.

49 Ibidem, t. II, p. 96. Sobre la suerte de muchos de estos conversos desplazados, AMRAM COHEN, R., "Apuntes sobre los conversos asentados en Gibraltar", En la España Medieval, 12, 1989, pp. 249-253.        [ Links ]

50 Las autoridades municipales dan cuenta de las "grandes quemas de muchos conversos de la çibdad de Sevilla, por cuya cabsa esta dicha villa ha se´ydo e es despoblada, as´y de los christianos viejos por cabsa de la dicha pestilençia, como de los conversos que en ella abitavan e moravan, as´y por la dicha pestilençia como por el temor e miedo de la dicha quema". Concejo de Carmona, Actas Capitulares, 1481, f. 46 (GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M., op. cit., t. II, doc. 225).

51 Crónica anónima..., p. 61.

52 ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, D., Crónica de Enrique IV, ed. A. Sánchez Martín, Valladolid, 1994, p. 321.        [ Links ]

53 Ibidem, p. 397.

54 Me permito remitir al lector a mi artículo, CARRASCO MANCHADO, A. I., "Aproximación al problema de la conciencia propagandística en algunos escritores políticos del siglo XV", En la España Medieval, 21, 1998, pp. 229-269.        [ Links ]

55 PALENCIA, A. de, Crónica de Enrique IV, t. I, p. 87.

56 Ibidem, t. I, p. 88.

57 Ibidem, t. I, p. 87.

58 Esta ridícula recreación de la consumación del matrimonio de Enrique IV y de Juana de Portugal, que circuló en forma de rumor, pervivía en la corte castellana incluso a finales del siglo XV. En 1495, los cortesanos palaciegos gustaban de contar a los extranjeros que llegaban a palacio pidiendo audiencia ante los reyes, como Jerónimo Münzer, estrambóticas historias sobre la sexualidad del hermano de la reina: "Tenía un miembro débil y pequeño por el arranque y grande por la punta, de manera que no podía enderezarlo. Construyeron los médicos un tubo de oro, que la reina se introdujo en la matriz para ver si a través de él podía recibir el semen; cosa que le resultó imposible. Lo masturbaron, y salió esperma, pero acuosa y estéril. Teniendo esto en consideración, los nobles del reino se agruparon en torno a su hermana Isabel" (MÜNZER, J., Viaje por España y Portugal (1494-1495), Madrid, 1991, p. 263). El chisme cortesano, puesto por escrito por el viajero extranjero, contribuía a propagar el discurso legitimador en favor de Isabel.        [ Links ]

59 PALENCIA, A. de, op. cit., tomo I, p. 10.

60 Ibidem, t. I, p. 133.

61 Ibidem, t. I, p. 212.

62 Ibidem, t. I, 318. En los mismos términos repite el relato de Palencia la Crónica anónima: "Como el rey don Enrryque enbiase las dichas letras pensó que según su voluntad luego seríen destruydos el prínçipe e la prinçesa, vistas por los pueblos ovo entrellos gran murmuraçión, acusando la maldad del rey e la ynfidelidad e conosçida maldad de los grandes que con él estavan", op. cit., p. 311.

63 PALENCIA, A. de, op. cit., t. II, p. 63. La práctica de divulgar diversos rumores en torno a las variadas posibilidades de enlaces matrimoniales que ofrecían los distintos reinos era, no obstante, una práctica habitual en las negociaciones de este tipo de bodas entre príncipes, sobre todo cuando chocaban diferentes intereses internacionales. A la muerte del príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, la diplomacia francesa puso en circulación el rumor de la boda de su viuda Margarita con el príncipe de Gales, que supuestamente se estaría negociando en Calais (SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., "1500, un giro radical en la política de los Reyes Católicos", En la España Medieval, 9, 1986, pp. 1257-1260).        [ Links ]

64 PALENCIA, A. de, op. cit., t. II, p. 152.

65 Ibidem, t. II, p. 168.

66 Ibidem, t. III, p. 44.

67 Ibidem, t. II, p. 155. Como es sabido, Palencia es un misógino recalcitrante que aspiraba a que Fernando de Aragón resultará finalmente elegido rey propietario del trono de Castilla.

68 Sin entrar en la consideración de los análisis supuestamente científicos que realizara en su momento Gregorio Marañón, han analizado el problema desde el punto de vista de la propaganda, desde diferentes perspectivas: FIRPO, A. R., "Los reyes sexuales: ensayo sobre el discurso sexual durante el reinado de Enrique IV", Mélanges de la Casa de Velázquez, 20, 1984, pp. 217-227 y 21, 1985, pp. 145-156; TATE, R. B., "Políticas sexuales: de Enrique el Impotente a Isabel, maestra de engaños (magistra dissimulationum)", Actas del primer congreso Anglo-Hispano, t. III. Historia, ed. R. Hitchock y R. Penny, Madrid, 1994, pp. 174 y ss; WEISSBERGER, B., "¡A tierra, puto!: Alfonso de Palencia's Discourse of Effeminacy", en J. Blackmore y G. Hutcheson (eds.), Queer Iberia. Sexualities, Cultures and Crossings from the Middle Ages to Renaissance, Durham-Londres, 1999, pp. 291-324; RAMOS ARTEAGA, J. A, "Homofobia y propaganda: la construcción literaria y política de Enrique IV", Actas del VIII Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (Santander, 22-26 de septiembre de 1999), Santander, Gobierno de Cantabria, 2000, vol. 1, pp. 1501-1510, y yo misma, CARRASCO MANCHADO, A. I, "Enrique IV de Castilla. Esbozo de una representación de la propaganda política", Orientaciones, 2, 2000, pp. 55-72.        [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]

69 Se difundió de forma independiente y fue incluido en PULGAR, F. del, op. cit., t. I, pp. 389-401.

70 Transcribimos de la pieza independiente manuscrita que se conserva recopilada junto con otros razonamientos en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Ms. 9/5173, Nº 5, fs. 377v-378r.

71 Archivo General de Simancas, Registro General del Sello, 1495-10-05, f. 202.

72 "Sepades que nos somos informados que personas, a fyn de vos alterar, desaser, apartar de nuestro serviçio et poner escándalos et bolliçios en esa çibdad, han dicho et divulgado et disen et divulgan que commo quier que el señor rey don Enrique nuestro hermano que santa gloria aya vos perdonó et remityó las cosas pasadas en esa çibdad acaesçidas, que nos queríamos mandar proçeder contra vosotros en vuestros bienes [...]et porque lo tal non pasó nin consiste en verdad [...]vos mandamos que a las tales cosas de aquí adelante non dedes crédito nin fee". Confirmación del perdón otorgado por el rey Enrique a la ciudad de Toledo el 16 de junio de 1468, firmado por Isabel y Fernando el 25 de abril de 1475 (IZQUIERDO BENITO, R., Privilegios reales otorgados a Toledo durante la Edad Media (1101-1494), Toledo, 1990, doc. 161).         [ Links ]

73 Carta de Isabel al reino de Murcia de 30 de agosto de 1476, en MORATALLA, A., Documentos de los Reyes Católicos (1475-1491), Murcia, 2003, doc. 87.        [ Links ]

74 Es una práctica habitual de la propaganda política: COLLARD, F., "L'empereur et le poison: de la rumeur au mythe; à propos du prétendu empoisonnement d'Henri VII en 1313", Médiévales: langue, textes, histoire, 41, 2001, pp. 113-131.        [ Links ]

75 Se incluye en la carta enviada por Juana de Castilla a las ciudades del reino recién proclamada reina en Plasencia (publicada en FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, J., La guerra civil a la muerte de Enrique IV. Zamora, Toro y Castronuño, Zamora, 1993, 2ª ed. [1ª ed., 1929], p. 20). Juana acusaba igualmente a sus adversarios de sembrar la cizaña divulgando opiniones erradas con el fin de incitar a la sedición: "E porque yo soy informada, que por parte de los dichos rey e reyna de Sicilia han divulgado e sembrado muchas zizañas por los pueblos e gente común de mis reynos, diziendo que los portugueses tienen enemistad e contrariedad con ellos, a fin de los alterar, e enemistar conmigo", ibidem, p. 26.        [ Links ]

76 Crónica incompleta de los Reyes Católicos, ed. J. Puyol, Madrid, 1934, p. 196.         [ Links ]

77 "E otrosí, señor, el rey don Alonso que murió sobre Gibraltar, pública fama fue en Granada que los moros le mataron con yerbas que dieron a quien se las dio", Crónica de Juan II de Castilla, ed. J. de Mata Carriazo, Madrid, 1982, p. 270.        [ Links ]

78 Según anotación de un ejemplar manuscrito de la Crónica de Enrique III, Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Ms. 9/5534, f. 108v: "Dize Fray Alonso de Espina, maestro en theología, en un libro que hizo intitulado Fortalicium fidei, contando de un milagro que aconteció en Segovia el año de 415, que fueron allí ajusticiados ciertos judíos y uno de ellos fue quartizado, que era físico, el qual confesó cómmo avían muerto con yerbas a este rey don Enrique".

79 Sobre este tópico propagandístico ligado al rey Enrique; MITRE, E., "Muerte y memoria del rey en la Castilla bajomedieval", La idea y el sentimiento de la muerte en la historia y en el arte de la Edad Media (II), Universidad de Santiago de Compostela, 1992, pp. 17-26, y MARTÍNEZ GIL, F., La muerte vivida. Muerte y sociedad en Castilla durante la Baja Edad Media, Toledo, 1996, p. 41.        [ Links ]         [ Links ]

80 La carta de Gutierre de Cárdenas al príncipe Fernando de Aragón la transcribe PAZ Y MELIA, A., El cronista Alfonso de Palencia, Madrid, 1914, doc. 69.         [ Links ]

81 Ibidem, pp. 166-167.

82 Ibidem, p. 167.

83 Ibidem, p. 167.

84 Ibidem, p. 168.

85 SANTA CRUZ, A. de, Crónica de los Reyes Católicos, ed. Juan de Mata Carriazo, Sevilla, 1951, t. I, p. 73. Coincide con ello Gonzalo Fernández de Oviedo, que asegura haber estado presente en Barcelona el día del atentado: "Como se extendió la fama por toda la çibdad, publicándose que al rey avían muerto, todos se pusieron en armas", FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G., op. cit., p. 346.        [ Links ]

86 Cit. por GUAL I VILÁ, V., Matar lo rei: Barcelona, 1492, Barcelona, 2004, pp. 24-25.        [ Links ]

87 "Proveyó luego en que unas galeras que allí havía de un mossén Bosquet se llegasen a tierra para meter al serenísimo príncipe don Johán e a las infantas, sus hermanas, dentro e ponerlos en dos otras naos castellanas questavan surtas, e la una gallega, algo desviadas de la costa, porques playa y desabrigada", FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G., op. cit., p. 347.

88 "Començaron a se hazer fuertes e barrearse, e pusieron a las bocas de las calles del palaçio, donde convenía, guardas de personas nobles e calificadas, bien acompañadas. E de allí adentro no dexando entrar en la calle sino a los castellanos e cortesanos e perssonas conosçidas", ibidem, p. 347.

89 Fue el hermano del último rey de Granada, convertido al cristianismo, quien dio la noticia. Llegó a la puerta de palacio, y le preguntaron: "«Señor infante, el rey, nuestro señor, es bivo e venís de donde está su alteza?», e el infante respondió a don Manrique e dixo: «Sí, señor don Manrique». E don Manrique replicó e dixo: «Señor, dezidnos la verdad como buen caballero». E el infante replicó e dixo: «Señor, a fe de caballero que yo la digo e lo vengo a dezir a la reyna, nuestra señora, por mandado del rey, nuestro señor »", ibidem, p. 347.

90 SESMA MUÑOZ, J. A., Crónica de un atentado real, Zaragoza, 1993, p. 136.         [ Links ]

91 GUICHOT Y PARODY, J., Historia del Excelentísimo Ayuntamiento de la muy noble e muy leal... ciudad de Sevilla, Sevilla, 1896, vol. I, p. 194.         [ Links ]

92 El testimonio del viajero Jerónimo Münzer sobre Isabel de Castilla pone de manifiesto la preocupación que asistía a la reina por evitar la murmuración: "Hasta ahora, mientras el rey estaba ausente, dormía en una cámara común con el príncipe y las infantas. Pero ahora duerme con sus hijas y con algunas dueñas para que no le manchen con la infamia de adulterio, pues el pueblo de Castilla es muy suspicaz y todo lo interpreta en mal sentido", MÜNZER, J., op. cit., p. 275.

93 Un instrumento de naturaleza verbal que puede añadirse a otros instrumentos retóricos analizados por NIETO SORIA, J. M., "Más que palabras. Los instrumentos de la lucha política en la Castilla bajomedieval", en J. I. de la Iglesia Duarte (coord.), Conflictos sociales, políticos e intelectuales en la España de los siglos XIV y XV, Nájera, 2003, pp. 172-179.        [ Links ]

94 Además de los trabajos ya mencionados, pueden completarse las perspectivas aquí analizadas, desde un punto de vista comparativo, con otros estudios sobre el rumor en el ámbito occidental medieval: FOOTE, D., "How the Past Becomes a Rumor. The Notarialization of Historical Consciousness in Medieval Orvieto", Speculum. A journal of medieval studies, 75, 2000, pp. 794-815; LECUPPRE, G., "L'empereur, l'imposteur et la rumeur: Henri V ou l'échec d'une «réhabilitation»", Cahiers de civilisation médiévale Xe.-XIIe. siècles, 42, 1999, pp. 189-197; SHATZMILLER, J., "«Tumultus» et «Rumor» en Sinagoga: suite d'une enquête", Provence historique, 49, 1999, pp. 451-459; ROSS, Ch. D., "Rumour, Propaganda and Public Opinion during the Wars of the Roses", en R. A. GRIFFITHS (ed.), Patronage, the Crown and the Provinces in Later Medieval England, Gloucester, 1981, pp. 15-32.         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]

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