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Cuadernos de historia de España

Print version ISSN 0325-1195On-line version ISSN 1850-2717

Cuad. hist. Esp. vol.80  Buenos Aires Jan./Dec. 2006

 

La Mancha en la Retina de Th. Gautier y A. Jaccaci

Nicolás Antonio Campos Plaza

Introducción

   España, por su situación geográfica, su idiosincrasia y su clima, ha ejercido una atracción especial que se ha plasmado en multitud de relatos de viajeros que, con mayor o menor fortuna, han ofrecido una imagen tópica que pervive aún en la mente de muchos a la hora de escribir sobre nuestro país. La inspiración española se ha dejado sentir en épocas muy distantes entre sí: desde La Chanson de Roland, pasando por El Cid de Corneille, Don Juan, de Molière, Hernani, de Victor Hugo, Carmen, de Merimée, hasta el Soulier de Satin o Les Bestiaires. En la segunda mitad del siglo XVIII, la influencia de Francia sobre los intelectuales españoles fue notoria: revistas y publicaciones francesas de todo tipo son leídas, devoradas, por los ilustrados españoles; llegan a los conventos, a las universidades, se leen apasionadamente, extendiéndose poco a poco el espíritu crítico.
   Un siglo más tarde, el fenómeno vuelve a reproducirse con los románticos: las novelas y el teatro romántico francés se traducen apasionadamente; pero ese interés es recíproco: España se pone de moda, se convierte en el gran escenario, en el espacio escénico por excelencia del romanticismo. Sin embargo, La Mancha, y en concreto la provincia de Ciudad Real, ha sido desde el punto de vista literario y turístico una de las menos tratadas por los viajeros ingleses, franceses o alemanes. No es el caso de los dos viajeros que vamos a comentar.
   El primero de ellos, Voyage en Espagne (París, 1843, 1845), de Théophile Gautier, representa la sensibilidad romántica francesa de mediados del siglo XIX. Este autor es sin duda uno de los viajeros románticos que mejor ha sabido captar el encanto poético de los paisajes de España, el espectáculo emocionante de las corridas de toros, las tradiciones y costumbres pintorescas de diversas regiones españolas, la fuerza sugestiva y evocadora de los cuadros de grandes pintores españoles que hasta entonces eran poco conocidos en Europa. Gautier era, además, un apasionado del arte y de la belleza y, por tanto, no realiza una descripción objetiva de la realidad española sino una lectura personal. Sus comentarios sobre las costumbres, el paisaje y el paisanaje de España fueron y siguen siendo aún para algunos turistas extranjeros una referencia estereotipada de la idiosincrasia española. En su libro dedica bastantes páginas a la narración de leyendas relacionadas con la historia de Toledo pero el resto de la región es una etapa de paso, una "tierra media" que debe recorrer necesariamente para llegar hasta Andalucía, tierra soñada de los viajeros románticos (LÓPEZ ONTIVEROS, A. 1988). Claro que esto no quiere decir que ignore por completo el paisaje, las costumbres y las gentes de La Mancha sino todo lo contrario, como ya veremos.
   El segundo de ellos, On the trail of Don Quijote (Londres, 1897), de August Jaccaci, es un viaje más estético que romántico, totalmente impregnado por la obra de Cervantes. Un relato que podemos situar en una corriente que denominaremos "sensibilidad fin de siglo". Este viajero americano llegó a la Mancha en las postrimerías del siglo XIX, años en los que España perdía sus últimas posesiones en Cuba, Puerto Rico y Filipinas y se sumía en una decadencia y un pesimismo que arrastraría hasta bien entrado el siglo XX. Jaccaci no es un simple turista sino un viajero, un explorador de la sensibilidad que ha meditado sobre el valor artístico de la obra de Cervantes y que ha decidido comprobar y revivir por sí mismo esos valores en la sociedad y en el paisaje manchego. Por tanto, el relato Por tierras de La Mancha es un texto que funciona inspirado por la novela de Cervantes. El camino que va a seguir Jaccaci es el mismo que siguió don Quijote. Por eso decidirá venir para convivir con la gente de La Mancha, observar y comprender sus costumbres, impregnarse del encanto de los paisajes por donde transcurrieron las aventuras y desventuras del famoso caballero y de su escudero Sancho. Este libro es un documento de gran valor sociohistórico sobre la vida y las costumbres de los pueblos de La Mancha a finales del siglo XIX y constituye una invitación a la lectura en el que la imaginación ocupa un papel primordial.
Antes de entrar en el análisis pormenorizado de cada uno de estos relatos, convendría situar el contexto en el que se producen, sobre todo para comprender mejor la imagen de la realidad española que quieren transmitirnos, una imagen que está relacionada con las inquietudes intelectuales, estéticas y espirituales de esa época en Europa.
   Ambos relatos responden a objetivos distintos pero unidos por el cordón umbilical del personaje cervantino y por el intento de recuperación del mítico sabor de un pasado perdurable.

1. La Mancha mítica del viajero romántico

   Los románticos son los enfants terribles de la civilización burguesa del siglo XIX, unos hijos que conciben al hombre como parte de un "todo" cósmico. El romántico es un hombre insatisfecho con su vida diaria, con la monotonía de su existencia. Por tanto, busca la exaltación intensa de la sensibilidad y del espíritu; de ahí la emocionante fascinación que ejercerán sobre el espíritu romántico los ambientes históricos mitificados, los paisajes pintorescos, el colorido exótico de las costumbres distintas a la suya, la atracción por lo fantástico y lo maravilloso. Es decir, todo lo que sea diferente de lo que está acostumbrado, nunca mejor dicho. Viajar por el mundo se convierte en un fin en sí mismo, porque el viaje contribuye a cultivar la sensibilidad y a exaltar la emoción del alma. Viajar es poder sentir la emoción de la aventura ante situaciones desconocidas e imprevistas. En definitiva, es poder descubrir las tradiciones y las costumbres de otros pueblos. A los románticos les debemos la preocupación por conocer la identidad histórica de los diversos pueblos del mundo, sus tradiciones y sus costumbres del pasado. Es a partir de 1830 cuando los temas españoles se ponen de moda en los teatros de París. Cierto que pintan una España estereotipada y tópica: intrigas con caballeros, toreros, gitanas y bandoleros. España se convierte en una tierra de peregrinación estética para poetas y escritores románticos europeos. Entre los temas recurrentes y que ejercen una atracción especial sobre los viajeros románticos extranjeros podríamos destacar los siguientes: la riqueza artística de muchas ciudades, la maurofilia, la variedad de los paisajes, lo pintoresco de determinados oficios que ya no existen en sus países, lo exótico de las tradiciones y unas costumbres que perviven ancladas en el tiempo. Todos estos elementos mezclados con la sensación de misterio, de peligro y de aventura de los viajes a lo largo y a lo ancho del país. Foulché-Delbosch contabiliza hasta 599 viajes de extranjeros por España en el siglo XIX. Entre los más numerosos están los franceses, seguidos de los ingleses, los alemanes y los norteamericanos Por nombrar algunos de ellos, citaremos a R. Ford Las Cosas de España y Manual para viajeros por España..., 1845, los de G. Borrow La Biblia en España, 1843; el Viaje por España,1867, de G. Doré y Ch. Davillier, y el Viaje por España, 1843, de Théophile Gautier.

2. Los viajeros decadentes de fin de siglo

   Denominamos "decadente de fin de siglo" el período que se extiende desde 1880 hasta 1914. En esa época, los viajeros extranjeros que vienen a España ya no encuentran el encanto de la imagen de España soñada por los románticos porque el país se encuentra sumido en una fase de decadencia y de "progreso". En efecto, el desarrollo industrial y el crecimiento de las ciudades no tienen entre sus prioridades el fomentar los valores artísticos ni las tradiciones. El desarrollo de las vías de comunicación, especialmente del ferrocarril, hace poco viable la aventura y la peligrosidad del trayecto. El viaje ha dejado de ser una aventura existencial que ofrecía emoción y entusiasmo. A nadie le interesa el patrimonio artístico, ni las iglesias góticas y barrocas. Todo se ha vulgarizado. España está sumida en una crisis de valores que afecta a todos los estamentos de la sociedad y en una angustia provocada por el desastre histórico del 98. Esto provoca un cierto desconcierto moral y espiritual que afecta a todas las capas sociales pero fundamentalmente a los intelectuales, que da lugar a una serie de movimientos estéticos que van a desembocar en movimientos modernistas y simbolistas. En ese contexto ideológico, artístico y literario hay que situar el relato de El camino de Don Quijote (Londres, 1897) del americano August F. Jaccaci.

3. Théophile Gautier: "Viaje por España" Voyage en Espagne (París, 1843 y 1845)

   El Voyage en Espagne, de Gautier, que había aparecido parcialmente en crónicas del periódico La Presse(1840), fue publicado en su totalidad en 1843 por el editor Magen, de París, y en 1845, por Charpentier, siendo ésta la definitiva y más completa. Una primera traducción al español fue realizada por E. de Mesa y publicada por Espasa-Calpe, en 2 volúmenes, en Madrid, en 1920. La traducción de los capítulos dedicados exclusivamente a Castilla-La Mancha ha sido publicada por mí, por la editorial BAM, en 1994, en Ciudad Real. Théophile Gautier emprende su primer viaje a España en 1840 pero no es hasta 1843 cuando aparece por primera vez una versión de este viaje a España con el título Tras los montes; ese mismo año, el teatro de variedades presenta el vodevil Un voyage en Espagne, pero es en 1845 cuando Gautier encuentra un nuevo editor, Charpentier, y lo reedita con el título definitivo, siendo recibido por el lector francés con gran entusiasmo.
   El libro es un conjunto de artículos que Gautier iba escribiendo semana tras semana, combinando la explicación turística, la crónica y el diario de viaje. Los capítulos están colocados cronológicamente, según el itinerario del viaje, pero al no estar escritos in situ, sino a posteriori, se observa que sus opiniones sobre Castilla o La Mancha están condicionadas por el esplendor sensual de Granada, donde en ese momento se encuentra; mientras que el capítulo que dedica a Granada adquiere unos rasgos poéticos, magnificados por la lejanía, ya que lo escribe en París en 1842.
   ¿Por qué ese interés por España en el siglo XIX, sobre todo hasta 1850? Las razones son de índole diversa: políticas, artísticas, literarias y económicas, no excluyentes entre sí, sino complementarias.
   El mito español que se difunde en esta época es continuado por los románticos sin modificarse sustancialmente, fundado en la dicotomía seriedad/alegría; indolencia/energía; honor/sensualidad; violencia/gentileza; Castilla/Andalucía; don Quijote/Sancho. A esta visión simplista se añade una serie de toques folclóricos, más o menos pintorescos (danzas, trajes, corridas de toros, gitanos, guitarras, etc.). La guerra de 1808 no hace sino confirmar esta imagen novelesca de un pueblo que se creía dormido, en el que la guerrilla juega el papel de mecha. La literatura española ocupa un lugar privilegiado en la cultura romántica francesa, tanto la literatura picaresca como el Quijote continúan siendo el espejo estético en el que muchos románticos se miran. Por tanto, Gautier participa de esta hispanomanía publicando artículos en La Presse, diario de París, en la sección de espectáculos, cultura y pintura. Poco a poco siente la necesidad de comprobar, de vivir, esa realidad española. A este deseo se añade el descontento y la desilusión de su vida en París, la escasez de medios materiales para desarrollar su actividad artística y su creciente inquietud por conocer otras culturas. En 1840 le propone un viaje a España, en donde se supone que, después de siete años de guerra civil, es el lugar apropiado para comprar cuadros, objetos de arte y antigüedades, al mismo tiempo que le servirán para escribir sus artículos sobre España y publicarlos en el diario La Presse y en la revista Deux Mondes, aunque muchos de estos artículos y poemas aparecerán con posterioridad al viaje en 1943 y 1945. Para Gautier, España es la tierra de lo inesperado, de lo imprevisto, donde la excepción es la regla. Esta singularidad española, esa diferencia, la hace atractiva, y es la base de la imagen que aún hoy guarda España para el turista, que no viajero. A. Dumas con su "África comienza en los Pirineos", resume su visión geográfica y cultural de España, idea contra la que luchan aún hoy sus gobernantes. Cuatro son las características que le interesan: su lejanía de Europa y su proximidad al continente africano (lo oriental, la maurofilia); su inquisición temperamental, espíritu inquisitorial; su decadencia política y económica (despoblamiento, abandono del cultivo, malos gobiernos, soledad en las ciudades) y su insolidaridad regional.
   A estos cuatro rasgos básicos que determinan la comprensión global de España del viajero decimonónico, habría que añadir otra, según J. Marías: sus diferentes rasgos culturales (MARÍAS, J. 1963). En lo que atañe a la percepción del relieve, para Gautier describir un paisaje no es relatar un accidente geográfico sino expresar un estado de ánimo, una sensación. La pobreza del español es otro de los elementos que contribuyen a la imagen heteróclita de este teatro romántico, porque provoca la proliferación de personajes primitivos, pasionales (bandoleros, toreros, criados y venteros). En cuanto al carácter, se observa una diferencia entre el andaluz y el manchego; el primero, jactancioso, locuaz, fanfarrón, mientras que el segundo se destaca por la seriedad, el silencio y el sufrimiento.
   Sin embargo, hay un cierto determinismo climático del carácter que provoca la pereza, la arrogancia, los celos, dando un sentido lúdico a la vida, una pobreza gozosa, que se rompe cuando creen ser objeto de mofa, resultando una gran susceptibilidad. Voyage en Espagne es un libro de juventud, apasionado, algo redundante, que abusa del código pictórico orientalista. La violencia del color y la aspereza del entorno son los componentes indisociables del libro. La luz es el elemento externo donde Gautier se baña cada día, utilizando la paleta magistralmente; cada color es utilizado con precisión de especialista; imaginaria, casi mitológica, una gran paleta de colores y formas inundadas de luz, un óleo de Fragonard o Wateau. La violencia del color y la aspereza del entorno poseen una autonomía que sólo la palabra es capaz de sugerir. El fuego del cielo convierte al paisaje en algo comestible, denso, tales como: "casas color miel, pueblos color de pan tostado". Cada perspectiva tiene su silueta, cada horizonte su dibujo: cribada de luz, inundada de sol. Pero el color no sólo está presente en el paisaje, sino también en la gastronomía, en la gente, inundándolo todo. Las metáforas culinarias que emplea son un contrapunto entre la sobriedad del castellano y su propia bulimia, no exentas de sarcasmo y de ironía. Ni la paella ni el gazpacho le inspiran entusiasmo. "Ni los perros osarían meter su hocico en tal mejunje", refiriéndose al gazpacho. Y "trozos de pollo esparcidos por doquier sobre una capa de arroz azafranado al estilo turco componían nuestra cena". Si los artículos sobre temas políticos no son abordados de una forma directa, pues los franceses, y especialmente los parisinos, están bien informados sobre la guerra civil; Gautier hace una radiografía trágico-cómica del ciudadano medio, queriendo hacer su revolución personal, fumándose un puro en el Café Comercial.
   Sin embargo, Gautier obtiene algunos primeros planos de este carácter hedonista que tanto desea, siendo capaz de valorar la excelente capacidad para el sufrimiento que tiene la gente y la falta de apego a los bienes materiales del español, mezclado con una buena dosis de humor, de sobriedad y de paciencia, como puede apreciarse en el párrafo del viaje en carreta por La Mancha, acompañado de una escolta de guardias civiles (cap. XI, pp. 229-231).
   En este sentido, Gautier descubre la sabiduría popular del hombre de la calle, que escapa a la ley del trabajo y la rentabilidad, donde la sobriedad y la integridad son su moneda de cambio, y es el placer su tasa de interés. Es la lucha entre la guitarra y el piano de cola, del bolero versus vals. Esta concepción romántica del mundo se pone de manifiesto en el desprecio que Gautier siente por la villa y corte, a remolque de París, en contraposición a Granada, donde se guarda la esencia de las costumbres más genuinamente españolas. La pintura es tratada superficialmente, y con cierto disgusto, excepto Goya y el Greco, debido fundamentalmente a las escenas truculentas de los mártires y religiosos; una pintura oscura que contrasta con un paisaje colorista y luminoso. "Es el país donde existen los peores cuadros del mundo." Sin embargo, da una gran importancia a la fiesta taurina hasta el punto de imaginar al torero como poeta en acción (cap. VII, XII, XIV)
   Gautier descubre con regocijo las costumbres individuales y colectivas de un pueblo artista. Recompensados por un cielo transparente, los manchegos tienen su vida en la calle, en el contacto social, que permite desarrollar una gran libertad individual y una fuerte independencia, sin apego a las comodidades y al confort burgués. El viajero se integra fácilmente en todos los círculos, ayudado siempre por la hospitalidad y la familiaridad con la que lo tratan, siempre alrededor de una hoguera, de un "puchero" o de una copa de vino, interrumpido tan sólo por la necesaria siesta. La religiosidad del pueblo español, su espiritualidad se sale también de la norma, se interioriza. Esta religiosidad roza en ocasiones lo tremebundo, lo escatológico. Las labores de riego y de trilla le llaman particularmente la atención. Son para Gautier escenas mitológicas sacadas de los libros de arte clásico, un gran óleo de Fragonard o de Watteau. Pero para Gautier, lo que diferencia este país de cualquier otro del mundo es el espectáculo de los toros, "la Corrida", "la Fiesta" por excelencia, que hace palidecer cualquier otro espectáculo. El torero repite un gesto milenario, atávico, mitológico. Esta visión que Gautier describe se debe a tres factores: por una parte, el mes escogido para realizar su viaje a través de La Mancha no es precisamente el más apropiado: en pleno verano; en segundo lugar es evidente que los pueblos que describe superficialmente eran, a principios del siglo XIX, pequeñas concentraciones humanas de labriegos o pastores, carentes de la menor infraestructura y alejados de las cuencas fluviales, si los comparamos con las aldeas francesas; y en tercer lugar, que estos artículos los escribe cuando ya está instalado en Granada, paraíso y meta de un viaje, siendo el contraste mucho más fuerte.

4. August F. Jaccaci: "Por el camino de don Quijote" (On the trail of d. Quichotte, Londres, 1897). La obra de un esteta americano en La Mancha

   El adjetivo más apropiado que podemos aplicar a August Jaccaci es el de esteta. Entusiasmado por la novela de Cervantes, por el valor humano de su Don Quijote de la Mancha, inicia esta aventura particular para descubrir por sí mismo el secreto del pasado, gozar de esas huellas que el ingenioso hidalgo fue dejando en su camino, insertándolas en el presente del paisaje manchego. Su relato está basado en el viaje que realiza en 1890 y, a diferencia de Gautier, el fin a alcanzar es mucho más modesto. No desea conocer toda España, no está interesado en comprar espadas ni objetos artísticos; ni siquiera en enviar sus crónicas a Estados Unidos para que sean leídas a modo de relato de aventuras; y el destino no es Madrid, ni Toledo, ni Granada, ni Sevilla, sino La Mancha, la ruta de don Quijote. Su objetivo es, simplemente, revivir los lugares, las gentes, los atardeceres que pudo contemplar ese loco universal. Se trata, por tanto, de un texto que funciona inspirado por otro (intertexto), influido por él, pero sin llegar a estar condicionado, ya que las sensaciones, las emociones que expresa Jaccaci son auténticas, son el resultado de "su" experiencia, de su vivencia, de su "yo" en relación con el entorno, con el universo idealizado y mítico de Cervantes. Los personajes con los que se encuentra son de carne y hueso, sufren, ríen, están vivos; y el paisaje, la llanura manchega, los atardeceres, no son ficticios; son reales. Penetran en la retina del viajero, recobran todo su color y se sienten.
   El libro de Jaccaci no es sólo una invitación a viajar por los pueblos y ciudades de La Mancha, sino también un desafío a la imaginación. Es, en definitiva, un documento de gran valor histórico sobre las costumbres, los hombres y las tierras de La Mancha.
   Esta obra se publica en Estados Unidos a finales del XIX, bajo el título de On the trail of Don Quijote, traducido al francés en 1901 y al castellano en 1915, por R. Jaén, en ediciones La Lectura, con el título de El camino de don Quijote. "Por tierras de la Mancha." Dado el número de galicismos encontrados, la edición debe ser una traducción de la misma obra en francés, que sería editada por Hachette en 1901, en París, en tela y canto dorado, con ilustraciones de Daniel Vierge, magnífico dibujante, que sabe captar las descripciones que realiza Jaccaci del paisaje y de las gentes que va encontrando a lo largo del camino. El libro está dividido en siete capítulos dedicados a los lugares en los que se supone que se inspiró Cervantes para crear su personaje. El primero está dedicado al "Camino de Argamasilla"; el recorrido parte de Madrid, pasando por Ciudad Real y Manzanares hasta llegar a Argamasilla, donde aprovecha para describir de una manera admirable una bodega y el coche correo. El segundo capítulo lo dedica a la villa de Argamasilla de Alba, realizando una perfecta descripción del paisaje que la rodea, de las calles que conforman esta población, del carácter y costumbres de sus habitantes. La elaborada descripción adquiere la categoría de la más expresiva pintura, por el dominio del color, de la luz, del perfil de cada rincón; incluso supera la fantasía pictórica, puesto que los olores parecen también estar presentes. Leyendo a Jaccaci nos sentimos parte del pueblo de Argamasilla, oímos a su gente, paseamos por sus calles, podemos percibir el olor de sus hogares, el aroma de sus guisos, que nos acompañan donde quiera que vayamos. Gregorio, el dueño de la Posada del Carmen, nos habla, nos integra directamente. En un alarde de realismo, costumbrismo y romanticismo, todo el pueblo toma vida. La posada es un microcosmos que el autor aprovecha para conocer el carácter de la gente, de los principales personajes de Argamasilla. El tercer capítulo está dedicado a la Cueva de Montesinos, los Batanes, Ruidera, Ossa de Montiel y las Lagunas. Pero no sólo es una descripción pintoresca del lugar, sino también una crítica irónica y mordaz sobre los personajes que encuentra en el camino (cabreros, guardia civil) y de su gastronomía. La dureza del clima, unida a la austeridad en la comida y la vivienda, dan como resultado esa idiosincrasia que tan bien supo plasmar Cervantes en el Quijote. El cuarto capítulo está dedicado a Montiel y a sus gentes, una tierra desolada, estéril, que imprime carácter, que convierte a sus habitantes en reservados, taciturnos y sombríos, aunque muy cordiales, donde el tiempo se ha detenido (a propósito del enfrentamiento entre Pedro el Cruel y Enrique de Trastámara). El quinto capítulo es uno de los más interesantes. La inmensidad de la llanura se muestra con toda su dureza y su esplendor, mancillada únicamente por los molinos de Campo de Criptana y de Herencia, así como por la posada de Alcázar de San Juan. El sexto capítulo está dedicado a Sierra Morena, Valdepeñas, Almuradiel y el Viso del Marqués, una ruta que Jaccaci realiza en tren, lo que le permite disfrutar aun más del paisaje. Su viaje en tren termina en Almuradiel, donde el paisaje cambia de ropaje, anunciando la proximidad de Andalucía. La descripción del Viso del Marqués no tiene nada que envidiar al mejor cuadro impresionista: es una paletada llena de color local, un espejo lleno de vida, por el que desfila toda una galería de personajes, vistos a través de una posada sin cristaleras: la de la señora Teresa. En el último capítulo, dedicado a Despeñaperros, Jaccaci ofrece un auténtico recitar poético, digno del mejor de los poetas:

La noche fue dejando poco a poco sus blandas sombras transparentes. Más tarde, la luna fue esparciendo sus brillantes cabellos de plata, evocando fantásticos mundos de sombras y de luces.

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