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Cuadernos de historia de España

versión impresa ISSN 0325-1195versión On-line ISSN 1850-2717

Cuad. hist. Esp. v.80  Buenos Aires ene./dic. 2006

 

Olivari, Michele, Entre el trono y la opinión. La vida política castellana en los siglos XVI y XVII, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, 2004, 260 páginas

Mariana Fábrega

[edición original, Fra trono e opinione. La vita politica castigliana nel Cinque e Seicento, Venecia, Marsilio Editori, 2002]

... las palabras se transformaban casi sin solución de continuidad en revuelta colectiva transmitida fácilmente por los caminos de pueblo en pueblo, de una plaza mayor a otra.
Michele Olivari

   Resulta, sin dudas, interesante indagar en los comportamientos y las actitudes de una sociedad enfrentada a una realidad en continua transformación, fruto de una expansión territorial crecientemente cambiante y una cosmovisión pretendidamente homogénea, aun cuando dejaba amplios márgenes para los disensos. Éste es el panorama de análisis que nos presenta la obra de Michele Olivari, peculiar representante del hispanismo italiano quien, con una sólida formación humanística, nos permite bucear en los intersticios de un complejo social en continuos cambios, tal como es el objeto de este estudio.
   A través de la obra, el lector comienza a descubrir la acertada amalgama de indagación bibliográfica y documental con el trasfondo analítico que logra Olivari, lo cual resulta revelador de las manifestaciones que transformaron el ideario castellano durante la Modernidad. Si, a todo ello, le sumamos la abarcativa y aguda mirada que se logra sobre esta problemática, el libro cobra especial importancia en un contexto como el actual, atravesado por múltiples formas de acceso a la información y difusión de la misma: quizá por ello nos parezca, casi por instantes abismal, descubrir los básicos y rudimentarios canales de la opinión pública castellana de entonces, los cuales, a su vez, se revelan como extraordinariamente eficaces.
   A lo largo de seis capítulos desarrollados en tres grandes ejes: "Ideas y actores", "Culturas y tensiones" y "Las dimensiones anómalas", Olivari logra un excelente equilibrio entre la fluidez de una escritura brillante y el exhaustivo desarrollo de núcleos analíticos de profundo rigor intelectual, dando como resultado esta obra. En ella, Olivari -además de profundizar en su objeto de investigación- trata de escapar de los clásicos cánones del hispanismo extrapeninsular, superando el debate romántico-nacionalista generado y difundido en el ámbito europeo de la leyenda negra sobre el imperialismo español. A la vez, va más allá del debate valorativo sobre el humanismo español, situándose en el epicentro de la cultura del siglo XVI al diseccionar "las claves internas del discurso religioso y la proyección intelectual a lo largo del siglo XVI, sin otra aspiración que encontrar la lógica interna, la racionalidad que inspira los comportamientos de los poderes establecidos, la normalización de la vida pública española que entierra los viejos y anticuados paradigmas de excepcionalidad". Y lo cierto es que aquí aparece, una vez más, uno de los tópicos que, si bien podemos considerar como netamente hispánico y con raíces cuyo origen radica en la Modernidad, tiene una connotación todavía actual, y esto es la "cuestión de la excepcionalidad", sobre la que tanto se ha tratado y debatido. Ahora bien, alejándonos de los cuestionamientos que exceden el marco de esta obra, y que nos remiten a lineamientos que requieren un tratamiento mucho más abarcativo, debe considerarse que la tesis de Olivari se mueve entre el absolutismo real y la opinión pública, en un Estado y una sociedad mixtificados, donde se redimensiona el rol de los actores y se centra el análisis en las estrategias de escenificación del poder. Así, la observación de las actitudes y preferencias hacia sucesos y circunstancias de interés mutuo nos revela tendencias y cuestionamientos donde asoma un conjunto creciente de expresiones individuales y colectivas en un marco de relaciones de poder en construcción. Sujetos que van percibiendo una realidad cambiante que ya pronto los interpelará como súbditos de un reino devenido estructura imperial, eje de las controversias políticas y religiosas y eco de las corrientes ideológicas del concierto europeo, todo lo cual conlleva una necesaria interrelación entre textos y contextos, a pensar en la construcción de identidades, en la conformación de un nosotros -y en la consecuente visión del otro sobre nosotros-, lo cual resulta interesante para reflexionar sobre la cuestión de las excepcionalidades españolas y el punto en el cual, al tratar la naturaleza del poder real y la conformación de la pirámide social, podemos rastrear las raíces de un debate que muchos investigadores tienden a considerar como exclusiva y típicamente ilustrado. Quizá por ello estudiosos como García Cárcel consideran que esta obra replantea el concepto de opinión pública que Habermas había circunscripto al siglo XVIII, ya que Olivari rompería este mito situando sus orígenes en las primeras décadas del siglo XVI al considerar a la opinión pública como un objeto preexistente al ideario ilustrado, pudiéndosela hallar mixtificada con el pensamiento docto y erudito precedente. Esto nos permite pensar en que hay márgenes de decisión, de elección, que escapan los círculos acotados y las "miradas selectivas" que elaborarían los discursos ideales sobre la realidad y el campo social, y una buena pregunta sería entonces plantear hasta qué punto la interrelación Estado-sociedad se muestra como un engranaje perfecto o bien se permite vislumbrar el resquebrajamiento de una estructura que no es monolítica sino, al decir de García Cárcel, heterodoxa, lenguaraz y plural. Sin duda, a través del desarrollo de los capítulos, Olivari juega con el planteo de estas hipótesis y nos devela multitud de ejemplos a través de los cuales se refleja una construcción colectiva de ideas e ideales, de imágenes e imaginarios de una sociedad atenta a una vida política ya no peninsular, sino europea e imperial. Y ello lo propone Olivari en el capítulo 1, "Concepciones y opinión: itinerarios y huellas de temas y actitudes", donde explicita que la expresión "opinión pública" no es unívoca, sino "algo dificilmente constatable y aun menos cuantificable, de presencia huidiza". Emerge así la definición de un objeto cuya naturaleza implica una inestabilidad inherente, lo cual resulta el punto de partida para el estudio de una sociedad que, tal como se ha mencionado anteriormente, se halla en una encrucijada de redefinición que es, a la vez, fruto de fuerzas concéntricas y reflejo de cambios externos. La abundancia de fuentes utilizadas revela la magnitud de un universo tan amplio y heterogéneo: desde tratados de teólogos y de juristas hasta cartas de personajes famosos o desconocidos, desde actas de los cabildos municipales y deliberaciones de las cortes hasta textos literarios y refranes, son considerados por Olivari como insumos necesarios, muchas veces extraordinariamente útiles por no haber sido, muchos de ellos, objeto de iniciativas censoras. Esto último nos devuelve a la cuestión de la interrelación entre textos y contextos: los productos de la reflexión intelectual en el ámbito público, o bien la escritura de reflexiones desde la intimidad de una carta, son rasgos de una mentalidad que Olivari pretende revelar en sus múltiples facetas de expresión: itinerarios y huellas que nos permiten visualizar estrategias familiares, redes clientelares y patronazgos, sin quedarnos, sin embargo, solamente en "lo alto" sino buceando en las manifestaciones más amplias de los intereses, los comportamientos y las ideas que muestran tanto las actitudes de quienes estaban en la cúspide del poder como también el reflejo de las representaciones mismas que éstos generaban, lo cual nos remite a un juego de espejos entre nosotros y otros en el seno de la sociedad española, que permite a Olivari rescatar la visión de Maravall acerca de la "imposibilidad de limitarse al estudio de los centros de mando y de los aparatos al delinear la fisonomía de la autoridad política". Además, debe considerarse esta interrelación de textos y contextos no sólo para el análisis del objeto de esta obra, sino también para considerar que la importancia de la opinión pública nos remite a un particular desarrollo de la producción historiográfica española a lo largo del siglo XX, capaz de lograr una mirada más aséptica en los últimos años sobre el propio pasado y la cuestión del poder. Una larga duración entre la vitalidad y la plasticidad de la sociedad de la España moderna y la tenacidad y vivacidad que la opinión pública logró bajo el franquismo y, tras la revisión de esta etapa, emerge como un ejemplo de estas trasposiciones entre el estudio del pasado y la cotidianidad del mundo académico, en una nueva dimensión de textos y contextos y en interpretaciones "no carentes de ingenuidades y forzamientos": por ello Olivari propone huellas e itinerarios que no sólo nos revelen las alturas, sino una multiplicidad de lógicas y concepciones, para ahondar en la trama compleja de nociones y principios que obraban en las ideas y en los sentimientos de los súbditos, una trama cuyo resultado era el territorio sólido y relativamente estable de la opinión. Huellas e itinerarios que muchas veces escapan a los planteos ideales de la cosmovisión regia, para adentrarse en los irregulares canales de divulgación de los se dice: si la opinión existía, debía hacerse uso de ella; por eso no se consideraba incongruente incorporar fragmentos de habladurías que circulaban por el reino en tratados doctos para lograr la capacidad de influir en el príncipe o en el ámbito cortesano, en tanto se consideraban canales de expresión a través de los cuales se sorteaban las difusas vías y huellas de la oralidad para ingresar en los itinerarios de la escritura. Tal como refiere Olivari, "refranes y composiciones literarias, actas parlamentarias, comentarios orales que afloran en páginas escritas de diverso tipo, tratados, dan testimonio de la estructuración de una capacidad crítica, socialmente heterogénea, que sabía observar y seguir la labor de los poderes seculares y eclesiásticos, comentando y juzgando su acción y, en alguna medida, influyendo en su comportamiento". Una opinión pública con una presencia activa, tal como se refleja a lo largo del capítulo 2, "Grupos sociales, profesiones y clase política", donde se revela el juego de múltiples significados de los distintos actores sociales: desde la aristocracia, a la cual considera Olivari a partir de algunos estudios de caso, la funcionalidad específica de la cultura nobiliaria -frente a las exigencias de la Corona- y la contribución de una particular sensibilidad al bagaje ideológico de la cultura castellana, como también a través de correspondencias comerciales, textos autobiográficos o memorias familiares se pueden reconocer ideas, criterios y concepciones de la política entre los integrantes de los grandes mercaderes y financieros, otro grupo importante a considerar. Asimismo, la historiografía reciente se ha centrado en los letrados en tanto permiten visualizar la confluencia de la riqueza de la política española, con la cultura y las experiencias e ideologías de los que ejercían poderes reales o funciones públicas: abogados y médicos también imponían su particular visión sobre algunos aspectos de la realidad social incorporando, muchas veces, filtros de análisis respecto de las realidades cotidianas, que se nutrían de las particulares racionalidades del ejercicio de sus propias profesiones.
   La Segunda Parte de esta obra, "Culturas y tensiones", se inicia con el tratamiento de la problemática del mundo universitario y su relación con la Corona: instancias de formación de opiniones e intervencionismo sobre una de las esferas más fuertes de estructuración de tendencias ideológicas y centro del interés de control, como lo eran entonces -y podríamos preguntarnos si tan sólo entonces, o bien esto puede ser otro ejemplo de larga duración- las universidades por parte del poder estatal. La obediencia era un resorte fundamental en la estructura del poder regio, y este recurso político no podía, ni debía, malgastarse. Por ello Olivari considera profundamente interesante aquellos casos en que la inquietud intelectual y el malestar social se articulan y nos permiten visualizar desafíos a aquella pretensión de intervencionismo en el campo de formación de las ideas y control de las actitudes de los sujetos sociales. Y en este juego de tensiones entre el sólido cimiento de un vívido catolicismo ibérico, la ideología del servicio regio y sus conflictos inherentes se trazan las líneas directrices del tercer capítulo del libro, "Historias de universidad, de conflictos y de pública opinión". La racionalidad del derecho podía defender y difundir los principios de la religión, en algunas oportunidades, mucho mejor que la más ferviente espiritualidad, pero aun así los rasgos de una creciente religiosidad materializada en muestras e instancias colectivas brindaba un singular protagonismo a los se dice, al "reino de la opinio", lo cual presentaba algunas aristas que la Corona debería limar. Precisamente, el siguiente capítulo de esta obra comienza enfatizando la importancia del mundo urbano, en tanto protagonista de la vida política, generalmente "en términos distintos de la norma": desde la lucha de la elite por la posesión de cargos municipales de gobierno -y el control de los recursos emanados del ejercicio de la magistratura- hasta el movimiento comunero, el mundo urbano refleja, según Olivari, una transformación profunda del carácter y forma de la vida pública. Un escenario para observar la articulación entre las elites urbanas y la alta nobleza cortesana, pero no sólo para ver la política "desde lo alto", sino también para reconocer los ecos del patrimonio cultural universitario en los debates de las salas capitulares de los municipios o las reacciones del vecindario, lo cual muestra crecientes momentos de tensión y alarma y borraría la pretendida imagen de una pacífica relación simbiótica entre oligarquías locales y estructura regia. Así, el rol y la vitalidad de las Cortes demostraría un trasfondo de experiencias cívicas e intelectuales expresada en lenguajes que demuestran la circulación de los saberes universitarios más allá del ámbito académico y en rituales y criterios de orientación que conllevaron al desarrollo de una sensibilidad y un sentimiento de cohesión que revelan un modo de pensar general: por ejemplo, en los movimientos antifiscales queda claro que el peso de la opinio iba mucho más allá de la simbiosis clientelar entre elites locales y entorno cortesano. Por ello Olivari afirma que, si bien la opinión "no solía ofenderse demasiado por el lenguaje de los intereses moderados [...] no era insensible", por lo cual, cualquier exceso podía alterar la relación entre poder y opinión, entre Estado y sociedad, y romper el delicado equilibrio simbiótico que trataba de promoverse e instalarse como una realidad acabada y consensuada. "En el Siglo de Oro, ya se tratara de Cortes, de municipios, de jesuitas o de Antonio Pérez, los mecanismos concretos y directos del ejercicio de la autoridad y de la protección eran tanto más eficaces cuanto mejor sabían salir del cerrado ámbito gubernativo para considerar atentamente las ideas y los sentimientos de los castellanos".
   Finalmente, la Tercera Parte del libro se adentra en las consideradas "anomalías": una "anomalía crónica", tal como considera Olivari a la relación Iglesia-Estado (la cual desarrolla a lo largo del capítulo quinto) y las "anomalías fisiológicas", que dan margen a la consideración de los conflictos locales y tumultos y consisten en los contenidos que se desarrollan en el sexto y último capítulo, que precede a la Conclusión de esta obra. Considerando a la Iglesia castellana como "un gran organismo cohesionado en torno a denominadores y objetivos comunes espirituales y materiales bien definidos, pero animado por diversos actores que perseguían estrategias diferenciadas y a menudo articuladas, como mínimo en el plano de las relaciones con los poderes seculares y con el papado", Olivari la observa como una instancia en la cual, si bien había margen para núcleos de insatisfacción y desconfianza, también existía la reciprocidad y la generosidad entre el poder regio y la Iglesia. Desde la propia misión espiritual -conteniendo y atenuando las tensiones sociales- hasta los púlpitos y confesionarios -que activaban a través de la elocuencia, los comportamientos, y orientaban las conciencias- el clero era consciente de la importancia política de su prédica y los funcionarios regios los veían como un apoyo insustituible, aunque delicado y peligroso, a la vez. La dialéctica de actitudes frente al Santo Oficio revela, también, la falta de cohesión que atravesaba el orden clerical, pese a la obvia homogeneidad de adherir al conjunto de principios cristianos y la relativa ambigüedad de una toma de posición que, entonces, dista de ser monolítica: según Olivari, la simbiosis Iglesia-Corona "no es fluida y operativa sin más, sino problemática y no libre de tensiones. La plena conciencia de estos límites, que en ocasiones viene probada por las fuentes tanto eclesiásticas como seculares, es una razón más para la distinción entre clero y clase política, pese a entrecruzamientos y yuxtaposiciones de diverso tipo". Una "anomalía" que encuentra puntos de conexión con las "anomalías fisiológicas" al decir de este investigador genovés, ya que ni la piedad ni la devoción castellanas pudieron evitar controversias en torno al culto mariano, a lo largo del siglo XVII, ni tampoco la emergencia de síntomas de conflictividad social que, paradójicamente, muchas veces se canalizaron en torno a las problemáticas derivadas de la religión y la religiosidad (y no solamente en España, sino también por todo el escenario europeo). "La complejidad de la estructura del poder político no permite trazar una relación unidireccional entre quien mandaba y quien estaba obligado a obedecer. Como tampoco la reconstrucción de la búsqueda del consenso con manifestaciones propagandísticas y legitimadoras, como las fiestas o las ceremonias religiosas, atenúa la inadecuación de esquemas dependientes de presupuestos de ese tipo. De hecho, el carácter segmentario de la autoridad de gobierno, la fluidez de las relaciones entre instituciones, las normas que regulaban la vida pública, las tradiciones jurídicas y culturales, permitían, cuando no favorecían, el disentimiento, la oposición, la resistencia legal. El apoyo de la opinión otorgaba a menudo capacidad de resistencia y de negociación y una sólida base a las actitudes de oposición a las directivas del trono y de los organismos que eran su emanación directa". De esta forma, tanto la multiplicidad de reacciones frente al poder como la variedad misma de recursos a los que éste remite sus instancias represivas y de control generaron lógicas disímiles y quiebres en el "espíritu de cuerpo" tanto de insubordinados como de reguladores del orden, quedando todos atravesados en la trama de los se dice, sujetos al poder de una opinión capaz de condenar, avalar o apelar.
   Una nueva gama de las interrelaciones entre textos y contextos. Y, sin duda, uno de los riesgos más latentes en nuestras actuales sociedades de la información. Ya sea a través del peso de rumores o de las ideas intercambiadas en conciliábulos, los criterios de credibilidad de los se dice se potenciaban: más allá del control regio y de la ambigua y simbiótica relación con la Iglesia, más allá de los discursos elaborados por los precursores de una protoilustración hispánica y de la circulación de saberes desde universidades hasta plazas, caminos y tabernas, el peso de la opinión pública resulta innegable tras la lectura de la obra de Olivari: abundancia de referencias documentales desarrollando una amplitud de criterios en la selección de fuentes y extraordinaria claridad analítica, poder de síntesis combinado con un exhaustivo buceo de las distintas vetas de observación de la temática, hacen de este libro una obra ejemplificadora de una adecuada interrelación entre niveles micro y macro, una verdadera interacción entre textos y contextos.

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