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Cuadernos de historia de España

versão impressa ISSN 0325-1195versão On-line ISSN 1850-2717

Cuad. hist. Esp. v.80  Buenos Aires jan./dez. 2006

 

La Plaza Mayor de Salamanca, bajo la dirección de Alberto Estella Goytre y la coordinación de A. Vaca Lorenzo y María Nieves Rupérez Almajano, 3 vols, Caja Duero, 2005.

María Estela González De Fauve

   El 250º aniversario de la terminación de la Plaza Mayor salmantina ha sido ocasión para la celebración de una serie de actividades culturales y sociales relacionadas con su historia y para la publicación de tres importantes volúmenes que llevan por título "Antecedentes medievales y modernos de la Plaza", "Las construcción de la Plaza" y "250 años de la Plaza". Se ha contado para esta excelente edición con el patrocinio de Caja Duero.
   Se trata -según palabras del director de la obra, Alberto Estella Goytre- de "una importante obra colectiva". Para la redacción de ella fueron convocados literatos, historiadores, sociólogos, geógrafos, estudiosos del arte, hombres de prensa y fotógrafos. Se buscó reunir a especialistas que plasmaran el interés y el éxito que había despertado el programa de la Capitalidad Europea de la Cultura del año 2002 y que dejaran sentada, con sus investigaciones, la importancia que este ágora -como centro convocante de la ciudad- tuvo y tiene tanto para los salmantinos y españoles como para todo aquel foráneo que llegue hasta esta plaza considerada por muchos la más armoniosa y bella del mundo.
   En el primer tomo colaboraron Luciano González Egido, premio Castilla y León de Literatura, con un sugerente capítulo titulado "La plaza de Oro". En una multifacética descripción de las plazas de las ciudades europeas, africanas y americanas -cada una con su encanto- reconoce que la de Salamanca es la idea platónica de plaza, la que tentó la imaginación de poetas y escritores y la que representa más acabadamente el lugar de sociabilidad ejecutado, como era tradición, con la piedra arenisca de Villamayor. Luego de trazar las transformaciones que sufrió ese ámbito, recoge las opiniones de varios viajeros extranjeros que destacan su forma, sus arcadas y la ornamentación de sus fachadas para finalizar su viaje con estampas propias y de varios intelectuales hispanos recogidas como en una antología histórica.
   La segunda participación es la de un medievalista destacado de la Universidad de Salamanca, Ángel Vaca Lorenzo. Considera que es necesario trazar un cuadro de los orígenes del espacio urbano que, con la repoblación de la ciudad por el conde Raimundo de Borgoña al comenzar el siglo XII, marcaría la integración de Salamanca al reino castellano. Sin embargo, las dudas sobre la casi total despoblación de cristianos y el asentamiento de grupos bereberes continúan. Sostiene en un pasaje: "Salamanca, al igual que los demás espacios extremaduranos, quedó como «tierra de nadie», en una franja fronteriza abierta a las correrías de cristianos y musulmanes". No debió ser, por tanto, importante la presencia islámica en Salamanca ya que el lugar no se menciona en obras de geógrafos e historiadores árabe-islámicos del período comprendido entre los siglos VIII y X ni tampoco las búsquedas arqueológicas han aportado elementos que permitan afirmar una presencia islámica relevante.
   Es evidente, señala Vaca Lorenzo, que Salamanca aunque mantuvo su poblamiento sufrió un retroceso en cuanto centro urbano con el abandono del poder político y religioso, la pérdida de su organización administrativa y el atraso de la actividad artesanal y comercial.
   El autor pasa luego a señalar los intentos de repoblación de Salamanca llevados a cabo por Ramiro II que fracasó, pese a que no se produjo el abandono y la despoblación total de la frontera del Tormes. La ciudad sufrió tres aceifas llevadas a cabo por Almanzor quien la conquistó en 986 sin destruirla ni despoblarla totalmente. El capítulo dos, a cargo de José Luis Martín Martín, trata sobre la urbanización de la ciudad y el nacimiento del Azogue Viejo o primer mercado de Salamanca, tal vez anterior al edificio de la Catedral Vieja.
   Alfonso VI, rey castellano-leonés, encomendó, a finales del siglo XI o comienzos del XII, a su yerno, el franco Raimundo de Borgoña, la organización de alguna ciudad que ayudara al control del espacio comprendido entre el Duero y la cordillera Central. Pero fue Alfonso VII quien dio impulso al nuevo centro fundado y se ocupó de impulsar la urbe en sus aspectos administrativos, eclesiásticos, militares y comerciales. La crónica del emperador Alfonso VII destaca que "la ciudad de Salamanca se hizo grande y famosa por sus caballeros y peones y muy rica...". Con este desarrollo se afianza la actividad del Azogue Viejo, que estuvo muy unido a las actividades que practicaban los artesanos cuyas tareas se relacionaban con la transformación de los alimentos y la confección del vestido y del calzado. En el primer rubro se destacan los panaderos y los carniceros cuyos productos eran básicos en la alimentación medieval. Sin embargo, existe bastante variedad de otros productos como paños, joyas, tapices, elementos de orfebrería, etcétera.
   El tercer capítulo -a cargo de A. Vaca Lorenzo- se ocupa de diversos aspectos que influyeron en la organización de la futura Plaza Mayor y de la incidencia que tuvo en la urbe la llegada de inmigrantes, entre otros, portugaleses, bergancianos, serranos, mozárabes, castellanos y toreses. A éstos hay que sumar la importante comunidad judía que se ubicó al sur de la ciudad, cerca del alcázar. A raíz de este aporte inmigratorio, en 1147 hubo que ampliar la muralla.
   Al siglo XII pertenece la construcción de una puerta de entrada: la Puerta del Sol, mencionada en unos pocos documentos y que el autor considera "un intento fallido de plaza mayor, una plaza para todos". De todos modos hay que tener en cuenta que hasta el siglo XIII el plano salmantino se articuló sobre un eje que unía la Puerta del Río con la del Sol. Esto constituyó "un importante nudo de comunicaciones en las cuatro direcciones... y un activo polo comercial".
   Varios incendios tuvieron lugar, en la baja Edad Media, en los edificios vecinos a la Puerta del Sol. El más destructor fue el acaecido en 1468 que afectó, además de viviendas particulares, las casas del concejo.
   El crecimiento habitacional dentro de la muralla tuvo su correlato con el poblamiento de los arrabales y barrios exteriores. La concentración de tiendas y boticas se incrementó en torno a la Puerta del Sol y fue, a partir del siglo XIII, el principal centro de la actividad artesanal y comercial permanente de la ciudad.
   También en el mismo siglo se afirma la autonomía municipal y el autogobierno concejil en beneficio de los caballeros que ejercerán su control sobre los cargos concejiles. Tres modificaciones importantes experimentó la ciudad y con ella la situación de punto neurálgico que tenía la Puerta del Sol. La primera tuvo lugar con la construcción de la Casa de las Conchas, promovida por el Dr. Rodrigo Maldonado de Talavera, regidor de Salamanca y, en 1475, miembro del Consejo Real. Para 1503 la bella casa ya estaba finalizada. La segunda modificación fue la edificación frente a ella del Colegio Real de la Compañía de Jesús a principios del siglo XVII, diseñado por el arquitecto Juan Gómez de Mora y cuya finalización coincide con la expulsión de los jesuitas por Carlos III. El tercer cambio del entorno de la Puerta del Sol se produjo en el siglo XIX con las obras que se realizaron para arreglar los destrozos producidos por la Guerra de la Independencia y la ampliación y prolongación de ciertas calles.
   Comparten la autoría de la cuarta parte de la obra dedicada a la Plaza de San Martín José M. Martínez Frías, José L. Martín Martín y A. Vaca Lorenzo. Coinciden todos en otorgar relevancia a ese centro neurálgico de Salamanca en la Edad Media por tres factores: la existencia de la iglesia de San Martín fundada en 1103 y dedicada al santo galo, por el proceso repoblador salmantino que habitó su entorno y por la función comercial que adquirió la zona a partir del desplazamiento, por falta de espacio, de los dos centros comerciales más antiguos: el Azogue Viejo y la Puerta del Sol.
   Hay que tener en cuenta, además, que allí se establecieron los órganos del gobierno concejil, los controles del abastecimiento urbano y se llevó a cabo la celebración de las festividades religiosas y sociales.
    Por otra parte, el templo se vio involucrado en los enfrentamientos nobiliarios -luchas de bandos- durante los reinados de Juan II y Enrique IV y fue escenario de las celebraciones municipales.
   Después de realizar el estudio artístico del edificio sagrado, la evolución que sufrió y la utilización de la iglesia como espacio funerario de los linajes más influyentes, se estudia el aporte de repobladores que tuvo la ciudad salmantina. Se destaca la importancia que adquirió la Plaza de San Martín situada entre una serie de collaciones predominantes y el lento proceso que lleva a convertirla en el centro geográfico del conjunto rodeado por la cerca nueva y también del término de la ciudad. Este ascenso tuvo además, como complemento -superada la crisis del siglo XIV- el aumento de población y la mayor demanda de alimentos y de productos manufacturados, tanto en el mercado semanal como en la feria anual y en el comercio permanente, todos ubicados en el escenario de la Plaza San Martín y las calles adyacentes.
   También en el ámbito institucional hubo cambios, que el autor de este acápite resume en tres aspectos: el triunfo del concejo cerrado; la institucionalización de la figura del corregidor como máxima autoridad judicial de la ciudad y su tierra y el avance del sector oligárquico en la participación directa en los cargos de gobierno en desmedro de los sectores populares.
   La última parte de este capítulo se ocupa del abastecimiento y del control de los productos que consumía la población de la ciudad y del término. Otro de los aspectos tratados versa sobre el marco que aportaba la plaza para los encuentros sociales y festivos que, para finales del siglo XV, ya era conocida como "Mayor". Otro de los problemas que se plantea el autor es el del mantenimiento de la limpieza de la ciudad.
   La quinta parte de este tomo primero ha sido realizado por María N. Rupérez Almajano y María del Mar Gragera Rodríguez y su contenido se ubica temporalmente entre fines del Medioevo hasta 1729. Aunque han contado con una documentación fragmentaria e incompleta, logran apuntar noticias significativas de las profundas modificaciones que experimentó la Plaza a lo largo de los siglos XVI y XVII y las variantes que sufrió la organización espacial para mejorar el aspecto público y despejar las calles.
   La sexta parte dedicada a la plaza como espacio cívico y festivo lo ha realizado María del Mar Gragera Rodríguez quien destaca que, como en todas las ciudades del Barroco, en Salamanca "los representantes de la autoridad monárquica, la Iglesia, la Universidad, la nobleza y las nuevas clases urbanas pugnaron por hacer patentes, en la trama urbana y en la mentalidad colectiva, los signos de su presencia; y, en especial con motivo de la celebración de festejos de todo tipo". La plaza es un "espacio desacralizado", pero amenizado por las campanas de parroquias y monasterios. Allí se organizan los espectáculos religiosos pero también los juegos y espectáculos como procesiones, misas, danzas, toros, juegos de cañas y desfiles. Allí también tenían lugar alteraciones del orden público ocasionadas por los estudiantes universitarios.
   El tomo segundo de la obra se titula La construcción de la Plaza. Su redacción fue encargada a Alfonso Rodríguez G. de Ceballos mientras que el aporte fotográfico lo realiza Joaquín Bérchez.
   Luego de una introducción donde se aclara que el contenido de la sección asignada a Rodríguez G. de Ceballos es parte revisada de una obra anterior del autor publicada en 1977 y reeditada en 1991, y que en la edición actual se han introducido cambios tanto en la parte escrita como en la parte gráfica.
El primer período dedicado a la construcción de la plaza abarca desde el año 1729 hasta 1735. No existe consenso acerca de la fecha de comienzo de las obras, aunque se considera que la cédula de Felipe V de 1707 es la que otorga el permiso para las obras que no se iniciaron hasta la fecha que consta bajo la efigie de San Fernando, el 10 de mayo de 1729, con el apoyo del corregidor salmantino D. Rodrigo Caballero. Se aclara que la plaza de Madrid, la del Ochavo de Valladolid y la del Cuadrado de Córdoba sirvieron de modelo para la de Salamanca. Alberto Churriguera, madrileño, obtuvo el nombramiento de maestro mayor de obras, que dirigió hasta 1738, fecha en que se estancaron las obras y marchó a Madrid.
   El autor señala que "si bien la Plaza Mayor de Salamanca por su forma totalmente cerrada y por la existencia de un pabellón llamado Real pudiera en apariencia tener algo que ver con la plaza real francesa, en realidad su función de servir al mercado, al tráfico y a los espectáculos públicos la convierten en un recinto primordialmente cívico. Finalmente los medallones con su serie de monarcas, pero también de héroes, capitanes, descubridores, conquistadores, sabios y santos españoles son la evocación gloriosa de la historia patria".
   Dedica el autor los siguientes acápites a hacer una detallada mención del personal que trabajó en la construcción y de los materiales que se utilizaron en ella, en su mayor parte la piedra arenisca de Villamayor con su tono dorado característico.
   También menciona Rodríguez G. de Ceballos el período de interrupción de la obra (1735-1750) debido a pleitos suscitados con propietarios de casas y viviendas que se veían afectados por la construcción de la plaza.
   Otro aspecto que se destaca es el papel que la Plaza Mayor tiene en la historia de la arquitectura y del urbanismo y la función que cumple hasta la actualidad. Añade un apéndice documental relativo a la construcción y proporciona una lista de fuentes manuscritas y de bibliografía conectada con el monumento.
La segunda parte titulada "Ensayo fotográfico", a cargo de Joaquín Bérchez es un conjunto de espléndidas fotografías desde todos los ángulos posibles de la plaza y de sus detalles ornamentales.
   El tomo tercero de la obra estuvo a cargo de varios especialistas: María Nieves Rupérez Almajano, Conrad Kent, David Senabre López, Alberto López Asenjo, Juan A. Pérez Millán, Enrique de Sena, José Buz Delgado, Belén Bueno Martínez, Ana Belén Navarro Prados, Paula Babiano y José L. Vega Vega.
La profesora mencionada en primer término analiza la imagen de la Plaza Mayor antes de 1852, a partir de un grabado de 1840 donde se observa la carencia de espadaña -construida recién a mediados del siglo XIX- y de persianas en puertas y ventanas, hecho que produce un contraste lumínico, tal vez más parecido al proyecto de A. de Churriguera. Se aboca, a continuación, a reseñar los sucesos más destacados que tuvieron que ver con los problemas de construcción de la Plaza, escenario de la vida social, política y económica de la ciudad.
   Son numerosos los problemas de trámites ante el Ayuntamiento y la Junta de Propios y el descuido con que se manejaron los caudales públicos para la continuación de la obra a partir de 1770. Ya a fines del siglo XVIII, el Ayuntamiento poseía más de dos tercios de las construcciones que constituyeron el Pabellón Real y el Cuartel General con una pérdida notable en la venta de los inmuebles, mayormente, a comerciantes de joyas y paños, aunque también se establecieron plateros, guarnicioneros y otros artesanos.
   Otro de los problemas fue la pérdida por parte de los propietarios del derecho sobre sus balcones durante la celebración de espectáculos que debían ser cedidos al Ayuntamiento.
   En 1784 se inaugura el primer alumbrado de Salamanca a base de lámparas de aceite y, en el primer cuarto del siglo XIX se renuevan las losas de los soportales y también se mejoran las condiciones de limpieza de la plaza, creando alcantarillas por las que se derivaba el agua de lluvia y residuales.
   Conrad Kent, en su estudio sociofotográfico, recoge las imágenes de la plaza, reproducidas en tarjetas postales, fotografías anónimas o cedidas por particulares tanto de espectáculos celebrados al aire libre como de eventos realizados en el Ayuntamiento. Incluso se incluyen varias del fotógrafo francés Juan Poujade, quien después de triunfar en la Exposición Universal de París de 1878 llegó a la ciudad salmantina en ferrocarril y plasmó en sus fotografías no sólo la arquitectura sino muchas escenas costumbristas.
   Apartir de 1889 la plaza es alumbrada con luz eléctrica. En 1905 se inaugura el café Novelty, con la decoración de los cafés europeos elegantes y que pronto se convirtió en lugar de tertulias y banquetes. La plaza cobraba por entonces mayor bullicio por las celebraciones y algunos actos políticos.
En este capítulo se reúnen algunas fotografías con escenas de la ciudad que D. Miguel de Unamuno, rector de la Universidad entre 1901 y 1914 y concejal desde 1918 a 1922, reunió, fechándolas personalmente.
   Es de destacar que fue Unamuno quien proclamó la República el 14 de abril de 1931. A partir de entonces la Plaza será escenario de manifestaciones y movilizaciones políticas.
   En 1954 se levantaron los jardines y se ordenó pavimentar la plaza con granito.
   El capítulo tercero analiza la plaza desde el punto de vista urbanístico del siglo XX. Su autor, David Senabre López, ha utilizado las investigaciones llevadas a cabo para su tesis doctoral sobre "Desarrollo urbanístico de Salamanca en el siglo XX (Planes y proyectos en la organización de la ciudad)" y reconoce que el significado urbano de la plaza adquiere nuevas dimensiones y se elimina el tránsito vehicular. El autor pasa revista a distintos proyectos entre los que se cuenta el de Ordenación de 1962, que protegía la conservación del "tono y ambiente general" de ella, elemento que, sin duda, influyó en la declaración por la Unesco de la ciudad de Salamanca como "ciudad Patrimonio de la Humanidad" el 9 de diciembre de 1988.
   En el capítulo cuarto, a cargo de Alberto López Asenjo, se describen y ejemplifican a través de fotografías ad hoc algunas intervenciones de restauración proyectadas y dirigidas por los Servicios Técnicos Municipales del Ayuntamiento de Salamanca.
   J. A. Pérez Millán, por su parte, analiza en el capítulo quinto la plaza a través del cine tanto de carácter documental como películas cuyo argumento se desarrolla en la ciudad salmantina.
   Por último se analiza, en el capítulo sexto, a modo de testimonio excepcional, las vivencias de Enrique de Sena Marcos, nacido en Grujuelo en 1921, que fue periodista de la Gacetay dirigió El Adelanto así como también realizó numerosos reportajes radiales.
Resultan muy interesante la reproducción de sus artículos en periódicos y revistas. Como conclusión del aporte que significan estos tres volúmenes comentados, señalamos el contenido histórico apoyado en documentación original y enriquecido por cantidad de fotografías, planos y mapas del monumento estudiado.

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