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Cuadernos de historia de España

versão impressa ISSN 0325-1195versão On-line ISSN 1850-2717

Cuad. hist. Esp. v.81  Buenos Aires jan./dez. 2007

 

La Escuela Histórica del Derecho madrileña: Eduardo de Hinojosa y Claudio Sánchez-Albornoz

José María López Sánchez
Universidad Autónoma de Tamaulipas, México

RESUMEN
La creación en 1907 de la Junta para Ampliación de Estudios, y, en 1910, del Centro de Estudios Históricos, sirvió para que un grupo de investigadores e intelectuales españoles pusieran en marcha un proyecto de revitalización intelectual de las disciplinas científicas en España. La escuela histórico-jurídica de Eduardo de Hinojosa y de Claudio Sánchez-Albornoz fue un modelo sobresaliente de trabajo que buscó entregar al país una nueva interpretación de su historia y sus raíces culturales.

PALABRAS CLAVE: Modernización científica - Nacionalismo cultural - Regeneracionismo - Centro de Estudios Históricos.

ABSTRACT
The foundation of the Junta para Ampliación de Estudios (1907) and the Centro de Estudios Históricos (1910) was of use to a group of Spanish researchers and intellectuals, who aimed to revitalize the studies of scientific disciplines in Spain. Eduardo de Hinojosa and Claudio Sánchez-Albornoz were heads of a historical juridical school in the Centro de Estudios Históricos, which became an outstanding model for scientific work in Spain. That school was devoted to give the country a new interpretation of its history and cultural roots.

KEY WORDS: Scientific modernisation - Cultural nationalism - Regeneration - Centro de Estudios Históricos.

Orígenes del Centro de Estudios Históricos: marco institucional para la escuela de Eduardo de Hinojosa

   Los orígenes de la escuela madrileña de Historia del Derecho están íntimamente ligados a la institucionalización en 1907 de la Junta para Ampliación de Estudios y, de manera especial, a la aparición en marzo de 1910 de uno de sus institutos de investigación más importantes, el Centro de Estudios Históricos. Las raíces profundas de este proyecto se incardinan en diferentes y, a su vez, convergentes corrientes de pensamiento en boga desde finales del siglo XIX en el ambiente cultural del país. Eran éstos fundamentalmente los planes de renovación pedagógica y científica que rondaban la mente de los dirigentes de la Institución Libre de Enseñanza, la muy diversa literatura regeneracionista, en buena medida compañera de viaje de los institucionistas, y la crisis de conciencia nacional que informó a la denominada generación del 98 tras el impacto de la derrota colonial ante Estados Unidos. Pero si estos son los ecos lejanos de todo aquello, la trama histórica más cercana a la fundación del Centro de Estudios Históricos encontró su escenario en el ambiente político, intelectual y científico de comienzos del siglo XX en España1.
   No cabe duda de que el acercamiento iniciado por parte de los institucionistas al mundo político de la Restauración, al calor de los grupos republicanos y del partido liberal, facilitó que miembros progresistas del espectro político español, como Eduardo Vicentí o Gumersindo de Azcárate, actuasen de intermediarios ante Francisco Giner de los Ríos y los miembros de la ILE con el fin de que estos se avinieran a colaborar con el entramado estatal y oficial de la enseñanza pública en España. Abandonando de esta forma las actitudes antiposibilistas y antisistema de los años anteriores, el acercamiento entre institucionistas y liberales llevó a que en 1906 Zulueta escribiese a Unamuno que en Instrucción Pública "están trabajando muchos de nuestros amigos"2 y que el 11 de enero de 1907 fuese publicado el Real Decreto que daba origen a la Junta para Ampliación de Estudios, institución sobre la que iba a recaer la política de pensiones al extranjero, la creación de institutos y laboratorios de investigación científica dentro del país y la puesta en marcha de experimentos pedagógicos que luego pudiesen repercutir en la renovación del sistema educativo español.
   Fue en torno al ambiente intelectual cultivado en dos publicaciones periódicas, la Revista de Aragón y Cultura española, donde comenzó a gestarse el caldo de cultivo que alumbró el nacimiento del Centro de Estudios Históricos. En sus consejos de redacción y en sus páginas figuraban ya los nombres de importantes investigadores que con posterioridad dirigieron secciones en el CEH o participaron de sus múltiples actividades. Desde el año 1900, nacida al calor del mundo universitario zaragozano, circulaba la Revista de Aragón, cuya estructura y colaboradores eran ya por entonces un anticipo de la organización y la plantilla del futuro Centro de Estudios Históricos. Pero fue en los primeros meses del año 1906 cuando se dio un paso definitivo. Nació una revista, nueva en su cabecera, pero veterana en su forma y contenido. Cultura española, que éste era su nombre, se presentó como continuadora de la Revista de Aragón. Con el fin de organizar sistemáticamente el trabajo de tantos elementos reunidos en torno a sí, "la Revista se ha distribuido en secciones. Estas serán autónomas, correspondiendo á sus directores, exclusivamente, el trabajo, la responsabilidad y el mérito de su confección"3. Estructurada en torno a los apartados heredados de la Revista de Aragón, la nueva publicación incluía diferentes secciones bajo el nombre de: Historia (cuyos directores eran Rafael Altamira y Eduardo Ibarra Rodríguez), Filología y Literatura (dirigida por Ramón Menéndez Pidal), Arte (cuya dirección corrió a cargo de Vicente Lampérez y Elías Tormo y Monzo, este último desde mayo de 1906), Filosofía (al frente de la cual estaban A. Gómez Izquierdo y Miguel Asín Palacios), y otra de carácter general llamada Varia. La revista tenía como gerentes a Eduardo Ibarra y Julián Ribera y empezó a imprimirse en Madrid. Esto suponía un acercamiento de buena parte de estos individuos al centro del poder en España, y lo que es más importante para ellos, la capital de la cultura en aquellos momentos en el país4.
   Sobre este entramado vendría a actuar, a partir de enero de 1907, la Junta para Ampliación de Estudios, cuyo secretario y presidente, José Castillejo y Santiago Ramón y Cajal respectivamente, habían tenido siempre estrechos contactos con los hombres de letras reunidos en rededor de la Revista de Aragón y Cultura española. La JAE vino a ser el respaldo institucional que necesitaban aquellos eruditos para que el proyecto adquiriese naturaleza oficial y pudiese contar con financiación estatal. Tanto Castillejo como Cajal aspiraban a que aquella primera red de trabajos de investigación, surgida en el contexto de las dos revistas, pudiese fructificar en algo más sólido que contase con marchamo de empresa e interés nacional. Estos eran precisamente los planes de dos hombres que resultaron claves no sólo en el nacimiento de la Junta para Ampliación de Estudios, sino también en su primer instituto de investigación, el Centro de Estudios Históricos5: Francisco Giner de los Ríos y Eduardo de Hinojosa. El primero, cabeza visible de la Institución Libre de Enseñanza, aun moviéndose en la sombra, fue un incansable promotor de aquella Junta de Pensiones, y el segundo, profesor en la Universidad Central e historiador del Derecho siempre atento al mundo científico europeo, fue plenamente consciente de la trascendencia del proyecto naciente y de las positivas repercusiones que para el desarrollo científico y pedagógico español podía tener.

La Sección de Estudios Históricos en 1907

   En agosto de 1907 la Junta elevó al Ministerio un proyecto para la creación de una Sección de Estudios Históricos. Aquella propuesta, junto con la convocatoria de pensiones al extranjero, suponía la puesta en marcha del programa científico de la JAE; sin embargo, pronto tuvo ésta que arrostrar las primeras resistencias a su labor, pues entre 1907 y 1910 la Junta atravesó por los peores momentos como institución dependiente del Ministerio de Instrucción Pública. Fue en este último donde la Junta encontró sus mayores escollos, en concreto Faustino Rodríguez San Pedro, quien ocupó la cartera desde el 25 de enero de 1907 hasta la caída del gobierno largo de Maura en 1909. Se ha descrito a Rodríguez San Pedro como un burócrata y reglamentista que "unía a su credo marcialmente conservador una notable escasez de imaginación y no poca hostilidad hacia el pensamiento" 6. Desde luego, el nuevo ministro del ramo no militó nunca en los sectores progresistas de la política española, pero la franca hostilidad de sus medidas ministeriales con respecto a la JAE hay que contemplarlas dentro de la jugada que la ILE y el último gabinete liberal les habían colado. Había sido un gobierno puente, organizado tan sólo para aprobar los presupuestos en diciembre de 1906, el que había creado la Junta para Ampliación de Estudios y el que había reservado una partida presupuestaria nada desdeñable a financiar las actividades de la misma.
   Era aquél además un proyecto de considerables dimensiones, por lo que no es de sorprender que Faustino Rodríguez San Pedro se mostrase hostil y receloso hacia un organismo al que además le colgaba la etiqueta institucionista por fuera. Los institucionistas quisieron aprovechar el turno liberal (1905-1907) para poder sacar adelante su proyecto. Este bienio, empero, igual que el período conservador de 1902-1905, se caracterizó por una inestabilidad política aguda, consecuencia en última instancia de una crisis de jefatura tras la desaparición de Sagasta en 1902. El partido liberal, a través de los gabinetes de Montero Ríos y Moret, se fue erosionando sin ser capaz de encontrar la estabilidad necesaria para sacar un proyecto político coherente adelante. No obstante, Giner no quiso esperar más y fue, in extremis, con aquel endeble gobierno puente del marqués de la Vega de Armijo, que consiguió el refrendo oficial y la partida presupuestaria para su proyecto, la Junta para Ampliación de Estudios. No era la mejor cuna, pero las circunstancias mandaban.
    En este contexto se encuadró el intento de dar salida al proyecto de Sección de Estudios Históricos en el verano de 1907. Ésta se había pensado como parte de un Centro de Ampliación de Estudios (CAE), cuyo objetivo era doble, "recoger y aprovechar, á su regreso, la entusiasta actividad de los pensionados que hubieran realizado en el extranjero una labor intensa" y "agrupar los elementos ya existentes en el país en pequeños centros de actividad intensa"7. El modelo inspirador era el Collège de France y el Instituto Francés, los cuales "si no en su labor actual, enteramente inaccesible á nuestros medios, podían servir de garantía, como antecedente, en cuanto á la forma fragmentaria y lenta de su constitución y á la flexibilidad de su funcionamiento"8. La Junta tampoco tuvo que ir muy lejos, pues desde 1907 había empezado a funcionar en Barcelona el Institut d´Estudis Catalans, creado por la Diputación con el fin de llevar a cabo estudios de investigación científica acerca de los diferentes aspectos de la cultura catalana. Parece que el Instituto de Estudios Catalanes, más que un modelo a imitar se convirtió en un modelo a envidiar, pues su reciente creación no influyó en el proyecto que los hombres de la Junta y Cultura española tenían ya pensado, pero lo que sí trató la Junta de hacer fue que aquel organismo sirviese de revulsivo al Ejecutivo central y que éste no se viese superado por una iniciativa de la administración regional9.
Si bien era cierto que en el terreno de las ciencias biomédicas y naturales se habían dado ya algunos pasos importantes, como la oferta de Torres Quevedo para su laboratorio de mecánica, el laboratorio de investigaciones biológicas de Cajal o la estación biológica de Santander10, la Junta era consciente de que aún no había elementos suficientes para organizar un centro tan ambicioso como el CAE, por lo que decidió restringirse por el momento a ciencias humanas. Los grupos de trabajo en torno a Cultura española garantizaban algunas probabilidades de éxito. Asimismo, se contaba con una gran ventaja sobre las ciencias naturales y es que las fuentes de estudio estaban en el propio país y el coste de material era mucho más barato a la hora de montar un seminario de Historia, Filología, Derecho, etcétera, que un laboratorio de Física, Química, Medicina y tantas otras. La JAE sondeó la posibilidad de crear secciones en ese centro, pero el único que dio su visto bueno fue Eduardo de Hinojosa en la materia histórica. Se diseñó en torno a trabajos sobre la Edad Media, en concreto la publicación de documentos inéditos o mal publicados y la redacción de monografías sobre la época medieval11. Otro punto que entró en discusión fue la propia organización de la Sección de Estudios Históricos. Junto a los profesores encargados de cada trabajo podría haber un número de jóvenes limitado que fuesen incluidos en los procesos de investigación como auxiliares. La propuesta que se elevó al Ministerio contemplaba un organismo compuesto por cuatro vocales y un director con un gasto anual de personal que ascendía a 13.200 pesetas, y otro en material, con cargo a la Caja de Investigaciones Científicas y al producto de las propias publicaciones.
   El 1 de agosto de 1907 propuso la Junta al Ministerio la creación de una Sección de Estudios Históricos, pero siempre "como primer paso para formar el Centro de Estudios"12, y el día 3 presentó los candidatos a ocupar los cargos de director y vocales. En las memorias nada se dice acerca de quienes podían haber sido los designados; sin embargo, en los acalorados debates que la política hostil del Ministro hacia la Junta desató en el Congreso se decía que las personas designadas eran Eduardo de Hinojosa, Julián Ribera, Miguel Asín, Ramón Menéndez Pidal y Joaquín Costa13. Aunque no se indicaba quien había de ocupar el cargo de director, parece bastante lógico pensar que recayese en Hinojosa o Menéndez Pidal. No obstante, Rodríguez San Pedro volvió a paralizar el proceso en el Ministerio. La Junta emprendió diversas gestiones y una comisión visitó al Ministro y éste les pidió conocer con mayor detalle cuáles eran las razones de haber elegido los estudios históricos y no haber preferido un plan general a todas las ciencias14. La Junta despachó con diligencia un informe elaborado por Ribera y Menéndez Pidal en el que se decía que la razón principal residía en no contar con personas preparadas para las cuestiones relativas a Ciencias Naturales. El Ministro "decidió no contestar nada, en absoluto, al informe que le habían elevado los Sres. Rivera y Menéndez Pidal. Prescindo de eso; quiero suponer que este fuera un Centro completamente inútil, que estos señores cuyos nombres he citado, no iban á hacer absolutamente nada por el progreso de las investigaciones de la historia de España"15. Rodríguez San Pedro parecía no querer entender lo que se le proponía, pues no podía por menos que discrepar con un proyecto que pretendía estudiar aquellos "recónditos misterios" del siglo XIII.
   Finalizado el verano de 1907, la Junta congeló la creación de un centro dedicado a la investigación histórica. Después de la frustrada Sección de Estudios Históricos los dirigentes de la JAE consideraron inútil cualquier nueva tentativa y esperaron a mejores tiempos para sacar adelante sus proyectos. El momento propicio para iniciar una nueva aventura, tras el relevo de Rodríguez San Pedro en Instrucción Pública, llegó durante los primeros meses de 1910. Mientras tanto, la llama se había mantenido viva en Cultura española. La revista se convirtió en una especie de Sección de Estudios Históricos en la sombra que trató de paliar la ausencia de un centro orientado a este tipo de estudios hasta que, con la creación del Centro de Estudios Históricos, desapareció la revista. Con el cambio de gabinete, se retomó la idea de crear un organismo dedicado a los estudios históricos. En un principio se seguía pensando en una gran institución que agrupara diversas disciplinas científicas, aunque su nombre ya no era el de Centro de Ampliación de Estudios sino el de Comisión de Estudios. Sin embargo, al final la idea que prevaleció fue la bifurcación en dos organismos diferentes, uno dedicado a estudios históricos y otro orientado a ciencias naturales.
   El objetivo primordial eran las publicaciones, dejando para más adelante la posibilidad de formar un núcleo de investigadores, complementado todo ello con las salidas o excursiones de trabajo y otras clases prácticas. Aún no había nada definido porque la Junta Plena no lo abordaría hasta febrero. No obstante, la Comisión Ejecutiva había decidido ya "someter a la Junta un proyecto de creación de un Centro de estudios históricos y encargar a la Secretaría que plantee la creación de una Escuela Española en Roma"16. Así fue como sucedió y el 18 de febrero la Junta Plena aprobó el proyecto de creación del Centro de Estudios Históricos por una parte, y del Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales por otra17. Hasta entonces el proyecto funcionaba libremente a través de Cultura española y Giner parecía ser el impulsor de la idea. Castillejo asumió su papel como nexo de unión dentro de la JAE, donde figuraban como vocales Eduardo de Hinojosa, Menéndez Pidal y Julián Ribera. Junto a Giner, eran Hinojosa y Menéndez Pidal los principales impulsores del CEH, aunque ese núcleo contaba también con el propio Manuel Gómez Moreno, Miguel Asín y Joaquín Costa18.
   El resultado final fue la elevación al conde de Romanones, entonces ministro de Instrucción Pública, del proyecto de creación del Centro de Estudios Históricos. Álvaro Figueroa firmó dicho decreto el 18 de marzo de 1910 y al día siguiente apareció publicado en la Gaceta19. Veía la luz un organismo cuya planificación venía de largo, pero cuya puesta en práctica se había retrasado debido a diversas circunstancias. El Real Decreto de creación hablaba del fomento a las investigaciones científicas dentro de España, de aprovechar los elementos activos dentro del país, de constituirse en canal de acercamiento a los pueblos iberoamericanos y de formar generaciones de investigadores a través de centros de estudios y laboratorios. Los motivos daban enseguida paso a las tareas:

1.º De investigar las fuentes, preparando la publicación de ediciones críticas de documentos inéditos o defectuosamente publicados (...), glosarios, monografías, obras filosóficas, históricas, literarias, filológicas, artísticas o arqueológicas.
2.º De organizar misiones científicas, excavaciones y exploraciones (...).
3.º De iniciar en los métodos de investigación a un corto número de alumnos (...).
4.º De comunicarse con los pensionados que, en el extranjero o dentro de España, hagan estudios históricos (...).
5.º De formar una biblioteca para los estudios históricos y establecer relaciones y cambio con análogos Centros científicos extranjeros20.

Instituciones sociales y políticas de León y Castilla. Eduardo de Hinojosa

   El Centro de Estudios Históricos estaba conformado, desde su aparición, por varias secciones y el número de éstas no dejaría de variar a lo largo de los siguientes años. No obstante, hubo una serie de disciplinas que disfrutaron de una mayor solidez. Además de la filología de Ramón Menéndez Pidal, el arte y la arqueología de Elías Tormo y Manuel Gómez Moreno, fue Eduardo de Hinojosa quien inauguró una de las secciones llamadas a tener mayor relevancia en la historia del Centro de Estudios Históricos hasta la guerra civil española. Aunque él murió en fecha relativamente temprana, 1919, su labor como maestro en el Centro garantizó que sus discípulos fuesen capaces de continuar su trabajo.
   En 1910 Eduardo de Hinojosa era catedrático en la Universidad Central de Madrid y una de las figuras más sobresalientes y descollantes de la ciencia histórica medieval en España. Hinojosa formó parte del núcleo original de profesores e intelectuales que fracasaron en 1907 con aquella Sección de Estudios Históricos, pero que con posterioridad se esforzaron por sacar adelante el Centro de Estudios Históricos y fue, junto con Menéndez Pidal, el alma mater del mismo. Es muy probable que Hinojosa hubiese sido el presidente del CEH en 1915, cuando la JAE decidió dotarlo de una cabeza visible, pero ya entonces estaba afectado por una grave enfermedad que le impidió, desde 1914, desarrollar una actividad plena. Hinojosa había entrado en contacto con Giner hacía ya varios años y éste contó desde el principio con él como asesor para el proyecto del Centro. Aquél estaba convencido de que en el terreno de los estudios históricos era donde el país ofrecía ciertas garantías para que la Junta pudiese iniciar su labor, por lo que no dudó en apoyar la formación de un organismo dedicado a los estudios históricos. Giner pensó en él como una especie de líder intelectual de aquel programa al que debía incorporarse el círculo de Cultura española. Hinojosa no había sido un hombre criado en los ideales de la Institución Libre de Enseñanza, sino que había entrado en contacto con ella y, eso sí, "sentía admiración férvida por Giner de los Ríos. Y, a la inversa, (…) Giner le decía palabras llenas de dolor y de fe calurosa en su obra"21. Hinojosa fue asimismo uno de aquellos hombres en los que "la catástrofe del 98 iniciara el grande, doloroso y a la par revulsivo y corrosivo examen de conciencia de principios de siglo"22, es decir, un regeneracionista convencido.
   La sección que Hinojosa dirigió en el Centro comenzó a funcionar en mayo de 191023 bajo el título de Instituciones sociales y políticas de León y Castilla y, de comienzos, tenía por objetivo el de llevar a cabo la edición de una "Colección Crítica" de diplomas públicos y privados entre los siglos IX y XII. Entre sus alumnos más destacados estaban José Giner Pantoja, Pedro Longás Bartibás, Galo Sánchez, Claudio Sánchez- Albornoz, José María Ramos Loscertales, José María Vargas, Jesús Común y Cristóbal Pellejero. Durante 1910-13, la sección amplió su campo de investigación, haciéndolo extensivo a la interpretación de fueros municipales de los siglos XI y XII. Para completar esta labor, se hicieron excursiones a diferentes iglesias y monasterios de León y Castilla con vistas a la "Colección de textos para la historia de las instituciones sociales y políticas de León y Castilla"24. Los trabajos versaron sobre cuatro ejes esenciales: una serie de conferencias que Hinojosa impartió sobre historiadores contemporáneos, la traducción y comentario de crónicas latinas medievales, estudios de los fueros otorgados por Alfonso VII y, por último, algunos alumnos prepararon trabajos personales bajo la dirección de Hinojosa25.
   En febrero de 1914 Eduardo de Hinojosa sufrió un ataque cerebral y "se convirtió, para siempre, en una sombra de lo que había sido"26. Con las facultades de su director muy reducidas, la sección estaba condenada a desaparecer. Sánchez-Albornoz ha escrito que Giner Pantoja y Longás no siguieron los trabajos del maestro, pero que su lugar lo ocuparon Galo Sánchez, José María Ramos Loscertales y él mismo27. Así fue, pues ellos reiniciaron años más tarde la labor a través de una nueva sección que acabó dando lugar al Instituto de Estudios Medievales. Fue Galo Sánchez el más activo y productivo colaborador de un Hinojosa que "sólo al comienzo de su enfermedad pudo aún a intervalos, y no sin esfuerzos fatigosos, darnos a Galo o a mí algunos consejos"28. Galo Sánchez fue el autor de la versión castellana de un libro de Hinojosa en alemán titulado El elemento germánico en el derecho español. Además, colocó en prensa también su Fuero de Soria y tenía en preparación una "Colección de fueros inéditos" y un estudio sobre formularios jurídicos castellanos. Hasta la muerte de Hinojosa en mayo de 1919, fue esta la única actividad de la sección. A título póstumo publicó la Junta su inacabada colección de Documentos para la historia de las instituciones de León y Castilla. La importancia que Hinojosa y su sección adquirieron para la labor del Centro de Estudios Históricos residió en el legado intelectual que dejó al haber transmitido su magisterio a un grupo de alumnos en una materia y en un sistema científico que les facultó para formar escuela y continuar la labor iniciada por su maestro años más tarde. Claudio Sánchez-Albornoz, Galo Sánchez y José María Ramos Loscertales fundaron en 1924 una nueva sección en el Centro, auspiciada por el magisterio más espiritual que práctico de Hinojosa, pues de éste último "sólo recibimos el espolonazo y el ejemplo y así fue por desgracia"29.

Los continuadores de Hinojosa: El Anuario de Historia del Derecho español y El Instituto de Estudios Medievales

   La muerte de Eduardo de Hinojosa había interrumpido los trabajos de la sección que aquel extraordinario historiador del Derecho había dirigido desde los primeros meses en el Centro de Estudios Históricos. Sin embargo, la Junta se negó a aceptar que aquello significara el fracaso y final de una sección que tenía un futuro prometedor. A pesar de la corta duración de los trabajos emprendidos por Hinojosa en el Centro, tuvo tiempo de reunir a algunos destacados alumnos en torno a él y serían ellos quienes tomaran el relevo del maestro. Los más representativos fueron Claudio Sánchez Albornoz, quien sucedió a Hinojosa en su cátedra de la Universidad de Madrid, Galo Sánchez, José Ramos Loscertales, Díez Canseco y Ramón Carande. Junto a ellos, la sección fue incrementando el número de sus colaboradores con el tiempo y llegó a convertirse en uno de los elementos más activos del Centro de Estudios Históricos30. El director y continuador directo de la obra de Hinojosa fue Sánchez Albornoz, quien en los primeros años organizó y centralizó la actividad de los antiguos discípulos de Eduardo de Hinojosa.
   La sección nació además al regazo de una de las publicaciones periódicas más importantes del Centro, después de la Revista de Filología Española, que no fue otra sino el Anuario de Historia del Derecho Español. Su director fue Laureano Díez Canseco, profesor de Historia del Derecho en Madrid, y el equipo redactor lo formaban José María Ots Capdequí, profesor en la Universidad de Sevilla; Galo Sánchez, profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Barcelona; y José María Ramos Loscertales, profesor de Historia de España en la Universidad de Salamanca. El secretario de redacción era Claudio Sánchez Albornoz. Aunque al frente figuraba Díez Canseco, los grandes espadas del Anuario fueron Claudio Sánchez-Albornoz (alma y coordinador de la revista), Galo Sánchez y Ramos Loscertales. El hecho de que Galo fuese profesor en Barcelona y Ramos en Salamanca exigió de Sánchez-Albornoz un redoble de sus esfuerzos para coordinar la elaboración del primer volumen. Las negociaciones con el Centro para la fundación de la revista las llevó a cabo Sánchez-Albornoz en torno a la primavera de 1923, según se desprende de una carta remitida por Ots Capdequí a aquél en agosto:

Me escribió Galo del éxito de sus gestiones para que el Centro patrocine la publicación de una Revista de Hª del Dro. Excuso decirle que la cosa me parece admirable y que desde luego pueden contar con mi modesta colaboración31.

   Su primer volumen apareció en 1924 y, como en el caso de la RFE y el Archivo, el Anuario de Historia del Derecho Español fue una publicación anual que constó fundamentalmente de cuatro partes: la dedicada a artículos sobre temas de historia del Derecho español, hispanoamericano y musulmán, otra para la publicación de documentos relevantes para la historia del Derecho, una tercera de bibliografía donde se recogieron recensiones de aquellas obras de interés para la historia del Derecho y, finalmente, una sección "Varia" donde tuvieron cabida noticias relacionadas con la actividad de la sección, la organización de congresos nacionales o internacionales y cualquier acontecimiento de relevancia en materia de historia del Derecho. Una idea clara acerca de la composición de la revista y de los modelos franceses y alemanes de inspiración la tenían sus padres organizadores ya un año antes de que apareciese el primer volumen, según escribía el propio Galo a Sánchez-Albornoz:

Si tú te sientes con el humor necesario para llevar el peso principal de ella, si Ramos está decidido a trabajar, yo no he de renunciar al papel romántico de tercer mosquetero. Así pues, ¡adelante! (o si lo prefieres, ya que germanizamos, Vorwärts!).
¡Hágase la Revista! Yo, hombre escéptico, viejo y gris, procuraré ayudaros.
Me la imagino dividida en tres secciones: 1) artículos de investigación 2) documentos de interés excepcional 3) bibliografía. En algunos números sería conveniente dar informaciones bibliográficas (por el estilo de las utilísimas de la Revue de Synthese hist.) de conjunto, pormenorizando, sistematizando y valuando la literatura existente sobre temas amplios [ …].
Hay que entender el Derecho español en toda su amplitud y no excluir por tanto el hispano- musulmán ni el hisp.-americano colonial.
Disponiendo de unas pts. Y con la situación actual de los cambios no sería difícil contar con varios colaboradores germánicos de primera categoría. Esto ha hecho la Revista de dro. Privado con éxito excelente [ …].
Los redactores de la Revista deberíamos reunirnos anualmente para cambiar impresiones32.

   La colaboración de eruditos extranjeros fue pieza fundamental a lo largo de la vida de la revista y durante estos primeros meses de preparación se barajaron varios nombres de primera fila que luego aparecieron en las páginas del primer número, como el del alemán Ernesto Meyer, el portugués Paulo Merêa o el hispanoamericano Levene. No obstante, José María Ramos, que era quien mostraba en su relación epistolar con Sánchez-Albornoz una mayor familiaridad, veía problemas mayores que conseguir la colaboración de eruditos foráneos. Uno de ellos era encontrar el público adecuado para una revista de esta naturaleza y el otro, aún más importante, vencer las intromisiones y resistencias que, al parecer, los filólogos del Centro podrían poner. El peso que Menéndez Pidal y sus más directos colaboradores tenían en el Centro a la hora de administrar los recursos era decisivo y ello conllevaba a que en ocasiones pudiesen ejercer con excesivo celo sus tareas de control:

Hay un reparo, [ …], que me hace ver volar las cornejas a la siniestra; que de dónde sacamos el público. Tu buen sentido te permitirá desarrollar su alcance. Esto no obstante si nos dan el dinero ofrecido iré adelante como te dije, ahora que al formalizar las cosas di a Pidal clara u oclusamente o como mejor te parezca que a la menor intervención de sus capataces filológicos se va todo al diablo; de ellos vendrá la oposición a la entrega de dinero, si éste se consigue pretenderán corregir línea por línea las que se escriban [ …]. Si los vences tendremos que levantarte un monumento33.

   Aquellos reparos reflejaban los recelos y dificultades que dentro del mismo Centro existían a la hora del reparto de prebendas. No obstante, la cosa no debió de pasar a mayores, pues Sánchez-Albornoz se había comprometido con un proyecto de gran enjundia y terminó por sacarlo adelante. Cierto que el nerviosismo se apoderó de él a la altura del otoño de 1923, pues su propósito era sacar la revista al mercado lo antes posible. Aquella impaciencia, sin embargo, encontró cierta dejadez por parte de Ramos Loscertales y Galo, quienes, sin abandonar en ningún momento el barco, enojaron a Sánchez-Albornoz por la ausencia de compromiso más serio, y por faltar a la disciplina de trabajo que impregnaba en general toda la obra del Centro, ya que el Anuario y la obra de cultura que se proponían no debían dejar resquicio a la molicie:

Querido Claudio: como el hombre Hércules eres tú home crudo et de mala sennoria, según aprietas en tu carta amenazando con guerras, asolamientos, fieros males si incumplo mi sagrado compromiso de colaborar en la futura Revista, todo por haberte dicho que he pasado el verano un poco amodorrado bajo la calina zaragozana34.

   Galo, más inclinado por no apresurar la salida de la revista35, parecía también haberse entretenido en cuestiones ajenas a su preparación. Sánchez-Albornoz compartió su preocupación con Ots Capdequí, la cuarta figura en liza, quien a su vez se mostraba muy disgustado por "la actitud de frialdad en que [ …] aparecen colocados Ramos y Galo. Pero confío en que al cabo lograremos vencer su falta de entusiasmo"36. Y así fue, pues para 1924 el primer volumen del Anuario estuvo terminado. A partir de aquí, la elaboración de los cuatro primeros volúmenes del Anuario absorbió las actividades de la sección entre 1924 y 1927. Durante estos años tan solo se registra un trabajo ajeno a la confección de la revista, la traducción y edición por Galo Sánchez y Ramón Carande de la Historia de las instituciones sociales y políticas de España y Portugal durante los siglos V a XVI de Ernesto Mayer37.
   El primer número del Anuario estaba ya en la calle para mayo de 1924 y las primeras impresiones que causó a los redactores fueron bastante satisfactorias, pues tanto Galo como Ramos Loscertales hablaron de "cosa imponente y espléndida" o "verdaderamente magnífica"38. Los elogios vendrían también pronto por parte de historiadores europeos, como Ernesto Meyer, pero Sánchez-Albornoz no estaba muy contento con el trabajo de distribución que el Centro y la Junta habían hecho e incluso interpretó como reproches críticos el que Navarro Tomás le recordara la devolución de algunos ejemplares del Anuario. Aquello podía ser una pequeña muestra de cierta competencia y aun desconfianza mutua entre historiadores y filólogos que ya vimos expresada por José M. Ramos cuando aún se estaba dirimiendo la financiación de la revista:

Querido Albornoz: Conste que no hubo reproche ninguno. ¿Es que se ha molestado V.? Pues nada, no hay nada de lo dicho. Yo no lamento la devolución de esos tomos ni más ni menos que la lamentará V. Bien sé yo lo que V. ha trabajado y el interés que ha puesto. Si alguna dirección no ha resultado completa, nada tiene de extraño, dados los medios de información y el ningún auxilio que ha tenido. El que hayan devuelto esos ejemplares no significa nada en comparación con el aplauso que V. merece. Si le hablé de eso es por el natural deseo de poner remedio a todo detalle que se pueda escapar, y por la confianza con que siempre le hablo. Creo que soy uno de los que más sinceramente celebran la aparición del Anuario. Mi opinión ha sido favorable, como V. sabe, a que se haga una amplia propaganda, aunque se pierdan ejemplares. Ya debe V. comprender la poca importancia que atribuyo a esa devolución. Tal vez, al molestarse, ha tenido V. en la memoria a Hornillo más que a mí. Yo también reparto muchos números de la Revista, y algunos me son devueltos; lo siento, rectifico y sigo adelante. En este sentido, sin ningún otro pensamiento le escribí. De haber sabido que se iba a molestar, nada hubiera dicho39.

   Que, sin embargo, no era oro todo lo que brillaba lo demostró un pequeño incidente, que no pasó a mayores, pero que hizo pensar a Sánchez-Albornoz en una posible dimisión como redactor del Anuario. Para el tercer volumen de la revista quiso Sánchez-Albornoz haber contado con la colaboración de Eduardo Ibarra, pero el grupo sevillano (José M. Ots Capdequí y Ramón Carande fundamentalmente) se opusieron de pleno a que Ibarra participara en el Anuario. Las razones últimas no están claras en la correspondencia, pero parece que los profesores de la Universidad de Sevilla pretendían que en lugar de Ibarra entrara Rafael Altamira a colaborar con el Anuario, de quien Ots había sido discípulo. Además, tanto Ots como Carande se sentían marginados de la toma de decisiones de la revista y así debía ser, pues la voz cantante correspondía a Sánchez-Albornoz y, en un segundo plano, a José M. Ramos y Galo Sánchez. El grupo sevillano utilizó, como intermediario con Sánchez-Albornoz, a Galo, quien le recomendó prescindir de Ibarra, pues podía ser una puerta abierta a otros "figurones" del siglo XIX y "la exclusión de estas prestigiosas nulidades era una nota simpática del Anuario"40. Por otro lado, consideraba absurdo tener que dar cuenta de todo lo que ocurriese en la revista a los sevillanos, pues la dirección efectiva del Anuario debía estar en manos de Sánchez-Albornoz. Éste, a su vez, consideró empero que Galo se alineaba con el grupo sevillano, lo que le llevó a plantearse la posibilidad de dejar la revista. Fue de nuevo José M. Ramos quien acudiría en apoyo de Sánchez-Albornoz, con una carta sin medias tintas:

Querido Claudio: eres un poco impresionable; por eso das demasiada importancia a las pequeñas impertinencias de los sevillanos y ello te lleva a tomar actitudes heroicas como el abandono de la dirección del Anuario, propósito del que supongo habrás vuelto, pues sea cual sea la posición de los hombres de Sevilla es imposible desplazar el An. Y más imposible aun el que dejes de dirigirlo; en cualquiera de los dos supuestos yo dejaría de colaborar y de formar parte de la redacción pues no me someto al Sr. Ots ni picado. Carande me parece hombre fácilmente sugestionable y fácil de llevar con un poco de habilidad; en cuanto al otro, si resulta incómodo se podría hasta prescindir de él, lo que por otra parte no produciría un gran quebranto en la Revista. Ibarra efectivamente es un peligro y como él muchos; tú puedes sor- tearlo repartiendo el tanto de culpa entre toda la redacción que no admite los artículos sino mediante la aprobación unánime o cualquier otra fórmula por el estilo; ello podrá producir disgustos, pero de no precavernos a tiempo suponte una posible colaboración de Altamira apadrinado por Ots, la cual podría producirlos más gordos. El Anuario comienza a producirle sinsabores, son bien pequeños en comparación con los buenos ratos que al fin ha de proporcionarnos. Calma, calma y calma41.

   En efecto, Sánchez-Albornoz mantuvo la calma, no abandonó el Anuario, y tampoco Ibarra o Altamira colaboraron en el mismo. Aquellos rifirrafes no pasaron a más, pero eran un buen ejemplo de los primeros quebrantos que la revista hubo de superar y de las rencillas y competencias que dentro del mundo académico español de la época existían.
   A partir de 1928 la sección experimentó una radical transformación de la mano de Sánchez Albornoz. Éste había permanecido fuera de España en un viaje por varios países. A su regresó comenzó a funcionar bajo su dirección un seminario de Historia de las Instituciones medievales españolas. El seminario consagró sus tareas al estudio de los infanzones en España. Además, a los colaboradores de años anteriores se unieron ahora una buena parte de la plantilla que formó en el futuro la sección. Eran estos alumnos de Sánchez Albornoz que estaban empezando sus tesis doctorales. Esta renovación de la sección y nueva orientación perseguía un viejo proyecto que empezó sólo a tomar cuerpo con la llegada de la Segunda República: la publicación de unos Monumenta Hispaniae Historica al modo como habían sido empezados en el siglo anterior en Alemania, Francia o Portugal. La falta de presupuesto para poder llevar esta gran empresa adelante hizo que la sección se planteara de principio una colección de fueros que reemplazara al anquilosado catálogo de la Academia de la Historia, y otra de Fueros municipales y cartas pueblas que reemplazara a la incompleta que Muñoz había realizado en el siglo XIX.
   Los recursos económicos necesarios para la labor de los Monumenta fueron aprobados por Fernando de los Ríos cuando éste ocupó la cartera de Instrucción Pública. A partir de ese momento la sección se convirtió en el Instituto de Estudios Medievales, por decreto de 14 de enero de 1932, dedicado a preparar y publicar esos Monumenta Hispaniae Historica. Dicho Instituto quedaba encomendado a la sección de Historia de las Instituciones Medievales del Centro. No obstante, antes de que el Instituto entrara en funcionamiento, Sánchez Albornoz se entregó a la revisión de la obra Instituciones del reino astur-leonés y a la preparación de los volúmenes del Anuario. Bajo su dirección continuó trabajando el seminario que había de reunir materiales para la elaboración de una historia de las instituciones sociales, políticas y económicas de León y Castilla desde Fernando I hasta la muerte de Alfonso VII. Por su parte, Galo Sánchez se dedicó a investigaciones sobre el antiguo derecho castellano y Muedra Benedito a la preparación de un estudio sobre La formación de la gran propiedad de dos condes leoneses en la primera mitad del siglo XI. Valdeavellano contribuyó también con un estudio sobre el mercado en León y Castilla durante la Edad Media, trabajo que fue publicado en el Anuario.
   La creación del Instituto de Estudios Medievales modificó, empero, todas las actividades de la sección. Fundado en enero de 1932, no comenzó a funcionar hasta abril. Con ello la sección de Historia de las Instituciones Medievales pasó a constituir la primera subsección del nuevo organismo, cuya dirección se asignó a Claudio Sánchez Albornoz. Aesta subsección correspondió la organización general de los trabajos del Instituto y también le correspondió la confección del Anuario. Junto a ésta, el Instituto constó de otras subsecciones destinadas a reunir los materiales y preparar los primeros volúmenes de los Monumenta. Una de esas subsecciones fue la de Fueros, dirigida por Galo Sánchez, que ya tenía larga tradición en esta materia. Colaboraban con él José María Lacarra, Pilar Loscertales y Ana Pardo. Su objetivo era la elaboración de los catálogos de Fueros y Cartas pueblas. La tercera subsección del Instituto fue la de Diplomas, dirigida por el propio Sánchez Albornoz, en colaboración con Gerardo Núñez, Ramón Paz y Remolar, Ricardo Blasco Génova, María Brey, Consuelo Gutiérrez del Arroyo, María Teresa Casares y Carmen Díaz Caamaño. En 1932 elaboró un índice de los documentos reales anteriores al año 1037 como base para un primer volumen de diplomas y cartas de los Monumenta.
   Esta sección es el ejemplo más acabado de la consecución, al menos en parte, de uno de los objetivos del Centro y de la Junta: organizar equipos de investigación y darles solución de continuidad desde el aparato oficial. La muerte de Eduardo de Hinojosa podía haber significado la disolución de un grupo de investigación que prometía frutos y progresos. Sin embargo, la Junta apoyó la continuidad de la labor que los discípulos de Hinojosa habían comenzado en 1910. La aparición del Instituto de Estudios Medievales fue el cenit de una evolución que había dado un paso importantísimo con la aparición del Anuario de Historia del Derecho Español. Ni qué decir tiene el enorme nivel de los investigadores que conformaron esta sección, cuyos nombres firmaron no sólo los principales artículos de la revista, sino también una de las páginas más brillantes de la disciplina histórico- jurídica en España. Claudio Sánchez Albornoz supo organizar en torno a sí a un número de investigadores que abrieron líneas de investigación novedosas, en buena medida porque no habían existido, con la honrosa salvedad de Hinojosa, antes que ellos en España. En torno a la revista se agruparon especialistas de diferentes ramas de la historia del Derecho, que señalaron nuevos senderos dentro de su disciplina. Atenta, como el resto de secciones, a la producción extranjera, la creación del Instituto de Estudios Medievales supuso un hito para los miembros de la sección, pues con él se había dado salida a una vieja aspiración y a un proyecto de enormes dimensiones.

Al servicio de un proyecto: forjar una nación

   La escuela de Historia del Derecho formada en torno al Centro de Estudios Históricos fue mucho más allá de la formación de un equipo de investigación más o menos brillante. Por supuesto, hubo mucho de esto último, pues tanto el número como la calidad de los investigadores que colaboraron con Claudio Sánchez-Albornoz en el Anuario facilitaron la pronta difusión del mismo entre los ambientes académicos más respetables, dentro y fuera de España. No obstante, los herederos de Hinojosa eran plenamente conscientes de que su papel iba más allá de las mieles del éxito y el prestigio. Los historiadores y juristas del Centro de Estudios Históricos aspiraban a renovar los estudios de Historia de España. En Alemania y Francia la disciplina histórica en general y la Historia del Derecho en particular tenían ya una tradición asentada y llevaban alrededor de una centuria sirviendo a la construcción de una identidad nacional cuando el Centro de Estudios Históricos fue fundado en España. Eduardo de Hinojosa, en primera instancia, y su escuela, liderada por Claudio Sánchez-Albornoz a partir de 1924, tomaron sobre sus hombros la responsabilidad de tender los puentes que cubrieran la enorme distancia que separaba la realidad de los estudios históricos españoles en comparación con la de estos países europeos.
   Profundamente marcados por la noción de desastre y decadencia después de los acontecimientos finiseculares, la Institución Libre de Enseñanza y muchos de los intelectuales cercanos a la misma insistieron en la necesidad de recuperar moralmente al país. Esa regeneración espiritual había de proceder de dentro, de la intrahistoria del país, y para ello era necesario poner manos a la obra con el fin de desentrañar y desempolvar de entre las paredes de archivos catedralicios y municipales los documentos que dieran acceso al conocimiento de cómo se había forjado la nación española, qué elementos la habían hecho grande durante los siglos de su esplendor y cuál era la forma en que podrían emplearse de nuevo para facilitar la regeneración espiritual y material del país. El Centro de Estudios Históricos fue el organismo que se puso al servicio de este proyecto y en sus aulas se reunieron filólogos e historiadores con el fin de llevarlo a cabo. Si Ramón Menéndez Pidal y su escuela filológica buscaban los orígenes de la lengua española, fundamentar la existencia de una poesía épica castellana autóctona o defendieron la existencia de un grupo lingüístico iberorrománico, lo hacían con vista a dotar a la lengua y la literatura española de elementos de originalidad propios en la evolución general de la cultura europea. De esta forma creyeron poder determinar los rasgos espirituales que distinguían a la nacionalidad española de su entorno europeo y además era fundamental hacerlo conforme a criterios científicos que venían siendo aceptados en el mundo académico europeo desde hacía mucho tiempo. Sólo así se podía construir un nacionalismo científico dotado de un barniz de validez suficiente como para hacer frente al desafío de los nacionalismos periféricos.
   En el terreno de las investigaciones histórico-jurídicas, la sección de Sánchez- Albornoz se movió dentro de parámetros muy semejantes. Sin duda, era mucho el trabajo que tenía por delante. Había que comenzar por poner en marcha una empresa de recuperación de fuentes tal y como la había practicado la historiografía europea del XIX. La validez de las conclusiones que los investigadores del Centro sacaran de sus trabajos dependía en buena medida de su sostén documental. Siendo este el punto de partida, la sección de Sánchez-Albornoz desbrozó pronto los caminos que habían de conducirla a su destino. Dos elementos guiaron con mano firme los trabajos históricos del Centro. Por un lado, Castilla era el nódulo esencial de la nacionalidad española, pues fue este reino el que con más férrea voluntad había contribuido a la forja de España. Por otro lado, aquélla había sido una aventura colectiva, es decir, había sido el pueblo el protagonista y el forjador de los rasgos arquetípicos de lo español. Si la entidad pueblo era la última responsable de haber creado una identidad nacional, ésta adquiría también un carácter indeleble y una mayor legitimidad que si hubiesen sido élites las encargadas de llevarlo a cabo. Por una parte, se otorgaba a la nacionalidad española un rancio abolengo, tan noble como el que alemanes y franceses se habían encargado de construir respectivamente a lo largo del novecientos. Además, el hecho de que la identidad nacional española hubiese sido construida por el pueblo le daba también a la misma un carácter imperecedero, con lo que servía al proyecto de regeneración espiritual que el Centro de Estudios Históricos aspiraba a poner en marcha, pues los valores que habían hecho grande a la nación española en un momento histórico tenían que servir para sacarla del atolladero en que se encontraba.
   Estos dos factores, el castellanocentrismo y la entidad pueblo, no eran en verdad una originalidad de la sección de Sánchez-Albornoz, pues ya Ramón Menéndez Pidal los había convertido en eje central de sus tesis acerca de la literatura española y los filólogos del Centro los recogerían de su maestro, pero su importancia es indiscutible para enten- der la enérgica reacción contra las teorías de Ortega en su España invertebrada o la importancia que adquirieron para los investigadores del Centro los estudios sobre el régimen municipal y el origen de las ciudades, pues no había nada más pueblo que esto último. Esta forma de trabajar singularizó asimismo al Centro de Estudios Históricos con respecto a la historiografía decimonónica española, pues superó la voluntariosa construcción nacional del romanticismo y contraponía un argumento de peso al que hasta entonces había sido casi exclusivo factor de identidad nacional para la historiografía ultramontana, a saber, la religión católica. Los investigadores del Centro se adscribían de esta forma a una historiografía de corte liberal conservador que trataba de ser innovadora y rompía con construcciones de la historia de España incompatibles con sus parangones europeos, adscribiéndose al grupo de heterodoxos españoles que Menéndez Pelayo definiese y por los que buena parte de los investigadores del Centro sintieron siempre gran admiración y consideraron representantes más definidos de los valores hispanos42.

Notas

1 LÓPEZ SÁNCHEZ, J. M., "Reinterpretar la Cultura española: el Centro de Estudios Históricos", en Cuadernos de Historia Contemporánea, n.º 26, 2004, pp. 143-160 y LÓPEZ SÁNCHEZ, J. M., "Im Dienst der Wissenschaft: Der Centro de Estudios Históricos und die Begründung eines liberalen Nationalbewubtseins in Spanien (1910-1936)", en Berichte zur Wissenschaftsgeschichte, n.º 29, 2006, pp. 121-136.        [ Links ]         [ Links ]

2 Texto citado en ZAPATERO, V., Fernando de los Ríos. Biografía intelectual, Granada, Pre-textos y Diputación de Granada, 1999, p. 48.         [ Links ]

3 IBARRA RODRÍGUEZ, E. y RIBERA TARRAGÓ, J., "Cultura española", en Cultura española, núm. I, febrero 1906, Madrid, pp. V a VIII.        [ Links ]

4 AUBERT, P., "Madrid, polo de atracción de la intelectualidad a principios de siglo", en BAHAMONDE MAGRO, Á. y OTERO CARVAJAL, L. E. (eds.), La sociedad madrileña durante la Restauración, 1876-1931, Madrid, Terceros Coloquios de "Historia Madrileña", vol. II, Consejería de Cultura, 1989, pp. 101-138; y OTERO CARVAJAL, L. E., "Ciencia y cultura en Madrid, siglo XX. Edad de Plata, tiempo de silencio y mercado cultural", en FERNÁNDEZ GARCÍA, A. (dir.): Historia de Madrid, Madrid, Editorial Universidad Complutense, 1993, pp. 697-737.         [ Links ]         [ Links ]

5 LÓPEZ SÁNCHEZ, J. M., "El Centro de Estudios Históricos: primer ensayo de la Junta para Ampliación de Estudios en trabajos de investigación", en RUIZ-MANJÓN, O. y LANGA, A. (coord.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo XX, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, pp. 669 a 681.        [ Links ]

6 LAPORTA, FRANCISCO, "La Junta para Ampliación de Estudios: primeras fatigas", en BILE, II Época, nº 14, agosto 1992, p. 40.         [ Links ]

7 J.A.E.I.C., Memoria correspondiente al año 1907, tomo 1, Madrid, 1908, pp. 46 y 47.        [ Links ]

8 Ibidem, p. 47.

9 Con respecto al Institut d'Estudis Catalans puede verse OTERO CARVAJAL, L. E., Realidad y mito del 98: las distorsiones de la percepción. Ciencia y pensamiento en España (1875-1923), en CAYUELA FERNÁNDEZ, J. G. (Coord.), Un siglo de España: centenario (1898-1998), Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1998, pp. 536-537; SENEN JOSA, J., Les ciències naturals a la Renaixença, Barcelona, 1979; RIERA PALMERO, J., "Letamendi y Turró: romanticismo y positivismo en la medicina catalana del siglo XIX", en Asclepio, 1965, pp. 117-153.        [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]

10 Para tener un panorama más amplio del desarrollo de las ciencias naturales puede consultarse SÁNCHEZ RON, J. M., Cincel, martillo y piedra. Historia de la ciencia en España (siglos XIX y XX), Madrid, Taurus, 2000; OTERO CARVAJAL, L. E., "Realidad y mito...", pp. 527-552; GONZÁLEZ REDONDO, F. A., "La Matemática en el panorama de la Ciencia española, 1852-1945. (En el 150 Aniversario del nacimiento de Santiago Ramón y Cajal y Leonardo Torres Quevedo)", en La Gaceta de la RSME, vol. 5.3 (2002), pp. 779- 809; SALA CATALÁ, J., "Ciencia biológica y polémica de la ciencia en la España de la Restauración", en SÁNCHEZ RON, J. M. (ed.), Ciencia y sociedad en España: De la Ilustración a la guerra civil, Madrid, CSIC, 1988, pp. 157-177; JOSA LLORCA, J., "La historia natural en la España del siglo XIX: botánica y zoología", en Ayer, n.º 7, 1992, pp. 109-152; GOMIS, A., Ignacio Bolívar y las ciencias naturales en España, Madrid, CSIC, 1988; SALA CATALÁ, J., "El evolucionismo en la práctica científica de los biólogos españoles del siglo XIX (1860-1907)", en Asclepio, nº 33 (1981), pp. 81-125; ALBARRACÍN TEULÓN, A., El doctor Simarro y la escuela histológica española, en Primeras Jornadas de Sociología e Historia de la Ciencia, Madrid, 1989; BARATAS DÍAZ, L. A., Introducción y desarrollo de la biología experimental en España entre 1868 y 1936: la evolución del pensamiento universitario español, Madrid, Universidad Complutense, 1993; LÓPEZ PIÑERO, J. M., "Las ciencias médicas en la España del siglo XIX", en Ayer, n.º 7, 1992, pp. 193-240; GONZÁLEZ BLASCO, P., JIMÉNEZ BLANCO, J. y LÓPEZ PIÑERO, J. M. y otros, Historia y sociología de la ciencia en España, Madrid, Alianza, 1979.         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]

11 J.A.E.I.C., op. cit, p. 48.

12 Ibidem, p. 49.

13 Diario de Sesiones del Congreso, legislatura de 1907, volumen 436, n.º 122, 18 de diciembre de 1907, p. 3782.        [ Links ]

14 Al menos éstas son las excusas que el propio Rodríguez San Pedro dio ante el Senado. Véase Diario de Sesiones del Senado, legislatura de 1907, n.º 93, 14 de noviembre de 1907, p. 1815.        [ Links ]

15 Intervención del diputado Ventosa en Diario de Sesiones del Congreso, legislatura de 1907, volumen 436, n.º 122, 18 de diciembre de 1907, p. 3782.

16 Archivo de la Secretaría de la JAE, Libro I de las Actas de la Comisión Ejecutiva, p. 7, Fundación Residencia de Estudiantes de Madrid.        [ Links ]

17 Véase Archivo de la Secretaría de la JAE, Libro I de las Actas de la Junta Plena, sesión 18 de febrero de 1910, Fundación Residencia de Estudiantes de Madrid.        [ Links ]

18 Al menos esto es lo que se deduce de una carta que Gómez-Moreno escribió a su mujer el 21 de febrero y en la que le contaba cómo, en una reunión mantenida con Castillejo por la cuestión del Centro de Estudios Históricos, dice: "íbamos a hablar dos palabras y resultaron tres horas, en las que no tomó él poco de palabra contándome cosas de los pensionados y de sus planes. Me preguntó muchas cosas, convinimos en lo que podía hacerse de mi lado, tomó nota de todo, y quedamos en que yo consultase con Hinojosa y Pidal que son los corifeos de la sección histórica, en la que entrarán también [ los arabistas: Julián] Ribera, [ Miguel] Asín si su enfermedad se lo permite, y [ Joaquín] Costa si no acaba de chiflarse". Véase CASTILLEJO, D. (recopilador), Los intelectuales reformadores de España. Un puente hacia Europa, 1896- 1909, tomo I, Madrid, Castalia, 1997, pp. 34 y 35.        [ Links ]

19 Gaceta de Madrid, nº 78, 19 de marzo de 1910, pp. 582-583.         [ Links ]

20 Gaceta de Madrid, nº 78, 19 de marzo de 1910, p. 582.        [ Links ]

21 SÁNCHEZ-ALBORNOZ, C., Españoles ante la historia, col. Biblioteca Clásica y Contemporánea, Buenos Aires, Losada, 1977, p. 195.        [ Links ]

22 Ibidem, p. 194.

23 Gaceta de Madrid, nº 125, 5 de mayo de 1910, p. 256.        [ Links ]

24 J.A.E.I.C., Memoria correspondiente a los años 1910 y 1911, tomo 3, Madrid, 1912, pp. 134-135.        [ Links ]

25 Según la memoria de la JAE, José Giner Pantoja preparaba su estudio "Instituciones militares de León y Castilla hasta fines del siglo XIII", Longás Bartibás uno titulado "Cartulario de Santa María del Puerto" y Galo Sánchez la edición del "Fuero de Soria" en J.A.E.I.C., Memoria correspondiente a los años 1912 y 1913, tomo 4, Madrid, 1914, p. 231.        [ Links ]

26 SÁNCHEZ-ALBORNOZ, C., Españoles ante…, p. 192.

27 Ibidem, pp. 191-192.

28 Ibidem, p. 192.

29 Ibidem, p. 192.

30 A los ya mencionados hay que unir, entre otros, ilustres nombres como los de José María Ots Capdequí, Manuel Torres, Concepción Muedra, Luis García de Valdeavellano, José María Lacarra, Pilar Loscertales, Ana Pardo García, Gerardo Núñez Clemente, Ramón Paz y Remolar, Ricardo Blasco Génova, María Teresa Casares, Carmen Díaz Caamaño, Consuelo Gutiérrez del Arroyo, Consuelo Sanz, Felipa Niño, María África Ibarra, Carmen Pescador, Carmen Rúa, Enrique Lafuente, José Almudévar, Federico Navarro Luis Vázquez de Parga, María Brey Mariño, Concepción de Zulueta y María Luz Alonso Blanco.

31 Fundación Claudio Sánchez-Albornoz, correspondencia personal, caja 1, carta del 17 de agosto de 1923.

32 Ibidem, carta del 18 de agosto de 1923.

33 Ibidem, carta del 26 de agosto de 1923.

34 Carta de José María Ramos Loscertales a Claudio Sánchez-Albornoz. Ibidem, carta del 29 de septiembre de 1923.

35 Así se lo expresa a Sánchez-Albornoz en carta de 3 de octubre de 1923. Véase Ibidem, carta del 3 de octubre de 1923.

36 Ibidem, carta del 11 de octubre de 1923.

37 J.A.E.I.C., Memoria correspondiente a los años 1924-5 y 1925-6, tomo 10, Madrid, 1927, pp. 223- 224; e Ibidem, Memoria correspondiente a los años 1926-7 y 1927-8, tomo 11, Madrid, 1929, pp. 166-168.        [ Links ]

38 Fundación Claudio Sánchez-Albornoz, op. cit., carta de Galo Sánchez con fecha 31 de mayo 1924 y carta de José M. Ramos con fecha 30 de mayo 1924.

39 Carta de Tomás Navarro Tomás. Fundación Claudio Sánchez-Albornoz, Ibidem, carta de 22 de julio de 1924.

40 Carta de Galo Sánchez a Sánchez-Albornoz. Ibidem, carta de 6 de mayo de 1925.

41 Carta de José M. Ramos a Sánchez-Albornoz. Fundación Claudio Sánchez-Albornoz, correspondencia personal, caja 1, carta 19 de mayo 1925.

42 LÓPEZ SÁNCHEZ, JOSÉ MARÍA: Heterodoxos españoles. El Centro de Estudios Históricos, 1910-1936.         [ Links ]

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