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Cuadernos de historia de España

versão impressa ISSN 0325-1195

Cuad. hist. Esp. vol.84  Ciudad Autónoma de Buenos Aires jan./dez. 2010

 

BIBLIOGRAFÍA

Río Parra, Elena Del, Una era de monstruos. Representaciones de lo deforme en el Siglo de Oro español, Universidad de Navarra, Iberoamericana-Vervuet, 2003, 309 páginas.

 

El análisis de la incorporación de los monstruos a la memoria colectiva es un tópico que nos remonta a distintas épocas. La manera en que se opera esa incorporación es motivo de un pormenorizado análisis, que realiza Elena del Río Parra. El marco temporal se circunscribe al siglo XVII español, pero no descarta las conexiones con el siglo anterior. La obra prioriza el estudio de la representación iconográfica y narrativa de los monstruos por sobre la veracidad científica de los mismos según la literatura de la época. La premisa del trabajo se sustenta en que la imagen del monstruo transitó por la literatura médica, la popular y la iconografía para anclarse finalmente en la comedia. Deviene interesante la ductilidad con que el monstruo pasó de un género a otro para insertarse de manera efectiva en la sociedad. La demarcación temporal obedece al hecho de que fue a principios del siglo XVII que los tópicos de prodigio y maravilla tuvieron su más amplio desarrollo conceptual, pictórico, poético y narrativo. En un determinado momento la noción de prodigio fue reemplazada por la explicación científica o natural del fenómeno. Pese a esta situación, el prodigio perduró en el contexto cultural, es por eso que el estudio no se limita a verificar este tránsito sino que incluye al ser deforme en un marco amplio y dentro de más extensas formas de representación. Numerosos textos referían la aparición de seres monstruosos: las relaciones de sucesos, los avisos de forasteros, las cartas impresas y los pliegos sueltos. Lo interesante del abordaje se sustenta en el estudio de los virajes del pensamiento español en el siglo XVII con respecto al tópico objeto de análisis.

En el primer capítulo, la autora refiere el origen de los primeros gabinetes de curiosidades y alude a los tratados que fueron claves para la realización de este trabajo. Se explica que en España se dio el espacio para reconocer el puente entre el presagio de carácter premoderno y el análisis de los monstruos, basado en la experimentación directa. Es allí donde se pasó de la tradición paneuropea fijada por Plinio y Santo Tomás, según la cual los monstruos eran criaturas sólo hallables en tierras lejanas, al momento cuando los monstruos se incorporaron en el ambiente de la época, formando parte de lo cotidiano, principalmente a partir del descubrimiento. Según la autora, lo que provenía de Europa se corroboraba por las autoridades de la antigüedad clásica, en tanto que lo procedente de América resultaba, a los ojos de los españoles, supersticioso o falaz. Explica el auge que el coleccionismo tomó en el siglo XVII; por ejemplo, Felipe II, haciéndose eco de otros monarcas europeos, dotó al monasterio del Escorial, de variadas colecciones, biblioteca, armería y pinacoteca, en donde los temas monstruosos ocupaban un lugar considerable.

Señala que en España no se verificó la existencia del género nominado como "Monstruario" específicamente, sino que se encontraban referencias, relatos y ejemplos en obras quirúrgicas, médicas, de filosofía natural, ensayos de estética o historias entretenidas que mencionaban a estas criaturas. Así, estima que en el siglo XVII se dio paso a otra conceptualización de lo deforme que no era la del siglo anterior: advertencia de futuros males, burla o desprecio; sino respeto por lo observado sin descartar de lleno lo supersticioso, pero dando lugar a la observación, ya que si bien citaban a los clásicos, también glosaban a los coetáneos que estaban estudiando nuevos casos. De esta manera, en el siglo XVII convivían las descripciones anatómicas junto con las leyendas sobre los orígenes.

Para finalizar el capítulo, la autora fundamenta los factores causales de la generación de monstruos, que excluyen la explicación divina; por ende se destacan la imaginación que actúa durante la concepción, los antojos en el embarazo, la influencia de los astros, la superabundancia o defecto de la materia, los sustos, prodigio señal del castigo divino.

En el segundo capítulo diferencia a los monstruos de demonios y animales. Informa acerca de la naturaleza humana de los monstruos por el hecho de haber sido engendrados por un hombre. Señala como notable que la representación demoníaca a veces simulaba ser monstruosa. Estudia la causalidad de gigantes y pigmeos, en el universo intelectual de la época. La alusión a estos seres estaba íntimamente ligada a la existencia de ellos en un espacio cotidiano cercano, como era el caso de los enanos; y otro ligado a tierras lejanas, donde se tenía noticia de la existencia de gigantes. Las razones de su existencia se enlazaban con los conocimientos científicos de la época, para los cuales las cuestiones ambientales eran de vital importancia para justificar estas desviaciones a la dorada proporción.

Escudriña cuál era el espacio que estas criaturas ocupaban en la sociedad desde el punto de vista espiritual y en relación con los demás humanos. Muchas veces la apariencia de salvaje hacía que a algunos hombres se les atribuyera un origen diabólico. En un intento por definir la naturaleza humana de estos seres resultaba difícil señalar el límite entre lo humano y lo monstruoso; y los teóricos fundamentaban con precisos argumentos estas situaciones, pero las conclusiones eran dispares; la humanidad se definía por el lenguaje o la apariencia externa.

Según la autora era muy variopinto el panorama de la galería de monstruos; otro ser tipificable era el hermafrodita. Los teóricos no fácilmente podían definir su género. Esta incertidumbre se sustentaba en la dificultad para dar solución a estos nacimientos imperfectos, ya que no se planteaba la posibilidad de practicar una cirugía, sí la de optar por uno de los dos géneros. Lo que era punible en el pensamiento de la época, según coinciden los autores, era el uso de ambos géneros.

Un apartado especial lo constituye el tópico relativo al alma de estas criaturas. La autora concluye en que la pureza de la misma, muy por encima de la apariencia exterior, iguala a los seres monstruosos con el resto de los mortales en su posición frente a Dios. De esta manera, podían recibir el bautismo y el Creador los homologaría al resto de los mortales a la hora del juicio final.

El capítulo tercero analiza el rol del monstruo en su función política y comercial. Estudia la inserción de estos seres en la vida cotidiana con fines determinados, tales como el de lucrar con su imagen, labor fomentada primeramente por los padres y en la adultez por ellos mismos. Exhibir lo deforme a través de diferentes recursos devino lucrativo y fue, no deliberadamente, una manera de incorporar y mostrar el fenómeno al resto de la sociedad. Aquí lo iconográfico como parte del texto acorta los límites entre la literatura popular y la culta. Así, se analiza la función de las relaciones de sucesos, noticias, romances, como parte de la literatura popular, que incluye en calidad de actores sociales atípicos, curiosos, raros y hasta quizás espantables, a los seres deformes. Igualmente, en el panorama de estas exhibiciones a veces se fingían ciertas deformidades, con variados recursos que los otros humanos no se preocupaban por desentrañar. La autora plantea un estudio bibliográfico que aborda este fenómeno desde la perspectiva de lo psicológico: ese otro visto como hipérbole de la naturaleza humana, como muestra de la finitud o de las situaciones límite, conciencia del pecado.

El capítulo cuarto está focalizado en la presentación de lo monstruoso como un aspecto del discurso, un mecanismo retórico que se asemeja a la hipérbole, la metáfora y la alegoría como recursos literarios del barroco. El monstruo aparecía como un texto que requería una lectura, una interpretación, ligada por supuesto a la fisionomía. Bestiarios, lunarios y herbarios aparecían como herramientas para sobrellevar los problemas del mundo. El análisis se va a concentrar en estudiar la perspectiva de algunos autores respecto de estas posibles lecturas de todo el cuerpo humano, como las del padre Nieremberg, J. Cortés, Puyasol, Escoto, que decodificaban esas particularidades anatómicas. Igualmente, se asiste a la construcción de una literatura burlesca que tenía como objeto el aspecto físico, pero no de una persona determinada, sino simplemente de una realidad creada a partir del lenguaje: los monstruos gestados por la literatura. Existían producciones preperiodísticas que a veces estaban dirigidas al escarnio de ciertos grupos sociales de manera indirecta, por medio de la ridiculización de estos seres deformes inventados en el texto. Se consideraba que estas producciones unían al fin de divertir el de criticar.

El estudio concluye explicando que en el universo cultural español del siglo XVII se construyó, desde diferentes ángulos, una imagen del monstruo: objeto de élite, espectáculo popular, teatral, noticioso e impreso, motivador de estudios prácticos o de burlas insignificantes, una especie de respuesta epocal a la crisis. La interpretación de lo monstruoso se presenta en el trabajo como una suerte de escapismo que tiene diversas vías, lúdicas, políticas, económicas, lingüísticas, estéticas y sociales.

En el epílogo la autora deja abierta la posibilidad de investigar en qué momento los monstruos dejaron de servir a las funciones analizadas en el presente trabajo, de estudiar el vínculo entre las ciencias positivas y el desarrollo de la teratología en España en la actualidad. Y de rastrear también qué lugar ocupan estos seres hoy en los medios de comunicación de tan extenso alcance como la televisión o internet.

Un interesante apéndice documental que incluye fragmentos de las obras de Bovistuau, Nieremberg, Rivilla Bonet y Pueyo, Sánchez Valdés de la Plata, José V. del Olmo, A. de Fuentelapeña entre otros, abona la seriedad de la obra. La nutrida nómina de bibliografía e ilustraciones puede servir de apoyo a futuros abordajes de un enigma tal como lo es la visión, representación y difusión de estos seres "otros" entre nosotros, desde construcciones pasadas, sin excluir la respuesta del presente ante el fenómeno.

Andrea Lidia Arismendi

 

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