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Revista argentina de microbiología

versão impressa ISSN 0325-7541versão On-line ISSN 1851-7617

Rev. argent. microbiol. v.38 n.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./abr. 2006

 

Influenza aviar: ¿una pandemia de pánico?

Liliana Martínez Peralta

Departamento de Microbiología y Parasitología, Facultad de Medicina, UBA.
Paraguay 2155 ( C1121ABG ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Correspondencia. E-mail: lilimp@fmed.uba.ar

Nueve décadas después de la desaparición de la terrible gripe española, su fantasma está amenazando nuevamente. En muchos países centrales, ciudadanos aterrorizados están acopiando drogas de fuentes inciertas a través de Internet (nunca la fuente de medicamentos más confiable) para una enfermedad que todavía no existe. En setiembre de 2005, el experto de la Organización Mundial de la Salud a cargo de coordinar la respuesta global a la influenza aviar declaró que una pandemia de esta enfermedad podría cobrarse 150 millones de víctimas en todo el mundo. ¿Cuáles son los riesgos reales de una pandemia? Además, ¿resulta la mejor respuesta acumular píldoras?
Históricamente, se ha considerado que las pandemias de influenza ocurren cada diez años (1957, 1968, 1977). Puesto que no ha ocurrido una pandemia durante los últimos 29 años (a pesar de los agoreros anuncios anuales en los diarios), muchos piensan que es inminente que ocurra una. ¿Pero acaso, esta conclusión está basada en la evidencia? Muchos olvidan que entre 1918 y 1957 el intervalo de pandemia fue de 39 años. Por otro lado, con el aumento de la población humana y de aves que vive sobre el planeta desde 1977, se podría argumentar que si una epidemia iba a ocurrir, ya debería haber ocurrido (4). Obviamente, una nueva pandemia con un virus de influenza altamente patógeno es posible. Sin embargo, otros agentes infecciosos presentan riesgos similares: por ejemplo, una epidemia de virus Ebola con transmisión aerógena, o una epidemia causada por una cepa signifi-cativamente más virulenta de HIV (como se demostró en un caso, en febrero de 2005 en Nueva York) son también factibles.
Por otra parte, la prensa y los medios científicos han detallado que las tasas de mortalidad con H5N1 están en el orden del 50%. Sin embargo, estos datos están basados en casos sintomáticos y no incluyen estudios seroepidemiológicos, que son indispensables para estimar la patogenicidad de estas cepas. Puesto que no se sabe a ciencia cierta qué proporción de individuos infectados con H5N1 desarrollan enfermedad con síntomas serios, tampoco se puede estimar la mortalidad, y se pueden cometer errores, como inicialmente ocurrió con el brote de la encefalitis del Nilo Occidental (West-Nile virus) o con el reciente síndrome agudo respiratorio severo (SARS), en que se sobreestimó la mortalidad de esta manera (4). También se podría argumentar que la razón por la que no ha ocurrido una pandemia de gripe aviar hasta el momento es, tal vez, porque la mayoría de los individuos no presentaron síntomas, y se convirtieron en hospederos finales que reaccionan con su sistema inmune y no transmiten el virus. Si este virus se continuara diseminando en el mundo, es probable que ocurriera inmunidad de manada y disminuyera la posibilidad de una pandemia.
En un mundo global, con cobertura global de los medios y gran competencia por noticias sensacionalistas, cualquier escenario hipotético de apocalipsis que pueda capturar la imaginación del público puede causar una explosión mediática, como la que estamos viviendo. Los expertos en enfermedades están ávidos de captar la atención del público con su consecuente búsqueda de fondos para la investigación. La percepción de riesgo está entonces distorsionada y se aleja del riesgo verdadero. El público sobreestima intuitivamente el riesgo de eventos extraños y menoscaba el riesgo de eventos habituales. Normalmente, el público percibe catástrofes improbables y lejanas como más amenazadoras que los riesgos más frecuentes y conocidos. El riesgo de que el próximo invierno el atento lector perezca a causa de un accidente de tránsito es mucho mayor que el de que muera por una infección de influenza altamente patogénica, un evento muy improbable. Según mencionan Bonneux y Van Damme (1), las epidemias anuales de gripe causan acumulativamente más enfermedad y muerte que las pandemias, pero como ocurren año tras año estamos acostumbrados a ellas. Asimismo, la última pandemia (1968-69), causada por una cepa de virus de influenza A (no aviar), causó una mortalidad tres veces mayor que las epidemias anuales.
El deseo de sentirse con control sobre la probable pandemia, acompañado de un mercadeo astuto, ha causado una gran pelea por acopiar píldoras de drogas antivirales. Todo esto con el agravante de que los países en desarrollo (por ejemplo, los países asiáticos, en donde se registraron muertes por gripe aviar y donde la recombinación entre virus aviarios y humanos es más probable) no pueden acceder a estas drogas por su elevado costo (2, 3). Es de destacar que la eficacia de los antivirales disponibles contra la influenza aviar no se ha demostrado acabadamente, y que ya hay reportes que dan cuenta de resistencia a antivirales en el 16% de los niños infectados con el virus (1). A pesar de que estas drogas pueden prevenir síntomas y complicaciones de la influenza, no previenen la infección ni evitan la secreción nasal del virus, lo cual permite la difusión posterior del agente infeccioso.
En la historia, las epidemias y el miedo que causaban constituyeron un terreno fértil para los avances en materia de salud pública. Por ejemplo, las epidemias de peste bubónica en Europa durante la Edad Media fueron el origen de las autoridades sanitarias. La pandemia de influenza nos enseña que los problemas globales necesitan también soluciones globales. ¿Puede servir para algo el miedo a una pandemia de influenza catastrófica? El viejo adagio médico humanista: “Curar a veces, aliviar a menudo, confortar siempre” permanece vigente en nuestros días. No hay píldoras mágicas para reemplazar el cuidado competente de enfermeras y médicos dedicados. Manteniendo suficiente capacidad de admisión para casos agudos y servicios de salud reforzados, se puede responder a todo tipo de emergencias, no sólo a una pandemia de influenza. Además, se necesita la acción prudente y eficaz de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Una pandemia, aun una pandemia de pánico, requiere una institución con un mandato global de intervención. Sin embargo, más que aumentar el pánico, apoyar inversiones para el acopio de drogas de uso incierto y seguir ciegamente el consejo de expertos con intereses innegables, la OMS debería colaborar con las naciones que lo soliciten para reforzar sus sistemas de salud y aumentar su capacidad genérica para lidiar con cualquier tipo de emergencia, no solamente una pandemia hipotética de influenza. La OMS debería apoyar la expansión de la capacidad para producir vacunas y el logro de convenios más justos y factibles para su adquisición, que los actuales acuerdos internacionales de comercio.
La política internacional de salud debería mantener una vigilancia continua y no distraerse con el último fantasma sanitario y su arreglo rápido con la industria. Puesto que el pánico es parte de la condición humana en las epidemias, deberíamos capitalizarlo para afrontar una agenda amplia de enfermedades prevenibles y curables en el mundo, comenzando por revertir las bajas tasas de vacunación para la influenza anual.

BIBLIOGRAFIA
1. Bonneux L,Van Damme W. An iatrogenic pandemic of panic. BMJ 2006; 332: 786-8.         [ Links ]
2. Brown H. Nations set out a global plan for influenza action. Lancet 2005; 366: 1684-5.         [ Links ]
3. Chen K. Bird flu prevention. Lancet 2006; 367: 1240.         [ Links ]
4. Silverstein G. Preparing for pandemic influenza. Lancet 2006; 367: 1239-40.         [ Links ]

Recibido: 4/07/05
Aceptado: 9/01/06

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