SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.44 número3Agregaciones celulares in vivo de Leptospira interrogans producidas por un aislamiento porcino capaz de formar biofilm índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

  • Não possue artigos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

Compartilhar


Revista argentina de microbiología

versão impressa ISSN 0325-7541

Rev. argent. microbiol. vol.44 no.3 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun./set. 2012

 

EDITORIAL

Ciencia, cultura de la cita y dinero

Science, citation culture and money

 

La Real Academia Española define a la "ciencia" (Del lat. scientia) como el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales. Asimismo, expresa que "investigar" (Del lat. investigare) consiste en realizar actividades intelectuales y experimentales de modo sistemático con el propósito de aumentar los conocimientos sobre una determinada materia.

Es pertinente referirse a la investigación distinguiendo entre investigación aplicada e investigación básica. La primera tiene como objetivo la solución de un problema en un plazo de tiempo generalmente preestablecido, mientras que la segunda tiene como finalidad ampliar el conocimiento científico, sin perseguir, en principio, ninguna aplicación práctica. Teniendo en cuenta esto, es sencillo comprender que la investigación básica constituye la base de conocimientos sobre la que se apoya la ciencia aplicada o la tecnología, y tiene el potencial de múltiples usos, al contribuir en un gran número de áreas.

El conocimiento posee características de lo que los economistas definen como bien público: es no excluyente, ya que una vez que los hallazgos son hechos públicos es difícil impedir que otros utilicen el conocimiento generado, y su uso no implica rivalidad pues el bien no se consume con el uso. Entonces, desde un punto de vista puramente económico, el mercado no está preparado para incentivar la producción de tal clase de bienes "no rentables" (2).

Como fuerza compensadora ha evolucionado un sistema de recompensa basado en la prioridad que promueve el generar y compartir conocimientos. Por medio de la comunicación, los investigadores hacen propios sus hallazgos, y en el proceso, construyen su reputación profesional, lo que indirectamente conduce a recompensas financieras en forma de subsidios para futuras investigaciones y a mejoras salariales, entre otros. El sociólogo de la ciencia Robert K. Merton expuso por primera vez en 1986 sus ideas respecto de la naturaleza pública de la ciencia y argumentó que en ciencia "la estructura de recompensa del sistema basado en la prioridad funciona de manera que hace el bien público privado".

Eugene Garfield, químico y bibliógrafo norteamericano nacido en 1925, observó y estudió la relación existente entre las referencias o citas bibliográficas y las ideas expresadas en un artículo científico. Sus estudios condujeron a la elaboración de la teoría de la indización o indexación por citas (1), la cual plantea que si en un artículo de gran interés se cita a determinados autores, otros artículos que citen a esos mismos autores seguramente también serán del mismo interés. Garfield basó el método de indización en la llamada "cultura de la cita"; subcultura de la ciencia en la que el investigador no solo describe en detalle su trabajo, sino que también cita concienzudamente las publicaciones de otros autores que contribuyeron al desarrollo de su investigación (3).

En 1964, Garfield presentó el Science Citation Index (SCI), catálogo de indexación por citas para artículos científicos. En poco tiempo, este indicador revolucionó la sociología y las políticas de la ciencia y la tecnología. Posteriormente, se publicaron el Social Science Citation Index (SSCI), el Arts & Humanities Citation Index (AHCI) y el Journal Citation Report (JCR); el objetivo de este último fue generar un factor de impacto de las revistas científicas más prestigiosas en cualquier área.

El factor de impacto de una revista determinada se establece anualmente. Este factor se calcula como el cociente entre el número de documentos publicados en dicha revista durante el bienio precedente que fueron citados en artículos científicos publicados en el año que se desea evaluar y el número total de documentos citables publicados en la revista en ese mismo bienio. Por ejemplo:

De este modo, una revista con factor de impacto elevado da cuenta de la buena visibilidad en el mundo académico de los artículos en ella publicados y de la mayor influencia de estos sobre un gran número de investigadores. En consecuencia, aumenta el interés de los investigadores (o la presión sobre ellos) para publicar en dicha revista.

Desde que Henry Oldenburg puso en circulación en 1665 The Philosophical Transactions of the Royal Society (Phil. Trans.), con el objetivo de difundir los hallazgos científicos con mayor celeridad y haciendo de esta la primera revista en el mundo dedicada exclusivamente a la ciencia, el número de revistas ha crecido de manera casi exponencial.

La necesidad de los investigadores de publicar en revistas de mayor prestigio y la presión a la que se ven sometidas las instituciones por parte de los usuarios para suscribirse a dichas revistas han conducido a numerosas editoriales a embarcarse en el mundo de las publicaciones científicas, puesto que sin dudas representa un negocio de mucha rentabilidad. En este terreno, la situación general es compleja y paradójica, ya que existen editoriales que publican artículos sin costos para el autor pero cuyos costos de suscripción son elevados y, en ocasiones, inasumibles para las instituciones, mientras que en otras los investigadores se ven obligados a pagar sumas importantes de dinero para publicar, siendo que son ellos quienes proveen el contenido que será evaluado luego para determinar el factor de impacto de la revista en la que publican.

Volviendo a lo dicho anteriormente, los investigadores deben comunicar sus hallazgos rápidamente para evitar pérdidas en la carrera por la prioridad, haciendo uso del circuito de publicaciones científicas. Sin embargo, dado que las revistas desean publicar trabajos cuyos autores tengan un gran prestigio (además de la capacidad de afrontar los gastos implicados en publicar), pues eso garantiza un mayor número de lectores, se genera un círculo en el que para acceder a dichas revistas es crucial que el investigador ya haya publicado en revistas con un importante factor de impacto. Así, el factor de impacto, uno de los índices por excelencia de la investigación científica, se convierte en indicador de la calidad de los trabajos publicados por un investigador (cuando, en realidad, hace referencia a la calidad de una revista) y es considerado por los gestores de la ciencia un indicador esencial en la evaluación de investigadores, grupos de investigación, proyectos e incluso áreas de relevancia.

El propio Garfield ha señalado repetidas veces que el uso del factor de impacto de las revistas en las que ha publicado un investigador para efectuar su evaluación científica tiene sus riesgos, y destaca la conveniencia y necesidad de contrastar dicho parámetro con otros indicadores y con una evaluación detallada de la producción científica de cada investigador. Sin embargo, muy frecuentemente las autoridades académicas y los gestores de la investigación utilizan el factor de impacto de las revistas como único criterio a la hora de tomar decisiones, incluso cuando un gran número de usuarios de dicho indicador bibliométrico ni siquiera sabe cómo se calcula. Al parecer, resulta extremadamente difícil para algunas personas entender los inconvenientes que tiene una evaluación acrítica de algo tan complejo como la investigación utilizando indicadores cuyos fundamentos y limitaciones no se conocen del todo.

Es sumamente importante tener en cuenta que quien calcula el factor de impacto de las publicaciones científicas es el Instituto para la Información Científica (Institute for Scientific Information o ISI), fundado por Eugene Garfield en 1960, adquirido por Thomson Scientific & Healthcare en 1992 y actualmente conocido como Thomson Reuters ISI, tras la compra de Reuters por parte de Thomson, en 2008. Se trata entonces de una empresa de información con sede en más de 90 países y cuyas acciones cotizan en las bolsas de valores más importantes del mundo. Esta empresa mantiene una base de datos de citaciones que abarca miles de revistas y que se puede consultar on line (previo pago), a través del servicio Web of Knowledge (WOK).

El ISI cuenta las citas de cada documento publicado en cada una de las revistas que indexa y descarta aquellas citas realizadas en revistas no indexadas por el instituto, pero, llamativamente, incluye tanto citas de otras revistas como las que aparecen en artículos publicados en la propia revista (autocitas de la revista), y también las citas que realizan los investigadores a sus propios artículos (autocitas). El cálculo realizado para determinar el factor de impacto no es fácil de reproducir, ya que el ISI añade o elimina algunas citas mediante procesos manuales (no automáticos) que no explica en detalle.

Hasta aquí se han mencionado dos componentes del mundo de la ciencia: investigadores y medios de divulgación, íntimamente relacionados e interdependientes, pero con grandes diferencias en términos de objetivos y ganancias. Un tercer componente, tan importante como los anteriores, es el dinero, ya que juega varios roles críticos en la ciencia. Primero, el dinero influye en la elección de la carrera profesional. Los científicos son individuos motivados no solo a hacer investigación por un interés innato por la resolución de problemas y cuestiones enigmáticas, sino por el reconocimiento y, como cualquier otro individuo, por el dinero. Segundo, puesto que la investigación es onerosa, la mayoría de los investigadores que se desempeñan en universidades o en instituciones públicas están obligados a conseguir fondos constantemente para poder llevar adelante su trabajo.

El origen de los fondos para la ciencia ha ido cambiando con los tiempos. Históricamente, la ciencia fue apoyada en gran medida por benefactores privados (individuos o familias) o instituciones religiosas, o simplemente, los gastos corrían por cuenta del propio investigador. Así por ejemplo, el trabajo de Galileo Galilei en los siglos XVI y XVII fue sostenido por individuos acaudalados, incluyendo al papa Urbano VIII y al gran duque de Toscana Fernando II de Médicis, mientras que el viaje realizado por Charles Darwin a bordo del HSM Beagle en el siglo XIX fue posible gracias al apoyo económico de su familia y, de manera indirecta, del gobierno británico, quien financió la expedición a la que se sumó Darwin.

En la actualidad, si un individuo con vocación por la ciencia y la investigación desea desarrollarse como profesional en el área, deberá contar sin dudas con una buena cantidad de dinero para poder llevar a cabo su tarea. Sin embargo, sabemos que la producción de conocimiento (un bien público) no es "objeto de deseo" de inversores privados por su escasa rentabilidad. De este modo, recae sobre el Estado (por lo tanto, sobre la sociedad toda) y sobre fundaciones sin fines de lucro la responsabilidad de aportar la mayor parte de los fondos necesarios para el desarrollo de actividades de investigación. Pero, ¿cómo hace uno de estos individuos en un país en donde el presupuesto destinado a investigación básica se reduce constantemente, mientras la demanda de fondos crece con el número de investigadores, y donde la calidad de la investigación (y lamentablemente, del individuo) se evalúa casi exclusivamente por el índice de impacto de las revistas donde se encuentran sus publicaciones científicas, considerando en ocasiones de escaso nivel la publicación de resultados en revistas científicas nacionales?.

Probablemente seamos miles los que podamos dar respuesta a este tipo de preguntas, y miles los que día a día, desde diferentes lugares, seguimos dando impulso a la "máquina de la investigación" en la Argentina, a la espera de cambios que desestructuren el círculo perverso dinero-publicación-dinero y que compensen la asimetría a la que nos vemos sometidos y que nunca terminamos de comprender.

Mauricio G. Carobene

Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y Sida, INBIRS Facultad de Medicina-Universidad de Buenos Aires. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. E-mail: mcarobe@fmed.uba.ar

1. Garfield E. The history and meaning of the journal impact factor. JAMA 2006; 295: 90-3.         [ Links ]

2. Stephan P. How economics shapes science. Harvard University Press, 2012.         [ Links ]

3. Wouters P. The Citation Culture. Doctoral Thesis, University of Amsterdam, 1999. Disponible en línea en: http://garfield.library.upenn.edu/wouters/wouters.pdf        [ Links ]

Creative Commons License Todo o conteúdo deste periódico, exceto onde está identificado, está licenciado sob uma Licença Creative Commons