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Folia Histórica del Nordeste

Print version ISSN 0325-8238On-line version ISSN 2525-1627

Folia  no.28 Resistencia Apr. 2017

 

NOTAS Y DOCUMENTOS

Reconstruyendo el puzzle urbano Latinoamericano. Algunos comentarios sobre una obra reciente de Di Virgilio y Perelman

Rebuilding the urban Latin American puzzle. Some comments on a recent of Di Virgilio and Perelman

Joaquín Perren*

Sergio Cabezas**

María Emilia Soria***

* Doctor en Historia. Investigador Adjunto de CONICET. Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales (CONICET-Universidad Nacional de Comahue). joaquinperren@gmail.com

** Magister en Economía Energética y política ambiental, Universidad Nacional del Comahue. Docente de la Facultad de Economía y Administración. Universidad Nacional del Comahue.

*** Becaria de iniciación en investigación. Docente de la Facultad de Economía y Administración. Universidad Nacional del Comahue.

Resumen

La presente comunicación constituye un comentario crítico de la obra Ciudades latinoamericanas: desigualdad, segregación y tolerancia de María Mercedes Di Virgilio y Mariano Perelman. Reconociendo este texto como pieza relevante de una renovación de los estudios urbanos a nivel continental, se realiza una aproximación a aquellos mecanismos que producen, reproducen y profundizan las desigualdades socio-territoriales en escenarios metropolitanos de diversa envergadura, desde nodos regionales hasta ciudades globales. Al mismo tiempo, el recorrido por las páginas del trabajo comentado funciona como plataforma para explorar recursos heurísticos y estrategias metodológicas capaces de reconstruir en toda su complejidad la dinámica urbana contemporánea. Por último, se rescatan algunas de las fortalezas contenidas en la compilación, especialmente aquellas que se refieren a su potencial en la búsqueda de senderos que permitan efectivizar el “derecho a la ciudad”.

Palabras clave: Desigualdad; Segregación; Estudios urbanos; Latinoamérica.

Abstract

This communication constitutes a critical commentary on the work Latin American Cities: inequality, segregation and tolerance of María Mercedes Di Virgilio and Mariano Perelman. Recognizing this text as a relevant piece of a renewal of urban studies at the continental level, an approach is made to those mechanisms that produce, reproduce and deepen socio-territorial inequalities in metropolitan settings of varying magnitude, from regional nodes to global cities. At the same time, the path through the pages of the commented work serves as a platform to explore heuristic resources and methodological strategies capable of reconstructing contemporary urban dynamics in all its complexity. Finally, some of the strengths contained in the compilation are rescued, especially those that refer to its potential in the search for trails that allow to realize the “right to the city”.

Palabras clave: Inequality; Segregation; Urban Studies; Latin America.

Recibido: 20/12/2016
Aceptado: 14/02/2017

Que las ciudades latinoamericanas se han vuelto un complejo mosaico es una verdad de Perogrullo. Solo basta echar un vistazo a la portada de cualquier periódico de la región para comprobar este punto. A diario aparecen imágenes de urbes escindidas, con barrios cerrados y countries en altura, por un lado, y enormes asentamientos precarios, por el otro. La mayoría de las veces, el tratamiento periodístico sobre esta materia ha oscilado entre la alarma por la inseguridad que tales asimetrías generan y la resignación por el armado de maquinarias electorales que se alimentan de una urbanización a todas luces desigual. El libro que María Mercedes Virgilio y Mariano Perelman ponen a consideración del público toma distancia de estas miradas impresionistas, proponiendo en su lugar un estudio sistemático sobre las condiciones de producción de las desigualdades al sur del rio Bravo. Retomando algunos de los aportes que han dado forma a una promisoria renovación de los estudios urbanos a nivel continental1, Ciudades latinoamericanas: desigualdad, segregación y tolerancia parte de un supuesto básico que está explicitado en la introducción de la obra: la desigualdad constituye “un fenómeno socialmente producido que tiene manifestaciones y articulaciones espaciales claras y que, a su vez, se nutre de ellas” (Virgilio y Parelman, 2015: 9). Con ese horizonte analítico, el libro nos propone un recorrido que consta de tres partes y diez capítulos, a partir del cual podemos apreciar con claridad cómo los modos de habitar, transitar y circular en la ciudad “contribuyen a (re)producir la desigualdad socio-urbana” (Virgilio y Parelman, 2015).

“La desigualdad social en contextos de relegación urbana: un análisis de las experiencias y los significados del espacio (Gran Buenos Aires 2003-2010)” es el título del capítulo que inaugura la primera parte de la compilación; una dedicada específicamente a analizar cómo la desigualdad es vivenciada por los habitantes de barrios populares. Su autora, Daniela Soldano, repone, a partir de un impecable trabajo campo, las experiencias, las prácticas e identidades socio-políticas de los vecinos en el barrio “El Tanque” en la Región Metropolitana de Buenos Aires. En un primer momento, aparecen con fuerza en su análisis los “sistemas de categorías público-políticas que, en su juego de imposición cotidiana, producen diferencias concretas entre clases o tipos de vecinos” (Virgilio y Parelman, 2015: 27); es decir, referencias que permiten reconstruir tipificaciones que están operando en el sentido común de los habitantes y que se constituyen como organizadores analíticos: el “comprador genuino” del suelo y quienes se asientan ilegalmente, o bien el corte entre “antiguos y recién llegados” (Virgilio y Parelman, 2015: 32); aunque luego estas tienden a diluirse en vistas de una percepción compartida sobre las dificultades en el horizonte cotidiano de quienes habitan el barrio, ganando preeminencia una identificación más cercana a la idea de sujeto colectivo. Junto con la valoración negativa del barrio, el desencanto por el progreso postergado (Virgilio y Parelman, 2015: 35) ofrece pistas para pensar el papel del Estado en estos discursos de sentido común, al tiempo que se recupera cierta noción de ciudadanía a partir de la cual se construyen los horizontes cotidianos de la comunidad o, lo que es igual, su inteligibilidad del mundo. En tal sentido, Soldano concluye en que las experiencias del espacio o “acumulación territorial de desventajas económicas y socioculturales [que] se suma [a] la vivencia de un espacio público barrial degradado” (Virgilio y Parelman, 2015: 50), inciden y orientan las posiciones público-políticas, que en este caso toman un cariz de apatía y falta de compromiso en la resolución de los problemas públicos.

La segunda entrega de la primer parte del libro corre por cuenta del sociólogo chileno Juan Ruiz, cuya propuesta se centra en el análisis del proceso de consolidación de la(s) violencia(s) en la Población José María Caro, en el área pericentro de Santiago de Chile. Surgido al calor de las primeras políticas de vivienda social, hay dos elementos que dan cuenta de su singularidad: por un lado, un pasado nutrido de participación política que va desde los años previos a la dictadura militar de Pinochet, albergando entre sus pobladores a un núcleo de resistencia luego de 1973, hasta volverse protagonista de movimientos sociales urbanos recientemente (Virgilio y Parelman, 2015: 59); y, por otro, su consideración como lugar peligroso. Un repaso por la historia del barrio permite ver que ha estado marcado por episodios de conflictividad registrados en un contexto de exclusión, que frecuentemente se expresan en términos de la violencia generada por las bandas de narcotráfico y de crimen organizado que operan en el territorio, aunque la consolidación del fenómeno de la violencia de ninguna manera se resuelve allí. Por el contrario, Ruiz encuentra en los testimonios de los vecinos referencias a otras formas locales y complejas que se superponen, y se expresan a través de representaciones de una violencia institucional que ejerce la policía a través de la discriminación y el maltrato; y de una violencia estructural, emanada desde el Estado y desde el resto de la ciudad, y percibida en términos de un modelo de desarrollo que se intuye desfavorable en cuanto a posibilidades de superación: quienes viven en “La Caro” se enfrentan a la discriminación del mercado laboral, al tiempo experimentan una sensación de desamparo y olvido frente a un Estado promotor de un desarrollo urbano sin inclusión, que amenaza con expulsarlos (Virgilio y Parelman, 2015: 69). Ciudadanía, desigualdad y violencia se conjugan entonces dando como resultado una deslegitimación del sistema democrático en los términos en los que propone Holston: como exclusión política que produce un quiebre entre la democracia formal (que solo funciona parcialmente) y la (imposibilidad de) construcción de una ciudadanía participación. Frente a este panorama, resulta evidente que la consolidación de la violencia en este escenario no es un fenómeno pasajero ni superficial, y que -por el contrario- su explicación requiere desandar la trama del desarrollo de Santiago y sus tendencias sociales y económicas estructurales (Holston, 2008).

Con la ciudad brasileña de Salvador de Bahía como telón de fondo, el último artículo de esta sección, a cargo de John Gledhill y María Gabriela Hita, reconstruye la trayectoria del Foro Permanente de Entidades del Barrio de la Paz (FPEBP), organización de base popular que emerge de la acción colectiva de los habitantes de dicha comunidad frente a la amenaza que representaban otros agentes con presencia en el espacio: el Estado, los sectores inmobiliarios privados y los grupos narcos. A partir de estadísticas que reflejan tasas de homicidios, los autores afirman que el Estado de Bahía es el más violento del país, al punto que lleva la delantera del ranking nacional de muertes por armas de fuego, en situaciones vinculadas al narcotráfico (Virgilio y Parelman, 2015: 86). Situación que dio lugar al avance, en abril del año 2011, de una política de seguridad pública basada en la pacificación a través del despliegue de la fuerza represiva de policías y militares. Ésta no estuvo exenta de conflictos, y es precisamente allí en donde radica la riqueza del texto, en tanto que brinda la oportunidad de observar la interacción de los distintos actores, al tiempo de ofrecer pistas para abordar procesos estructurales en la ciudad desde la óptica de los vecinos. En tal sentido, los límites del plan de seguridad vinieron dados por la conducta autoritaria desplegada en el policiamiento de la comunidad, las disputas de los grupos narcos por el territorio, el avance de los desarrollos inmobiliarios privados y el desdibujamiento de la frontera entre el poder especulativo privado y el Estado. Sobre este último punto hacen hincapié los autores, al proponer un análisis en clave de “estructuración clasista del proceso de desarrollo urbano” (Virgilio y Parelman, 2015: 110), que leen -siguiendo a David Harvey (2005)- como un proceso de “acumulación por despojo” (Virgilio y Parelman, 2015: 88), por el cual se intentan estrategias de desalojo de los pobres, en beneficio de sectores privilegiados. Concluyen así en que, si bien el Foro perdió la pulseada contra las estructuras de poder socio-económicas que propiciaron su disolución, sigue siendo un modelo válido “desde abajo”, más democrático, inclusivo y sustentable, para intervenir en la toma de decisiones que hacen al desarrollo urbano.

La segunda parte de la compilación, aquella dedicada a estudiar los conflictos desarrollados en el marco de la producción de la desigualdad urbana, da comienzo con un texto de Enrique De la Garza y Marcela Hernández. En sus páginas, los cientistas de la Universidad Autónoma Metropolitana reflexionan sobre las relaciones laborales informales en la ciudad de México, poniendo el foco en aquellos trabajadores que se ganan la vida desarrollando prácticas de subsistencia en el espacio público metropolitano. Con ese propósito, y luego de indagar sobre la naturaleza del concepto de informalidad a partir de su intencionalidad y contenido, los autores definen a este importante segmento de la población económicamente activa como “un sector mayoritario de trabajadores (que) no (es) atendido por la ley laboral, por las autoridades del trabajo, ni por los sindicatos” (Virgilio y Parelman, 2015: 121). Gracias a este ejercicio, a todas luces necesario para comprender el funcionamiento de las economías que dan vida al Sur global, De la Garza y Hernández proponen reconsiderar el concepto clásico de trabajo, rompiendo con esa imagen que lo asociaba de forma mecánica al trabajador asalariado fabril formalizado. Esta especie de corrimiento de la frontera conceptual, lejos de agotarse en el plano académico, no podía dejar de tener un impacto en el diseño de políticas públicas. Después de todo, el deslizamiento desde una mirada asentada en las relaciones laborales a otra anclada en las relaciones sociales de producción podría funcionar, dicen los autores, como el catalizador de la obtención de derechos sociales por parte de quienes se desempeñan en lo que Coraggio definió como economía popular (Coraggio, 1992).

El quinto capítulo de la obra es responsabilidad de Morgane Govoreanu. Su estudio está abocado al análisis de un particular tipo de práctica urbana desarrollada en la ciudad de México: los plantones. Con un background etnográfico sobre sus espaldas, la autora se encarga de definir sus límites, afirmando que se trata de campamentos políticos, localizados en el centro de la ciudad, que “han sido armados para reivindicar múltiples causas (…) montados y mantenidos por grupos tan heterogéneos como sus causas” (Virgilio y Parelman, 2015: 136). Con una idea clara sobre los contornos de esta utilización del espacio público, la antropóloga formada en el afamado EHESS parisino muestra cómo los plantones constituyen un mecanismo a partir del cual la desigualdad y la segregación abandonan su invisibilidad por medio de un potente proceso de desnaturalización. Pero no solo se trata de poner en el tapete aquello que, hasta allí, estaba oculto tras un velo de sombras. Por el contrario, y sobre la base del reconocimiento de una situación juzgada como injusta, los plantones constituyen una acción en la que los actores movilizados alzan su voz y reivindican su “derecho a tener derechos” (Virgilio y Parelman, 2015: 149). Por esa razón, concluye Govoreanu, este tipo de movilización debe ser considerada una expresión contemporánea de la lucha por y en la ciudad; una que enfrenta a quienes se oponen a las políticas diseñadas por el gobierno del Distrito Federal y quienes, como arquitectos de la gobernanza metropolitana, buscan silenciar a los primeros ocupando lugares públicos con actividades económicas y recreativas.

El sexto capítulo del libro, tercero de la segunda parte, está dedicado al estudio de las barreras visibles e invisibles que deben enfrentar a diario los pobres urbanos en el centro de San Pablo, Brasil. Su autor, Tobias Töpfer, vertebra su argumentación a partir de un enunciado en el que resuenan los ecos de los pioneros aportes de Glass (1964) en las ciudades capitalistas, dice el geógrafo austríaco, “la lógica de la renta del suelo urbano predomina y determina el uso del espacio urbano” (Virgilio y Parelman, 2015: 163), volviendo apetecibles para el capital inmobiliario las áreas centrales degradadas, pero capaces de generar suculentas plusvalías. Con este principio como punto de partida, el académico de la Universidad de Innsbruck defiende una muy potente hipótesis: el urbanismo neoliberal promueve de diferentes maneras la exclusión de los espacios “revitalizados” de personas en situación de calle, adictos, vendedores ambulantes, recolectores de materiales reciclables, prostitutas y de otros grupos desfavorecidos. Este cometido es logrado por medio de barreras físicas directas, como cercos, división de bancos de plazas, “rampas anti-mendigos”, pero también a través de otras indirectas como dispositivos arquitectónicos que dan mayor visibilidad y permiten el control de distintas prácticas económicas informales. Esta especie de reconquista urbana se complementa con la criminalización del comportamiento de los excluidos. La policía, con la excusa de proteger a “personas en situación de riesgo” (Virgilio y Parelman, 2015: 166), expulsa a los “indeseables” de aquellas áreas que son objeto de políticas de embellecimiento estratégico. Este conjunto de políticas funcionarían, desde la perspectiva de Töpfer, como un mecanismo de “limpieza social” que, además de reforzar un severo cuadro de segregación, afecta las posibilidades de trabajo y de reproducción de quienes no dudaríamos en ubicar en el casillero de los “parias urbanos” (Waqcuant, 2008).

El último artículo de la segunda parte, séptimo del libro, está a cargo de Carmen Imelda González Gómez. Se desarrollan allí las formas que asume la segregación en la ciudad mexicana de Querétaro; una urbe que, como explica la autora, se fue alejando de su pasado industrial, diversificando su economía y reorientando su perfil hacia los negocios inmobiliarios. El resultado obvio de este proceso no fue otro más que una acelerada urbanización que, desde la perspectiva de González Gómez, no responde a una planificación adecuada, sino a expectativas de ganancias a corto plazo que produjeron un extraordinario despliegue de las desarrolladoras inmobiliarias. Entre los productos ofrecidos por estas últimas se destaca la construcción de fraccionamientos implantados como islas en las zonas menos privilegiadas de la ciudad, constituyendo lo que González Gómez identifica como segregación voluntaria, pues “dependen tanto de las características socioeconómicas como de las expectativas de vida y los patrones de consumo, que asumen conscientemente los individuos o familias que desean aislarse del entorno que se considera adverso” (Virgilio y Parelman, 2015: 183). Lo más interesante del estudio de la académica de la Universidad Autónoma de Querétaro llega cuando analiza los efectos que este tipo de proyectos tiene en el funcionamiento de la ciudad: una oferta habitacional que corrió por delante de la demanda generó una exagerada expansión de la mancha urbana y un virtual parate en el proceso de densificación. Simultáneamente, al incentivar un modo de vida relativamente homogéneo al interior de los fraccionamientos, los desarrolladores profundizaron las desigualdades socio-espaciales de la ciudad, abriendo una auténtica grieta entre los residentes de estos selectos condominios y el resto de la población. Con todas las piezas sobre la mesa, la cientista mexicana llega a una conclusión sintonizada en una frecuencia crítica: en el caso de Querétaro, la producción del espacio urbano ha tendido a crear una ciudad fragmentada en la que conviven procesos de exclusión, segregación y descomposición del tejido social.

La tercera parte del libro, “Pugnas por el espacio público”, da comienzo con una contribución de Mirosvaw Wójtowics. A partir del aprovechamiento intensivo de fuentes estadísticas y de una muy sofisticada cartografía, el investigador de la Universidad de Cracovia propone una descripción en la larga duración del crecimiento demográfico y espacial de la ciudad de Curitiba, en el sur de Brasil. Con ese objetivo en mente, el autor realiza una prolija reconstrucción de la evolución de la población de la capital paranaense a lo largo de los dos últimos siglos, prestando especial atención al impacto que sobre la misma imprimieron los distintos contingentes migratorios: si, a comienzos del siglo XX, la llegada del ferrocarril fue el catalizador del arribo de un nutrido grupo de europeos, las décadas centrales de la pasada centuria fueron testigos de creciente presencia de migrantes internos, primero proveniente de los estados del nordeste brasileño y luego del interior de Paraná. Gracias a este crecimiento, que en las últimas décadas fue mucho más importante que el registrado a escala estadual, Curitiba se convirtió en una metrópolis que, al ingresar al presente siglo, perforó la barrera del millón y medio de habitantes. Pero más importante que este dato puntual es la forma en que el cientista de origen polaco va hilvanando una explicación en la que los factores económicos tienen una enorme gravitación: la mecanización del agro y la creación de un parque industrial de envergadura son importantes para entender “el crecimiento de los suburbios de Curitiba, cuyo índice de crecimiento de población duplica el índice de Curitiba en las últimas tres décadas” (Virgilio y Parelman, 2015: 206).

Con una idea clara del comportamiento demográfico de la capital paranaense, Wójtowics analiza la huella dejada por tal proceso en la estructura de la ciudad. Alejado de aquellas posturas que ponen al mercado como deus ex machina de la urbanización, el académico europeo plantea la necesidad de incorporar al estado municipal como un actor clave en la producción del espacio urbano. Para dar sustento a esta sugestiva hipótesis, que abreva de los señeros planteos de Lefevbre (1974), el autor revisa los distintos planes maestros de la ciudad, explorando los mecanismos a partir de los cuales se fijaron determinados usos del suelo y se establecieron ciertas densidades como admisibles (Lefevbre, 1974). El escrutinio de estas fuentes documentales permite a Wójtowics descubrir un despoblamiento tendencial del área céntrica, solo revertido en el los últimos años de la mano de procesos de regeneración, así como una creciente densificación de corredores vinculados a las principales vías de comunicación. Resultado de esto último, afirma el autor enfáticamente, “comenzaron a emerger rascacielos, y no solo en Curitiba Central, sino también en áreas más periféricas” (Virgilio y Parelman, 2015 209).

Pero las diferencias al interior de Curitiba no se restringieron a la intensidad en la ocupación del territorio. Por el contrario, el vertiginoso crecimiento de la población y la explosión de sus límites originales implicaron, desde la perspectiva de Wójtowics, un ensanchamiento de la brecha social. Echando mano a indicadores de segregación tradicionales, aunque no por ello menos efectivos, el autor llega a la conclusión que el ingreso constituye la principal variable que permite explicar la distribución de la población en el tablero urbano. Sumando su aporte a una larga lista de estudios en la materia, desde Griffin y Ford (1991) hasta Janoschka (2002) el autor afirma que en el caso de la urbe paranaense “todavía se aplica el modelo espacial tradicional, según el cual existen distritos centrales dominados por la clase alta y distritos periféricos dominados por la clase baja” (Janoschka, 2002; Virgilio y Parelman, 2015: 216). Ese carácter ordinario de Curitiba convive, sin embargo, con un aspecto compartido con otras urbes brasileñas y que el cientista de origen polaco analiza con lujo de detalles: aquel que se refiere a lo que Margulis (1998) definió en términos de una racialización de las relaciones de clase social. Después de todo, como bien demuestra Wójtowics a lo largo del capítulo, “la mayoría de los residentes ricos de Curitiba son blancos o asiáticos, mientras que la mayoría de los residentes pobres tienen ascendencia africana” (Virgilio y Parelman, 2015: 217).

Susana Sassone y Brenda Matossian fueron las encargadas de elaborar el noveno capítulo de la compilación. Usando al área metropolitana bonaerense como locus de sus reflexiones, las autoras ponen bajo el microscopio los patrones residenciales de distintos colectivos migratorios, en un intento de estudiar la influencia que los mismos tienen en la “configuración urbano-territorial” de la metrópolis del Plata. Ese objetivo general es modulado, en primer lugar, a partir de un paciente análisis de los censos nacionales que les permite advertir algunas transformaciones de verdadero fuste: si desde mediados del siglo pasado, al calor de la industrialización por sustitución de importaciones, el peso relativo de los migrantes limítrofes fue en ascenso, a partir de los noventa resulta evidente la presencia de grupos “novedosos” como los peruanos, los chinos y senegaleses. Luego, en un segundo momento del capítulo, las geógrafas posan su mirada en la estructura urbana bonaerense, especialmente para el periodo abierto por el proceso de neoliberalización. Apoyadas en autores del calibre de Taylor (1994) o Sassen (1997), las autoras dan cuenta de un proceso de diferenciación que ha generado “una fuerte polarización entre las clases más acomodadas y las situaciones relacionadas con la pobreza y la indigencia” (Virgilio y Parelman, 2015: 232). Finalmente, Sassone y Matossian analizan lo que a falta de un mejor nombre podríamos denominar “segregación étnica”; fenómeno que es captado a través de dos metodologías que, aunque diferentes, tienen más de un punto de contacto: por un lado, midiendo la participación de cada uno de los colectivos migratorios en área central y las tres coronas que dan forma al área metropolitana bonaerense; por el otro, por medio de la obtención del coeficiente territorial de especialización migratoria, que no deja de ser una nueva manera de referirse al clásico LQ.

Gracias a estos instrumentos estadísticos, y apoyadas en logradas cartografías temáticas, Sassone y Matossian logran diseccionar “los esquemas de concentración/dispersión que reproducen los migrantes en la metrópolis” (Virgilio y Parelman, 2015: 239), poniendo en evidencia que algunos grupos tienen un patrón centralizado y otros están claramente sobrerrepresentados en la periferia: los peruanos son un ejemplo palpable de lo primero y los paraguayos de lo segundo. En el caso de los bolivianos, las autoras calibran aún más la mira, descubriendo una fuerte presencia relativa en el sur de la ciudad de Buenos Aires y en las villas ubicadas al norte de la capital, pero también en franjas muy delimitadas del oeste, sureste y sur de la región metropolitana, donde se levantaron asentamientos que son reconocidos como “barrios de bolivianos”. La precisión de la fotografía obtenida permite a las cientistas visualizar una elevada correlación entre el mapa de la pobreza y el patrón residencial desplegado por los migrantes llegados de Bolivia. Y es precisamente allí donde radica la importancia social del estudio proporcionado por las académicas de la Universidad de Buenos Aires: la existencia de trabajos de esta naturaleza no solo puede “funcionar como una guía en la gestión de las migraciones a escala urbana y para la gobernanza metropolitana”, sino también como llave maestra para la implementación de “programas de intervención para la inclusión social y la gestión de la diversidad” (Virgilio y Parelman, 2015: 248). Solo de esa manera, dicen las autoras, podrá darse un salto adelante en relación a las políticas actuales en materia migratoria que no hacen más que profundizar las desigualdades socio-espaciales en las que estos migrantes recientes son protagonistas en tanto hacedores de la ciudad.

“Proyectos que dividen, ciudades que segregan” es el título del último capítulo de la obra. Su autor, Daniel Hiernaux, propone un viaje imaginario por la segunda mitad del siglo XX, centrando su atención en la megalópolis por excelencia del continente americano, México DF. Con esas coordenadas temporales y espaciales, este reconocido urbanista organiza su texto en dos partes que coinciden a grandes rasgos con las fases que dieron forma a la historia económica mexicana. La primera de ellas, como es de imaginar, se asocia con el ideario del desarrollismo, esa etapa en la que predominó un abanico de políticas de crecimiento “hacia dentro” que tuvieron a la capital como locus privilegiado. En ese periodo, dice Hiernaux, se construyó una ciudad que, aunque atravesada por profundas desigualdades, era pensada en términos globales y como una pieza clave de proyecto de país que tenía a la industria como agente modernizador por excelencia. Entre los rasgos más significativos de esta etapa se cuentan el abandono del centro por parte de las clases dominantes, mucho más atraídas por la vida cómoda vida suburbana alla estadounidense, y la consiguiente conversión del mismo en un “espacio de aterrizaje en la ciudad” (Virgilio y Parelman, 2015: 257) para los millones de migrantes que llegaban del interior. Desde los ochenta, pero más decididamente en los noventa, se abre una nueva etapa en la que la nota saliente es la fragmentación. Con una industria en franco retroceso y una apertura comercial de envergadura, la ciudad fue objeto de una planificación regional que, pese a su carta de intenciones, benefició a un sector minoritario “que se enriquecía de la segregación y con la marginación de un sector importante de la población capitalina” (Virgilio y Parelman, 2015: 257). Este predominio del real estate, del capital inmobiliario en palabras de Harvey (2003), es pensado por Hiernaux en términos de una modernización selectiva que no hizo más que multiplicar la segregación, volviendo a la mezcla social un lejano recuerdo del pasado. Y es nuevamente el distrito central el escenario por antonomasia de estas trasformaciones contemporáneas: una gentrificación en curso no solo ha desplazado a los pobres que se residían en un cuadrante que fue objeto de un proceso de “musealización”, sino que también ha desplegado una lucha sin cuartel contra los vendedores ambulantes. Toda la evidencia recogida por el autor le permite arribar a una conclusión que tiene un fuerte contenido de denuncia: la ciudad de México se ha convertido en una “ciudad revanchista”, usando la sugestiva metáfora de Smith (2012), un gigantesco patchwork en la que se percibe con claridad un proceso de “guetización de ricos y pobres, cada grupo produciendo espacio a su manera” (Smith, 2012; Virgilio y Parelman, 2015: 273).

A esta altura de la comunicación de más está decir el significativo aporte que este libro ha hecho a los estudios urbanos latinoamericanos. Primero, porque su sofisticación teórica, expresada con claridad en la introducción, permite pensar al “espacio como producido, pero también como productor, como instituido e instituyente, como un límite y una posibilidad”, tal como deslizó Roldan (2016) en un texto reciente. Segundo, porque su multiplicidad metodológica, que va desde construcción de índices hasta el aprovechamiento del trabajo de campo, ofrece a los especialistas en la materia una paleta de instrumentos capaces de reconstruir los mecanismos a partir de los cuales se producen las desigualdades en urbes de muy diversa naturaleza, desde las ciudades globales hasta metrópolis de rango medio. Tercero, porque propone una mirada regional que se hace fuerte en el conocimiento pormenorizado de realidades específicas, aunque superando su empirismo a través de generalizaciones teóricas. Esta apuesta por una “geografía de procesos”, usando los términos de Appadurai (2000), permite dar un paso adelante en relación a los típicos estudios de caso que, aunque necesarios, su proliferación ha conducido a cierta fragmentación del objeto de estudio. Cuarto, porque evita el tentador impulso de “estudiar a las ciudades del Sur global como interesantes casos empíricos anómalos, diferentes y esotéricos” (Roy, 2013: 151), asumiendo una actitud problematizadora que, sin duda, permite “trazar raíces y rutas más complejas” (Roy, 2013: 75). Por último, porque su deseo de explorar las formas en que “desigualdades estructurales y dinámicas se integran (…) en una geografía social polimórfica y compleja” (Virgilio y Parelman, 2015: 12) puede brindar fundamentos a quienes, desde una postura crítica, buscan formas de efectivizar el “derecho a la ciudad” para las mayorías.

Notas

1 Un listado de los libros que han abordado la producción de desigualdades en escenarios urbanos no debería prescindir de: Reygadas (2008); Carman (2011); Carman, Da Cunha y Segura (2013); Kessler (2014); Segura (2014); Cravino (2016); Abramo, Rodríguez Mancilla y Erazo Espinosa (2016); Boy y Perelman (2017).

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