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Folia Histórica del Nordeste

versión impresa ISSN 0325-8238versión On-line ISSN 2525-1627

Folia  no.32 Resistencia oct. 2018

http://dx.doi.org/10.30972/fhn.0323504 

NOTAS Y DOCUMENTOS

La investigación como vocación

César A. García Belsunce*

* Doctor en Historia por la Universidad Nacional de Buenos Aires. Académico de número de la Academia Nacional de la Historia desde 1989. El Dr. César García Belsunce, falleció durante la edición del número de la revista, por lo que estas palabras pronunciadas y escritas, constituyen una de las últimas disertaciones del destacado historiador.

DOI: http://dx.doi.org/10.30972/fhn.0323504

Resumen

En estas líneas se problematiza la noción de investigación como vocación, a partir de la revisión personal que realiza el Doctor García Belsunce desde el campo de la Historia. De ese modo, se analiza los avatares disciplinares y universitarios que delimitan y trastocan la formación y el quehacer del historiador en la actualidad.

Palabras clave: Vocación; Formación disciplinar; Exigencias .

Abstract

In these lines, the notion of research as a vocation is problematized, based on the personal review carried out by Doctor García Belsunce from the field of History. In this way, it analyzes the disciplinary and university avatars that delimit and disrupt the formation and work of the historian today.

Keywords: Vocation; Disciplinary training; Requirements .

Hay realidades que uno vive sin preocuparse por conceptualizarlas y sólo se detiene a darles forma racional cuando se presenta la oportunidad de comunicarla a otros. Este es el caso y, como historiador, voy a explicar cómo llegué a ella.

El año pasado, como resultado del VI Encuentro Inter-académico sobre el tema “Las universidades y la investigación en la Argentina del mañana”, se editó el libro Las Academias se asoman al futuro, una obra valiosa y que recomiendo a todos los vinculados con el quehacer universitario, pero con un título equívoco, pues en el libro las academias se asoman al futuro universitario, pero no al propio futuro, tal vez por un instintivo temor.

Quince capítulos cada uno de una academia diferente, analizan el estado de la investigación en las universidades argentinas, desde la perspectiva dominante de la investigación para el desarrollo, o sea de la utilidad del conocimiento, posición afín a la fórmula de Arturo Prins: “inversión + investigación + desarrollo”. Cada capítulo se concentra sobre el estado de la investigación universitaria en la ciencia que compete a la respectiva academia. Este esquema es muy saludable para una nación como la nuestra donde los tres términos de la ecuación son sumamente pobres, y encuentra una expresión apropiada en el trabajo del Dr. Alberto Dalla Vía: la investigación debe alcanzar resultados que “se manifiesten y concreten en insumos útiles” (2017, 27).

En la misma obra, el capítulo de los doctores Rossi, Caffini y Stefano, es el único que plantea en forma expresa la relación entre las academias y las universidades y expresa que la academia es “un instrumento óptimo para participar en la planificación e implementación de los proyectos que lleven a la universidad a cumplir con las necesidades de la Argentina del mañana” (2017, 47)1. Estamos siempre en la esfera del conocimiento práctico, con fines útiles. No ha sido objetivo de la obra la búsqueda del conocimiento puro, que constituye la ciencia básica. Por otra parte ¿quién o qué define la utilidad de un conocimiento? Cuando Paul Dirac hace noventa años predijo la existencia del positrón, como anti-partícula del electrón, estaba en la pura disquisición matemática. Nadie imaginó entonces que ese “descubrimiento inútil” sería hoy la base del diagnóstico por tomografía para la prevención y localización de enfermedades. Por eso no impulsar la ciencia básica o lo que es lo mismo el conocimiento puro, es atentar contra el progreso del saber. Y lo mismo sucede en el campo de las humanidades.

Otro planteo del libro mencionado, vinculado al anterior, es el gran dilema de la universidad moderna: ser un centro de investigación y docencia o ser un centro de profesionalización. Nuestro académico Eduardo Miguez señala allí el sesgo profesionalista de las universidades públicas, acentuado aún más por las universidades privadas, y subraya la dificultad que presenta una disciplina como la historia que es, dice, “esencialmente académica” (Miguez y Figallo, 2017, 129-130), o sea no utilitaria en lo inmediato.

Pero precisamente el conocimiento puro es el objeto primario de las academias, desde los tiempos en que Sócrates dialogaba con sus discípulos en las inmediaciones del bosquecillo de Akademos, nombre que Platón utilizó, e inmortalizó, para denominar esas reuniones. Hubo que esperar hasta el siglo V de la era cristiana para que esta actividad intelectual tomara forma institucional con la Academia Imperial, bajo la influencia de la emperatriz Eudosia, primera aparición de la mujer en el mundo académico, que rescato en honor a las investigadoras aquí reunidas. Las academias reaparecen en Italia en el siglo XVI, como parte de la recuperación de la cultura clásica; así aparecen la Academia Pontana en Nápoles y la Dei Lincei en Roma, y van a ser consagradas y tipificadas en la siguiente centuria con la creación por Richelieu de la Académie Française (1635).

Javier Aranguren sostiene que la esencia de una academia consiste en una consideración filosófica del mundo, en una contemplación. No tiene por fin transformar el mundo, sino observarlo, estudiarlo; una manera particular de mirar, centrada no en el uso sino en el ser. Esa es la actitud del académico, cualquiera que sea su disciplina: el saber por el afán de saber; en palabras de Josef Pieper: saber mirar, dejarse asombrar por el misterio del ser” (2017,74-86).

Dado que nuestro Grupo de Trabajo es un órgano de la Academia Nacional de la Historia, es oportuno precisar aquí cuál es la función de ésta. En otra oportunidad me he ocupado de este tema, cuando escribí:

A la función de preservar la cultura, las academias añaden su misión de investigar. La investigación descubre nuevos campos, plantea muevas cuestiones, reexamina los conocimientos que se creían adquiridos, va hacia atrás en busca de nuevas evidencias y hacia delante en busca de nuevos descubrimientos y explicaciones. Si como custodia del conocimiento, las academias son necesariamente conservadoras, en su faz creadora deben ser renovadoras y vanguardistas, y de esta doble tarea de conservar y renovar surge una tensión y una suerte de pathos, que es el propio de una vida académica sana. Como André Malraux decía del arte, el mundo de la ciencia –en especial de la historia- no es el de la inmortalidad sino el de la metamorfosis (García Belsunce, 2017: 82-91).

Para evitar confusiones, la contemplación que nos propone Aranguren, en el caso del historiador, no es estática sino de aprehensión: nos sumergimos en el mundo, o mejor en el tiempo del mundo, para aprehenderlo, indagarlo y descubrirlo, y como lógica consecuencia, para re-explicarlo, para re-presentarlo.

En esto consiste la vida profunda del investigador. El cursus honorum, los grados y posgrados, las publicaciones y todas las legítimas satisfacciones que jalonan la vida de un historiador, son secundarias en el sentido de que son consecuencias de la actitud primaria señalada. Y ésta sólo es posible cuando estamos respondiendo a una vocación: un llamado, cuando sentimos la pasión de saber más, pasión que mantenemos intacta a lo largo de los años de aprendizaje y de docencia.

Esa respuesta al llamado es un don, lo que los cristianos llamamos una gracia. Así ejercitamos el don de tocar el violín, o de pintar o de curar niños, y también el don de investigar el pasado. Identificando el llamado con la respuesta, llamamos también a ésta vocación. Se instala en uno, diría que se encarna, se convierte en algo propio, no algo que hacemos.

Además, la vocación es creativa: inventa objetivos, descubre procedimientos, agita la imaginación y alumbra el razonamiento. Pero todo progresivamente, porque además de creativa es prudente, o mejor dicho debe serlo. Así creatividad y prudencia se convierten en la brújula y el motor de nuestro quehacer.

Cuando nos ponemos a investigar, a revolver y leer documentos, nuestra lectura no es neutra, porque un mismo documento puede leerse de muchas maneras según sea el objetivo de nuestra búsqueda, y esa lectura dirigida nos conduce a una reflexión que une todos los documentos leídos. No me refiero a la unidad que aporta el método histórico, porque eso va de suyo. Hablo de una reflexión profunda que vincula todos los conocimientos adquiridos y trascendiendo los documentos nos conduce a tratar de descubrir la vida en un momento y un espacio de un mundo desaparecido.

El primer obstáculo a esta reflexión profunda es el afán, hijo de las exigencias curriculares, de presentar ponencias en cuanto congreso o seminario aparece en los medios de comunicación especializados. Es así como abundan trabajos no madurados e incluso fragmentos de una misma investigación que se suceden en respuesta a diversas convocatorias. Creo que hay que estar en guardia frente a esta tentación.

El segundo obstáculo es más serio, porque no depende de la elección del investigador, pues es una exigencia de la Universidad o del Conicet: presentar informes frecuentes, una publicación anual, una cátedra obligatoria, en suma presentar un “producto intelectual” en un determinado espacio de tiempo. Estas exigencias parecen derivar de la metodología de las ciencias duras y no se adaptan a la reflexión humanista, a la histórica, que se funda, como dije, en la decantación del conocimiento.

Esta reflexión se activa y se modifica tras cada jornada de investigación, es acumulativa, es enriquecedora, aun cuando a veces no lleguemos a una conclusión donde “todo cierre”. Requiere paciencia, y en consecuencia se opone al apresuramiento, a la urgencia.

La urgencia (en su 4ª acepción, D.L.E.) es uno de los principales obstáculos que tiene un historiador para producir obras medianamente perdurables. El trabajo de Miguez en el libro citado también ha reparado en este problema. El tiempo de la reflexión histórica no coincide siempre con el tiempo cronológico. Entones, ¿cómo recuperarlo?

La primera forma de lograrlo consiste en reconocer que no es nada fácil. A las exigencias cotidianas, al ruido del entorno, se agregan, como vimos, las demandas profesionales. No basta con la paciencia. Hay que lograr la perseverancia y esta no resulta sólo del carácter, como muchas veces se cree, sino de una convicción interior. Podrá perseverar aquel que esté convencido de que lo que está haciendo vale la pena, que lo siente como un norte de su vida; en otras palabras que está respondiendo a su vocación. Vuelvo a una expresión que utilicé al comienzo: la pasión por saber más, el amor al saber: la philo-sophia.

Por último, y para evitar malos entendidos, no basta con tener vocación para llegar a ser buenos historiadores. No basta tener vocación de pianista para interpretar bien a Mozart o a Chopín. Igualmente no basta la buena intención para interpretar correctamente el grado de influencia de la escolástica en los pensadores de la Glorious Revolution, o cualquier otro ejemplo. No quiero repetirme sobre lo que publiqué una vez sobre pensar la historia, pero es precisamente el tener ideas claras, dominar el método y saber escribir, lo que va a conducir a un resultado acorde con sus aspiraciones. Esforzarse en esas tres dimensiones es lo que se espera de ustedes. El “don” es aparte.

Podrán objetarme que la gran mayoría de los colegas ceden a las urgencias institucionales. Les contesto con una frase de George Steiner: “cuando los gatos son soberanos, los tigres pasan desapercibidos”. Pero a la larga, éstos serán los que dominarán el bosque. La cuestión está en querer ser tigres o conformarse con ser gatos.

Notas

1 Los autores pertenecen a la Academia Nacional de Farmacia y Bioquímica.

 

Referencias bibliográficas

1. Aranguren, J. (2017) “Qué es lo académico según Josef Pieper”. En: Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, Nº 164, pp. 74-86.         [ Links ]

2. Dalla Vía, A. (2017). “La investigación en las ciencias morales y políticas”, en Las Academias se asoman al mundo, Buenos Aires, La Nación.         [ Links ]

3. García Belsunce, C. A. (2017). “Academias nacionales ¿Sin futuro?” En: Nueva Revista, Nº 161, Madrid, pp. 82-91.         [ Links ]

4. Miguez, E. y Figallo, B. (2017). “El futuro de la investigación en historia en las universidades”. En: Las Academias se asoman al futuro. La Nación. Buenos Aires, pp. 129 – 154.         [ Links ]

5. Rossi, J. P.; Caffini, N. y Stefano, F. (2017). “Las academias y su interacción con la investigación en las universidades: aspectos teóricos y prácticos”. En: Nueva Revista, Nº 161, Madrid, pp. 47-60.         [ Links ]

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