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Temas medievales

versão impressa ISSN 0327-5094versão On-line ISSN 1850-2628

Temas Mediev. v.14  Buenos Aires dez. 2006

 

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Joao De Pian Del Carpine, Guilherme De Rubruc, Joao De Montecorvino y Odorico de Pordenone, Crônicas de viagem. Franciscanos no Extremo Oriente antes de Marco Polo (1245-1330) (traducción, introducción y notas de Ildefonso Silveira y Ary E. Pintarelli), Porto Alegre, Bragança Paulista, 2005 (336 pp.) (Coleción Pensamiento Franciscano, VII)

   El libro Crônicas de viagem es, en principio, un homenaje póstumo a fray Ildefonso Silveira O.F.M. quien —habiendo dedicado 52 años al estudio de la historia de la Iglesia y de la orden franciscana, además de ejercer la docencia—  murió en el año 2002 en Curitiba. Homenaje que se concreta en la publicación de una de sus obras, útil y muy bien fundada. Fray Ildefonso ofrece, en este libro, traducciones de precursores de Marco Polo, franciscanos que se internaron en Asia con afán catequístico, algunos también delegados por autoridades occidentales a fin de conocer la realidad, la fuerza, las intenciones de una potencia que se mostraba agresiva con la Cristiandad: los soberanos mongoles. Decimos que algunos de esos religiosos sólo pasaron brevemente por esos ámbitos desconocidos mientras otros permanecieron mucho tiempo, realizaron fundaciones, predicaron, abrieron caminos a los occidentales, vías recorridas luego por comerciantes y viajeros.
   Monjes-legados lo fueron Giovanni del Pian del Carpine y Guillermo de Rubruck. Embajadores que constituyeron la respuesta de Occidente a la oleada mongola de 1241 que llegó a las puertas de Italia, que arrasó Polonia, que sometió los principados rusos. Fray Giovanni fue el primer enviado ante los khanes, a la sede de la lejana Karakorum (viaje 1245-1247). El papa Inocencio IV le confió la misión de observación que habría de concretarse en un informe, que se expresó en su Historia mongalorum. Libro que detalla costumbres, características, poder militar (llega inclusive a sugerir tácticas de enfrentamiento, de aprovisionamiento, etc.).  El escrito está estructurado según esos temas fundamentales y —aunque se atiene a los motivos  principales— no dejan de asomar en su relato los aspectos personales en que se expresan las penurias, los temores, el asombro. Todo ello a pesar de ser viajero experimentado puesto que —en cumplimiento de diversas misiones— había transitado Europa desde Escandinavia hasta España. Pero, evidentemente, el ámbito que se le ofrecía era más hostil y peculiar.  Fray Ildefonso agrega al texto de fray Giovanni  la breve relación de fray Benito de Polonia, su compañero polaco, quien  incorpora a su texto la carta que el khan Küyük  enviara al Papa.
   Otro de los enviados —luego del mencionado ataque mongol— fue el flamenco fray Guillermo de Rubruck, quien viajó a Karakorum como delegado, en este caso, del rey san Luis (viaje 1253-1255). Las experiencias recogidas se concretaron en su  Itinerario. En él testimonia día por día los sucesos y anécdotas de viaje —el camino le resulta duro y fatigoso; el relato es más personalizado que el de fray Giovanni— además de consignar las condiciones del paisaje natural y humano que encuentra, los modos de vida y creencias.
   Fray Giovanni y fray Guillermo. Contemporáneos sus autores, similares las obras que produjeron. Diferentes, en cambio, son los testimonios de Juan de Montecorvino y de Odorico de Pordenone. Los religiosos mencionados anteriormente desempeñaron una misión  precisa y puntual, no tenían intención de instalarse en territorio asiático  y —aunque no dejaron de intentar la labor catequística— su tarea principal fue la de embajadores y observadores.
   Fray Juan de Montecorvino —quien había nacido en Italia en 1247—, en cambio, permaneció en China 35 años, muriendo en Pekín en 1328. Fray Ildefonso publica tres cartas del franciscano: dos de ellas, fechadas en 1305 y 1306, fueron fundamentales en la creación de la sede episcopal de Kanbalik —de la que fray Juan fue nombrado arzobispo—. En esas tres cartas, el religioso desarrolla diversos temas. Por un lado, en la primera de ellas (de fecha probable 1292 o 1293) describe las características físicas de esas regiones, los cambios climáticos según las estaciones, habla de árboles y plantas, de las costumbres de las gentes, de sus habitaciones, de sus vestimentas, se preocupa por los grupos religiosos que se encuentran en la región (musulmanes, judíos, cristianos).
   En carta posterior, describe sus esfuerzos de evangelización, sus luchas con los nestorianos, la construcción de templos, su labor de traducción. Asoma brevemente su persona al confesar que sus trabajos y tribulaciones lo han envejecido más que la edad —cuenta  entonces con 58 años—. En la tercera carta se refiere a la precedente y habla de las construcciones que ha comenzado. Piensa que sería de gran provecho contar con mayor número de  hermanos que predicasen la fe tanto a los idólatras como a los cristianos allí residentes, a fin de lograr que éstos profundizaran sus convicciones religiosas. Habrían de ser hombres de gran fortaleza para adaptarse a tantas variaciones climáticas.
   Para completar el cuadro de los religiosos testimoniadores, fray Ildefonso ha seleccionado la obra del friulano fray Odorico de Pordenone. Este, en verdad —aunque su permanencia en Oriente fue muy extensa (diversas opiniones, entre 12 y 16 años; parte del Friul en 1316 o 1318; retorna en 1330; †1331)— no nos refiere su experiencia religiosa cotidiana sino establece su relato como un Itinerario que fuera continuado en el tiempo pese a estar colmado de hiatos. Se supone que su viaje estuvo determinado por un encargo misional.  Se interesa y describe con cuidado lugares y costumbres exóticas, se vuelca preferentemente a la mención de  las mirabilia, lo atraen el exotismo, las costumbres inauditas, los personajes insólitos,humanidad, fauna y flora asombrosos...  Por ello no compartimos  la opinión de fray Ildefonso, quien considera que Odorico "superó a todos como historiador de las misiones católicas en China". Creemos que su relato es, fundamentalmente, descriptivo. Otra visión que agrega fray Ildefonso en su consideración de esta obra es pensarla como un iter de Odorico, como la experiencia del cristiano, del homo viator que pasa por las tentaciones del mundo para alcanzar la patria celeste.
   Cada uno de los relatos de estos franciscanos está precedido por una introducción, en que fray Ildefonso presenta el telón de fondo de los acontecimientos  (sucesos en Oriente y Occidente, soberanos, organización social y política de ambos ámbitos ...) y los datos —a veces escasos— de la biografía de los autores seleccionados.
   El religioso también indica, en cada oportunidad, el texto que ha servido para realizar la traducción y se preocupa por anotar críticamente los relatos, indicando los muchos inconvenientes que ha tenido que sortear y explicitando los recursos de que ha echado mano, a veces, para poder interpretar las únicas versiones de que ha dispuesto (como en el caso de la primera carta de fray Juan de Montecorvino, que sólo ha llegado en una versión dialectal italiana). Por tanto, las notas son sumamente útiles, ya por su valor histórico, ya lingüístico. 
   Extraña que el trabajo no se haya completado con la rica bibliografía —o parte de ella— que el tema ha suscitado. Sólo aparecen al final siete menciones de libros bajo el título de Referencias, que constituyen ediciones de algunos de los textos editados.
   El conjunto ofrecido es valioso, da idea clara de la misión cumplida por los franciscanos en Oriente quienes —como ya hemos dicho— abrieron importantísima brecha para el conocimiento de ámbitos tan diversos y, con sus establecimientos, marcaron hitos aprovechados por las gentes que —con diferentes intereses— transitaron por Asia.

Nilda Guglielmi

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