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Temas medievales

Print version ISSN 0327-5094On-line version ISSN 1850-2628

Temas Mediev. vol.16  Buenos Aires Jan./Dec. 2008

 

VARIA

Pasado y antigüedad clásica en los discursos sobre ciudades. Las Laudes en la historiografía andaluza

Andrea Mariana Navarro
(Universidad Nacional de Tucumán)

Resumen: Las historia urbanas fueron el fruto de la imbricación de la "ciudad real" con la "ciudad imaginada", pensada, concebida por sus habitantes, clérigos, nobles e intelectuales que pusieron de relieve una concepción instrumental de su pasado. En ellas, los mitos y los testimonios de la Antigüedad Clásica fueron armas de propaganda, elocuentes expresiones de ideales y utopías que tenían objetivos precisos: hacer célebre a España y contribuir a la gloria de sus ciudades. Los historiadores exaltaron fundamentalmente la Antigüedad Clásica ya que en ella encontraron ―movidos por la nostalgia, la conciencia de su potencia o de su decadencia― un pasado glorioso, un firme sentimiento de identidad que las diferenciaba y los argumentos (antiguos títulos, prerrogativas y privilegios) para fortalecer, restaurar o restablecer su posición jerárquica en un nuevo orden o contexto.

PALABRAS CLAVE: Ciudades; Andalucía; Laudes Civitatis; Historiografía

Sommaire: Les histoires urbaines furent le fruit de l'imbrication de la  "cité royale" avec la "cité imaginée", pensée, conçue par leurs habitants, clercs, nobles et intellectuels qui mirent en relief une conception instrumentale de leur passé. Les mythes et les témoignages de l´Antiquité classique constituèrent des armes de propagande, d'éloquentes expressions d'idéaux et d'utopies qui avaient des objectifs précis: faire célèbre l'Espagne et contribuer à la gloire de leurs villes.  Les historiens exaltèrent surtout l´Antiquité classique puisqu'ils y trouvèrent —poussés par la nostalgie, la conscience de leur puissance ou de leur décadence— un passé glorieux, un ferme sentiment d'identité qui les différenciait et les arguments (anciens titres, prérogatives et privilèges) pour fortifier, restaurer ou rétablir leur position hiérarchique dans un nouvel ordre ou contexte.

Mots-Clé: Villes; Andalousie; Laudes Civitatis; Historiographie

Summary: Urban histories resulted from an imbrications of the "real city" and the "imagined city" in the thoughts and representations of its people, clergymen, noblemen and intellectuals which emphasized ideas received from the past. In them myths and statements from classical sources became weapons of propagation of ideals or utopias in the pursuit of specific ends such as  to increase the fame of Spain and exalt the glory of its cities. The historians resorted especially to the classical age where they found —moved by nostalgia or the awareness of its power or its decadence— a glorious past, and  firm feelings of identity and reasons (old titles,  and privileges) to strengthen or restore a position of precedence within a new order or in a new context.

KEY WORDS: Towns; Andalusia; Laudes Civitatis; Historiography

1. El género historiográfico de las Laudes Hispaniae y Laudes Civitatis en la cultura hispánica

En fuentes del siglo VI a.C. encontramos la primera serie de literatura encomiástica dedicada a Hispania que alcanza su apogeo en el siglo II a.C., en el momento en que se realiza la conquista y romanización de la península y los viajes de eruditos y escritores extranjeros, incentivados por la curiosidad, la investigación y los deseos de inquirir la "verdad de las cosas"1. No obstante este género cobró nuevo vigor en el medioevo con Isidoro de Sevilla a través de su Historia de los Godos, De Laude Hispaniae y Etimologías, tuvo influencia en el Chronicón Mundi de Lucas de Tuy —cuyo proemio está dedicado a "De excellentia Hispaniae"—, en De Rebus Hispaniae del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, en la Primera Crónica General de España de Alfonso X, en el Poema de Fernán González —dedicado fundamentalmente al elogio de Castilla por un autor anónimo—, en Liber Praeconiis Hispaniae del obispo Juan Gil de Zamora y en Loores de los Claros varones de España de Fernán Pérez de Guzmán. Además del legado de las crónicas antiguas y medievales, los estudios referidos a la temática han planteado otros posibles  antecedentes historiográficos de los textos que aparecen en la Edad Moderna2: por ejemplo, las obras islámicas —descripciones de ciudades en historias generales como la de Abu Baku Muhammad ibn Zakariya al-Razi o en diccionarios geográficos como el de El Masalik de Al-Bakri y narraciones de viajes por territorios hispanos— fueron consideradas modelos para el género, aun en un ambiente adverso a todo lo que significara influencia musulmana; así como las historias de ciudades italianas del período renacentista —difundidas fundamentalmente desde Florencia— que fueron fruto de un "renovado patriotismo" que se alimentaba de los deseos por recuperar las "antiguas grandezas". Sobre todo, esto último fue resultado de la interacción —más que de imitación— y de los contactos culturales entre la corte, las universidades y el clero de Italia, Castilla y Aragón —especialmente entre las ciudades de la costa mediterránea y el reino aragonés de Nápoles— y de la imprenta que, como centro de producción de libros, aseguró una rápida aunque desigual difusión de las ideas3.
Estrecha relación con éstos tuvieron obras posteriores que mantuvieron este modelo-tipo en sus textos, pues en ellas se encuentran los elementos básicos y fundamentales que configuraron los escritos apologéticos de historias nacionales y locales4. Entre ellas se destacan las historias urbanas, el nuevo género historiográfico surgido en el Renacimiento, puesto al servicio de un ideal de ciudades a las que se les otorgó un papel importante en la historia y en la formación del Estado. Efectivamente, la ciudad representaba la comunidad, "la patria principal" dentro de cada reino y su región y a ellas se dedicaron un número importante de laudes porque en la cultura hispánica habían tenido enorme significación por haber sido los núcleos principales a partir de los cuales los monarcas recuperaron la posesión de territorios en la lucha contra el Islam; fueron también elementos determinantes y decisivos del desarrollo de Europa, las fuerzas propulsoras que la llevaron a sus diversas formas de supremacía y constituían un factor esencial de la civilización del viejo continente, así como agentes fundadores de otras ciudades en los nuevos dominios. Además, el interés por el nuevo fenómeno urbano de los siglos XV y XVI estaba relacionado con una evolución diferente al medioevo que dependió de las entidades políticas en las que estaban insertas, de las variaciones demográficas y coyunturas económicas que modificaron el mapa de las ciudades y el peso específico de las comunidades urbanas, registrándose estos hechos en las fuentes literarias, narrativas e iconográficas5.

2. Relaciones entre el contenido de las laudes y sus objetivos

Aunque continuó la tendencia de escribir historias generales de España —ahora compuestas como historias de ciudades— se produjo una progresiva valoración de lo local, que  constituyó un tópico de la tradición cultural moderna y, sobre todo a lo largo del Siglo de Oro, florecieron obras que expresaron sentimientos de patriotismo, virtudes y valores de las tierras y gentes y los rasgos propios que las diferenciaban. Así, entre los siglos XV y XVI las laudes civitatis experimentaron, bajo el impulso de historiadores y cronistas humanistas, una difusión considerable6. El desarrollo de este género tuvo objetivos políticos y propagandísticos tendientes a reafirmar el prestigio de los reyes, su poder y soberanía, y a potenciar la valoración de los reinos, villas y ciudades en el momento en que el imperio hispánico alcanzaba su máximo apogeo y en la época de crisis —causada por las guerras de Felipe II contra Francia, Portugal, Inglaterra, el imperio otomano, los Países Bajos y la inflación económica— respondiendo así a nuevas necesidades de la monarquía. Seguían motivaciones de diversa índole. Oligarquía urbana, nobleza secular y eclesiástica y los propios concejos pretendían comunicar el carácter ilustre de su ciudad y, a través de él, promocionar su honra y su fama, demostrando que las grandezas de su "patria" se debían al ejercicio de las armas, a las letras, al "buen gobierno" y a la religiosidad de sus ciudadanos. Por ejemplo, Pedro Pérez de Ribas dedicó De las antigüedades y excelencias de Córdoba a don Juan Agustín de Godoy Ponce de León, caballero del hábito de Santiago y alcalde perpetuo del castillo y villa de Santaella; Pablo Espinosa de los Monteros la Segunda parte de la Historia y grandezas de la ciudad de Sevilla a don Gaspar de Guzmán, Duque de San Lúcar la Mayor, Marqués de Heliche, Comendador Mayor de Alcántara, de los Consejos de Estado y Guerra de su Majestad, Caballero Mayor, Gran Chanciller de las Indias, Capitán General de la Caballería de España, Alcalde Perpetuo de los Alcázares de Sevilla y de su castillo de Triana; los Comentarios de la conquista de la ciudad de Baeza... de Gonzalo Argote de Molina al muy ilustre señor don Alonso de Carvajal, VII señor de la villa de Jodar y fray Juan Salvador Baptista Arellano escribió Antigüedades y excelencias de la villa de Carmona para Martín de la Milla, Regidor Perpetuo de dicha ciudad y Señor de la villa del Saltillo.
Los historiadores, sobre todo si eran naturales de la ciudad, concebían los elogios que le dedicaban como actos de gratitud, justos y necesarios para expresar la estima que éstas se merecían; de modo que sacar a la luz sus grandes hechos y personajes contribuía a crear conciencia y a preservar su memoria. Por ejemplo, Francisco Ruano escribió la Historia General de Córdoba dedicada a esa "muy noble y muy leal ciudad". Asimismo, el conocimiento, saber, lectura y difusión de estas obras tenían propósitos pragmáticos ya que la narración de aspectos políticos  y religiosos se consideraba útil para la vida, para ejemplo e imitación de sus ciudadanos, para guía y orientación de doctrinas y para enseñanza y lección en el "gobierno de la República". Estos fueron los propósitos fundamentales que guiaron El Libro de las grandezas y cosas memorables de España de Pedro de Medina y de Diego Pérez de Mesa —que lo amplió y corrigió— cuyo prólogo dedican a Felipe II con el objeto de instruirlo a través de la historia y de que sirviera como manual o memoria. De la misma manera, la Crónica General de España de Ambrosio de Morales que, además de describir las antigüedades de las provincias, regiones, pueblos y ciudades —distinguiendo los lugares y sus particularidades— servía para el conocimiento de un rey extranjero —que venía de Flandes— sobre "las cosas de su tierra" y aportaba a los españoles —durante tanto tiempo ocupados en la guerra más que en escribir su propia historia— noticias sobre sí mismos, sobre su reputación, autoridad, grandeza, ánimo, esfuerzo y lealtad. Por lo tanto, la redacción de estas historias generales o nacionales encontraba su razón en que eran una necesidad para el rey y la nación. Por otra parte, los temas tratados servían como argumento para justificar la jerarquía de las ciudades, que se traducía en el terreno político, fiscal y simbólico, y contenían planteos sustanciales para solicitar privilegios o para confirmarlos.  
Las laudes civitatis o alabanzas de las ciudades presentan arquetipos, representaciones ideales de ciudades y de sus sociedades que encarnaban virtudes temporales y espirituales, por consiguiente, su estructura narrativa y contenido de carácter geográfico-histórico-descriptivo, expuestos mediante la retórica del elogio, se organizó en función de un esquema mental-teórico preconcebido. Las modificaciones de estas premisas se produjeron en las últimas décadas del siglo XVI, en virtud de la difusión de nuevos movimientos ideológicos surgidos de la Contrarreforma, de la crisis económica y social y de los propósitos diferentes de Felipe II, tendientes a recoger —en algunos casos a través de las obras historiográficas— datos más completos que le proporcionaran una imagen más realista de sus reinos. Cabe señalar, sin embargo, que éstos no significaron cambios sustanciales en el contenido básico del género ni una ruptura con los temas de la época anterior sino que estuvieron basados en una matización del idealismo. 
A través de reflexiones que ponían de relieve la importancia de la historia para demostrar el papel desempeñado por cada una de las ciudades, se seleccionaron y expusieron  temas que fueron producto de la erudición y de la especulación de las élites, el reflejo de presupuestos ideológicos, de sistemas de valores filosóficos, religiosos, ético-morales, de pensamientos políticos, económicos y utopías que  los autores fueron capaces de interpretar, construir y aplicar con fines concretos. Su estudio nos acerca a los temas más significativos que los historiadores consideraron "dignos de historiar", leer, aprender, saber, difundir, comunicar, por ser juzgados útiles, indispensables y necesarios para el presente en el que escribían. Para ello, partieron siempre de los textos clásicos grecolatinos y cristianos que constituyeron las fuentes por excelencia, proporcionaron noticias y aportaron validez y autoridad para fundamentar sus argumentos. Sobre todo, la valoración del período clásico fue significativa desde el punto de vista académico, porque la recuperación de las obras literarias a través de la traducción y publicación de los textos originales —latinos y griegos— al romance hicieron más asequibles y permitieron el contacto con el saber antiguo. El uso de los textos bíblicos y cristianos del medioevo, en la redacción de las obras de este género, puede considerarse que iba más allá de lo formal o académico; era el modo de expresión lógico de
los cronistas que pertenecían, por lo general, al ámbito culto y clerical y tuvo especial significación para poner el acento en la cultura cristiana, dada la singular circunstancia de la presencia árabe y su dominación sobre la península que caracterizó a la Edad Media hispánica distinguiéndola de otros pueblos europeos. También el interés por la historia y la geografía influyeron en el desarrollo de la crítica y de las disciplinas necesarias para su estudio como la arqueología, la numismática y la epigrafía7. Así, los escritores modernos tomaron testimonios de primera mano para buscar certezas; a través de las distintas opiniones plasmaron las controversias, sometiendo al juicio de los lectores el peso de sus razonamientos y establecieron comparaciones escribiendo a favor de sus ciudades en el intento por dirimir la competencia por la preeminencia.
En suma, consideramos que las laudes civitatis fueron una clara expresión de las identidades urbanas y de los valores culturales de la modernidad hispana. Dichas obras nos ayudan a entender cuál era la conciencia que los escritores tenían de su ciudad, qué pensaban de ella, qué imagen tenían de su papel histórico y de su realidad contemporánea. En este trabajo nos proponemos analizar, de manera comparativa, el contenido de las historias generales y de las historias de ciudades andaluzas de realengo, las ideas que éstas recogen de la Antigüedad clásica, conocer por qué evocan ciertos valores, cuáles fueron sus presupuestos ideológicos, objetivos e intenciones así como las imágenes forjadas de acuerdo con las necesidades históricas del momento. En ese sentido, nos centraremos en uno de los tópicos que adquirieron capital importancia en la construcción de las representaciones urbanas: el descubrimiento de los orígenes o de la "primera edad". También nos ocuparemos de la historia de su fundación, antigüedad y de las referencias clásicas que cada ciudad destaca a través de la presencia romana y las consecuencias de la influencia de su labor civilizadora.

3. Origen mítico, fundación histórica y antigüedad de las ciudades andaluzas

Las primeras ideas-imágenes sobre las ciudades partían, por lo general, de los estudios de la etimología porque se consideraba  que en cada vocablo estaba encerrado el ser de la cosa, sus calidades, su uso, su materia y su forma. La palabra "Andalucía" no tenía un sentido único sino múltiple que remitía a distintas ideas-imágenes que tenían los escritores latinos: designaba un ámbito geográfico-territorial definido, gente que lo habitaba y su forma particular de vida, o bien aludía a su principal recurso, el río. Es decir que, de la denominación, se desprenden conceptos tanto geográficos —cuando trata de una tierra o espacio— como histórico-humanos —cuando se contempla el grupo que vivía en él—. Ambos, de procedencia y tradición latina, fueron recogidos por el humanismo hispánico y aplicados en las caracterizaciones de esta región de la península. Confirma lo que hemos señalado un fragmento del libro de Pedro de Medina (1549) donde aparecen estas consideraciones, el nombre con los diversos significados que se le atribuían, desde la antigüedad, a la "Provincia del Andaluzía"8. Según Ptolomeo, primero se llamó Bética por el río Betis (Guadalquivir) o por el río Beto; otros suponen que por gentes que vinieron a España de "Sueuia" llamados vándalos que denominaron al lugar "Vandalia" y, corrompido el vocablo, se transformó en "Vandalicia", de donde proviene "Andaluzía". En cambio, otros historiadores dicen que se llamó Bética, del caldeo que desciende de "Bethin", que se halla en el libro de las inscripciones hebraicas y quiere decir "tierra fértil y deleitosa". Estos conceptos que nos proporcionan referencias básicas de Andalucía se conservaron y transmitieron por la vía de la tradición erudita y los encontramos  en otras historias, como la de Ambrosio de Morales (1574) que trata de los nombres antiguos de cada provincia, región y ciudad de España.
Rodrigo Caro9 comenzó su estudio (1634) tratando el problema de la denominación de Sevilla, realizando averiguaciones en torno a su antigua fundación y recogiendo testimonios de los "autores más doctos y de mayor autoridad": Aulo Hircio, Estrabón, Plinio, Pomponio Mela, san Isidoro, Rodrigo Jiménez de Rada, así como las noticias basadas en todo tipo de vestigios arqueológicos (inscripciones, edificios en ruinas, templos, teatros, estatuas, ornamentos públicos y particulares) salvados del peligro de desaparecer por las inundaciones del río y por la acción de los distintos pueblos godos, silingos, vándalos y musulmanes. En su obra presenta la evolución de los nombres  conforme  a la lengua de los pueblos que habitaron la ciudad y afirma que el más antiguo de ellos fue Hispalis, del que derivó —corrompido por los godos y árabes— "Sevilla". Desde su punto de vista, el primitivo nombre se debió a las condiciones del sitio en que esta ciudad fue edificada: el lugar de asentamiento era lagunoso, por ello se construyó sobre palos, de ahí que sus primeros pobladores fueran llamados "Espalos". En este caso, el nombre adoptado por la ciudad no provenía directamente del primer poblamiento sino de las características de su espacio geográfico.
Sin embargo, los historiadores no reducen el conocimiento de los lugares y los nombres que designan los espacios en los que habitaron los grupos humanos a meras realidades físicas; al contrario, la idea de las tierras y el concepto de las ciudades fueron inseparables de la de sus habitantes, estaban vinculados a una realidad histórico-geográfica y eran el resultado de los primeros pueblos, de sus distintas condiciones, características, posibilidades y quehaceres. Así, su contenido significativo se transformaba radicalmente, pues las tierras no fueron concebidas como mero espacio territorial sino como soporte inmediato de la existencia humana, como escenario de sus empresas, como conjunto de sus medios y dificultades para su acción, de manera que cada ámbito territorial tenía una existencia colectiva propia y unas formas de vida que los definían. Por consiguiente, tierras y ciudades se consideraban puntos de referencia de una compleja red de conexiones vitales y, desde esa perspectiva, la forma de pensar y hacer historia podía ser un medio de demanda a los hombres —a los que iban dirigidas estas obras— a la acción.
Asimismo, se interesaron por demostrar el valor histórico de los diferentes pueblos que habitaron las ciudades; la consideración de determinados colectivos resultaba fundamental para explicar su importancia, carácter y antigüedad. Se privilegiaron dos períodos: el de los orígenes o tiempos primitivos y, especialmente, el de la época romana,  porque en él se encontraban las bases de la identidad urbana y los fundamentos de su grandeza, no sólo pasada sino también  contemporánea.
La historia de los "primeros tiempos" de las ciudades generó grandes controversias. Por ejemplo, el origen mítico constituyó uno de los tópicos fundamentales porque en las obras se destaca el interés de los autores por dotar a las ciudades de valores simbólicos y por ennoblecerlas con un origen ilustre y épico. Así, los capítulos introductorios de las historias generales y de las historias de ciudades de la Edad Media y del Renacimiento —desde san Isidoro y la crónica del siglo XIII de Rodrigo Jiménez de Rada hasta la de Florián de Ocampo— trataron sobre acontecimientos y figuras de la mitología clásica que podían ser interpretados de manera literal, moral, alegórica o analógica. La historia confeccionada por Luis Peraza dedicada a Sevilla (1535)10, revela que ésta precedió a todas las grandes ciudades, "tuvo principio después de la creación del mundo casi 2800 años, del Diluvio 549 años, de la población de España 410 años y antes que Troya fuera fundada". Luis Peraza y Pedro de Medina (1549) hicieron referencia a la intervención de Hércules —descendiente de Osiris— en Sevilla. Como héroe pacificador y civilizador, Hércules combatió y venció la tiranía de los hijos de Gerión en la Península; después de la guerra, estableció la paz y concedió —con la fundación de la ciudad— leyes, formó la "república", levantó edificios, torres y murallas en una población que ya existía11

Como dexadas las Españas en tranquilidad el gran Thebano Hércules quiso andar por el mundo y primero que de Sevilla se partiesse, dexó a la misma ciudad por cabeza de las Españas  y a su hijo Hispalo por universal rey dellas, el qual sigue el mandato de su padre puso la silla Real en Sevilla... y aviendo passeado toda la redondez desta provincia y términos de España, no he allado campos mas deleytables, sitio mas fértil y apacible para mi propósito que ésta por lo qual determinó de edificar aquí esta cibdad

Para hacer las ciudades más dignas de reverencia  —como los antiguos lo hicieron con Atenas y Roma que competían en grandeza— los historiadores modernos les atribuyeron un origen divino; esta concepción tuvo amplia difusión y, al parecer, alto nivel de arraigo y persuasión en los imaginarios sociales, tanto en los círculos cultos e intelectuales como populares, porque en la construcción de las representaciones urbanas se revela la fuerza de estas tradiciones al punto de ser admitidas sin reprobación. La incorporación de la leyenda tenía como objetivo transmitir la importancia de la ciudad, uniendo su origen a un personaje legendario —ancestro de la monarquía española— y a una fundación épica que hacía, en este caso de Sevilla, "ciudad principal" y la "primera". Además, aludía a un carácter providencialista y determinista, señalando su gran destino marcado por la influencia de las señales divinas que Atlante —famoso astrólogo y compañero de Hércules— a través de la observación de los agüeros, la posición de los astros y el favor del cielo, halló en el sitio donde se fundaba Sevilla, que se convertiría en "la más célebre" y "de las mayores del mundo". Se destacaba al héroe guerrero que demostraba la superioridad de su valor físico para liberar al pueblo y su virtud en la magnanimidad para otorgar leyes —por lo tanto, para establecer justicia—. De este modo, los escritores se valieron de un vasto repertorio de imágenes que se adaptaban convenientemente y daban sentido a la exposición de doctrinas porque, a través del mito o la leyenda, también se difundía la idea del "arte de gobernar" y la creación de una nueva organización social y política en la península.
Diversos estudios han tratado de responder cuál fue la utilidad de vincular la mitología del mundo clásico a la antigüedad de España y de qué manera servía a determinados propósitos ideológicos. Algunas tesis contemplaron la posibilidad de que dicha influencia fuese producto del estrecho contacto con los eruditos italianos o bien un medio de los historiadores españoles para hacer frente a las pretensiones de superioridad intelectual y cultural de aquéllos. Así contrapusieron a la "centralidad de Italia", argumentos contra las acusaciones de "barbarie" en su historia y de su pasado. Mientras otros plantean que fue la necesidad de probar la superioridad de España —convertida en la nueva potencia en el escenario político europeo e internacional—  lo que motivó el interés por "rehacer su pasado" para que dejase de estar relegada y marginada y tuviese un papel más trascendental, elevando desde sus orígenes la reputación de Hispania. El objetivo, por consiguiente, consistía en demostrar que la civilización española, lejos de ser inferior, era tan antigua, tan gloriosa y culta como la italiana.
Las obras que estudiamos denotan la continua inclinación por seguir este tipo de  explicaciones para indicar la antiquísima fundación de las ciudades12. En las historias que tratan sobre fundaciones, la de Sevilla precedía a fenicios, griegos, cartagineses y romanos. Diego Pérez de Mesa (1595) vinculó el principio de la ciudad al nacimiento de España,  situándolo en una época anterior a la era cristiana y a la conquista romana13:

...hallase muy antiguo el principio de su población: que muchos autores tienen, ser delas primeras que en España se poblaron. Esta se lee que fundó Hispalo Rey que en España reynó quinientos nouente y nueue años después del diluvio, que fueron mill setecientos  y veynte y seys años antes de Jesucristo... y del nombre deste rey se dize que se llamó Hispalia.

Similar idea fue planteada por Alonso Morgado (1587), que situó la antigüedad de esta ciudad en tiempos remotos, sosteniendo que tuvo principio en los años 143 antes del Diluvio, 1727 antes de la natividad de Cristo.  También adhiere a la tesis de la fundación de Sevilla por Hércules, siguiendo a san Isidoro, Rodrigo Jiménez de Rada y Alfonso X:14:

...pasando Hércules de Africa a España surgió en una isla, do entra el mar Mediterráneo en el Mar Océano, y porque le pareció  que aquel lugar era muy vicioso, y estava al principio del Occidente, levantó allí una gran Torre, y le puso encima una imagen de cobre, que miraba contra Oriente, y tenía en la mano diestra una gran llave, como que daba muestra de querer abrir alguna puerta. Y que tenía la mano siniestra alçada contra Oriente, y en la palma escripto un letrero que dezía Estos son los mojones de Hércules... Cojose con sus llaves por la mar, hasta que llegó al Río Bethis, que agora llamamos Guadalquivir, e fue yendo por él arriba fasta que llegó al logar, do es Sevilla poblada, e siempre iva catando por la ribera, a do fallaría un buen logar do poblasen una gran ciudad, e non fallaron otro ninguno tan bueno, como aquel do agora es poblada Sevilla.

También Rodrigo Caro (1634) otorgó a Sevilla un origen legendario afirmando que los fundadores fueron íberos que vinieron con Tubal —descendiente de Noé— y los primeros pobladores de España después del diluvio universal. Hispalo, primer rey en la Bética, confirió al lugar el nombre de Hispalis del cual derivó Hispalia y desde esta insigne ciudad se extendió a todo el territorio como Hispania. Ponía de relieve la intervención divina  y el despliegue de su acción salvadora en la elección de esta ciudad para el asentamiento del pueblo de Dios en la península.
Según las historias urbanas, Carmona era también ciudad antigua, fundada antes del nacimiento de Cristo, con el diluvio universal. Fray Juan Salvador Baptista Arellano (1626) exponía  que "...su primera fundación fue hecha por Tubal Cain, después se aumentó su fábrica en vezindad y gente, por el Rey Idubeda, y la magnificó"15. Su origen, muy anterior a otras ciudades, pertenecía a la primera población de Andalucía16:

No es Carmona moderna, ni es inferior a las mas antiguas poblaciones de España: antes muy anterior a las fundaciones y assí de Romanos y Phenises, como las demas naciones del mundo... Algunos autores llamaron a Carmona Chrith Briga, como solian llamar a Segovia, Seco Briga, a la ciudad de Arcos, Arco Briga, y a Talavera, Tala Briga y otras muchas. La razon que para esto dan es, porque fueron fundaciones de Idubeda tercero Rey de España, y tercero nieto del patriarca Tubal Cain, y fue padre de Brigo, que después fue cuarto Rey, y por su hijo Brigo, pusieron a Carmona Cariht Briga, como a las demás.

En el caso de Ecija, las historias sobre la ciudad no determinan con precisión su antigüedad. En el capítulo I de Ecija: sus santos, su antigüedad eclesiástica y seglar..., el P. Martín de Roa escribía (1629)17:"El apellido que oi tiene Ecija, no es el antiguo, aunque tuvo en su principio, i aun este, sus quiebras a padecido sus mudanzas, sus trueques, entre los Griegos, entre los Latinos, entre los Arabes i Españoles. Estrabon le da nombre de Astenas. Añade Casabuono en sus notas a este autor, que en su Epitome i libros escritos de mano, en vez de Astenas leen Astina, por este se ha de sustituir Astiga, que es lo mismo que Astigi". Siguiendo el estudio de los posibles nombres de la ciudad, descontento con los que le habían asignado otros pueblos —porque eran muy humildes, vulgares y desmerecían su grandeza y antigüedad— le atribuye otro más ilustre llamándola también "Sordina" por ser fundación del gran Soldán de Egipto18.
Ambrosio de Morales expuso en la Crónica General de España (1574) que  así como las ciudades de mayor antigüedad en Italia y España tuvieron dos nombres —Sevilla "Hispalis" y "Colonia Romuela"; Ecija "Astigi" y "Augusta Firma"; Andújar "Iliturgi" y "Forum Iulium"—, "Córduba" fue el primitivo nombre, natural y propio, luego la civilización romana la designó con otro, más honroso e ilustre que figura en sus monedas, el de Colonia Patricia. Para demostrar que estaba habitada por los primeros pobladores de Andalucía, se apoyó en los testimonios de Ptolomeo y Estrabón, que situaron a Córdoba en la región de los túrdulos, el pueblo más temido de España pero sabio en leyes, letras, estudios y poesía, de manera que la tierra y sus naturales estaban dotados "con grandes ingenios y de todo género de buenas disciplinas"19. Entre los historiadores de Córdoba, Fray Juan Félix Girón (1686) le atribuye un origen bíblico, tesis que en el siglo XVIII Francisco Ruano  rechaza negando que existan fundamentos para explicar la fundación de la ciudad por Tubal y sus hijos.
A diferencia de los ejemplos citados, los textos que tratan acerca de la historia de la fundación de las ciudades pertenecientes al reino de Jaén, se refieren a su antigüedad pre—romana y a sus primeros pobladores españoles, sin vincularlos con un origen mítico o bíblico. Las obras pusieron sobre todo el acento en narrar que estos lugares habían sido el principal escenario de las luchas y disputas entre cartagineses y romanos. Así, por ejemplo, en Nobleza de Andalucía, Gonzalo Argote de Molina (1588) escribía que Andújar era"Ciudad ilustre y clara en el tiempo de los antiguos españoles, celebrada por la batalla que en ella fue de los dos Scipiones con Asdrúbal capitán de Cartago llamada después por los Romanos Forum Iulium del nombre de Julio César primer Emperador"20. Expuso consideraciones semejantes sobre Jaén21: "Tiene su principio en los españoles antiguos, a quien llamaron Aurige. Con el qual nombre la hallaron los Cartagineses y Romanos... Fue su nombre corrompido por los Moros llamándola Geen de la dicción última de Aurige, y assí la llama el Rey don Alfonso el Sabio en el Libro de los Cantares... y últimamente por los castellanos fue llamada Jaén".Mientras, en  la composición de Comentarios... (1567), el mismo autor destacó, en relación a la ciudad de Baeza, las características belicosas y guerreras de túrulos, bastetatos y oretatos que la habitaron afirmando, sin embargo, que su principio y fundación era romano,"...así su antiguo nombre Beatia que aun hasta agora conserva en la lengua latina es nombre romano y significa lo mismo que ciudad bienaventurada..."22.  Dejaban constancia de esta relación una serie de vestigios e inscripciones en piedra que el autor transcribió en su obra,    localizándolos en distintos lugares de la ciudad como la iglesia mayor, las casas de los caballeros, el puente de Gualhenar y la ermita de Nuestra Señora de la Yedra, cerca de Baeza.  
La excepción de estos ejemplos sobre las historias de las ciudades de Jaén, es la obra sobre las antigüedades y grandezas de Antonio Terrones de Robres (1657)23, dedicada a Andújar, cuya exposición  partía de la creación del mundo, el Diluvio y la división de las tierras y el poblamiento de España. Como en otros casos, el autor pretendía encuadrar el saber pagano en la tradición cristiana haciendo suyos a los héroes -como otros pueblos europeos—, situándolos en tronco de linajes regios y convirtiéndolos en fundadores de su ciudad y su gobierno. Andalucía se vinculaba así a los primeros reyes —descendientes de Tubal— que no sólo poblaron España sino que, desde allí, emigraron a otras tierras extrañas (Albania, Fenicia y Africa). Según Ptolomeo, Plinio, Tito Livio y Polibio, Andújar tuvo por antiguo nombre "Illiturge" que procedía de los antiguos españoles. Era una gran ciudad que, para diferenciarla de otras menores, la denominaron "Illi", como "Corte de la Bética", y "Turgi" por las grandes guerras que tuvo con otras naciones; posteriormente, otros autores la llamaron también "Forum July", porque Julio César la hizo emporio y feria franca. 
El eje de los discursos —incluso entre historiadores que pertenecían a la misma ciudad— giraba en torno a dos temas fundamentales: atribuir a la ciudad una mayor antigüedad o situar su fundación como obra del imperio romano. Ciertamente, ambas posibilidades aportaban conceptos positivos. En el primer caso daba a la ciudad preeminencia temporal planteando su existencia en tiempos pre-romanos; mientras, en el segundo caso, partir de un origen más célebre y glorioso significaba conferirle la grandeza de Roma, la ciudad que la conquistó y fundó, haciéndola partícipe de las mismas cualidades. Sin embargo, en ninguno de los ejemplos de historias locales y nacionales que hemos citado, los primitivos pueblos de España fueron considerados con connotaciones negativas por el hecho de ser las primeras comunidades de la península; por el contrario, los historiadores partían de ideas-imágenes que aportaban los textos griegos del siglo VIII a.C. al siglo V a.C. en el que tartesios, turdetanos e íberos —ubicados sobre la actual Andalucía del Guadalquivir— eran estados territoriales de régimen monárquico, habitados por gentes ilustres, guerreras y cultas, que supieron aprovechar las riquezas de la explotación minera para efectuar intercambios comerciales con fenicios, griegos y cartagineses, hasta la conquista romana en el siglo II a.C. Diego Pérez de Mesa (1595) es quien ha resaltado estas cualidades de los primeros tiempos de Andalucía "que excedían a otras provincias del mundo", incluso revirtiendo la valorización de lo greco-romano por encima de lo hispano, pues el criterio del autor se funda en la unión de antigüedad y cultura atribuyendo el comienzo de las letras y las ciencias a la Bética. Es decir que, en su discurso, rechaza toda connotación que implique una identificación de la región y su población con lo primitivo y lo bárbaro y, quizás influído por las guerras europeas del momento en el que escribe, expresa sutilmente su posición respecto de la preponderancia de la cultura por encima de las empresas bélicas, teniendo en cuenta la experiencia hispánica y al imperio romano que había sido civilizador pero también conquistador24:

El rey Turdetano fundó muchos lugares en Andalucía, movido por la fertilidad y hermosura de la tierra. La provincia tomó su nombre. Se llamaron Turdulos y otros Bastulos. Como este rey turdetano fue muy amigo de poblar y vivir en lugares apacibles le llamaron Bertho que quiere decir amigo de la fertilidad y deleite y de ahí llamaron Bethis al río Guadalquivir que le dio nombre a la provincia Béthica... fundó escuelas, estudios de letras y ciencias... Assí que con raçón pueden nuestros Andaluces gloriarse de haber sido los primeros hombres que después del diluvio general profesaron letras y ciencias, y tuvieron escuelas públicas muchos siglos antes, que los tuviesen ni diessen los Griegos, ni los Romanos. Y siendo esto assí más raçon, y justicia podrían los Andaluces llamar bárbaros a los Romanos y Griegos, y otras naciones que no los Romanos y Griegos a los Andaluces, y a las demás gentes.

También el P. Martín de Roa revaloriza el origen autóctono de los primeros pobladores de la ciudad y critica las opiniones de los historiadores que creían encontrar exclusivamente en la civilización latina el carácter glorioso de sus sociedades. Desde su perspectiva, incurrían en un error aquéllos que consideraban que las ciudades serían más célebres si las fundaciones pertenecían a fenicios, griegos, celtas, cartagineses y romanos y los que pensaban que la presencia de estos pueblos las engrandecía. Según este autor, "todos los lugares y ciudades de calidad —entre los que se encuentra Ecija— derivaban de fundaciones de las primeras poblaciones de España y no de naciones extranjeras"25:

 ...pregunto la Fenicia, la Grecia, las demás naciones que hazen autores de tantos lugares, son por ventura mas fecundas que España, de mejor temple, i mejores calidades de mantenimientos, i disposiciones de onbres, i cosas necesarias para la umana propagación; para que faltando a nosotros sucesión, que poblasen nuestras tierras, pudiesen venir tantos a abitarlas, de las extrañas? O eran mas estrechos sus terminos, que los nuestros; para que arrojados de aquellos, acudiesen a estos?

En otros casos, el orgullo cívico de las sociedades residía  en un pasado en el que la fundación y principio de sus ciudades partían de bases muy distintas a los del origen autóctono y con grandes contrastes con ellos por sus formas sociales y culturales muy dispares. Desde esta perspectiva se interpretaba que la gran obra del imperio romano había consistido en la extensión de la vida urbana por toda la cuenca del Mediterráneo de manera que, a pesar de que los pueblos de España habían sido conquistados y sometidos, se engrandecieron como ciudades creadas a imagen de Roma, como simulacros de la ciudad modelo, convirtiéndose en centros principales. Lejos de desacreditar el prestigio de otras ciudades pero subrayando las diferencias que tenía Sevilla —por su origen más antiguo— con respecto a aquellas, Diego Pérez de Mesa (1595) enlazó el nacimiento del resto de las ciudades andaluzas con la historia romana. Ponía de relieve que, en lo relativo a antigüedad y preeminencia, Sevilla no tenía competencia. Para este autor, Jerez de la Frontera había sido colonia y pueblo fundado por romanos, llamada "Astarigia" y después "Cesariana". De Córdoba afirmaba que era "ciudad principal en el Andaluzía después de Seuilla. No menos en antigüedad y nobleza que las otras ciudades principales de España. Desta escribe Plinio y Estrabón que la edificó Marcelo Romano y fue poblada de los Nobles Patricios de Roma". De Ecija decía que era "pueblo antiguo en el Andaluzía... edificaron los Romanos y en ella pusieron audiencia general o  Chancillería aquien ellos llamauan Convento". Y de Baeza que  "El principio de su fundación es de Romanos y assí su antiguo nombre Beacia, gente de la mayor reputación que en España auía" 26. Jaén era también muy antigua; Pedro de Medina dice que se llamó "Iliturgi". Aunque destruida por las guerras de cartagineses y romanos, se volvió a poblar con el nombre de "Gienede" —de donde proviene el actual—; Diego Pérez de Mesa corrige esta versión del citado autor, aclarando que se confunde con Andújar, llamada primero "Anturge" o "Andurge", del que derivó Andújar. 
 Para Ambrosio de Morales (1574) habrían existido dos fundaciones de Córdoba: la primera, Cordoua la Vieja, tuvo lugar —según el poeta Silio Itálico— 30 años antes de la fundación  de Marco Marcelo y la segunda, edificación romana en tiempos del emperador Dioclesiano y Maximiano, que se produjo en un nuevo sitio27: "...Hallando a Cordoua edificada de muy antiguo, aunque no muy principal ciudad en edificios y población, la quiso edificar de nuevo tan suntuosa y de tanta majestad, que fuesse bien capaz de la grandeza soberana que poco después vino a tener". En cambio, otros autores que consideran a Córdoba "edificio de Marcelo", se refieren a ésta como una "refundación simbólica": significaba que, a partir de la presencia romana, en la ciudad tuvo lugar un proceso de renovación por el cual se le otorgaron "buenas leyes para su gobierno",  se amplió y cercó, se produjo su "acrecentamiento" —al recibir el título de colonia— y ennoblecimiento con un nuevo poblamiento. Para Pedro Díaz de Ribas (1627)28, no se trataba de una fundación distinta, porque la ciudad siempre estuvo emplazada en el mismo sitio. Para demostrarlo, basó su alegato en el estudio de una serie de vestigios antiguos: la forma cuadrada de las piedras y cimientos de argamasa de la primera construcción de la muralla —que atravesaba la ciudad por el medio y terminaba en la puerta antigua de la pescadería y a orillas del río Guadalquivir— era obra romana (a diferencia de la cerca exterior, cuya planta era construcción musulmana), hecha conforme a los modelos que usaban para sus poblaciones más nobles. También se basaba en la autoridad de Estrabón y Aulio Hircio, en las piedras e inscripciones —que intentaban perpetuar la gloria y la memoria romana y se hallaban desde la fundación y en tiempos de César Augusto, Tiberio, Calígula, Domiciano, Caracalla, Constantino y Constancio—, las "piedras de milliarios" que señalaban la distancia desde el río Betis y el templo de Jano hasta el mar —puestas en tiempos de Augusto, Tiberio, Calígula y otros emperadores— y, por último, en la idea de que los romanos "tan diestros y sabios en todo" supieron elegir un lugar con gran comodidad para la ciudad porque la navegabilidad del Guadalquivir le reportaba riqueza, fertilidad, hermosura y amenidad.
De la misma manera, F. Juan Félix Girón (1686) presentaba a Córdoba como una de las ciudades que se hizo más insigne con los romanos29:

Marcelo le dio magestad de edificios, vistió y adornó de leyes y buenas costumbres a los ciudadanos y los despertó a la atención del bien común; ajustó el comercio para aver de otras partes lo forzoso y vender en otros sitios lo sobrado, medio único de ayudarle a la conservación. Armó contra toda sin razón el Tribunal de la justicia. Estableció al fin una república, cuyo cuerpo floreciese en su integridad, vigor, resplandor y fuerza, y por su apuesta hermosura, celebrada con envidia de las naciones del mundo...  

En las historias sobre las fundaciones de las ciudades los historiadores incorporaron de manera ventajosa elementos de la antigüedad que las engrandecían y buscaron comparaciones y analogías que les resultaban más provechosas vinculándolas con héroes bíblicos y mitológicos, seguidos de héroes epónimos, creadores de instituciones políticas fundamentales. Las ciudades de los reinos de Sevilla y Córdoba eran consideradas las más antiguas; su origen les permitía entroncar con el primer poblamiento de la región andaluza y de España, con la reorganización de la tierra después del diluvio universal (vinculándose así a la tradición bíblica). A estas circunstancias, Sevilla añadía la fundación mitológica por su héroe epónimo Hércules —aunque no era exclusivo de esta ciudad porque también lo tomaron como propio Cádiz, Toledo, Avila, Segovia y Barcelona—. En cambio, tenían menor antigüedad Andújar, Jaén y Baeza. Este proceso de caracterización constituyó una fase determinante de la toma de conciencia que hacía que cada comunidad se reconociera con rasgos singulares y específicos.
El problema del origen era fundamental en tanto contribuía a determinar jerarquías. De la misma forma en que se desarrollaban los debates sobre el origen de la nobleza y los grados que existían en ella, se trasladó a los temas urbanos el interés por demostrar la preeminencia de cada ciudad. Indudablemente, el discurso sobre los orígenes de las ciudades era un discurso político y se enmarcaba dentro de los ideales de redactores humanistas, de las personalidades a quienes iban dirigidas sus obras, reyes y nobles, y de los intereses que defendían las ciudades. En los siglos XV y XVI este asunto tenía gran relevancia porque establecía planteos sustanciales para solicitar privilegios o para confirmarlos  y para justificar preeminencias que se traducían en el terreno político (voto en Cortes) y fiscal (en la distribución y reparto de los encabezamientos). De manera que la construcción del pasado de cada una de las ciudades era también proyección de ese pasado hacia delante y entrañaba cierto interés por el futuro. El pasado era el mejor argumento y la mejor justificación del presente; los cronistas eran conscientes de que podían sacar partido de la historia para demostrar los derechos de las ciudades y elaboraron una historiografía que les era favorable, recogiendo noticias y tradiciones destinadas a exaltar las virtudes de sus ciudades.
Incluso cuando las vicisitudes políticas e históricas las privaron de su status o preeminencia, estos criterios surgían con fuerza y cobraban mayor importancia. La proliferación de historias urbanas resultó así determinante para apoyar objetivos concretos de las ciudades. La composición de las historias de Jerez de la Frontera se desarrolló paralelamente a la defensa de la posición de la ciudad, que había solicitado participación en las Cortes. Por tanto, representa un claro ejemplo de la importancia que tenían los intelectuales para apoyar las pretensiones de sus sociedades y difundir ideas-imágenes de las ciudades con objetivos y propósitos concretos. En 1639, el rey Felipe IV expidió un decreto ordenando que Jerez de la Frontera tuviera voto en Cortes pero a ello se opusieron la ciudad y la iglesia de Sevilla, interesados en mantener inalterable su jurisdicción, por lo cual el mandato no se cumplió. En 1648, Jerez de la Frontera envió dos memoriales, uno reiterando la solicitud —ofreciendo 100.000 ducados para el servicio al rey— y otro donde hacía relación histórica de los servicios que la ciudad había prestado a los reyes desde la reconquista cristiana. En ese contexto nacieron las historias de Jerez de la Frontera del fraile Juan de Espínola y Torres y de Fray Esteban Rallón30 que reivindicaban la identidad de la ciudad vinculada a Hércules, a la fundación fenicia o a la colonia romana, Asta Regia y situaban en ella a célebres pueblos de la antigüedad y a la primera sede del obispado. De tal manera, expusieron acerca de su preeminencia civil, militar y eclesiástica con fines que, como hemos señalado, no eran desinteresados.                

4. Las "grandezas" de la antigüedad clásica y las analogías con Roma como modelo de "República" para las ciudades andaluzas

A los vastos dominios que tenía España en el siglo XV, se integraron a la Corona en 1519 con Carlos V, las posesiones en Flandes y Países Bajos, el Franco Condado, Austria, Estiria, Carintia, el Tirol, varios principados de Alemania y, en 1535, Milán. Con Felipe II en el trono desde 1555, se añadieron Sicilia, Nápoles y Portugal —desde 1580— de manera que los Habsburgo representaban el mayor poder europeo, gobernando sobre gran parte del Mediterráneo, tierras del Pacífico y el Atlántico. En ese contexto en el que se producía también la confrontación de la cultura hispánica con la del Nuevo Mundo y el rechazo a las corrientes religiosas procedentes del centro de Europa, se afirmó la toma de conciencia de la identidad hispánica reflejada en las historias nacionales y locales. Los historiadores encontraron en las obras clásicas los ejemplos, los precedentes y las fuentes para confeccionar la historia sobre las "antigüedades" de España y sus ciudades, así como las "cosas más señaladas" que fueron útiles para forjar una imagen de sí mismas en el presente, mirando y evocando el pasado, en el intento por establecer con aquél continuidades y correspondencias con sus atributos, cualidades, virtudes y excelencias. La historia podía comunicar a los súbditos y ciudadanos que ciertas estructuras en las que vivían en el presente eran fruto de un prolongado éxito. A través de ella podían decirles quiénes fueron, de dónde vinieron y cómo se hicieron la patria y las ciudades "nobles y grandes", que la fuerza de su Estado descansaba en orígenes lejanos y que el príncipe descendía de una ilustre y antigua casa reinante —de ascendencia romana—. Todo ello implicaba "construir una imagen" del presente como espejo y reflejo del pasado, al que tomaban como modelo.  
Rodrigo Caro escribió su obra dedicada a Sevilla (1634), con el fin de preservar en la memoria la historia de la ilustre ciudad, probar que había sido célebre más allá de los límites de España —porque había gozado de gran estimación en el mundo y en todos los tiempos— y presentar las razones por las cuales había merecido el título de Principado y metrópoli de la Provincia Bética, aventajando a las demás ciudades en el pasado y en el presente. Para este autor, Sevilla superaba a las demás ciudades en sus títulos y dignidades pues había sido declarada ciudad máxima y metrópoli de la Bética antes del nacimiento de Cristo, Convento Jurídico —lugar elegido para el establecimiento de la Audiencia, para oir y dirimir los pleitos y atender los juicios—31, la primera corte de España de los príncipes y reyes, comenzando por Hispán o Hispalo que fundó la ciudad, continuando con los vándalos, silingos y godos hasta Recaredo, los musulmanes y Fernando III —que la honró después de muerto con sus reliquias e intercesión—, Alfonso X y sus sucesores.
La elevación de la calidad y condición de las ciudades sólo podía ser el resultado de una valoración especial que tenían aquéllas que eran consideras "simulacros de la capital del Imperio", "hechas a imagen y semejanza de Roma". Tal estima quedaba demostrada por Julio César a través del otorgamiento de la más alta dignidad al nombrarla colonia de ciudadanos romanos —con mayores privilegios que las colonias latinas— con la concesión de numerosas prerrogativas y con el título Julia Romula, que quería decir "la pequeña Roma", imitando su grandeza. Sevilla ostentó también el Principado, como "ciudad principal en su provincia" y, como tal, fue merecedora del título de Cabeza de la Bética o Andalucía, no porque tuviera jurisdicción o dominio sobre otras sino en reconocimiento de su primacía32.
Este autor sostuvo la continuidad de su Principado a lo largo del tiempo basándose en la estimación que tenían otros pueblos y naciones por la ciudad; así,  vándalos, silingos, suevos y godos  —hasta los tiempos del rey Leovigildo— la erigieron en cabeza de reino y asiento de la corte antes de que se trasladase a Toledo; incluso los musulmanes la hicieron —antes que a Córdoba— sede de su gobierno y la ennoblecieron. Sublimada por diversas gentes en el pasado, después de la conquista cristiana y en el presente —a raíz de la atracción que ejercían las riquezas y el trato con las Indias— Sevilla se presentó como "madre del mundo", "la más insigne del orbe", "emporio universal", "señora de ciudades" y "casa de todas las naciones".   
En cambio, otros historiadores como Ambrosio de Morales (1574) —natural de Córdoba— marcaron las diferencias atribuyéndole a su ciudad la primacía sobre otras de Andalucía (Sevilla, Cádiz y Ecija) al señalar una serie de ventajas que se fundamentaban en el hecho de haber sido Primera Colonia Romana y Colonia Patricia. Establece una relación importante entre la  organización política y social de Roma y la de la ciudad de Córdoba, marcando las analogías: así  como Rómulo había elegido a un centenar de "padres" para el  primer Senado, Córdoba se convertía en "asiento y morada" de gran número de hombres insignes pertenecientes a la primera nobleza de romanos —patricios y sus descendientes— y españoles.
Los historiadores establecieron además una continuidad entre estos hechos y su propia época al señalar que, cuando los cristianos recuperaron la ciudad de los moros, la repoblaron —igual que en el pasado— con gran número de linajes nobles, privilegiados por el rey con mercedes particulares. En segundo lugar, resaltaron la condición jurídica y militar privilegiada de la ciudad. Establecieron jerarquías entre las ciudades de la Hispania Ulterior —que era la provincia con mayor número de colonias, municipios romanos, latinos, ciudades libres y confederadas, pueblos opulentos y sedes de conventos jurídicos para su gobierno— para responder a las controversias acerca de la primacía, surgidas sobre todo entre Córdoba y Sevilla. En primer lugar estaba Córdoba, en el segundo se ubicaba Sevilla —colonia romana y Romulense por Julio César—, en el tercero Ecija —creada por Augusto con el nombre de "Augusta Firma"—;  en el cuarto "Asta" —cerca de Jerez de la Frontera, llamada "Colonia Regia"— seguida de "Asedo", llamada "Colonia Cesariana".
Córdoba tenía primacía como primera colonia no sólo en el tiempo sino principalmente en dignidad, por la fertilidad y grandeza de sus campos —sin competencia con ninguna ciudad de España— por su antiguo comercio por el río Betis, por su localización, clima saludable, aguas, alimentos y otras excelencias; mientras que la grandeza de Sevilla no sólo fue más tardía —porque después de su fundación Julio César la hizo colonia— sino que careció del honor de tener moradores romanos, pues su primitiva población no fue del mayor esplendor entre las ciudades de la Bética. Una serie de condiciones concurrían para probar la capitalidad de Córdoba: la residencia de autoridades, el asiento de una casa para batir moneda y de un templo sagrado dedicado al emperador Augusto. Otros motivos sirvieron demostrar que tuvo el Principado: la convocatoria a las Cortes generales celebradas por Julio César, las columnas, estatuas, epitafios, piedras y edificios que daban cuenta que la ciudad era capital y metrópoli en la España Ulterior33.
La defensa de la dignidad, derechos y gobierno de Córdoba en la antigüedad  prosiguieron hasta el siglo XVIII. Francisco Ruano explicó que las colonias fueron "lugares nobles", sitios principales y defensas fortísimas de la dominación romana en las provincias. Siguiendo estos criterios, Córdoba cumplía con esos fines frente a lusitanos, celtíberos, béticos, vacos y carpetanos. Su exposición se centró en las diferencias que existían entre colonias romanas, municipios y colonias latinas34: "Las colonias romanas eran los pueblos de suprema Dignidad en las Provincias. Porque gozaban todos los derechos de Ciudadanos Romanos y Quirites, que eran los principales caballeros de Roma, derechos de libertad privada de Patria, de casamientos, de legítimo dominio y de testamentos... Eran pues las colonias Romanas, como dice Gellio, naturales simulacros, imágenes i representaciones de la Majestad, i amplitud del Pueblo Romano en las Provincias, diferenciándose tanto de los
Municipios, quanto que los hijos naturales se diferencian de los adoptivos, que no se mira jamás, como a partes de phísica propagación"
Pero fue sobre todo el P. Martín de Roa, que escribió la Historia del Principado de Córdoba (1636) quien parece haber respondido metódicamente a cada uno de los argumentos presentados en los textos dedicados a la alabanza de Sevilla. Como otros humanistas que estudió y cultivó las lenguas antiguas, redactó esta obra primero en latín y luego en castellano, a fin de que sirviera como vehículo más amplio  para la difusión y el conocimiento de noticias históricas de su "patria". Esta constituye un ejemplo de erudición y crítica puesto al servicio de un objetivo fundamental: demostrar que el Principado de la Bética lo poseyó Córdoba desde la antigüedad, porque la ciudad era célebre por su calidad y dignidad, riqueza de su suelo, por las letras, armas y la santidad de sus hijos35.
El libro III de la descripción del mundo de Estrabón sirvió de punto de referencia para justificar grados de jerarquía y señalar las ventajas que poseía Córdoba sobre otras ciudades de Andalucía. A través de la comparación, confirió el primer lugar a Córdoba por la comodidad de su sitio, la fertilidad de sus tierras, la nobleza de sus ciudadanos, la abundancia de vecindad, la afluencia de gente por la contratación, la navegación del Guadalquivir y las mercaderías; en segundo lugar, Cádiz por su condición marítima y, en el tercero, Sevilla que, a pesar de ser considerada emporio comercial, era superada por Córdoba ya que ésta obtenía todo de su propio suelo, mientras la ciudad hispalense debía su fama, poder y grandeza a lo que provenía y  recibía de afuera. También Aulo Hircio, testigo presencial de las guerras de España, aportaba noticias a favor de la ciudad; llamaba a Córdoba Cabeza de la España Ulterior, en cambio, a Sevilla, Cabeza de su reino, por lo tanto sólo de su tierra. A través de la narración de hechos protagonizados por distintos cónsules y magistrados, de los vestigios arqueológicos como las casas de audiencias o basílicas, los concilios celebrados en la ciudad, la existencia de monedas acuñadas con el título de "Patricia" y de elementos simbólicos como las insignias militares y de guerra, el autor demostraba que Córdoba había sido "Silla del gobierno y Cabeza de provincia".
Como vemos, Sevilla y Córdoba se distinguieron como creaciones de la ciudad imperial, centro vital del mundo, a la que se le profesaba la mayor admiración por su poder unificador y el prestigio de su cultura. El debate sobre el Principado —la dignidad que resumía, con un sentido amplio, la preeminencia— representó un papel importantepues, con dicha titulación, ambas demostraron todas las condiciones y cualidades que poseían: el reconocimiento de su príncipe y señor soberano, de su antigüedad, grandeza de población integrada por ilustres ciudadanos, riqueza y fertilidad de sus campos y la posesión de la máxima dignidad por haber sido colonia, convento jurídico y metrópoli. Con estos ejemplos se advierte, en los textos modernos, una marcada tendencia por enumerar y explicar que, desde época antigua, las ciudades y los reyes establecieron una relación armónica. Este hecho tenía objetivos políticos muy precisos, reflejaban la preocupación de las ciudades y las élites por conservar y confirmar privilegios ante la amenazante pérdida de derechos patrimoniales y prerrogativas frente a los intereses señoriales que los reyes favorecían.
De la misma manera que Roma fue, en la Antigüedad, "cabeza del mundo" y "capital del orbe", ambas ciudades hispanas se asimilaron a ella  presentándose como herederas del legado romano en la península. La idea de "cabeza" de España, del imperio o de la región y su traslatio a una u otra ciudad constituyó también un punto de disputa entre las ciudades de Andalucía. Sin duda, este hecho fue inseparable del impacto que tuvieron los descubrimientos y las nuevas condiciones geopolíticas, económicas y demográficas creadas en los siglos XV y XVI.  Si bien en Andalucía recayó la dirección de las relaciones de España con los territorios de ultramar y pasó de tener una posición periférica a una central en el imperio, el proceso de expansión hacia el Atlántico acentuó el diferente desarrollo y evolución de las ciudades, que experimentaron importantes cambios en su peso específico a nivel regional, peninsular e internacional. Estas imágenes sobre las ciudades concordaban con los profundos cambios que se habían producido en la cosmografía de los siglos XV y XVI porque, superada la idea ptolomeica de la división tradicional de la Tierra en Europa, Asia y Africa y de la centralidad mediterránea —después del descubrimiento de América—, Sevilla se colocó en una posición privilegiada asumiendo un papel dirigente en la Península y en el imperio hispánico, con una relevante función organicista. Esta fue considerada la "nueva Roma", caput Hispaniae y caput imperii porque, desde 1503, la ciudad capital andaluza tenía el monopolio del comercio de Indias y se había convertido en el primer puerto de mar para América, España y Europa. Los sevillanos eran conscientes de la importancia que la ciudad había alcanzado y lo reflejaron en numerosas obras literarias e historiográficas que difundían su imagen ideal. Incluso cuando se trastocó y atenuó su hegemonía indiscutida —al producirse, a partir del reinado de Felipe II, el traslado de la capital de España a Madrid, que fue el nuevo centro donde se estableció la corte—, los textos mantuvieron inalterable el tono encomiástico dedicado a la ciudad hispalense como contrapeso al engrandecimiento de otras ciudades.
En suma, se advierte que la "ciudad antigua" representaba, para los escritores humanistas, un papel fundamental en la formación del imaginario urbano, porque ella reunía los atributos de la ciudad ideal y porque, en el pasado, se encontraba su etapa gloriosa, todos los privilegios y ventajas. Estas consideraciones se repiten en el caso de Ecija36:

Ecija fue una de las primeras ciudades que fundaron los primeros pobladores de España, i pudo ser, que la acrecentaron los Griegos, a quien tanto favorece su nombre, después los celtas, y últimamente los Romanos, que no sólo con el ilustre título de Colonia Julia Augusta Firma la ennoblecieron, sino con aver puesto en ella uno de los Conventos Jurídicos o Audiencias para buena administración de justicia, i con tan lustrosos, i sobervios edificios, como levantaron en ella de manera que le da Pomponio Mela título de Clarísima, poniéndola a la par de Cádiz, Sevilla y Córdoba.

Fray Juan Salvador Baptista Arellano (1626) también resaltaba el prestigio que había tenido Carmona por su gran antigüedad y nobleza. Dedicó sus alabanzas a su riqueza, fortaleza y su populoso poblamiento, así como a destacar la elección de la ciudad, "con razón y justicia", como municipio romano, por haber sido, desde el momento en que éstos entraron a España, "la primera ciudad que los acogió en sus muros y ayudó en sus guerras", probando en todo tiempo su lealtad, tanto en la adversidad como en la prosperidad. 
Los historiadores se esforzaron por señalar el número de gobernantes que habían dado las ciudades andaluzas al imperio romano. Inspirados en la teoría neogótica que seguía la pista de la monarquía castellana, descendiente en línea ininterrumpida desde la Antigüedad a los visigodos del siglo VII, esta opinión desafiaba las ideas de los humanistas italianos de que todo lo medieval era bárbaro y se alejaba del largo período de dominación islámica, de manera que la historia pre-musulmana se convertía en un importante tema de propaganda. Conservar la herencia alterada durante siglos por los musulmanes, era una clara expresión del "combate cultural" contra los que habían "destruído, trastocado y envilecido sus instituciones y su civilización". Algunos fragmentos de Los Anales... de Diego Ortiz de Zúñiga (1667) resultan bien expresivos con respecto a estas valoraciones en relación a Sevilla37:

Poseída por los moros desde el año de Christo 716 y habiendo sido su primera corte en España, pues en ella Abdalasis se ciñó la corona, y dio el título Real a su nombre... fue por ellos ilustrada de quantos requisitos en su manera de policía constituían una ciudad cabeza de Imperio, qual fue siempre esta, aunque no siempre en sí contuviese la suprema silla, declararon y fortalecieron su alcázar y profanando su catedral templo, levantaron en su lugar una de las mas grandiosas Mezquitas que tuvo la Morisma; ennobleciéronla con la excelsa torre, digna de añadirse al número de las maravillas del mundo; fabricaron el largo y fuerte conducto de las aguas; reedificaron los muros... Pero si con estas obras a su modo la engrandecieron deshaciendo las antiguas, sepultaron las más ancianas memorias soterrando en los cimientos de la torre casi quantas piedras animadas de inscripciones romanas eran firmes testigos de su antigua majestad... en fin, en quinientos y treinta y quatro años que la señorearon, casi nada dexaron que no redujesen a la norma de sus poblaciones, haciéndola después humillar a varios cetros, qual fue siempre la mudanza de ellos en esta inconstante nación..

Aunque se incorporaron en Sevilla algunos aspectos positivos de la dominación musulmana, por cuanto la hicieron sede de gobierno, sede religiosa y la embellecieron desde el punto de vista arquitectónico y edilicio, el texto expresa también el lamento del escritor humanista por el olvido de la herencia romana y cristiana. Asimismo, estas apreciaciones se encuentran en el capítulo VI de la historia de Ecija, que trata sobre la pérdida de las "memorias romanas" —en este caso, con un criterio arqueológico— plasmadas en sus construcciones, que eran símbolos de la antigua grandeza, que se pudieron haber conservado en la ciudad38:

Si las grandezas (cuyas prendas mas a caso, que por consejo, o providencia de sus moradores, se conservan en esta Ciudad) estuvieron oi en el ser, que las gozaron los siglos onrados, entiviaron ciertamente, sino apagaron el ansia delos curiosos, que tanto suspiran por las que humillaron los Bárbaros en la cabeça del mundo. Allí vi i lloré sus agravios, aquí con mas razon, que se ofrecen cada passo a los ojos i me toca el parentesco de la nación. Cuentanse oi mas de ochocientas columnas en Ecija, ultra de las que se descubren debajo de tierra que son muchas, i de mucha grandeza: no todas en la que tuvieron en los siglos Romanos: las mas destroços son de insultos Barbaros, lenguas mudas, i piedras con lenguas de la brabeza de los Godos, nacidos para lo sangriento de la guerra mas que para lo aseado de la paz. Qué sobervia uvo que no derribasen; que lustre que no aseasen? Qué lindezas que no manchasen?  No les pareció que podían hartar el odio, que los Romanos tenían, si executandolo en los onbres, perdonaron a sus piedras. Las memorias, que en estas levantaron aquellos, essas mismas dexaron ellos, derribándolas. Quebrantaron mármoles, despedaçaron Estatuas, asolaron edificios, sepultaron la Magestad, i luz de las ciudades en  sus ruinas. Vivieron a pesar suyo, i del tiempo muchas hasta la entrada de los Moros en España, mas su barbarie, su furia qué cosa dexó inhiesta?... Testigo es oi esta Ciudad, que con su libertad perdió juntamente la hermosura, y asseo, que por tantos años habían procurado resucitar sus naturales, después que espelidos los Romanos, la entraron los Godos.    

La identidad urbana estaba fundamentalmente unida al mundo clásico y expresaba el interés por definirse en contraposición al mundo islámico que representaba lo "bárbaro"; en contraste con esa imagen, se elaboraron las historias urbanas, que manifiestan el empeño de los autores por rehacer su unión con la cultura romana. Aunque presenten un amplio marco de encuentros de distintos pueblos, reflejan una posición muy clara: Roma y lo romano, creadores de la civilización, constituían la fuente de su tradición y grandeza. En concordancia con estos criterios se advierte que las historias urbanas se refieren brevemente a la época de los godos, invirtiendo este proceso: la presencia de estos pueblos no exaltaron a España ni a sus ciudades sino que, con la conquista de estas tierras, éstos elevaron su reputación y se ennoblecieron. 
Aunque fieles continuadores de las crónicas medievales —que exponían que, con la invasión musulmana, los "bárbaros o infieles" provocaron la "ruina, destrucción y pérdida de España", y que su dominación empañó y corrompió la herencia y tradición clásica—, las historias de Córdoba fueron una excepción porque reconocieron la preponderancia de la ciudad durante la presencia islámica. Ambrosio de Morales (1574) escribía39:

 Los moros pusieron en ella sitio y asiento de su reyno por ser el mas noble y más capaz de aquella grandeza. Y aunque les pudo mover la vecindad de África de quien tanto dependían, viendo que aviendo puesto  al principio la cabeza en Sevilla que estaba mas vecina de Africa y mas aparejada en la navegación, se pasaron luego a Córdoba... Los reyes moros la ennoblecieron de diversa manera, pusieron allí todo gobierno de su monarquía, toda la riqueza de sus contrataciones y las escuelas generales de todas sus ciencias.

Para el P. Martín de Roa (1636), Córdoba conservó su importancia jerárquica en época islámica, convirtiéndose en cabeza de su imperio, pues los musulmanes la honraron, enriquecieron y engrandecieron40:

Tarik Abentarique, en la Historia que escribió de la pérdida de España ha más de ochocientos años, refiriendo las condiciones con que los de Córdoba se entregaron a Mahometo Abdalacis, capitán general de rey Almanzor, dice así: Que estaban prestos de entregarle la ciudad con condición que de palabra de hacer buen tratamiento a los vecinos, y que ni el rey, ni él en su nombre mudarían la silla de su imperio y cabeza de España, en ningún tiempo, a otro lugar, sino que siempre fuese cabeza del reino de España, como lo había sido hasta entonces, así en tiempo de moros, como en tiempo de cristianos.

Y en el libro II, capítulo III, hablando de las frescuras y recreaciones de que gozaba la ciudad, añade41:

...que las había mucho mayores por la parte que cae hacia Córdoba, que ahora es, dice cabeza de aquel Reino, y en tiempo del Rey Don Rodrigo, su palacio y silla de los Reyes cristianos, después de la de Toledo, que aún habiendo el rey Leovigildo trasladado su corte a Toledo, no dejó Córdoba de ser silla del Reino.

La Primera Crónica General de España de Alfonso X, tomada como fuente por los autores modernos, también avalaba su preeminencia al llamar a la ciudad "metrópoli" y "madre y patrona de las demás ciudades de Andalucía", conceptos que, al aparecer en las descripciones de España del Moro Razis y en De Rebus Hispaniae del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, demostraban opiniones  comunes entre hombres que pertenecían a distintas culturas y credos.
En la Historia General de Córdoba, compuesta por el P. Francisco Ruano (1761) también se destaca la centralidad cultural que adquirió la ciudad en la época musulmana, comparándola a la más célebre de las ciudades de la Antigüedad: Atenas43:

Los árabes hicieron a Córdoba Metrópoli de todo el Imperio de España, la concertaron por más de 400 años en una Nueva Atenas con sus escuelas de lengua arábiga, matemáticas, filosofía, teología, jurisprudencia, medicina y otras facultades de la que salieron eminentes maestros... Abampaci filósofo y matemático; Rhasis médico; Aben-Labas gran comentador del Alkorán, matemático y filósofo; Jonás, gramático, Alpharabio filósofo, Avicena médico y filósofo platónico; Averroes filósofo, teólogo, jurista, matemático, médico y poeta...

La intención de Martín de Roa era restituir el estado y condición de Córdoba en el nuevo orden y contexto del siglo XVII, como la dejaron los "señores del mundo y la conservaron los sucesores, godos, árabes y españoles cristianos".  Para ello, el centro de su exposición giró en torno a la idea de que el antiguo título confería a la ciudad un derecho inalienable y, por lo tanto, un status que no estaba sujeto al paso del tiempo, ni dependía de las circunstancias ni de la voluntad de los reyes. En su justificación sobre la jerarquía de la ciudad introdujo reflexiones semejantes a las que se planteaban en el seno de la sociedad política de la época en relación a los problemas de ascenso, promoción, renovación y reestructuración de la condición nobiliaria. Este hecho era clave si tenemos en cuenta que, desde la Baja Edad Media, se produjo un proceso de ennoblecimiento de las ciudades y villas que adquirieron títulos y privilegios y que, en España, se llevaba a cabo un largo debate en el cual se ponía en el tapete si la antigüedad determinaba los grados de nobleza y, por lo tanto, de la jerarquía.
Poder, honor, engrandecimiento, linaje, función militar y privilegios eran elementos fundamentales para definir la condición y el status de la nobleza y para afirmar la legitimidad de ella. Por ello, en estos siglos encontramos varios textos que difundían esta ideología, conteniendo argumentos de justificación y apología. Indudablemente, estas obras propagandísticas fueron un medio importante para comunicar estas ideas que sostenía la nobleza y sirvieron de fuente de consulta conveniente para los historiadores de ciudades pues los textos narrativos, historiográficos y tratadísticos les proporcionaron argumentos para apoyar también la legitimidad de su condición y posición de preeminencia.  Dos corrientes que intentaban definir la esencia de la nobleza se encontraban en el centro del debate: nobleza de sangre o de linaje y nobleza civil, política o de privilegio, obtenida por méritos, valores individuales o particulares. Por analogía, como si la ciudad se tratara de un individuo, en este caso de la nobleza, algunos escritores suscribieron la tesis de que el linaje era el requisito fundamental para legitimar el status. Del mismo modo que los grandes linajes, la condición y el estado de las ciudades tenían una legitimidad de origen basada en el nacimiento, en el privilegio y la dignidad que sólo podía ser otorgado por el imperio romano y la monarquía, no por el poder ni la riqueza. La cita a continuación ilustra cómo el discurso se desplaza del modelo teórico a ejemplos concretos43:

Y bien así como Burgos por algunos sucesos ni mudanzas de los reyes ni tiempos no ha perdido el título de cabeza de Castilla, ni voto primero en Cortes, que le pertenece de tantos siglos; así también Córdoba, hecha Cabeza de la España Ulterior hace más de 1800 años, cuando la hicieron colonia, no sé qué razón haya para negarle este título y derecho. Porque si bien alguna otra ciudad sea más lucida, mayor, más poderosa, no será más calificada ni superior en esta ventaja que tan de antiguo le pertenece. No vemos en los linajes, en las familias de nobles, que aquellos son cabeza no los que han arribado a gran poder, a mayores riquezas y estados, sino los que por línea recta descienden de su primer origen, aunque se hayan reducido a mucha pobreza.

Al anteponer la nobleza de sangre a la de privilegio y compararla con las situaciones de las ciudades, se valoraba que el status se transmitía por herencia —de generación en generación— y, por lo tanto, no podía perderse por ninguna razón. Como vemos, estas doctrinas provenientes de tratados y nobiliarios trascienden el ámbito social-político y plantean una clara identificación y adopción de los valores aristocráticos y nobiliarios a las situaciones particulares de las ciudades, por lo tanto una conveniente función legitimadora para los objetivos de estas obras. Como la antigua nobleza de linaje, las ciudades que obtuvieron sus títulos y privilegios en época clásica desempeñaban un papel de primer orden.   
Las historias nacionales y urbanas nos muestran diversos puntos de vista sobre los grados de preeminencia pero, con el tiempo, se habían ido modificando los valores y criterios a partir de los cuales se fueron construyendo las nuevas jerarquías. La historia de Carmona nos ofrece un ejemplo al respecto. Fray Juan Salvador Baptista Arellano (1626) comentaba  que el nombre de esta ciudad era propio de la lengua de los primeros andaluces de la Bética  y, aunque signifique "lugar",  indistintamente ciudad o villa sin diferenciación jurídica, no desmerece su grandeza. Considera que era fundamentalmente su antigüedad lo que la hacía insigne aunque, con el tiempo, haya experimentado las mudanzas de ese honroso título conferido por privilegio de los Reyes Católicos en 149144:

Carmona noble y leal a sus Reyes, que aunque oy tiene nombre de villa, nunca a desmerecido el de Ciudad, antes pienso, que como ay condes, que no an querido título de Duques, por preciarse del rancio de su antiguo nombre. Assi no ha apetecido Carmona en estos siglos: título y nombre de Ciudad (no obstante que ha tenido tiempo, ocasión, y servicios para todo) cuya nobleza y antigüedad se declara muy bien.

A pesar de aludir al desinterés de Carmona por cambiar su estado y calidad, el autor parece asumir su voz para solicitar de los monarcas privilegios que redunden en su jerarquización45:

Por este ilustre y honroso título, de su antigüedad, siendo como es mas antiguo lugar que todos, es bastante para ennoblecerlo y aventajarlo, a los demás por ser venerable, y tan hidalgo en sus acciones, adornado, de tantas excellencias donde se han hallado las armas, y el valor militar.   

Antonio Terrores de Robres (1657) compara la situación de las ciudades con los ciclos biológicos: como los hombres tenían su niñez, mocedad, juventud, vejez y muerte, éstas crecían, dominaban y florecían pero finalmente se marchitaban y decaían46:  

Es una de las buenas y grandes ciudades de Andaluzía, en el Reino de Jaén, pero aunque tan ilustre, apenas es lo que fue, comparada la grandeza que tuvo su Estado, con la declinación en que la hallamos merced del tiempo y sus mudanças que sino consumen, gastan. Inbidia de la fortuna, que por no dexar de ser quien es, a ninguno dexa ser lo que fue... Andujar (digo Illiturgi la primera) Población fue en los siglos mejores de las más luzidas, y principales en la España Andaluz. Dizen las muchas memorias, y dedicaciones a los Dioses de aquella gentilidad, y dízelo Tito Livio pues la llama Insigne en grandeza.

Reaccionarios ante el devenir histórico, los autores reivindicaron la preeminencia del pasado que no podía ser olvidada ni perdida para enfrentar las vicisitudes del presente. Intentaron recuperar y hacer pervivir los títulos de las ciudades y defendieron que no se las podía despojar de la posesión de sus derechos adquiridos por mérito, calidades y servicios. Este  pensamiento emerge en la obra dedicada a la ciudad de Ecija47:

Ecija población fue en los siglos mejores de las más luzidas, i principales en la España Andaluz, i pocas, o ninguna en esta, ni en todo el resto de la Provincia donde mas uviessen enpeñado los Romanos a su ambición o su vanidad...

El nombre i fundación desta ciudad, la misma fortuna a padecido, que otras de su linaje, insignes por su grandeza, nobles por su antigüedad. Estremose en ella la ambición de sus poseedores; después la furia de los enemigos lo que humillaron estos, engrandecieron aquellos. Reinaba en unos la audacia ya de onra, ya de interés: en otros el odio de tiranos, i de enemigos; que nunca les parece, que pueden levantar su estado, sino derribando el ageno. Borraron aun los nombres de las tierras que conquistaron, para que no se conociesen sus dueños naturales, antes tuvieron por propios a los estraños, que las usurparon. Los descendientes de aquellos restituídos a su libertad, esfuerçanse a recobrar el lustre, que con ella perdió su patria".

Siguiendo a Plinio en su libro III, capítulo I de la Natural Historia, Martín de Roa habla de Ecija —antigua "Astigi"— como la "ciudad célebre y populosa", de sus títulos "Colonia Astigiana" y sus nombres ilustres "Augusta Firma" y "Julia" y menciona a otros autores que le añaden el de "Emérita".
Frente a estas situaciones cambiantes en la historia de las ciudades, el P. Martín de Roa (1636) tenía un interés especial por actualizar, dar continuidad y permanencia en el presente a la antigua grandeza de Córdoba. Pese a los vaivenes, buscaba —recurriendo a distintos ejemplos— que la ciudad saliera airosa, exponiendo su papel histórico y los fundamentos de su posición hegemónica48

...Pregunto: los lugares que por sus méritos, por servicios hechos a sus reyes, alcanzaron de ellos renombres de muy nobles, muy leales y antiguos, como Jaén, que hoy se llama llave y defensa del Reino, ¿han perdido estos blasones y privilegios o porque haya otras ciudades más antiguas en la Provincia, o porque tengan otras más defensa los Reinos? Cierta cosa es que no. La misma razón es del derecho y prerrogativa del Principado, que aquellos lugares lo tienen que de antiguo lo recibieron, de quien tuvo autoridad para dárselo, aunque después otros se hayan aventajado. ¿Quién ignora cuántas ciudades haya ahora en la Provincia Ulterior  o de allende respecto de nosotros, más florida que Tarragona, más crecidas en población, más frecuentadas por el comercio, superiores en otras calidades, que con el tiempo y sucesos han granjeado? De Barcelona dice Pomponio Mela que era un pequeño lugar, ahora el mejor es, el más rico, más poderoso, de mayor trato y concurso de aquella provincia y asiento de sus gobernadores; más ninguno le ha quitado a Tarragona el (ser) cabeza de ella ni aún inquietándola en su posición.

En estos pasajes parece aludir a la alegoría de la rueda de la diosa Fortuna adoptada en la Edad Media que, de manera simbólica, refleja la complejidad de la vida misma y representa situaciones de exaltación, gloria y postración. Sin embargo, las citas nos proporcionan una buena definición sobre la opinión contrapuesta del autor acerca de que, en la rotación —en este caso, las ciudades—, unas caigan o desciendan y otras se eleven para mantener el equilibrio de la rueda. Desde su punto de vista, la grandeza de las ciudades no estaba ligada a la decadencia de otras. Los historiadores, conscientes de las ventajas y desventajas que el devenir histórico trajo a la ciudad —porque tuvo dignidad suprema, fue corte nobilísima durante el dominio de los musulmanes y estuvo habitada por reyes, príncipes y caballeros, perdió su antigua majestad con las guerras civiles de los musulmanes quedando dividida la monarquía cordobesa en pequeños reinos y, con Fernando III, conservó parte de su antiguo esplendor hasta la conquista de Granada— introdujeron en sus obras  reflexiones y comentarios críticos acerca de las mutaciones y cambios de fortuna de los pueblos. Frente a las alteraciones generadas por el paso del tiempo y las circunstancias históricas, las historias urbanas de Córdoba respondieron en defensa de su preeminencia, contraponiendo los argumentos presentados por los historiadores de Sevilla, no para desacreditar a los autores y a la ciudad convertida en capital económica y principal centro financiero del imperio sino para afirmar que los cambios de estado y condición  no debían perjudicar a la antigua, verdadera y sólida grandeza. A diferencia de otros historiadores que centraron sus discursos en las rivalidades y disputas entre Sevilla y Córdoba, Francisco Ruano (1761) tuvo en cuenta que otros factores modificaron la situación de Córdoba en detrimento de ella, por ejemplo, la pacificación de Granada y la desaparición de la frontera musulmana y el traslado de la corte a Madrid49:

Después de la conquista de Granada ha padecido detrimentos porque faltaron las grandes casas de España que la ennoblecían por haber sido trasladadas a la Corte, se extinguió su nobleza, muchos títulos y mayorazgos han salido fuera de Córdoba y de España, otros hidalgos descendientes de nobles conquistadores que se mantenían con esplendor en las guerras de frontera, han venido a tanta pobreza que apenas se distinguen de los plebeyos. De manera que desde la conquista del Reyno de Granada siempre ha caminado Córdoba visiblemente al último extremo, quando por el contrario otras ciudades, con diversas alteraciones de tiempos i fortuna han sido levantadas a grande Majestad, opulencia y esplendor.

Las obras que estudiamos tenían como fin demostrar que nada anulaba la calidad y grandeza de las ciudades que tenían títulos y privilegios por derecho y antigüedad. Los autores plantean que ciudades como Tarragona y Mérida —que habían sido florecientes en otros tiempos— quedaron reducidas en el presente a pequeños vecindarios y, sin embargo, nadie podría dudar y disputar que la primera fue, por muchos años, capital, metrópoli civil y eclesiástica de la provincia Tarraconense, así como la segunda, capital, metrópoli civil y eclesiástica de Lusitania: "Tantas son pues las mutaciones que causan en las ciudades la voracidad de los tiempos, las guerras crueles, la diversidad de dominios, i la voluntad de los diferentes Príncipes, que levantan a unas Poblaciones con diversos accidentes hasta el Cielo deprimiendo otras hasta el profundo abismo"50.
  Para establecer las diferencias de categoría entre las ciudades, el P. Martín de Roa recurrió a las comparaciones entre Sevilla y Córdoba: la primera era, en el presente, no sólo "Cabeza de Andalucía sino del imperio y nervio de la República" pero el autor no ocultaba las críticas: en primer lugar, su poder, lustre y grandeza derivaban de su riqueza, pues servía al rey —más que todas las demás— con  dinero. En cambio, la superioridad y la preeminencia de Córdoba no sólo eran antiguas sino que diferían en carácter, se basaban en derechos históricos no en contingencias económicas  como las que favorecían a las ciudades marítimas o comerciales, cuyo acrecentamiento era deudor de su trato con las Indias51. Para demostrarlo, se apoyaba en el concepto extraído del escritor, gramático y erudito romano Marco Varrón, que definía "cabeza" con una máxima función organicista, porque en ella nacían los sentidos y los nervios. Por lo tanto, significaba "principio", primera parte del cuerpo o de la provincia, era título de dignidad, no de "concurso ni negociación", de honra y no de grandeza ni riqueza. El Principado concedido por el imperio romano no hizo más que confirmar la importancia que ya ostentaba la ciudad y su sociedad, por ello Córdoba merecía el título de cabeza y la condición de capital del reino que fue respetada y conservada en todos los tiempos. Sin embargo, dado que el título de Cabeza de la España Ulterior —que comprendía Andalucía y Portugal— generaba controversias con otras ciudades, especialmente con Sevilla, se propuso probar que "no fue usurpado, sino propio, recibido de aquellos primeros autores (los romanos) que como dueños de las cosas, también lo fueron de sus nombres y pudieron dárselo"52.
En los ejemplos citados queda subrayada la imagen que aportaba la comparación y asimilación con Roma, "ciudad imperial" y "caput mundi" adoptada por las historias urbanas de España. También las ciudades andaluzas que estudiamos se consideraban "nuevas Romas" dentro de otra organización imperial planteada por la situación privilegiada de España. Ubicándose la península en el centro, las ciudades se arrogaban un papel y una función organicista privilegiada, ya sea porque la heredaron del pasado romano o porque la tenían en el presente en virtud de la expansión.  Aunque esta concepción no fue ajena a otras grandes villas y ciudades como Toledo, Cádiz y Madrid —que reivindicaron también su función vital ubicándose como el "centro, corazón y cabeza de las Españas"—, esta dinámica se reflejó particularmente en la actualización de antiguos debates por la preeminencia entre Sevilla y Córdoba, que los autores de las historias urbanas expusieron a través del estudio del pasado y la Antigüedad clásica53.
En el centro de la cuestión se instalaba el interrogante de qué órgano cumplía la función primordial: ¿la cabeza o el corazón? La concepción organicista aplicada a las ciudades tenía antecedentes provenientes de la teología y la política. En ambos casos, las metáforas del cuerpo servían convenientemente para los propósitos de las élites: que a una ciudad se le adjudique el papel de "cabeza" o "corazón" significaba que asumía una función vital. La primera imagen remitía al carácter dirigente que se enriquecía tomando del cristianismo la simbología de lo "alto" que representaba jerarquía; la segunda tenía como referente a una función superior, que simbolizaba fuerza vital y le confería centralidad.
Martín de Roa planteó los errores en los que incurrían los escritores modernos con una crítica directa y haciendo alusión a Sevilla:

cuando siguiendo más la fortuna que la razón, cabezas llaman de provincias, no los que pusieron las que las hicieron, sino las que han crecido sobre las otras. Mas aquí no tratamos de lo que es en su opinión, sino de lo que fue y ha sido en verdad; ni despojamos a ninguna de sus derechos y posesión en los que los dueños del mundo las dejaron, ni repartimos títulos ajenos, no siendo señores de ellos. No ha de ser injuria la prosperidad presente de la pasada, conocemos la ventaja del tiempo, no envidiamos a la pasada54.

El autor agregaba:

Sevilla puede ser hoy cabeza de toda España por su grandeza, riquezas y demás ventajas que pueden dar calidad y mérito a una ciudad. Así lo sintió el Padre Juan de Mariana en su Historia. Y pasando yo a Roma por Toledo, fin del año mil seiscientos doce, preguntándole qué autor antiguo había tomado para dar a Sevilla aquél título, me respondió que ninguno, sino de significar ser hoy la más rica, de mayor lustre, grandeza y contratación de la Andalucía55.

En esta obra el autor plantea no sólo la discusión sobre la preeminencia de las ciudades sino también el tema de su engrandecimiento. Subyace en estos comentarios la crítica a situaciones recientes de acrecentamiento frente a lo antiguo como eje del discurso de legitimación sostenido por Martín de Roa para conferir a Córdoba primacía y prioridad. Sin embargo, reconoce la importancia de la intervención regia en el proceso de engrandecimiento de las ciudades, es decir que seguía siendo una instancia básica y un elemento determinante para la obtención del rango y el encumbramiento, lo que prueba la convicción de que reportaba beneficios la convergencia de intereses entre la monarquía y las ciudades basados en la triple relación fidelidad-servicios-privilegios. 
Estos debates y alegatos sobre la precedencia y la prelación se llevaron a cabo al mismo tiempo en otro ámbito, en las Cortes de Castilla, entre procuradores burgaleses, toledanos, leoneses y, en menor medida, sevillanos y granadinos. De ellos se desprende hasta qué punto las sociedades urbanas utilizaron la "dignidad" y la "antigüedad" como criterios fundamentales de jerarquía y estimación, porque ambos conceptos significan "mayor calidad". Existen algunos ejemplos en los documentos de la propia cancillería real que los tienen en cuenta a la hora de la intitulación, en la enumeración de los dominios —ciudades, reinos, señoríos— aunque no se respetara el orden siguiendo una norma regular. Ello dio lugar a la conocidas disputas entre Toledo "Cabeza de España", "Ciudad imperial de la monarquía visigoda" y Burgos "Cabeza de Castilla", "Ciudad Regia" y "la mi cámara", controversias que sus representantes manifestaron para el uso de la palabra, el asiento, los juramentos de pleito-homenaje, votos, las firmas de encabezamientos y las fiestas religiosas y civiles. El recrudecimiento de estas polémicas se produjo en el siglo XV y las mismas crónicas aportan información, establecen comparaciones entre ellas y apelan a argumentos históricos, materiales —inscripciones romanas— y simbólicos —titulaciones— para dirimir la competencia.

Conclusiones

Las historias urbanas fueron fruto de la imbricación de la ciudad real con la ciudad imaginada, pensada, concebida por sus habitantes, dirigentes, clérigos, intelectuales  y nobles que pusieron de relieve una concepción instrumental de su pasado y la Antigüedad clásica, así como emplearon la historiografía en servicio de sentimientos patrióticos,  nacionales y ciudadanos. 
Los mitos fueron armas de propaganda, elocuentes expresiones de  ideales y utopías que tenían objetivos precisos: colocar a España en un lugar importante, hacerla célebre y contribuir a la gloria de sus ciudades, mientras la Antigüedad clásica fue exalta como un bello recuerdo de la imagen de España y sus civitates. En los testimonios que ofrece las laudes han quedado siempre puestas de manifiesto actitudes reivindicativas, el firme sentimiento de una identidad que las diferenciaba, el intento por fortalecer su posición en un orden jerárquico y hacerlo efectivo desde el punto de vista práctico. Los historiadores encontraron en la Antigüedad un pasado glorioso, movidos por la nostalgia, por la conciencia de su potencia o de su decadencia urbana, producto de la acción configuradora de la economía, la monarquía y las guerras. Antiguos títulos, privilegios y prerrogativas fueron recursos útiles para restablecer y restaurar la condición de las ciudades en un nuevo contexto y con una nueva significación política.

Notas

1 La descripción detallada más antigua que se conserva de España aparece en el libro III de la Geographiade Estrabón, escrita aproximadamente entre los años 97 a.C. y 18 d.C. Aunque el geógrafo griego no tuvo un conocimiento directo -porque nunca estuvo en la península-, su texto tiene el valor de recoger lo que otros autores, como Polibio, Posidonio, Artemidoro y Asclepíades de Mirlea escribieron sobre los pueblos que la habitaban, sus costumbres, modos de ser y sobre "Turdetania", a la que le dedica el capítulo II para hablar de la fertilidad de su suelo, riqueza de sus minas y ríos auríferos. Otra de las descripciones que se destaca en la Antigüedad clásica es la de Pompeyo Trogo con sus Historias filípicas, cuyo libro XLIV -dirigido a Hispania- trata de su clima, fortaleza, sobriedad, lealtad, espíritu guerrero de sus habitantes y sus mitos. Referencias a España encontramos también en la Chorographía de Pomponio Mela, en la Naturalis Historia de Plinio, en Laus Serenae de Claudio Claudiano, en Collectanea rerum memorabilium de Julio Solino y en Panegyricus Theodosio Augustus dictus de Pacato Drepaneo.

2 Análisis interesantes sobre historiografía hispánica se encuentran en Santiago QUESADA, La idea de ciudad en la cultura hispana de la Edad Moderna, Barcelona, Universidad de Barcelona, 1992; Robert B. TATE, Ensayos sobre la historiografía peninsular del siglo XV, Madrid, Gredos, 1970; Concepción FERNANDEZ CHICARRO DE DIOS, Laudes Hispaniae, Madrid, 1948; Emilio MITRE FERNÁNDEZ, Historiografía y mentalidades históricas en la Europa Medieval, Madrid, Universidad Complutense, 1982; Eduard FUETER, Historia de la historiografía Moderna, Buenos Aires, Nova, Buenos Aires, 1953, vols. I y II.        [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]         [ Links ]

3 Entre las historias de las repúblicas italianas que revisten importancia y fueron más conocidas en España se destacan: Gian Francisco Poggio Bracciolini y su Historia de Florencia (1350 a 1445), Leonardo Bruni de Arezzo, autor de Historiae Florentini populi (1492), Marco Antoni Sabellico con su Rerum venetorum ab urbe condita (1436-1506) y, en el siglo XVI, figura Maquiavelo con su Historia de Florencia (1532). La gran demanda de muchas de ellas incidió en su reedición, como la obra de Giovanni Villani, Crónica de Florencia (1526) -escrita cien años antes-, la de Falco Benedetto, Historia de Nápoles (1549), la de Flavio Biondo, De Roma isntaurata (1444-1446); De Roma triunphante (1459) y otra dedicada a Italia ilustrada (escrita en 1448-1458 y publicada en 1474) -donde proporciona una descripción topográfica de las ciudades de la antigua Italia, basada en sus propias visitas a los lugares y la lectura de fuentes clásicas- y la Historia de Venecia de Pietro Bembo (1552). Ya hemos mencionado que estas obras respondían a una situación peculiar y a necesidades distintas que, en España por ejemplo, la literatura política de los siglos XIV y XV definió aún más. La revalorización de la conciencia de las ciudades italianas, además, fue animada por las guerras que tuvieron a Italia como centro de conflictos europeos, con la intervención de franceses en el norte de Milán -en tiempos de Luis II- y de españoles en el sur, el hostigamiento de los turcos otomanos en la costa mientras el sultán Solimán planteaba la toma de Roma y las luchas entre bandos ciudadanos.

4 El género presenta una variedad de matices que encontramos con diferentes títulos: "teatro...", "excelencias...", "descripciones..." de la ciudad o su territorio, que consisten en estudios sobre la corografía o geografía de sus lugares, "historias eclesiásticas y de obispados...", "anales..." y "relaciones..." o noticias recientes vistas y oídas.

5 Italia del norte difería del resto de Europa al menos en tres aspectos importantes: las ruinas romanas que dominaban todavía el paisaje urbano constituían el más fehaciente testimonio de la civilización clásica -por ello, durante los siglos XIV y XV, hubo un creciente interés por el pasado que impulsó el estudio de su historia y de los restos de la antigüedad- ; en segundo lugar, era una de las regiones más ricas de Europa -Génova y Venecia, contaban con aproximadamente 100.000 habitantes en 1400 cada una, controlaban la mayoría del comercio mediterráneo con el Levante, en tanto Florencia y Milán, con poblaciones de 55.000 y 90.000 respectivamente, fueron centros de manufactura y distribución- y, en tercer término, estaba dividida en repúblicas cuya riqueza y orgullo cívico se inspiraba en la civilización clásica. Sin embargo, hacia fines del siglo XV, los viejos focos italianos se encontraban desplazados pero sin declinar realmente. En cambio, fue una época de renovado esplendor para la Hansa como potencia política-militar-marítima, pues tuvo una importante evolución económica ya que, de asociación comercial de mercaderes alemanes, se transformó en liga de ciudades-Estado. Lübeck constituía la cabeza de esta confederación, de la que formaban parte más de 60 importantes centros a los que estaban afiliados mercaderes con ramificaciones en Westfalia, Renania, Prusia y el ámbito ruso. Así, el crecimiento urbano del medioevo siguió, entre los siglos XIV y XV, un fenómeno de desarrollo con nuevas direcciones. El cambio de tendencia se intensificó entre los siglos XVI y XVII porque la supremacía marítima y comercial pasó de España y Portugal a Holanda e Inglaterra y las ciudades más competitivas fueron Amsterdam, Amberes y Londres.

6 En los siglos XV y XVI se editaron las primeras obras sobre las ciudades de realengo más importantes de España, entre las que se cuentan: las de Barcelona y Valencia -cuya relevancia se vinculaba a los estrechos contactos económicos, políticos y culturales con el Mediterráneo-, Avila -considerada símbolo de la reconquista cristiana-, Sevilla -núcleo del comercio indiano, centro comercial y financiero del imperio hispánico-, Toledo -centro religioso y político de la época visigoda- y Burgos -uno de los principales referentes económicos de la Baja Edad Media a raíz del comercio de la lana-. Posteriormente, se incorporaron las historias de Cádiz, Segovia, León, Madrid y Cuenca. En Andalucía, también encontramos una copiosa producción dedicada a las ciudades de la región: Luis Peraza escribió sobre Sevilla (1535), Gonzalo Argote de Molina es autor de una obra sobre Baeza (1567), Alonso Morgado redactó la historia de la ciudad hispalense (1587), Pablo Espinosa de los Monteros dedicó dos volúmenes a la Historia de Sevilla (1627 y 1630), fray Juan Salvador Baptista Arellano compuso un libro sobre la villa de Carmona (1626), Martín de Roa sobre la ciudad de Ecija (1629) y sobre Córdoba (1636), Rodrigo Caro sobre Sevilla (1634), Pedro Díaz de Ribas dedicó una obra a la ciudad de Córdoba (1627), Antonio Terrones de Robres escribió sobre Andújar (1657), Diego Ortiz de Zúñiga sobre Sevilla (1667), fray Juan Félix Girón compuso un libro sobre Córdoba y su región (1686), Francisco Ruano su Historia General de Córdoba (1761), Fermín Arana Valflora el Compendio histórico-descriptivo de Sevilla (1766) y fray Esteban Rallón redactó una Historia de Jerez de la Frontera. El grupo más importante de escritores lo constituyen los eclesiásticos, hombres cultos de la época, otros fueron nobles o hijosdalgo que tenían una vinculación más o menos directa con el poder real o con personas que tenían a su cargo la dirección política de las ciudades.

7 Por ejemplo, el principal mérito de Ambrosio de Morales consiste en haber sido uno de los primeros en tener en cuenta, para escribir historia, otros testimonios que no fuesen sólo literarios. Interesado en difundir noticias sobre las antigüedades de Córdoba y su relación con lo romano, dio a conocer la metodología y las fuentes en las que se basó para su investigación: las señales y rastros de antigüedad de tiempos romanos.

8 Pedro de MEDINA, Libro de las grandezas y cosas memorables de España, Sevilla, 1549, p. 67. En su historia, describe distintas provincias, villas y ciudades: de Andalucía, 104 lugares incluidos el Puerto de Santa María, Cádiz, Sevilla, Andújar, Baeza, Carmona, Córdoba, Ecija, Ubeda, Jerez de la Frontera, islas Canarias, Madera y Gibraltar; de Lusitania y reino de Portugal, 77 ciudades y villas principales; de Extremadura, 35 pueblos con Mérida y Guadalupe; de los reinos de Castilla y León, 268 ciudades (entre ellas, Madrid, Toledo, Alcalá de Henares y Segovia); del reino de Galicia, 62 lugares como La Coruña y Santiago de Compostela; de Asturias trata sobre el señorío de Vizcaya y la provincia de Guipúzcoa con 64 ciudades y villas principales; el reino de Navarra con 54 villas y ciudades y el reino de Granada.        [ Links ]

9 Rodrigo CARO, Antigüedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla y chorographía de su convento jurídico o antigua chancillería, Sevilla, 1634.         [ Links ]

10 Luis PERAZA, Antiquísimo origen de la ciudad de Sevilla y su fundación por Hércules Tebano y posesión de reyes que la habitaron en todos los tiempos, hasta ser poseída de los moros, Sevilla, 1535.        [ Links ]

11 Ibidem, libro VII, cap. IX, pp. 42v y 43. Pedro de Medina también comenta que, en señal de que Hércules estuvo en Sevilla, dejó unas columnas grandes y, sobre ellas, una tabla de piedra con su imagen y nombre inscripto en letras.

12 El mismo pensamiento perdura en los siglos XVII y XVIII, por ejemplo en los Anales seculares y eclesiásticos de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, Metrópoli de Andalucía de Diego Ortiz de Zúñiga y la misma concepción se repite en la composición de Fermín Arana Valflora -seudónimo con el que escribió Fernando Valderrama, fraile franciscano, lector y guardián del convento Casa grande de san Francisco de Sevilla- del Compendio históricodescriptivo de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, Metrópoli de Andalucía.

13 Diego PEREZ DE MESA, Primera y segunda parte de las grandezas y cosas memorables de España, Sevilla, 1595, p. 68.        [ Links ]

14 Alonso MORGADO, Historia de Sevilla en la cual se contienen sus antigüedades, grandezas y cosas memorables en ella acontecidas, desde su fundación hasta nuestros tiempos con mas el discurso de su estado en todo este progreso de tiempo, así en lo eclesiástico como en lo secular, Sevilla, 1587, p. 4. Aunque este autor fue natural de la villa de Alcántara (Extremadura), residió largo tiempo como sacerdote en Sevilla, a la que sintió como "su nueva patria".

15 Fray Juan Salvador BAPTISTA ARELLANO, Antigüedades y excelencias de la villa de Carmona y compendio de Historias, Sevilla, 1626, cap. X, pp. 48 y 57. Este autor pertenecía a la Orden tercera de san Francisco.        [ Links ]

16 Ibidem, pp. 27 y 28.

17 Martín de ROA, Ecija: sus santos, su antigüedad eclesiástica y seglar, Sevilla, 1629, p. 2v.        [ Links ]

18 Ibidem, pp. 4 y 5.

19 Ambrosio de MORALES, La Crónica General de España, Alcalá de Henares, 1574, cap. XXXI, pp. 107 y 108v. El autor era natural de Córdoba, cronista del rey Felipe II y catedrático de retórica de la universidad de Alcalá de Henares. Su obra es la continuación de la de Florián de Ocampo, cronista del emperador Carlos V.        [ Links ]

20 Gonzalo ARGOTE DE MOLINA, Nobleza de Andalucía, Sevilla, 1588, cap. VII, p. 6        [ Links ]

21 Ibidem, libro I, cap. VI, pp. 4v, 5 y 5v.

22 Gonzalo ARGOTE DE MOLINA, Comentario de la conquista de la ciudad de Baeza y nobleza de los conquistadores della (ed. de Enrique Toral), Jaén, Diputación Provincial de Jaén, 1995, cap. II, p. 60.        [ Links ]

23 Antonio TERRONES DE ROBRES, Vida, martyrio y milagros de san Euphrasio obispo y patrón de Andujar. Origen y excelencias desta ciudad, privilegios de que goza y varones insignes en santidad, letras y armas que a tenido, Granada, 1657.         [ Links ]

24 PEREZ DE MESA, op. cit., cap. XXII, p. 14. También en BAPTISTA ARELLANO, op. cit., p. 22v. 25 ROA, Ecija..., p. 27.

26 PEREZ DE MESA, op. cit., cap. XII, p. 115v; cap. XXIV, p. 132; cap. XXI, p.128; cap. XXV, p. 134; cap. XXXIII, p. 140; cap. VIII, p.2v. Para Diego Ortiz de Zúñiga, la época romana significó también el engrandecimiento y acrecentamiento de Sevilla, por eso la denomina "segunda Roma", op. cit., libro I, p. 2.

27 MORALES, op. cit., pp. 113v y 114.

28 Pedro DIAZ DE RIBAS, De las antigüedades y excelencias de Córdoba, Córdoba, 1627.        [ Links ]

29 F. Juan Félix GIRON, Origen y primeras poblaciones de España. Antigüedad de la ínclita patricia ciudad de Córdoba y de su partido y región Obesketania, y Castros Oscenses, país que dio naturaleza al glorioso príncipe de los Lebitas San Laurencio mártir, Córdoba, 1686, p. 37. El autor fue carmelita andaluz de la antigua observancia, calificador del Santo Oficio, censor y revisor de libros, visitador de las librerías por el Consejo Supremo de la Santa y General Inquisición, bibliotecario y predicador de su majestad y cronista general de los reinos de Castilla en Cortes.         [ Links ]

30 Fray Esteban RALLON, Historia de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1997.         [ Links ]

31 Pablo Espinosa de los Monteros -siguiendo a Plinio- ha subrayado en la Primera parte de la Historia, antigüedades y grandezas... los territorios que comprendía el convento jurídico de Sevilla: desde Peñaflor (llamada "Ilipa Magna"), por una y otra parte del Guadalquivir, con todos los pueblos hasta Jerez de la Frontera y Medina Sidonia. Se extendía, por la banda derecha, por la región llamada "Veturia" hasta el río Guadiana, comprendía ambas sierras de Aroche y Constantina, campo de Andévalo y algunos lugares de Extremadura y Portugal; por el mediodía, llegaba hasta Ayamonte y el río Menova (Guadiamar). Las noticias del escritor antiguo señalaban, además, que Sevilla tenía en su jurisdicción seis ciudades colonias: Ecija -llamada "Astigi" y "Augusta Firma"-, "Asta" -entre Jerez y el puerto de Santa María-, Osuna, Italica, Arcos, Betis y algunas otras que en tiempos romanos eran municipios de gran dignidad y preeminencia -Axitano (villa de Lora), villa de Alcolea, Arouense, Constantina, Utrera, Salpeçano y Zairense-.

32 Estos conceptos se encuentran también en los Anales... de Ortiz de Zúñiga, libro I, p. 2.

33 Francisco RUANO, Historia General de Córdoba, Córdoba, 1761, pp. 82v, 110, 142v y 143. El autor era sacerdote de la Compañía de Jesús, natural de Córdoba y dedicó esta obra a la muy noble y muy leal ciudad.        [ Links ]

34 Ibidem, cap. V, p. 55.

35 Martin de ROA, Antiguo principado de Córdoba en la España Ulterior o Andaluzí, traducido del latino y acrecentado en otras calidades eclesiásticas y seculares, Córdoba, 1636 -ed. de Francisco López Pozo, 1997-. El autor ya había expuesto estos argumentos en el libro de la antigüedad y autoridad de los santos mártires de Córdoba pero, dada la brevedad de aquella obra, decidió ampliar sus fundamentos con testimonios y pruebas de los que escribieron en aquellos tiempos, incluso de autores no naturales para no apoyarse sólo en quienes la afición por el suelo en que nacieron solía apartar de la verdad. Aporta testimonios de los que considera más fiables como Hircio, Dextro y Estrabón, hombres doctos de gran autoridad que frecuentaron Córdoba, ya sea por el comercio, las guerras o porque residieron en ella pero sin dejar al margen otros que manifiestan su pasión por justificar la importancia de su ciudad, su privilegiada condición y superioridad ante las demás y el orgullo y exaltación que los movía su propia identidad.         [ Links ]

36 ROA, Ecija..., p. 27v. 37 ORTIZ DE ZÚÑIGA, op. cit., libro I, p. 3.

38 ROA, Ecija..., pp. 27v, 28 y 28v.

39 MORALES, op. cit., p. 119v.

40 ROA, Principado antiguo de Córdoba..., p. 45.

41 Ibidem, p. 45.

42 RUANO, op. cit.,. p. 10v. 43 ROA, Principado antiguo de Córdoba, p. 27.

44 BAPTISTA ARELLANO, op. cit., p. 29v y cap. IV, p. 24.

45 Ibidem, p. 57v.

46 TERRONES DE ROBRES, op. cit., p. 6.

ija..., pp. 1v y 2.

48 ROA, Principado antiguo de Córdoba, p. 32. 49 RUANO, op. cit., cap. VIII, p. 73.

50 Ibidem, pp. 74v y 75.

51 Francisco Ruano también expuso acerca de estas contingencias económicas que favorecían a algunas ciudades, haciendo algunas críticas: "Cádiz ha resucitado a su antigua gloria y opulencia de las Naciones de Europa por ser asiento del comercio de ambos mundos. Contingencia de las ciudades marítimas que florecen con el comercio adventicio, sin contener en sus términos raíces permanentes de fondos abundantes de frutos y riquezas que puedan fomentar y conservar la subsistencia del comercio", p. 77.

52 ROA, Principado antiguo de Córdoba, p. 23.

53 Por ejemplo, Pedro de Alcocer destacó que Toledo era "centro de las Españas y corazón del Imperio", en cambio, Suárez de Salazar consideraba que Cádiz era "centro y encrucijada de mares y corazón del orbe".

54 ROA, Principado antiguo de Córdoba, p. 32.

55 Ibidem, p. 48.

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