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Temas medievales

versão impressa ISSN 0327-5094

Temas mediev. vol.18  Buenos Aires jan./dez. 2010

 

NOTAS CRÍTICAS

Pierre Racine, Frédéric Barberousse (1152-1190), París, Perrin, 2009 (441 pp.).

Libro extenso y minucioso el que Pierre Racine ha dedicado a Federico I. En la Introducción expresa su objetivo fundamental, presentar al emperador en su realidad y en su mitificación. Luego, el cuerpo de la obra se divide en libros. El primero (de casi 130 pp. ) se titula Orient et Occidentà l'arrivée de Barberousse. En él, antes de abordar el análisis histórico de la figura de Federico I, el autor presenta un background, una síntesis del mundo en que habrá de vivir como rey y emperador. Racine construye ese telón de fondo ahondando en los acontecimientos de espacios diversos pero, a la vez, conectando esos ámbitos de manera que, a nuestros ojos, surge un claro y coherente panorama de Oriente y Occidente en ese año de 1152 en que los príncipes alemanes eligieron a Federico de Hohenstaufen como rey de Alemania y rey de romanos.
Mundo complejo que presenta una Europa occidental en plena renovación y expansión, con un imperio bizantino sufriendo serias dificultades (entre otras, la pérdida de sus posesiones italianas a manos de los normandos). Mundo cristiano aunque no compacto por la oposición de Bizancio, en parte por cuestiones religiosas, en verdad por temor y desconfianza, sobre todo cuando la primera cruzada se resolvió en la constitución de Estados latinos de Siria y Palestina, que el autor denomina "un quiste en el Cercano Oriente". Mundo cristiano, decimos, asaeteado por el fortalecimiento del Islam con la aparición de los turcos selyúcidas sunitas. A pesar de su fuerza combativa, estos turcos no pudieron impedir la fragmentación del imperio musulmán. En suma, el Islam se mostró agresivo a través de poderes locales sin que existiera una autoridad en Bagdad o en El Cairo que pudiera expresar la unidad del entramado musulmán.
El autor se extiende en la presentación del Occidente del siglo XII al que llama "un mundo en plena renovación". Presenta tres factores en que se basa esa transformación: los desmontes, el despertar del comercio occidental en el Mediterráneo, la renovación urbana. En consecuencia, aparecen hombres nuevos, nuevas formas de poder; las ciudades se destacan como puntos neurálgicos.
La síntesis que ofrece Racine no olvida las coordenadas fundamentales de cada uno de esos factores. A través de esa presentación nos enfrentamos a un cuadro complejo, el Occidente con todas sus líneas de comunicación que lo conectan con la cristiandad oriental y con el Islam. Un Occidente que se manifiesta diversamente según las diferentes regiones europeas, zonas meridionales y septentrionales.
El autor se preocupa asimismo por la espiritualidad del hombre medieval, por las formas religiosas y por la institución que las regía, la Iglesia, a la vez ligada estrechamente a la estructura feudal. Institución a depurar necesariamente de las malas prácticas del nicolaísmo o simonía, de vicios en actitudes y comportamientos. Necesidad de depuración que encontró en
Gregorio VII quien la realizara, tarea que no se llevó a cabo sin la oposición del soberano alemán que, de tal manera, perdía su poder de investidura de los clérigos. El concordato de Worms permitió un acuerdo a las partes en disputa, solución adoptada por el concilio de Letrán de 1123.
San Bernardo, predicador de la segunda cruzada, es personaje esencial en ese momento. Esta mención implica pensar en el mapa geopolítico de entonces que -como dice Racine- comporta interrogarse sobre el destino del imperio de Carlomagno.
El imperio revive con Otón I, fundado en el recuerdo y en el prestigio del gran emperador, los príncipes germánicos se consideraron herederos del poder y delámbito creado por Carlomagno. Por lo demás, el imperio germánico también se pensaba sucesor del imperio romano, con la idea de un poder supremo y universal. Pero este imperio estaba constituido por dos entidades difíciles de conciliar: Alemania e Italia. Racine se preocupa por la naturaleza y conformación del imperio, estructura que se basa en el prestigio de Carlomagno que hereda la tradición bizantina, que se aúna con el ideal cristiano de un príncipe único. Emperador supremo y universal aunque esto jamás se expresó en la realidad. En verdad, imperio alemán e italiano ya que necesitaba del prestigio de Roma. Era un príncipe errante que reinaba de hecho sobre un territorio reducido, que debía hacerse valer por sus condiciones personales y por el prestigio de la institución misma. Un príncipe único que debía gobernar sobre un país complejo -sin duda germánico en su mayor parte en lo relativo a lengua y civilización- con muchos señores poderosos -laicos y eclesiásticos- que basaban su poder en formas feudales.
Señor de Alemania e Italia, ámbitos diversos, no olvidemos que Italia -contrariamente a Germania- era país urbano. Señor de Italia pero no de toda ella puesto que quedaban fuera de su dominio: Venecia, los Estados papales y el reino de Sicilia. Su poder se extendía, en consecuencia, en el norte y centro. Poder que debía ser delegado ya que la presencia del emperador era rara, sin continuidad. Ese ámbito italiano fue, en principio, feudal pero pronto la constitución de fuertes núcleos comunales -fruto de la ausencia de gobierno central- determinó la aparición de nuevas instituciones. Núcleos poderosos, origen de las futuras ciudades-Estados, dotadas de un sólido espíritu patriótico y de un gran deseo de autonomía. Características todas que las enfrentaron con el poder imperial.
Fuera de Italia, el reino de Borgoña constituyó otro ámbito poseído por el imperio. Interesante posición estratégica ya
que reunía una parte de cara al Mediterráneo y otra a la zona germánica, con un canal de comunicación importante que ligaba el Rin y el Mediterráneo.
En la península -fuera del dominio imperial- se encontraba Venecia, que exhibía una identidad forjada sobre un pasado bizantino y ligada por comercio a la Alemania meridional. El Estado pontificio se fundaba sobre la falsa donación de Constantino. Territorio en que los Papas ejercían su soberanía enfrentando las dificultades que imponían los poderes feudales y las ciudades deseosas de autonomía.
El reino de Sicilia aparecía bajo la autoridad de los Hauteville, quienes se sometieron como vasallos a la Santa Sede pero límites poco precisos determinaron también ansias de prerrogativas por parte de estos soberanos. Reino complejo étnicamente, con lengua, costumbres, religiones diferentes, todo esto implicó la necesidad de una fuerte administración central, estructurada sobre herencias bizantinas y musulmanas. Administración que le permitía al monarca sostener un ejército importante y una marina militar y comercial de mucho provecho. Todo ello influyó para que este reino representara un papel significativo en las relaciones entre el Papa y el emperador.
Pero el imperio tuvo que coexistir con otros reinos que el autor llama monarquías feudales: la Francia de los Capetos, la Inglaterra de los Plantagenet, definidos por Racine como dos importantes polos de atracción en Occidente, fuera del imperio. Brevemente, el autor nos ilustra cómo los reyes Capetos -a partir de Luis VI- lucharon para imponerse a las entidades feudales. Imposición por lucha pero también mediante una eficaz administración.
Luego de esta detallada presentación de circunstancias, Racine se vuelca a historiar la toma del poder por parte de Federico, ocurrida en 1152 (Libro II). Había de elegirse emperador, una elección que implicaba el acuerdo de poderosos grupos familiares rivales como eran los güelfos y los gibelinos. El autor se remonta a la cuestión de los bienes matíldicos para explicar las razones de la oposición. Ambas eran familias nobles, el mayor y más antiguo linaje era el de la familia Welf, los Staufen habían logrado poder ducal a fines del siglo XI y sus jefes familiares se afirmaron merced a su fidelidad al Imperio, a su espíritu fundador de ciudades, constructor de castillos que extendían el dominio de la casa. Para el autor, el verdadero conflicto entre ambos linajes estalló con motivo de la elección de 1125. Una elección que despertó ambiciones, viejas alianzas o enemistades. Circunstancias
que se expresaron en violenta oposición entre las dos grandes familias, panorama de Alemania en el momento de elegir emperador en 1152. Pero -como dice el autor- la Alemania fuertemente perturbada no representaba un hecho localizado: "La situación que se había desarrollado en Alemania, en 1150 no estaba desligada de la situación internacional". En ese tablero de ajedrez contaban Bizancio, Roma y el papado, el reino normando. Los acuerdos políticos propiciaban el encumbramiento de Conrado III Staufen cuando llegó su inesperada muerte. En la sucesión, las circunstancias favorecieron a Federico, sobrino de Conrado, hijo de un Staufen y una Welf, depositario de las insignias reales. Federico desplegó en esta circunstancia capacidades de hábil negociador, captando voluntades en Alemania entre príncipes hostiles o hesitantes. El 4 de marzo de 1152 la dieta eligió a Federico rey de Alemania y rey de Romanos. Sus enviados a Roma no solicitaron la confirmación del Papa, actitud que expresaba la posición de un príncipe poco sumiso a la Santa Sede. El Pontífice aprobó la elección y recomendó dirigirse a Italia para recibir la corona imperial en Roma, cuyo ambiente se mostraba convulso por la prédica de Arnaldo da Brescia. Federico recibió otras invitaciones para ir a Roma, que le hicieron llegar los opositores del Papa, partidarios de la confirmación por parte del pueblo romano. El monarca comprendió con qué prudencia debería actuar y la necesidad de coronarse emperador en Roma.
Racine -ante la reciente elección- se pregunta por el aspecto y personalidad del soberano. Diferentes opiniones según los diversos cronistas. Luego de delinear su figura física y moral, el autor se interroga: ¿Cuáles eran los objetivos de ese soberano? La pacificación de Alemania y el logro de la corona imperial.
Su gran biógrafo fue su tío Otón de Freisinga, quien le dedicó a sus hechos una crónica, la Gesta Friderici subtitulada Historia de duabus civitatibus, frase que expresaba el sentido de la unión de la ciudad terrestre y la ciudad celeste. Subtítulo que cambió luego en Historia de mutatione rerum cuando el entendimiento con el Papado se hubo quebrado. Según Otón, el emperador habría de lograr la civitas permixta o sea, la unión de ambas. La tarea de pacificador que esto comportaba se presentaba más viable en Alemania cuya situación Federico conocía bien. Antes de ponerse en marcha hacia Italia, el soberano se dio a la tarea de lograr la paz en Germania, quiso reforzar el Kronenland (el territorio de la corona) antes de lograr el honorimperii. Racine dedica un capítulo (Libro II) al período comprendido
entre la elección y la coronación imperial (1152-1157).
El autor menciona los hitos de su tarea de pacificación alemana: acuerdo con los grandes señores, medidas para erradicar la violencia del territorio. Mientras, comenzó a preparar su viaje romano. Que habría de estar precedido por negociaciones con el papado. Se firmó un tratado en el que se establecían prerrogativas y medidas de cooperación recíproca, el Papa deseaba protección ante la amenaza de Roger de Sicilia; a su vez, Federico deseaba actuar libremente sobre el episcopado alemán. El soberano también recibió quejas de las ciudades dominadas por la política hegemónica de Milán. Antes de partir, hubo de someter a su primo, Enrique el León. Ya en Italia (Libro III) -con importante acompañamiento militar- reunió una dieta en Roncaglia, a través de la cual trató de imponer el derecho romano que justificaba sus pretensiones imperiales y que chocaba con las costumbres, fuertemente arraigadas. El problema milanés subsistía. Milán quiso comprar la voluntad del soberano para continuar con su "microimperialismo" en el norte de Italia. Federico no tenía fuerzas suficientes para enfrentar la ciudad y deseaba ser coronado emperador cuanto antes. Sobre el terreno entendió también todos los desequilibrios de poder y cuánto descontento existía en la península. Se le impuso la realidad: relación imperio-papado, existencia de poderosas ciudades-Estados (entre las que se destacaba Milán), fuerza de la feudalidad, intervención en ese juego político de otras potencias con ansias de dominio como el reino de Sicilia y Bizancio.
Continuó su marcha en dirección a Roma donde encontraría un nuevo pontífice, el inglés Adriano IV. El Papa urgía la llegada del soberano en razón de los excesos cometidos por Guillermo I en tierras papales. Federico y Adriano se encontraron en Sutri, reunión desdichada. A la vez, la comuna romana envió embajadores para ofrecer la corona, ofrecimiento que Federico no podía aceptar dado que él debía obtenerla por derecho. Las puertas de Roma se cerraron para Federico. La coronación tuvo lugar en la basílica de San Pedro con una ceremonia que el Papa había modificado para insistir en el carácter temporal del poder imperial.
Ese primer viaje a Roma será reflejo de las situaciones a que se deberá enfrentar Federico durante muchos años a través de diversas expediciones (1154, 1158, 1163, 1166, 1174) y que Racine historia cuidadosamente: la insumisión de ciudades poderosas, la oposición entre esas mismas entidades, la negativa papal
a compartir el poder supremo, las asechanzas de otros poderes (peninsulares como el reino de Sicilia, extra-peninsulares como Bizancio). En el primer contacto con Italia, además de las disposiciones emanadas en Roncaglia, tomó decisiones de suma importancia como el arrasamiento de Milán y hubo de enfrentar el cisma pontificio, surgido de partidos enfrentados en la curia papal -uno, pro-imperial, otro, defensor de la libertad absoluta de la Iglesia, libre de toda intervención laica-. Racine expone esta larga lucha por la imposición imperial a través del libro IV. Años que vieron la derrota del emperador en Legnano pero también la tenacidad de lograr el honor imperii. Política inspirada por inteligentes colaboradores entre los que se destaca -en los primeros tiempos-, su tío Otón de Freisinga y luego Reinaldo de Dassel, entusiasta pro-imperial. Siempre enfrentado con la ciudad lombarda -cabeza de la Liga-, castigada de diversas maneras, inclusive con la traslación a Alemania de las reliquias de los Reyes Magos, poseídas por Milán.
Período en que uno y otro contendiente recurrieron a formas simbólicas de poder. Federico se vio desafiado por la fundación de Alessandria, ciudad así llamada en homenaje al papa Alejandro III y que implicaba la alianza del pontífice con la Liga lombarda. Momento en que el imperio se sacraliza con la canonización de Carlomagno, quien se erige en su santo patrono mientras Aix-laChapelle se constituye en centro del Occidente cristiano.
El año 1183 (Libro V) datará la paz de Constanza en que Federico llegará a una concertación con las ciudades lombardas sin renegar de sus pretensiones.
Racine, en suma, se detiene pues en el análisis de la política de Federico I en Alemania (no poco importante es el castigo a Enrique el León) y, sobre todo, en la intrincada situación italiana.
Como epílogo, el autor se preocupa por presentar el estado de Tierra Santa a partir del desastre de la segunda cruzada. Aparecen en el terreno los duros antagonismos entre Ibelin y Lusignan, la presencia temible (de alguna manera admirada) de Saladino. Los príncipes cristianos son incitados reiteradamente por el papado a tomar las armas. Federico no desoyó el llamado, emprendió la expedición como "príncipe de la paz" que era, soberano eminente según su concepción imperial. Durante la expedición le llegó la muerte, circunstancia inesperada y terrible para Occidente. Su figura se enlazó con el ciclo de los Nibelungos, todas las plumas autorizadas de Occidente consignaron su pérdida y su gloria. Una leyenda que ha vivido largamente conforme la mentalidad nacionalista emergió,
con fuerza, en diversos momentos de la historia alemana.
De tal manera, Racine enlaza el epílogo con su introducción al presentar al emperador como personaje histórico y legendario.
En la conclusión, el autor resume los hitos que ha marcado, a través de los diferentes capítulos, como fundamentales en la obra imperial. Un programa que el soberano hubo de realizar en ámbitos disímiles, en momentos de transformación política, social y económica. Racine exalta la figura de su biografiado a quien define como "souverain chrétien, souverain féodal, mais aussi souverain chevalier".
La figura de Federico I se impone -poderosa- a través de estas páginas escritas con un dominio total de hechos y circunstancias, páginas fundamentales en que se recoge -en crítica o aceptación- una bibliografía esencial e inexcusable.

Nilda Guglielmi

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