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Temas medievales

versão impressa ISSN 0327-5094

Temas mediev. vol.19 no.2 Buenos Aires dez. 2011

 

TAKACS, Sarolta A., The Construction of Authority in Ancient Rome and Byzantium, Cambridge, Cambridge University Press, 2008 (167 pp.).

Sarolta Takacs, decana y profesora de historia en el Sage College de Albany, se ha dedicado al estudio de la historia de Roma, la historia de las mujeres así como a los estudios bizantinos. En el ensayo que nos ocupa, la autora se propone indagar en torno a la construcción y la continua reelaboración de una serie de tradiciones retóricas ligadas a la virtud, el sacrificio por el Estado y la memoria a través de los diferentes períodos de la historia de Roma y de sus reinos sucesores. Como se detalla en el prólogo de la obra, el objetivo de este estudio consiste en realizar un análisis histórico del proceso por el cual las virtudes tradicionales romanas fueron absorbidas por la figura del emperador así como respecto de la dinámica subyacente de discurso romano de poder, autoridad y legitimación. Para realizar la tarea propuesta, la autora analiza, a lo largo de la obra, la construcción de un discurso público basado en el ejercicio de la virtud por parte de los ciudadanos romanos. Según su análisis de los textos de los autores clásicos, el florecimiento de las virtudes en el interior del cuerpo político funcionó como una clara explicación de la adquisición y el mantenimiento del imperio. Por otra parte, es de gran importancia la conceptualización realizada por Takacs 212 respecto de la figura del padreemperador y sus transformaciones a través del tiempo.

El trabajo se encuentra estructurado en cuatro capítulos y consta, además, de un prólogo, una conclusión y un pertinente aparato crítico. En este último, sin embargo, llama la atención la omisión de obras de referencia directamente relacionadas con el tema desarrollado tales como: Eternal Victory: Triumphal rulership in Late Antiquity Byzantium and the Early Medieval West de Michael McCormick o la compilación de Gerrit Reinink y Bernard Stolte The Reign of Heraclius (610-641). En el primero de los capítulos, la autora estudia la construcción de la figura pública del hombre romano virtuoso. Para llevar a cabo dicha tarea, se pondera el complejo proceso de formación de un discurso público basado en una serie de características consideradas como deseables en los ciudadanos de Roma en tiempos de la República. En una sociedad patriarcal, militarista y expansiva como la romana, el ejercicio de la virtud por parte de tales ciudadanos era considerado de suma importancia para garantizar el éxito de las empresas del Estado. Cada nueva generación de la elite se sentía obligada a emular y superar las acciones heroicas de sus ancestros. Takacs argumenta que las costumbres virtuosas de los ancestros, mos maiorum, funcionaban (junto con el marco de referencia religioso) como un código de conducta compartido basado en los valores tradicionales que garantizaban el éxito de las empresas romanas, fomentaban la cohesión de los grupos aristocráticos.

La exaltación de la virtud, como símbolo del compromiso con el Estado y la construcción de un pasado mítico a la medida de las familias patricias en un contexto de profundos simbolismos religiosos generaron ciertos procesos diferenciados pero complementarios. Por un lado, se gestó un marco de referencia que funcionaba como ordenador de la competencia aristocrática en relación al cursus honorum mientras que, por otro, se ejercía un freno al ascenso social de los recién llegados. No debería sorprendernos que los más fervientes cultores de esta tradición fuesen dos homini novi: Catón el viejo y Cicerón. Al ser ajenos a los linajes de la capital romana ambos intelectuales dependieron del apoyo de patronos, por lo que profundizaron y reinterpretaron ciertos aspectos de la tradición que abrazaban. La misma fue producto de un largo proceso de asimilación e incorporación de diversos grupos y de la construcción de una historia mítica que servía de ejemplo del 213 éxito romano por medio de sus relatos heroicos. Sin embargo, la magnitud de la expansión del imperio llevaría a la crisis del sistema de equilibrios y valores compartidos y al establecimiento del principado.

En el segundo capítulo, se realiza una acertada aproximación a las transformaciones producidas en la retórica pública luego de que la crisis terminal de la República llevara a la guerra civil y al establecimiento del principado por parte de Augusto. Por otra parte, se estudia la evolución de ciertos conceptos durante el reinado de este mismo personaje y los sucesores. En la interpretación que la autora realiza de los procesos analizados es clave el concepto de "Padre". La apropiación del papel rector de la comunidad política por parte del príncipe alto imperial llevó a nuevas transformaciones de la retórica de la virtud y la autoridad. El emperador comenzó a operar como figura política y religiosa que monopolizaba virtudes, era el dueño último del "no" y operaba como dador de leyes prohibitivas. En este nuevo paradigma, el emperador cumplía dos funciones: en primer lugar se constituía como una encarnación de las reglas para integración en el orden simbólico de otros. En segundo término, operaba como pieza clave en el sostenimiento de la estructura sociopolítica, gracias a la cual la sociedad romana se definía a sí misma.

En el tercer capítulo se analizan los matices de la figura simbólica del padre antes y después de la crisis del siglo III, así como la emergencia del cristianismo y las profundas transformaciones que se produjeron a partir de la conversión de Constantino. En el análisis de la dinastía de los Severos, la autora destaca fenómenos tales como el proceso de selección de un antecesor divinizado por parte del Septimio Severo (Pertinax) como forma de aumentar su legitimidad como emperador. Cuando se producía un vacío de poder, comenzaban a operar las fuerzas centrífugas por lo que el centro -que, en este caso, se plasmó a través de la figura de las damas imperiales- debía encontrar una solución a dicho desafío para mantener exitosamente la unidad imperial. En tal sentido, para la autora, Julia Domma y Julia Maesa representaban una figura nueva la Madre. Investidas de títulos honoríficos y de la legitimidad que les otorgaba la asociación familiar con anteriores emperadores, esas damas cumplieron la vital función de promover al trono imperial a miembros de su familia, evitándose así el peligro de desintegración del Estado romano. 214 Con el fin de la dinastía de los Severos, se produjo el hundimiento de la figura del padre y, durante los reinados de la treintena sombría, fue imposible lograr un orden estable, haciendo que la unidad romana estuviese en entredicho. Solo Diocleciano fue capaz de poner fin a la crisis del siglo III y reconstruir la figura imperial, y con la cual la retórica de la autoridad sufrió una nueva evolución. La restauración operada por Diocleciano fue exitosa gracias a las profundas transformaciones llevadas a cabo tanto en la administración del Estado como en la retórica alrededor de la figura del emperador. Dicho cambio se gestó por medio del alejamiento de la figura imperial del resto de los ciudadanos del imperio. La sacralización del emperador y su corte llevó al final de la ficción política (esbozada por Augusto) del príncipe como primus inter pares senatorial. En opinion de Takacs, el emperador romano comenzó a ser visto como the embodiment of traditional virtues and giver of Laws was now a woolly removed entity. He was a sacred Being (p. 89) La transformación del discurso romano tradicional operado por las reformas de Diocleciano intentó regenerar la relación simbólica del padre con los dioses, necesaria para devolver el éxito a Roma. La negativa de los cristianos a aceptar el carácter reforzadamente religioso de la figura imperial hizo que fuesen vistos como rivales del padre terrestre y llevó a su persecución.

Para la autora, la visión que el creciente número de mártires cristianos poseían de sí mismos compartía muchas características en común con la concepción tradicional de la virtud, el sacrificio personal y el homenaje a los caídos que formaba parte de la visión republicana del hombre virtuoso. Los cuatro edictos persecutorios de Galerio prolongados hasta el 311 signaron un panorama sombrío para los cristianos del imperio. La situación de aquellos daría un profundo vuelco con la conquista del poder por parte del emperador Constantino. Con el ascenso del nuevo gobernante, se produjo la gestación de un paisaje ideológico original, de manera tal que el padre celestial trascendió al terrestre como dador de leyes y dueño del "no". Constantino utilizó a los cristianos para revitalizar la esfera civil y, como padre terrestre, creó su propio centro político, Constantinopla. En coincidencia con opiniones tales como la de Gilbert Dagron, la autora considera que Constantino poseyó una visión mesiánica de sí mismo y su investidura. Para fundamentar dicha percepción, se cita el ejemplo de la iglesia de los Santos Apóstoles 215 y el entierro del emperador en la misma, rodeado de las tumbas de los apóstoles.

Todos estos avances cristianos fueron puestos en entredicho con el gobierno del Emperador Juliano. Durante su reinado, el "no" fue enfocado nuevamente contra los cristianos. Takacs percibe como fundamental el intento de Juliano de generar un extrañamiento entre la paideia grecorromana y la educación cristiana que ya de éste veía como contradictorio el uso de tal literatura por parte de los cristianos. La intencionalidad del emperador era entorpecer las conversiones y separar al cristianismo de la tradición clásica. La contestación al desafío de Juliano por impugnar la influencia eclesiástica llegó de la mano de Gregorio Nacianceno. Este propugnaba la reunión de las tradiciones cristiano-clásicas. La remembranza cristiana se articuló en torno a los santos y los mártires y la paideia clásica se adaptó como una forma de progreso en la vida cristiana. Por otra parte, el carácter de religión de la palabra que tenía el cristianismo fomentó la adaptación de la retórica pagana. En el caso de los mártires, éstos fueron asimilados las características propias del soldado romano y su sacrificio por el Estado en pos de la victoria.

Otros intelectuales cristianos se abocaron a la tarea de adaptación de esa paideia clásica para mejor servicio de las prácticas evangelizadoras de la Iglesia cristiana. En tal sentido, es paradigmático el papel representado por san Agustín que, según la autora, se constituyó en una especie de Cicerón cristiano. El proceso de integración del cristianismo a la educación clásica concluyó exitosamente durante el reinado del emperador Teodosio. Para Takacs, un claro ejemplo de la vigencia del concepto de mosmaiorum en la Antigüedad tardía está dado por el Panegírico de Honorio. Redactado por Claudiano, este texto está estructurado como un discurso del experimentado emperador Teodosio a su hijo. En él se distingue entre las nociones de sangre imperantes entre la nobleza persa en contraposición con la nobleza romana -que se encuentra signada por la valoración de la virtud por encima de todo lo demás-. Dentro de dicha concepción, personajes legendarios como Cincinato y todos los sacrificados campesinos dispuestos a servir al Estado de forma desinteresada, representaron la pervivencia de un pasado incorruptible. Más allá de su carácter mítico, estos personajes funcionaban como modelos de comportamiento correcto al interior del discurso de poder romano.

Finalmente, el capítulo 4 describe las profundización de las transformaciones del discurso romano comenzado con la figura de Justiniano hasta su mutación final en tiempos de la dinastía de los Comnenos. Takacs centra su argumentación en la existencia de tres grandes cambios necesarios para la conformación del imperio cristiano. En primer lugar, se encontraba el papel que cumplieron los mártires cristianos y su asociación con la tradición romana. En segundo lugar, cuenta el cuestionamiento de Juliano, que obligó a los pensadores cristianos a generar una justificación respecto de su apropiación de las tradiciones culturales del paganismo. Finalmente, en la esfera política, se produjo el desplazamiento de la supremacía del emperador hacia la figura del dios cristiano. El Padre celestial suplantó al terrestre como instancia última de autoridad y legitimación.

En el nuevo modelo, el emperador ocupaba el papel de líder del oikos cristiano y, para ejercer dicha función, era investido por la Iglesia. Los Padres de la misma se constituían en intérpretes de la voluntad política de Dios. Como en tiempos de la República, se había producido una compleja fusión entre religión y política. La autora describe el reinado de Justiniano en relación a ese nuevo papel político del Emperador. El intento de reunificación del mundo mediterráneo encarado por Justiniano refleja la visión imperante del monarca como cabeza de una jerarquía de gobernantes. Este es, para Takacs, el último emperador romano y su reinado representó el fin de una era. Las crisis e invasiones que tuvieron que enfrentar sus sucesores llevaron a un nuevo debilitamiento de la figura del "padre" terrestre. Como en otras oportunidades, la periferia -más conservadora que el centro- recuperaría dicha figura con el ascenso al poder de Heraclio. Durante su reinado, se inició un nuevo ciclo de apropiación del cristianismo y sus símbolos para ser puestos al servicio de las ambiciones imperiales. Heraclio adoptó la figura de emperador-mártir, modelo de virtud imperial. En las campañas contra los persas, desarrolló una retórica centrada en la noción de una guerra justa en contra de los impíos invasores. Sus soldados debían considerarse mártires. La retorica impulsada por la casa imperial constituyó una combinación entre las raíces paganas del Estado romano y la nociones presentes tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento. Gracias a ello, ese Estado romano-bizantino quedaba conformado así como un Estado cristiano fundamen217 talista, cada vez más orientado hacia una teocracia donde la fe definía la política. Takacs centra someramente su atención en los desarrollos políticos en la Europa Occidental, comparándolos con los desarrollos contemporáneos en Bizancio. Así, la coronación de Carlomagno como emperador del restituido imperio occidental llevó a la conformación de una paideia propia.

Hacia el final de la obra, la autora intenta una comparación entre la relación entre retóricapaideia y gobierno imperial tanto en el Oriente como en el Occidente europeo. Pese a que, en ambas regiones, el gobierno imperial y su legitimación se encontraban ligados a la Iglesia, cada caso poseía características que lo diferenciaba profundamente. En Occidente, el emperador era considerado como protector de la Iglesia y la paideia contemplaba una cierta separación entre laicos y eclesiásticos, de manera tal que reyes y obispos conservaban características diferenciadas. En Oriente, en cambio, la Iglesia era vista como la protectora del emperador y el imperio. El fundamentalismo religioso derivado del triunfo de los defensores de los íconos comenzó a resentir la libertad de pensamiento y se constituyó en un insalvable obstáculo para la innovación. Al ser menos clara la separación entre las esferas laica y religiosa, se produjo el estancamiento cultural luego de la cesión del control de la paideia a manos de la Iglesia.

En suma, la obra analizada en estas líneas constituye una buena aproximación a un tema complejo y lleno de matices. La enorme extensión del período analizado y las profundas transformaciones operadas durante el mismo conspiran contra el éxito de muchas obras de similares intenciones. Sin embargo, este no es el caso. El trabajo de Takacs constituye una interesante síntesis de las transformaciones operadas en la sociedad romana y su hinterland desde sus inicios míticos en tiempos de la República hasta la dinastía de los Comnenos en los siglos XII y XI. El estudio de las transformaciones de la figura del padre-emperador constituye, tal vez, el aporte más interesante de la obra. Ahora bien, el enorme campo temporal abarcado impide -como es el caso de las complejas relaciones entre la Iglesia y la monarquía en el mundo carolingio- profundizar el análisis de algunos procesos complejos. Como sea, el libro se nos presenta como un intento poco común de analizar la evolución de las concepciones culturales romanas de la retórica del poder y la autoridad en la larga duración y constituye un valioso 218 aporte al estado de los conocimientos de dichas cuestiones.

Iván Rey

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