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Mastozoología neotropical

versión impresa ISSN 0327-9383versión On-line ISSN 1666-0536

Mastozool. neotrop. v.17 n.1 Mendoza ene./jun. 2010

 

EDITORIAL

Natura Doceri

La Argentina bicentenaria merece una reflexión desde la disciplina mastozoológica. La búsqueda de nuevas estrategias para enfrentar la tercera centuria amerita un análisis del devenir en estos doscientos años. Mal podría esta editorial acometer la empresa, no sólo por las limitaciones de quien suscribe sino también porque la complejidad de un análisis -incluso somero- implica el concurso de varias miradas. Pero un ensayo sesgado es quizás plausible. Luego de editar los últimos cuatro números de Mastozoología Neotropical, los casi dos años transcurridos me brindan un marco para efectuar algunas consideraciones. Y creo que la región patagónica es también un espacio adecuado para contenerlas, así resguardándome de seguros errores de apreciación y de juicio.
Bucear en dos siglos de historia de la construcción de la mastozoología patagónica implica, en forma inevitable, algunos nombres y fechas, más allá de que esta editorial no tiene veleidades historiográficas. Tal como algunos de los hechos más trágicos ocurridos en el lejano Sur necesitaron casi un siglo para una exégesis, la sucesión de hechos que forjaron el conocimiento de los mamíferos australes aún espera a un cronista que los recapitule. Narraciones parciales hay varias y hacia la década de los '60 Llanos y Crespo nos brindaron síntesis de innegable valor.
En estos dos siglos apretados desfilan nombres de pioneros, Darwin, d'Orbigny, Waterhouse, esas colectas seminales que representaron el descubrimiento de la «Nueva España» en el confín austral. La etapa de proveedores coloniales tendría su acmé durante el lapso entre las postrimerías del siglo XIX y comienzos del siglo XX, período en el cual se delineó el ensamble de mamíferos patagónicos. Inevitable mencionar aquí a Budin, Thomas, Box, Mildne-Edwards, entre otros. Hasta los '70 la Patagonia transcurrió en uno de esos sólidos silencios, sólo quebrado por el sonido de los martillos que esgrimieron paleontólogos platenses (Pascual) o algunos ecos allende la cordillera (Osgood). Pero es sin dudas en estos últimos 30 años en que se genera un salto sustancial en el conocimiento de los mamíferos del Cono Sur. La radicación de varios profesionales, el trabajo mancomunado de universidades y centros regionales de investigación, a la par de agencias gubernamentales y ONGs, ha dado lugar a una intensidad de investigación como nunca la hubo. Reflejo de esto son los avances de la última década. Nadie quizás en la etapa más crítica de esa Argentina de 2001 habría podido imaginar que el apoyo oficial sostenido y la capacidad de trabajo redundarían en este presente pujante. Todas las ciudades patagónicas de cierta magnitud cuentan con grupos de trabajo abocados a la disciplina: Puerto Deseado, Puerto Madryn, Comodoro Rivadavia, Ushuaia, Caleta Olivia, Río Gallegos, Trelew, Bariloche, Neuquén, Esquel, y otras. Y casi me siento tentado de incluir aquí a Bahía Blanca, patagónica hasta bien entrado el siglo XIX. Todos estos grupos tienen, además, doctorandos en pleno proceso y en el próximo lustro la cantidad de tesis para leer superará con creces al más enciclopédico. Y las temáticas abordadas recorren todos los ángulos. Para aquellos que hasta hace poco consideraban que sólo se estudiaban ratones, hoy día podemos decir que tal afirmación estaba lejos de la verdad. El uso sustentable, el turismo, las especies paraguas, biología de la conservación, filogeografía, paleoambientes, extinciones, sistemática de marsupiales, aspectos morfofuncionales en carnívoros, ensambles y GIS, distribuciones potenciales, fosorialidad, sobrepastoreo, mamíferos exóticos, colecciones biológicas… Y el concierto que permite la aproximación interdisciplinaria con que muchos aspectos son tratados, encuentra un marco incomparable. El futuro de la investigación aparece rutilante si uno puede abrevar -o pensar en abrevar- en todo lo que la geología ha generado desde la época de Windhausen o Feruglio y sus tomos regionales, desde la época de Soriano y sus búsquedas detectivescas de plantas perdidas.
Si usted logró llegar a este punto de la editorial pensará entonces que con un panorama tan halagüeño la receta para un tricentenario exitoso es, simplemente, seguir así. Y en buena medida eso creo. Aspectos perfectibles, en el sentido de que contribuirían a un futuro mejor siempre se pueden esgrimir. Pero deseo concentrarme en dos que considero que podrían hacer la mayor diferencia hacia la próxima centuria. Y aquí también aspiro a extraer un elemento vinculante para con la Sociedad Argentina para el Estudio de los Mamíferos (SAREM) y Mastozoología Neotropical, actores que no podrían ser extraños a esta editorial y a esta historia.
Un primer aspecto, el más temporal si se me permite, tendría que venir de la mano de la política. Llegados a este punto creo que es necesario recuperar algo de lo programático que caracterizó la investigación en Argentina. No confundir -por favor- con cercenamiento de libertades. Sería necesario volver a discutir objetivos y prioridades, recuperar hipótesis de marco amplio que permitieran ataques cabales y orgánicos de problemáticas contemporáneas. Si bien la descripción de la diversidad, por pontificar con un ejemplo, seguirá como asignatura inmanente mientras investigación exista, un proyecto interprovincial a escala patagónica (por no decir nacional) sería deseable. Uno podría aspirar a un plan quinquenal para considerar cumplida la etapa del relevamiento pendiente de los mamíferos patagónicos en sus aspectos sistemáticos básicos, distribucionales gruesos y la generación de colecciones. Un proyecto (programa) así, con buena articulación entre organismos de investigación estatales y privados, ONGs, direcciones de fauna, etc., tendría un valor superador a la par que permitiría dar respuestas más cercanas al tiempo real que el desarrollo económico impone a la región.
El otro aspecto, aquel que considero la verdadera «clave» de este siglo, es un cambio sustantivo en la conducta de los actores. Las últimas décadas reflejan una evolución de las aspiraciones individuales en detrimento de las colectivas. Pero por sobre todo puede leerse una pérdida del sentido solidario, una búsqueda algo despiadada de la satisfacción del ego intelectual, una tendencia al autismo (unipersonal o de grupo de trabajo piramidal). Tanto como la sociedad es cada día más consciente de que la supervivencia no será posible sin una vinculación más estrecha entre sus componentes individuales y de estos con el medio, los investigadores deben salir de sus ínsulas. Aquí no necesariamente hablo de buscar alianzas estratégicas para una mejor labor; creo que las hay y muchas. Aludo en forma más exclusiva al componente individual, a la búsqueda del bien común, a la cesión del «minuto de mi tiempo» o «de mi esfuerzo» en un ejercicio altruista. La mastozoología patagónica reconoce un cultor paradigmático en estas lides, como lo fue Oliver Pearson. Si uno repasa la producción científica de Pearson notará que la misma no fue descollante en número, ni tampoco la cantidad de sus alumnos o gestiones ante instituciones. Pero Pearson se distinguió por su calidad humana, por su pluralidad, por la oportunidad y el silencio de su ayuda, por su humildad y bonhomía.
No todos podemos ser Pearson. Algunos simplemente impedidos por nuestras filogenias acumuladas. Pero todos podemos aspirar a brindar a ese juego complejo que es la construcción de un colectivo de conocimiento algo más que algunas decenas de opúsculos en el lapso que nos toca (sea este por interés o vital). De esta actitud que desde el individuo alcanza un horizonte comunitario depende en buena medida el futuro de sociedades de impronta humanista como la SAREM -sociedad a los efectos copiada de aquellas sociedades científicas del siglo XIX- y de revistas de hechura artesanal como Mastozoología Neotropical.
Esta editorial no pretende convertirse en un pseudo-émulo de manual de autoayuda. Pero sí aspira, en este momento en que se apagan los ecos de la fiesta bicentenaria, a recuperar para el análisis la necesidad de incrementar las pequeñas acciones con alcance supraindividual. Cuáles, sería casi ocioso indicarlas. Para armar un decálogo, como aquel magnífico de Quiroga, al que suscribe le faltan aptitudes y le sobra pirotecnia verbal (y eso atenta contra la primera regla del buen cuentista). Pero como un murmullo apenas audible: encuentre alguna vez tiempo para arbitrar un artículo (no se olvide que otros lo encuentran para con los suyos); cuando no tenga la capacidad, diga que no (si no tiene nada para decir, entonces no diga nada); gaste ese medio minuto de su tiempo en cosas curricularmente improductivas como responder una duda a un desconocido; colabore con ese grupo que le pide ayuda sin que esto por defecto implique entrar en la reciprocidad del paper; recomiende a un colega en forma silente para ocupar la tarea que usted no puede; no percuda a sus estudiantes con sus malas experiencias académicas y déjelos libres para la interacción, etc. Si alguien piensa que le estoy predicando a mi cohorte o a aquellos mayores aún, se equivoca; le hablo a la que esta por venir y a los alumnos de esta, que serán los verdaderos actores de cara al tricentenario.
Isaac Newton reconoció haberse subido a los hombros de gigantes y así lograr ver más lejos; Guillermo de Baskerville destacó que quizás nosotros no somos más que enanos subidos a los hombros de enanos. Si aspiramos a ser dignos de las primaveras derramadas en Dallas o en La Higuera, o en la Estancia Anita o en La Moneda, quizás podríamos no subirnos sino ocupar la masa machihembrados, felices de que de esta amalgama nace la condición humana. Esa amalgama anónima y multifacética que en estos dos siglos forjó el conocimiento contemporáneo de los mamíferos patagónicos. Esa amalgama que llevó al Poeta a escribir, en un intento desesperado -casi doloroso- de despertar a sus compañeros y recuperarnos del autismo, de la isla, del anonimato:

De aquel hombre me acuerdo y no han pasado
sino dos siglos desde que lo vi,
no anduvo ni a caballo ni en carroza:
a puro pie
deshizo
las distancias y no llevaba espada ni armadura,
sino redes al hombro,
hacha o martillo o pala,
nunca apaleó a ninguno de su especie:
su hazaña fue contra el agua o la tierra,
contra el trigo para que hubiera pan,
contra el árbol gigante para que diera leña,
contra los muros para abrir las puertas,
contra la arena construyendo muros
y contra el mar para hacerlo parir.

Lo conocí y aún no se me borra.

Era el hombre sin duda, sin herencia,
sin vaca, sin bandera,
y no se distinguía entre los otros,
los otros que eran él,
desde arriba era gris como el subsuelo,
como el cuero era pardo,
era amarillo cosechando trigo,
era negro debajo de la mina,
era color de piedra en el castillo,
en el barco pesquero era color de atún
y color de caballo en la pradera:
¿cómo podía nadie distinguirlo
si era el inseparable, el elemento,
tierra, carbón o mar vestido de hombre?

El padre de los panes fue olvidado,
él que cortó y anduvo, machacando
y abriendo surcos, acarreando arena,
cuando todo existió ya no existía,
él daba su existencia, eso era todo.

Lo distingo entre todos
los que son sus iguales
y me parece que no puede ser,
que así no vamos a ninguna parte,
que suceder así no tiene gloria.

Yo creo que en el trono debe estar
este hombre, bien calzado y coronado.
Creo que los que hicieron tantas cosas
deben ser dueños de todas las cosas.
¡Y los que hacen el pan deben comer!
¡Y deben tener luz los de la mina!
¡Basta ya de encadenados grises!
¡Basta de pálidos desaparecidos!
Ni un hombre más que pase sin que reine.
Ni una sola mujer sin su diadema.
Para todas las manos guantes de oro.
¡Frutas de sol a todos los oscuros!

Yo conocí aquel hombre y cuando pude,
cuando ya tuve ojos en la cara, cuando ya tuve voz en la boca
lo busqué entre las tumbas, y le dije
apretándole un brazo que aún no era polvo:

«Todos se irán, tú quedarás viviente.
Tú encendiste la vida.
Tú hiciste lo que es tuyo».

Por eso nadie se moleste cuando
parece que estoy solo y no estoy solo,
no estoy con nadie y hablo para todos:

Alguien me está escuchando y no lo saben,
pero aquéllos que canto y que lo saben
siguen naciendo y llenarán el mundo.*

Ulyses F.J. Pardiñas

Centro Nacional Patagónico Puerto Madryn - Chubut

* Fragmentos de El pueblo, de P. Neruda

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