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Mastozoología neotropical

Print version ISSN 0327-9383

Mastozool. neotrop. vol.19 no.2 Mendoza July/Dec. 2012

 

ARTÍCULOS Y NOTAS

El ucumar (Tremarctos ornatus), mito y realidad de su presencia en Argentina

 

Damián I. Rumiz1, Alejandro D. Brown2, Pablo G. Perovic3, Silvia C. Chalukian4, G.A. Erica Cuyckens5, Pablo Jayat6, Fernando Falke7 y Daniel Ramadori8

1 Wildlife Conservation Society, C.C. 6272, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia [correspondencia: <confauna@scbbs.net>.
2 Fundación ProYungas, Yerba Buena, Tucumán.
3 Administración de Parques Nacionales, Delegación Regional NOA, Salta, Argentina.
4 Proyecto de Investigación y Conservación del Tapir NOA, Salta, Argentina.
5 Cátedra de Ecología de Comunidades, Facultad de Ciencias Agrarias, Universidad Nacional de Jujuy, Jujuy, Argentina.
6 Instituto de Ecología Regional - Laboratorio de Investigaciones Ecológicas de las Yungas (IER-LIEY), Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina.
7 Los Toldos, s/calle, Salta, Argentina.
8 Administración de Parques Nacionales, Buenos Aires, Argentina.

Recibido 8 setiembre 2011.
Aceptado 27 octubre 2011.
Editor asociado: UFJ Pardiñas

 


RESUMEN: Entre los numerosos inventarios faunísticos realizados en el noroeste argentino, sólo un autor principal afirma haber documentado la presencia actual de Tremarctos ornatus. Nosotros examinamos los 34 reportes publicados de esta especie contra más de 800 puntos de relevamientos afines en Salta y Jujuy que registraron la presencia de jaguar, tapir, monos y ataques de carnívoros al ganado, pero no de oso. Por nuestros estudios allí y en Bolivia, creemos muy improbable la existencia de una población de osos en Argentina y recomendamos mayor cautela en el uso de información anecdótica y rastros indirectos antes de proclamar un hallazgo de tal importancia.

ABSTRACT: The Andean bear (Tremarctos ornatus): Myth and truth of its presence in Argentina. Among the many faunal inventories conducted in Northwestern Argentina, only one senior author claims to have found reliable evidence on the current presence of Tremarctos ornatus. We assessed the 34 published records of this species against more than 800 points of similar surveys which recorded the occurrence of jaguar, tapir, monkeys and carnivore attacks on cattle in Salta and Jujuy, but turned negative for the Andean bear. Based on our studies there and in Bolivia, we think it is most unlikely that a bear population exists in Argentina, and recommend more caution in the use of anecdotic reports and animal sign before proclaiming such a significant finding.

Palabras clave. Evidencia anecdótica; Indicios; Noroeste argentino; Oso andino; Yungas.

Key words. Andean bear; Anecdotal evidence; Northwestern Argentina; Signs; Yungas.


 

Las Yungas del noroeste argentino (NOA) albergan una de las mastofaunas más diversas y mejor caracterizadas de nuestro país (p.e., Olrog, 1979; Mares et al., 1981, 1996; Ojeda y Mares, 1989; Heinonen y Bosso, 1994, Jayat et al., 1999, 2009; Díaz et al., 2000; Gil y Heinonen, 2003; Díaz y Barquez, 2007; Jayat y Ortiz, 2010). A pesar de estos estudios, la lista de taxones aun de presencia dudosa o probable es numerosa, y la confirmación de nuevas especies es frecuente (Jayat et al., 2009). La más notable de estas, sin duda, es el reporte del ucumar, oso de anteojos u oso andino (Tremarctos ornatus) en Salta y Jujuy según las publicaciones de Del Moral y Bracho (2005, 2009), Del Moral (2008 a, b) y Del Moral y Lameda (2011). Trabajos anteriores y contemporáneos a estos han considerado como probable la presencia de esta especie en Argentina (p.e., Mares et al., 1989; Ojeda y Mares, 1989; Díaz et al., 2000; Jayat et al., 2009), principalmente por la cercanía de registros en áreas vecinas de Bolivia (p.e., a 5-10 km de la frontera en Vargas y Azurduy, 2006), pero la falta de evidencia sólida ha impedido su inclusión en listas formales de la mastofauna nacional (e. g. Barquez et al., 2006; Díaz y Barquez, 2007; Chebez, 2009). Solo los citados trabajos de Del Moral indican haber encontrado evidencia actual de la presencia del oso en el NOA, con la que infieren una amplia distribución de la especie en las provincias de Salta y Jujuy. Dada la trascendencia que tienen estas afirmaciones para la mastozoología argentina y la conservación en general, en esta nota examinamos la localización y naturaleza de las evidencias presentadas por Del Moral y la comparamos con nuestra experiencia de campo en el NOA y en Bolivia.
Los reportes de la presencia del oso en el NOA (34 registros georreferenciados) se extienden entre los 22° 21'- 24° 15'S y 64° 09'-65° 12' O (Fig. 1), área donde también se han realizado muchos otros estudios de campo, pero que no han encontrado tal evidencia. De estos, examinamos 403 puntos de relevamientos de signos, observaciones y reportes locales de Panthera onca, Tapirus terrestris, Cebus cay (=C. apella) y otros mamíferos (Brown y Zunino, 1994; Perovic y Herrán, 1998; Perovic, 2002 a, b; Braslavsky et al., 2006; Taber et al. 2008; Chalukian et al., 2009, Di Bitetti et al., 2011; Cuyckens y Falke, datos no publicados), áreas de ganadería trashumante basadas en 166 entrevistas (Falke y Lodeiro Ocampo, 2008) y áreas de muestreo con trampas cámara representadas por más de 270 estaciones (Di Bitetti et al., 2011; Cuyckens y Perovic, datos no publicados; Chalukian y de Bustos, datos no publicados). En el mapa (Fig. 1) también se muestra la ubicación de parte de estos puntos y sitios de estudio.


Fig. 1.
Ubicación geográfica en la porción más austral de Bolivia y en el noroeste de Argentina de registros positivos (según trabajos de Del Moral) y negativos (según el presente trabajo) para Tremarctos ornatus.

Los primeros 23 registros de oso publicados por Del Moral y Bracho (2005, 2009) incluyen avistamientos reportados por gente local (1998-2006) y huellas, rasguños en árboles y bromeliáceas comidas fotografiadas por el primer autor (2001-2006). Además, se muestra el calco en yeso de una huella provista por otra persona en 1993. Once registros adicionales colectados en 2008 (Del Moral, 2008a, b; Del Moral y Lameda, 2011) agregan un sendero, huellas, rasguños en árboles, bromeliáceas comidas y nidos o 'encames' sobre los árboles. Las fotos de rasguños y plantas no son claras ni concluyentes, pudiendo representar signos de otros mamíferos de la zona. Se hace mención de heces y pelos colectados pero no se incluye ningún diagnóstico morfológico del pelo o análisis genético de pelo y heces que los identifique. La ubicación de puntos en los mapas y el número de signos acumulados no es consistente entre estas publicaciones y presentaciones de congresos, lo que impide verificar el sitio y grado de certidumbre asignados por los autores a algunas evidencias. Por ejemplo, tres sitios con signos de diferentes años tienen las mismas coordenadas (#7, 19 y 21, Tabla 1 en Del Moral y Bracho, 2009) y los once signos del muestreo de 2008 presentan discrepancias de ubicación y tipo de evidencia en sus dos reportes (Del Moral, 2008b; Del Moral y Lameda, 2011). Por otro lado, las fotos de una huella trasera sobre una playa en Orán y de un calco plantar en yeso de Ledesma (Figs. 3 y 4 en Del Moral y Bracho, 2009) son muy sugestivas y no podrían ser producto de una confusión con huellas de otro mamífero silvestre. Sin embargo, por inconsistencias morfológicas y/o descuido durante su registro las hallamos poco convincentes. La foto de la huella en la playa fue recortada de una con mayor campo de visión enviada por Del Moral a DIR en agosto 2004, y no muestra otras pisadas que debería haber alrededor y que fueron descriptas con sus medidas en el texto. Además, la disposición de los dedos de esta huella no concuerda con la morfología del pie de Tremarctos. En el caso del calco en yeso sorprende la falta de un dedo, que debería haber estado al lado de la barra de escala ya que se ve que dicha parte estaba dentro del marco rectangular del vaciado, pero que no dejó impresión. En ambos casos, la forma ancha y redonda del talón es muy diferente de la terminación en ángulo que tiene el pie de esta especie.
Los reportes del extremo norte de Salta (alrededores del Parque Nacional Baritú), provienen de áreas con las mejores perspectivas para la presencia del oso en Argentina dado el buen estado del hábitat y la cercanía a registros confirmados en Bolivia. Sin embargo, durante inventarios de vegetación y fauna (Brown y Grau, 1988; Ramadori, 1995; Ramadori y Brown, 1997; Marconi et al., 1999), de mamíferos en general (Gil y Heinonen, 2003), de felinos (Perovic, 2002 a, b; Braslavsky et al., 2006; Cuyckens y Falke, datos no publicados), primates (Brown y Zunino, 1990, 1994) y tapir (Taber et al. 2008; Chalukian et al., 2009), nunca se recogieron signos o reportes de esta especie. Algunos de los sitios con signos de ucumar coinciden con áreas visitadas por Del Moral cuando era asistente de campo de PGP en el proyecto de jaguar, y donde los investigadores no encontraron signos atribuibles al oso. Estos registros incluyen a la localidad de Los Toldos, donde autores de esta nota han desarrollado relaciones de confianza por más de dos décadas con ganaderos y agricultores que conocen los grandes mamíferos de la región. Biólogos y guardaparques que han atravesado el Parque Baritú en repetidas oportunidades durante los últimos 30 años nunca encontraron estos rastros (G. Gil y F. Dobrotinich; com. pers. a SCC), como tampoco durante los 20 días de práctica de la 13a promoción de guar-daparques en 1981 en la que específicamente buscaban signos del ucumar y otros mamíferos grandes (S. Bikauskas; com. pers. a PGP). Adicionalmente, estudios de los patrones de movimiento de la ganadería en el norte de Salta (Falke y Lodeiro Ocampo, 2008) y de conflictos con carnívoros (Perovic y Herrán, 1998; Perovic, 2002a, b) identificaron depredación por puma y jaguar pero nunca por oso.
El P.N. Calilegua y sus alrededores también soportan un frecuente tránsito de pastores y agricultores entre los bosques montanos y los pastizales de neblina que constituyen un hábitat potencialmente adecuado para el oso. Sin embargo, ni guardaparques (G. Nicolossi, com. per. a SCC), ni biólogos (p.e., Ramadori, 1995; Perovic, 1993; Jayat et al., 2009; Jayat y Ortiz, 2010), han podido recoger observaciones confiables de pobladores o registrar signos de la especie. Igualmente, las zonas de aprovechamiento forestal en las fincas Alto Verde, Río Seco, Candelaria, El Carmen, Pintascayo, San Andrés y Santiago tienen una larga historia de uso pero ningún reporte del oso (Ignacio Sosa y Soledad de Bustos, com. pers. a SCC; Brown et al., 2007; Jayat et al., 2009) . Tampoco los estudios con trampas cámaras realizados en diferentes localidades de Yungas han registrado la especie, aunque sí una gama muy completa de mamíferos conocidos para la región (Di Bitetti et al., 2011; Cuyckens y Perovic, datos no publicados; Soledad de Bustos y S. Chalukian, datos no publicados).
El reporte del avistamiento por un guía local en la serranía de Maíz Gordo (Del Moral y Bracho, 2005), en un escenario de bosque pedemontano con deforestación y agricultura mecanizada, parece aún más inverosímil. Las serranías cercanas con bosques más húmedos y menos intervenidos, como la Reserva Las Lancitas en Jujuy, no cuentan con ningún reporte o indicio de este oso (Malizia et al., 2010) , y el P.N. El Rey en Salta tampoco.
En el P.N. El Rey se han realizado estudios de vegetación, ecología de monos, crácidos y bromeliáceas epífitas (Chalukian, 1985; Brown, 1986; Brown et al., 1986; Chalukian, 1997), distribución y uso de hábitat por ungulados y ganado cimarrón (Chalukian et al., 2004; Chalukian, 2008; Giménez et al., 2010), durante los cuales por los métodos empleados y el área recorrida se habrían detectado signos de oso, si los hubiera.
En Bolivia, la distribución y ecología del oso andino han sido estudiadas en base a entrevistas, registro de indicios, análisis de heces, y más recientemente con radio telemetría, trampas cámara y modelos geográficos de aptitud de hábitat (Velez-Liendo y Paisley, 2010). Las entrevistas son un método válido para estimar la presencia de especies conocidas e inconfundibles para la gente local y para recoger percepciones sobre el daño que causan a las actividades productivas. En las yungas bolivianas habitadas por el oso, los campesinos pueden describirlo correctamente, relatar avistamientos, ataques a cultivos o al ganado (Eulert, 1995; Paisley, 2001; Ríos et al., 2006), y mostrar evidencias de rastros o individuos cazados tan al sur como Tarija (Brown y Rumiz, 1989; Vargas y Azurduy, 2006). En el NOA, en cambio, la realidad zoológica se mezcla con el mito y el ucumar representa un ser sobrenatural, cuyo aspecto no siempre concuerda con el del oso, y que protagoniza historias, generalmente oídas de terceros, sobre gritos escuchados en el bosque, piedras empujadas pendiente abajo, y personas secuestradas y atacadas sexualmente por este ser (Lameda y Del Moral, 2008; Brown, 2010). La gente local disfruta haciendo esos relatos y responde de manera positiva, y a veces exagerada, al visitante ávido por conocer más de esta historia. La información puede tergiversarse aún más cuando el interés de encontrar al ucumar está explícito y el pago a un guía local es el incentivo para que los signos o reportes de avistajes ocurran de una forma u otra. En entrevistas más objetivas sobre presencia de fauna en el NOA, los reportes de monos, tapir, jaguar, puma y otras especies han sido útiles y corroborables en el campo, pero en nuestra experiencia el ucumar nunca fue mencionado como un animal silvestre que la gente reconociera.
Si bien la Reserva de Biosfera de las Yungas constituye un importante núcleo de conservación de biodiversidad, es un área que ha sido utilizada intensamente durante siglos por culturas campesinas instaladas en el ecotono bosques-pastizales montanos (Grau y Brown, 2000; Brown et al., 2001) y donde probablemente sólo las leyendas de la presencia del oso subsisten en la actualidad. Los modelos de distribución del oso en Bolivia muestran que sus poblaciones desaparecen de lugares con intenso uso humano y en el caso de mantenerse en áreas marginales originan conflictos con la agricultura o ganadería que son evidentes para la gente local (Velez-Liendo, 2010). Recientes visitas a sitios del sur de Tarija en las cercanías del límite con Argentina (Velez-Liendo, 2011; GAEC y FF, pers. obs., 2011) no han podido encontrar evidencias del oso donde antes se las había reportado (Vargas y Azurduy, 2006).
El oso es un animal grande que usa repetidamente las mismas sendas, destroza bromelias y otras plantas cuando se alimenta y deja marcas de rasguños en árboles que pueden durar por años. Donde hay osos, estos signos son notables y permiten hacer inferencias sobre el uso del hábitat y la dieta en combinación con el análisis de heces (p.e. Peyton, 1986, Rumiz et al., 1999; Ríos et al., 2006; Goldstein et al., 2008). Sin embargo, otras especies pueden dejar signos similares (p.e., sendas de ungulados, huella plantar de oso hormiguero, marcas de garras de jaguar y puma, restos de bromelias comidas por monos o ramas partidas por tapir) y la asignación de tal signo al oso debe ser respaldada con experiencia previa, evidencias adicionales (heces, pelos, observaciones directas, etc.) y criterios de precaución según el contexto del caso. Por ejemplo, el hallazgo de algunos rasguños parecidos a los del oso en serranías del Darién no fue evidencia suficiente para declarar la presencia de la especie en Panamá (Goldstein et al., 2008).
Para sustentar la presencia de especies antes consideradas ausentes o extintas en un área, McKelvey et al. (2008) sugirieron como estándar contar con fotos o videos que muestren los caracteres diagnósticos del animal, evidencias de ADN o especímenes colectados, ya que la información anecdótica no corroborada puede generar conclusiones erróneas y malas decisiones de conservación. Los reportes de Del Moral llevaron a mencionar una población de unos 400 osos en Argentina en la evaluación de IUCN de 2008, aunque esto luego fue eliminado en su siguiente versión. En base a la información examinada, los autores de esta nota sostenemos que no existe evidencia suficiente para afirmar que T. ornatus está presente en Argentina. Los relatos no corroborados de informantes locales, los signos indirectos escasos e inciertos y la falta de análisis conclusivos de heces, pelos y huellas no permiten sustentar tal afirmación. Por otro lado, la dispersión de los supuestos registros sugeriría la existencia de una población de osos ampliamente distribuida en Salta y Jujuy, pero que ningún investigador, guardaparque o cazador ha detectado antes. Ante la cobertura de estudios de fauna y vegetación realizados por décadas en el NOA resulta altamente improbable que los escasos relevamientos de Del Moral hayan sido los únicos que encontraron signos del oso.
Las Yungas contienen ecosistemas de gran valor para la diversidad biológica y cultural del país, y que son los únicos que podrían albergar al oso de anteojos. Es por lo tanto de interés para biólogos y conservacionistas confirmar la presencia de esta notable especie, ya que esto incrementaría el valor de las áreas naturales que la alberguen, la responsabilidad para protegerlas y la posibilidad de obtener más apoyo para estudios y acciones de conservación. Sin embargo, la falta de rigor para juzgar determinadas evidencias como concluyentes y su uso imprudente, así sea para promover la conservación, puede poner en riesgo la credibilidad de cualquier otro estudio basado en entrevistas o en signos de animales. Resaltamos por lo tanto la importancia de respetar los principios éticos y de objetividad en la colecta de datos, y la necesidad de documentar la evidencia probatoria con técnicas adecuadas y verificables por otros investigadores (p.e., fotografía y video original, 'tracks' de gps, análisis de ADN de pelos y heces).
También recomendamos mayor rigurosidad en la revisión de manuscritos y presentaciones para congresos cuando la conclusión de estos trabajos sea de tal trascendencia para las políticas de conservación a nivel nacional e internacional. Nos preocupa que la difusión de estos reportes y la repetición de estas citas por autores incautos conduzcan por inercia a la aceptación de una afirmación equívoca como un hecho real, y confundan las prioridades de financiamiento para los limitados fondos de conservación disponibles.

Agradecimientos. A todos los que aportaron datos de relevamientos (especialmente Fernando Dobrotinich, Guillermo Nicolossi, Soledad de Bustos y Flavio Moschione), a Leónidas Lizarraga que colaboró en su sistematización, y a Silvia Pacheco y Karina Buzza que elaboraron el mapa. Isaac Goldstein, Ximena Velez y dos revisores anónimos contribuyeron con importantes comentarios al manuscrito.

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