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Mastozoología neotropical

versión impresa ISSN 0327-9383versión On-line ISSN 1666-0536

Mastozool. neotrop. vol.24 no.1 Mendoza jun. 2017

 

SECCIÓN ESPECIAL
EL ASPECTO HUMANO DE LA CONSERVACIÓN

El aspecto humano de la conservación: algunos conflictos, desafíos y acciones en Argentina

The human aspect of conservation: some conflicts, challenges and actions in Argentina

 

Erika Cuéllar Soto

Investigador correspondiente. Centro Regional de Investigaciones Científicas y Transferencia Tecnológica de La Rioja (CRILAR), Provincia de La Rioja, UNLaR, SEGEMAR, UNCa, CONICET, Entre Ríos y Mendoza s/n, 5301 Anillaco, La Rioja, Argentina [Correspondencia: Erika Cuéllar Soto <erika.cuellar71@gmail.com>]


La dimensión humana en los procesos de conservación está implicada en tres de los cuatro factores principales que influyen de alguna manera en un plan de conservación, a saber: a) recursos naturales, b) temas económicos, c) temas relacionados a políticas y d) aspectos legales (Social Science Team, 2005). Más aún, estos factores se repiten a diferentes escalas, desde los acuerdos internacionales hasta los acuerdos comunitarios en las zonas más remotas de los países. El aspecto humano en los procesos de conservación ha cobrado mayor importancia académica en los últimos años, principalmente los temas relacionados a conflictos entre humanos y mamíferos carnívoros (Johnson et al., 2006; Zimmermann et al., 2010; Di Minin et al., 2016); y temas relacionados a los desafíos que implican los intentos de apropiación del proceso de conservación por parte de los actores locales (comunidades locales y pueblos indígenas), donde la falta de políticas que reconozcan los derechos de los pueblos indígenas sobre su territorio es el común denominador (Natural Justice 2013-2014). Las experiencias del pasado en términos de desplazamientos forzados de pueblos enteros o la integración coercitiva en proyectos de investigación o conservación son situaciones que no resultan promisorias en el objetivo de una conservación a largo plazo (Granizo y Arroyo, 2007). En reemplazo a este enfoque han surgido nuevos paradigmas, basados o reforzados por acuerdos como la Convención sobre la Diversidad Biológica (CDB, de aquí en más) que en su artículo 10 (c) requiere que los países firmantes protejan y fomenten el uso consuetudinario de los recursos con las prácticas tradicionales que fueran compatibles con la conservación y sostenibilidad de los mismos. La CDB concluye que los gobiernos deberían garantizar las leyes y políticas nacionales para asegurar los derechos de los pueblos indígenas a desarrollar sistemas de autogobierno y el derecho sobre la tierra y otros recursos. El papel clave del conocimiento nativo en la conservación y gestión de la biodiversidad ha sido constantemente destacado dentro de todos los protocolos formulados, incluyendo el artículo 8 (j) del CDB, que obliga a los países firmantes a “respetar, preservar y mantener los conocimientos, innovaciones y prácticas de los pueblos indígenas y las comunidades locales”. Del mismo modo, se menciona la vinculación local del Conocimiento con la Ciencia Global en Evaluaciones a Múltiples Escalas (Thaman et al., 2013).

Si bien parece haber habido iniciativas (inversiones concretas para garantizar que los actores locales, principalmente pueblos indígenas, sean protagonistas preparados para afrontar los procesos de conservación y uso sostenible de sus territorios) (Colchester et al., 2008), estas han sido de carácter local y no establecidas como políticas explícitas de los gobiernos firmantes. En general las acciones desarrolladas por los proyectos de conservación están relacionadas con la inclusión de los actores locales bajo la retórica de la participación local. Sin embargo, a pesar de la participación de la gente local consignada en diversos proyectos, la realidad es que el papel que desempeñan los actores locales sigue siendo mínimo y pasivo. Si bien las motivaciones e impactos sobre la conservación son distintos, así como también sus alianzas con conservacionistas, el desafío relacionado al aspecto humano en los proyectos de conservación se basa en lograr la apropiación del proceso de conservación por parte de los actores locales (comunidades locales, pueblos indígenas). Es decir que se esperaría que los sistemas naturales se conservaran de una manera adecuada en el tiempo, en gran parte por las decisiones y acciones tomadas por los actores locales en un contexto de colaboración. Sin embargo, esto último sigue siendo inaplicable por la falta de inversión y programas que fomenten la capacidad de autogobierno de los pueblos y la integración de los mismos a su sistema nacional, la cual es aún inexistente. Probablemente, esto último es lo que promueve el escepticismo creciente en las ciencias sociales y políticas sobre el uso de la palabra “participación” (Cooke y Kothari, 2001).

Por un lado, el trabajo colaborativo con los habitantes de las tierras ricas en biodiversidad puede surgir porque “los biólogos necesitan ayuda”, como lo destacan Sheil y Lawrence (2004). Por otro lado, el trabajo colaborativo también puede surgir por una necesidad de desarrollar una estrategia para proteger el territorio con fines de subsistencia para la gente que lo habita. Una experiencia de trabajo entre un pueblo indígena, cuyo objetivo fue consolidar su territorio ancestral protegiendo la fuente de sus recursos de caza y pesca, y un grupo conservacionista, que proponía la protección del área de bosque seco tropical mejor conservado y más extenso del mundo, fue el proyecto Kaa-Iya (Cuéllar y Noss, 2014). En este proyecto se obtuvieron productos concretos sobre el conocimiento de la fauna, en especial de los mamíferos y del uso de los mismos como fuente de proteínas. Las comunidades ioseño-guaraníes, en respuesta a las conclusiones de varios años de estudio participativo sobre los guanacos y los pecaríes de Chaco, propusieron y adoptaron la prohibición de cazar estas dos especies, tipificadas como en peligro de extinción a nivel nacional en Bolivia. Con respecto a las especies de caza, cientos de cazadores nativos participaron en un programa de auto-monitoreo durante varios años. Después de analizar los datos, las comunidades adoptaron prohibiciones temporales de caza en tapires de tierras bajas (Tapirus terrestris) y pecaries (Tayassu pecari), planes de manejo para la utilización comercial sostenible (pieles) del taitetú (Pecari tajacu) y también definieron reservas comunales sin cacería temporaria, entre varias de las decisiones tomadas por las comunidades. En este proyecto de una década de objetivos compartidos se alcanzó la certidumbre de que cada institución logró mucho más en cuanto al avance de sus respectivos objetivos a largo plazo a través de la colaboración que en acciones unilaterales (Arellano, 2003; Arambiza y Painter, 2006; Castillo et al., 2006; Redford y Painter, 2006; Castillo et al., 2007; Painter, 2009; Painter et al., 2011).

En general la motivación de querer o necesitar incluir a los actores locales en las investigaciones o en los esfuerzos de conservación de la fauna tiene que ver innegablemente con el solapamiento de zonas habitadas por la gente y las zonas ricas en biodiversidad. También, está la motivación de la gente local en querer involucrarse en estos proyectos de investigación o conservación, ya que por un lado existe la necesidad de promover la gestión o administración territorial y por otro lado entienden que se trata de una oportunidad de empleo, entrenamiento y, muchas veces, de un potencial cambio en el status, así como también la curiosidad y el interés por participar en algo novedoso. Sin embargo, esto último no quiere decir que de pronto se involucran porque les interesa la conservación de la fauna, por ejemplo, ya que es muy frecuente que las comunidades no logren visualizar al mismo tiempo el beneficio de participar en los programas de conservación (Cuéllar y Noss, 2014). La incertidumbre de si la colaboración para lograr el cumplimiento de los objetivos del proyecto “dejará algo” para la comunidad es recurrente entre la gente local. Por esto la importancia de los métodos participativos bien implementados, los cuales podrían estrechar las distancias entre los diferentes grupos interesados, fomentando las consultas y las negociaciones que incluyen un conocimiento explícito entre las aspiraciones de los habitantes de las zonas de interés y los científicos motivados en dichas zonas. Las acciones se deberían enfocar en encontrar áreas de solapamiento para colaborar entre diferentes actores y así generar ciertos beneficios comunes (Redford y Fearn, 2007). Los acuerdos y la participación de los diferentes actores locales en los procesos de conservación se logran cuando se llega a cierta compatibilidad en cuanto a prioridades y aspiraciones entre estos.

Con el objetivo de introducir temas sobre la necesidad de desarrollar estrategias que involucraran a la gente local en los proyectos de conservación de mamíferos y fauna en general, se diseñó el simposio “El aspecto humano de la conservación: conflictos, desafíos y acciones” en el marco de las XXVIII Jornadas de SAREM (Esquel, 2014). Las presentaciones ofrecidas en el mismo se enfocaron en el conflicto que generan los intereses contrapuestos entre actores con relación a temas de conservación de áreas biodiversas; y la adopción de paradigmas más inclusivos en los proyectos de conservación. Los trabajos presentados en esta sección especial de Mastozoología Neotropical resaltan la necesidad de conocer los diferentes enfoques utilizados en los proyectos de investigación sobre mamíferos o sus hábitats en áreas diversas y bajo circunstancias variables. El objetivo primordial del simposio fue promover un espacio de discusión con énfasis en la necesidad de generar mecanismos concretos para la participación de actores locales en los procesos de conservación a largo plazo. Con la presentación de estos trabajos esperamos motivar a los investigadores con la posibilidad de inclusión concreta de actores locales en sus investigaciones y esfuerzos de conservación.

En este contexto, Voglino y colaboradores (este volumen) desarrollan la necesidad de un abordaje novedoso, basado en la búsqueda y formación de espacios interdisciplinarios, de cara a la problemática ambiental. Sugieren que un enfoque adverso y desarticulado, así como la participación forzada, las actividades académicas de transferencia y de difusión unilaterales y el apoyo externo sin consenso de las comunidades, no constituyen medios para lograr la apropiación de las propuestas de conservación. Presentan una metodología de trabajo para el desarrollo de propuestas de conservación, que promueve la integración social y la gestión vincular desde la localía. Argumentan que las dificultades involucradas en un proyecto de conservación responden a un sistema de problemas y, por lo tanto, deben ser abordadas desde un enfoque sistémico, de modo que analizan las interacciones de los elementos del sistema y no solo sus elementos aislados. Los proyectos que mencionan han utilizado una modalidad de interacción alternativa que denominan “Abordaje Participativo”. Este se basa en la inevitable complejidad de involucrar a diferentes actores, promueven el diálogo y el rescate de la diversidad de saberes para así superar el camino estanco de la lógica organizacional tradicional del conocimiento. Es interesante cómo la metodología propuesta por Voglino et al. (este volumen) implica un cambio alternativo que requiere tareas explícitas para la integración concreta y profunda entre los saberes empíricos y disciplinares. Finalmente se mencionan algunos ejemplos de actividades de conservación desarrolladas, categorizadas tanto desde el ámbito privado como desde el Estado.

Siguiendo con un enfoque participativo, Camino et al. (este volumen) presentan una metodología que aplican con pobladores locales (campesinos criollos y originarios de la etnia Wichí) en trabajos de investigación y monitoreo en una zona biodiversa del Chaco Seco en Argentina. Si bien los objetivos estuvieron enfocados en un inventario de los mamíferos medianos y grandes (>0.5 kg) y la descripción del hábitat de estas especies, el método participativo se desarrolló como una herramienta para recolectar datos y para promover la integración social. Camino et al. (este volumen) sugieren que este método de colecta de información permite integrar personas normalmente excluidas del sistema, tomar en cuenta sus percepciones y fortalecer sus capacidades. Los autores diseñaron unas planillas para la colecta de datos por participantes analfabetos, lo cual es una adaptación interesante al contexto local. Además es interesante la sección que presentan sobre la dependencia de un plan gubernamental de ayuda para el contrato de los participantes, el cual es vulnerable a los cambios de ideologías políticas y cambios de gobierno. Las actividades empleadas por estos autores estuvieron basadas en reuniones, capacitación y prácticas en colecta de datos. La experiencia desarrollada indica que, pese al enfoque tradicional empleado, y a la dependencia de planes de ayuda del gobierno, los pobladores locales participaron activamente en el establecimiento de los objetivos y de las actividades para cumplirlos.

La contribución de Novaro y colaboradores (este volumen) recala en un tema relevante de cara al aspecto humano de la conservación, como es el conflicto entre los intereses económicos de los que practican la ganadería a menor escala y la interacción con los mamíferos carnívoros nativos. La interacción negativa entre humanos y carnívoros se produce por razones diversas, incluyendo la necesidad de una dieta rica en proteínas de los carnívoros en combinación con sus grandes ámbitos de hogar y la aparente inevitable competencia que esto conlleva en el marco de su solapamiento (Treves y Karanth, 2003). Además, muchas especies de carnívoros son especialistas en la depredación de ungulados y, por lo tanto, algunos individuos atacan y aprovechan el ganado o los animales domésticos cuando es oportuno (Polisar, 2002). Dado el rápido cambio social y ecológico a través del paisaje, los conservacionistas interesados en resolver o, por lo menos, aliviar el conflicto entre humanos y carnívoros, deben buscar estrategias diferentes a las normalmente empleadas, que se traducen en persecución y cacería de estos últimos. Novaro et al. (este volumen) desarrollaron un estudio aplicando una metodología alternativa con los crianceros en el noroeste de Patagonia y presentan la experiencia resaltando la efectividad del uso —por parte de los crianceros— de perros mestizos. Estos animales, actuando como protección del ganado, contribuirían a la mitigación de las pérdidas de caprinos y ovinos por depredación. Como efecto concomitante y deseable para la conservación, Novaro et al. (este volumen) señalan una reducción en la cacería indiscriminada de carnívoros nativos. El análisis del conflicto incluyó la evaluación de la percepción de los crianceros sobre las pérdidas de ganado y su predisposición a utilizar métodos de protección alternativos, como aquel de los perros mestizos.

La contribución de Fracassi et al. (este volumen) ofrece un ejemplo de colaboración relevante de cara al desafío que implica la conservación de la diversidad biológica, por fuera de las áreas protegidas, en sistemas más amplios donde la administración de la tierra se enfoca en la producción agrícola o forestal. La fragmentación y la pérdida de hábitat están consideradas como unas de las mayores amenazas para la diversidad. Una de las formas de mitigar las mismas y mejorar la conectividad es mediante la creación de corredores. Se ha demostrado que los corredores son valiosos en, por ejemplo, matrices de paisajes de producción agrícola o de producción forestal (Lindenmayer, 1994; Moenkkoenen, 1999). Estas matrices en sistemas productivos han cobrado interés dado que muchas especies no se restringen a las áreas protegidas convirtiéndose en un desafío institucional que involucra actores con intereses productivos diversos a mediana y gran escala. Debido a que la conservación también debe operar a grandes escalas y a que la conectividad de poblaciones de animales silvestres muchas veces depende de la presencia de corredores entre sistemas agroforestales, resulta un interés creciente la aplicación de estos sistemas de conexión a nivel de paisaje (Perfecto y Vandermeer, 2008). En este marco, transcendiendo los límites prediales, los campos fiscales y las áreas protegidas, Fracassi et al. (este volumen) desarrollan un enfoque en el Bajo Delta del Paraná (Buenos Aires) donde se encuentra la mayor extensión de bosques plantados de álamo (Populus spp.) y sauce (Salix spp.) de la Argentina. Los autores argumentan que estas plantaciones pueden ser diseñadas y manejadas para preservar las especies silvestres y mantener las funciones ecosistémicas. Para esto se basan en las investigaciones por parte de universidades y del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que han permitido obtener un diagnóstico acabado de situación y determinar los impactos sobre la biota actual. Si bien la transformación de los hábitats naturales preexistentes a las plantaciones forestales seguramente causó la pérdida total o parcial de las especies que los habitaban, actualmente existe un paisaje compuesto por un mosaico de parches tanto de origen antrópico (forestaciones de distinto tipo y edad, plantaciones abandonadas y zonas parquizadas) como natural (pajonales, bosques de ceibo, juncales, etc.), que sin duda es más heterogéneo que el original (Kalesnik, et al., 2008; Fracassi, 2012). En el caso desarrollado por Fracassi et al. (este volumen), el desafío fue lograr un protocolo que compatibilizara las prácticas de producción con la conservación de la matriz existente. Los autores describen los pasos seguidos, mencionan a los diferentes actores involucrados así como sus compromisos al firmar el “Protocolo de Estrategias de Conservación de la Biodiversidad en Bosques Plantados de Salicáceas del Bajo Delta del Paraná”. Fracasi et al. (este volumen) reflejan la necesidad del consenso entre los actores involucrados para alcanzar pautas de sustentabilidad en la producción forestal en la región.

Si bien la competencia por el derecho de uso del suelo y la administración de sus recursos lleva inevitablemente a objetivos contrapuestos, es importante desarrollar estrategias con un enfoque amplio en el paisaje. Este enfoque debería tomar en cuenta la matriz para promover la conectividad de la biodiversidad en lugar de enfocarse únicamente en los lugares no alterados y protegidos. Finalmente, los autores sugieren que para lograr estas estrategias de conservación es necesario un trabajo interdisciplinario y consensuado entre los actores involucrados tendiente a lograr implementar mejores prácticas de manejo del territorio.

Los cuatro trabajos presentados destacaron la importancia de promover alianzas que involucraran activamente a los actores locales, así como también a las autoridades competentes, científicos y técnicos especializados en la investigación y manejo de los recursos. Está claro que por lo general en los procesos de conservación parece inevitable enfrentar conflictos por desarrollarse en zonas ricas en biodiversidad o de interés productivo con presencia de comunidades que necesitan de estos territorios para vivir. Sin embargo, los trabajos presentados muestran estrategias para estrechar estas distancias en contextos diversos, basados en el interés de ir más allá de hacer relevamientos de fauna y monitoreo empleando a los pobladores como ayudantes o guías. Todos coinciden en la necesidad de pensar en una estrategia que promueva la inclusión local para lograr que se tomen decisiones políticas relevantes y concretas en los procesos de conservación a largo plazo.

La combinación del conocimiento innato sobre historia natural, la pertenencia a una sociedad que utiliza los recursos naturales en forma directa, así como la situación de pobreza y la postergación de los pueblos indígenas, hace aún más relevante la necesidad de la inversión en la formación técnica de la gente local. Esto se podría convertir en un pilar insustituible en el proceso de apropiación de herramientas de conservación y co-manejo de recursos naturales por parte de los pobladores nativos. Es por esto último que es fundamental cesar en la confusión sobre lo que significa participación de la gente local en los proyectos de conservación. El desarrollo de talleres informativos donde la gente solo resulta “público asistente” debe ser tomado como una participación pasiva y no condición suficiente como para que los proyectos de conservación puedan considerar contemplado el ítem de “inclusión de la comunidad”.

Con relación a promover un cambio hacia una participación en beneficio de los actores locales, resulta imperativo fortalecer las estructuras organizativas preexistentes para lograr la motivación y curiosidad, o apoyarse en ellas, para conocer estas motivaciones. Parece obvio, pero muchas veces se olvida que la gente también se cansa de los talleres, y tienen otras obligaciones en sus vidas diarias, entonces la participación tiene que generar beneficios de algún tipo (y estos no tienen que ser exclusivamente económicos), lo cual motivaría aún más a involucrarse y dejar de simplemente asistir a los talleres por respeto al visitante, que es lo que típicamente acontece. Esto último debería ser tomado como el inicio de una colaboración mutua y no el objetivo cumplido en términos de inclusión.

Está claro que la comunicación y el trabajo de manera efectiva con gente de contextos culturales y valores diferentes es un desafío en cualquier colaboración. Sin embargo, por esto mismo es importante definir una línea clara y realista en las agendas de colaboración, dado que estos elementos culturales pueden ser fácilmente excluidos por los investigadores que limitan su trabajo a objetivos puramente biológicos. La falta de consideración en implementar un abordaje integrador podría truncar las oportunidades de consenso con los actores locales dado que estos últimos no se relacionan intuitivamente con objetivos y explicaciones técnicamente enmarcados.

Finalmente, sería fundamental que los procesos de conservación tomaran en cuenta la dimensión humana a diferentes escalas, para fortalecer los eslabones de la larga cadena que implican los procesos de conservación con inclusión real de la gente. Sin embargo, para lograr una construcción social es necesario contemplar aspectos ecológicos y antropológicos. Es decir, una propuesta que piense en los sujetos de la conservación y en su formación, quienes serán los actores sociales que podrán sostener los proyectos. Voglino et al. (este número) mencionan acertadamente que pensar en un modelo de conservación a gran escala, que involucre un amplio territorio, presupone un enfrentamiento con la tarea de reconocer diversidades culturales en los grupos humanos involucrados. No contemplar estas variables en la planificación puede resultar en un proyecto adecuado en su aspecto técnico, pero con altas posibilidades de fracaso en su desarrollo.

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