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Synthesis (La Plata)

versión impresa ISSN 0328-1205versión On-line ISSN 1851-779X

Synthesis (La Plata) vol.22  La Plata dic. 2015

 

ART͍CULOS

Panorama de la literatura griega en Iberoamérica (1767-1850)

Ramiro GonzÍlez Delgado *

Universidad de Extremadura
rgondel@unex.es
España


Resumen

En este trabajo se estudian los escasos testimonios que encontramos de la literatura griega en Iberoamérica, desde la expulsión de los jesuitas (1767) hasta mediados del siglo XIX, coincidiendo con los útimos años del periodo colonial español y los primeros de la independencia de la mayoría de los países sudamericanos. El conocimiento de los autores griegos es indirecto, salvo contadas excepciones, y el estudio del griego avanza tímidamente en algunos países, coincidiendo también con el tipo de país que los próceres de la patria pretenden construir.

Palabras clave: Estudios Griegos; Iberoamérica; Jesuitas; Independencias; Traducción; Tradición griega.

Abstract

In this paper, we study the poor presence of Greek Literature in Latin America, since the expulsion of Jesuits until the mid-nineteenth Century. This time coincides with the last years of Spanish colonialism and early independences of most South American countries. The knowledge of Greek authors is indirect, with few exceptions, and the study of ancient Greek language advances timidly in some countries, coinciding with the kind of country that the Founding Fathers plan to build.

Keywords: Greek Studies; Latin America; Jesuits; National Independences; Translation; Greek Tradition.


1. Introducción

La historia de la literatura griega en Iberoamérica, en el periodo de tiempo que nos ocupa (1767-1850),1 no cuenta con estudios específicos y debemos rastrear los escasos datos por una escueta bibliografía que atañe a diferentes países sudamericanos.2 Es ésta, ademÍs, una época importante, pues abarca, en líneas generales, los útimos años del periodo colonial español (aunque todavía algunos territorios continͺan siendo españoles durante todo este tiempo) y los primeros de la independencia de la mayoría de países americanos. Aunque el segmento temporal es corto, pero muy convulso e intenso, son muchas las diferencias que encontramos entre las diversas regiones, tanto a nivel político, económico, geogrÍfico o socio-cultural. La pervivencia de la literatura griega varía, por tanto, de unos países a otros (una veintena en total), como diferente es, actualmente, la situación de los estudios clÍsicos en ellos.3

Con los españoles llegó el latín y la cultura clÍsica al Nuevo Mundo que, por las fechas en las que nos encontramos, tendrÍn especial importancia en el terreno de la educación, en manos de la Iglesia. En 1538 la bula del Papa Paulo iii, In apostolatus culmine, creó la primera universidad en Santo Domingo a partir del convento dominico, lo que significó que el Nuevo Mundo adoptara el régimen universitario español: una institución de estudios superiores con las facultades tradicionales de teología, derecho, medicina y artes. Sin embargo, México y Lima fueron las principales ciudades americanas y, por lo tanto, los mÍs importantes focos de cultura clÍsica (en 1553 se crean sus universidades, que toman como modelo la de Salamanca).4 Pese a que el latín se cultivó y se mantuvo como lengua de cultura en las universidades (tesis, exposiciones, exÍmenes, redacción de tratados…), la lengua griega ofrece un panorama prÍcticamente inexistente y el conocimiento de su literatura ha sido indirecto.5 En esta época el griego no triunfa en Iberoamérica y no forma tradición, pues hasta el primer tercio del siglo xix los autores latinos, como veremos, reemplazarÍn a los griegos; así, Virgilio a Homero, Cicerón a Demóstenes y Platón, Fedro a Esopo, y Séneca a los trÍgicos.

2. Jesuitas exiliados en Italia

En el siglo xviii se produce un apogeo del clasicismo, especialmente de la latinidad, fomentado por los jesuitas exiliados en Italia. El 25 de junio de 1767 las tropas reales apresaron a todos los miembros de la Compañía de Jesͺs, cerraron sus casas, misiones y colegios y decomisaron sus bienes. Los jesuitas se vieron abocados al exilio y expulsados del Nuevo Mundo (ya en 1759 lo habían sido de Brasil) y este hecho supuso un duro golpe cultural. Se ponía así fin a casi doscientos años de intenso trabajo en América, durante los cuales se convirtieron en los educadores de los criollos, la clase dirigente colonial.

Entre los jesuitas exiliados destacan los novohispanos, que escribieron en latín y en castellano varias obras de inspiración clÍsica. Probablemente de haber quedado en Nueva España no habrían publicado sus escritos, o al menos una buena parte de ellos. En lo que a la literatura griega se refiere, destacan las traducciones que realizaron a lengua latina. Así, uno de los mÍs conocidos, el veracruzano Francisco Javier Alegre,6 tradujo la Ilíada: Homeri Ilias latino carmine expressa. Se imprimieron antes los diez primeros cantos en Bolonia, en 1776, y después la obra completa (Roma, 1788), sometiendo a intensas correcciones los cantos ya publicados. En las palabras que dirige al lector en esta obra, señala Alegre:

Ergo Homeri mentem, non verba, latinis versibus exprimere conati, Virgilium Maronem, Homeri, inquam optimum, et pulcherrimum interpretem ducem sequimur, in quo plura ex Homero fere ad verbum expressa, plurima levi quidam immutatione detorta, innumera, immo totus quotus Maro est, ad Homeri imitationem compositus. Ubi igitur Virgilius pene ad literam Homerum expressit, nos eadem Virgilii carmina omnino, aut fere nihil immutata lectori dabimus, nec enim aut a bullo mortalium elegantius efferri potuisse quispiam crediderit, aut vitio, plagiove nobis verti poterit, si ubicumque inventam Homericam supellectilem, ipso jure clamante, vero domino restituamus. Eos itaque versus, quos immutatos a Virgilio desumimus asterisco notatos exhibemus.7

Esta influencia de Virgilio también se percibe en su poema épico latino sobre la conquista de Tiro por Alejandro Magno, Alexandriados sive de expugnatione Tyri ab Alexandro Macedone, libri V (Forli, 1775), o en su égloga “Nyssus”.8 En Opͺsculos Inéditos Latinos y Castellanos del P. Francisco Javier Alegre (veracruzano), de la Compañía de Jesͺs, Impr. Francisco Díaz de León, 1889, figuran, ademÍs de esta égloga, la traducción latina de la Batracomiomaquia. De ella, comenta Osorio que “no se apega literalmente al texto griego sino que, cuando lo considera oportuno, no muchas veces por cierto, introduce digresiones”.9

No obstante, de toda la obra de los jesuitas expulsos tenemos también que mencionar lamentables pérdidas y obras inéditas, como la del padre Agustín de Castro que,10 segͺn los bibliógrafos de la Compañía, ademÍs de describir las ruinas de Mitla en verso latino y traducir FÍbulas de Fedro, Troyanas de Séneca y varias poesías de Juvenal o Virgilio,11 cuya primera égloga compuso en hexÍmetros castellanos, también escribió en el destierro de Ferrara una historia del helenismo novohispano y tradujo a Hesíodo, Anacreonte y Safo.

Como una isla remota, todas estas obras de los jesuitas novohispanos exiliados no influyeron en el desarrollo de la cultura mexicana ni iberoamericana, aunque sí son fruto de los tiempos coloniales.Respecto a los jesuitas de otras regiones, el panorama de helenistas es prÍcticamente inexistente. Indagando en la magna obra bio-bibliogrÍfica del jesuita expulso Lorenzo HervÍs y Panduro, el erudito señala que Miguel García, nacido en la península (Valencia) pero empleado en el reino de Chile desde 1759, se estimaba como uno de los mÍs eminentes en griego.12 Este autor, que tan sólo vivió unos años en América, ademÍs de confeccionar diccionarios (greco-italiano e italo-greco), tradujo Pluto de Aristófanes al castellano. También cita a un desconocido limeño Francisco de Gómez (que murió en Lima en 1768 y, por lo tanto, no conoció el destierro), que se aplicó al estudio de la lengua griega, entre otras, escribió poesías en esta lengua y tradujo alguna obra al español para “la buena instrucción en la literatura” (sin señalar ninguna).13

Sin embargo, en el continente americano serÍ el siglo xviii la época mÍs conocida de la literatura neolatina,14 no sólo por los poetas que permanecen en las colonias, sino también por el gran nͺmero de obras latinas producto de la vida intelectual de la Universidad, de colegios y de conventos. Junto a las obras latinas se cuelan en algunas ocasiones obras en griego. Así sabemos que José de Villerías y Roel15 escribió nueve epigramas griegos originales,16 y que tradujo al latín de forma aceptable veintidós epigramas griegos de diferentes autores (reunidos bajo el título Graecorum poetarum poematia aliquot latina facta) y la obra de Corintio, un gramÍtico de época helenística, sobre los dialectos griegos (Corinthi Grammatici de dialectos linguae Graecae libellus).

Con la Ilustración irrumpe el racionalismo tanto en Europa como en el Nuevo Mundo y, al finalizar el siglo xviii, con la recuperación económica, se afianza la intelectualidad criolla, cada vez mÍs consciente de sus diferencias con los peninsulares.

3. Mundo clÍsico e independencias nacionales

El mundo clÍsico estuvo presente en dos momentos importantes de Iberoamérica, pues la conquista se produjo durante el Renacimiento y la gestación de los movimientos independentistas durante el Neoclasicismo. Señala GonzÍlez de Tobía:

Hacia el siglo xix los movimientos de la independencia iberoamericana tomaron paradigmas heroicos de Plutarco, Cicerón y TÍcito. La nomenclatura de las instituciones independientes, recién inauguradas, fue latina […]. Se incorporaron a la plÍstica cívica iberoamericana los símbolos de libertad que Grecia y Roma le había aportado a la Revolución Francesa […]. Los elementos clÍsicos aportaron una tradición jurídica que es una resurrección de concepciones políticas latinas.17

Si durante el periodo colonial hubo unidad en cuanto a los objetivos de la enseñanza del latín, en esta nueva etapa de las independencias nacionales, a comienzos del siglo xix, surgirÍn dos tendencias rivales: por un lado, se refuerza el estudio de las lenguas clÍsicas para oponerse a la “perniciosa” literatura romÍntica (años mÍs tarde, un importante sector de la Iglesia va a considerar que los clÍsicos no eran el antídoto contra el Romanticismo, sino que propagaban las ideas de la revolución) y, por otro lado, la Ilustración y el avance de las ciencias experimentales y prÍcticas provocaron que se considerase el latín una enseñanza superflua (como sucede en universidades tradicionales como la peruana). Sin embargo, la polémica sobre las lenguas clÍsicas escondía otra de calado mÍs importante: la del tipo de país a construir. En los debates que siguieron a la proclamación de la Independencia, unos rechazaron la educación tradicional (derivada de la cultura clÍsica) por formar parte de la indeseada subordinación a España y Europa; otros, en cambio, basaron su argumentación autonomista precisamente en las raíces supranacionales de la Antigͼedad, con el fin de rescatar nexos de unión con la cultura occidental.18

En este sentido debemos mencionar la polémica que Horacio CÍrdenas señala entre Bello y Sarmiento, pues éste encontraba en la frecuentación del clasicismo y la gramÍtica vestigios de una disimulada herencia colonial, imÍgenes de una España decadente. MÍs que escribir églogas a la manera de Virgilio o traducir a Horacio, había que afrontar la educación al pueblo, sumido en la incultura. Décadas mÍs tarde, Cecilio Acosta, en Venezuela, tiene una posición semejante: recomendaba olvidar la vieja tradición aristotélica y cambiar el “Nebrija que da hambre… por las realidades de un taller”.19 Por el contrario, el propio Bello u otros hombres como los filólogos colombianos Caro y Cuervo, dedican años y esfuerzos en las disciplinas clÍsicas. Una de las razones de este empeño en los estudios clÍsicos se encuentra en el discurso inaugural de la Universidad de Chile, a cargo de Andrés Bello:

¿A qué se debe este progreso de civilización, esta ansia de mejoras sociales, esta sed de libertad? Si queremos saberlo, comparemos a la Europa y a nuestra afortunada América, con los sombríos imperios del Asia, en que el despotismo hace pesar su cerro de hierro sobre cuellos encorvados de antemano por la ignorancia, o con las hordas africanas, en que el hombre, apenas superior a los brutos es, como ellos, un artículo de trÍfico para sus propios hermanos. ¿Quién prendió en la Europa esclavizada las primeras centellas de libertad civil? ¿No fueron las letras? ¿No fue la herencia intelectual de Grecia y Roma, reclamada, después de una larga época de oscuridad, por el espíritu humano? Allí, allí tuvo principio este vasto movimiento político, que ha restituido sus títulos de ingenuidad a tantas razas esclavas; este movimiento, que se propaga en todos sentidos, acelerado continuamente por la prensa y por las letras; cuyas ondulaciones, aquí rÍpidas, allÍ lentas, en todas partes necesarias, fatales, allanaran por fin cuantas barreras se les opongan, y cubrirÍn la superficie del globo.20

La actual situación de los estudios clÍsicos en Iberoamérica depende en gran medida de las decisiones que se tomaron en aquella época. Así, sólo queremos llamar la atención aquí sobre el diferente nivel que alcanzaron estos estudios en el periodo que nos incumbe en diversos países iberoamericanos. No obstante, quienes defendían la enseñanza de las lenguas clÍsicas optan por nuevos métodos y programas de estudio, tanto en seminarios como en instituciones estatales, con la finalidad de volver a la lectura de los autores clÍsicos. Así, en México, en 1833, Valentín Gómez Farias, en un decreto “para arreglar la instrucción pͺblica”, consideró que el latín era fundamental para la educación, ordenando la lectura de Cicerón, TÍcito, Virgilio y Horacio.21 También en ese año el griego se incorpora a los planes de la enseñanza oficial del país. En este sentido, Mariano Rivas pagó la cÍtedra de griego en el Seminario de Morelia entre los años 1833 y 1834, pues para él el griego contribuía a elevar las ciencias y las artes y si lo había hecho en el transcurso de la historia con aquellos pueblos que lo cultivaron, no había razón para que en México fuera distinto.22 Por la influencia de Morelia, se instituyeron también cÍtedras de griego en el de León, Guadalajara y en el Conciliar de México. Una buena defensa del estudio de la lengua helénica la realizarÍ fray Manuel de San Juan Crisóstomo NÍjera, fundador de la cÍtedra de griego en Guadalajara, durante el Discurso que en la solemne apertura de los estudios en el nuevo año escolar dijo en el Colegio de San Juan de Guadalajara Fr. Manuel de San Juan Crisóstomo, el día 22 de octubre de 1843 (Guadalajara, 1844),23 en el que habla de “pasaporte legal para poder viajar en el mundo de la filosofía, de la historia y de la poesía” y señala que no es una lengua muerta porque es la lengua de la razón (y la razón es inmortal), que permite defender la fidelidad de la traducción de La Vulgata, o que es depositaria de las historias y doctrinas de la nación mÍs civilizada. Sin embargo, salvo estos escasos ejemplos, la reforma de Gómez Farias no se puso en prÍctica y, en consecuencia, el griego quedó fuera de la enseñanza oficial, siendo sustituido mÍs tarde por un curso de etimologías.24

En Venezuela, hasta el año 1833 no se propone la creación de una cÍtedra de griego en la Universidad de Caracas, pero se rechaza a pesar de que la Universidad ya contaba con una donación importante, la del general Francisco Miranda, que cedió los libros clÍsicos griegos de su biblioteca de Londres en 1828 (todos bilingͼes, con texto en griego y latín).25

Como vemos con estos ejemplos, si la situación del griego era mala en Hispanoamérica durante el periodo colonial, en esos primeros años de independencia no se produce una mejora sustancial. Por otro lado, los métodos de enseñanza tradicionales, y suponemos que para el estudio del griego éstos sean semejantes que para el del latín, no resultaban atractivos ni efectivos, pues en la mayoría de los casos los alumnos debían enfrentarse a la GramÍtica de Nebrija sin saber hablar su lengua nativa, leer, escribir o contar, o incluso, sin que los profesores entendieran lo que enseñaban.26 En este sentido, en el período que nos ocupa surgen nuevos métodos de aprendizaje de la lengua latina, como el método de Orellana,27 favorecidos por los nuevos países independientes que intentan de esta manera diferenciarse de la antigua metrópoli. A la vez, el latín va perdiendo la categoría de lengua universitaria. Con posterioridad a 1850 proliferan reediciones y nuevas gramÍticas.

La situación del griego cambia si tomamos ahora como ejemplo un territorio americano que todavía sigue perteneciendo a la corona española; el cubano Miguel de Silva publica la primera gramÍtica griega iberoamericana, Nuevo sistema para estudiar la lengua griega (París, 1839) en cuatro volͺmenes:28 el primero contiene la gramÍtica griega de forma bastante completa, con fonética muy rudimentaria, sintaxis y apéndice de dialectos (dórico, eólico, jónico y Ítico); el segundo, una traducción de las fÍbulas mÍs sencillas de Esopo, en la que se aplican las reglas gramaticales anteriores; el tercero y cuarto, diccionarios griego-español y español-griego. También Tranquilino Sandalio de Noda termina en 1840 en La Habana su GramÍtica griega, hoy inédita y perdida. En 1842 se incorpora el estudio del griego de manera oficial en los planes de la recién creada Facultad de Filosofía y Letras de la universidad cubana (desde 1831 se impartía en escuelas privadas).29 AdemÍs, el profesor Antonio Franchi Alfaro, considerado por Dihigo como “el profesor mÍs famoso que ha tenido la Universidad en su época pasada”,30 publicó en 1850 un Diccionario griego-español y viceversa.

Hay, por tanto, una estima por los autores clÍsicos, cuya lectura aporta una formación estética, moral e intelectual, aunque ya la educación es en castellano, acorde, tal vez, con los planteamientos de una corriente neohumanista. La pujanza económica demanda reformas y se abren nuevos horizontes culturales fruto de contactos con otros países (especialmente Estados Unidos, Francia e Inglaterra). El latín pierde definitivamente el carÍcter de lenguaje universitario (con algunas excepciones en Teología y Jurisprudencia), tal vez para que progresaran las ciencias, en beneficio del castellano (incluso se dudó dar a las humanidades un lugar destacado en la educación), a la vez que se incluye el estudio de lenguas modernas y, en algunos países, del idioma indígena. También en esta época cobra importancia el trabajo de insignes hombres que transmitieron la tradición clÍsica a partir de sus estancias en Europa, como, especialmente, el venezolano Andrés Bello que,31 empapado del humanismo enciclopedista de la Ilustración y del empirismo inglés, escribió poesía de estilo clasicista, traducciones de los clÍsicos grecolatinos y varios libros con finalidad didÍctica.32 Sin embargo, su contribución mÍs importante al helenismo radica en la publicación de un Compendio de la historia de la literatura,33 cuya segunda parte, “Literatura antigua de Grecia”, abarca la literatura griega desde sus orígenes hasta 1453 con la conquista de Constantinopla.

También este insigne e importante humanista, firme defensor de los estudios clÍsicos que vive precisamente durante el segmento temporal que nos incumbe, desde su etapa londinense, venía publicando algunos ensayos sobre literatura grecolatina (su gusto por la poesía le llevó a investigar, por ejemplo, la métrica antigua)34 y había reseñado importantes traducciones castellanas que vieron la luz en su época, lo que demuestra su interés por las literaturas clÍsicas. Entre ellas destaca “La Ilíada traducida por don José Gómez Hermosilla”, referida a la traducción en verso del poema de Homero publicada en tres volͺmenes (Madrid, 1831).35 AdemÍs, si rastreamos los diferentes volͺmenes de su Obra completa, editada por el Ministerio de Educación de Caracas, comprobamos la enorme importancia que el mundo grecolatino tiene en sus escritos, pues en todos ellos hay alguna referencia a autores u obras de la literatura griega de la Antigͼedad. Vamos a prestar solamente atención a tres volͺmenes para darnos cuenta de ello. Los autores griegos que menciona en sus escritos filosóficos son Aristóteles (el mÍs citado, al hablar de los silogismos en De los raciocinios demostrativos, en Del raciocinio en materia de hechos y en Curso de Filosofía), Epicuro (señala que algunos discípulos suyos calumniaron la doctrina del maestro), Euclides (cita los Elementos), Galeno (al ser inventor de un tipo de silogismos), Homero (le sirve de ejemplo para, en De las causas de error, hablar de círculo vicioso y ejemplificar con su excelencia), Platón (que no parece ser filósofo de su agrado y lo cita una sola vez) y Zenón (dos veces, ambas sobre el célebre silogismo de que no hay movimiento en el universo).36 Respecto a la historiografía, estÍ mÍs preocupado por la historia de la conquista y la posterior independencia americana que por la Historia Antigua, pues no escribió ningͺn artículo referente a ella.37 Sin embargo conoce bien a los autores antiguos, pues cita a Clemente de Alejandría, Euclides, Jenofonte, Plutarco, Claudio Ptolomeo y Tucídides. También cita en sus estudios de cosmografía a Aristóteles, Dion Casio, Dioscórides, Heródoto, Hiparco, Hipócrates, Homero, Platón y, de nuevo, a Claudio Ptolomeo.38 Vemos, por tanto, que junto a autores principales conoce a otros secundarios.

Sin embargo, en su producción poética parece olvidarse de los autores griegos e imitarÍ y traducirÍ a autores latinos (entre quienes se encuentran su apreciado Virgilio, Horacio, Tibulo y Plauto).39

4. Traducciones e influencias de autores griegos

Durante la época colonial, los autores latinos eran leídos y citados en su texto original, y los autores griegos eran conocidos gracias a traducciones latinas, pero cuando el estudio del latín comienza a decaer, así como la producción neolatina, proliferan las traducciones. Podemos señalar que la influencia de la literatura grecolatina se manifestaba de diferente forma: los prosistas (historiadores, oradores, filósofos…) dejan su huella sobre todo a través de citas; también de imitaciones, aunque éstas se perciben mejor en el caso de los poetas (que componen segͺn Horacio, Virgilio u Ovidio, como hemos visto, por ejemplo, entre los jesuitas expulsos). Por otro lado, debemos ser conscientes de que a veces estas citas se utilizaban con la mayor largueza.

Las traducciones de los autores griegos van asociadas a la introducción de la imprenta (fruto del auge económico), que permitió la difusión del clasicismo en el Nuevo Mundo, pues con ella aparecen los periódicos y revistas y, en sus pÍginas, se incluyen numerosas traducciones, hoy en día difíciles de localizar. Al comienzo la imprenta sólo estaba presente en México y Lima, pero, después, su uso se extendió por todo el continente. Así, por ejemplo, la primera edición de un autor clÍsico en México data del siglo xvi, mientras que Colombia (Santafé) tuvo que esperar hasta 1828, con las FÍbulas de Fedro. AdemÍs, ya en la época de la independencia, las traducciones de los clÍsicos enriquecían las literaturas nacionales (a la vez que se va extinguiendo la producción en latín). En la prensa, los autores que interesan en la época que tratamos son los poetas, especialmente Anacreonte y Safo, entre los griegos, y Horacio, entre los latinos. Junto a traducciones, la mayoría bastante libres, encontramos imitaciones de anacreónticas, composiciones de corte bucólico, frecuentes alusiones mitológicas e, incluso, pseudónimos de inspiración helénica.40

Uno de los primeros testimonios que tenemos de las letras griegas en Iberoamérica es la traducción que en 1539 hizo Cristóbal de Cabrera de los argumentos de las epístolas de San Pablo y de otros padres de la Iglesia; también en la segunda mitad del siglo xvi se editan en México ediciones de Aristóteles en traducción latina.41 Ya en el siglo xviii las bibliotecas reflejan, al menos, un mayor aprecio por la literatura y la lengua griega.

Del periodo temporal que nos ocupa, destacamos las traducciones de los líricos griegos, Anacreonte y Safo, realizadas por los integrantes de la Arcadia mexicana en El Diario de México, aunque no estÍn hechas desde el texto original, sino que son versiones indirectas realizadas a partir del latín o del francés.42 Sin embargo, la primera gran traducción publicada en México serÍ Odisea de Homero, ó sean, Los trabajos de Ulises en metro castellano por Mariano Esparza (1837), en octavas reales.43 Por otro lado, Antonio Caro señala en el prólogo a los Poetas bucólicos griegos de I. Montes de Oca, que José Moreno Jove tradujo y publicó en México la Ilíada, aunque no hay ninguna noticia mÍs de tal obra.44 De ser así, México contaría ya en el xix con la traducción de las dos epopeyas homéricas. También Homero fue traducido por el uruguayo Francisco Acuña de Figueroa (1790-1862).45

En este periodo que estudiamos las traducciones de literatura griega son esporÍdicas y hemos podido documentar muy pocas. El político y escritor mexicano José Joaquín Pesado Pérez (1801-1861) tradujo el idilio xi “El Cíclope” de Teócrito y la “Elegía al Sitio de Ptolomeida” de Sinesio de Cirene.46 De Fernando Ortega se conserva una adaptación de la fÍbula de Esopo “El labrador y sus hijos” y la traducción de un epigrama de Amalteo.47 En la revista cubana El Artista (1848-1849) aparece el 14 de enero de 1849 una anacreóntica de Pedro Santacilia en cuartetas heptasílabas.48

En la época colonial la influencia de la Filosofía griega se percibe a través de la Filosofía cristiana, mayoritariamente tomista o escotista, determinando el triunfo del aristotelismo y, secundariamente, del platonismo y el estoicismo. Esta mediación tendió a disminuir y a desaparecer en el siglo xix.49

Por otro lado, las obras de referencia que seguimos citan otros traductores, aunque no se sabe si sus producciones se encuadran en nuestra época o en fecha posterior. Este es el caso, por ejemplo, de José SebastiÍn Segura (1822-1889) que tradujo, segͺn Menéndez Pelayo, cantos de Tirteo y Calino.50

Vemos, por tanto, que no son sólo traducciones; el neoclasicismo impulsó que los autores leyeran los textos clÍsicos y son muchas las influencias grecolatinas que se encuentran en la literatura hispanoamericana de esta época. Así, por ejemplo, José Joaquín de Olmedo, natural de Guayaquil (Ecuador), era llamado el “Píndaro Americano”51 y aunque su “Canto a Bolívar” se puede calificar de pindÍrico, presenta mÍs detalles de Horacio y de Virgilio. También las anacreónticas neoclÍsicas, como la cultivada por Juan Cruz Varela (Buenos Aires 1794 – Montevideo 1839), eran “frías, amaneradas e insípidas”, en opinión de Menéndez Pelayo.

Por otro lado, no debemos olvidar los autores y traductores españoles que fueron de visita al Nuevo Mundo y que difundieron la cultura clÍsica allí. En esta línea, en Puerto Rico se publicó un libro, que hoy calificaríamos de “raro”, que contiene una traducción de las Odas de Anacreonte, del poema Amores de Hero y Leandro de Museo y de una selección de veintisiete anacreónticas originales, que llevan por título El Beso de Abibina;52 su autor fue Graciliano Afonso (1775-1861), un clérigo helenista canario que había emigrado a la isla de Trinidad de Barlovento y que, por el carÍcter erótico del libro, sólo se atrevió a firmar con las iniciales de su nombre y apellido y de su dignidad de deÍn de Canarias.

A partir de 1850 proliferan las traducciones de la literatura griega en Iberoamérica. Ya hemos visto en esta pequeña muestra que, conforme vamos avanzando en el tiempo, se localizan un mayor nͺmero de textos. En este sentido, las pÍginas de los periódicos y revistas son un importante medio de difusión, aunque de difícil localización para nuestros estudios. Hoy día, la colección de textos clÍsicos mÍs importante en Iberoamérica es la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, que nace en 1944, cuando se carecía de una colección semejante en lengua española, y en sus inicios prestó atención particular a obras de filosofía y ciencia; sigue completÍndose en la actualidad.53

5. Conclusiones

El panorama de la literatura griega, así como el de la historiografía literaria en general, es sin duda representativo de un momento de transición, marcado por profundos cambios ideológicos e históricos. En este estudio hemos trazado la relación entre los estudios helénicos y la propia historia cultural, definida por el paso de la llamada “Historia crítica”, la historia literaria propia de la Ilustración, a la “Historia filosófica”, o la historia de las literaturas nacionales, producto del nuevo pensamiento romÍntico, especialmente a partir de 1810.

A través de este estudio vemos cómo los grandes cambios ideológicos, políticos y sociales, producidos en Iberoamérica, han condicionado el pequeño mundo de los estudios helénicos con una importancia desigual en las jóvenes naciones. DetrÍs de cada obra mencionada, desde las eruditas traducciones latinas de los jesuitas expulsos en Italia, tras el año de 1767, hasta las primeras traducciones y los primeros manuales de literatura griega que se publican en Hispanoamérica, hay verdaderos cuadros históricos y biografías personales. Las colonias han dejado de pertenecer a la corona española y los países independientes van avanzando en solitario. Las actitudes que en ese momento se tomaron con respecto a los estudios helénicos se reflejan en la situación que hoy día encontramos de nuestros estudios.

Notas

* Ramiro GonzÍlez Delgado es Profesor de Filología Griega en la Universidad de Extremadura. Licenciado y Doctor en Filología ClÍsica por la Universidad de Oviedo y Licenciado en Filología HispÍnica por la UNED. Sus trabajos de investigación se han centrado fundamentalmente en la Literatura y Mitología Griegas, la Tradición ClÍsica y la Historia de la Literatura Grecolatina, con varios trabajos publicados en estos campos. Es autor de las monografías Orfeo y Eurídice en la Antigͼedad. Mito y Literatura (Madrid: Ediciones ClÍsicas, 2008), Canta, musa, en lengua asturiana. Estudios de traducción y tradición clÍsica (Saarbrͼcken: EAE, 2012), co-editor de dos Historia de la Literatura Grecolatina en España (MÍlaga: Analecta Malacitana, 2010 y 2013) y traductor del libro XII de la Antología Palatina: Poemas de amor efébico (Madrid: Akal, 2011).

1 Este trabajo se adscribe a los proyectos de investigación sobre Historiografía de la literatura grecolatina en España FFI2010-14963 y FFI2013-41976-P y al grupo Complutense 930136.

2 Citamos la bibliografía fundamental: GonzÍlez de Tobía (2005), Osorio Romero (1989), Hampe Martínez (1999), Rivas Sacconi (1993), FernÍndez (1968), Mariano Nava (1997), Miranda Cancela (2003).

3 Véase Ponce HernÍndez – Rojas ́lvarez (2006).

4 Durante los siglos xvii y xviii se crean universidades en la mayoría de los actuales países iberoamericanos. Portugal, a diferencia de España, no estableció universidades en su colonia y la élite colonial se iba a estudiar a la Universidad de Coimbra. Sobre la precaria situación de las lenguas clÍsicas en Brasil, véase Lins-BrandÍ£o (2006).

5 Tras el Concilio de Trento, que reservó la interpretación de las Escrituras a la Iglesia, el estudio del griego se anquilosó en España. Las cÍtedras de griego pasaron a considerarse innecesarias, pues podían conducir a la herejía (lo importante ya estaba traducido). Con la Contrarreforma, poco a poco se fueron conociendo textos líricos y científicos. Es significativo que no se hable de América en Hernando (1975).

6 La mejor biografía de Francisco Javier Alegre (Veracruz, 1729 – Bolonia, 1788) la escribió el padre Manuel Fabri y antecede a sus Institutiones Theologicae (Venecia, 1789, en siete volͺmenes), traducidas al castellano por Icazbalceta. Sobre el autor, véanse Menéndez Pelayo (1948 i: 84-87) y Osorio Romero (1989: 100-104).

7 Tomadas de Osorio Romero (1989: 103). Menéndez Pelayo (1948 i: 85) la llama “Ilíada virgiliana”, remitiendo a lo que de dicha traducción señaló Hugo Fóscolo, poeta y traductor de Homero.

8 Apunta Menéndez Pelayo (1948 i: 85) que esta égloga fue puesta en verso castellano por Joaquín Arcadio Pagaza (Memorias de la Academia Mexicana, iii, pÍgs. 422-425), pero que ya en su original era una imitación elegante de la segunda ͉gloga de Virgilio, hasta sin cambio de sexo en el protagonista.

9 Osorio Romero (1989: 101). También traduce con libertad el Arte poética de Boileau y, de Horacio, el Beatus ille y algunas sÍtiras y epístolas.

10 Es el padre Agustín Pablo Pérez de Castro (Puebla, 1728 – Bolonia, 1790). Señala Méndez Plancarte (1937: 58): “Desgraciadamente, estas obras –como casi todas las del P. Castro–, quedaron, al parecer, inéditas y fueron a aumentar el nͺmero de los tesoros literarios irremediablemente perdidos para nosotros”.

11 Segͺn Osorio Romero (1989: 98) comparó esta tragedia de Séneca con la de Eurípides, “para demostrar que los autores dramÍticos españoles, al abandonar a los clÍsicos griegos –quoniam graecorum exemplaria neglexerant— renunciaron al buen gusto”.

12 HervÍs Panduro (2007: 245-246).

13 HervÍs Panduro (2007: 602).

14 Véase, en el caso de Nueva España, Osorio Romero (1989: 33-49).

15 Véase Osorio Romero (1989: 33-34 y 93-95) (1983).

16 Han sido estudiados por Rojas ́lvarez (1983).

17 GonzÍlez de Tobía (2005: 119 ss.). En arquitectura la presencia grecolatina llegó a través del neoclasicismo francés y en pintura y escultura influye mucho la mitología clÍsica.

18 La impronta clÍsica en los símbolos de las nuevas naciones es evidente. Por ejemplo, se encuentran referencias grecolatinas en los himnos nacionales de Argentina (1812), Uruguay (1833), Paraguay (1846) o Colombia (1850); los escudos incluyen cornucopias, fasces romanas, laureles, gorros frigios…; o se construyen nuevos edificios pͺblicos (mausoleos, parlamentos, casas presidenciales…, así como fuentes y esculturas) que siguen una estética neoclÍsica.

19 Acosta (1907: 276-277). Todavía la polémica continͺa. Así CÍrdenas (1957: 146) señala que han sido los propios especialistas con su muralla de citas y monografías quienes han distanciado la sociedad del mundo clÍsico, afirmando: “Que los especialistas estudien su griego y su latín […] pero que no intenten imponerlos en todo programa de estudios superiores […]. La ciencia, la técnica, […] la matemÍtica de Euclides, o la medicina de Hipócrates han sido superadas ampliamente”. Concluye CÍrdenas (1957: 149): “Nuestra especial situación de latinoamericanos, de hombres que moran un mundo distinto y nuevo, nos demanda la originalidad de nuestras experiencias y vivencias”.

20 Bello (1843).

21 Osorio Romero (1976: 27).

22 Véase Osorio Romero (1989: 108-110).

23 Véase Vogt (1986). Las gramÍticas griegas que se solían estudiar en la época eran la de Burnouf y la de Bergnes de las Casas.

24 Osorio Romero (1989: 119) señala que en 1867 se introdujo el griego en la preparatoria, obligatorio para abogados, médicos, farmacéuticos e ingenieros de minas y que, al final, por la controversia que se planteó, quedó reducido a un curso de etimologías; ya en 1869 la materia se llamaba “Raíces griegas” y el griego quedó en el plan de estudios con el carÍcter de “estudio libre”. Así, proliferaron gramÍticas y libros sobre etimologías a lo largo de la segunda mitad del siglo xix.

25 A pesar de que nueve obras han desaparecido, se encuentran 49 títulos, algunos en diferentes volͺmenes, de: Claudio Eliano, Esquines, Alcifronte, Anacreonte, Safo y Alceo, Antología Griega, Apiano, Arquímedes, Aristóteles, Arriano, Ateneo, Demóstenes, Diodoro de Sicilia, Diógenes Laercio, Dión Casio, Dión Crisóstomo, Dionisio de Halicarnaso, Epicteto, Eurípides, Herodiano, Heródoto, Homero, Isócrates, Juliano el Apóstata, Longino, Luciano de Samosata, Licofrón, Pausanias, Píndaro, Platón, Plutarco, Antología de poetas griegos, Polieno, Polibio, Estrabón, Tucídides y Jenofonte. FernÍndez (1968: 63-75) reproduce el catÍlogo.

26 Véase FernÍndez (1968: 14-15), que rescata las palabras de Cecilio Acosta en 1856: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea ͺtil, enséñese a todos”.

27 Este método (que puede resumirse en el dicho de Séneca: longum iter est per praecepta; breve et efficax per exempla) tuvo una buena acogida en México, a la vista de las varias reediciones de su obra en la segunda mitad del xviii y en la primera del xix. FundamentÍndose en él, Francisco Zenizo expuso el suyo en Reflexiones sobre el modo de enseñar el idioma latino i-ii (México, 1835-1839): recurrir a los autores latinos desde un principio, estudiando declinación y conjugación. Osorio Romero (1976: 26). Sobre nuevas gramÍticas en otros países, FernÍndez (1968), Rivas Sacconi (1993: 308-319).

28 Hemos manejado “una nueva edición” (Silva 1914). Antes del prólogo, en el que alaba la tierra y cultura griegas y defiende la utilidad del estudio de su lengua en “nuestra nación”, el autor escribe una carta-homenaje en griego a su padre.

29 Miranda Cancela (2003: 13) señala, ademÍs, que en la prensa de la época se anunciaban “academias para la enseñanza casi exclusiva del griego y del latín”.

30 Dihigo (1928: 73). El griego se impartía también a los estudiantes de Medicina.

31 Véase sobre este filólogo hispanoamericano, el mÍs importante de todo este periodo, Murillo (1986).

32 Sobre Bello, véase Murillo (1986). Con posterioridad a nuestras fechas, destacan los colombianos Rufino José Cuervo (1844-1911), notable filólogo de formación clÍsica, y Miguel Antonio Caro (1843-1909); el cubano José Martí (1853-1895) y otros muchos autores que incluyeron la presencia de los clÍsicos grecolatinos en sus obras.

33 Incluido en Bello (1956: 36-105). Dedica una primera parte a la literatura del antiguo Oriente y una tercera, incompleta, a la literatura latina hasta la muerte de Augusto (14 d. C.). Las dos primeras fueron publicadas por Bello en un tomo de 88 pÍginas (Santiago de Chile, 1850).

34 Bello (1955), como “Qué diferencia hay entre las lenguas griega y latina por una parte, y las lenguas romances por otro en cuanto a los acentos y cantidades de las sílabas…” (pÍgs. 433-449, publicado en 1823 en Biblioteca Americana).

35 Bello (1956: 415-427). Comenta: “Que don José Gómez Hermosilla, aunque trabajó mucho por acercarse a este grado de fidelidad, no pudiese logarlo completamente, no debe parecer extraño al que sea capaz de apreciar toda la magnitud de la empresa. […] Los epítetos de fórmula son característicos de Homero. […] Suprimirlos, como lo hace casi siempre Hermosilla, es quitar a Homero una facción peculiar suya…” (pÍg. 420).

36 Bello (1951).

37 Bello (1957 a). Sin embargo, en algͺn momento, la mayoría de las veces por comparación, cita a personajes históricos de la Antigͼedad: Augusto, Julio César, Epaminondas, Cneo Escipión, Publio Cornelio Escipión, el tetrarca Filipo, Herodes Agripa, Herodes el Grande, Nerón, el rey Salomón, Marco Aneo Séneca y Lucio Aneo Séneca, Sejano, Teodosio, Tiberio, Zenobia reina de Palmira…

38 Bello (1957 b).

39 Bello (1952). En este volumen encontramos imitaciones y traducciones no sólo de autores clÍsicos, sino también de Byron, Delille, Víctor Hugo, Lamartine, Petrarca, Pope, Rossi, Tasso… destacando, sobre todos ellos por su extensión, los 9.256 versos del Orlando enamorado, de Boyardo, refundido por Berni.

40 Sin embargo, señala Rivas Sacconi (1993: 337) que la literatura de esta época “florece con vigor inusitado, pero apartada, por lo general de la influencia clÍsica”.

41 Osorio Romero (1989: 80-85).

42 GonzÍlez Delgado (2011) (2012).

43 Osorio Romero (1989: 125) señala que, ademÍs de la deficiente versificación, el traductor suprimió frecuentemente epítetos homéricos, omitió versos o pequeños pasajes e introdujo ligeras variantes. Méndez Plancarte (1944: 25) la califica de “mediocre”.

44 Caro (1888: xlvi).

45 Menéndez Pelayo (1948 ii: 408). Acuña de Figueroa recibió una sólida educación clÍsica y en su obra se aprecian también reminiscencias de poetas latinos.

46 Pesado (1886: 111-115, 257-259). De ellas habla Montes de Oca y Obregón (1888: 348), señalando que a pesar de su inferioridad poética, se propone una nueva versión, ya que las de Pesado parecen traducciones indirectas que no logran interpretar la esencia del original.

47 C. F. Ortega, Poesías, México, 1839, pÍgs. 291-293 y 333.

48 Miranda Cancela (2003: 68).

49 Bravo (2004).

50 Menéndez Pelayo (1948 i: 172-173). También tradujo tres odas de Horacio (i 3 Sic te diva potens, i 5 Quis multa gracilis, y ii 10 Rectius vives) –se ciñen al mismo nͺmero de versos que el original—, y églogas de Virgilio (la iv al menos).

51 Menéndez Pelayo (1948 ii: 32). A propósito de las cartas que el autor dirigió a Joaquín de Araujo entre 1823 y 1825, señala Menéndez Pelayo (1948 ii: 56) que “contienen curiosos juicios de Olmedo sobre Lucrecio, a quien admiraba mucho, y sobre Lucano, cuyo genio poético estimaba superior al de Virgilio”.

52 Odas de Anacreonte. Los Amores de Leandro y Hero, traducidos del griego por G. A. D. de C. con permiso del Gobierno, Puerto Rico, 1838. Véase Menéndez Pelayo (1948 i: 332) que señala “El Anacreonte y el Museo son de lo mejor o de lo menos malo que hizo”.

53 Moreno (1999: 55-60); Heredia Correa (1996).

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