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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767versión On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  n.29 Buenos Aires ene./jun. 2006

 

David Weber, Bárbaros. Spaniards and their savages in the age of Enlightment, New Haven y Londres, Yale University Press, 2005, 480 páginas.

En las páginas preliminares de este libro, David Weber, nos revela cómo se gestó la idea que persigue su obra, la de estudiar la trayectoria de los indios no sometidos, aquellos que ni las políticas de los Austrias, ni de los Borbones lograron incluir en el imperio español. Tiempo atrás, otro historiador, John Lynch, comentaba un trabajo anterior de nuestro autor, The Spanish Frontier in North America, criticando la falta de una perspectiva comparada entre la experiencia de las fronteras españolas en América del Norte y las de América Central y del Sur. Sin esa perspectiva, acuerda Weber en la introducción de Bárbaros..., el imperio, sus políticas y sus prácticas, se veían como una entidad monolítica que se resistía a los matices y las modulaciones. Los indios insumisos son, entonces, la materia y la excusa con la que Weber encara un esfuerzo comparativo que se despliega con pericia y erudición a través de grupos y geografías dispares y distantes. El propósito es abordar un problema que la corona española había arrastrado durante dos siglos de conquista y dominio: vastas porciones del territorio continuaban bajo el control de indios indómitos que no habían renunciado a su condición de salvajes y bárbaros. El libro, centrado en la era borbónica y en los tiempos de la Ilustración, entra de lleno en el tema a partir del tercer capítulo. Los dos primeros, uno de ellos dedicado a la construcción de las imágenes de los indios desde la óptica de los españoles (imágenes cambiantes y contradictorias), y el segundo, abocado a la metamorfosis de los nativos a través de los siglos, nos presenta una vista panorámica de los grupos en los que se cifraron los mayores esfuerzos políticos del imperio y en los que nuestro autor enfoca su atención.

El viaje de Alejandro Malaspina es la excusa con la que el autor abre la obra. Aquella expedición que remedaba la más afamada del capitán Cook, destila en sus reportes las nuevas sensibilidades que la vigencia de las ideas del Iluminismo había arrimado a España y de las que Malaspina se apropia para formular un nuevo sentido de la relación entre los indígenas y el imperio. Los nuevos modos de pensar, sin embargo, no habrían logrado suplantar enteramente a los viejos. Empero, la imagen de los nativos como seres racionales capaces de actuar como los consumidores y productores europeos, construida y sostenida por una minoría, iba a tener una notable influencia (aunque también sería una fuente de profundas contradicciones) sobre las relaciones de la corona con los indios no sometidos en las esferas de la religión, la guerra, el comercio y la diplomacia. Estos serán los problemas que articulan los argumentos del resto del libro.

"The science of creating men" analiza los procesos de cristianización en su dinámica. Los nuevos métodos, la expulsión de los jesuitas, las presiones de secularización de las órdenes, y las "reimaginaciones" de las nociones de indio e infiel, son los tópicos que jalonan este tercer capítulo. Aquí, el autor remite con frecuencia al pasado, a la era de los Austrias, y ello nos ayuda a comprender más cabalmente el sentido de los cambios que los Borbones ensayaron en pos de la conversión de los grupos insumisos que moraban en los confines del imperio. El propósito declarado en materia religiosa se mantenía en los trazos de la vieja política insistiendo en "el objetivo piadoso" de la conquista. La misión sagrada tenía el fin de "transformar a una raza de salvajes, en una sociedad humana, cristiana e industriosa". Reflexionando a partir de un escenario geográfico muy amplio o deteniéndose en puntos específicos, como la acción de los franciscanos en Alta California, o el papel de las misiones entre los Mapuches en el sur de los actuales territorios de Chile y Argentina, Weber enfatiza uno de los argumentos que atraviesan el libro: el estudio comparativo y el paso de un extremo al otro del imperio, revelan que las políticas y las prácticas borbónicas con los insumisos no fueron -ni pudieron ser- uniformes, puesto que cada grupo, en cada región, imponía desafíos diferentes derivados en buena medida de su valor estratégico y económico también diferencial.

La cristianización había sido para los Austrias y continuaba siéndolo para los Borbones, una de los caminos de inclusión de los salvajes en el imperio. De manera paralela, otra vía posible, la de la guerra, también atravesó con su presencia los siglos de dominio español en América y, en general, puso más de una vez en la encrucijada a los que pensaron las políticas coloniales y a quienes, en los territorios indianos, debieron llevarlas a la práctica. El cuarto capítulo del libro se ocupa de este problema partiendo de una pregunta que pone de relieve aquella encrucijada: ¿Una buena guerra o una mala paz?

El dilema entre la paz y la guerra, y entre la guerra defensiva y la ofensiva motivaron puntos de vista enfrentados sobre políticas y prácticas posibles. Las imágenes de los españoles (blancos y cristianos) victimizados por los indianos (indómitos, infieles y salvajes) alimentaban las expectativas de la guerra ofensiva contra los indios no conquistados a la que, sin embargo, los Borbones, por principio, se opusieron. Las amenazas al desarrollo de empresas y negocios, y a la fluidez de las rutas comerciales, eran motivo de preocupación de comerciantes y productores a los que urgía la pacificación de las regiones controladas sólo nominalmente por España. El uso de la fuerza militar aparecía como el camino más corto para controlar a los insumisos. Aún sin declararse favorable a la guerra ofensiva, más de un oficial en América borbónica hubiera acordado con las voces que esgrimían que la más dura de las estrategias era la práctica más apropiada para enfrentar el problema de los bárbaros. En los hechos, muchas fueron las excepciones ofensivas aprobadas sobre la base de casos particulares. De esa suerte, resultó que el pragmatismo más que el respeto a la letra y al principio, fue el sustento de la política de pacificación. Así, Weber nos recuerda que Carlos III se negó a que se llevase adelante una guerra ofensiva en la Araucanía en 1774, tan sólo dos años después de que hubiera consentido el uso de la fuerza militar contra los Apaches. Los oficiales de la frontera de Nueva España estaban convencidos de que la naturaleza cruel, pérfida y salvaje de los Apaches no aceptaba otra vía que la guerra. Sus pares de Chile, en cambio, contaban con una experiencia de varias décadas de convivencia relativamente pacífica y ventajosa (para el imperio) con los Mapuches.

La expansión de los fuertes a lo largo de las fronteras, la profesionalización de los soldados, la sofisticación de las expediciones punitivas fueron parte de una política defensiva borbónica que buscaba pacificar a los grupos insumisos evitando la apelación a la fuerza militar. Retomando la pregunta que daba inicio al capítulo, Weber concluye que, sin embargo, estas medidas no fueron más efectivas que la guerra en el control definitivo de los territorios en disputa. Desde numerosos rincones del imperio, los indios les enseñaron a los Borbones una lección que los Austrias habían aprendido con creces de sus fallidas experiencias de conquista: que una mala paz era menos costosa y más efectiva que una guerra, fuese ésta ofensiva o defensiva.

El comercio, los obsequios y los tratados como camino posible de inclusión, son materia del quinto capítulo. Bajo la premisa de que la civilización venía de la mano del comercio, durante las décadas finales del siglo XVIII éste comenzó a ser considerado un agente principal del cambio cultural y de hispanización. La estrategia de atraer a los indios insumisos hacia los modos españoles a través de las transacciones comerciales y los obsequios -práctica que, por cierto, no era nueva, pero que fue resignificada en tiempos de los Borbones-, tampoco recibió un apoyo unívoco, aunque la abrazaron la mayoría de los pensadores y los oficiales borbónicos. Los primeros elaboraron un marco racional que garantizaba en el plano de las ideas la autonomía de los nativos (que en los hechos eran autónomos), mientras que en los territorios imperiales se desplegaba una nueva forma de relación con los indios basada en una idea general que no pretendía la sumisión, sino la construcción de relaciones pacíficas basadas en la ley de las naciones.

Aunque es tentador ver en estos cambios de orientación una victoria de las ideas humanistas de la Edad de la Razón, Weber nos recuerda que a las ideas se contrapusieron unas prácticas estimuladas por la avaricia y el oportunismo con el que los funcionarios respondieron a las realidades locales. Allí donde los españoles ansiaban la tierra de los indios y tenían los medios para tomarla, las políticas iluministas dieron lugar a formas de violencia colectiva cuyos resultados no fueron muy diferentes de los que hubiese arrojado la guerra.

Cerrando el libro, el sexto capítulo está articulado a partir de una mirada más cercana a la experiencia en las fronteras, a los actores de la vida cotidiana que construían sus propios modos de integración en la habitual práctica de cruzar libremente los desdibujados contornos del imperio. Aquí el autor analiza distintas formas de pasaje a uno y otro lado de la frontera como el cautiverio, los renegados, los comerciantes españoles adentrándose en tierra indígena, o los españoles pobres afincados en el borde de dos mundos. Todos ellos configuraban una densa trama social que incluía a infieles y cristianos circulando a través de una línea imaginaria preñada de lógicas mestizas que resultaron en un universo de indios hispanizados y de españoles aindiados. Una instancia de integración que parece lejana (y difícil de aprehender) cuando se la mira desde la perspectiva de quienes pensaron las políticas posibles para controlar a los bárbaros.

Ambicioso en su cobertura geográfica y de grupos, este libro resulta particularmente auspicioso por el esfuerzo comparativo realizado por su autor. Son poco frecuentes los estudios que abren el panorama de análisis del modo que Weber lo hace en esta obra de síntesis. La erudición y la maestría con la que aborda un denso corpus de estudios sobre el tema, y su habilidad para combinar testimonios de la época con miradas académicas de estudiosos de las relaciones entre españoles e indios en la frontera, resulta en un estudio que no puede ser sino una fuente de consulta indispensable para los investigadores del tema. Son muchas las razones que puedo argüir para recomendar con énfasis su lectura, sólo mencionaré aquí las tres que me parecen más importantes: por las agudas preguntas y sugerentes hipótesis que el autor nos propone, por la mirada panorámica que la comparación nos ofrece, y por el rico aparato erudito que Weber indaga con destreza.

María Bjerg

Universidad Nacional de Quilmes y CONICET

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