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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.34 Buenos Aires ene. 2012

 

ARTÍCULOS

Reconsiderando la crisis de 1890. Imágenes y discursos en torno al empresariado argentino a fines del siglo xix. La invención del pioneer y la construcción del espacio empresarial

María Lenis1

Artículo recibido: 29 de marzo de 2010

Aprobación final: 15 de septiembre de 2010


Resumen

El objetivo central de este artículo es analizar las modalidades que asumió el discurso en torno al empresariado de corporaciones industriales: la Unión Industrial Argentina y el Centro Azucarero Argentino, a los efectos de determinar los atributos positivos que ambas instituciones le asignaban al segmento empresarial. En este sentido, consideramos esencial examinar de qué manera la crisis de 1890 gravitó en la construcción de los relatos en torno a los orígenes de la industria y los industriales. Asimismo, se indaga acerca de las estrategias instrumentadas por las asociaciones con el propósito de sensibilizar a los poderes públicos y participar de manera activa en el diseño de políticas económicas.

Palabras clave: Discurso ; Corporaciones ; Empresarios ; Pioneer.

Abstract

The central aim of this article is to analyze the modalities that assumed the speech concerning the entrepreneurs of two industrial trade unions: the Unión Industrial Argentina and the Sugar Argentine Center, to the effects of determining the positive attributes that both institutions were assigning to the managerial segment. In this respect, we consider essentially to examine of what way the crisis of 1890 gravitated in the construction of the statements concerning the origins of the industry and the manufacturers. Likewise, it is investigated brings over of the strategies orchestrated by the associations with the intention of sensitizing to the public power and of taking part in an active way in the design of economic policies.

Keywords: Speech ; Trade unions ; Entrepreneurs ; Pioneer


Introducción

La crisis de 1890 estimuló el desarrollo de la actividad industrial en la Argentina, puesto que ante la dificultad para importar fueron los productores locales los que atendieron la pujante demanda por ciertos bienes de consumo. La agroindustria azucarera fue uno de los rubros que mayor expansión experimentó a lo largo de la década; sin embargo, el crecimiento y la mayor visibilidad de las fábricas trajeron aparejados, también, cuestionamientos al comportamiento del segmento industrial.

Después de la debâcle económica de 1890, los industriales azucareros emergieron como el ejemplo paradigmático de la vinculación entre política y riqueza. Esa asociación fue denunciada en los debates aduaneros en torno al proteccionismo y al librecambio de 1894, como un capítulo más de la deshonesta administración de Juárez Celman, de la que los industriales azucareros eran sindicados como cómplices y beneficiarios. En este sentido, reexaminar la crisis de 1890 y el clima de la época resulta vital para comprender la tarea emprendida por el Centro Azucarero Argentino2, corporación empresaria que nucleaba a los fabricantes de azúcar, así como también por la Unión Industrial Argentina3, en la defensa del espectro empresarial argentino, presentando la riqueza acumulada por este segmento como el producto del arduo trabajo de los hombres y no un derivado de las conexiones personales.

De este modo, el objetivo central de este artículo es indagar la "campaña" emprendida en 189 por el CAA y la Unión Industrial Argentina destinada a presentar a los empresarios como prohombres del progreso, cuyo aporte era considerado decisivo en la construcción del nuevo país que emergió después de 1880. En este sentido, la contribución esencial de los industriales residía en el poder civilizador de la industria. La imagen del pioneer fue la elegida para montar un perfil que permitía refutar el retrato de los empresarios como individuos cuyo propósito primordial era la acumulación de riqueza, y cuyo único atributo era conocer los resortes del poder que les permitían, de esta forma, capitalizar conexiones políticas y transformarlas en beneficios económicos. Asimismo, se examinaran las acciones promovidas por ambas corporaciones a los efectos de dar mayor visibilidad en el espacio público a las actividades manufactureras. En este punto se consideraron el Museo de Productos, el Meeting Industrial de 1899 y el Primer Congreso Industrial Argentino.

Crisis económica de 1890: consolidación de la industria azucarera e impugnación radical

Los orígenes de la crisis de 1890 han sido objeto de discusión y controversias. Los historiadores han señalado la gravitación que el marco internacional tenía en la economía argentina. De esta manera, para mantener una balanza de pagos equilibrada resultaba imprescindible la entrada continua de capitales provenientes generalmente de Gran Bretaña. El flujo de inversiones y préstamos de origen inglés se mantuvo constante durante toda la década de 1880, impulsado, sobre todo, por las grandes expectativas de crecimiento que se tenían sobre la Argentina. Sin embargo, hacia 1890, los principales prestamistas advirtieron que sus expectativas superaban la performance real del país y por lo tanto decidieron retirar su dinero, generando una situación de aguda crisis en el sector externo.4

No obstante, los diarios de la época, los miembros del partido radical,5 e inversionistas, sindicaron al gobierno como el principal responsable de la crisis puesto que había desplegado "una política inmoral que ha destrozado completamente las finanzas y la sociedad de este país".6 En este sentido, los contemporáneos enfatizaron los factores internos que incidieron en la debâcle financiera, remarcando como principal causa del descalabro económico de 1890 la irresponsable política monetaria llevada a cabo por Juárez Celman, que tuvo como principales características un fuerte emisionismo a través de la ley de bancos garantidos y una "generosa" política crediticia que desató una fiebre especulativa.

Lo cierto es que una de las causas fundamentales de la crisis fue la incapacidad de las exportaciones de crecer al mismo ritmo que las importaciones. Esto se debió, como ha señalado Cortés Conde, a que las inversiones realizadas para fortalecer la estructura productiva argentina eran de lenta maduración. En este sentido, la construcción de la red ferroviaria, factor central para garantizar la exportación de la producción cerealera, alcanzó su pico recién en 1892, lo que provocó que el boom exportador agrícola tuviera lugar en 1893 y 1894. De este modo, cuatro años después de la crisis, puede advertirse el resultado de las inversiones realizadas durante el gobierno de Juárez Celman.7

Sin embargo, la crisis de 1890, no supuso una desaceleración en el crecimiento industrial argentino. Muy por el contrario, lo estimuló. Paul Lewis sostiene que el período comprendido entre 1880 y 1914 se caracterizó por una febril actividad industrial. A partir de la crisis de 1890 las importaciones disminuyeron sustancialmente; sin embargo, la demanda de bienes terminados continuó en ascenso. Estos dos elementos impulsaron significativamente al incipiente y modesto sector industrial.8

Las medidas tomadas por Carlos Pellegrini para enfrentar la crisis resultaron en gran medida armónicas con los intereses de cierto espectro industrial, como los empresarios azucareros, cuya producción estaba destinada a atender el mercado interno.9 De esta manera, la agroindustria azucarera comenzó su proceso de consolidación a partir de 1890. Las principales disposiciones ejecutadas por Pellegrini durante sus "800 días" consistieron en una elevación de las tarifas aduaneras con el objetivo de aumentar las recaudaciones del tesoro nacional, en tanto se hizo obligatorio el pago del 50% de los derechos de aduana en oro, al tiempo que se volvían a poner en vigencia los gravámenes a las exportaciones suprimidos en 1887. Por otra parte, se estableció un impuesto a los depósitos bancarios, a la vez que se reorganizó el sistema financiero con la creación del Banco de la Nación. También procedió a un aumento de las cargas impositivas, puesto que a comienzos de 1891 se sancionó la ley de impuestos internos que gravaba la fabricación de alcoholes, de bebidas alcohólicas, tabaco, cigarros y fósforo de cera.10 Estas medidas fueron acompañadas con una política de emisión, que lógicamente, no presentaba mayores resistencias por parte de los sectores exportadores, en tanto percibían sus ingresos en oro. Sin embargo fue "una suerte de empréstito forzoso para aquellos que recibían en cambio sus ingresos en papel".11

De este modo, la coyuntura adversa de 1890 fue la contracara de un proceso que llevaría a la industria a adquirir una presencia más visible en el espacio urbano. Las fábricas transformaron su fisonomía, en tanto los grandes establecimientos fueron sustituyendo paulatinamente a los modestos talleres de tipo artesanal existentes. Este cambio de dimensiones y escalas contribuyó de manera significativa a modificar el paisaje, en especial en los suburbios de Buenos Aires. Durante esta década es, justamente, que los industriales tuvieron una mayor presencia en la vida pública y adquirieron mayor visibilidad; muestra de ello fue que se conformaron dos corporaciones empresarias específicas: el Centro Vitivinícola Nacional y el CAA, que vinieron a reforzar las acciones emprendidas por la UIA.12 Prueba, también, de que este crecimiento del segmento industrial no había pasado inadvertido y había sido lo suficientemente elocuente, fue que las actividades manufactureras aparecieron registradas por primera vez en el Segundo Censo Nacional, realizado en 1895. Como señala María Celia Bravo, la industria azucarera figuraba junto a industrias como la lechera, la molinera, la cervecera, la vitivinícola, la destilación de alcohol, la preparación de la carne, las plantas de gas y la electricidad. Esta lista fue confeccionada teniendo en cuenta la capacidad productiva, el capital invertido y el número de trabajadores empleados.13

A partir de 1890 las preocupaciones en torno a la marcha de la economía adquirieron centralidad, a lo que se sumarían posteriormente los debates en torno al desarrollo industrial y a las características que éste debía asumir. En este sentido, las controversias en torno al librecambio y al proteccionismo de 1894, supusieron a la vez pensar en el comportamiento del empresariado argentino, como así también delimitar una suerte de jerarquía de las actividades económicas y de las industrias. De esta manera, la división entre industrias naturales y artificiales sirvió de plataforma para discutir la naturaleza de los emprendimientos industriales en la Argentina e incitó a la reflexión acerca de qué manera el estado debía alentar estas actividades y cuál era el papel que les cabía a los empresarios en el progreso argentino.

Los debates de 1894 alcanzaron repercusión inusitada en el ámbito de la prensa nacional. Asimismo, los periódicos de la Capital reprodujeron, en gran medida, los argumentos esgrimidos por los representantes radicales en el Congreso de la Nación. Las voces críticas dentro del claustro parlamentario objetaron las políticas proteccionistas diseñadas por los gobernantes provenientes del PAN. En ese contexto, los cuestionamientos acerca del desarrollo alcanzado por las industrias azucarera y vitivinícola reflejaban, de alguna manera, la impugnación a los pactos labrados entre las distintas elites regionales y los dirigentes conservadores de proyección nacional. En este sentido, la denuncia sobre las políticas arancelarias suponía, a la vez, debatir el comportamiento que los industriales habían desplegado al amparo de un Estado que se mostró sensible a las demandas de los sectores empresariales, o al menos de los más activos políticamente.

Tanto en el ámbito de las discusiones en la Comisión Revisora de las Tarifas Aduaneras, como en la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación, los grupos opositores al proteccionismo (liderados por los representantes de la Unión Cívica Radical), cuestionaron las continuas demandas de los industriales azucareros de perpetuar con la política arancelaria que se había diseñado en la década de 1880, a la que consideraban desviada de los principios constitucionales.

El argumento de los empresarios azucareros, para reclamar la preservación del statu quo en materia aduanera, giraba en torno a las importantes sumas que los propietarios de ingenios adeudaban, en virtud de las significativas inversiones que se habían realizado en la década anterior para incorporar maquinaria que aumentara la capacidad productiva de las fábricas, a los efectos de que la agroindustria lograra abastecer completamente el mercado doméstico. De esta manera, presentaban un escenario en el que los industriales se hallaban en una situación de suma vulnerabilidad, en la que la continuidad de sus actividades dependía del mantenimiento de altos impuestos a los similares extranjeros, en tanto aseguraban niveles de ganancia que les permitirían superar la situación adversa y saldar las deudas que habían contraído.

Los representantes radicales afirmaban que la situación de los propietarios de ingenios distaba de ser tan crítica como la presentaban los azucareros, y si bien reconocían que algunas fábricas transitaban por ciertas dificultades, señalaban que existían en la provincia de Tucumán "enormes fortunas que han sido adquiridas en muy poco tiempo con el negocio del azúcar".14 Los nombres de Hileret, Gallo, Guzmán y Méndez, aparecían como los representantes más conspicuos de este grupo, que habían logrado forjar su riqueza en muy corto de tiempo.

En gran medida se adjudicaba la situación de prosperidad de algunas firmas azucareras a la prodigalidad crediticia de la gestión de Juárez Celman, a través de la implementación de los "bancos garantidos". La ley de bancos garantidos "implicaba el surgimiento de múltiples bancos de emisión en las provincias con respaldo pleno a las nuevas emisiones, y la emisión de pagarés por el stock monetario previo en los casos que así correspondiera".15 La crisis de 1890 puso de manifiesto lo peligroso de esta suerte de "federalismo financiero", que tornó más vulnerables los tesoros provinciales.16 Asimismo generó una condena, por parte de los distintos sectores opositores, no sólo contra la heterodoxa política bancaria y financiera de Juárez Celman, sino también al clima de corrupción e inmoralidad que parecía implantado en todo el país, sobre todo en el sistema político.17

De acuerdo a los radicales, los industriales azucareros habían resultado extremadamente beneficiados con este proceso de descentralización financiera. Créditos baratos combinados con una política aduanera favorable habían transformado al negocio azucarero en una actividad sumamente rentable. Estas condiciones extraordinarias habían impulsado el desarrollo agroindustrial, y, por lo tanto, la actividad era considerada el producto del favor político antes que el resultado del trabajo industrial. Sólo a través de la vinculación de los industriales azucareros con el juarismo se explicaba el crecimiento vertiginoso que había experimentado el parque industrial tucumano y las enormes fortunas que habían acumulado los propietarios de ingenio.

La diputación radical afirmaba que sobre los préstamos concedidos, los legisladores nacionales no podían actuar, pero sí podían disminuir los niveles de protección arancelaria. La rectificación de las tarifas aduaneras vigentes constituía un paso fundamental para ordenar el funcionamiento de emprendimientos económicos que habían surgido alentados por el Estado. Esta medida brindaría cierto alivio a los consumidores, a la vez que no lesionaría a los industriales; solamente reduciría los márgenes de ganancia. Desde esta perspectiva, los reclamos proteccionistas perseguían un solo objetivo: mejorar su ya holgada situación económica.

No me explico la protesta de los azucareros contra la rebaja del derecho aduanero [...]. El impuesto de 2 y ½ centavos por kilo no es ruinoso. Disminuirá, es cierto, las utilidades de los ingenios: pero en cambio no se gastará tanto en chalets, parques, etc., y se hará más económica la elaboración.18

De esta manera, no sólo se cuestionaba el rumbo de la política arancelaria sino también un enriquecimiento que se consideraba desmedido y el comportamiento ostentoso de los tucumanos, que se empeñaban en invertir su fortuna en casas de veraneo y espacios de recreación social. Remarcaban, además, que en la provincia de Tucumán no existían ingenios sino palacios; que además la vajilla de uno de los propietarios de ingenio, Wenceslao Posse, era de oro y de plata, y que esa clase de lujos no se encontraba presente entre los empresarios pampeanos.19

Estas conductas de los industriales azucareros, que incluían un endeudamiento irresponsable y una vida pomposa, llena de lujos, eran percibidas por los diputados radicales, en gran medida, como reflejo del espíritu especulativo que había caracterizado al gobierno de Juárez Celman, y que había hecho carne en gran parte de la sociedad. Expresaban un clima de época en el que

la fiebre económica conmueve la moral social. Los hábitos pausados y solemnes, a la par que sencillos, y la conformidad con un modesto pasar, heredados de la colonia [...] son sacudidos por el vendaval. Se aprendió a vivir de prisa y a mirar la dignidad como estorbo, y los escrúpulos como majaderías; la riqueza se tuvo por honor, la modestia por disimulo y la austeridad como hipocresía. [...] El dinero ya no sirve para representar el trabajo o las necesidades: es un [...] elemento de placer. [...] Ser rico es gastar en vez de guardar [...] ahorrar es desconfiar del porvenir.20

En las discusiones de la Comisión Revisora se afirmaba que la industria azucarera era una de las expresiones más acabadas de los peligros que entrañaba el crecimiento vertiginoso y el progreso acelerado, una suerte de fiebre californiana que había llevado a los hombres de negocios a invertir en la agroindustria por las grandes ganancias que ésta reportaba.

El crédito fácil de los años del progreso, el aliciente de las ganancias enormes, en las que no se tomó debidamente en cuenta su carácter aleatorio, la protección unida a los altos derechos aduaneros y el agio en suba, hizo brotar ingenios en todas partes, de los que muchos luchan hoy con dificultades.21

En efecto, la ilusión, la especulación, la negligencia y la superficialidad aparecían como algunos de los atributos de los empresarios junto al talento para realizar emprendimientos altamente rentables. Por lo tanto, se recomendaba que "los capitalistas [...] no se alucinen llevando a esos ingenios sus capitales de una manera desconsiderada".22 La previsión y la cautela debían reemplazar la especulación y el oportunismo. 23 "Las naciones, así como los individuos, ostentan en su existencia fases diversas, y se predisponen hoy para lo que ayer les era indiferente; quizás en pos de la fiebre de los negocios especulativos, vengan las modestas pero sólidas ganancias industriales".24

De esta manera, a partir de 1890 la riqueza aparece con un velo de duda, en tanto se insinuaba que las fortunas amasadas habían sido generadas por la especulación y no por el trabajo. Las sospechas sobre el origen de los capitales que permitieron en un lapso de tiempo muy breve levantar los emprendimientos industriales, vinculaba a los empresarios con los turbios años del juarismo. Como ha señalado Gayol, la corrupción aparece como un problema que remitía a una amplia gamas de significados, desde el fraude electoral hasta la apropiación de bienes ajenos, ya sean estos públicos o privados, por lo tanto resultaba central para los industriales, (sobre todo para los azucareros que se distinguían por un alto perfil político) desvincular la posesión de riqueza con acciones deshonestas, y elaborar una retórica que remarcara que el amor al trabajo y a la patria constituían los motores que impulsaban a estos hombres emprendedores a establecer empresas y a continuar la obra civilizadora comenzada en 1880.25

La invención del pioneer de la industria nacional

El CAA, a través de su publicación mensual, la Revista Azucarera (RA), denunció las falsas representaciones que de los industriales y de la agroindustria se habían forjado algunos sectores librecambistas situados en el Litoral. En ese sentido, hacía referencia a las "leyendas" que en torno a la industria azucarera se habían ido construyendo, como por ejemplo que "los propietarios de los ingenios son los únicos que nadan en la abundancia en medio de las estrecheces y aflicciones que en este período oprimen a todos: productores y consumidores, industriales y comerciantes".26 La percepción de que la agroindustria era un negocio sumamente beneficioso para un selecto grupo, que se enriquecía a costa del sacrificio de todo el país, fue uno de los argumentos más combatidos, tanto por la RA como por la prensa provincial. Al respecto la publicación del Centro personalizaba las críticas vertidas sobre los industriales:

Que los derechos son exorbitantes y que los fabricantes de azúcar, es decir, a lo sumo cien o doscientas personas, están explotando inocuamente al país, están enriqueciéndose a costa de cinco millones de consumidores, haciéndoles pagar diez lo que solamente debería valer cinco. [...] Bordan sus ataques contra la industria azucarera, excomulgando a los industriales, y considerando poco menos que enemigos de la prosperidad y del progreso de la República a los que se atreven a defender a esa industria.27

Como contrapartida, se buscó instalar en el espacio de la opinión pública una imagen distinta del empresariado. En este sentido, se procuró presentar al industrial como un hombre con iniciativa, inteligencia, perseverancia, dinamismo, con espíritu inversor, amante del trabajo y de la patria.28 Esta campaña fue secundada por los representantes tucumanos en la Cámara de Diputados. En efecto, Alurralde afirmaba que

la industria azucarera [...] es la obra de dos generaciones que han luchado en la oscuridad, que han afrontado todos los inconvenientes, para que los que les han sucedido en la ruda labor puedan abastecer a la República de este dulce que [...] ha puesto a contribución largos años de trabajo, mucha inteligencia, mucha energía y muchos miles de hombres arrancados a la ociosidad, a la vagancia y al vicio!.29

Esta nueva imagen buscaba redimir a los industriales de las sospechas de las que eran objeto; recuperar el honor de estos fabricantes y remarcar que sólo el trabajo honrado de décadas había hecho posible el surgimiento de la actividad azucarera en Tucumán. Con esta estrategia se perseguía influenciar sobre todo a la opinión pública del litoral, que en gran medida había sindicado a los empresarios como los responsables del encarecimiento del costo de vida y de los vaivenes de la economía.

Cuando esos industriales [azucareros] creían haberse hecho acreedores a la gratitud y aplauso de todos por su actividad, por su iniciativa, resulta que son atacados, discutidos, considerados como usurpadores, monopolizadores, casi dilapidadores del consumidor. Una parte misma de la prensa de la Capital ya ha perdido de vista la crisis, la depreciación de la moneda, el desbarajuste financiero, bancario y monetario, ya no se discute[n] las complicaciones en que está sumido el país, ya no se piden reformas para llegar algún día a la normalidad; la salvación del país, [...] depende ahora de la rebaja de algunos centavos en los vinos y azúcares".30

Por este motivo se esgrimía que la consolidación de la industria azucarera solamente había sido posible por "los esfuerzos titánicos, los sacrificios inmensos y por una lucha sin tregua"31 que se habían desplegado durante largos años. Estos "obreros del progreso" guiados por un infatigable "espíritu de empresa", habían logrado desarrollar una industria verdaderamente nacional, transformando la provincia de Tucumán en "un manantial fecundo de riqueza, libertad y civilización".32 De esta manera, se intentaba refutar la idea de que la riqueza amasada por los tucumanos era el resultado de pocos años de trabajo, sino que muchos de los capitales de algunos de los propietarios de ingenios habían sido acumulados en una etapa anterior a la del "despegue azucarero".

Es necesario saber que en aquellas regiones del norte, de Tucumán, existen industriales que vienen trabajando la tierra desde sus antepasados, desde los abuelos o los bisabuelos. Entre ese número se encuentran el señor Posse y sus hijos, que ya van perdiendo hasta el pelo de la cabeza con los devaneos que acarrea la dichosa industria azucarera. Por eso nadie debe extrañar que después de cien años de trabajos rudos y perseverantes, el honorable industrial señor Posse pueda permitirse usar una vajilla de plata en su mesa, máxime cuando en otras partes de la República vemos hoy individuos que no han trabajado jamás y que, sin embargo ostentan vajillas de oro.33

La cuestión central en debate giraba en torno al modo en el que el dinero se había obtenido. No existía una condena a la riqueza acumulada "legítimamente", es decir mediante trabajo, pero sí se reprobaba la explotación inescrupulosa de conexiones personales y políticas como un medio para acrecentar la acumulación de bienes.34

Para rebatir estos argumentos, la RA señalaba que la mayor parte de los empresarios vinculados a los negocios azucareros estaban emparentados a familias tradicionales de la provincia de Tucumán, que a la vez se habían destacado en las actividades mercantiles durante la primera mitad del siglo XIX. De esta manera su pertenencia a la élite provincial permitía refutar la imagen de los industriales como advenedizos, como recién llegados que rápidamente habían escalado posiciones en el mundo de los negocios.35 Sin embargo, esta defensa de la tradición familiar como forma de legitimar la riqueza revestía un peligro, ya que al enfatizar la pertenencia a linajes de raigambre colonial, podía contribuir a construir una semblanza del empresariado azucarero como un segmento poco activo y dinámico y que efectivamente había obtenido su fortuna en base a sus privilegios (por la posición que ocupaban dentro de la jerarquía social) y no con trabajo. Con el propósito de demostrar que el abolengo no significaba aferrarse a lo anticuado y desdeñar las innovaciones, sino que, por el contrario, obraba de trampolín para adoptar los perfeccionamientos de la ciencia que impulsaban el desarrollo industrial, el CAA recurrió a la estrategia de publicar en la RA descripciones de las fábricas azucareras, registrando las hectáreas cultivadas con caña, el sistema de riego, la cantidad de obreros que trabajaban en el ingenio, los depósitos de leña, caña y bagazo existentes, las maquinarias con las que contaban y su capacidad productiva, el número de chimeneas y el tipo de energía utilizada.36 Se perseguía, de este modo, demostrar las dimensiones de las inversiones realizadas por los industriales y que el emprendimiento azucarero constituía una actividad que se había modernizado profundamente, puesto que los métodos artesanales y arcaicos habían sido sustituidos por trapiches de hierro, centrífugas y energía eléctrica.

Si bien es cierto que la publicación del Centro reconocía que durante la década de 1890 se habían cometido excesos, estos errores no justificaban las duras críticas lanzadas contra los empresarios, ni mucho menos un cambio en el diseño de la política arancelaria. Esta idea fue retomada por los poderes públicos, en tanto el Ministro de Hacienda afirmaba que

es cierto que se han cometido errores, abusos si se quiere [...] Pueblo joven, emprendedor, lleno de ambiciones, de carácter meridional, al habla con la Europa que le ofrecía con insistencia imprudente, a la vez que los halagos de su civilización, capitales que parecían inagotables, lógico es lo que ha sucedido, porque la naturaleza humana no es impecable. La historia de la humanidad presenta siempre sus sombras y sus claridades sucesivas, períodos de locura en [los] que el hombre se embriaga en sus propias pasiones y períodos de reacción en bien de la virtud y del verdadero trabajo.37

Por lo tanto, uno de los objetivos centrales de la campaña llevada a cabo por la RA era convencer a los diputados de que cambiar las condiciones que habían permitido la consolidación de la actividad fabril era atentar no sólo contra los intereses particulares de los empresarios, sino contra los de la nación en su conjunto.

A pesar de que en los debates de 1894 el desarrollo de la agroindustria azucarera ocupó un renglón central, la denuncia de los legisladores radicales sobre la existencia de industrias artificiales que habían crecido al amparo de la protección estatal, involucraba a un amplio espectro de emprendimientos fabriles. En efecto, se escucharon muchas voces críticas acerca la performance de las industrias (no sólo de la azucarera) en la Argentina. Las impugnaciones, obviamente, señalaron a los industriales como los principales responsables del incremento del costo de vida, y presentaban a los empresarios como hombres cuyo comportamiento prebendario y especulativo buscaba en última instancia el enriquecimiento personal a costa del sacrificio de un país. En ese sentido, la Unión Industrial Argentina también participó activamente de esta suerte de "campaña" con el objetivo de presentar al industrial como un hombre de acción, con espíritu de empresa, amante del trabajo y de la patria, innovador pero al mismo tiempo respetuoso de la tradición nacional, cuya meta última era, en todo caso, civilizar el país para acercarlo a ese destino de grandeza que se presentaba como inexorable, y que no estaba muy lejos de concretarse. El propósito de esta operación, que involucraba a las revistas de las corporaciones, tenía como fin último lograr concretar distintos reclamos que el sector fabril realizaba a los poderes públicos.

La UIA, en su Boletín mensual, hizo constantes referencias a los atributos que los industriales poseían. Para ello recurrió a la presentación de historias de la industria nacional. Intentaba recuperar la labor desplegada por los nativos del país para matizar la afirmación de que la mayor parte del parque industrial argentino estaba en manos de extranjeros.

En efecto, cuando los argentinos no se consideraban aptos para otra industria que no fuera la cría de ganados, cuando se creía una utopía poder competir con las fábricas europeas hasta en los más simples artefactos, algunos hijos del país, como excepciones a la regla, confundiéndose con algunos extranjeros animosos [...] dieron comienzo a industrias que hoy son verdaderas fuente de producción y de riqueza.38

Sin embargo, se reconocía que la tarea realizada por los industriales foráneos era de suma importancia, y que justamente en la alianza con los nativos residía el potencial fabril de la Argentina.

Hasta ahora la industria nacional ha estado completamente en manos de los extranjeros y ¡quién puede dudar que con la santa unión [...] del talento argentino y del capital extranjero, tendremos por resultado una prosperidad tan grande y tan sólida que hará de la República Argentina una de las naciones más poderosas y felices: los Estados Unidos del Sur rivalizando con los del norte!.39

No obstante, eran numerosas las páginas en este Boletín dedicadas a demostrar el carácter nacional que paulatinamente iba adquiriendo la industria argentina. Para la UIA las referencias a la industria nacional cobraban un sentido diferente al que les otorgaba el CAA. Para la corporación azucarera la apelación a lo nacional buscaba resaltar las proyecciones territoriales y económicas que la actividad había alcanzado. Esta estrategia perseguía desarticular la noción de que la agroindustria azucarera era un emprendimiento esencialmente tucumano. En este sentido, el carácter nacional de la industria se contraponía a lo provincial. En el caso de la UIA, lo nacional remitía al origen los capitales y de los propietarios de las plantas fabriles. La preeminencia del elemento foráneo hacía dudoso que la industria argentina mereciera el calificativo de nacional; de esta manera, para la UIA lo nacional era entendido en contraposición a lo extranjero.40

Entre los personajes destacados que habían contribuido de manera significativa a impulsar el desarrollo de la industria nacional se mencionaban los nombres de Lauro y Bernardo Cabral, Juan Larrea, Antonio Cambaceres, los hermanos Del Carril, Tiburcio Benegas, Rufino Varela, Pedro Zambrano. Estos empresarios tenían en común el haber superado dificultades y obstáculos para conseguir la posición que en ese momento ostentaban. Esta capacidad para sobreponerse ante la adversidad era sintetizada en el concepto de "espíritu de empresa", que hacia referencia especialmente a la iniciativa, a la abnegación, a la creatividad, al amor a la patria que permitieron generar las condiciones para el progreso, y no esperar la decisión y aliento del gobierno. La laboriosidad, la inteligencia, la perseverancia, la constancia, eran las características de estos verdaderos pioneers, que gracias a su esfuerzo habían logrado implantar el progreso y la civilización en el país.41

Sobre esta semblanza de los industriales trazada por la UIA, resulta imperioso hacer dos observaciones. En primer lugar, como ha señalado Fernando Rocchi, el discurso de la Unión Industrial, desde su fundación, se montó sobre la tesis de los "industriales impotentes", es decir un conjunto de empresarios que sólo contaban con la iniciativa privada ante un Estado que no alentaba las actividades productivas.42 En este sentido, existía una visión negativa de la actividad política, asociada con el conflicto y la esterilidad. Esta percepción era, también, tributaria del corpus de ideas que había sido introducido en la década de 1880, y que consideraba a la política como escindida y opuesta a la administración. Asimismo, se sostenía que lo que había demorado el acceso de la Argentina a la senda del "Orden" y del "Progreso", era la virulencia de las luchas políticas. Ahora la "Paz" y la "Administración" venían a sustituir a la actividad política que sólo aportaba enfrentamientos e ineficacia.

Esta mirada se potenció a partir de la Revolución de 1890, puesto que la fragmentación e inestabilidad del equilibrio político, consecuencia del surgimiento de nuevos actores como la UCR y del debilitamiento del PAN, le imprimieron una importante dosis de dificultad al diseño de acuerdos. De este modo, la dispersión de las fuerzas políticas terminó por presentar a esta actividad como un obstáculo, y como una tarea que no propiciaba el desarrollo industrial. En repetidas ocasiones el Boletín hacía referencia al desinterés que los poderes públicos evidenciaban frente a la problemática fabril. En este sentido, la corporación consideraba que esta era una de las principales dificultades para lograr la consolidación de la industria. Solamente en contadas ocasiones esta cuestión penetraba en la agenda del Estado "De vez en cuando, no muy a menudo desgraciadamente, los poderes públicos suelen sacudir la indolencia crónica que los caracteriza y olvidar por un instante, siempre demasiado corto, las cosas políticas para ocuparse de cuestiones de interés general" 43

De esta forma, se consideraba a la actividad política como un freno, puesto que los gobernantes, tanto en el ámbito provincial como en el nacional, estaban más preocupados por acrecentar su capital político que por promover acciones que los empresarios juzgaban que redundarían en un beneficio de toda la sociedad. En este sentido, no sólo se consideraba necesaria una política aduanera adecuada sino también, una serie de medidas tendientes a dar mayor impulso a las industrias, entre las que se señalaba como la más urgente e importante la educación científica y técnica, con el fin de formar recursos humanos, que serían capitalizados por el país, constituyéndose en otra gran fuente de riqueza

Los gobiernos de las naciones que marchan a la cabeza de la civilización, no olvidan nunca que la industria y la agricultura dan el verdadero progreso, la verdadera prosperidad. Una mal entendida cultura social nos hacer ambicionar las ocupaciones sedentarias. [...] Debemos inculcar a nuestros hijos principios más prácticos [...] y no alentarlos a conquistar diplomas y borlas. [...] Las universidades están repletas de futuros doctores, los campos desiertos y en proyecto las usinas.44

Desde esta perspectiva, las universidades aparecían como los principales reservorios de hombres con formaciones teóricas, consideradas vanas, y con una avidez por conquistar posiciones en la administración estatal. Por lo tanto, era menester que los poderes públicos impulsaron un cambio en las prácticas sociales, que permitiera valorizar las actividades económicas, piedra basal del progreso y la civilización, y abandonar la "politiquería".

En segundo lugar, que en la larga lista confeccionada por la UIA de hombres destacados que habían colaborado con la fundación y desarrollo de la industria nacional, no figuraba ningún industrial azucarero. Una clave explicativa de esta omisión gira en torno a la regulación de la actividad azucarera. A los empresarios tucumanos les resultaba extremadamente difícil sostener el discurso de los "industriales impotentes", puesto que los gobiernos conservadores de Roca y Juárez Celman, efectivamente, habían trazado una política aduanera que constituyó un elemento decisivo para la consolidación de la actividad en la región norte del país. De ahí la necesidad de la corporación azucarera de equiparar la labor desplegada por los propietarios de ingenio con las actividades realizadas por los empresarios del litoral. El relato forjado por el CAA, otorgándoles los mismos atributos a los fabricantes de azúcar que los resaltados por la UIA, y definiéndolos como pioneers, los fundía en el conjunto de empresarios nacionales que habían contribuido significativamente a desarrollar la actividad manufacturera en la Argentina. En este sentido, a lo largo de la década de 1890 el CAA tendió a secundar las gestiones de la UIA, como una estrategia que perseguía incluir a los azucareros en un colectivo más amplio, capaz de interpelar a los poderes públicos. Desde este punto de vista, resulta relevante analizar las acciones destinadas a darle mayor visibilidad al empresariado, a fin de legitimar sus demandas ante los poderes públicos y la sociedad, como el Museo de Productos Nacionales y el Meeting Industrial.

La construcción del espacio empresarial: Museo de Productos, Meeting de la Industria y Primer Congreso Industrial Argentino

El Museo de Productos Nacionales surgió como una iniciativa del UIA. El objetivo principal era el de exponer todo "cuanto produce [el país], la riqueza minera, forestal y agropecuaria".45 Se pretendía, de esta manera, conformar un espacio en el que los productos nacionales adquirieran visibilidad para toda la sociedad, se tomara conocimiento de la capacidad productiva del país y de la calidad de los bienes terminados.

La invitación de la comisión organizadora tuvo una rápida respuesta por parte de los industriales, tanto de la capital como del interior. Prueba de ello fue que poco tiempo después de inaugurado el museo, la UIA reclamaba por un local de mayores dimensiones con el propósito de que todas las muestras enviadas pudieran ser exhibidas en igualdad de condiciones. 46

Al mismo tiempo, se señalaba que esta iniciativa había sido provechosa para todo el país, ya que la institución colaboraba de forma decidida con la difusión del conocimiento científico y técnico, a la vez que permitía al público comprobar la bondad del producto nacional y su precio inferior al similar importado. A la vez, el Museo cumplía un rol fundamental como herramienta de propaganda que contribuía a alentar y estimular el desarrollo industrial,

Los industriales se han dado cuenta de que sin molestia alguna, sin el menor gasto ni sacrificio, poseen así un medio eficacísimo de propaganda en favor de sus artículos, a parte de las ventajas generales que resultan de las visitas del público y de nuestros hombres del gobierno al museo, donde puedan apreciar en conjunto el gran desarrollo industrial argentino.47

Por otro lado, el Museo atrajo a numerosos visitantes durante su primer año de vida. Entre los más destacados podemos mencionar a los directores de 34 establecimientos educativos que concurrieron a la muestra con sus alumnos. Estas visitas eran propiciadas por el Consejo Nacional de Educación, y el objetivo de las mismas era ofrecer "una lección práctica de los objetos de la industria nacional".48 También asistieron a esta muestra miembros de la English Literay Society, y hombres de gobierno "poco antes descreídos de la capacidad de la producción nacional [...] ignorada hasta entonces".49

Además es preciso destacar que la UIA, aprovechando la vinculación que poseía con sectores financieros y de exportación, emitió una serie de catálogos descriptivos que fueron enviados a diferentes países, otorgando una amplia información sobre los productos nacionales y la calidad de los mismos. En sintonía con esto, se montó un laboratorio químico en el cual se realizaban muestras de los diferentes productos, cuyos análisis eran remitidos al extranjero y divulgados por medio del Boletín Industrial.

Pero por sobre todas las cosas la creación de este Museo buscaba modificar los hábitos de los consumidores argentinos. El Boletín denunciaba que la industria nacional no obtenía el reconocimiento que merecía, en tanto se realizaban continuas comparaciones entre los artefactos nacionales y extranjeros, resultando los productos argentinos calificados como inferiores. Esta percepción del público consumidor sobre la menor calidad de los bienes elaborados localmente obligaba a los empresarios argentinos a recurrir a la estrategia comercial de rebajar los precios para estimular su compra, o a colocarles etiquetas con rótulos extranjeros para mantener un volumen de ventas mayor. En este sentido, se afirmaba que

en un país como este, donde la industria conquistó paso a paso la posición que le señalaba el progreso, encontró en los primeros tiempos cierto desdén de parte de los rutinarios, que estaban habituados a vestirse y calzarse a la inglesa o a la francesa y a despreciar cuanto no fuese de esas procedencias.50

No obstante, se confiaba que el Museo y las distintas exposiciones constituyeran herramientas indispensables para difundir los logros de la industria nacional, y para que el consumidor advirtiera que la diferencia entre los productos locales y foráneos tenía que ver más con los usos y las costumbres que con calidades distintas.

El CAA fue una de las primeras instituciones en enviar todo el material solicitado. Sin embargo no se involucró activamente en este emprendimiento, en tanto la industria azucarera comenzaba a experimentar los síntomas de la primera crisis de sobreproducción, por lo que los esfuerzos de la corporación azucarera durante varios años estuvieron destinados a diseñar un algún tipo de acuerdo entre los industriales que permitiera detener el descenso del precio del azúcar. Hacia 1898, cuando los efectos de la crisis se habían atenuado, el CAA colaboró de forma más estrecha con la UIA. Este acercamiento entre las dos instituciones quedó plasmado en el Meeting de 1899.

Los preparativos para la realización del Congreso o Meeting Industrial comenzaron a mediados de 1898, cuando se empezó a recabar las adhesiones de todos los posibles interesados. En una carta que el comité organizador dirigió al diario tucumano "El Orden" se señalaba que el objetivo de la celebración consistía en reunir al industrial, al agricultor y al ganadero, para discutir "la defensa de sus respectivos intereses, señalar las necesidades e indicar sus remedios fijando el camino por el que consigan ver coronados sus esfuerzos los distintos gremios adscritos al Congreso".51

El presidente del Comité organizador del Congreso de la industria, Juan Videla, quien a su vez era socio del CAA por ser propietario del Ingenio El Manantial, envió una nota a éste solicitando su colaboración. La corporación aceptó la invitación y decidió dirigir un telegrama a la subcomisión de Tucumán para lograr su adhesión al Congreso Industrial, y asegurar la participación de los fabricantes, ya que el meeting se realizaría conjuntamente en Tucumán y Buenos Aires. A pesar de que la Comisión Directiva del CAA ya se había puesto en contacto con la subcomisión de Tucumán, informándole sobre la realización del evento, la Comisión Ejecutiva del Congreso, nombrada por el Consejo de Administración de la UIA, dirigió una invitación a la subcomisión del CAA en Tucumán afirmando que

ante la trascendencia de las manifestaciones de opinión que agitan a todos los gremios que componen las fuerzas vivas del país, la UIA cree que ha llegado el momento de que la industria haga conocer a los poderes públicos, cuáles son sus opiniones e intereses [...]. Desde hace algunos años, la industria nacional ha radicado en el país valiosos capitales y viene evidenciando que sus fuerzas productivas contribuyen en una medida considerable a la riqueza nacional.52

La petición de la UIA ante los poderes públicos presentaba los siguientes puntos:

• Que todas las leyes de impuesto y de aduana fueran estudiadas por el Congreso de acuerdo con las conveniencias del país y consultando a los gremios afectados para que la legislación tributaria sea concordante con la política económica nacional, ampare el trabajo y la producción y facilite el progreso y el desenvolvimiento de las diversas fuerzas involucradas.

• Que la tarifa de avalúos fueran estudiada con detenimiento y con una amplia información de la industria y del comercio; que se aplicara el derecho específico siempre que fuera posible y se garantizara la estabilidad de las tarifas por un período de tres años.

• Que se estudiara la forma de evitar la defraudación que hacía desleal la competencia al comercio y a la industria y que arruinaban al tesoro nacional. La mejora en la recaudación permitiría al gobierno disminuir los impuestos y las cargas sin afectar los servicios públicos.

• Que la política económica nacional tuviera en cuenta las conveniencias nacionales, el ejemplo y el progreso de los países productores y nuevos como el nuestro, que se respetaran los derechos adquiridos y la enorme suma de capitales y valores radicados, sin doctrinarismo extremo y sin exageradas protecciones.

• Que se tuviera en cuenta que la rápida valorización de nuestra moneda, había afectado ya la producción ganadera, agrícola e industrial, que formaban la triple columna del engrandecimiento del país y su vida y prosperidad.

• Que las reglamentaciones de los impuestos internos, fueran severas y claras, y que los contribuyentes de mayor autoridad en cada ramo fueran llamados a asesorar al gobierno en la confección de estas reglamentaciones para evitar entorpecimientos en su aplicación.53

En este petitorio quedaron condensadas y expresadas cuáles eran las cuestiones más importantes para el empresariado argentino. Entre los reclamos, uno de los puntos destacados era el que tenía que ver con el diseño de una política aduanera estable, con una duración mínima de tres años. La vigencia de un marco arancelario definido en el tiempo permitiría a los industriales hacer previsiones en sus negocios y garantizar los niveles de rentabilidad y reinversión en el mediano plazo. Las discusiones anuales en el ámbito parlamentario sobre los niveles de protección que el Estado debía asegurar a las industrias, otorgaban a la actividad fabril un alto grado de inestabilidad, volatilidad y de riesgo.

Resulta necesario destacar que en el petitorio no existió una defensa directa del proteccionismo, sino más bien moderada, puesto que no se aludió claramente al establecimiento de tarifas aduaneras altas. Se remarcaba la preferencia por barreras arancelarias para evitar la competencia desleal de la producción extranjera que afectaba la recaudación del Estado. De esta manera, la dimensión del proteccionismo integraba un campo poco específico y la bandera aglutinante fue el combate a la valorización del peso. Esta posición permitía formular solapadamente políticas proteccionistas y neutralizar la protesta de la burguesía terrateniente puesto que la depreciación de la moneda nacional hacía más rentable las producciones agrícolas.

Por otro lado, la participación de las corporaciones en el delineamiento de las políticas impositivas y aduaneras era considerada como un requisito vital para el trazado de una política económica nacional "armónica". En este sentido, la preocupación central de las asociaciones empresarias era compatibilizar los intereses fiscales del estado con las necesidades de protección del parque industrial argentino. Este reclamo buscaba institucionalizar las prácticas de lobby empresario, y, de esta manera, echar por tierra una concepción -bastante extendida- que consideraba a las gestiones industriales en la órbita de las agencias estatales como acciones oscuras y teñidas de sospechas. En efecto, se perseguía articular un nuevo espacio de diálogo para que el diseño de políticas públicas no estuviera exclusivamente sujeto al ámbito parlamentario, espacio ocupado por excelencia por los partidos políticos. De este modo, la UIA buscaba cierta despolitización de la política económica al consignar un canal alternativo de negociación que habilitara a los hombres de negocios en sus demandas al gobierno. En este aspecto, las corporaciones específicas ocupaban un lugar central. Partidos políticos y corporaciones debían trabajar articuladamente pero en ámbitos separados para trazar el bosquejo de una política industrial para la Argentina.

La importancia de esta solicitud es que a través de ella podemos dilucidar cuáles eran las preocupaciones centrales del sector empresarial argentino y en torno a qué tópicos giraban sus demandas.

El Congreso se llevó a cabo el 26 de julio de 1899. El evento adoptó la forma de una movilización pública y urbana y contó con una nota distintiva: la asistencia de obreros que constituían la gran mayoría de los asistentes. "[...] La idea (por no decir la obsesión) de los organizadores era mostrar a los trabajadores y empresarios unidos bajo una misma bandera".54 En Tucumán asumió características similares y contó con el respaldo del CAA, el Centro Comercial y plantadores de caña, pero no participaron del acto los trabajadores. Una vez concluida la manifestación, la comisión organizadora del meeting dirigió un telegrama a la UIA en el que se afirmaba que

Tucumán ha respondido dignamente, demostrando que tiene la visión de sus destinos, a la iniciativa de ese centro. Termina en estos momentos el meeting de adhesión al movimiento de opinión celebrado en esa capital, resultando una manifestación altamente significativa tanto por el número de manifestantes que fue considerable, como por la representación de éstos, entre los que hallaban los elementos directivos de la industria.55

La adhesión de la corporación azucarera al meeting puede ser entendida como parte de una maniobra de la dirección de la asociación de integrar a los azucareros a un colectivo más amplio. Estas vinculaciones corporativas resultaban fundamentales a la hora de peticionar ante las agencias estatales, ya que si las demandas planteadas por la corporación azucarera eran respaldadas o sostenidas por un conjunto de asociaciones, obtendrían mayor legitimidad para sus pedidos. Desde esta perspectiva, la colaboración de otras entidades industriales resultaba vital en la estrategia de defensa de las tarifas aduaneras trazadas por los azucareros en tanto permitía desactivar los argumentos opositores que hacían de la defensa del proteccionismo la bandera de una única actividad ubicada en Tucumán,

Ante el éxito de la jornada, se decidió que el evento se convocaría anualmente, y que se mantendrían los programas presentados ante los poderes públicos; que además fueron enviados a todos los interesados en la defensa de la industria nacional. A pesar de ello, el intento de darle al congreso cierta continuidad fracasó, ya que sólo se celebró en una ocasión más, en mayo de 1900.

La segunda edición del Congreso asumió una fisonomía distinta: no consistió en una manifestación pública destinada a difundir el lugar destacado que había conseguido la actividad industrial en la República y a reclamar a las agencias estatales políticas acordes a la importancia del sector. Se realizaron reuniones durante los días 15 y 19 de mayo en el local de la UIA para los problemas del desarrollo fabril en la Argentina. Esta actividad se combinó con la visita a distintas plantas industriales de la capital.

El congreso buscaba impulsar la reflexión acerca de las problemáticas industriales que atravesaban las distintas regiones del país; por ello se invitó a participar de las sesiones a los más distinguidos funcionarios nacionales y provinciales De esta manera, los organizadores expresaban su convencimiento de que solamente a través del estudio y del dialogo con los poderes públicos se llegaría a diseñar una verdadera política industrial:

Los hombres de gobierno, los hombres de trabajo, los capitalistas, todos tienen que saber y saber la verdad para regularizar la vida nacional de manera que esas cosas extraordinarias que nos ocurren, no sean tales, sino un régimen normalizado. [...] Esos hechos extraños de ese tumulto de progreso, es tiempo ya que la previsión los atenúe, evitando enormes perjuicios que nos producen. La vida de las sorpresas no debe continuar.56

Los principales tópicos a tratar tenían que ver con: la implementación de una política fiscal destinada a promover el desarrollo industrial, el diseño de un régimen impositivo más racional, las relaciones recíprocas entre capital y trabajo, el monto de los salarios, la reglamentación de las horas de trabajo en las fábricas, la propagación de instituciones populares de crédito y ahorro, los inconvenientes o ventajas de los monopolios instituidos para controlar la producción, la conquista de nuevos mercados extranjeros, la educación técnica, la "regeneración moral de las masas destinadas al taller", y la adaptación de los sistemas empleados en la industria internacional.57

De esta manera, para garantizar un buen desenvolvimiento de las actividades fabriles, la UIA creía fundamental realizar estudios genuinos que pudieran servir de base para el diseño y promoción de políticas públicas destinadas al sector industrial. En este sentido, la colaboración y el compromiso de las autoridades eran considerados un requisito insoslayable a fin de compatibilizar el funcionamiento de la burocracia estatal con las necesidades concretas y cotidianas de los empresarios:

Los procedimientos del estado [...] son demasiado mecánicos, rígidos y limitados para impulsar esas empresas que exigen del individuo el tacto alerta y seguro, la flexibilidad [...], la apreciación de las circunstancias, la adaptación variable de los medios al fin perseguido; la invención y la iniciativa.58

En efecto, existía el convencimiento de que la política industrial en la Argentina no podría ser una obra intuitiva. La misma debía basarse en el conocimiento más acabado posible de la realidad sobre la que se quería legislar. El crecimiento vertiginoso y espontáneo de los emprendimientos fabriles debía quedar en el pasado. La complejidad que revestía el mundo empresarial debía ser cabalmente comprendida por los poderes públicos. El desarrollo industrial no sólo dependía de tarifas aduaneras favorables, sino de políticas fiscales, labores y crediticias que permitieran a las fábricas locales competir de manera exitosa con la producción extranjera.

En el cierre del congreso se lanzó una nueva convocatoria para realizarse en el año 1902. De esta manera, se buscaba imprimirle continuidad y periodicidad a las reuniones, iniciativa que no logró concretarse. Si bien durante 1903 se impulsaron los preparativos para la nueva edición del congreso, las acciones no cristalizaron en la inauguración de una nueva jornada. El Boletín de la Unión Industrial Argentina no hizo ninguna mención acerca de los motivos que gravitaron para el abandono de los trabajos. Probablemente la emergencia de la "cuestión social" haya tenido un impacto significativo en las gestiones emprendidas por la Comisión Directiva de la UIA. Los cambios estatutarios de 1904, con la creación de las cámaras sectoriales, reflejan la necesidad de la corporación de instrumentar algún tipo de estrategia para neutralizar las constantes demandas de los trabajadores. De esta manera, cada rama de la industria negociaría salarios y condiciones labores con sus obreros. Esta opción permitía a la dirección de la UIA tomar distancia de los conflictos que las distintas fábricas asociadas experimentaban.59

En consecuencia, la "cuestión obrera" a partir de 1904 obligó a la UIA a desplazar el eje de sus preocupaciones y acciones. En este sentido, la corporación empresaria se abocó de manera decidida a impulsar medidas tendientes a contrarrestar los reclamos proletarios dejando de lado las preocupaciones por el diseño del perfil industrial de la Argentina.

Breves consideraciones finales

La crisis de 1890 contribuyó a potenciar el desarrollo de los emprendimientos industriales en la Argentina. La imposibilidad de acceder al crédito externo (que limitaba sustancialmente las posibilidades de importación) unido a tarifas arancelarias elevadas (que buscaban incrementar los recursos del Estado), constituyeron un marco favorable para la consolidación de la actividad fabril. No obstante, a lo largo de la década de 1890 se escucharon denuncias que vinculaban el florecimiento de ciertas actividades manufactureras con la corrupción "juarista". Para desarticular esas afirmaciones, el CAA y la UIA comenzaron a trazar un perfil de los empresarios y a relatar "la historia de la industria argentina". En este sentido, tanto la UIA como el CAA coincidían en los atributos que debían tener los industriales y a través de ellos procuraban configurar una imagen positiva del hombre de empresa que cimentara su capital simbólico. En el mismo sentido, el CAA perseguía introducir valores que se fundían en la misma matriz que sus similares argentinos. Así el relato de los orígenes de la industria mencionaba los obstáculos y dificultades que afrontó el emprendimiento azucarero, sólo superándose por la perseverancia y laboriosidad. El resultado merecido de este esfuerzo se cristalizaba en los beneficios generados no sólo a la provincia, sino a toda la región del norte. Con este esquema de interpretación se procuraba moldear conductas empresariales y sensibilizar a la opinión pública y especialmente a los poderes del Estado.

Ambas corporaciones asignaban al elemento empresario un rol modernizador y civilizador, cuya tarea había contribuido a instaurar el orden, la disciplina, el espíritu de trabajo e iniciativa, factores esenciales para la concreción del progreso proclamado por el gobierno. En este sentido las corporaciones se presentaban como colaboradoras eficaces del poder político.

Las asociaciones empresarias insistieron en la dimensión nacional de la industria. Para la UIA esto significaba que cada vez más argentinos se dedicaban a las actividades fabriles en las que el predominio de los extranjeros resultaba notorio. En cambio, para el CAA, la dimensión nacional tenía que ver con la proyección territorial y económica que la agroindustria había adquirido. En este sentido se señalaba los ingresos que el Estado recaudaba en concepto de aranceles, y se destacaban las grandes sumas que en calidad de impuestos la industria azucarera tributaba. Asimismo, se enfatizaban los capitales comprometidos y se señalaba que algunas de las inversiones provenían de empresarios de Buenos Aires. Con este argumento se pretendía refutar la idea de que la industria azucarera era esencialmente una industria tucumana, y útil únicamente para enriquecer a unas treinta personas. Tanto la UIA y el CAA consideraban el desarrollo industrial la vía por excelencia para alcanzar la verdadera independencia nacional. Se consideraba que la libertad política ya había sido conquistada, y que faltaba consolidar la económica, como único medio para concretar el desarrollo autónomo de la nación. Los industriales se convertían, de esta manera, en verdaderos forjadores de la independencia del país, y reclamaban al Estado su respaldo para asegurar el éxito de esta empresa.

Presentando a los empresarios como pioneers, ambas entidades los posicionaban como agentes de la modernización y del progreso, y por lo tanto reclamaban su participación, en calidad de asesores gubernamentales, en el diseño de políticas industriales.

Sin embargo, el principal propósito de esta "campaña", por lo menos en el caso de los azucareros, fue desvincular el desarrollo de la agroindustria con los turbios años del juarismo. En ese sentido se buscó remarcar la larga trayectoria de los propietarios de ingenios en el mundo de los negocios. La acusación más irritante era la que consideraba los emprendimientos industriales en Tucumán como resultado del favor político. De este modo, la principal crítica a los azucareros no se remitía solamente a su riqueza, considerada desmedida, sino al modo en que esa riqueza había sido obtenida, al afirmarse que la misma había sido lograda sin trabajo. Este retrato se oponía a la imagen "emprendedora" sostenida por el CAA. Justamente, la RA, estaba empeñada en destacar que el trabajo desarrollado por los empresarios no sólo era de naturaleza económica, sino que tenía proyecciones sociales, en tanto la industria constituía una empresa pacificadora y civilizadora que había consolidado la presencia del estado en la frontera norte del país.

De este modo, el trabajo de los industriales no podría ser reducido a simples transacciones económicas, donde las únicas variables consideradas eran los costos y los beneficios, los niveles de rentabilidad y las ganancias obtenidas, puesto que su compromiso con el desarrollo económico constituía un valor reflejado en una ética del trabajo y en la fortaleza moral.

No obstante, esta innovadora imagen que el CAA intentó proyectar de sus asociados se deterioró a partir de 1895, con los primeros síntomas de la crisis de sobreproducción. En este contexto, las estrategias empresariales y corporativas implementadas por los azucareros, (sobre todo aquellas que tenían que ver con controlar las ventas de azúcar) contribuyeron a menoscabar la representación que los industriales habían querido proyectar ante la sociedad. En este sentido, soluciones promovidas por los fabricantes de azúcar para contrarrestar la disminución del precio del producto constituyeron factores centrales para comprender la mirada que los defensores del librecambio tuvieron sobre los negocios azucareros En una coyuntura internacional en la que se debatía si el Estado debía regular o no la conformación de "cartels" y "trusts", la formación de la Unión Azucarera Argentina y la sanción de la Ley de Primas instalaron esa discusión en la Argentina y terminaron por convencer a los representantes radicales en el Congreso que el desarrollo azucarero constituía una empresa artificial forjada por hombres de negocios que se caracterizaban por un comportamiento especulativo y prebendario.

Notas

1Universidad Nacional de Tucumán - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

2El Centro Azucarero Argentino (CAA), se fundó en Buenos Aires al calor de los debates parlamentarios en torno a las tarifas aduaneras de 1894, privilegiándose esta ubicación por su cercanía a los poderes públicos nacionales. Durante el primer año de vida del CAA, la defensa de los aranceles del azúcar constituyó un aspecto central de su discurso, como así también moldeó la conducta asociativa de la entidad. La defensa del proteccionismo expresó un punto de encuentro y acuerdo entre los industriales azucareros, en tanto todos comprendían que los aranceles específicos con los que se gravaba al azúcar extranjero eran un requisito vital para asegurar la rentabilidad de la actividad. En este sentido, las prácticas de lobby, llevadas a cabo en el ámbito del Congreso de la Nación, y la política editorial, fueron dos de las estrategias utilizadas por la corporación azucarera que le permitieron gestionar ante los poderes públicos soluciones favorables ante coyunturas que amenazaron con interrumpir el desarrollo industrial azucarero. La corporación azucarera estuvo integrada por propietarios de ingenio, representantes de firmas involucradas en distintas fases de la actividad, como era el caso de Federico Portalis; productores de alcohol representados por Otto Bemberg, y personalidades destacadas del campo de la política interesadas en la industria, como Benjamín Zorrilla, primer presidente la entidad. Se entiende por lobby a aquellas acciones empresariales destinadas a ejercer influencia sobre los organismos oficiales y empresas privadas (bancarias o de transporte) destinadas a lograr legislación favorable, distintos tipos de beneficios y/o favorables condiciones de funcionamiento para sus empresas.

3 La UIA nació de la fusión del Club Industrial y del Centro Industrial ambos fundados en la década 1870. El primero agrupaba a los artesanos y pequeños productores, mientras que el segundo nucleaba a los productores agropecuarios y al sector de importación. La expansión económica experimentada a lo largo de la década de 1880, que había posibilitado el crecimiento del sector industrial, diluyó las diferencias entre ambas entidades que resolvieron aunar esfuerzos para consolidar el desarrollo de la actividad. De este modo, integraron la asociación, propietarios de talleres y fábricas, comerciantes vinculados a la importación y hombres de negocios relacionados con los negocios financieros.

4 A. G. Ford, "La Argentina y la crisis de Baring de 1890", en Marcos Giménez Zapiola (comp.). El Régimen Oligárquico. Materiales para el estudio de la realidad argentina (hasta 1930). Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1975;         [ Links ] Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde, La República Conservadora. Buenos Aires: Hyspamerica, 1986.         [ Links ] Para un análisis sobre los factores internos y externos que incidieron en el desarrollo industrial Argentino, véase Yovanna Pineda, Industrial Development in a frontier economy. The industrialization in Argentina, 1890-1930, Stanford, Stanford University Press, 2009.         [ Links ]

5 El partido gobernante en la Argentina desde 1880 hasta 1916 fue el Partido Autonomista Nacional (PAN) liderado por Julio Argentino Roca y Carlos Pellegrini. El PAN constituía una fuerza política inorgánica basada en la capacidad de diseñar acuerdos y tejer alianzas con las elites dirigentes de las provincias. A partir de 1890 irrumpió en la escena pública argentina la Unión Cívica Radical, partido que buscaba desplazar al PAN del poder y poner fin a las prácticas políticas inauguradas en 1880. Capitaneado por Leandro Alem, el radicalismo cuestionó, además, la política económica implementada por los gobiernos conservadores, y objetó de manera decidida el proteccionismo hacia actividades agroindustriales destinadas al mercado interno (como la azucarera), defendiendo los intereses de los consumidores de los grandes centros urbanos.

6 David Rock, La construcción del Estado y los movimientos políticos en la Argentina, 1860-1916, Buenos Aires, Prometeo libros, 2006, p. 207.         [ Links ]

7 Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde, La República conservadora..., p.84.

8 Paul Lewis, La crisis del capitalismo argentino. Buenos Aires, FCE 1993, p.57.         [ Links ]

9De acuerdo a Donna Guy la crisis de 1890 constituyó el primer obstáculo que debieron superar los industriales azucareros. La necesidad del presidente Pellegrini de obtener una recaudación más abultada para hacer frente a los pagos de la deuda, obligó a rediseñar el sistema tributario. En este sentido, se enviaron una serie de proyectos al Congreso que perseguían aumentar el valor de las patentes, el papel sellado así como también el de los aranceles aduaneros. Asimismo se establecían dos impuestos nuevos: algunos gravaban la producción de consumo local y otros los artículos que eran consumidos en el exterior. La industria azucarera se convirtió en una de las principales tributarias al estado, ya que no sólo contribuía con impuestos indirectamente mediante los subproductos del alcohol, sino que también se buscaba que pagara un gravamen directo. En 1892 se libró en el Congreso una .batalla impositiva., en la que los políticos tucumanos y productores azucareros revelaron una estrategia que se mostró exitosa: aceptaron mayores impuestos al alcohol a cambio de eximir al azúcar de pagar impuestos directos. Esta presión fiscal del estado nacional era compensada por el diseño de una política aduanera de corte proteccionista que aseguraba a los azucareros el monopolio del mercado interno. Donna Guy, Política Azucarera Argentina: Tucumán y la generación del 80, Tucumán, Fundación Banco Comercial del Norte, 1981, pp. 88-94.         [ Links ]

10 Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República Verdadera (1880- 1910), Buenos Aires, Ariel, 1997, p.72 (Biblioteca del Pensamiento Argentino, t. III).         [ Links ]

11 Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde, La República conservadora..., p.99.

12 Roy Hora, "Terratenientes, empresarios industriales y crecimiento industrial en la Argentina: los estancieros y el debate sobre el proteccionismo (1890-1914)", Desarrollo Económico, vol. 40, Nº 159, Buenos Aires, 2000.         [ Links ]

13 María Celia Bravo, "Las representaciones en torno a la industria y el proteccionismo en la Argentina. La cuestión azucarera en la década de 1920", mimeo, p.2.         [ Links ]

14 Revista Azucarera (en adelante RA), número 6, octubre de 1894, p. 273.

15 Pablo Gerchunoff, Fernando Rocchi y Gastón Rossi, Desorden y Progreso. Las crisis económicas argentinas, 1870-1895, Buenos Aires, Edhasa, 2008, p. 82.         [ Links ] "La ley de bancos garantidos trataba de imitar la legislación bancaria norteamericana de 1867, permitiendo la libre emisión monetaria para las casas que se acogieran a unas ciertas condiciones. Estas instituciones debían tener un capital mínimo de 250.000 pesos y no emitir más allá del 90% del capital suscrito. Debían comprar el equivalente a su emisión monetaria en bonos del gobierno al 4,5 % de interés más 1% de comisión, emitido al efecto. La compra debía efectuarse en oro, que se depositaría en la Oficina de Inspección de los Banco Garantidos, para que sirviera como respaldo a las distintas emisiones". Véase José Antonio Sánchez Román, "Tucumán y la industria azucarera ante la crisis de 1890", en Desarrollo Económico, Vol. 41 número 163, 2001, p. 469.         [ Links ]

16 Carlos Marichal, Historia de la deuda externa de América Latina, Madrid, Alianza Editorial, 1992.         [ Links ]

17 José Antonio Sánchez Román, La Dulce Crisis: estado, empresarios e industria azucarera en Tucumán, Argentina (1853-1914), Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-americanos, Diputación de Sevilla, Universidad de Sevilla, 2005, p. 469.         [ Links ]

18 RA, Número 6, octubre de 1894, p.277.

19 RA, Número 8, diciembre de 1894, p.20.

20 Juan Balestra, El Noventa. Buenos Aires, Hyspamerica, 1986, p.12        [ Links ]

21 RA, número 5, septiembre de 1894, p. 202. Del Buenos Aires Handels Zeitung.

22 RA, número 6, octubre de 1894, p. 300.

23 Como señalan Botana y Gallo, "la severidad de la crisis económica introdujo cambios significativos en el discurso oficial. El lenguaje del "progresismo económico" fue reemplazado por una retórica donde las palabras habituales eran el sacrifico y la austeridad". Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República Verdadera (1880- 1910), Buenos Aires, Biblioteca del Pensamiento Argentino, t. .III, Ariel, 1997, p.71. Esta mutación discursiva se correspondía con una serie de medidas implementadas desde los poderes públicos nacionales tendientes a fortalecer las arcas del Estado y por las cuales las actividades productivas vieron incrementada su carga impositiva. Por otra parte, esta retórica de la mesura y la prudencia hizo carne en los miembros del partido radical, que exigieron a los industriales azucareros mayor cautela en las inversiones que realizaban en sus fábricas y una moderación en su estilo de vida.

24 BUIA, número 329, marzo de 1896, p. 16.

25 La necesidad de remarcar trayectorias que no habían sido salpicadas por la corrupción del juarismo, no sólo rozaba a los empresarios, sino también a la clase política. "Con la crisis económica y financiera de 1890, la honradez como antítesis de la apropiación privada de los. La caída dineros y tierras estatales fue un plus que los candidatos invocaban para diferenciarse del juarismo del presidente Juárez Celman como consecuencia precisamente de la crisis de 1890, revitalizó la retórica de la honradez y de la lucha contra la corrupción hasta tal punto que la convirtió en referencia insoslayable para todos los políticos". Véase: Sandra Gayol, "Calumnias, rumores e impresos: las solicitadas en La Prensa y La Nación a fines del siglo XIX", en Lila Caimari (comp.), La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (1870-1940). Buenos Aires: FCE, 2007, pp.85-85        [ Links ]

26 RA, número 1, mayo de 1894, p. 26.

27 RA, número 3, julio de 1894, p. 102.

28 "Esta industria [la azucarera] que se lleva la savia de nuestra existencia, esta industria que devora hasta nuestros propios hijos, esta industria formada por los sacrificios y las lágrimas de tres generaciones, esta industria, en fin, que debiera constituir el orgullo de todo argentino, porque requiere inteligencia, energía, perseverancia, es decir, las grandes condiciones que enaltecen a los pueblos, es hoy, [...] deprimida hasta presentarla ante extraños y propios como la inicua explotación de unos pocos afortunados". (RA, número 4, agosto de 1894, pp. 160-161; RA, Número 5, septiembre de 1894, p. 222.

29 RA, número 8, diciembre de 1894, p. 37.

30 RA, número 4, agosto de 1894, p. 166.

31 RA, número 4, agosto de 1894, p. 166.

32 RA, número 4, agosto de 1894, p. 166.

33 RA, numero 8, diciembre de 1894, p. 21.

34 Uno de los objetivos centrales de la publicación azucarera era refutar la idea de que la riqueza de los propietarios de ingenio había sido adquirida de manera ilícita. En este sentido argumentaba que "El enriquecimiento de los industriales, si fuese efectivo, no sería reprochable, pues nada más legítimo y plausible que las fortunas debidas a los esfuerzos e iniciativas individuales, al trabajo y a la aplicación: también se han enriquecido alguna vez otros industriales, los exportadores de lanas o carnes, los productores de trigo, algunos comerciantes y, lo que es lo peor, algunos especuladores de Bolsa, sin que a nadie se le haya ocurrido protestar. Pero sucede que la mayor parte de los propietarios de ingenios niegan ese enriquecimiento [...]. Como una prueba del enriquecimiento de los industriales, se arguye también que se trata de una industria nueva que ha adquirido en poco tiempo extraordinario desarrollo. Que la industria sea nueva no es cierto, aquí se hace remontar la siglo pasado la fabricación del azúcar en pequeña escala y con elementos primitivos, y algunos ingenios tienen más de medio siglo de existencia" (RA, Número 4, agosto de 1894, pp.183-185)

35 Las constantes referencias a los industriales como emparentados con las familias más tradicionales de la provincia puede advertirse claramente en los obituarios publicados en la RA. Véase el número 20, p. 974; número 53, p.285; número 70, p. 29; número 73, p. 113-115. Asimismo, encontramos a lo largo de las páginas de esa publicación reseñas en torno a la industria azucarera que relatan la historia de la actividad "desde sus modestos comienzos, hasta su estado de prosperidad y desarrollo actual; [mostrando] cual ha sido la gigantesca labor de dos generaciones para llegar al grado de perfeccionamiento que hoy admiran nuestros huéspedes, debiéndose todo a la iniciativa particular, al esfuerzo de unas cuantas familias que pusieron sus riquezas heredadas para fomentar una industria de tan extraordinarios productos" (número 4, agosto de 1894, p.156). Por otra parte, empresarios foráneos como Clodomiro Hileret, señalaba que "Puede ser, que algunos se hayan enriquecido, seria en todo caso yo uno de ellos, pues soy no de los que tienen más hierros. Es lo único que poseemos hasta ahora. Más, si se supiera a coste de que sacrificios, de desvelos continuos en quince años de labor no interrumpida, se ha podido llegar a hacer lo que hemos hecho, lo que somos, considerados como ricos, se nos tendría lástima y no envidia" (RA, número 4, agosto de 1894, p. 158).

36 RA, número 4, agosto de 1894 pp. 151-162; ibid., número 5, septiembre de 1894 pp. 206- 208, pp. 210-220.

37 RA, número 4, agosto de 1894, p. 168.

38 Boletín de la Unión Industrial Argentina (en adelante BUIA), número 316, febrero 1995, p. 1.

39 BUIA, número 341, abril 1897, p. 2.

40 Los diferentes sentidos otorgados a lo nacional pueden ser entendidos como parte de estrategias diferentes implementadas por ambas corporaciones industriales, que lógicamente perseguían objetivos disímiles. Como señala José Antonio Sánchez Román, la industria azucarera era, para la década de 1890, una actividad consolidada que ocupaba el tercer lugar (de acuerdo al censo de 1895) en capital fijo invertido, en tanto las manufacturas localizadas en Buenos Aires todavía se encontraban en una fase inicial desarrollo. Otra diferencia sustancial, tenía que ver con la anatomía de los asociados de ambas instituciones, mientras los industriales azucareros configuraban un grupo bastante compacto, reducido y homogéneo; los empresarios nucleados en la UIA constituían un segmento heterogéneo, puesto que integraban la asociación propietarios de pequeños talleres, importadores, hombres de negocios vinculados al mundo de las finanzas. Esta diversidad de la base material se reflejaba en una tendencia de la UIA a la dispersión sectorial de esfuerzos, en cuanto a las demandas legislación de promoción industrial se refiere, lo que no ocurría con los azucareros. Para un análisis completo véase José Antonio Sánchez Román, "Industriales de Buenos Aires e industriales del interior. Los manufactureros y los industriales azucareros tucumanos a finales del siglo XIX y principios del XX", en Revista Complutense de Historia de América, número 27, 2001, pp.191-217        [ Links ]

41 BUIA, número 316, febrero 1895, p. 1; ibid., número 336, noviembre 1896, pp. 4-9.

42 Fernando Rocchi, Chimneys in the desert industrialization in Argentina during the export boom years, 1870-1930, California, Stanford University Press, 2006, p.5.         [ Links ] Como destaca Rocchi, esta visión cultivada por la corporación empresaria ha tenido un enorme impacto en la historiografía sobre el desarrollo industrial en la Argentina, ya que para explicar la debilidad de los industriales, la burguesía o empresariado antes del decenio de 1930, se señaló que su carácter de propietarios de pequeños talleres y su condición de inmigrantes les vedaba la vía de la participación política. Por lo tanto, se dificultaban las prácticas de lobby para conseguir algún tipo de beneficios como la protección arancelaria, exención impositiva, facilidades de crédito, etc. Las interpretaciones de Gino Germani y Torcuato Di Tella en esa dirección ejemplifican claramente la consolidación de esta visión en el campo académico. (Véase Gino Germani y Torcuato Di Tella, Argentina: Sociedad de masas, Buenos Aires, Eudeba, 1965.         [ Links ]

43 BUIA, número 347, septiembre de 1895, p. 1.

44 BUIA número 349, diciembre de 1897, p. 3-4.

45 BUIA, número 316, febrero 1895. p. 9.

46 BUIA. número 329, marzo 1896. p. 7

47 BUIA, número 329, marzo 1896. p. 7

48 BUIA, número 329, marzo de 1896, p. 8.

49 BUIA, número 329, marzo de 1896, p. 7.

50 BUIA, número 350, enero de 1898, p. 14.

51 Diario El Orden, San Miguel de Tucumán, 30 de octubre de 1894.

52 Diario El Orden, San Miguel de Tucumán, 17 de julio de 1899.

53 Diario El Orden, San Miguel de Tucumán, 28 de junio de 1899.

54 Fernando Rocchi, "Un largo camino a casa: empresarios, trabajadores e identidad industrial en Argentina, 1880-1930", en Juan Suriano, La Cuestión Social en Argentina, 1870-1943, Buenos Aires, editorial La Colmena, 2000, p.171.         [ Links ]

55 Diario El Orden, San Miguel de Tucumán, 26 de julio de 1899

56 BUIA, Número 378, junio de 1900, p. 2.

57 BUIA, Número 378, junio de 1900, p. 5.

58 BUIA, Número 378, junio de 1900, p. 5.

59 Schvarzer, Jorge, Empresarios del Pasado. La Unión Industrial Argentina, Buenos Aires, Cisea/ Imago Mundi, 1991.         [ Links ]

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