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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

Print version ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.35-36 Buenos Aires Feb./June 2012

 

RESEÑAS

Fabio Wasserman, Juan José Castelli. De súbdito de la corona a líder revolucionario, Buenos Aires, Edhasa, 2011, 254 páginas

Pablo Ortemberg

CONICET, Universidad de Buenos Aires

No hay revolucionarios sin revolución, ni revolución sin revolucionarios. Esa es la idea que Wasserman expone al comienzo del libro mediante un doble epígrafe (de Juan B. Alberdi y Andrés Rivera) y que sintetiza el espíritu de la colección de "Biografías argentinas", dirigida por Gustavo Paz y Juan Suriano: recuperar el protagonismo del actor y a su vez exponer los condicionamientos impuestos por la época en que le tocó vivir. La apuesta al género biográfico augura buena acogida en un campo historiográfico que desde hace algunos años y desde muy disímiles corrientes pone de relieve la agency del sujeto en la historia. El otro objetivo de las varias biografías que la colección anuncia, y que este libro sobre la vida de Juan José Castelli logra magistralmente, es producir textos de "alta divulgación", es decir, libros destinados a un público no profesional, sino medianamente familiarizado con la lectura de trabajos históricos. Juan José Castelli. De súbdito de la Corona a líder revolucionario es un nuevo ejemplo de que la investigación académica, rigurosa en términos metodológicos y bibliográficamente actualizada, no está reñida con el formato impuesto por la divulgación: prosa fluida y clara, reducción al mínimo del aparato de citas (en este caso, aparecen en promedio apenas diez referencias por capítulo) y una bibliografía final ajustada. Ciertamente, el género biográfico colabora en la sencillez de la estructura del libro, vertebrada de acuerdo a un prístino orden cronológico que recorre el arco vital del personaje (Buenos Aires, 1764-1812). En este caso, el corte de los trece capítulos y subcapítulos se establece de acuerdo con hitos significativos de la vida de Castelli, en los que por momentos se agranda la lente para esclarecer la complejidad de los contextos (local, regional, continental y atlántico) y por momentos se cierra en el acontecimiento biográfico inmediato, así como en la narración también se acelera y ralentiza el tiempo. Hacia el final del libro, en el fragor bélico que tuvo a Castelli como protagonista y en medio del precipitado ritmo de la política revolucionaria, los capítulos abarcan tiempos progresivamente más cortos, siendo crucial por momentos contemplar el día a día en varios lugares de un modo simultáneo para comprender la acción de los hombres y la realidad de una sociedad que atravesaba cambios tan vertiginosos como irreversibles. Wasserman logra con maestría conducir a buen puerto este equilibrio hermenéutico. Por supuesto, en el criterio para ampliar o reducir la escala de observación, tanto geográfica como temporal, no deja de imponer sus condicionamientos el conjunto de información y fuentes disponibles. En este punto, el autor se nutre fructuosamente de la historiografía especializada de los últimos años producida en nuestro país y en el extranjero, así como de los trabajos más tradicionales de enfoque monográfico aparecidos en infinidad de boletines y revistas a lo largo del siglo XX. La colección documental Biblioteca de Mayo (diecinueve tomos) resulta una gran cantera de fuentes –memorias, crónicas, juicios, periódicos, cartas, partes oficiales, etc.– de la que Wasserman saca lúcido provecho, junto con otros compendios, como La Revolución de Mayo a través de los impresos de la época y los dos tomos del Archivo General de la República Argentina.

El propósito central del libro –explícito desde el subtítulo– es restituir, evitando todo anacronismo, el proceso por el cual un "súbdito de la corona" se convierte en "líder revolucionario". En este afán, la elección de Juan José Castelli se debe a su lugar excepcional, breve e intenso, que permite observar cómo los actores experimentaron desde su esfera de acción y marco de representaciones el desmoronamiento del orden monárquico Borbón y visualizaron, a partir de una cambiante amalgama de nuevos y viejos valores, la construcción de inéditas formas de ejercicio y concepción del poder que implicaron la reinvención de la comunidad política. Predomina por ello y también a causa de la poca documentación existente sobre su vida íntima un retrato social y político de Castelli antes que emocional y privado (muchas anécdotas sobre su comportamiento son producto del rumor). Asimismo, la elección de este personaje se debe a la escasez de estudios que se le han dedicado, salvo la ineludible biografía de Julio César Cháves, la cual, señala Wasserman, resultó de gran utilidad para el trabajo, a pesar de los anacronismos que presenta. Éstos tienen que ver con el hecho, según el autor, de atribuirle al Castelli de un momento las ideas o "protoideas" revolucionarias del Castelli de otro momento posterior. La meticulosidad de Wasserman en evitar los anacronismos, ardua gimnasia de todo buen historiador, ya se refleja con excelencia en sus investigaciones anteriores sobre culturas y lenguajes políticos del siglo XIX latinoamericano. De este modo, el autor consigue eludir tanto el doble sesgo teleológico y hagiográfico habitual en las biografías de "próceres nacionales", al menos las confeccionadas en décadas pasadas, como el tradicional anacronismo historiográfico que confina la dinámica geográfica, política e intelectual de los procesos y el radio de redes de influencias de los actores dentro de un marco nacional que, tal como ha insistido en ello una importante línea de trabajos de José Carlos Chiaramonte, no existía en momentos de las guerras de revolución.

El capítulo uno recorre la infancia y educación de Castelli (1764- 1787) en sus estancias en su Buenos Aires natal, Córdoba y en la afamada Universidad de San Francisco Xavier en Chuquisaca (actual Sucre). Caracteriza los valores, dinámicas internas y actividades económicas, culturales y políticas de la sociedad porteña de mediados de siglo XVIII. Por entonces, Buenos Aires era una sociedad de castas pero con canales relativamente abiertos para los comerciantes de origen extranjero. Castelli nació en el seno de una familia acomodada, hijo de un médico veneciano. Era primo por línea materna de Manuel Belgrano, quien luego también sería abogado y más tarde otra figura importantísima del proceso revolucionario por entonces aún inimaginable. Los padres de Castelli decidieron sacar a su hijo del Real Colegio de San Carlos y enviarlo a la Real Universidad de Córdoba y Tucumán para que estudiara teología y filosofía, institución conocida por su estricta disciplina. Allí entabló contacto con jóvenes oriundos de otras ciudades del virreinato, como Saturnino Rodríguez Peña, Juan José Paso, los hermanos Pedro y Mariano Moreno, y el paraguayo José Gaspar de Francia, entre otros. Sin embargo, su experiencia determinante, por más que al cabo de un año hubiera regresado a Buenos Aires, fue su paso por la Universidad de Chuquisaca luego de que abandonara el destino sacerdotal y escogiera la abogacía.

El capítulo dos se adentra en su labor como joven abogado entusiasmado con los vientos ilustrados de transformación que ofrecían los borbones finiseculares. Castelli se ocupó con habilidad de casos particulares, adquiriendo cierto prestigio como abogado, a la par que sus servicios fueron requeridos por distintas instancias de la administración, como por ejemplo, el Consulado, una institución recientemente creada en la que participó como suplente de su primo. A pesar del optimismo por la modernización impulsada por los borbones, Castelli y buena parte de los criollos empezaban a percibir las restricciones impuestas a los americanos para participar de la nueva administración civil y eclesiástica. En este sentido, el autor da cuenta de estas tensiones del orden colonial.

En el capítulo tres, el tiempo histórico comienza a acelerarse sensiblemente (comprende 1806-1808), y el contexto internacional aparece como gran condicionante debido a las cambiantes alianzas entre España, Francia, Inglaterra y Portugal, junto con los efectos de las invasiones inglesas en el ámbito local. Wasserman analiza las limitaciones documentales para dar cuenta cabal del surgimiento de lo que algunos historiadores denominaron "Partido de la Independencia". El autor advierte sobre "la cambiante situación política que llevó a ensayar muy diversas tentativas, razón por la cual parece infructuoso buscar un sector que haya mantenido una línea de acción precisa y coherente a lo largo del tiempo" (p. 51).

El capítulo cuatro (1808-1809) examina los pormenores de la crisis del orden colonial en el Río de la Plata, comprendiendo el inicio del juntismo desencadenado por la invasión napoleónica en la península y los vínculos de Castelli con el carlotismo, una apuesta política que en diferentes momentos y según los actores involucrados connotaría proyectos distintos. Pero nadie imaginaba entonces los sucesos que sobrevendrían al año siguiente, ni siquiera al mes siguiente. De hecho, Castelli, quien participaba de las reuniones en la jabonería de Vieytes donde se empezaba a estudiar la posibilidad de un gobierno propio –fiel al cautivo Fernando VII–, habría sido en ocasiones convocado como asesor por el virrey Cisneros. Wasserman consigue así recrear el clima de desorientación política ante acontecimientos inéditos junto con los deseos de reformas que embargaban a buena parte de la sociedad letrada.

El capítulo cinco (enero a mayo de 1810) examina día a día los posicionamientos políticos ante las noticias llegadas de la metrópoli y de otras partes del virreinato. El cabildo abierto del 22 de mayo marcó un antes y un después en la vida de Castelli, dando el salto de abogado prestigioso y prudente reformista a "orador de la revolución". El capítulo seis (mayo a septiembre de 1810) recorre los primeros pasos de la revolución, la cual, como remarcó Marcela Ternavasio, debía gobernarse a sí misma y a la vez conducir una guerra. Una guerra civil contra los contrarrevolucionarios en cuyo desarrollo se irían definiendo/mutando poco a poco las identidades y justificaciones de los dos bandos. Como vocal de la Junta y activo participante de reuniones políticas, la vida de Castelli pasó a estar absorbida completamente por la política, convirtiéndose en uno de los líderes de la revolución y promotores de su radicalización (el fusilamiento de Liniers es otro de los hitos que resalta la historiografía). Al igual que su primo, tuvo que asumir la dirección de fuerzas militares, de manera que el capítulo siete (septiembre a noviembre de 1810) examina este paso "de la revolución a la guerra". En tanto jefe político del ejército auxiliar, además de la misión de alcanzar la victoria en el campo de batalla, tenía amplias facultades representativas en nombre de la Junta para procurar la imprescindible adhesión de los pueblos del norte del virreinato. Resultan fascinantes los desafíos políticos, militares y sociales que tuvo que enfrentar el representante porteño en su paso por Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, hasta llegar al Alto Perú –Potosí y Chuquisaca–, cuya ocupación es tratada en el capítulo ocho (diciembre de 1810 a febrero de 1811).

El capítulo nueve ahonda en los cambios políticos en Buenos Aires y la forma en que repercuten en las relaciones con Castelli, además de continuar examinando las alianzas y tensiones en las que se vio involucrado en el Alto Perú. Esto último es profundizado magistralmente en el capítulo diez, "Cartas, rumores y conjuras (abril a junio de 1811)", donde se posa una mirada muy atenta a los papeles y discursos, públicos y secretos, que circulaban en todas direcciones. En el capítulo once, dedicado a la política de Castelli para con los indios, puede advertirse la influencia de actuales "estudios históricos y antropológicos que se interesan en dilucidar el accionar de los pueblos indios teniendo presente cuál era su propia visión o, mejor dicho, sus visiones" (p. 192). El capítulo doce refiere en detalle a la derrota de Guaqui y sus consecuencias (junio a septiembre de 1811), que marca tanto la pérdida del Alto Perú como el "el fin del representante". El último capítulo (diciembre de 1811 a octubre de 1812) analiza minuciosamente los postreros meses de Castelli, cuando debe enfrentar un juicio que hoy calificaríamos de "kafkiano" por sus ambigüedades y morosidades, mientras su hija lo decepciona por querer casarse con un saavedrista y, lo más terrible, un cáncer de lengua convierte en un martirio sus últimos días en la ciudad que lo vio nacer.

En una entrevista concedida hace unos años, Tulio Halperin Donghi afirmó que la "biografía es la historia sin sus problemas". En todo caso, esta biografía de Castelli, resultado de años de trabajo, se muestra como un excelente aporte no sólo por el uso de múltiples fuentes y bibliografía actualizada, sino también por conseguir hacer presente en el flujo de la narración muchos de los problemas a los que buena parte de esa bibliografía especializada –entre las que se cuentan las propias investigaciones de Wasserman– consagra sus análisis y orienta sus interrogantes.

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