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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versão impressa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.37 Buenos Aires jul./dez. 2012

 

RESEÑAS

Lila Caimari, Mientras la ciudad Duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 1920-1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, 256 páginas.

Juan Manuel Romero

Universidad de Buenos Aires / Universidad de San Andrés

En Mientras la ciudad Duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 1920-1945, la historiadora Lila Caimari recupera algunos temas de su agenda de investigación para presentarlos desde una nueva perspectiva. El libro, según la autora reconoce, nació de un camino lateral tomado en el curso de otras indagaciones sobre la cuestión del crimen en la argentina, un campo de estudios cuyo desarrollo en los últimos años debe mucho a sus anteriores esfuerzos. Sin embargo, Mientras la ciudad duerme... es más que un aporte a esa literatura especializada, ya que se sitúa en el cruce de otras zonas de interés como la historia urbana, la historia de la prensa y las más amplias preocupaciones por la cultura popular. Estas dimensiones son articuladas por Caimari a partir de la pregunta por el tema del orden en la Buenos Aires de entreguerras. El proceso modernizador que atraviesa la ciudad en esos años tiene manifestaciones diversas que la historiografía de las últimas décadas ha puesto de relieve; el mundo del crimen no es ajeno a estos cambios y sus características se transforman ofreciendo las pistas que la historiadora recoge para interrogar a partir de ellas a la sociedad de la que emergen.

Mientras la ciudad duerme... es una historia cultural de las prácticas y las representaciones asociadas al delito y a los intentos de ordenar una ciudad en constante movimiento. Está compuesto por seis capítulos organizados temáticamente a partir de problemas que, si bien pueden leerse con relativa autonomía, es posible dividir en dos grupos. Mientras el capítulo 1 y el 2 señalan las novedades materiales y simbólicas asociadas al delito en la época de entreguerras, los cuatro capítulos siguientes trabajan distintos filones del tema del orden urbano en la década del treinta, explorando los vínculos -estrechos y en tensión- entre la policía, los imaginarios del delito, y la cultura popular.

El primer capítulo, "Pistoleros", aborda los cambios en las prácticas criminales en la ciudad de Buenos Aires. Las estadísticas ofrecen una imagen ambivalente de la intensificación de la violencia en el espacio público en los años de entreguerras, pero detrás de ellas, lo que la autora encuentra es en realidad una transformación sustantiva de orden cualitativo. El "nuevo crimen" aparece entonces en relación con la notable modernización tecnológica que funciona como el motor de los cambios en el delito. Esa modernización se materializa en la popularización de dos artefactos: los automóviles y las armas de fuego. Escritores y cronistas hacen visible el modo en que la presencia de los automóviles modifica la experiencia de la ciudad, pero su uso afecta también las prácticas delictivas que adquieren ahora una velocidad inédita y niveles de organización colectiva que eran antes imposibles, ampliando el radio de acción de los criminales. Las armas automáticas también constituyen un nuevo objeto de consumo masivo, como revelan las numerosas publicidades en las revistas populares y la prensa de esos años, que Caimari destaca. Su difusión entre amplias capas de población masculina modifica la escala de violencia de las acciones delictivas y genera también el desplazamiento en las representaciones e imágenes del delincuente: la emergencia de la figura prototípica del pistolero aparece como resultado de esos cambios materiales y de sus consecuencias en el orden simbólico.

En el segundo capítulo, "Lenguajes del delito", la historiadora aborda decididamente ese plano a través del análisis de la crónica policial. Según propone, también los recursos narrativos utilizados en los medios gráficos -revistas como Caras y caretas, Ahora, o el popular diario Crítica- son parte en entreguerras del impulso modernizador. En tiempos en los que la industria de entretenimientos se expande en una escala inédita, la reconstrucción fotográfica de los delitos, ubicada en una difusa frontera entre realidad y ficción, es tributaria de la espectacular influencia que ejerce el imaginario cinematográfico de Hollywood. El cine de gangsters suministra así estereotipos y modelos sociales con gran capacidad de arraigo en la nueva cultura de masas de la ciudad. En el argumento de Caimari, los cambios no son solo formales: señalan también un desplazamiento en las preguntas que inspiran tanto a periodistas como a policías en sus investigaciones. Los postulados cientificistas de la criminología de fin de siglo, donde el interrogante principal era por qué había actuado el criminal, pierden vigencia en tiempos en que la espectacularidad de la performance delictiva y la pregunta por el cómo ocupan el centro de la escena. Los célebres secuestros de los años treinta -Favelukes, Ayerza- revelan además el enorme impacto emotivo que las nuevas modalidades del crimen son capaces de ejercer en el ánimo de la sociedad.

"La ciudad y el orden", "Detectar el desorden", y "Los lugares del desorden", son los ensayos centrales del libro. En ellos Caimari establece un diálogo con las propuestas historiográficas que estabilizaron las imágenes disponibles sobre la década del treinta. Las versiones más tradicionales de la "década infame", construidas desde el peronismo pero reafirmadas luego por una nutrida literatura, fueron horadadas por la aparición de miradas más optimistas. En éstas adquirieron mayor relevancia las líneas de continuidad de los procesos sociales iniciados con el impulso de crecimiento de la década anterior. Si bien la autora suscribe el marco general de esas hipótesis, el cuadro que surge de su investigación permite matizar algunas de las convicciones asociadas a ellas. Es que, sugiere Caimari, las expectativas y percepciones de los actores frente a un orden social que se ha vuelto inestable y exhibe los límites de las promesas de bienestar, no se acoplan necesariamente bien a las perspectivas panorámicas que sobre el período nos ofrece, por ejemplo, la historiografía económica.

No es la más conocida historia de la policía "brava" de esos años la que convoca la mayor atención de la autora. Aparecen aquí, por supuesto, la Sección Especial creada para perseguir al comunismo, sus protagonistas, y sus infames innovaciones procedimentales. Pero Caimari elige concentrarse menos en la historia institucional y sus vaivenes que en el modo en que se tramitan los complejos vínculos de dicha institución con el Estado y la sociedad. La mirada al ras, entonces, en la mejor tradición de la historia social, ofrece un cuadro en el que parecen destacarse sobre todo las dificultades que encuentra la policía para vigilar con eficacia el espacio público. Funcionando en el marco de un régimen jurídico difuso, y con evidentes dificultades materiales, la institución responde mal a las demandas de orden que emergen de la sociedad -como en ocasión de la Gran Colecta por la Seguridad Pública que reseña la autora-. Se moderniza, por cierto, incorporando la radio y los patrulleros, pero permanece a la zaga de los cambios que tienen lugar en un espacio urbano cuyos mismos límites se ven transformados. Buena parte de los esfuerzos de la policía se orientan así a estabilizar imágenes y representaciones de la institución que destaquen su capacidad de acción y que jerarquicen sus funciones. Entre otras iniciativas, Caimari señala especialmente la pretensión deliberada de ampliar la brecha que distingue a los miembros de la policía de una sociedad en la que no suelen ocupar un lugar de privilegio.

Los vínculos entre policía y sociedad resultan así complejos y ambivalentes. El último ensayo, que lleva por nombre el título del libro, reflexiona sobre esta cuestión. Caimari revisa un conjunto de publicaciones institucionales para constatar la existencia de una "cultura policial", cuyas notas dominantes no son distintas a las de los géneros populares de la época, que se expanden a través de la radio y la literatura barata. En él se hace evidente, además, el potencial del programa de investigación de la autora: una historia del crimen que sea también "una historia desde el crimen".

En suma, Caimari propone una gran cantidad de hipótesis por explorar para los historiadores del delito y la policía. Pero no son menos sugestivas las ideas que el diálogo de la autora con la historiografía del período provee al historiador social y de la cultura. Por último, la riqueza documental de la investigación llama la atención sobre la productividad del uso del archivo policial para esa clase de exploraciones. No son virtudes menores en un trabajo tan bien pensado como escrito.