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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.38 Buenos Aires jun. 2013

 

RESEÑAS

Pablo Buchbinder, Los Quesada. Letras, ciencias y política en la Argentina, 1850-1934., Colección "Biografías Argentinas", Buenos Aires, Edhasa, 2012, 240 páginas.

Martín Bergel

Universidad de Buenos Aires - Universidad Nacional de Quilmes - CONICET

La colección "Biografías Argentinas", que dirigen Gustavo Paz y Juan Suriano, se inscribe en una zona de intersección propiciada por dos fenómenos diversos: el del renovado interés por el género biográfico que la historiografía académica ha puesto recientemente de manifiesto, y el de las iniciativas que se han propuesto conectar a la investigación rigurosa con la divulgación histórica. Dentro de esa serie, y con esos presupuestos, es que sale a la luz Los Quesada de Pablo Buchbinder.

De inicio, el volumen se distingue de otros títulos de la colección por retratar no una sino dos biografías. La reconstrucción de los itinerarios vitales de Vicente Quesada (1830-1913) y de su hijo Ernesto Quesada (1858-1934), dos miembros destacados de la elite social y sobre todo cultural de Buenos Aires, conduce así al autor a internarse en diferentes facetas de casi un siglo de vida argentina. No se trata sin embargo de la historia de un grupo familiar (por más que las redes parentales de ambos, sobre todo en el caso de Vicente, aparezcan a menudo en escena). No son las variadas alternativas y las elecciones heterogéneas que suelen rodear la suerte dispar de diferentes miembros de una misma familia las que sobresalen en este caso. Lo que autoriza la narración contigua de la trayectoria de estas dos figuras, en cambio, es la unidad de criterio del proyecto intelectual que las comunica, y la notable continuidad de los principios rectores que tramaron el curso de sus vidas. Según deja ver Buchbinder, los Quesada fueron casi uniformemente críticos de la política -un terreno habitual para muchos integrantes de sus mismos círculos sociales en el que se internaron sólo a regañadientes y por períodos limitados-, y privilegiaron en cambio de forma resuelta un camino consagrado a la adquisición de saberes y a la promoción de instancias de excelencia científica. Fueron, también, activos impulsores de instituciones culturales. Y aunque ambos, en especial Vicente, tentaron fortuna en otras actividades, el norte que guió el entero derrotero de sus vidas, y que a la postre les permitió sobresalir, se alojó en la esfera intelectual.

Pero además, esa orientación común se soldó en el singular lazo que unió a ambas figuras. Tras la separación cuando niño de sus progenitores, Ernesto, hijo único, continuó viviendo con su padre. En ese marco, el vínculo íntimo que tejieron permitió a Vicente preparar minuciosamente la educación de su hijo, y proyectar en él sus mismas ansias por hacer de los saberes doctos la piedra de toque de su carrera. El interés de Buchbinder por los Quesada se retrotrae precisamente a ese momento crucial de la relación, cuando en una meditada decisión Vicente envía a su hijo adolescente a estudiar a un establecimiento educativo alemán. Allí no sólo cristaliza la conocida germanofilia que acompañará a Ernesto de por vida, y que se expresará tanto en sus predilecciones intelectuales como en sus posicionamientos públicos. A la distancia, y a través de una correspondencia casi diaria, Vicente Quesada prescribe exhaustivamente a su joven vástago los modos y estrategias adecuadas para adquirir y desarrollar sus conocimientos y destrezas. Esa primera estancia de Ernesto en Alemania, y la cuidada preparación para la vida intelectual a la que su padre lo hizo objeto, merecieron hace casi veinte años un artículo específico de Buchbinder en Todo es Historia, y se encuentran en el origen de Los Quesada.

Además de ese vínculo particularmente intenso -reflejado en el hecho de la profunda tristeza por la pérdida de su padre que Ernesto podía manifestar públicamente todavía en fechas cercanas a las de su propia muerte-, la comunión de ideas y perspectivas que permite al autor anudar en una sola historia las vidas de ambas figuras se evidencia en la unidad de objetivos con que llevaron a cabo tareas conjuntas en diversos espacios culturales. Tal lo ocurrido en la Biblioteca Pública de la Provincia de Buenos Aires, gerenciada por Vicente en la década de 1870 con la colaboración de su hijo, o con la Nueva Revista de Buenos Aires, dirigida por ambos en el decenio siguiente. Pero sobre todo, esa mancomunión se observa en la gran obra de vida que prohijaron en conjunción: la fabulosa biblioteca privada que Vicente comenzó laboriosamente a construir, y que al heredarla Ernesto acrecentó a ritmo sostenido hasta llevarla a los 82 mil volúmenes. Prenda de orgullo familiar y motivo de prestigio público, a fines de la década de 1920 esa célebre biblioteca fue donada por Ernesto, siguiendo un designio póstumo de su padre, a una institución que supiera albergarla.

Como es conocido, esa donación ofició de puntapié inicial para la constitución del Instituto Iberoamericano de Berlín, uno de los principales repositorios bibliográficos especializados en América Latina del continente europeo. Es allí donde descansa el archivo familiar de los Quesada, compuesto de recortes de diarios, manuscritos y volúmenes autobiográficos, y una nutrida (aunque incompleta) correspondencia. La sólida reconstrucción que hace Buchbinder de la vida de ambos hombres se sustenta en una serie de estancias de investigación en esa institución. Allí pudo beneficiarse del contacto con los materiales de ese fondo documental, y en especial con dos tipos de fuentes especialmente atractivos para cualquier empresa biográfica: las cartas del acervo familiar, y varios tomos de memorias de Vicente en cuya edición se hallaba trabajando Ernesto al momento de su muerte.

Los nueve capítulos y el epílogo que componen el libro se inhiben deliberadamente de desarrollar un formato biográfico clásico, en cuanto no se proponen reponer el entero trayecto de ambas figuras. Por caso, los episodios de niñez, forjadores del carácter y anticipadores de los logros futuros en la cuadrícula tradicional de la biografía de corte psicologista, no son abordados en el libro de Buchbinder. En cambio, el autor elige una aproximación temática a los personajes que retrata, que vincula dimensiones de sus itinerarios con problemas que la historiografía política y de las elites sociales y culturales de la segunda parte del siglo XIX y comienzos del siglo XX ha sacado a la luz.

El capítulo 1 nos instala en el escenario que acaba de emerger luego de la batalla de Caseros. Buchbinder nos sitúa ante el abanico de opciones que Vicente Quesada, quien apenas ha traspasado la veintena de años, tenía ante sí en ese mundo en transformación. Se trataba de un joven proveniente de una familia de modesta posición económica pero con cierto roce social, que pudo proyectarse y acceder al limitado círculo que cursaba estudios universitarios. Allí, en la carrera de derecho de la Universidad de Buenos Aires, Vicente comienza a destacarse y a desarrollar vínculos con figuras más encumbradas de las elites. Y son sus habilidades intelectuales las que finalmente lo conducen a involucrarse en la arena política en posiciones que las requerían, primero dentro de las fuerzas del urquicismo y luego como mano derecha del gobernador de Corrientes Juan Pujol. Allí desarrolla sus primeras armas en la prensa y ensaya, sin mucho éxito, proyectos de reforma administrativa. A través de esas experiencias, y afectado por la ácida lucha de facciones que se desarrollaba en su Buenos Aires natal y luego en la nación toda, en Vicente Quesada cristalizaría una mirada crítica de las prácticas políticas -conspiradoras, por su carga de intemperancia e irracionalidad, en contra del camino de progreso y modernización que anhelaba para el país- que se prolongará en las décadas siguientes y que será heredada por su hijo Ernesto. El capítulo 2 vuelve sobre el cuadro familiar de la década de 1850 para restituir el clima de incertidumbre que rodeaba a las elecciones del padre de Vicente y de sus hermanos. Ante un escenario de inestabilidad económica Buchbinder repasa las promesas y los obstáculos en las vías de ascenso social que se abrían para los miembros de la familia. Vicente se destacará entre ellos, y alternando entre la política, el ejercicio del derecho y más circunstancialmente los negocios, pero sobre todo gracias a los contactos adquiridos en la Universidad y en sus cargos públicos, acabará sorteando las dificultades que envuelven a sus hermanos y encarnando una versión del self-made man.

Los capítulos 3 y 4 se ocupan de aspectos vinculados a las actividades de Vicente Quesada como pionero en la arena cultural rioplatense. En el segundo de esos capítulos se repasan las alternativas que lo llevaron a fundar en 1860 la Revista de Paraná. Se trataba de un órgano construido en oposición a las convenciones de la prensa política facciosa, y que se proponía disponer un espacio para la crítica de ideas y el intercambio intelectual. Y aunque Quesada mantuvo aún en esa década contactos con el mundo político, y llegó a ser diputado nacional e incluso ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires durante un breve lapso, con la Revista de Paraná comenzaba a despedirse de ese ámbito. Por contraste con él, el modelo al que daba inicio esa publicación, y que se prolongaría en la Revista de Buenos Aires, todavía en esa década, y en la Nueva Revista de Buenos Aires, en los años 1880 (y ya junto a Ernesto), procuró generar un foro independiente de los ajetreos y fricciones inconducentes de lo que comenzaría a conocerse como "política criolla". Con distintos énfasis, todas esas revistas publicaron tanto trabajos científicos provenientes de diversas disciplinas como ensayos sobre diferentes materias, y dieron a conocer documentos inéditos de historia argentina y americana. Estas publicaciones concitaron el interés de destacados publicistas de la época, que se aprestaron a ofrecer colaboraciones en ellas, y fueron indudablemente una fuente de prestigio para los Quesada. Según señala Buchbinder, fue probablemente fruto de todo ello que Vicente fue elegido director en 1871 de la Biblioteca Pública de la Provincia de Buenos Aires, una institución que comandó durante casi una década y que procuró modernizar. El capítulo 3 se detiene en el demorado viaje a Europa -consabido requisito para toda figura que aspirara a pertenecer a los círculos sociales distinguidos- que realiza a mediados de los años setenta como parte de una misión estatal para estudiar el funcionamiento de las bibliotecas de ese continente, y para conseguir documentos que sirvieran para zanjar favorablemente para la Argentina los diferendos limítrofes que sostenía con países vecinos (un tema en el que Vicente se volvería experto, y que preparaba su futura carrera como diplomático). Ese viaje coincide con la estancia educativa de Ernesto en Alemania que ya mencionamos, y por eso el impacto que el periplo europeo causa en Vicente Quesada es también procesado en las cartas a su hijo. Buchbinder recoge en este capítulo esas impresiones, que muestran la decepción ante una Europa percibida como envejecida y declinante; un aspecto que, por contraste, permite avizorar con optimismo el futuro del continente americano (un rasgo que, nuevamente, resultaría congruente con el americanismo desplegado por Ernesto varias décadas después).

El capítulo 5, titulado "Pensar a la Argentina en el mundo", reúne y sintetiza algunas de las principales posiciones de los Quesada en una materia en la que ambos se volvieron refinados especialistas: las relaciones internacionales. En las últimas décadas de su vida Vicente se abocó a la diplomacia, ocupando la posición de embajador en varios destinos claves (Estados Unidos, Brasil, España y la Santa Sede, entre otros). Nuevamente en este terreno, su estilo diplomático se recortaba contra las falencias que junto con su hijo advertían en el cuerpo de la Cancillería, un espacio afectado por la lógica de favores de la política antes que ocupado por hombres verdaderamente preparados. Los Quesada iban a defender una política de relaciones entre países que tuviera como precondición el conocimiento recíproco y el intercambio intelectual y cultural. Pero además, según sus preferencias argumentaron a favor o en contra de que la Argentina estableciera vínculos con diversos países. Vicente fue partidario de estrechar lazos con Brasil, al tiempo que recelaba de Chile (al igual que su hijo, escribió varios textos críticos de la nación trasandina). Pero sobre todo, los Quesada fueron severos censores de las crecientes apetencias norteamericanas en la región, y anticiparon las posiciones antiimperialistas que teñirían la cultura política argentina y latinoamericana luego de la Primera Guerra Mundial. Como contracara de ese antinorteamericanismo, Ernesto se mantendría partidario de privilegiar los lazos con Europa y, sobre todo, con Alemania, cuyo honor se propuso defender ante una opinión pública adversa luego de desatada la guerra de 1914-1918. A continuación, el capítulo 6 se centra en los circuitos y formas de sociabilidad de los que los Quesada eran partícipes en la década de 1880. Por ese entonces, la endeble situación financiera inicial de Vicente había virado hacia una sólida posición que le permitía, tanto a él como a su hijo, ser miembros plenos de la elite privilegiada y compartir sus costumbres y prácticas sociales. Ese sesgo se consolidó aún más tras el casamiento de Ernesto con la acaudalada nieta del general rosista Angel Pacheco. Como administrador de la fortuna de su esposa, Ernesto se aventuró en los negocios y hasta dejó parcialmente de lado su omnívora vocación por las ciencias y las humanidades. Sin embargo, la crisis económica de 1890 puso coto a ese empeño, y lo devolvió a sus habituales quehaceres intelectuales.

Los últimos tres capítulos abordan precisamente diversas dimensiones de la actividad de Ernesto como letrado. Elegido como juez y fiscal de cámara primero, y luego profesor titular de sociología en la Universidad de Buenos Aires y de economía política en la de La Plata, mientras ejercía esas tareas se encargó de abordar en estudios específicos una gran cantidad de temas muy diversos, que a la postre redundaron en la publicación, a lo largo de su vida, de más de una centena y media de libros y opúsculos. En ese camino, fue adquiriendo fama de sabio. Cualquiera fuera el tema que abordara, incluso en los casos en los que le tocaba actuar como juez, Quesada hacía gala de una abrumadora erudición, un rasgo que no tardó en ser reconocido públicamente y que le permitió sobresalir entre los intelectuales de su tiempo. Dentro de ese marco, el capítulo 7 se detiene en su faceta de historiador y, en especial, en su obra más significativa sobre el pasado argentino, La época de Rosas. Como es sabido, ese libro ofreció un juicio global que rehabilitaba ante la opinión pública al régimen rosista, y que por eso mismo suscitó polémicas tanto entre sus contemporáneos como en la posteridad (sería recuperado como antecedente por algunas figuras del revisionismo histórico). Pero contra las pretensiones del propio Quesada, que se jactaba de llevar a cabo un tipo de historia documentalista desarrollada en estricta observancia de las modernas reglas profesionales de la disciplina, Buchbinder ubica certeramente a sus modos de hacer historia en una zona de tensión entre ese alegado profesionalismo y las deudas que aún mantenían con prácticas de corte más tradicional (sobre todo, las derivadas de un ejercicio del oficio traccionado por un afán por salvaguardar la memoria familiar). El capítulo 8, por su parte, se centra en aristas del pensamiento de Ernesto Quesada vinculadas a su concepción de la evolución del Estado y la sociedad. Buchbinder no abunda en su rol de aclimatador en el país de corrientes y autores de la sociología científica internacional -un andarivel transitado por Carlos Altamirano, Oscar Terán y los historiadores de esa disciplina-, sino que opta por considerar las reflexiones que le valieron ser integrado en el lote de los "liberales reformistas" del período: especialmente, sus estudios y posicionamientos acerca de la cuestión social y el emergente feminismo, temas en los que pudo exhibir un temperamento que lo alejaba de otras figuras de su generación más temerosas ante los cambios sociales. Esa faceta es igualmente perceptible en un género de textos de Quesada mucho menos analizados: los casos y fallos en los que interviene en calidad de integrante del poder judicial. También en ellos exhibe tanto su estilo erudito como un talante reconciliado con los fenómenos de la modernidad. En cualquier caso, una vez más Buchbinder comprueba que para Ernesto esos signos estimulantes se hospedan en la sociedad, mientras que los políticos que se enfrentan a ellos desde el Estado siguen siendo objeto de importantes reservas. En el capítulo 9, finalmente, el autor del libro acomete las últimas décadas de labor de Quesada en la Argentina, un período en el que su autoridad intelectual se acrecienta y se despliega en variadas direcciones. Retomando temas abordados en trabajos anteriores, el autor se detiene en el modelo de universidad por el que Quesada abogaba (tanto como reconocido profesor, como en distintos cargos de gestión). Para él, la educación superior debía promover la excelencia científica y la investigación original y de punta, y no ser mero vehículo de obtención de títulos capaces de apuntalar carreras exitosas de ascenso social. Sin embargo, confrontado con las dinámicas de una sociedad de masas en movimiento, ese proyecto universitario, según señala Buchbinder, fracasa. A ello se añade que, a comienzos de los años ´20, y luego de haberse jubilado como profesor, Quesada hace intentos infructuosos por donar su biblioteca a la Universidad de Buenos Aires. Desengañado ante las condiciones que observa en las instituciones culturales argentinas, apura entonces la búsqueda de un destino extranjero para su caudaloso tesoro bibliográfico. Ese sonado episodio venía a coronar, en la visión de Buchbinder, la poca fortuna de los proyectos culturales de los Quesada. El epílogo del texto, que narra los últimos años de la vida de Ernesto en una villa alpina en Suiza junto a su segunda esposa alemana Leonore Deiters -desde donde continúa manteniendo una estrecha relación epistolar con Oswald Spengler, el famoso autor de La Decadencia de Occidente cuya obra había celebrado y difundido como nadie en América Latina-, concluye reforzando esa impresión global relativa al limitado reconocimiento obtenido por los Quesada, y a los desencuentros de sus anhelos e iniciativas culturales en la Argentina de su tiempo.

Para finalizar, y a riesgo de ser injustos con una obra que no se propone agotar todas las facetas de los personajes que retrata, me permito realizar dos observaciones. En primer lugar, Buchbinder no pondera suficientemente la singular cultura libresca de los Quesada. En particular, no se pregunta por los modos, ritmos y orientaciones temáticas en que su biblioteca, cuyo origen se remontaba a una situación económica familiar muy poco holgada, se fue construyendo. Desde otro ángulo, dos rasgos adicionales de la relación de ambas figuras con los libros no llaman mayormente la atención del autor. De un lado, el valor que le otorgaban a publicar. Ernesto, en particular, se esmeró en construir su imagen pública de erudito a través de la exhibición de la cuantía de sus obras éditas, que gustaba listar numeradamente en la contratapa de cada texto que publicaba, y que se preocupaba por distribuir generosamente a través de la correspondencia. De otro, el afán de novedad que guiaba sus elecciones intelectuales. Sólo así se comprende, entre otros muchos ejemplos, el entusiasmo del menor de los Quesada por la obra de Spengler (a la que presentaba como "novísima escuela sociológica"), o su cuidadosa e informada recepción de un autor ajeno a su sensibilidad política como Marx, de quien ofrece una de las primeras exégesis en la cultura argentina.

En segundo lugar, la imagen final de relativo fracaso del Ernesto de los años veinte y treinta puede ser discutida. Y ello no sólo porque muchos de sus alumnos jóvenes -con los que, en el clima abierto por la Reforma Universitaria, podía comulgar en cuanto a su americanismo y en su recelo hacia los Estados Unidos-, aun cuando podían ironizar sobre su estilo como profesor valoraban su erudición y el abanico de estímulos intelectuales que Quesada les ofrecía, sino también por la alta estima que le tenían algunos espacios estructuradores del campo de las humanidades como la revista Nosotros. Pero además, diversos aspectos de su labor de esos años, y muy especialmente su spenglerismo, sirvieron para proyectarlo a nivel continental. Figuras tan disímiles como el peruano José Carlos Mariátegui, el ecuatoriano Alejandro Andrade Coello, o el caudillo uruguayo Luis Alberto de Herrera, entre otros, podían entonces celebrar y difundir su obra. Y el viaje que emprende en 1926 a Bolivia, donde brinda una conferencia también sobre Spengler a la que asiste el presidente Hernando Siles, es reflejado como un acontecimiento cultural estelar por la opinión pública de ese país, que se deshace en elogios hacia su persona. En definitiva, si algunas de las expectativas de Ernesto Quesada no se vieron satisfechas, en compensación sobre el final de su vida su fama se expandió a escala latinoamericana.

Estos comentarios no obstan para reconocer en este libro de Pablo Buchbinder un aporte fundamental para el conocimiento de estas dos figuras de la historia intelectual argentina.