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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

Print version ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.39 Buenos Aires Dec. 2013

 

NOTAS Y DEBATES

Darío Macor y las tareas del historiador

 

por Alejandro Cattaruzza

Darío Macor (03/09/1951 - 29/06/2013) fue profesor titular en la Universidad Nacional del Litoral e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Fundó y dirigió la revista Estudios Sociales y el Programa de Estudios Interdisciplinarios de Historia Social. Dirigió la Maestría en Ciencias Sociales de la UNL. Autor y coordinador de numerosas publicaciones entre las que se destacan; La reforma política en la encrucijada (1993), El peronismo antes del peronismo (1997); Estado, democracia y ciudadanía (1998); La invención del peronismo en el interior del país I (2003); Nación provincia en la crisis de los años treinta (2005); Territorios de la política argentina (2009), Signos santafesinos en el Bicentenario (2011), y La invención del peronismo en el interior del país II (2013).

Sin que tuviéramos demasiada conciencia de ello, sostuvimos con Darío una amistad que duró más de veinte años. El inicio de esa relación, y luego la cadencia de nuestros encuentros, viviendo él en Santa Fe y yo en Buenos Aires, estuvieron asociados al ritmo de los congresos, las jornadas, las reuniones de discusión sobre asuntos históricos, aunque siempre nos resultó muy sencillo encontrar cómo exceder la agenda estrictamente académica.

Precisamente, una de las características que distinguió la acción de Darío en la historiografía argentina durante los años posteriores al final de la dictadura fue su participación intensa y continuada en actividades de ese tipo. Cuando nos conocimos, en la segunda mitad de los años ochenta, el esfuerzo por organizar encuentros científicos o emprendimientos editoriales, mientras los recursos disponibles estaban restringidos por la crisis económica casi permanente, tenía un clarísimo sentido académico, pero también político. Se trataba de contribuir a consolidar los procesos de recuperación -y en muchas ocasiones, de construcción lisa y llana- de espacios profesionales en el universo historiográfico argentino; conviene no olvidar que esa fue, al mismo tiempo, una de las formas que asumió la disputa con la herencia dictatorial. Darío intervino activamente en aquel empeño, y aportó tanto a la difusión por varios medios del trabajo historiográfico realizado de acuerdo con criterios profesionales así como al despliegue de una discusión intelectual abierta, que asumía más riesgos que los que se tomaban por entonces en otros ámbitos que buscaban el mismo horizonte de consolidación institucional. Al mismo tiempo, según entiendo, asentado en su pertenencia a la Universidad de Litoral, Darío buscaba también una mayor autonomía de la dinámica historiográfica porteña. Estudios Sociales, la revista en cuya creación participó en 1991 junto a otros colegas de la Universidad Nacional de Rosario, de la del Comahue y de la de Córdoba, para ser también su director, es muy probablemente uno de los resultados de aquellas tres líneas de acción.

Esa intervención en las prácticas que pautan la regularidad de fondo de la actividad historiográfica la sostuvo Darío en el tiempo; su gran compromiso institucional -que, insisto, tuvo un sentido también político hasta el final- se puso en evidencia de múltiples maneras: la discusión intensa de los asuntos colectivos; su toma de posición frente a ellos, no sólo ante los estrictamente universitarios; el impulso a la organización de jornadas y congresos; la actividad en varios centros de investigación; la dirección de la revista. La labor que desarrolló en Conicet hasta hace tan poco tiempo, asumida con la misma responsabilidad de siempre, se inscribe en esa misma serie. Nuestros dos últimos encuentros tuvieron lugar cuando asistimos a eventos que forman parte de esa trama; en 2012 coincidimos en la defensa de una tesis doctoral que él había dirigido y, poco más tarde, en la defensa de una tesis de maestría. En ambos casos, se trataba de colegas que habían sido estudiantes de grado y postgrado de la universidad pública -en ese sentido, eran nuestros estudiantes-, y en ese ámbito defendían sus tesis. Darío me hablaba allí de la satisfacción que le producía pensar que esos trabajos, o al menos las condiciones intelectuales y académicas en los que se habían producido, eran en parte los resultados de aquel esfuerzo iniciado tantos años antes.

Hubo también en la actitud de Darío otro rasgo, que se apareaba a la responsabilidad con la que asumía los compromisos institucionales y debe destacarse. Lo he visto comentar ponencias de historiadores principiantes y de consagrados con la misma atención y el mismo respeto por el trabajo realizado, buscando en todos los casos una argumentación sólida y extendida, con igual interés y fervor por los asuntos que se estaban discutiendo. Y de cara a quienes comenzaban, no había en él condescendencia, pero tampoco utilización del poder que otorga la asimetría de los lugares que se ocupan; el rigor, el respeto y la discusión franca eran notas que distinguían el modo en que exponía sus opiniones. Estos atributos, desgraciadamente, no abundan en nuestros ámbitos, donde suelen mezclarse la pereza y la soberbia -para peor, fundada en muy poca cosa en tantos casos-. Eran, en cambio, rasgos muy propios de Darío.

La política del día, claro, nos convocaba también al debate en las cenas posteriores a nuestros encuentros académicos: en los años menemistas, sin dudas, las coincidencias fueron mayores dada la mutua militancia en las oposiciones a aquel gobierno. Pero, además, la política era uno de sus objetos de estudio y de la producción de Darío me gustaría recordar aquí, por distintas razones, tres piezas. Una de ellas es un antiguo trabajo que dedicó a la organización de las interpretaciones que de los años treinta se fueron construyendo luego de la caída del peronismo; un largo artículo titulado "Imágenes de los años treinta. La invención de la década del treinta en el debate político-intelectual de la Argentina sesentista", y publicado en 1995 como Documento de Trabajo número 3 del PEHIS, de la Universidad Nacional del Litoral. Allí, la historia de la historiografía en sentido tradicional se enlazaba con el análisis de obras más plenamente políticas, elegante, agudo y útil. No hace mucho volví a comprobar su eficacia en discusiones sostenidas en grupos de investigación y en clases dictadas en la universidad. A su vez, evoco el capítulo sobre la política en los años treinta que escribió para el tomo correspondiente de la Nueva Historia Argentina, publicada por la editorial Sudamericana, que me parce un gran capítulo.1 El proceso de construcción de ese texto, entre retoques, nuevas versiones y reformulaciones, nos dio muchas oportunidades para discutir y poner en claro nuestras propias opiniones sobre ese tema. Me parece ver allí un repertorio sumario de preguntas que inquietaron a Darío a lo largo del tiempo, y esbozos de respuestas referidos al período; ellas quizás puedan resumirse en la cuestión de cómo practicar una historia de la política y de sus actores que, al tiempo de respetar las lógicas propias de ese mundo, logre dar cuenta de los anclajes y efectos sociales de las disputas que allí se libran. Y, finalmente, pienso en La invención del peronismo en el interior del país, que editó junto a César Tcach, uno de sus grandes amigos.2 Mi impresión es que muchos de aquellos impulsos iniciales, que incluían la necesidad de descentrar la investigación del escenario porteño, alentaron la publicación de este libro, que se ha vuelto de consulta imprescindible para una comprensión más acabada del fenómeno peronista, nada menos.

Ha muerto, entonces, un amigo dispuesto al debate intelectual y al político asumidos con una actitud abierta, crítica y dura, si era necesario; que apreciaba el valor del trabajo silencioso y realizado con rigor; que hacía conocer su pensamiento sin estridencias innecesarias e impulsaba emprendimientos colectivos con solidaridad y compromiso, convencido además de que valía la pena la intervención en los asuntos públicos. Son estos los mejores atributos para un historiador tal como yo concibo nuestras tareas. Pero, además, ha muerto también un gran compañero de charlas nocturnas, que sabía bien que la vida no acaba en la academia y que todavía hay allí afuera un mundo que pude transformase. En fin: es una gran pena para mí.

Notas

1 Juan Suriano (coord.. gral.); Alejandro Cattaruzza (dir. de tomo) Nueva historia argentina. Tomo VII. Crisis económica, avance del estado e incertidumbre política. Buenos Aires, Sudamericana, 2001

2 Darío Macor y César Tcach, La invención del peronismo en el interior del país. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2003.

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